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Skyfall, un Bond de los viejos

Publicado por  Adrián Ruiz-Mediavilla

En un momento de Skyfall, la nueva película del agente 007, James Bond sugiere a su
jefa, M, un cambio de estrategia para retomar la iniciativa cuando la cosa se les está
yendo de las manos. Cuesta imaginarse un universo en el que sea más capital tener un
máximo de información actualizada que en el del espionaje. Quizá en la medicina. Dos
disciplinas que, al fin y al cabo, comparten un mismo objetivo: salvar vidas. Esto viene
a cuento de que Skyfall, la nueva película del agente 007, hace toda una reflexión sobre
el contraste entre el viejo y el nuevo mundo. Un nuevo mundo en que el Reino Unido ya
no manda sobre casi nadie, el MI6 está tan momificado como la Torre de Londres y un
hacker tiene más poder que un agente secreto con una Walther PPK.
Precisamente el gran problema que ha tenido históricamente la serie de James Bond es
el de cómo seguir siendo pertinente para el público. Le ha ido mal cuando ha querido
adaptarse a los tiempos (ese 007 en el espacio que fue Moonraker después del pelotazo
de  Star Wars), y le ha ido bien cuando ha sabido encontrar su propio lugar, como
en Goldeneye o en Casino Royale. Pero sobre todo, el cine de Bond siempre ha dado la
impresión de ir lastrado por una pesada maleta repleta de referencias a su propia
historia.
Después de la errónea Quantum of Solace, Skyfall aparecía marcado en rojo en el diario
del agente doble cero. O la cosa funciona, o redecora tu vida. Así lo
entendieron Barbara Broccoli y Michael G. Wilson, los productores del invento,
cuando tiraron la casa por la ventana para poner al frente de la película al reputado Sam
Mendes, apoyado en la dirección de fotografía por Roger Deakins. Y Skyfall podrá
gustar más o menos, pero es incuestionablemente una película bien hecha, de artesano:
cada plano, cada movimiento de cámara, cada iluminación, tienen una razón de ser. La
presentación del personaje de Javier Bardem debería ser asignatura obligatoria en las
escuelas de cine. Skyfall es el Bond más elegante desde los años sesenta.
Lo mejor de este nuevo 007 es que, paradójicamente, no parece nuevo. No es en
absoluto un déjà vu, pero sabe a viejo. Skyfall es una película liderada por gente mayor,
desde Roger Deakins (63 años) hasta Judi Dench (77). El mismo 007 es interpretado
un Daniel Craig de 44 años de edad —Sean Connery, por ejemplo, solo lo interpretó
hasta los 41, si olvidamos la no oficial Nunca digas nunca jamás.
El guión de Skyfall, valiente, mete el dedo en la llaga de la obsolescencia: un tipo veinte
años más joven que ella quiere jubilar a M. El MI6, autoproclamado como el lugar más
seguro de Inglaterra, es pirateado por Javier Bardem. Incluso la vigencia del propio
Bond, que se pasea durante buena parte de la película con una barba blanca, es puesta en
cuestión. No es casualidad que el final de Skyfall suceda en un páramo escocés —de
aquellos que describía Conan Doyle en El sabueso de los Baskerville—, lejos del
mundo con wifi para todos y luces de neón.
Muchas cosas han cambiado cuando Skyfall funde a negro. Y todo parece indicar que,
con cincuenta años en cine recién cumplidos, James Bond se deshace de su maleta y
mira por última vez hacia atrás antes de saltar por fin hacia adelante.

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