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Homilía tercer domingo de adviento

Este domingo corresponde encender la vela de color rosa en la corona de adviento


y tal vez veamos al sacerdote vestido con ornamentos también rosa. Ante todo, nos
toca mantenernos entusiastas y compartir la alegría que significa este color de rosa.

Los textos litúrgicos de este tercer domingo de adviento son un himno a la alegría,
que se manifiestan como colores vivos en su forma litúrgica. La alegría es antítesis
de la tristeza y del temor.

La primera lectura de hoy tomada del Libro del profeta Sofonías, nos dice cómo el
pueblo de Dios era llamado a la alegría: “Canta, hija de Sion, da gritos de júbilo,
Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén”(Sof 3, 14). Es pues un
llamado a todos y cada uno de los miembros del Pueblo de Dios de todos los
tiempos, para vivir exultantes de gozo. Nadie se excluya de esta alegría. Al mismo
tiempo, nos muestra a un Dios feliz pues: “Él se goza y se complace en ti; Él te ama
y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta” (Sof 3, 18). No
basemos nuestra alegría en las cosas materiales o en los placeres mundanos, ya que
muchos lo hacen así en estos días y no hay nada más alejado que esto, del espíritu
navideño.

El apóstol san Pablo en la segunda lectura, también exhorta a los filipenses a gozar
de su vida cristiana diciéndoles: “Alégrense siempre en el Señor; se lo repito:
¡alégrense!” (Flp 4, 4). Esa alegría viene de no inquietarse por nada, por vivir en
paz y siempre agradecidos con Dios. Los amargados al contrario, si son medio
creyentes, sólo creen para tener alguien a quien culpar de sus desgracias y para
estarse quejando de lo que no tienen. Si escuchamos esta Palabra como lo es, como
Palabra viva de Dios, aceptemos la invitación de san Pablo a estar siempre alegres
en el Señor.

En el evangelio según san Lucas, aparece la persona de san Juan Bautista, llamando
a todos a prepararse a la venida del Mesías. Juan no pide que todos hagan lo que él
hace: no pide que la gente se vaya a vivir al desierto como él, ni que vistan piel de
camello como él, ni que se alimenten de saltamontes y miel silvestre como él, ni
que se dediquen a predicar como él. Cada uno tiene su propia vocación y si se nos
ocurre hacer cosas semejantes a las que hacía Juan, podemos caer en
extravagancias de algo que no es auténtico, por no venir de Dios

Las respuestas de Juan junto al Jordán las podríamos ampliar y multiplicar,


trasladándolas también a nuestro tiempo, a las condiciones en que viven los
hombres de hoy. La sensación de la cercanía de Dios provoca siempre preguntas
semejantes a las que se le propusieron a Juan junto al Jordán: "¿Qué debo hacer?"
"¿Qué debemos hacer? , estas preguntas que nos   orientan de manera clara cómo
deben proceder para prepararse adecuadamente a la “venida” (adviento) del Mesías
y para vivir un auténtico proceso de conversión.  De la respuesta del Bautista
podemos identificar algunas actitudes concretas, que podemos actualizar según
nuestras propias circunstancias:
 
1.      Ser sensibles a las necesidades de los demás,
2.      Ser capaces de compartir con los demás,
3.      Evitar cualquier tipo de explotación de los otros,
4.      No caer en modos de vida ilícitos, facilistas, superficiales e inequitativos,
5.      Renunciar a la violencia y crear una cultura de la No-violencia,
6.      Excluir toda forma de abuso de poder.
 
Notemos que estas acciones (opciones) son tan claras y urgentes que no necesitan
mayor explicación.
Simplemente el texto del evangelio nos invita y sugiere que debemos salir de
nuestro egoísmo y aprender a compartir. Es necesario invalidar los sistemas de
explotación y de inmoralidad y proceder con justicia y rectitud. Todo esto exige
reconocer la inviolable dignidad del ser humano, de cada uno de nuestros
semejantes.
 
En la segunda parte del evangelio propuesto para este tercer domingo de Adviento
el Bautista anuncia la llegada del bautismo que trae Jesús. Se trata de un bautismo
en el Espíritu Santo y no simplemente el bautismo que él proponía, que era una
propuesta de conversión, de limpieza de vida. El bautismo de Jesús (bautismo en el
Espíritu) va más allá: se trata no sólo de cambiar de vida y de orientación, sino de
entrar en comunión con Dios. Es esta comunión la que estamos invitados a
descubrir y a vivir en este tiempo de Adviento.

Nuestra alegría debe ser profunda, fincada en la fe y en la esperanza, pero, sobre


todo, arraigada en el amor que sabemos que Dios nos tiene y que nos esforzamos
por corresponder. Compartir la alegría durante las fiestas con nuestros familiares y
amigos es algo relativamente fácil, que cualquiera lo hace, incluso hasta los que no
creen o los que se olvidan de a quién celebramos en la Navidad, sólo festejando por
festejar. Por eso la invitación es ir un paso más allá y la Navidad nos da la
oportunidad de

Alegremos al Niño Jesús que nos espera en cada niño pobre, en cada niño enfermo,
en cada niño abandonado o angustiado
Llevémosles la alegría a nuestros abuelos que muchas veces están abandonados, no
sólo físicamente, sino espiritualmente, llevemos el entusiasmo a nuestros propios
abuelos de sangre.

Llevemos alegría a los enfermos, a los presos, a los pobres y a todos los que viven
en soledad, esa es una tarea cristiana para todo el año, pero que especialmente no
debe faltar en el tiempo de Navidad.

En este domingo de la alegría, que la vivamos atreviéndonos a preguntar al Señor,


lo que Él quiere de cada uno de nosotros, y sobre todo que estemos dispuestos a
cumplir lo que nos pida. Lo hacemos al tiempo que recordamos a todos los
miembros de nuestra comunidad parroquial que menos tienen, o que están solos, a
los que les va a faltar lo imprescindible en estos días, que es el sentirse querido por
alguien.

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