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Hemos conservado para los dos nombres la voz original hebrea. El Saddai, "el Ser
o Dios Omnipotente", era el nombre con que hasta entonces le conocieron los
patriarcas; su significado es análogo a la de Elohim, el creador del mundo, según,
el primer capítulo del Génesis. Pero el nombre de Jehová no se reveló al pueblo
hasta la época de Moisés. El nombre de Dios, anunciado con toda solemnidad y
consagrado religiosamente en esas escenas y acontecimientos, llegó a ser adorado
por los israelitas con profunda veneración y con verdadero temor. Y para añadir
mayor misticismo a la cosa, los cabalistas leían el siguiente pasaje cambiándole una
sola letra: "Este es mi nombre para siempre", o como dice el original "Zeh shemi l'
olam" que escribiendo así "eh shemi l' alan significa: "Este es mi nombre que debe
ocultarse en secreto." Esta interpretación pronto se convirtió en precepto, siendo
obedecida estrictamente hasta en nuestros días, a pesar de fundarse en un error
craso y probablemente intencionado.
Los judíos conservan muchas opiniones y fábulas supersticiosas sobre este nombre
pomposo y como les habían prohibido que no lo mencionaran en vano, decidieron
no pronunciarlo jamás. Lo sustituían por la palabra Adonai y por otras, siempre que
tenían que leerlo o pronunciarlo, y, a veces, se referían a él denominándolo simple
y enfáticamente el Nombre. Algunos suponían que bastaba repetir este nombre para
producir hechizos, y hasta hay quien asegura que nuestro Salvador produjo todos
los milagros (que no niegan) empleando místicamente el nombre venerable. Véase
el Toldoth Jeshu, obra difamatoria escrita por un judío del siglo XIII. En la pág. 7 de
la edición de Wangenseilius, publicada en el año 1681, se detalla sucintamente
cómo entró el Salvador en el templo y llegó a poseer el santo nombre:
"Leusden dice que había prometido dar cierta cantidad de dinero a los judíos pobres
de Amsterdam, cuando pronunciase deliberadamente el nombre de Jehová, pero
que tuvo que renunciar por no atreverse".
Los judíos piadosos jamás pronuncian la palabra Jehová, que sustituyen por Adonai
o Señor siempre que la encuentran en la escritura; práctica seguida por los
traductores de la versión inglesa de la Biblia con escrupulosidad casi judía, puesto
que la palabra Jehová del original ha sido traducida invariablemente por la voz
Señor.
En otras versiones se han tenido también los mismos escrúpulos. La versión de los
setenta traduce "Jehová" por "Kupios" Kyrios; la Vulgata, por "Dominus", la Alemana
por "der Herr" y la inglesa por "Lord", todas las cuales equivalen en español a
"Señor". La versión francesa emplea el título de "I'Eternel"; pero el Isaías Lowth, así
como la versión swendenborgiana de los Salmos, y otras traducciones recientes
han restaurado el nombre original, comprendiendo el verdadero valor de esta
palabra.
En el tratado talmúdico, Majan Hachochima, citado por Stephelin en la pág. 131 del
capítulo 1, de la Rabbinical Literature, se dice que, comprendiendo correctamente
el Shem Hamphorash, se posee la clave para interpretar todos los misterios. Y dice
este tratado, que: "Sabiéndolo comprenderás las palabras de los hombres, el
lenguaje del ganado, el canto de los pájaros, el habla de las fieras, el ladrido de los
perros, la conversación de los demonios, la lengua de los ángeles y de las palmeras,
el movimiento del mar, la unidad de los corazones, el murmurio de la lengua y hasta
los pensamientos de las entrañas.
En los ritos persas se revelaba a los candidatos recién iniciados un nombre inefable.
El nombre de Mitra, principal divinidad de estos ritos, que sustituía al Jehová hebreo
y representaba al Sol, tenía la particularidad de que el valor numérico de las letras
de que se componía sumaba precisamente 365, que es el número de días que tarda
la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol o, según ellos creían, era la duración
de una revolución completa del Sol en torno de la Tierra.
La punta del triángulo tenía un solo punto, debajo de ella había dos, luego tres, y,
por último, la base constaba de cuatro. Según el número de puntos de que se
formaba cada hilera, los pitagóricos trataban de representar la moneda, o principio
activo de la naturaleza; la duada o principio pasivo; la triada, o el mundo emanado
de su unión; y la cuaterniada, o ciencia intelectual. El número total de los puntos,
diez, simbolizaba la perfección y la consumación. Los pitagóricos conocían esta
figura con el nombre de "Tetractis", palabra equivalente al tetragrámaton por su
significado. Era tan sagrada, que por ella juraban los aspirantes a los ritos
pitagóricos guardar escrupulosamente los secretos y ser fieles. "Le confiaban las
palabras sagradas, siendo la principal la inefable Tetractys, o nombre de Dios".
El nombre sagrado de Dios empleado por los druidas era "Hu", que es una
modificación del tetragrámaton hebreo, aunque Bryant supone que lo aprendieron
de labios de Noé. En realidad es el pronombre masculino hebreo que puede
considerarse como simbolización del principio masculino o fecundador de la
naturaleza, especie de modificación del culto fálico.
Los antiguos creían que el ser supremo era bisexual, incluyendo en la esencia de
su ser los principios masculino y femenino y las fuerzas fecundantes y generativas
de la naturaleza, doctrina universal de todas las religiones antiguas, desarrollada en
el símbolo del Falo y del Cteis entre los griegos, y en el correspondiente del Lingam
y el Yoni, entre los orientales, de cuyos símbolos sederiva el masónico "punto dentro
del círculo". En todos ellos se enseñaba que Dios, el creador, tenía los dos sexos.
Todos los dioses varones (de los antiguos) se pueden reducir a uno: la energía
generativa, y todos los femeninos a otro: el principio prolífico. En realidad, todos
pueden englobarse en una gran Hermafrodita, el que combina en su naturaleza
todos los elementos productores, y que continúa conservando la vasta creación,
surgida de su voluntad.
Vuelve, pues, a repetirse una vez más el tan difundido símbolo del falo y del cteis,
del lingam y el yoni, o su equivalente el punto situado dentro del círculo, lo cual es
otra prueba evidente de la relación de la Francmasonería con los misterios antiguos.
Con esto el siguiente pasaje del Génesis hasta ahora incomprensible no lo sería (I,
27): "Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó: macho y hembra
los creó". No podrían ser a imagen de IHOH, si no hubieran sido macho y hembra.
Los cabalistas han agotado su ingenio y su imaginación especulando sobre el
nombre sagrado. Algunas de sus investigaciones son verdaderamente dignas de
estudio. No obstante, creemos haber dicho ya bastante para hacer resaltar la
importante posición que este nombre ocupa en el sistema masónico y capacitamos
de los símbolos con que se representa. Los antiguos representaron el nombre del
Ser Supremo por medio de jeroglíficos, prefiriendo éstos a las palabras, debido a la
gran reverencia, o mejor dicho a la supersticiosa veneración que les infundía.
Por ejemplo, las últimas investigaciones de los arqueólogos han demostrado que en
todos los documentos demóticos o comunes, los nombres de los dioses se
representan invariablemente por medio de símbolos; ya hemos aludido también a
las diferentes formas con que expresaban los judíos el tetragrámaton. Igual
costumbre prevaleció en otras naciones antiguas.
De la letra "G" hemos hablado ya. Esta letra del alfabeto español no puede
aceptarse como símbolo apropiado de una institución, cuyos orígenes datan de los
mismos comienzos del lenguaje humano, pues le faltan los dos elementos de
antigüedad y universalidad que deben caracterizar a todo símbolo masónico. No
cabe duda alguna de que su forma actual es la corrupción del símbolo hebreo: la
letra yod, con que se acostumbraba a expresar el nombre sagrado. Esta letra es la
inicial de la palabra Jehová, o Ihoh, como ya hemos demostrado antes, que se
encuentra constantemente en las obras hebreas, como símbolo o abreviatura de
Jehová, cuya palabra no se escribía nunca entera. Pero como la "G" es la inicial de
la palabra "God" (Dios), equivalente a Jehová, las logias modernas la han elegido
para sustituir la voz hebrea, cosa que, al parecer, ha sido errónea.
Teniendo, pues la letra G la significación y fuerza de la palabra hebrea yod, puede
considerarse que es, como su prototipo, un símbolo de la energía vivificante y
conservadora de Dios, expresada en la palabra Jehová o Ihoh energía generativa y
prolífica del Creador.
El "ojo que todo lo ve" es quizás el símbolo más importante del gran ser. Los hebreos
y los egipcios lo emplearon debido a que las almas imaginativas tienen tendencia
natural a elegir un órgano del cuerpo para simbolizar la función que tratan de
representar. Así, por ejemplo, el pie era el símbolo de la rapidez; el brazo, de la
fuerza, y la mano, de la fidelidad. Basándose en el mismo principió, eligieron el ojo
abierto como símbolo de la vigilancia y el ojo de Dios pará representar la vigilancia
y custodia divina del universo.
Los autores hebreos, emplean repetidamente este símbolo con tal sentido. Así, el
Salmista dice (Salmo XXXIV, 15): "Los ojos de Jehová están sobre los justos, y
atentos sus oídos al clamor de ellos", con lo cual se explica el siguiente pasaje: "He
aquí no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel" (Salmo CXX, 4).