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EL MENSAJERO DE LA CRUZ

Karol Tatiana Virgüez Ortiz

Once–1

Fernando Rodríguez

Educación Cristiana

Instituto Colombo Sueco

Bogotá D.C 2011


En la iglesia cristiana se han levantado palabras de un evangelio falso, pero hay

algo que no es falso y es que Dios mando a su único Hijo a la cruz para que

limpiara el pecado del mundo, nos diera salvación y vida eterna. Jesús murió en

la cruz por todos los pecadores y para que todo aquel que en Él cree no se

pierda y pueda ser salvo por fe, no por obras. Cuando murió Jesús en la cruz

tambien murió el pecado y el pecador; pero aun así cada vez que nosotros

pecamos volvemos a clavar a Jesús en la cruz, es cuando lo recibimos como

señor y salvador que somos libres y permanecemos unidos a Él y es en ese

momento en donde ponemos fin la pecado y al yo que nos controla.

Hay personas que en las predicas de sus iglesia, que hablan sobre la

crucifixión, reciben el mensaje con agrado y algunos son conmovidos; tal vez en

algunas iglesias son más insistentes en este tema ya que uno de los objetivos

más importantes es que las personas reciban la vida de Dios y muchos de los

que en Él creen tengan paz y abundancia. Pero aun así, el objetivo dicho

anteriormente no ha tenido los resultados que se esperaban, las personas

escuchan el mensaje y queda en sus mentes más no hace ningún efecto en sus

vidas, es decir, guardan el mensaje en su cerebro pero no lo aplican en su

corazón.

Hay que tener precaución con el mensaje de la cruz, ya que lo que algunas

personas desean es convertirse en oradores y alabadores famosos y no lo hacen


por el verdadero motivo que es llevar un mensaje de vida a los corazones del

mundo y que fluya el espíritu santo en sus vidas. Las personas tal vez reciban

el mensaje de la cruz con agrado pero lo importante es que reciban a Jesús

como su señor y salvador y entender que el murió por nuestros pecados; aunque

se predique una y otra vez este mensaje, de una u otra forma, en el momento

que la gente lo escucha pueden orar, renunciar al pecado y decidir morir junto

con Cristo, pero después que todo termina no se nota que reciben a Jesús en

sus vidas, no se nota que tengan vida abundante en Dios. Por esto las personas

que llevan el mensaje de Cristo creen que algo están haciendo mal, entonces en

ese momento buscan la luz de Dios y se aflijen por su fracaso.

A pesar que no se aplique el mensaje de la cruz en los corazones de la mayoría

de las personas es muy importante hacerlo y aun mas en el poder del espíritu

santo. Dios en su palabra le dice a Pablo (2 corintios 2: 1-5) “Yo mismo,

hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran


elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber
de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado. Es más, me
presenté ante ustedes con tanta debilidad que temblaba de miedo. No les hablé
ni les prediqué con palabras sabias y elocuentes sino con demostración del
poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría
humana sino del poder de Dios”. El mensaje que pablo predicaba era de Jesús y
de este crucificado ¡Cuán grande será la pérdida si nuestro tema no es Cristo y

Su cruz!

Cabe resaltar que por más importante que sea el mensaje que se predica, si no

se aplica en la vida y en los corazones de los demás es casi una obra en vano,

ya que la meta de esto es llevarle un mensaje de vida al mundo. Es fácil hacer


que la gente entienda lo que se predica y hacer que lo acepten como enseñanza,

cualquier persona que cree y que tenga algo de conocimiento sabe cuando se

explican las verdades con claridad, pero cuando uno desea que las otras

personas tengan la vida y el poder de Dios y que experimente lo que se

predica; pero esto solo se logra si Dios le da una vida abundante a una persona

por medio del que lleva este mensaje.

Pablo predicaba la crucifixión y él mismo era una persona crucificada, que

predicaba el mensaje de la cruz con el espíritu de la cruz. ¡Muchas veces

predicamos la cruz, pero nuestra actitud, nuestras palabras y nuestro sentir no

dan la impresión de que estemos predicando la cruz! ¡Muchas personas que

predican la cruz no lo hacen en el espíritu de la cruz! Pablo dijo (1 Corintios

1:23-24) “No fui anunciándoos el misterio de Dios con excelencia de palabras


o de sabiduría”. Este misterio se refiere a la palabra de la cruz. Pablo no
predicaba la cruz con excelencia de palabras ni de sabiduría. “Ni mi palabra ni
mi proclamación fue con palabras persuasivas de sabiduría, sino con
demostración del Espíritu y de poder”. Este es el espíritu de la cruz, la cual es
sabiduría para Dios y necedad para el hombre. Cuando predicamos esta

“necedad”, debemos tener la forma, la actitud y la expresión de la misma.

Pablo obtuvo la victoria porque era verdaderamente un hombre crucificado. El

predicaba la cruz con el espíritu y la actitud de la cruz. Quienes no han

experimentado la crucifixión no serán llenos del espíritu de la crucifixión, y no

son dignos de anunciar la palabra de la cruz.

La experiencia de Pablo deja claramente en evidencia el motivo de nuestros

fracasos. El mensaje que predicamos puede ser bueno, pero debemos

examinarnos a nosotros mismos a la luz del Señor.


Es necesario que nos humillemos para que Dios tenga misericordia de nosotros;

no me refiero a aquellos que predican “un evangelio diferente”, sino a quienes

predican el evangelio de la gracia de Dios. Las palabras no están erradas y el

mensaje es correcto, pero ¿por qué los demás no reciben la vida de Dios? ¡El

problema reside en el predicador! Es éste el que está mal y por eso carece de

poder, no es necesariamente problema del mensaje. Es el hombre el que impide

que fluya la vida de Dios; no es que la Palabra de Dios haya perdido su efecto.

Cuando el hombre que predica la cruz y no la ha experimentado ni tiene el

espíritu de la misma, no puede impartir en otros la vida de la cruz. No podemos

dar lo que nosotros mismos no tenemos. Si la cruz no llega a ser nuestra vida,

no podremos comunicar la vida de la cruz a los demás. Nuestra obra fracasa

cuando intentamos anunciar la cruz sin antes saber si nosotros mismos la

experimentamos. Aquellos que son buenos para predicar, primero deben

predicarse a sí mismos, de otro modo, el Espíritu no colaborará con ellos.

Podemos obtener conocimiento en los libros que hablan de la cruz que

anunciamos y podemos buscar muchas definiciones en la Biblia. Pero todo ello

será un montón de conceptos prestados que no nos pertenecen. Aquellos que

tienen una mente hábil son los más peligrosos. Un predicador así está en mayor

peligro que otros, porque es posible que todo lo que estudie, lea y escuche, lo

dirija a los demás y no a sí mismo. Es posible que labore para los demás sin

darse cuenta de que él mismo se está muriendo espiritualmente. Podemos oír

palabras profundas acerca de los varios aspectos de la cruz o leer libros

acerca de las definiciones de la muerte sustitutiva de Cristo y de nuestra

condición de estar juntamente crucificados con El. Si nuestra mente es hábil,

es posible que podamos ordenar sistemáticamente estas enseñanzas, de manera


que cuando las compartamos podamos desarrollar el tema con claridad y tenerlo

todo bien organizado y presentar claramente todos los puntos y dividir los

argumentos de manera ordenada. Quizá hagamos todo esto de tal manera que

nuestros oyentes lo puedan entender bien. Sin embargo, a pesar de que ellos

entiendan el mensaje, no habrá un poder que los inste a procurar experimentar

lo que han entendido.

En asuntos espirituales, no hay poder si no hay vida. Es por eso que si uno no

permite que su vida sea usada por el Espíritu Santo a fin de que El derrame Su

vida en el espíritu de otros, éstos no tendrán la vida del Espíritu ni el poder

para practicar lo que uno les predique. Que el Espíritu de Dios nos muestre que

las teorías sólo llegan al alma del hombre, y que sólo la vida puede llegar a su

espíritu.

Al hablar de esta vida me refiero a la experiencia que uno mismo tiene de la

Palabra de Dios y del mensaje que predica. La vida de la cruz es la misma vida

de Jesús. Debemos permitir que nuestro mensaje pase la prueba en nuestra

experiencia primero. Debemos permitir que el mensaje actúe en nosotros

primero para que lo que entendamos y de ésta se convierta en parte de nuestra

vida y en el constituyente vital de nuestro andar diario y no sea simple teoría.

De esta manera, lo que predicamos deja de ser simplemente una teoría que

conocemos y viene a ser nuestra propia vida. A esto se refiere la Biblia cuando

habla de que seamos “hacedores de la palabra”. Es posible que no se entienda

la expresión “hacedores”; pensamos que hacedores son aquellos que hacen todo

lo posible por obedecer las palabras que oyen y entienden; pero esta clase de

acción no es la que se encuentra en la Biblia. Es cierto que debemos

proponernos practicar lo que oímos, pero las obras a las que alude la Biblia no
son nuestras acciones, sino permitir que el Espíritu Santo exprese en la vida de

la persona, la doctrina que ésta conoce. Se trata de vivir no de llevar a cabo

acciones. Si uno tiene la vida, espontáneamente se manifestarán las acciones.

La obra que describe la Biblia no equivale a hacer algunas buenas obras

ocasionalmente. Debemos usar nuestra voluntad para cooperar con el Espíritu

Santo en nuestra vida cotidiana a fin de poder expresar todo lo que tenemos en

nuestra experiencia. De esta manera podremos impartir la vida de Dios en los

demás.

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