hija de Julio César y Rosario del Carmen. La primera sumaba sus días junto a los míos, las flores estiraban sus pétalos y yo estiraba mis brazos y piernas. Las flores de distintos colores adornaban los jardines, mis ojos azules, trataban de abrirse a enfrentar la luz del sol. Crecí entre cinco hermanos, tres mujeres y dos varones. Me crie en una casa que era de mi abuelo; una antigua y hermosa casona con largas galería, llenas de plantas. Un tremendo patio y un huerto en donde se daba de todo, papas, porotos, habas, alcachofas y un sin número de árboles frutales. Apenas en mis primeros pasos, me metía entre las melgas de papas quedando cubierta de tierra; que mi madre me sacaba a costa de mucha agua y jabón. Aprendí a leer y escribir antes de entrar al colegio. Mi hermana mayor me enseñó en la revista Margarita, y con un lápiz muchas veces rayé los papeles de la oficina de mi padre, que era funcionario público. Mi madre trabajaba mucho, seis hijos ocupaban todo su tiempo, no recuerdo ropa comprada, ella lo hacía todo. El colegio Santa Cruz, mi primera sala de estudios. Mi maestra Sor Rafaela, una monjita a la antigua; castigaba con una regla, la golpeaba en la palma de nuestra mano, porfiada yo y porfiados mis compañeros, apretábamos los dientes para no quejarnos. Las tablas de multiplicar las aprendí, escribiendo cada una cien veces. Gasté cientos de cuadernos, porque no solo eran las tablas también, sino que también escribía “no debo hablar en clases”. Incontables fueron las veces que me dejaron estudiando después de clases a modo de castigo. Terminé la primaria, incluso saltando el tercer año, porque cuando me correspondió ya me lo sabía todo; mis castigos no habían sido en vano. Las humanidades comenzaron en el Colegio de Humanidades de Villarrica, para continuar en el Liceo de Niñas de Valdivia. Allí, el bicho de los ideales políticos empezó a anidar en mi mente y corazón. Ideales de izquierda se profundizaron. No soportaba las injusticias, fui una dirigente pidiendo lo que creía justo, no me importo alzar mi voz y hacer huelga. Huelga de hambre en el internado, dos días en que se botó la comida; gran pérdida para el liceo. Conseguimos nuestros propósitos, después de un sumario interno se trasladó la funcionaria de la cual pedíamos su salida, por motivos que ya no viene al caso contar. Yo recibí un nombre “la comunista Soto” y es cierre de mi matricula, debía trasladarme de colegio a terminar mi último año de humanidades lejos del liceo. Mi currículum no era nada de bueno, pero mis notas sí. Escribí una carta a la Directora del Colegio Providencia del Sagrado Corazón en Temuco, le conté toda la verdad, sin omitir nada, sin sacar ni poner nada. De respuesta, recibí un número que era el que me fue asignado para el internado. Estaba matriculada sin mayores trámites, no lo podían creer en mi casa y más encima, con media beca. Era casi un premio mayor, pero seguí siendo “la comunista Soto”. Las monjitas me trataron de primera, conversaban mucho conmigo, quizás con la sana idea de hacerme cambiar. A los profesores les gustaba charlar conmigo, sobre todo, el de filosofía y de historia. Terminé el año en forma excelente y preparé el bachillerato. Logré 27 puntos, de un máximo de 32 y un mínimo de 18; de aquí a la universidad un solo paso. Universidad de Concepción la carrera de historia y geografía, pero las matemáticas no eran lo mío y la geografía era pura matemática, perdí el año, pero gané grandes amigos, todos comunistas, como era de esperar. Aprendí mucho sobre filosofía y como contra punto investigué la masonería. El próximo año Ciencias Políticas y Administrativas en la Academia de la Universidad de Chile. Tres años que, entre tanto cambio, cansaron a mi padre. Quedaban cuatro detrás de mí, que también estaban estudiando. Me rebajó la mesada, a tal punto que tuve que trabajar para seguir estudiando. Vendí libros en la calle, fui garzona en un restaurante frente al estadio de la Unión Española en calle Independencia, cuando el equipo ganaba me llovían las propinas. Pagaba pensión, compraba mis útiles de aseo personal y me quedaba para ir al cine y una cajetilla de cigarros. Tres años y la opción de trabajar, me presenté a la Caja de Empleados Públicos y Periodistas, de allí al Registro Civil, una vez adentro trasladada a Loncoche, allí me casé, nacieron mis tres hijas y quedé viuda a los 28 años. Supe por primera vez lo que era la depresión, lo que era solucionar los problemas de cuatro, tuve que renunciar al servicio público para atender a mi familia. Emborraché un año completo. Mis padres fueron a buscar a mis hijas y quedé mascando lauchas, como se dice. De una persona así, todos se alejan. No fue tarde para recapacitar. Solicité mi reincorporación al servicio, era el año 1971. Me sirvieron mis antecedentes políticos, me llamaron a Santiago, nada menos que a la Dirección General del Servicio. Estuve a cargo de un departamento hasta el año 1976. Tenía personal a mi cargo; de todos los colores y religiones. Eso no me impidió defenderlos cuando hubo que hacerlo. Todos éramos seres humanos con convicciones firmes y valores bien definidos, aguantamos todos juntos el 11 de septiembre de 1973, y seguimos juntos hasta que por iniciativa propia nos fuimos cambiando de oficina. Yo me vine a Pucón en enero del 1976, fui Oficial Civil Notario, un cargo no menor hasta el año 1982, cuando por razones obvias me pesquisaron y pasé a ser una exonerada política. Más, agregada a la larga lista de los ya existentes. No me volví a casar, no era necesario. Me dediqué al servicio social, trabajé en el Hogar de Cristo Villarrica durante 10 años, voluntaria al principio, con un pequeño sueldo después. Estaba a cargo de los recursos y finanzas. Conocí la pobreza, muchas veces la miseria y me sentía impotente para solucionar tanto problema. Hoy estoy a cargo de una organización social, la Unión Comunal de Clubes de Adulto Mayor de Villarrica, en forma totalmente voluntaria, sigo trabajando para poder tener una organización firme, autónoma, vigente, con grandes proyectos, pero más que nada sin ninguna discriminación de ninguna índole. Mis hijas crecieron, estudiaron, se casaron y formaron sus propias familias. Regaloneo y malcrío a mis 4 nietos y 4 bisnietos. Pude gozar de la compañía de mi madre hasta el año 2017, cuando falleció a la edad de 100 años y cuatro meses.