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ANTONIO CHICHARRO

SOCIOCRÍTICA Y CULTURA∗


Publicado en Miguel Ángel Garrido Gallardo y Emilio Frechilla Díaz (eds.), Teoría/Crítica. Homenaje a
la Profesora Carmen Bobes Naves, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2007, pp.
131-145.
1. La sociocrítica, aunque ha privilegiado en sus análisis los textos ficcionales literarios,
ensayando una explicación de lo estético como valor social, sobre todo en sus
comienzos, nunca se ha mostrado cerrada al estudio de otros hechos culturales, artísticos
y no artísticos, verbales y no verbales, canónicos y no canónicos. El fecundo diálogo
disciplinar teórico-crítico de esta vía de conocimiento, la construcción de dispositivos
de conocimiento de proyección semiótica, válidos para el estudio de cualesquiera clase
de signos, y la radical apertura por lo que respecta al dominio de estudio han hecho de la
sociocrítica una de las corrientes de mayor aplicación sobre el dominio de la
particularidad de cuantas concurren hoy en el ámbito de los estudios literarios y
culturales. Ahí quedan sus estudios teóricos y aplicados sobre cine, discursos rituales e
institucionales, discursos marginales de la cultura, novela gráfica, política e ideología,
historiografía, música, folklore y tradiciones populares, literatura popular y
carnavalesca, etcétera. Se trata, además, de una corriente que no ha rehusado participar
con sus abiertos argumentos en absoluto postdisciplinarios en el largo debate
postestructuralista y postmoderno, ofreciéndose como un instrumento de conocimiento
que opera en el corazón de los procesos de significación social, justo en la encrucijada
donde confluyen lo dado y lo creado. Esto explica que no se haya limitado a teorizar
exclusivamente en la dirección de una sociología del texto y sí lo haya hecho en los
últimos años en lo que es una teoría del sujeto cultural y, en consecuencia, del texto
cultural.
Precisamente, Iris M. Zavala dejaba escrito en un texto preliminar sobre la crisis
del sentido en la postmodernidad, el ojo del huracán de la reflexión en nuestro dominio
de estudio desde hace unos años, que la sociocrítica constituía un método que desde los
años setenta permitía estudiar los textos culturales desde una perspectiva social e
ideológica centrándose en la producción y productividad de los discursos. Asimismo,
afirmaba que en un marco antisaussureano de trabajo esta disciplina venía desarrollando

“les problèmes de l`ouverture du signifié, de la codification du message, de structure,


d`herméneutique. Ses adeptes sont plus proches du Cercle Bakhtin que du post-structuralisme ou
du ´déconstructuinnisme`, ou des post-structuralistes qui mettent en avant une sémiotique
illimitée au sein de ce qui nommé la crisi du signifié, voire des néo-formalistes qui postulent que
les textes obéissent plus à une syntaxe (ce qu´on a appelé text-grammar) qu´ils n`indiquent un
signifié ou du sens” (Zavala, 1992 :14).
Estas palabras vienen a orientarnos sobre la global posición de base que
mantienen los estudios sociocríticos en nuestro momento presente. No cabe pensar que
siguen la estela de los llamados estudios culturales de ahora, aunque hayan coincidido
en el ancho dominio de estudio en múltiples ocasiones e incluso haya quienes
recomiendan frecuentar aún más el mismo como un modo de poner a prueba el
potencial de operatividad de la sociocrítica frente a artefactos sociocuturales no
literarios, en los que se vincule la noción de estética: cine, pintadas y arte mural,
publicidad, medios audiovisuales, música, etcétera. (Malcuzynski, 1992: 285). Tampoco
cabe pensar que se han sumado a este fenómeno de múltiples caras. Más bien, puede
resultar al contrario, esto es, que algunas de las vías de los estudios culturales tomara en
cuenta la lección de apertura en todos los órdenes que la disciplina sociocrítica viene
impartiendo desde hace treinta años. La verdad es que los estudios culturales, muchos
de ellos coetáneos en su origen de las teorías sociocríticas, muy variados y eclécticos
por lo que se refiere a sus perspectivas, y no menos por lo que respecta a sus dominios
de estudio, de vocación emancipadora y proyección política, postdisciplinarios a decir
de Jameson y, en consecuencia, ajenos a rigores epistemológicos, mantienen ciertos
lazos de origen con teorías sociológicas y teorías marxistas. No ha de extrañar que,
como con claridad resume Genara Pulido, se alejen del inmanentismo, excedan los
márgenes de la literatura, operen con cualesquiera objetos de cultura, cuestionen el
canon establecido y traten de ofrecer propuestas alternativas, mantengan una clara
conciencia socio-histórica, procuren la interdisciplinariedad si es que no practican la
postdisciplinariedad y operen con propósitos políticos de muy diverso color, pues hay
estudios que han escamoteado el nuclear concepto de clase social para operar con otras
categorías sociales de base identitaria, etc. (Pulido, 2003: 110-111),. En pocas palabras,
sí hay una relación de parentesco entre estas nuevas formas de estudio social de la
cultura, sin entrar ahora en valoraciones, y las sociologías y los marxismos y, en ellos,
los estudios sociocríticos.

2. De todas formas, no han faltado teóricos de perspectiva sociocrítica que desde un


doble plano, teórico e institucional –no se olvide que en el ámbito norteamericano de los
Estados Unidos y del Canadá el desarrollo de los estudios culturales tiene mucho que
ver con lo que es un cambio de las relaciones de poder en el seno de las instituciones
universitarias, siendo ésta la vertiente directamente política de estos estudios–, han
contribuido notablemente en la dinámica renovadora de los estudios culturales. Es el
caso de Antonio Gómez-Moriana que, de origen español, fuera profesor de la
Universidad de Montreal y promotor y director del grupo de investigación MARGES
quien ha dejado escrito lo siguiente:

“Los miembros del equipo MARGES fuimos por ello testigos de esa serie de cambios
de perspectivas (a veces simplemente de modas) que caracterizan la segunda mitad de los años
80 y la primera de los 90. También interveníamos en la dinámica renovadora de los estudios
culturales, aportando nuestra contribución al desarrollo de ese nuevo paradigma de investigación
y análisis de toda práctica social-simbólica, artística o no artística, verbal o no verbal. Pasábamos
así de una sociocrítica de la literatura que estudiaba los textos (tanto canónicos como no
canónicos) a partir del análisis de todas las prácticas simbólicas de la sociedad en cuestión.”
(Gómez-Moriana, 1999: 412-413).

Pero conocida la posición básica del grupo de investigación MARGES y la de su


responsable, podemos preguntarnos por el modelo de estudio de las prácticas culturales
que proponen y poder así comprender en qué consiste la especificidad de esta vía
sociocrítica de estudio de la cultura frente a otros desarrollos de los llamados estudios
culturales. En este sentido, operan con dos presupuestos básicos: el primero, que toda
sociedad es plural, dados los intereses existentes entre individuos y grupos del tejido
social. Se trata de una pluralidad conflictiva. De este postulado se desprende el siguiente
corolario: si la cultura, razona Gómez-Moriana (1999: 412), consiste en una serie de
lugares de enunciación de la palabra y de “performancia” del gesto, reglamentados y
codificados, todo estudio cultural debe incluir también los “otros espacios” que tales
lugares conllevan y las contradicciones, etc. que generan. A partir de aquí se comprende
que el estudioso sociocrítico incorpore al estudio de lo espacial (diatopía) y temporal
(diacronía) la dimensión social (diastratía) de todo signo ideológico, esto es, la “marca
social” que caracteriza a todo signo o conjunto de signos y a sus usuarios en el interior
del cuadro social, plural y conflictivo, en que se producen y circulan (Gómez-Moriana,
1999: 413).
Con el segundo presupuesto se afirma que la ideología, entendida como falsa
conciencia, juega un importante papel en el mantenimiento del orden jerárquico, lo que
hace necesario el reconocimiento de una dinámica social en los procesos de toma de
conciencia al contribuir éstos a un deterioro progresivo de todo orden establecido
(Gómez-Moriana, 1999: 412). Aquí radican la necesidad del estudio de la conciencia
como factor determinante de una dinámica social1 y aquí alcanza su sentido el trabajo de
Antonio Gómez-Moriana La Subversión du discours rituel, de 1985. Desde esta
perspectiva, se hace necesario prestar atención en el análisis de los productos culturales
al posicionamiento del producto mismo con respecto al orden jerárquico (Gómez-
Moriana, 1999: 413). Aquí radican, por ejemplo, los estudios del grupo MARGES
sobre L´ “Indien”, instance discursive, en coincidencia con los actuales estudios
poscoloniales.

3. Pero, tal vez haya sido M. Pierrette Malcuzynski, entre los investigadores
sociocríticos, quien más tempranamente reflexionara sobre esta perspectiva y el estudio
de la cultura al hilo de sus preocupaciones disciplinares y transdisciplinares fecundadas
por el pensamiento translingüístico bajtiniano, sin que nos olvidemos de Marc Angenot
y Régine Robin quienes habían editado un número de Sociocriticism, correspondiente a
1987-1988, con el muy claro y tajante título de “Social Discourse: A New Paradigm for
Cultural Studies”. Malcuzynski publica ya en 1989 un artículo titulado “The
Sociocritical Perspective and Cultural Studies”, no habiendo dejado de retomar esta
preocupación en sus trabajos siguientes. Así ocurre, por ejemplo, en su artículo “El
monitoring: Hacia una semiótica social comparada” (Malcuzynski, 1991b) y en su libro
Entre-dialogues avec Bakhtin ou sociocritique de la [dé]raison polyphonique, de 1992.
Pero conviene tener muy claro desde un principio que Malcuzynski no reflexiona para
producir una suerte de acercamiento interdisciplinario a los estudios que se ocupan de

1
Precisamente, Cleres Kant (2000), reconociendo de salida que el ámbito de la investigación sociocrítica
lo constituye preferentemente la práctica discursiva literaria, ha propuesto efectuar una lectura
sociocrítica de la conciencia moral basándose para ello en la teoría crosiana del sujeto cultural, de la que
trataré en este mismo trabajo. La argumentación de su proposición teórica es la siguiente: “entendemos
que sus categorizaciones pueden ser aplicadas a la comprensión de la conciencia, del sujeto moral que
sería –en cuanto cultural– resultante de un `proceso de sumisión ideológica´; esto significa que en el
ámbito de la subjetividad siempre funcionan los enunciados de un sujeto colectivo, el cual, siendo de
“naturaleza doxológica, legisla, dicta pautas de conducta, designa paradigmas, recuerda verdades basadas
en la experiencia o en la fe”. Este proceso de indentificación Yo-Ellos, que transforma al Yo en un cuasi
objeto, no se da en un plano totalmente consciente ni es consecuencia de una libre elección desde que los
paradigmas de la conducta son concebidos como bienes simbólicos de carácter colectivo; no es
precisamente el inconsciente freudiano el que interviene en la constitución del sujeto moral (modelización
del cultural) sino el no-consciente de los sujetos transindividuales “constituidos por las estructuras
intelectuales, afectivas, imaginarias y prácticas de las conciencias individuales”.” (Kant, 2000: 24).
la cultura o incluso a los que se integran bajo la nueva etiqueta crítica de estudios
culturales, lo que en realidad se revela como un obstáculo, sino que trabaja por una
teoría de la apertura de las modalidades sociocríticas con objeto de operar con la
problemática epistemológica que asume el hecho de que toda práctica sociocultural es
intrínsecamente ‘multidisciplinaria’ (Malcuzynski, 1991b: 162). Y, tal como ha
quedado dicho, el acercamiento interdisciplinario viene a resultar un obstáculo para su
proyecto de una semiótica social comparada por cuanto,

“tal como lo entendemos hoy día lo ´inter-disciplinario` refiere a una suma de disciplinas
distintas, fijadas en sí mismo y aisladas en sus propios campos de actividad en el seno de lo que
llamamos estudios culturales. En estas condiciones, la práctica crítica `inter-disciplinaria´ está
condenada a circular en función de una red sociodiscursiva donde dominan todos aquellos tipos
de convenciones prescriptivas que remiten a una problemática de yuxtaposición de estructuras
(pre)constituidas por diversas disciplinas.” (Malcuzynski, 1991b: 162).

Por esta razón, orienta toda su reflexión hacia la consecución de una práctica
sociocrítica transdisciplinaria que se fundamente en una semiótica social comparada.
Para ello, Malcuzynski opera con un presupuesto fundamental sociocrítico: que un texto
no consta únicamente de lo que enuncia y la manera en la que se (lo) enuncia, sino
también de silencios, de no-enunciados y de no-visibles, lo que permite pensar el texto
como una red de interrelaciones, una red en la que confluyen varias prácticas
socioculturales. Su propósito a partir de aquí es teorizar acerca de ese espacio y
suministrar algunos útiles de pensamiento que permitan su captación. A este propósito
obedece su concepto de monitoring o instancia mediadora que permite abarcar las
relaciones de preeminencia de lo interdiscursivo sobre lo discursivo y dar cuenta de la
polifonía discursiva que invierte la producción sociocultural. El monitoring viene a ser
un atento escuchar, según Malcuzynski, dentro del texto mismo para poder destacar el
discurso o los discursos producidos de aquéllos que son preexistentes y que se
encuentran atomizados en una producción dada. En este sentido, las nociones de
“intercambio” y “uso” resultan claves. Este planteamiento básico tiene sus
consecuencias a la hora de concebir la práctica literaria como conjugación e integración
de discursos socioculturales diferentes, literarios y no literarios, lo que fundamenta su
consideración del artefacto como una práctica “trans-discursiva”, perfilándose así
nuevos horizontes críticos a los que la sociocrítica debe responder en sus análisis,
situándose en el nexo de lo dado / lo creado. Si el artefacto literario es concebido como
una práctica “trans-discursiva”, se impone una práctica crítica que supere los límites
lingüísticos de la semiótica y que se constituya en una práctica transdisciplinaria, que
no interdisciplinaria. Se abre así al estudio de lo literario los elementos socioculturales
cualesquiera que éstos sean.

4. 1. Edmond Cros es, entre los teóricos de la sociocrítica, el que mayor atención ha
prestado al estudio de las mediaciones y, en consecuencia, al estudio del fundamental
espacio que conforman lo dado y lo creado en el texto -entiende todo texto literario
como producto de una serie de fenómenos de conciencia, entendida ésta
bajtinianamente, esto es, como hecho "socioideológico" que sólo surge y se afirma
como realidad en signos, cuya esencia y funcionamiento es social (Cros, 1986: 94)-.
Recordemos que, según su teoría, las estructuras de mediación que intervienen entre las
estructuras sociales y las textuales son de naturaleza discursiva. Por esta razón, sus
análisis2 se orientan al estudio de las redes discursivas que efectúan trabajos de
textualización en una sociedad determinada. Así pues, concibiendo la literatura como
sistema modelizante secundario, haciendo suyo tal concepto lotmaniano, y como forma
ideológica, en un sentido marxista althusseriano, y tratando en concreto el problema de
la escritura como espacio de la autonomía, en el sentido de Adorno y Bourdieu –según
el sociólogo francés, existe un desligamiento del arte con respecto a las variaciones de
la infraestructura; y el arte es social antes por la posición antagónica que adopta en la
sociedad si sólo ocupa esta posición en cuanto arte autónomo que a causa de su modos
de producción, según Adorno–, se ocupa de las prácticas y formaciones discursivas, de
los procesos y códigos de transformación y de otros funcionamientos textuales, en
particular la cuestión del genotexto y fenotexto –estos términos los toma de Julia
Kristeva, aunque los usa en otro sentido– para establecer un paralelismo riguroso entre
dos estados de la enunciación peculiar de un texto, distinguiendo una enunciación no

2
El método de análisis que aplica consiste en el establecimiento de textos semióticos, según explica con
claridad Francisco Linares, es decir, en ordenar las diversas selecciones de signos que el texto realiza con
independencia de lo que enuncia, y de las que surgen diversas líneas de sentido. Lo que sugieren estos
textos semióticos, “a saber, la distorsión entre el signo y lo enunciado, que remite a una problemática
entre esencia y denominación relacionable con un fenómeno de estructuración y desestructuración social,
es en definitiva lo que se comproborá sobre el funcionamiento textual” (Linares, 1996:14).
gramaticalizada que está llamada a estructurarse fenotextualmente (Cros, 1986: 119).
Estas categorías nutren lo que podemos llamar su primera etapa, en la que se describe el
funcionamiento textual según modelos de otras ciencias como el de las ordenadas y
abscisas estructuralistas, que explican los ejes paradigmático y sintagmático, y que Cros
emplea para explicar la generación del sentido textual, cuyo centro ubica en el vértice o
genotexto. A este primer momento pertenecen sus libros Ideología y genética textual. El
caso del “Buscón” y Literatura, ideología y sociedad, traducciones españolas de
l´Aristocrate et le carnaval des gueux, étude sur le Buscón de Quevedo (1975) y
Théorie et pratique sociocritiques (1983), respectivamente. Con el concepto nuclear de
esta etapa, el concepto de genotexto, Cros se refiere al fondo y a la productividad
significante, no siendo perceptible en sí mismo, salvo por el modo fenotextual de su
manifestación, tal como ha quedado dicho. Según Amoretti:

“El genotexto programa para la producción, pero es producto de las estructuras de sociedad y por
eso es necesario relacionarlo con ellas (...) está constituido por las condiciones históricas del
producto más las condiciones culturales de la sociedad. Inscrita en el momento histórico, esta
combinación dinámica de elementos que es el genotexto, programa todo el devenir del texto (...)
Los tres componentes de este motor de programación son: autoengendramiento, interdiscurso,
intertexto” (Amoretti, 1992: 58).

Según Cros, este primer momento fue de clara influencia por parte del estructuralismo
genético, si bien trató de llevar hasta sus más extremas consecuencias las nociones de
sujeto transindividual y no-consciente, aplicándolas sobre estructuras lingüísticas y
articulando estas nociones con las referidas a las prácticas discursivas por parte de
Michel Foucault (Cros, 1993: 188-189).
Más adelante, Cros elabora un concepto clave que supone un avance con
respecto al de genotexto. Se trata del ideosema3. Con este instrumento se facilita el
análisis de las representaciones que se manifiestan como conjuntos estructurados en el
texto y que le dan su dinamismo. Al ser la estructuración una práctica social, Edmond

3  Este concepto no es asimilable al bajtiniano de ideologema con el que nombra la determinación


socioideológica del valor de los elementos discursivos, lo que supone designar “un fenómeno ante todo
extra-textual, mientras que el ideosema, al contrario, un factor entera y específicamente textual”
(Malcuzynski, 1991ª: 23). El ideologema es un factor de asimilación de lo semiótico a lo ideológico, un
factor hegemónico orientador ideológicamente en la constitución de un discurso, que designa una función
común entre diferentes estructuras en un espacio sociocultural concebido como intertextual
(Malkuzynski, 1991ª 23).
Cros concibe el ideosema como un articulador semiótico y discursivo a un tiempo. El
ideosema designa simultáneamente el punto de origen de la estructuración y cada uno
de los elementos que en el texto reproducen ese origen. Es un punto clave del
funcionamiento textual y del sistema de estructuración de las prácticas sociales y
discursivas. Este concepto le sirve para mostrar la directa relación entre texto y sociedad
en el diseño mismo del modelo de producción textual, suponiendo una superación de la
explicación que proporciona el concepto de genotexto –útil en la explicación de la
dinámica de la producción-, al explicar el funcionamiento morfogenético. Este nuevo
planteamiento justifica que pueda hablarse de una segunda etapa en su teoría
sociocrítica a la que correspondería su libro De l`engendrement des formes, de 1990,
traducido en su mayor parte al español con el título de Ideosemas y Morfogénesis del
Texto. Literatura española e hispanoamericana (1992). En la introducción de este libro,
explica Cros por extenso todo el proceso teórico y de análisis de textos literarios
hispánicos –como reacción al exceso teoricista de su momento, la sociocrítica surge con
una fuerte dosis de empirismo metodológico hasta el punto haber guiado éste la
reflexión (Negrín, 1993: 174)- que le ha llevado a este concepto y precisa lo siguiente:

“Designo a estos fenómenos de estructuración [la confesión general de un detenido en


primera persona ante el tribunal inquisitorial y la transcripción del escribano en tercera persona,
relación Yo / Él, que se encuentra en obras de ficción de la época] como articuladores
semióticos cuando se trata de prácticas sociales o discursivas que se pueden localizar en el
pretexto o en el fuera de texto, y articuladores discursivos cuando se trata del texto. Y llamo
Ideosema a la relación entre el articulador semiótico y el articulador discursivo. Actuando los
unos sobre los otros, estos ideosemas transforman, desplazan, reestructuran el material
lingüístico y cultural, lo convocan por medio de afinidades o contigüidades de estructuraciones,
programan el devenir del texto y su producción de sentido.” (Cros, 1992: 12).

El interés de este concepto en el sistema crosiano reside en que facilita la superación de


los límites de una sociocrítica del texto literario para poder encarar una explicación de la
“socialidad” de todo producto cultural, esto es, se abre la posibilidad de una sociocrítica
de la cultura. La argumentación de esta apertura teórica la ofrece Edmond Cros al final
de la introducción a que me refiero, al ver en el análisis del funcionamiento ideosémico
–no olvidemos que la sociocrítica se interesa goldmannianamente antes por lo que el
texto transcribe en el juego de sus estructuras y formas que por lo que significa, lo que
supone concebirlo como una forma de conocimiento y un aparato translingüístico- la
caracterización de la producción cultural, sin adjetivos. Los procesos de estructuración
resultan claves para Cros, por cuanto,

“La estructuración no sería simplemente el instrumento de la semiosis. A través de lo


que podemos percibir de la forma como funciona en el texto de ficción, aparece como la
condición necesaria de toda comunicación intersubjetiva y de toda actividad del imaginario.”
(Cros,1992: 19).

Se dan así las condiciones de la apertura teórica al estudio de la cultura, pues los
ideosemas conforman unos conjuntos estructurados o campos morfogenéticos que se
realizarían en los objetos culturales a través de las unidades mórficas. Con este
concepto, Cros pretende precisar la organización compleja de un campo nocional
responsable de la semiosis, siendo este campo el que le da al texto sus coordenadas
sociohistóricas. Aquí encuentra su fundamento una nueva fase de su teoría sociocrítica,
la del estudio de la cultura como el espacio donde lo ideológico se manifiesta con mayor
eficacia, siendo la cultura el mecanismo social cuya función objetiva consiste en
enraizar la colectividad en la conciencia de su propia identidad, lo que remite a la
cuestión del funcionamiento del sujeto cultural y paralelamente a la del texto cultural,
de lo que vamos a ocuparnos no sin antes aproximarnos a lo que el propio teórico y
crítico entiende acerca del segundo momento de su reflexión.
Pues bien, afirma Cros que en esa nueva etapa tradujo en términos de semiología
las formulaciones anteriores. Así, los campos léxico-semánticos devinieron en textos
semióticos, lo que abría la posibilidad de estudio de otras modelizaciones,
solucionándose además el problema esencial del proceso de la inversión en el objeto
cultural de las estructuras de sociedad, al haber descartado la solución de la homología
goldmanniana. En este sentido, afirma que en el texto se podía observar el
funcionamiento de la mediación genética que constituyen las microsemióticas
intratextuales –las macrosemióticas corresponden a las lenguas naturales, a su vez
constituidas por microsemióticas que, implicando a otros tantos sujetos
transindividuales y consecuentemente el nivel no-consciente, segmentan y categorizan a
su modo experiencias múltiples, diversas y contradictorias–, ofreciendo así el texto las
claves de su codificación y descodificación.
Como ha quedado dicho, con estos últimos conceptos Edmond Cros abría la
posibilidad de efectuar análisis sociocríticos sobre el dominio de las más diversas
prácticas de la cultura. Ahora bien, lo que en realidad Cros ha efectuado en los últimos
años no es una simple apertura de dominios de estudio, sino una teoría global de la
cultura y la modalidad de su funcionamiento a que ha sido conducido desde sus
preocupaciones por el estudio del espacio entre lo dado y lo creado y por los
instrumentos conceptuales que ha elaborado –genotexto, ideosema, campo
morfogenético, entre otros– para operar sobre los mecanismos de la estructuración como
un modelo de cuestionar los procesos de producción de sentido. Su teoría ha quedado
expuesta en su libro D´un sujet à l´autre: sociocritique et psychanalyse, de 1995, que
había contado con un adelanto en forma de artículo en 1993, traducido al español en
1997 y reeditado con algunos cambios y nuevos textos en 2002. Conozcamos el núcleo
de sus reflexiones aquí expuestas.

4. 2. Conviene recordar que, para Edmond Cros, la cultura, que siempre es específica,
cumple una función objetiva consistente en enraizar a una colectividad en la conciencia
de su propia identidad. Sólo existe en la medida en que se diferencia de otras culturas,
quedando señalados sus límites por un sistema de indicios de diferenciación. Funciona
como una memoria colectiva que sirve de referencia e instrumento de perpetuación
social. Constituye el campo donde lo ideológico se manifiesta con mayor eficacia al
cumplir la función de identificación donde “la subjetividad es conminada a sumergirse
en el seno de la misma representación colectiva que la aliena” (Cros, 2002: 11). La
cultura existe a través de sus manifestaciones concretas que Cros reduce a tres tipos: el
lenguaje y las diversas prácticas discursivas; un conjunto de instituciones y prácticas
sociales; y, finalmente, su particular manera de reproducirse en los sujetos,
conservando, sin embargo, idénticas formas en cada cultura. Por otra parte, dado que es
un bien simbólico compartido colectivamente, el sujeto no puede ejercer sobre ella
ninguna acción, resultando las diferencias entre individuos consecuencia de la mayor o
menor adecuación a los modelos de comportamiento y al pensamiento que le son
propuestos. En este sentido y aunque estas divergencias reproducen las diferencias de
clase, Cros no enfoca la cuestión desde esta perspectiva por cuanto la cultura es una
instancia que integra a todos los individuos de una colectividad, pues
“Su función objetiva es integrar a todos los individuos en un mismo conjunto al tiempo
que los remite a sus respectivas posiciones de clase, en la medida en que (...) cada una de esas
clases sociales se apropia ese bien colectivo de maneras diversas” (Cros, 2002: 12).

La cultura, como realidad primera, tiene la función de producir y reproducir sujetos, lo


que le lleva a plantear la cuestión de su alienación por un ya aquí –lo dado– ideológico
inscrito en las prácticas sociales. Aquí fundamenta su concepto de sujeto cultural, con el
que designa cuatro factores: una instancia de discurso ocupada por Yo; la emergencia y
el funcionamiento de una subjetividad; un sujeto colectivo; y, por último, un proceso de
sumisión ideológica (Cros, 2002: 12).
A continuación, trata de demostrar que el sujeto cultural es el agente de la
alienación de los individuos, lo que se produce en el discurso y por el discurso –la
especificidad discursiva de un sujeto transindividual–, ya que lenguaje4 y cultura son
dos nociones co-extensivas, siendo por el lenguaje como el individuo se constituye
como sujeto. Siguiendo en su explicación la teoría de Benveniste sobre la función
estructuradora fundamental de la instancia de la enunciación, concluye afirmando que el
Yo es una forma vacía en espera de ser investida para convertirse en instancia del
discurso, esto es,

“esta red significa hasta antes de que me inserte en ella, habla en mi lugar, como si fuera yo
quien hablara, antes de que tome yo la palabra. Cuando el sujeto se instala en esta estructura las
formas hablan por él. Esta idea de la subjetividad como producto del discurso (y no de la lengua)
implica ya en consecuencia una difracción entre el sujeto que habla y el sujeto hablado.” (Cros,
2002: 15).

La red de formas vacías a que se viene refiriendo no es el producto de una


propiedad de la lengua, afirma, sino de las modalidades de adquisición de la facultad
discursiva, lo que quiere decir que es yo no quien dice yo sino aquél a quien se ha
enseñado a decir yo. Esta instancia vacía es la que interpela al individuo, constituyendo
una máscara, un señuelo, ya que detrás de esta ilusoria subjetividad se oculta el sujeto
cultural. Pues bien, para la explicación teórica de la emergencia del sujeto se sirve Cros

4 Edmond Cros entiende por lenguaje en el contexto de su trabajo el conjunto de las semióticas distintas
de las “macrosemióticas naturales” que son las lenguas nacionales y regionales (Cros, 2002: 14).
de las ideas de Lacan sobre cómo el sujeto se aliena al aparecer siempre representado
en detrimento de su verdad, pues, recordemos a Lacan, “Ello habla de él y en ello es
donde se le aprehende”. Este razonamiento le lleva a Cros a afirmar que el yo cede su
sitio al ellos, operando así el sujeto cultural tras la máscara de la subjetividad, pues esta
instancia se construye en el espacio psíquico de un único individuo. Señala igualmente
que el sujeto cultural forma parte ante todo de la problemática de la apropiación del
lenguaje en sus relaciones con la formación de la subjetividad y con procesos de
socialización, por lo que el sujeto no se identifica con el modelo cultural, sino que es
ese modelo cultural el que lo hace emerger como sujeto. A partir de aquí aplica el
esquema explicativo lacaniano de la emergencia de la subjetividad, proponiendo la
hipótesis de que el sujeto cultural y el Ego emergen al mismo tiempo.
Puesto que el sujeto del no-consciente es un constituyente primordial del sujeto
cultural junto al reprimido sujeto del deseo o sujeto inconsciente, Cros trata de examinar
el papel que el sujeto cultural desempeña y se centra para ello en la alienación que se
produce en tanto que el sujeto aparece siempre representado en el lenguaje en
detrimento de su verdad5. El sujeto cultural emerge en su lugar, siendo el individuo
atrapado por el lenguaje y su red de signos organizada según líneas de sentido y
trazados ideológicos que llamamos cultura, alienación que presenta distintos niveles (cf.
Cros, 2002: 18-19).

5  Dado el carácter nodal de esta fundamental cuestión, que es un principalísimo aspecto del
funcionamiento de la ideología burguesa, existe una importante cantidad de estudios sobre la misma.
Entre ellos, ni que decir tiene que hemos de hacer referencia a los de Louis Althusser y, entre nosotros, a
los de Carlos Castilla del Pino –véase en concreto su artículo “El sujeto como sistema”, en Hermosilla
Álvarez y Pulgarín Cuadrado (eds.) (2001), Identidades culturales, Córdoba, Universidad de Córdoba, pp.
387-407-. Según este filósofo francés, de cuyas ideas se sirve Cros, la ideología alcanza una existencia
material en un aparato ideológico e interpela a los individuos en cuanto sujetos, pues “la categoría de
sujeto es constitutiva de toda ideología, pero al mismo tiempo y ante todo añadimos que la categoría de
sujeto es constitutiva de toda ideología únicamente en tanto que toda ideología tiene la función (que la
define) de "constituir" a los individuos concretos en sujetos" (Althusser, 1970:156). Ha sido precisamente
su teoría del sujeto una de las aportaciones más sobresalientes para romper con la noción de "creador" y
ver estructuralmente, más allá de las evidencias ideológicas. Althusser, en "Observación sobre una
categoría: Proceso sin sujeto ni fin(es)" (Althusser, 1973: 73-81), afirma que los individuos actúan bajo
las determinaciones de las formas de existencia histórica de las relaciones sociales de producción y
reproducción revistiendo la forma de sujeto, sin que por ello los sujetos constituyan el sujeto de la
historia, ya que la historia es un proceso sin Sujeto ni Fin(es), cuyas circunstancias dadas son el producto
de la lucha de clases, motor de la historia (Althusser, 1973: 81). Estas reflexiones están en la base de las
expuestas por Juan Carlos Rodríguez sobre el sujeto literario cuya forma de existencia histórica se debe a
la matriz ideológica burguesa (Rodríguez, 1974: 5-16), lo que ha sido estudiado en su génesis histórica
por Antonio Sánchez Trigueros (1999).
   
Posteriormente, señala que la noción de sujeto cultural implica un proceso de
identificación mediante la constitución en el espacio psíquico de un único individuo, lo
que no impide que forme parte también de procesos de socialización. En todo caso,
funciona como una instancia intrapsíquica que posiblemente coincide con la del sujeto
no-consciente sin reducirse a ella y atraviesa otras nociones como las de sujeto
ideológico y sujeto transindividual. Es, precisamente, a través del sistema semiótico-
ideológico como se puede entender y valorar sus impactos en la morfogénesis de los
productos culturales y la importancia de su intervención en el origen socioideológico de
las formas. El interés de esta noción para nuestro teórico y crítico procede de que la
misma permite abarcar simultáneamente las dos dimensiones individual y colectiva del
sujeto. Es en este mecanismo donde debe abordarse la cuestión del texto cultural.
La teoría hasta aquí expuesta ha contado con diversas aplicaciones por parte de
este teórico sociocrítico. Así, por ejemplo, ha estudiado el sujeto cultural y el cine del
star-system, el sujeto colonial o la representabilidad del otro, las representaciones
históricas del sujeto cultural como en el caso de su estudio sobre la emergencia de la
figura del cristiano viejo, etcétera. Ha abierto además nuevas líneas de investigación en
el seno de la escuela montpelleriana de sociocrítica hasta el punto de haberse publicado
un último número monográfico de Sociocriticism (XVII, 1 y 2, 2002) sobre la noción de
sujeto cultural con diversos trabajos. Pues bien, en ese número Monique Carcaud-
Macaire habla abiertamente no de sociocrítica sino de una sociocrítica de las
producciones culturales cuyo objetivo primero es el estudio de los fenómenos de la
producción de las formas y del sentido a partir de las relaciones profundas que unen a
las sociedades en su historia y en sus culturas respectivas, por lo que

“Il s´agit en conséquence de rendre compte de l´efficace du sujet culturel impliqué dans / par la
création artistique, les formes qu´elle génère et les réseaux dialogiques de sens qu´elle induit.”
(Carcaud-Macaire, 2002 : 97).

Queda claro que el análisis del sujeto cultural implicado en / por la creación artística ha
de hacerse a través de objetos culturales que a su vez constituyen la particularidad del
texto cultural. Por esta razón, Cros ensaya una reflexión sobre el texto cultural en tanto
que herramienta en relación con la noción bajtiniana al respecto, según la cual el texto
cultural es constitutivo del horizonte ideológico del texto. Pues bien, a partir de aquí
describe su composición y funcionamiento, entendiendo que el texto cultural constituye
la instancia más próxima al sujeto cultural y posee un carácter fragmentario, un alto
contenido dóxico y un carácter narrativo6:

“Definiremos el texto cultural como un fragmento de intertexto de un determinado tipo


que interviene según modos específicos de funcionamiento en la geología de la escritura. Se trata
de un esquema narrativo de natura doxológica en la medida en que corresponde a un modelo
infinitamente retransmitido, el cual, como consecuencia, se presenta como un bien colectivo
cuyas marcas de identificación originales han desaparecido. (...) El texto cultural –tal como yo lo
entiendo- no posee verdadera vida autónoma. No existe más que reproducido en un objeto
cultural con la forma de una organización semiótica subyacente que sólo se manifiesta
fragmentariamente en el texto emergido (...) Su funcionamiento viene a ser como el de un
enigma: es enigma en sí y marca en el texto un enigma.” (Cros, 2002: 171).

Las consecuencias que estos instrumentos pueden tener están siendo calculadas.
Así, por ejemplo, se ha hablado de utilizar la noción de sujeto cultural operativamente
para teorizar sobre mecanismos culturales e intentar una generalización que nutra una
teoría materialista de la cultura; también, puede emplearse con una finalidad descriptiva
que permita, mediante cortes, conocer formas y sus condiciones de emergencia,
permitiendo a la vez una lectura materialista del objeto cultural (Carcaud-Macaire,
2000: 227). En cualquier caso, estas reflexiones han supuesto la introducción de una
nueva perspectiva y de un positivo factor de inestabilidad en los estudios sociocríticos,
constituyendo la ocasión de pensar los textos literarios no sólo en su morfogénesis
social y estética, sino muy especialmente como complejas prácticas de cultura que
cuando hablan dicen además la realidad de una cultura y por tanto materializan a su
modo una realidad histórica: lo que resulta de entre lo dado y lo creado, espacio
privilegiado de conocimiento y reflexión.

6
Puede entenderse en el sentido en que lo emplea Hayden White. Recordemos que White, desde una
perspectiva historiográfica, interpreta la narración no como una forma neutra que puede llenarse de diversos
contenidos, sino que ella misma es un contenido previo a cualquier materialización –el  contenido de la
forma–, al ser el modo en que la conciencia dota de significado a la historia (White, 1992). No parece estar
lejana esta relación del pensamiento crosiano con el de White si no olvidamos el largo esfuerzo teórico que ha
desarrollado acerca de una teoría sociocrítica de las estructuras significativas.
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