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Conociendo a Adriana Soto Acuña

Nací un 25 de septiembre de 1938,


hija de Julio César y Rosario del
Carmen. La primera sumaba sus
días junto a los míos, las flores
estiraban sus pétalos y yo estiraba
mis brazos y piernas. Las flores de
distintos colores adornaban los
jardines, mis ojos azules, trataban
de abrirse a enfrentar la luz del sol.
Crecí entre cinco hermanos, tres
mujeres y dos varones. Me crie en
una casa que era de mi abuelo; una
antigua y hermosa casona con
largas galería, llenas de plantas. Un
tremendo patio y un huerto en
donde se daba de todo, papas, porotos, habas, alcachofas y un
sin número de árboles frutales. Apenas en mis primeros pasos,
me metía entre las melgas de papas quedando cubierta de
tierra; que mi madre me sacaba a costa de mucha agua y
jabón.
Aprendí a leer y escribir antes de entrar al colegio. Mi hermana
mayor me enseñó en la revista Margarita, y con un lápiz
muchas veces rayé los papeles de la oficina de mi padre, que
era funcionario público. Mi madre trabajaba mucho, seis hijos
ocupaban todo su tiempo, no recuerdo ropa comprada, ella lo
hacía todo.
El colegio Santa Cruz, mi primera sala de estudios. Mi maestra
Sor Rafaela, una monjita a la antigua; castigaba con una regla,
la golpeaba en la palma de nuestra mano, porfiada yo y
porfiados mis compañeros, apretábamos los dientes para no
quejarnos.
Las tablas de multiplicar las aprendí, escribiendo cada una
cien veces. Gasté cientos de cuadernos, porque no solo eran
las tablas también, sino que también escribía “no debo hablar
en clases”. Incontables fueron las veces que me dejaron
estudiando después de clases a modo de castigo. Terminé la
primaria, incluso saltando el tercer año, porque cuando me
correspondió ya me lo sabía todo; mis castigos no habían sido
en vano.
Las humanidades comenzaron en el Colegio de Humanidades
de Villarrica, para continuar en el Liceo de Niñas de Valdivia.
Allí, el bicho de los ideales políticos empezó a anidar en mi
mente y corazón. Ideales de izquierda se profundizaron. No
soportaba las injusticias, fui una dirigente pidiendo lo que
creía justo, no me importo alzar mi voz y hacer huelga.
Huelga de hambre en el internado, dos días en que se botó la
comida; gran pérdida para el liceo. Conseguimos nuestros
propósitos, después de un sumario interno se trasladó la
funcionaria de la cual pedíamos su salida, por motivos que ya
no viene al caso contar. Yo recibí un nombre “la comunista
Soto” y es cierre de mi matricula, debía trasladarme de colegio
a terminar mi último año de humanidades lejos del liceo.
Mi currículum no era nada de bueno, pero mis notas sí. Escribí
una carta a la Directora del Colegio Providencia del Sagrado
Corazón en Temuco, le conté toda la verdad, sin omitir nada,
sin sacar ni poner nada. De respuesta, recibí un número que
era el que me fue asignado para el internado. Estaba
matriculada sin mayores trámites, no lo podían creer en mi
casa y más encima, con media beca. Era casi un premio mayor,
pero seguí siendo “la comunista Soto”.
Las monjitas me trataron de primera, conversaban mucho
conmigo, quizás con la sana idea de hacerme cambiar. A los
profesores les gustaba charlar conmigo, sobre todo, el de
filosofía y de historia.
Terminé el año en forma excelente y preparé el bachillerato.
Logré 27 puntos, de un máximo de 32 y un mínimo de 18; de
aquí a la universidad un solo paso.
Universidad de Concepción la carrera de historia y geografía,
pero las matemáticas no eran lo mío y la geografía era pura
matemática, perdí el año, pero gané grandes amigos, todos
comunistas, como era de esperar. Aprendí mucho sobre
filosofía y como contra punto investigué la masonería.
El próximo año Ciencias Políticas y Administrativas en la
Academia de la Universidad de Chile. Tres años que, entre
tanto cambio, cansaron a mi padre. Quedaban cuatro detrás
de mí, que también estaban estudiando.
Me rebajó la mesada, a tal punto que tuve que trabajar para
seguir estudiando. Vendí libros en la calle, fui garzona en un
restaurante frente al estadio de la Unión Española en calle
Independencia, cuando el equipo ganaba me llovían las
propinas. Pagaba pensión, compraba mis útiles de aseo
personal y me quedaba para ir al cine y una cajetilla de
cigarros.
Tres años y la opción de trabajar, me presenté a la Caja de
Empleados Públicos y Periodistas, de allí al Registro Civil, una
vez adentro trasladada a Loncoche, allí me casé, nacieron mis
tres hijas y quedé viuda a los 28 años. Supe por primera vez lo
que era la depresión, lo que era solucionar los problemas de
cuatro, tuve que renunciar al servicio público para atender a
mi familia.
Emborraché un año completo. Mis padres fueron a buscar a
mis hijas y quedé mascando lauchas, como se dice. De una
persona así, todos se alejan.
No fue tarde para recapacitar. Solicité mi reincorporación al
servicio, era el año 1971.
Me sirvieron mis antecedentes políticos, me llamaron a
Santiago, nada menos que a la Dirección General del Servicio.
Estuve a cargo de un departamento hasta el año 1976. Tenía
personal a mi cargo; de todos los colores y religiones. Eso no
me impidió defenderlos cuando hubo que hacerlo. Todos
éramos seres humanos con convicciones firmes y valores bien
definidos, aguantamos todos juntos el 11 de septiembre de
1973, y seguimos juntos hasta que por iniciativa propia nos
fuimos cambiando de oficina. Yo me vine a Pucón en enero del
1976, fui Oficial Civil Notario, un cargo no menor hasta el año
1982, cuando por razones obvias me pesquisaron y pasé a ser
una exonerada política. Más, agregada a la larga lista de los ya
existentes.
No me volví a casar, no era necesario. Me dediqué al servicio
social, trabajé en el Hogar de Cristo Villarrica durante 10 años,
voluntaria al principio, con un pequeño sueldo después.
Estaba a cargo de los recursos y finanzas. Conocí la pobreza,
muchas veces la miseria y me sentía impotente para solucionar
tanto problema.
Hoy estoy a cargo de una organización social, la Unión
Comunal de Clubes de Adulto Mayor de Villarrica, en forma
totalmente voluntaria, sigo trabajando para poder tener una
organización firme, autónoma, vigente, con grandes proyectos,
pero más que nada sin ninguna discriminación de ninguna
índole.
Mis hijas crecieron, estudiaron, se casaron y formaron sus
propias familias. Regaloneo y malcrío a mis 4 nietos y 4
bisnietos. Pude gozar de la compañía de mi madre hasta el año
2017, cuando falleció a la edad de 100 años y cuatro meses.

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