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En el año de su centenario, Jorge Luis Borges ha estado


acompañado de manera abrumadora por una legión de
admiradores y amigos que habría sobresaltado al escritor.
Mientras vivió, sin embargo, despertó celos y recelos, hirió y
fue zaherido, cambió sus ideas políticas y más de una vez
padeció la mortificación y la censura de los compañeros de la
víspera.
Antiborges reúne textos memorables de escritores y críticos
para quienes Jorge Luis Borges fue una perturbación, y así lo
manifestaron. En estas páginas se puede encontrar a quienes
dudaron de su escritura junto a quienes sospecharon de sus
intenciones. En realidad, la figura de Borges necesita apoyarse
en el juicio polémico de los hombres de su generación y de las
siguientes para dar una medida de su trascendencia.
Raúl Scalabrini Ortiz, Ramón Doll, Liborio Justo, Jorge
Abelardo Ramos, Enrique Anderson Imbert, Adolfo Prieto,
David Viñas, Arturo Jauretche, Juan José Hernández Arregui,
BIas Matamoro y otros, sin ser enemigos de Borges, lo dis-
cutieron con pasión desde posiciones diferentes, estéticas o
políticas, confirmando que la literatura argentina de este siglo
ha girado alrededor de su obra.
En el umbral mismo de convertirse en motivo de estatuaria
-que Borges despreciaba y definió como la preferencia na-
cional por los "guarangos de bronce"-, las voces críticas de su
tiempo le devuelven temperatura humana.

ISBN 950-15-1998-8
-a:
o
o
o
o-
o
Javier Vergara Editor -o
GRIA'O ZETA -s.
9 789501 519983
Martín Ernesto Lafforgue
nació en Buenos Aires en 1970.
Obtuvo su título de licenciado en
Sociología y Ciencia Política en la
Universidad de Buenos Aires.
También realizó estudios
en la Universidad de Perugia (Italia).
Participó en diversas investigaciones
y congresos sobre temas sociopolíticos
en la Argentina y otros países.
Director de la colección
Rogelio Carda Lupa

Diseño de tapa
Raque! Cané

Diseño de interior
Verónica Lemas

Los CONCEPTOS VERTIDOS EN ESTE LIBROSON DE EXCLUSIVARESPONSABILIDADDE LOS


AUTORESY NO NECESARIAMENTEREFLEJANEL PUNTO DE VISTADE LOS EDITORES.

Borges y la nueva generación © Adolfo Prieto, 1954, 1999


Comentario de David Viñas a Borges y la nueva generación
© David Viñas, 1955, 1999
La imagen colonizada de la Argentina: Borges y el Martín Fierro, extraído de
Imperialismo y cultura de Juan José Hernández Arregui © Juan José Hernández, 1999
Inquisiciones y sombras teológicas, de Leonardo Castellani
© Irene Enriqueta Caminos, 1999
Moraleja de Borges: su "guerrero y su cautiva", extraído de Arturo Jauretche,
Obras Completas © Corregidor, Buenos Aires.
Jorge Luis Borges © Liborio Jus o, 1978, 1999
Detrás de la penumbra está Inglaterra, extraído de Borges o el juego trascendente
© Bias Matamoro, 1971, 1999
Borges o el valor © Juan Gelman, 1997, 1999
Borges y su pensamiento político © Pedro Orgambide, 1978, 1999
Borges: el nihilismo débil, extraído de Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades
por gentileza de Editorial Sudamericana © Juan José Sebreli, 1997, 1999

© 1999 Martín Lafforgue


© 1999 Ediciones B Argentina s.a.
Paseo Colón 221 - 6° - Buenos Aires - Argentina

ISBN 950-15-1998-8

Impreso en la Argentina / Printed in Argentine


Depositado de acuerdo a la Ley 11.723

Esta edición se terminó de imprimir en


VERLAP S.A. Comandante Spurr 653
Avellaneda - Prov. de Buenos Aires, Argentina,
en el mes de julio de 1999
También para el pasado habrá premios.
Confiemos, lector, en que se acordarán
de vos y de mí en ese justo
repartimento de gloria.

J. L. Borges, Inquisiciones

Cuando he leído algo adverso he pensado: yo hubiera


podido escribir algo mucho más adverso que esto,
qué buenos son conmigo. Siempre tengo la sensación
de la indulgencia de la gente, de que me perdonan, de que
se han habituado a mí, que soy quizás una mala costumbre
argentina, nada más. El elogio es incómodo ...

J. L. Borges en entrevista con Antonio Carrizo, 1981


"
INDICE

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO UNO

Se abre la discusión 15

jorge Luis Borges


por Raúl Scalabrini Ortiz 23
Encuesta de la revista Megáfono
Opinión de Enrique Anderson Imbert 27
Discusiones con Borges
por Ramón 0011 31
Los Premios Nacionales de Literatura
Nosotros 43

CAPÍTULO Dos
Contorno: la crítica de la nueva generación 47

Borges y la nueva generación


por Adolfo Prieto 55
Borges y la nueva generación
comentario de David Viñas 77

CAPÍTULO TRES

Desde la otra orilla del Plata 87

Evasión y arraigo de Borges y Neruda


Diálogo entre Carlos Real de Azúa,
Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal 95
CAPíTULO CUATRO

El nacionalismo popular: la crítica


del intelectual nacional y popular 119

Borges, bibliotecario de Alejandría


por Jorge Abelardo Ramos 127
Inquisiciones y sombras teológicas
por Leonardo Castellani 141
La imagen colonizada de la Argentina:
Borges y el Martín Fierro
por Juan José Hernández Árregui 147
Moraleja de Borges: su "guerrero y su cautiva"
por Arturo Jauretche 169
Jorge Luis Borges
por Liborio Justo 179

CAPíTULO CINCO

Borges visto desde la nueva izquierda 191

Detrás de la penumbra está Inglaterra


por Bias Matamoro 199

CAPíTULO SEIS

Un balance necesario 251

Borges y su pensamiento político


por Pedro Orgambide 257
Borges o el valor
por Juan Gelman 333
Borges: el nihilismo débil
por Juan José Sebreli 337
INTRODUCCIÓN

Jorge Luis Borges ha ingresado -como él con cierta pre-


ocupación llegó a entrever- al exclusivo panteón de los mitos
nacionales. Es el nuevo ídolo de un Olimpo en el que se codea
con muchas de las figuras que en vida supo abominar con envi-
diable fervor.
Así, como objeto, se lo consagra y consume: se suce-
den homenajes y conferencias, se "reedita" su "arqueología
literaria", se redescubren "nuevos inéditos", pululan biogra-
fías y aparecen con llamativa frecuencia otras tantas recopi-
laciones de entrevistas, diálogos y anécdotas ingeniosas. Se
anuncian películas. Hay remeras, llaveros, posters y almana-
ques con su efigie; muestras fotográficas y concursos litera-
rios se escudan tras su nombre. Las agencias gubernamenta-
les se lo disputan. La opinión pública lo reverencia. La
Legislatura porteña avanza un poco más y consagra, con el
peso de la ley, el año borgeano. Borges, en fin, está en todas
partes.
¿Qué más se puede decir sobre él? ¿Qué queda por ex-
plorar de su obra? ¿Es posible establecer cierta distancia del
elogio sistemático?
El propósito de este libro es acercar un conjunto de tex-
tos que aunque ciertamente heterogéneos en su estilo e inten-
ción, en su enfoque estético e ideológico, permitan explorar
nuevos mapas de lectura, abran puntos de fuga, en un sentido
12 antiborges
si no necesariamente contrario, por lo menos diferente del de
esta sofocante hagiografía.
El lector no se encontrará con análisis sobre laberintos,
espejos, mitologías o tigres. Quizás el tenue hilo común de esta
antología sea el intento -a veces desaforado, siempre produc-
tivo-, de repensar las relaciones invariablemente complejas
entre literatura y sociedad, ideología y estética, hoy infelizmente
desechadas y, desde ahí, considerar un Borges ya no sólo inser-
to en la abstracta "tradición literaria occidental" sino también,
y sobre todo, en la experiencia y la historia rioplatense.
Hemos reunido dieciséis textos que recorren un arco tem-
poral de casi un siglo -el ciclo borgeano-; con puntos de
vista ideológica y estéticamente contrapuestos. Hay ensayos de
indagación política, de crítica literaria, artículos periodísticos,
manifiestos generacionales y mesas redondas.
Toda antología, se sabe, implica un recorte y una elección.
Nuestro criterio ha sido, en verdad, plural: hemos seleccionado
algunos textos porque son muy dificiles de encontrar por estar
agotados o inéditos, otros por la indudable repercusión e influen-
cia que han alcanzado en un momento sociohistórico determina-
do y, finalmente, están aquellos que, debido a su particular inte-
rés, nos parecía importante incorporar al presente volumen.
Los organizamos y presentamos al lector siguiendo un do-
ble criterio: cronológico-generacional y político-ideológico.
El Capítulo Uno, "Se abre la discusión", comienza con
un artículo hasta ahora inédito de un veinteañero Raúl
Scalabrini Ortiz sobre eljoven poeta de Palermo, en ese enton-
ces -1926-, casi sin obra. Le sigue la opinión sobre Borges
de Enrique Anderson Imbert, editor literario de La Vanguar-
dia, vertida en ocasión de la encuesta que lleva a cabo la revista
Megáfono (1933). El escritor socialista realiza una crítica demo-
ledora y anticipatoria de muchos de los que veinticinco años
después serán los ejes sobre los que versarán las críticas de las
"nuevas generaciones" de intelectuales progresistas. La encuesta
merece la contestación vehemente y nacionalista de Ramón
Doll desde la revista Letras. Éste es el tercer material que selec-
cionamos. Finalmente incluimos un artículo publicado por la
Introducción 13

revista Nosotros (1942) que habría de repercutir significa-


tivamente sobre el incipiente narrador.
El Capítulo Dos está dedicado a la crítica de "la nueva
generación", nucleada en torno a la revista Contorno. Esta ge-
neración, que sale a la luz con el fondo de una Argentina defi-
nitivamente transformada por el peronismo, se plantea una
revisión total de valores, desde la ética a la estética, pasando
por la relación con el lector, la relación entre política y litera-
tura y, desde luego, la relación con la propia tradición litera-
ria. Si el legado cultural previo debe ser revisado, la obra de
Borges, escritor ya definitivamente consagrado, será entonces
tema de tratamiento imprescindible. Hemos seleccionado los
núcleos argumentativos centrales de Borgesy la nueva generación
(1954) de Adolfo Prieto (por otro lado, el primer libro ínte-
gramente dedicado al escritor) y un artículo de David Viñas
(1955) donde éste termina de definir la crítica contornista.
El Capítulo Tres, "Desde la otra orilla del Plata", recoge
las intervenciones de tres notables críticos uruguayos: Carlos
Real de Azúa, Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama, en una
mesa redonda dedicada al abordaje comparativo de Borges y
Neruda (1959). Desde muy disímiles orientaciones ideológicas
y estéticas los tres defienden con igual rigor sus posturas en un
. estimulante torneo intelectual de plena vigencia.
El siguiente capítulo reúne producciones de ensayis-
tas de dos orientaciones estrechamente ligadas: el naciona-
lismo popular y la llamada "izquierda nacional". Estas co-
rrientes son las que han venido realizando la crítica más
persistente -quizás no la más sutil-s-, sobre el autor de "La
muerte y la brújula" cuyos orígenes se pueden encontrar ya
en el mencionado artículo de Ramón Doll, un autor difusa-
mente emparentado con estas tradiciones, que encuentra al
joven criollista dueño de una prosa "perfectamente antiar-
gen tina". Hemos compilado los polémicos aportes de Juan
José Hernández Arregui (1957) y Jorge Abelardo Ramos
(1961), un interesante artículo de Leonardo Castellani
(1953), la punzante reflexión de Arturo Jauretche (1965) Y
un trabajo más reciente de Liborio Justo (1978).
14 antiborges
El Capítulo Cinco está dedicado a la posición que asu-
men los que a falta de una mejor definición hemos denomi-
nado los intelectuales de la "nueva izquierda" político-cultu-
ral. El texto de BIas Matamoro (1971) constituye una de las
críticas más sistemáticas y abarcadoras sobre Borges a partir
de un variado arsenal teóri co-crf tico de clara impronta
sesentista: el marxismo existencialista, el freudismo, la so-
ciología del conocimiento.
En el último capítulo incluimos escritos más recientes de
tres importantes intelectuales: Pedro Orgambide (1978),Juan
Gelman (1993) yJuan José Sebreli (1996), que han realizado
un esfuerzo poco común para articular las contradictorias va-
loraciones, ideológicas y literarias, que vida y obra de Borges
les han suscitado.
Cada capítulo está acompañado de una breve nota
introductoria que pretende brindar un pantallazo muy ge-
neral sobre los autores y el contexto sociopolítico en el que
están insertos.

Buenos Aires, mayo de 1999


M. L.
CAPÍTULo UNO

Se abre la discusión
En 1926 el joven Borges había publicado dos libros de
poesía: Feroor de Buenos Aires (1923) YLuna de enfrente (1925), y
otros tantos volúmenes de ensayos: Inquisiciones (1925) YEl ta-
maño de mi esperanza (1926). Era el poeta todavía ultraísta, vaga-
mente yrigoyenista, frecuentador de tertulias de café, el de las
revistas Prisma, Proav Martín Fierro; el poeta que le cantaba a los
evanescentes, difusos, arrabales porteños de patios con aljibes
y rasgueo de guitarras, portones, almacenes y puestas de sol en
Villa Ortúzar. En el artículo, hasta ahora inédito, con el que
comenzamos esta antología, Raúl Scalabrini Ortiz, en ese en-
tonces él también fervoroso habitué de las veladas literario-
filosóficas que animaba el extravagante metafísico Macedonio
Fernández, traza una emotiva semblanza de su, creemos leer,
amigo, en la que con certera premonición descubre la tensión
vital -"espíritu andariego y avidez de erudición", dice- que
lo recorre y la potencia renovadora de su prosa.

El año 1930 es, sin duda, un año bisagra para la Argenti-


na: marca el fin en el país del ciclo expansivo del liberalismo
económico plenamente integrado al mercado mundial y pláci-
damente volcado a las exportaciones agroganaderas, y del fun-
cionamiento normal de las instituciones del liberalismo consti-
tucional. El golpe de estado que encabeza el general Uriburu
18 antibmges
da inicio al espiral de inestabilidad política que envolvería al
país por largas décadas. Comienza a gestarse, más por urgen-
cias que por convicciones y estrategias estudiadas, la reorien-
tación industrialista y mercadointernista del desarrollo econó-
mico con eje en la progresiva intervención estatal; mientras se
tensa el arco ideológico fogoneado por la consolidación en
Europa de la opción fascista y la pujanza inesperada del Estado
Socialista alumbrado en octubre de 1917.
Marca 1930, también, un corte en la obra borgeana: el
poeta cede frente al cuentista; el criollista y, aún el porteñista,
al cosmopolita; las travesuras de Proa o Martín Fierro al acarto-
namiento de Sur, la calle y las tertulias, ahora sí, definitivamen-
te, al silencio de las bibliotecas. Más audaz, el investigador chi-
leno Víctor Farías arriesga que esta divisoria es en verdad el
producto de una profunda transformación en su concepción
de la vida que se plasma en dos programas literarios antagóni-
cos. Para Farías el joven Borges "contenía, vivaz y brillante,
consecuente y profético, el antiBorges del Borges que todos
conocíamos (v..) la obra inicial incluía en su centro un progra-
ma literario audaz y de muy ardua exigencia original basado
en una concepción de vida diametralmente opuesta al Borges
oficializado. Las proposiciones y metas fundamentales del
Borges de madurez iban apareciendo en la obra proscrita, una
a una pero todas bajo un signo antagónico".*

En 1933 el nombre de Borges ya está definitivamente insta-


lado. En 1928 había publicado El idioma de los argentinos; en 1929
Cuaderno San Martín, con el que obtiene el Segundo Premio Mu-
nicipal de Poesía, prestigioso galardón dedicado a autores jó-
venes; en 1930 Evaristo Carriego, y en 1932 Discusión. La novísima
revista Megáfono, que dirigen Sigfrido Radaelli, Erwin Rubens y
Víctor Max Wullich, decide organizar una encuesta-discusión

* Víctor Farías, Las actas secretas, Anaya y Mario Muchnik, Madrid,


1994.
Se abre la discusión 19

sobre Borges en la que participan quince escritores. La publica-


ción señala que se lo ha elegido "por tres razones: primero, por-
que le parece importante su obra literaria; segundo, por lo que
este escritor representa y ha representado dentro de la 'nueva
generación' y tercero, porque es el autor que más influencia ha
ejercido sobre los escritores másjóvenes".
Ya entonces este Borges, un Borges que no había
incursionado en el género que le depararía su envidiable pres-
tigio universal, suscitaba la más entusiasta adhesión y la polé-
mica. El número de Megáfono había sido concebido en forma
circular: cada escritor daba su opinión y el siguiente podía en-
sayar una refutación, una nota complementaria o simplemen-
te escribir con independencia su dictamen. El resultado es
dispar. Para el escritor francés Drieu La Rochelle la sola obra
de Borges justificaba su viaje; Ulyses Petit de Murat conside-
ra que su producción "es una de las más importantes que
registra la historia literaria del país" y que "muy pocos hom-
bres de su generación pueden alabarse de tener una obra se-
mejante"; Enrique Mallea se entusiasma con "el sustancial va-
lor de su estilo"; y Erwin Rubens cierra la encuesta diciendo
que "entre nosotros, vale como ejemplo de precisión idiomática
(...), de devoción a la palabra fren te a la chabacanería expresi-
va del ambiente ...".
Sin embargo, la misma encuesta da lugar a algunas -no
demasiadas- críticas poco complacientes. Las hay puntuales,
como la del escritor católico Ignacio Anzóategui que opina que
un artículo del "Sr. Borges" sobre el Infierno es "indigno del
cerebro de un pollo", le siente a Fervor de Buenos Aires "olor de
agua de albañal" y, en definitiva, concluye en "...que ahora el
Sr. Borges no tiene nada que decirnos ....";Juan Pedro Vignale
cuestiona el carácter excesivamente fragmentario de su prosa,
poniendo de ejemplo su Evaristo Carriego y León Ostrov entien-
de que le falta aliento para escribir una obra mayor.
En este volumen transcribimos íntegra la respuesta de
Enrique Anderson Imbert, en ese entonces veinteañero direc-
tor de la sección cultural del periódico socialista La Vanguardia,
que de alguna manera contiene, de forma larvada, el núcleo
20 antiborges
argumental de objeciones, cuestionamientos e impugnaciones
sobre las que otros críticos volverían años más tarde. Inmedia-
tamente después el ensayista nacionalista Ramón Doll desde la
revista Letras, dirigida por Arturo Cambours Ocampo, toma
parte en la discusión con un artículo de fuerte tono polémico.
Éste es el tercer material compilado para el presente capítulo.

En 1941 Borges decide presentar su primer libro de cuen-


tos, El jardín de senderos que se bifurcan, recopilación de cuentos
originalmente aparecidos en la revista Sur desde 1939, al Pre-
mio Nacional de Literatura. Este concurso, que se había co-
menzado a implementar en 1916, constituía un verdadero acon-
tecimiento cultural: no sólo era bien apreciado el generosísimo
monto que otorgaba a los tres seleccionados -para el primer
premio una cifra similar a unos cien sueldos de aquéllos per-
cibidos por Borges como bibliotecario-, sino que también ge-
neraba una muy amplia publicidad, que además de estimular
las ventas instalaba al favorecido en la primera plana de los
círculos literarios.
El prestigio asociado a los premios era más controvertido ya
que solían producirse cuestionamientos ideológicos, estéticos e
incluso éticos sobre cada uno de los fallos, y sobre la idoneidad y
pertinencia de los jurados. Así en 1927 cuando Roberto J. Payró
obtiene el segundo premio y con el primero se ve favorecido el
muy popular, aunque de dudosa relevancia literaria, Hugo Wast
(seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría) se produce un verda-
dero escándalo, que se repite amplificado cuando en 1933 Ma-
nuel Gálvez, segundo y relegado por un entonces desconocido
Ezequiel Martínez Estrada, acusa a Leopoldo Lugones de haber
orquestado aljurado en una suerte de conspiración en su contra.
Eljurado del trienio 1939-1941 dictaminó, en fallo divi-
dido, como merecedores de los premios: primero a la novela
histórica Cancha Larga de Eduardo Acevedo Díaz; segundo a
Un lancero de Facundo, también histórica; y el tercero fue para
los cuentos de Pablo Rojas Paz reunidos con el título de El-patio
de la noche. El libro de Borges no fue mencionado.
Se abre-la discusión 21

Recordemos que el disparador de estos cuentos fue un


hecho bien desafortunado; en la nochebuena de 1938, a raíz
de un accidente doméstico, Borges padece una infección que
le desata serios problemas visuales. El escritor debe permane-
cer en cama sufriendo física y psíquicamente -el recuerdo de
su padre también disminuido visual- (en "El sur" se recrean
estas vivencias). Para probar hasta qué punto estaba deteriora-
da su capacidad de escribir decide incursionar en un género
donde hasta entonces sólo había realizado una tímida incur-
sión en Historia universal de la infamia (1935). De esta manera,
supone, el fracaso será menos doloroso. Es el origen de "Pierre
Menard, autor del Quijote".
Ha sido reiteradas veces señalado que el fallo del Premio
Nacional de Literatura habría, paradójicamente, de favorecer la
difusión y el prestigio del nombre y la obra de Borges. La revista
Sur, bajo la enérgica dirección de Victoria Ocampo, consagró el
número correspondiente ajulio de 1942 al desagravio y homena-
je (a Borges) en una edición especialmente cuidada. Entre los
prestigiosos articulistas se cuentan filósofos como Francisco Ro-
mero, escritores como Adolfo Bioy Casares, Manuel Peyrou yJosé
Bianco, un arrepentido Anderson Imbert ("Su obra -original,
sincera, intencionada, resplandeciente, exquisita, hábil y compri-
mida- ennoblece nuestras letras"), el filólogo dominicano Pe-
dro Henríquez Ureña y el ensayista Eduardo Mallea, entre otros.
El todavía inédito Ernesto Sabato es el único que toma cierta dis-
tancia del panegírico, y a partir de una relectura de la crítica
borgeana a Lugones, lo presenta como un "gran poeta" pero se
permite señalar que sus cuentos pertenecen "a esa literatura lúdica
y bizantina que constituye el lujo (pero también la flaqueza) de
una gran literatura". Apreciación ésta que mantendrá por lo me-
nos durante veinte años más. La importante circulación e influen-
cia de Sur y sobre todo la relevancia de los veintiún artículistas
significaron un espaldarazo poco común en términos de legitima-
ción simbólica. Borges confesó su sorpresa, más que su agrado,
ante este público reconocimiento.
Ese mismo mes la otra tribuna importante de la in te-
lectualidad liberal, Nosotros, publica una encendida defensa del
22 antiborges
fallo y una fuerte crítica a El jardín de senderos que se bifurcan.
Esta nota -probablemente escrita por el crítico Roberto
Giusti, director de la revista, miembro del jurado y conside-
rado el "edecán" de la crítica literaria argentina- es el cuarto
material que ofrecemos.
Si es bien cierto que el número de desagravio causó sor-
presa y emoción en Borges, no menos fuerte debe haber sido
el desaliento que sintió al ser rechazado y tan fuertemente de-
nostado en una publicación, Nosotros, a la que lo unía una rela-
ción afectiva -en ella, por ejemplo, él había publicado
"Ultraísmo" (1921), una suerte de manifiesto de la generación
vanguardista, y la primera antología de esta vanguardia
(1922)-. Le deben haber impresionado tanto el tono como
las expresiones usadas, por cierto infrecuentes en la revista.
Unos años después Borges habría de tomarse una delicada
venganza en su cuento "El Aleph", publicado originalmente en
Sur en 1945, donde las alusiones a nombres y temas del incidente
pueden ser fácilmente reconocidas. En otro nivel es probable que
la postura explicitada en Nosotros le haya servido de disparador
para terminar de ajustar cuentas con el realismo literario; posi-
ción finalmente plasmada en su serie de conferencias recopiladas
bajo el título de "El escritor argentino y la tradición":

* Es significativo que en el citado Desagravio a Borges, Adolfo Bioy


Casares, su gran amigo, haya expuesto una concepción muy simi-
lar a la de Borges en estas conferencias. Dice Bioy, refiriéndose a
las teorías que respaldan al jurado: "...colaboran en la tendencia
las ideas fascistas (pero más antiguas que ese partido) de que de-
ben atesorarse localismos, porque en ellos descansa la sabiduría,
de que la gente de una aldea es mejor, más feliz, más genuina, de
la superioridad de la ignorancia sobre la educación (...) Son tam-
bién estímulos de esa tendencia la fortuna literaria que han lo-
grado algunas selvas del continente. Creo, sin ninguna vanaglo-
ria, que podemos decepcionamos de nuestro folklore, podemos
prescindir de cierto provincialismo del que adolecen ciertos es-
critores. Es natural que para un francés la literatura sea la literatu-
ra francesa. Para un argentino es natural que su literatura sea
toda la buena literatura del mundo ...". Citado por Luis Chitarroní
en Los escritores de los escritores, El Ateneo, Buenos Aires, 1997.
19r~eLuis. BQr,ges
10 _.,..
'V

N Hombre pleno de antinomias es este Jorge Luis. Yo


t
no sé cómo él sofoca o coordina los movimientos antagó-
O
nicos de su espíritu; la minuciosa precisión de su razona-
e
·c miento y la invariable candidez de su sensibilidad; su es-
.o
C1J píritu andariego y su avidez de erudición. Muchos paisajes
C1J ha visto sin que se adentraran en su pupila. Con su tranco
Ü
CJ) decidido ha recorrido muchas calles, buscando siempre
la realidad semejante a la ciudad de su recuerdo, donde
él vive y aspira vivir siempre: una tapia tranquila limitan-
do el cielo, un almacén color de guindado, una novia de
crenchas largas y una total ausencia de renovación. Pero,
aunque estas contradicciones se reflejen amortiguadas en
su obra, son conocimientos de amistad no divulgables.
Hace veintiséis arios nació Borges en Palermo, po-
siblemente en la manzana en que luego había de apoyar
su "Fundación mitológica de Buenos Aires"; manzana que
el progreso aleja y que Borges va persiguiendo de barrio
en barrio. Durante los arios de la guerra vivió en Gine-
bra. Salvo su conocimiento de alemán, Ginebra no dejó
nada en él. En Madrid se inscribió entusiastamente en el
movimiento ultraísta. Fue amigo de Ramón y Cansinos
Assens, pero tengo para mí que lo fue más de Cansinos.
Al volver cantó su entusiasmo en Fervor de Buenos
Aires y con Piñero y González Lanuza fundó la revista
Jorge Luis Borges 25

Raúl Scalabrini Ortiz

Nació en 1898. Mientras estudiaba agrimensura par-


ticipó en la fundación del grupo marxista Insurrexit y se
vinculó al Partido Comunista; labor política que combi-
naba con la literatura y el boxeo. En 1927,junto a Borges,
Leopoldo Marechal y otros jóvenes, frecuentó las tertu-
lias de Macedonio Fernández que habrían de ejercer en
él una poderosa influencia. En 1931 publica El hombre
que está solo y espera, ensayo de indagación sobre el porte-
ño medio, que se convierte en un inesperado éxito. Se
acerca al radicalismo y participa en la frustrada Revolu-
ción de Paso de los Libres en 1933. A partir de 1935 co-
mienza una febril actividad como ideólogo y publicista
de F.O.RJ.A. (véanse pp. 55 Y 121). Publica entre otras obras:
Política británica en el Río de la Plata (1936), Petróleo e impe-
rialismo (1938) e Historia de losferrocarriles argentinos (1940).
Tras el derrocamiento del gobierno peronista retorna a
la actividad periodística en el El Líder, El Federalista y Qué,
desde donde denuncia los nuevos lineamientos políticos
y económicos. Muere en 1959.
.•....•
,... No he tenido tiempo de conocer a Jorge Luis
(])
..c Borges como poeta, y sí como autor de ensayos, críti-
E cas, notas y artículos periodísticos. Es posible que
e Borges sea, exclusivamente, poeta; en este caso sus
o
,...
(J) amigos me objetarán que, desconociendo yo lo esen-
(])
"'O cial de Borges, participe, lo más fresco, en esta encues-
e ta sobre su personalidad.
<{
(])
Pero si Borges es nada más que un poeta, ¿a qué
::::s viene este homenaje" de Megáfono, rendido, evidentemen-
o-
"C te, no al poeta de Cuaderno San Martín (1929) sino al
e
W prosista de Discusión (1932)?
"'O
(]) Con el ánimo tranquilo, pues, me sumo a la proce-
sión de amigos de Borges pero no para coincidir con ellos
e
'o en su devoción sino para manifestar mi asombro: ¿De
e veras que Borges les parece tan interesante? Porque yo
o,
O he leído sus trabajos y no los estimo notables. Los ensa-
yos de Borges son tan raquíticos en sustancia humana,
tan carentes de fuerza y de originalidad, que no puedo
comprender que susciten entusiasmo a nadie. Yo los leo
y a veces con reconcentrada atención, pero no porque

* El propósito de Megáfono no es de homenaje. (Nota de la


dirección.)
28 antiborges
sean de Borges sino porque me atrae el tema. ¡Vayala gracia!
Con la misma fuerza solicitan mi curiosidad los sueltos perio-
dísticos y algunas páginas del diccionario enciclopédico. ¿Cómo
no va a parecer interesante el ensayista Borges si nunca se
muestra, si siempre anda eliminándose de sus propios escritos
o, cuando más, paseándose por ellos como una sombra?
Abro Inquisiciones o El idioma de los argentinos o Discusión,
y leo. ¡Pero si esto que estoy leyendo no es más que una síntesis
impersonal o un puñado de reflexiones sin vigor o una mera
acumulación de datos escamoteados en otros libros o de obser-
vaciones anémicas!
Dejo a Borges y retorno a mis europeos. Sólo me intere-
san las obras-mensajes, plenas de vida y de problemas, singula-
res en la pasión o en la inteligencia. Nada de esto hay en Borges.
No he encontrado, en sus libros de crítica, ninguna página re-
cia, viva, templada bajo el fuego de convicciones ardientes, re-
gada con la sangre caliente de una personal concepción del
mundo. Tampoco he encontrado en ellos una página lumino-
sa, serena, armoniosamente discursiva y densa en claros planteos
de problemas.
He encontrado, en cambio, gramatiquerías, recetas para
el arte de escribir, divagancias frías sobre cualquier cosa, pró-
logos de cumplimiento, bibliografismo, audacias metafísicas sin
sincero impulso metafísico, visiones fugaces de clásicos espa-
ñoles y de autores contemporáneos; fragmentos todos estos que
tan pronto alcanzan la intensidad del talento como se hunden
en la más aguan osa vulgaridad.
Sutil a veces, libresco siempre: no veo más en Borges.
Veo, sí, que es inteligente, que es estudioso, que es fino, que
tiene voluntad de estilo, que es, en una palabra, superior a sus
compañeros de generación. Pero ¿merecen estas virtudes tan
impersonales la devoción que se prodiga a Borges? Además,
Borges no es, ni remotamente, un crítico o un pensador na-
cional. La realidad argentina está ausente en sus ensayos.
Leyendo a Borges parece que las figuras de nuestra tradición
literaria no fuesen más que nueces vacías. Y cuando a Borges se
le ocurre hacer caracterología argentina, todo se oscurece y
Encuesta de la revista Megáfono 29

suena la hora de los grandes desaciertos. Por ejemplo: las pági-


nas iniciales de Discusión sobre "nuestras imposibilidades". ¡Qué
desencanto! Allí no se dice nada. ¿Ésas que él consigna son
nuestras imposibilidades más trágicas?
Sugiero a Borges que medite sobre una limitación de los
argentinos mucho más penosa que cualquiera de las anotadas
por él, y que la padece él y nos duele a todos: la de no poder
escribir obras de valor. ¿No siente Borges, y en propia carne,
que los argentinos padecemos raquitismo intelectual, que nues-
tras cabezas están desorganizadas, que nuestras almas están
desnutridas y que, en la actualidad, somos pobres enfermos
incapaces, no digamos de crear ciencia y filosofía, pero ni si-
quiera de asimilar sin indigestión los difíciles libros que nos
envían los editores transoceánicos? No traigo esto por los ca-
bellos. Lo digo porque el mismo Borges, que es inteligente y
culto y tiene el rostro ávidamente vuelto hacia Europa, es otra
víctima de estas penurias e indigencias de la vida intelectual
argentina.
Sus libritos, engendrados sin sangre y sin fuerza en sus
entrañas mal alimentadas, van apareciendo año tras año pero
muertos. ¿El remedio a este mal? No es el suicidio, sino el tra-
bajo: abonar mucho el terreno, despejar el camino de nuestra
cultura, reajustar nuestras instituciones ...
Tal vez se me diga que lo dicho aquí no es cordial para
Borges, No creo. Lo que sucede es que estoy viviendo un hon-
do fervor social, y cuando pienso en la desesperante pobreza
del ambiente espiritual argentino, en la orfandad a que nos
condena la falta de tradición cultural, en la chapucería,
charlatanismo e informalidad de nuestras clases intelectuales,
y en la desorganización y esterilidad de los estudios oficiales,
desde los primarios hasta los universitarios, caigo en la cuenta
de que sólo tres tipos de intelectuales merecen aquí, en la Ar-
gentina, estímulo, simpatía y atención: el que enseña a hacer,
el que ayuda a hacer y el que hace. Aquí; en nuestra querida
Argentina -¡tan desmantelada la pobre!-, donde hay por
hacer tantas cosas imprescindibles, los ensayistas, críticos y pen-
sadores que, como Borges, viven fuera de estas tres esferas -la
30 antiborges
docencia, la crítica y la acción constructiva- no me parecen
con derecho a ocupar lugar en nuestra cultura y mucho menos
en nuestros corazones. Están ausentes del país. ¡Allá ellos!

PUBLICADO EN MEGÁFONO,

NÚMERO 11, BUENOS AIRES, 1933.

I
Enrique Anderson Imbert

Escritor y crítico nacido en 1910 en Córdoba. Se


inició como narrador con Vigilia, El mentir de las estrellas,
Las pruebas del caos y Fuga, y se orientó a la crítica y la
teoría literarias desde su cargo como profesor universita-
rio, primero en el país, en Cuyo y Tucumán, y luego en
Estados Unidos, en las universidades de Michigan y
Harvard. Fue vicepresidente de la Academia Argentina
de Letras y miembro de la Academia Americana de Artes
y Ciencias. Dirigió la página literaria de La Vanguardia en
su juventud y colaboró en La Nación. De su vasta obra
crítica se destacan: Tres novelas de Payró, la exitosa y discu-
tida Historia de la literatura hispanoarnericana, La critica lite-
raria y sus métodos y El cuento español. Corregidor ha edita-
do su obra narrativa completa y una ajustada selección
de sus cuentos realizada por Juan José Delaney (1999).
Discusiones .con ~org~s

o UNA ENCUESTA
o
e Leo y releo la encuesta sobre Borges publicada en
'O
E la revista cometa, llamada Megáfono (encuesta mal hecha
ro porque sus directores no hicieron lo que yo les dije), leo
a:
-repito- esas opiniones y comprendo cómo es de agó-
nico, de mortal, de decadente este momento intelectual
argentino. Todos sudan, hacen esfuerzos para decir algo
y parece muerte sobre muerte, hedor sobre lo que hiede.
Sí. Yo creo que hoy la Argentina atraviesa una épo-
ca de decadencia y de agonía, y a los llamados intelectua-
les, escritores o artistas no nos queda otro remedio, otro
recurso que prepararnos para morir dignamente ... Será
el fin perfecto, de una vida imperfecta, diría la Marlene
Dietrich en "Fatalidad".
Leída esta encuesta letal, largas letanías a la salud
del alma de Jorge Luis Borges, el movimiento instintivo
de todos nosotros, escritores o artistas, es el de estirar el
pescuezo sobre el suelo, como hace el pato cuando está
perdido y facilita así la acción del cuchillo. Y es que atra-
vesamos una época de crisis de la inteligencia argentina,
y comprendemos que para el proceso dialéctico de una
crisis intelectual, lo más sano, lo más eficaz, es contribuir
a precipitarla, convertimos todos, lo más pronto que se
32 antiboTges
pueda, en hojarasca para servir de abono, por lo menos, a lo
que vendrá.
Antes de yo conocer esta encuesta, como lo verá el que
leyere mi opinión sobre Borges, advertí o presentí esta pro-
cesión de ensabanados, con vela, que Megáfono organiza al-
rededor de un ánima en pena. Y es que en la Argentina hoy,
intelectualmente, no cabe sino heder y heder y seguir he-
diendo.
Algunos dirán que estas revistas juveniles son el sím-
bolo de la hora intelectual. Mentira. La revista Nosotros, así
hepática, reumática, amarilla, representa más bien que Me-
gáfono la vida espiritual argentina, aburrida y vacua. La vieja
generación a la que hay que alcanzarle los remedios con una
cafia, juega su verdadero rol histórico, muriéndose comple-
tamente en los catres de La Prensa o La Nación. En cambio,
nada más ficticio que estos homenajes para hacer creer que
viven y viven los otros, cuando en realidad todos nos esta-
mos yendo en sangre.

DISCUSIONES

He aquí lo que yo dije:


El habla de Jorge Luis Borges, viene preocupando. Y es
justo que así haya sido, porque Jorge Luis Borges, racial y
temperamentalmente tan criollo, y en quien sospechamos que
tantas esencias argentinas están guardadas, ha escogido una
expresión, una prosa antiargentina, sin matices, ni acentos
nacionales.
Mientras otros argentinos desertan de nuestro medio por
sus temas y aficiones, éste se extrañó por su lenguaje, hasta el
punto de que Borges, aun en los momentos en que se recoge
en lo más íntimo de su yo, como cuando en página 37 de Discu-
sión jura algo por su sangre, lo hace en una dicción cuyas for-
mas, cuyo engolamiento, traicionan lo que jura y es verdad. Y
él, que en esta hora intelectualmente tan incierta -como que
Discusionescon Borges 33

debe ser la hora de las ánimas en pena- parecía destinado a


realizar aquella forma, imagen o expresión donde las nuevas
generaciones se hubieran reconocido, se dedicó a espantarlas
con una extravagante macchietta literaria: este argentino habla
como un español del siglo XVI que tratara de imitar a un
compadrón porteño de 1900.
Porque no hay una tradición literaria argentina, cierta-
mente; pero nadie ha negado que existe en nuestra breve his-
toria una línea de escritores que han recogido el acento, el
tono, el matiz -ha dicho el mismo Borges-e- de nuestro modo
de hablar, que es, seguramente, distinto del de los españoles y
que hasta contiene usos gramaticales ilícitos en España, pero
indispensables para nosotros.
Bien que la llamada prosa argentina tiene en su haber
montañas de páginas que son inacabables sartas de solecismos,
galicismos y gauchismos, en épocas que como las de los Sar-
miento o los Mansilla, había que decir muchas cosas y no
había tiempo de preocupaciones estilísticas, nadie puede
negar que muchas veces, antes y ahora, esa prosa adquirió
categoría literaria.
Como no es posible sustanciar aquí este asunto, me res-
paldo en la alta autoridad de Amado Alonso, en cuyo notable
estudio de Don Segundo Sombra reconoce que el mérito de
Güiraldes consiste en "haber elaborado literariamente la len-
gua viva de los provincianos cultos". (Notemos que Alonso de-
signa mallo que quiere decir, pues se refiere, no a los llamados
provincianos por nosotros, sino a la burguesía rural porteña.)
Mas 10 que importa es que Alonso declara así la existencia de
una lengua real, viva, de validez histórica en la Argentina, que
no está constituida tan sólo por corrupciones del español y que
más o menos refinada por el uso que de ella hacen las clases
cultas, puede llegar a ocupar, según se ve, posiciones literarias
dentro de la lengua general.
Ahora, quien como Borges elude deliberadamente las
notas de esa lengua viva en que se ha criado, notas que, como
se ha visto, no son vicios, puesto que interpretadas por un artis-
ta pueden conformar verdaderos estilos literarios, quien así
34 antiborges
abandona el instrumento adecuado, podrá ser un excelente
publicista y, si se quiere, un bibliógrafo sobresaliente, pero ca-
rece de toda significación como escritor. Porque prosa litera-
ria, con dignidad de estilo, es aquella en que palpita ese mun-
do de emociones, intenciones y voliciones que contiene la
palabra y cuya riqueza, cuyos jugos vitales distinguen al verda-
dero escritor del prosista meramente notificador o periodísti-
co. Mas ese contenido psíquico sólo halla inserciones gramati-
cales insustituibles en la lengua real y no en las que pueda
prestarle la gramática oficial o la lengua ideal, si cabe el térmi-
no, ni en postizos arcaicos o artificiosos.
y bien; de esa llamada prosa argentina, la inclinación
a la sencillez y naturalidad, por contraste con la tendencia
española a la afectación y el énfasis, es una reconocida nota
característica; de ahí proviene la preferencia por la cons-
trucción galicada respecto de la castiza, así sea abonada por
los más respetables preceptos. Esa preferencia por la dic-
ción clara, natural, por el lenguaje directo y conversado, debe
tener su origen en que somos más bien emotivos que inte-
lectuales: tenemos una aversión innata al decir demasiado
conceptuoso y trabajado, primero, porque reprime
forzadamente la emoción, el subrayado afectivo y cordial del
discurso, que hace más comunicativa la idea, y además, por-
que no nos gusta el esfuerzo mental demasiado sostenido.
El sentido de la frase, bien por delante, como señuelo; y,
donde quepa, el tono lírico, sin sordina, he aquí algo que
no es difícil rastrear leyendo a nuestros "clásicos".
Ya advertimos por qué la prosa de Borges es, si cabe el
término, perfectamente antiargentina.
Primero, por su carencia de tono afectivo porque quien
como él prefiere helarse las entrañas y la cabeza antes de correr el
riesgo de dejar adivinar sus emociones en un lugar común o una
frase demasiado suelta, podrá tener de los buenos escritores eu-
ropeos ilustres influencias, pero jamás dejará escrita una pági-
na argentina, con sus vicios pero con sus encantos. Toda su ex-
presión frígida, donde la emoción es espiada y luego anestesiada
deliberadamente, es realmente una evasión obsesionada del
Discusionescon Borges 35

lugar común, pero a costa de los más genuinos y auténticos


impulsos de sí mismo. Es un sacrificio desgraciado a misera-
bles preocupaciones literarias. Busquemos pues en Borges nues-
tra expresión, no encontraremos en su prosa sino un yermo
intelectual sin jugos vitales y sin aliento.
Sin saberlo y sin quererlo, Borges recapitula en nues-
tro país, uno de los más aborrecidos episodios de la vida
intelectual argentina: la presencia de Groussac en nuestras
letras. Aquel viejo inhóspito presidió con su sonrisa nevada
medio siglo de inquietudes artísticas y espirituales; cincuen-
ta cobardes de la vieja generación, que temblaban ante la
sagacidad del perdiguero de las citas erróneas y de las faltas
de imprenta, nos enseñaron después a reprimir en la litera-
tura nuestro brío romántico, nuestro lirismo innato, so pre-
texto de que el tropicalismo y el floripondio le daban jaque-
ca al glorioso bibliotecario. ¡Había que hacer ejercicios de
dictado y composición para aspirar al baccalauréat de las le-
tras, título que, por lo demás, no se dignó discernir jamás el
burócrata desterrado!
Es posible que matara el floripondio, pero es seguro que
con su odiosa mirada secaba el alma de los que lo siguieron. Yo
creo que desde Groussac, comienzan nuestras letras a desco-
nectarse del país, que aborrece cordialmente una literatura de
mandarines, fabricada para los cenáculos porteños.
He aquí un argentino como Borges, que había nacido
para abandonarse a su fino sentido intuitivo, adivinatorio, poé-
tico; y que, en cambio, se deforma en artículo literario, se adul-
tera a sí mismo, envasa en conserva sus pasiones prensándolas
en un decir castigado y oneroso.
Es él mismo toda la historia de la influencia groussa-
quiana, y la verdad es que no me ha extrañado que en página
125 de Discusión Borges arrime a la inmortalidad de Groussac
una magra bolsa de oxígeno, por lo que llama estilo desdeño-
so, que debe ser seguramente una especie de congelación lite-
raria del despecho.
Además de esa incomunicación cordial de Borges, su
prosa manifiesta un firme propósito de irritar a los argentinos,
con el excesivo cuidado en la propiedad del lenguaje (puris-
mo); con la preocupación de cargar demasiada intención en
las palabras (conceptismo), y con el pasatiempo de las sorpre-
sas verbales (preciosismo). A nosotros nos irrita esa excesiva
vigilancia del escritor que interrumpe a cada momento el hilo
del discurso para obligamos a invertir y replegar nuestra aten-
ción hacia un trabajo de interpretación de vocablos que nos
incomoda y nos aburre, aunque la palabra venga a resultar de
una precisión matemática y aunque se haya, acaso, sorteado
una perífrasis. Sentido, intención, concepto y sentimiento, todo
debe caber holgadamente en la frase, aunque después resulte
que tal proposición está de más o aquella oración explicativa
pudo canjearse por este elegante neologismo.
Cualquier argentino prefiere que se diga: "falta de curio-
sidad" a "in curiosidad"; "no frecuente" a "infrecuente"; "Bue-
nos Aires está a la altura de Chicago en homicidios", a "Buenos
Aires se hombrea con Chicago hornicidarnente": y en vez de
estas cuatro palabras de cierto laconismo bancario, "negli-
gencia de lo inargentino" estas ocho pobres y modestas:
"negligencia de todo lo que no sea argentino". No discuto,
constato (como se acostumbra a decir en la Argentina) y nada
más. Desconfianza de paisano y de ignorante, que todavía es
anagrama de argentino; simple pereza mental, repugnancia a
analizar, a precisar; una cierta pasividad femenina para discu-
rrir que nos lleva, si el caso llega, a enajenar esa facultad con
verdadero agrado en la política ... bien puede ser todo eso y
bien puede ser también buen sentido y hasta buen gusto ins-
tintivo, que nos ha permitido evitar el grotesco de que en este
país de grises chacarero~ y pulperos hablemos con un empa-
que de hidalgos castellanos.
Nada de esto debe tener en cuenta Borges cuando es-
cribe, y así se advierte en su afición al neologismo, sobre
todo a los llamados de significación. En los argentinos, es-
pecialmente bajo forma de neologismos de construcción
galicada, siempre fueron recursos para simplificar el lengua-
je, es decir efecto de aquella tendencia que hemos señalado;
en cambio, en Borges no hay una sola vez que no denuncien
Discusionescon Borges 37

aquella su preocupación preciosista y conceptista. Especie


de píldora sintética, donde Borges cree haber concentrado
pensamiento, no es más que su estupefaciente literario,
manera de encantarlo y dormido para que no exhiba dema-
siado su bobería y languidez. Generalmente sin necesidad y
siempre sin arte, porque Borges no sabe usar el neologismo
de modo que, aunque lo sea, el lector inmediatamente de
leerlo lo encuentre indispensable; lo peor es que los neolo-
gismos de Borges no disimulan jamás la búsqueda penosa,
el esfuerzo estéril de la charada y el acertijo, el hambre de
originalidad, pero sólo verbal, de este escritor.
En la "Superstición ética del lector", artículo incluido en
Discusión, Borges parece haber entendido algo de esa antipatía
nuestra al purismo cuando llama "vanidad patética" a la del
escritor que se preocupa por la perfección del idioma; pero
debe ser un acierto casual, porque enseguida se contradice y
sostiene en página 49, que usar, por ejemplo, palabras como
"único", "nunca", "siempre", es pobreza del escritor, por enfá-
ticas y porque suponen en quien las emplea facultades que no
posee, como la de adivinar el porvenir. Es una preocupación
infantil de precisión que proviene de ignorar que aparte de la
rigurosa significación conceptual de la palabra, ésta represen-
ta un contenido psíquico, único, que es el que enriquece la
expresión. Si rompo las relaciones con un amigo y quiero esta-
blecer un foso profundo entre él y yo, de modo que nadie -ni
yo mismo- piense en reconciliaciones, le lanzo palabras irre-
parables, aunque excedan la medida de mi enojo, porque aque-
lla es mi intención y no la de imponerle un prudente sermón
punitivo. Y le diré "no te quiero ver nunca más en la vida",
aunque los dos seamos parroquianos del mismo café y no ten-
ga más remedio que vedo al día siguiente.
¿Se comprende ahora por qué Borges no tiene significa-
ción literaria, estrictamente literaria? Esas voliciones e inten-
ciones que representan las palabras no aparecen sino cuando
el parlante habla su lengua (de ahí todo lo que muere, lo que
queda fuera de las traducciones), pero la lengua viva, de vali-
dez histórica; como que la otra, la lengua oficial, no existe sino
38 antiborges
como modelo. Y Borges, ni siquiera habla en ésta, sino en otra
que no es la suya y tal vez la de nadie.
Dejando ahora al escritor Borges y considerando este li-
bro Discusión, digamos que estos artículos, bibliográficos por
su intención o por su contenido, pertenecen a ese género de
literatura parasitaria que consiste en repetir mal, cosas que otros
han dicho bien; o dar por inédito a Don Quijote de la Mancha y
Martín Fierro, e imprimir de esas obras páginas enteras; o en
hacerse el que a él le interesa averiguar un punto cualquiera y
con aire cándido va agregando opiniones de otros, para que
vean que no, que él no es un unilateral, que es respetuoso de
todas las ideas (y es que así se va haciendo el artículo); o en
tomar el artículo pertinente del Diccionario Espasa y extractarlo,
pero con dos hermosos trucos: uno, el de citarlo directamente
al Diccionario, como aquel que deja las joyas en un lugar bien
visible para que no se las roben, por eso, porque nadie pensará
que están ahí; otro, el de citar el artículo cuyos jugos absorbe
con un aire de lástima.
Estos trabajos son de dos clases: más librescos y menos
librescos. De estos últimos diré que en "Nuestras irrrposi'oú'i-
dades" señala dos rasgos del carácter argentino: su falta de
imaginación y su rencor o envidia, que lo hace alegrarse del
fracaso. Estas observaciones sobre caracteres de los pueblos
son de las que deberían tirarse a la suerte: si sale que el ar-
gentino es rencoroso, el escritor puede hablar hasta la ma-
drugada y aun trasnochar el día siguiente. Si le toca que es
noble, lo mismo. Todo depende de su habilidad dialéctica y
de la paciencia del auditorio. Para nosotros, no tienen más
interés que el de averiguar por qué el escritor ha observado
tal hecho y lo ha interpretado así o asá, y, en cambio, no ha
observado aquel otro hecho que significa todo lo contrario.
Así a Borges le llama la atención la desconfianza de noso-
tros hacia lo que sale o lo que quiere salir de lo vulgar, y lo
llama penuria imaginativa. ¿Y por qué le choca? Si hay pe-
nuria imaginativa,justo es que el que quiera destacarse usan-
do media galera, sea también generalmente un hombre como
el resto, es decir, de poca imaginación, y entonces nos irrita
Discusiones con Borges 39

que ese sujeto, adocenado como todos, ése, quiera hacer-


nos creer con una actitud baladí, que él no es adocenado. Si
nuestros escritores no son capaces de crear, ¿por qué han de
simular, diciendo palabras raras, como "fantasmidad"?
Damos prueba de buen sentido oponiéndonos a las
estridencias.
Es curioso también cómo le choca nuestro rencor nacio-
nal, que en realidad proviene de nuestro pasionismo. Aquí
nadie mueve un dedo por una idea; pero por pasiones, perso-
nalismos, rencores, se han hecho algunas cosas. Ya eso Borges
llama nuestra parte de muerte, cuando es lo único vivo, vital
que poseemos. ¿No denuncia en cierto modo este juicio de
Borges, ese desajuste entre su expresión y sus vivencias psíqui-
cas, que hemos indicado?
Los artículos "El General Ascasubi" y "Martín Fierro" son
excelentes informaciones bibliográficas y biográficas, arrima-
das alrededor de una observación bien secundaria: la de que
Martín Fierro es narración autobiográfica. Eso tiene importan-
cia en el caso de Don Segundo Sombra porque el narrador es un
pueblero culto, aunque antes haya sido campesino; entonces
el narrador transforma y afina sus sensaciones y sus recuerdos,
tanto que, según vimos, emplea un lenguaje que no es gaucho.
En el mismo Fausto tendría importancia, pues bien se observa
que el verdadero narrador no es Laguna, sino el pueblero cul-
to autor de la obra, que se burla cariñosamente del carácter y
del habla de los paisanos.
Pero en Martin Fierro no hay, ni expresa ni clandestina-
mente, una conciencia culta ajena al paisano, sino que, como
dice Rojas, y el mismo Borges cita, es la voz misma de la pampa
que habla por boca de Fierro. Entre Ascasubi y Hernández hay
la diferencia que media entre el payador y el milonguero de
encargo que enristra treinta décimas explicando "por qué muje
la mar" y el verdadero poeta, identificado con el paisaje que
canta. Y no se busque igualarlo so pretexto de que difieren en
su técnica o de que uno describe y el otro canta, porque ésas
son inferencias extraídas a la fuerza de éste o de aquel verso,
que no merecen la pena de un ensayo.
40 antiborges
De los artículos más librescos, la "Penúltima versión de la
realidad" es el artículo par excellence, al punto de que se trata de
una glosa hecha a la glosa que hizo otro escritor sobre un libro
que Borges no leyó. Quimificación y kilificación de lo que otro
ya quimificó y kilificó antes. Mas lo peor es que todas las glosas
de Borges tienen la desgracia de ser inoportunas y están de
más. Lo que se transcribe de Bernárdez indica precisamente el
tema que desarrolla el libro; y Borges no hace más que estorbar
ahí, porque siempre que interrumpe la bastardilla es para de-
cir: o que él ha leído algo parecido en Steiner (bueno; y ¿a
nosotros qué nos importa?) o que no existe intuición de espa-
cio y sólo de tiempo, lo que nos hace preguntarle a qué tanta
glosa, si vamos a salir con que no estamos de acuerdo con las
premisas. Además, en la bastardilla se quiere fijar la atención
en otra cosa (la extraversión del hombre moderno) y las nocio-
nes filosóficas de tiempo y espacio no son más que una referen-
cia, por cierto muy feliz. Y el glosador toma la referencia como
si fuera el verdadero objeto del libro comentado, y con ese aire
de estar de vuelta ya de todo lo que se hable, que suele adoptar
Borges, fatigadamente nos deja caer algunas migas de Kant,
Schopenhauer, Spencer y al final una yapa que corrobora la
bastardilla, pero contradice todo lo que él mismo había dicho.
De los últimos tres artículos del libro, diré que justifican
la afición dilettante, la curiosidad tornadiza de un hombre, pero
no el deber profesional del publicista. El Diccionario Espasa es
grande para un estudiante y siempre chico para quien esté real-
mente interesado y hasta apasionado en cualquier problema
de cultura. Mas no serían condenables estos artículos si se die-
ra en ellos una información sucinta, una reseña prolija y obje-
tiva de tal o cual asunto. ¡Esas reseñas bibliográficas claras, en
que el informante tenga la modestia de ausentarse, de callarse
respetuosamente ante asuntos demasiado grandes para él! No,
es que -y esto se lo hemos dicho hace poco a Francisco Rome-
ro- se adopta un gesto personal, se tiene la soberbia del que
puede opinar pero no su capacidad, y en definitiva -un resto
de buen sentido los salva- no se opina tampoco nada, pero se
consigue dejar alguna sensación de originalidad.
Discusionescon Borges 41

Yesos trucos infantiles, que pueden ser en algún medio-


cre mentiras vitales o medios de defensa tolerables, en un hom-
bre inteligente y culto como Borges hay que delatarlos sin de-
bilidad, por razones de orden público intelectual.

PUBLICADO EN LETRAS, SEGUNDA ÉPOCA,

AÑO 3, NÚMERO 1, BUENOS AIRES, 1933


y EN POLIcíA INTELECTUAL, EDITORIAL TOR,

BUENOS AIRES, 1933.

Ramón 0011

Crítico y ensayista argentino nacido en 1900, alcan-


zÓ'su mayor predicamento en los primeros años de la
década de los treinta. Fue colaborador de las revistas Cla-
ridad y Metrópolis. Sus trabajos tienen siempre una fuerte
carga de sustentación ideológica (socialista en sus comien-
zos y nacionalista después) y una provocadora vocación
polémica. La mayor parte de su obra está recopilada en
El caso Radowitzky (1928), Ensayos y criticas (1929), Critica
(1930), Reconocimiento (1932) Y Policía intelectual (1933}.
Los Premios Nacionales
de Literatura

CI)
Los premios nacionales de Literatura en el con-
~ curso de obras de imaginación en prosa para el trienio
o
CI) 1939-1941 han sido acordados por la Comisión Nacional
o
<:: de Cultura: el primero, de 20.000 pesos, a Eduardo
Acevedo Díaz por su novela Cancha larga; el segundo, de
12.000 pesos, a César Carrizo, por Un lancero de Facundo,
crónica novelada; el tercero, de 8.000 pesos, a Pablo Rojas
Paz, por la colección de cuentos El patio de la noche.
El dictamen de la comisión asesora, formada por
los escritores Enrique Banchs, Roberto F. Giusti, Álvaro
Melián Lafinur, Horacio Rega Molina y José A. Oría,
fue diferente; por mayoría votaron en el orden siguien-
te: para el primer premio, Cancha larga, que obtuvo cua-
tro votos; para el segundo, El patio de la noche, que ob-
tuvo tres votos y uno para el primero; para el tercero,
Un lancero de Facundo, que obtuvo tres votos y uno para
el segundo. Lo más extraordinario es que la Comisión
Nacional de Cultura por poco no llega a invertir total-
mente este dictamen, suscrito por cinco escritores co-
nocidos, entre los que había cuatro críticos, cuando
votó para el primer premio a Un lancero de Facundo, libro
sin duda vigoroso y de mérito, pero aconsejado, por quie-
nes tenían autoridad para hacerla, solamente en ter-
cer término. Afortunadamente el voto de desempate
44 antiborges
del presidente, Dr. Carlos Ibarguren, en favor de Cancha lar-
ga, impidió que dos senadores, cuyas luces literarias son
ignoradas por el público, y otros vocales no menos inexper-
tos en estas discriminaciones, introdujeran en el ya discuti-
do fallo de la comisión asesora, más graves alteraciones (...).
Los premios de Literatura por supuesto han originado
disidencias polémicas, protestas airadas y actos de desagravio,
como no podía ser de otro modo, que-éste es, ha sido y será el
desenlace de todos los concursos, así alumbrara a los jurados
el mismo Espíritu Santo.
En descargo del que ha actuado en esta ocasión, en cuyo
seno no había ningún fósil y sí un poeta ilustre, admirable por
la finura de su juicio, y cuatro prestigiosos escritores, pertene-
cientes a diferentes generaciones y tendencias, podemos ase-
gurar, porque lo sabemos de fuente veracísima, que sus miem-
bros leyeron los libros premiados y los demás, y los juzgaron
en lentas y severas conversaciones, cosa que ignoramos si han
hecho todos los que discuten el fallo. Los libros premiados de
César Carrizo y Pablo Rojas Paz han sido ya muy favorablemen-
te juzgados en las páginas de Nosotros. En cuanto a Cancha lar-
ga, es una amplia evocación de la evolución de la campaña ar-
gentina en tres cuartos de siglo, obra de construcción sólida,
virtud tan rara en nuestra literatura novelesca, no carente de
defectos, entre ellos cierta propensión del autor al didactismo,
pero rica de pinceladas diestras y coloridas que "hacen ver"
a tipos, escenas y ambientes. Cuando se lajuzgue con la mayor
severidad no podrá negársele que es un documento valioso
sobre cosas nuestras, escrito por un observador de talento,
ya acreditado por otros libros de enjundia, una obra indiscu-
tiblemente argentina. Pero consideraciones extraestéticas,
meramente políticas, que de ser justificadas tocarían al au-
tor y no a la novela, han descendido a enturbiar eljuicio de
los opinantes y a envenenar el debate. ¡Ayde la literatura si la
demagogia vocinglera de la plaza pública, negra o roja, en-
tra a mandar en ella! Ya los jurados de sacristía nos habían
acostumbrado a saber de antemano cuáles versos y ensayos se-
rían premiados: un jurado responsable e independiente no
Los Premios Nacionales de Literatura 45

favor de Cancha lar- podía ponerse al mismo nivel de aquéllos para complacer a los
uces literarias son frailes de la vereda de enfrente.
Iroca:ks- no menos inexper- Se ha hecho particular hincapié en la exclusión del libro de
-eran en el ya discuti- Jorge Luis Borges, El jardín de senderos que se bifurcan. Alguna expli-
-e alteraciones (... ). cación tendrá el hecho que siendo indudablemente conocida y
esto han originado respetada la personalidad literaria de Borges por los miembros
actos de desagravio, del jurado, su último libro de cuentos, con ser muy ingenioso y
z : e es, ha sido y será el estar escrito con admirable pericia artística en una prosa de nota-
brara a los jurados ble precisión y elegancia, no haya obtenido más de un voto, y para
el segundo premio, sobre quince que se emitieron. Se nos ocurre
sta ocasión, en cuyo que quizá quienes se decidan a leer el libro hallen esa explicación
- srre, admirable por en su carácter de literatura deshumanizada, de alambique; más
critores, pertene- aún de oscuro y arbitrario juego cerebral, que ni siquiera puede
~idencias, podemos ase- compararse con las combinaciones de ajedrez, porque éstas res-
1'U~cisIIDa, que sus miem- ponden a un riguroso encadenamiento y no al capricho que a
denu-~,y los juzgaron veces confina con la [umisterie. Si eljurado entendió que no podía
..-..:-'que iznoramos si han ofrecer al pueblo argentino, en esta hora del mundo, con el galar-
ibros premiados de dón de la mayor recompensa nacional, a una obra exótica y de
k-...••...•.r-> muy favorablernen- decadencia que oscila, respondiendo a ciertas desviadas tenden-
cuan to a Cancha lar- cias de la literatura inglesa contemporánea, entre el cuento fan-
1'-'- ..•• de la campaña ar-
- •..•.
- •.• tástico, la jactanciosa erudición recóndita y la narración policial;
trucción sólida, oscura hasta resultar a veces tenebrosa para cualquier lector, aun
esca. no carente de para el más culto (excluimos a posibles iniciados en la nueva ma-
or al didactismo, gia) juzgamos que hizo bien. Más agraviados se habrían sentido
1:c:::nlrId:as- que "hacen ver" sus admiradores incondicionales, si le hubiera sido adjudicado a
uzzue con la mayor Borges el tercer premio. Lo más curioso, como índice de la confu-
documento valioso sión de ideas en que se vive actualmente, es la adhesión a este
","">cp''''''-adorde talento, libro de algunos paladines de la literatura proletaria. Están luci-
1it::::;~1Ja una obra indiscu- dos si pretenden que el pueblo se sienta interpretado en esta mis-
IkTa:C14Cne extraestéticas, teriosa alquimia literaria de cenáculo y guste de ella.
l5:!!:JlGlLruLS tocarían al au-
rbiar eljuicio de
de la literatura si la PUBLICADO EN NOSOTROS, AÑo VII,
p:::3~¡ca. negra o roja, en- SEGUNDA ÉPOCA, NÚMERO 76-78, BUENOS AIRES, 1942.
- cristía nos habían
s .·ersos y ensayos se-
e independiente no
46 antibarges

Nosotros

Revista literaria fundada por Roberto Giusti y


Alfredo Bianchi en 1907. Publicó 390 números en sus
dos etapas: 1907-1934y 1936-1943.Está considerada como
la más importante publicación literaria de las primeras
cuatro décadas de este siglo. Abierta, liberal, presta al
diálogo, defensora de un estilo crítico académico, fue la
que mejor expresó el ideario de la generación del Cente-
nario. Colaboraron en ella la gran mayoría de los escri-
tores y críticos de su época.
CAPÍTULo Dos

Contorno: la crítica
de la nueva generación
En abril de 1946 un ahora mítico decreto transfiere a
Jorge Luis Borges de su modesto puesto de bibliotecario muni-
cipal, auxiliar de tercera según la aséptica terminología oficial,
al de Inspector Municipal de Ferias: El escritor indignado re-
nuncia. El suceso es procesado por los círculos intelectuales
como una enorme afrenta, un ataque directo a la cultura, como
el anuncio de un futuro demasiado cercano y brutal. A los po-
cos días la Sociedad Argentina de Escritores (S.A.D.E.), que pre- .

* Sobre esta transferencia, así como sobre el presunto nuevo pues-


to (Inspector de aves y conejos para Emir Rodríguez Monegal, de
pollos, gallinas y conejos para Alicia Jurado, de apicultura según
funcionarios de la época, de policía municipal en una de las ver-
siones de Borges) y sobre quien (por orden directa de Perón se-
gún algunos amigos del escritor, por mecanismos burocráticos e
impersonales como se desprende del examen de los documentos
oficiales, por una revancha de algún oscuro burócrata como dice
María Esther Vázquez), y porque se ordenó (por faltas disciplina-
rias según constata Rivera, por persecución política según la afir-
mación más difundida que es, también, la del propio Borges),
existen numerosas versiones. Una exhaustiva investigación y una
adecuada vinculación con el acontecer político del momento se
encuentran enJorge B. Rivera "Borges, ficha 57.323" incluido en
Jorge Dubatti (comp.) Acerca de Boiges, Editorial de Belgrano, Bue-
nos Aires, 1999.
50 antiborges
sidía el escritor y simpatizante comunista Leónidas Barletta,
organiza un nutrido banquete de homenaje y desagravio en el
que, entre otros, habló el político socialista Alfredo Palacios.
Borges prepara una disertación sobre las dictaduras.
El sociólogo Ricardo Sidicaro sintetiza así la atmósfera
de tensión y polarización de aquellos años (los del peronismo):
"dos valores centrales ayudan a hacer inteligible la moviliza-
ción emocional del período: igualdad y libertad. El apoyo a
Perón y a su gestión encontró sus bases fundamentales en quie-
nes se sintieron convocados por el logro de una mayor igual-
dad social; los otros, también numerosos y sinceros en sus mo-
tivaciones, reaccionaron contra Perón y su gobierno impulsados
por la defensa de la libertad. La política de esos arios no se
transformó sólo en una lucha de valores, pero sería imposible
ignorar la significación adquirida por esa confrontación (...).
La censura fue lo suficientemente profunda como para pro-
longar esos sentimientos mas allá del fin del gobierno y, aun,
de la vida de Perón".'
La Universidad peronista, particularmente las carreras
de orientación humanística, languidece en un sopor gris, ano-
dino; por los claustros de profesores se pasean integristas cató-
licos y burócratas tediosos que repiten sin mucha convicción
ideas en desuso. La autonomía universitaria, principio rector
de la Reforma Universitaria, es transgredida con regular fre-
cuencia. Los estudiantes y sus organizaciones serán uno de los
sectores más enérgicamente opositores al gobierno justicialista.
En 1948 un nuevo incidente reclama y marca a Borges:
su madre, Leonor Acevedo, y su hermana, Norah, son deteni-
das y condenadas a un mes de prisión. Estela Canto relató así
los hechos: "La calle Florida siempre estaba abarrotada de gente
durante el día y entonces la atmósfera política era muy tensa.
De repente, Doi'ia Leonor, seguida por sus acompañantes, pro-

* Ricardo Sidicaro, Perón, Fondo de Cultura Económica, Buenos


Aires, 1996.
:e:¡

Contorno: la críticade la nueva generación 51

rrumpió en invectivas contra Perón y Evita, flamante esposa


del general. Después se pusieron a cantar el himno nacional.
Las damas fueron rodeadas por la multitud, y la policía, te-
miendo que la cosa pasara a mayores, las arrestó y las trasladó
a la comisaría". "A partir de ese momento -dice uno de los
biógrafos del escritor-la postura de Borges se volverá irracio-
nal y maniquea. A partir de ese momento y para siempre todo
lo que oliera a peronismo sería repudiable y perverso.:"

"Rebeldía, rechazo, desconcierto. Esto es lo que senti-


mos." Con estas palabras abre su primer número la revista Con-
torno, editada por un grupo integrado en su mayoría por jóve-
nes estudiantes y recién egresados de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires: los hermanos David
e Ismael Viñas, Adolfo Prieto, NoéJitrik,JuanJosé Sebreli, León
Rozitchner y Ramón Alcalde, entre otros. Corre 1953. Recha-
zo; rechazo frente a un peronismo que se percibe como artífi-
ce de la corrupción, la demagogia, el oscurantismo y la degra-
dación de valores; rechazo ante una izquierda dogmática y
anquilosada: un Partido Comunista, todavía stalinista, que pre-
dica un realismo socialista de pobres resultados y un Partido
Socialista que frente a los nuevos desafíos políticos, sociales y
culturales responde con dosis iguales de miopía, obstinación
pedagogizante y retórica vacía; pero, sobre todo, rechazo, dis-
conformidad, distancia con el proyecto cultural de la genera-
ción de 1925, nucleada en torno a la revista Sur, con su modelo
de intelectual despolitizado y presunto portavoz sereno "de un
nivel más alto: lo espiritual" (Victoria Ocampo); su literatura,
caracterizada como pasatista, gratuita, en definitiva, estéril y su
tradición crítica academicista y erudita.
La aparición de Contorno, el portavoz caracterizado de
una nueva generación literaria, señala y adelanta, por un lado,

'" Horacio Salas, Borges. Una biografía, Planeta, Buenos Aires, 1994.
52 antibmges
la decadencia progresiva del proyecto cultural liberal que en-
contraba en Sursu más paradigmática expresión; y por el otro,
la re definición radical del intelectual y su función social. Se
proponían gestar "un nuevo tipo de escritor y lector" a partir
de una literatura "en la que el escritor debiera tomar partido
por la praxis como acción en la historia y sobre la historia".
Irrumpe entonces en la escena el intelectual comprometido.
La obra de Jean Paul Sartre y el grupo existencialista
nucleado en torno a Les tempes modernes, junto al redescubri-
miento de un Marx de linaje hegeliano, brindaban el vital ali-
mento teórico-ideológico a estas nuevas búsquedas. Se conju-
gaban "dialécticamente" existencialismo y marxismo; del
primero, se hacía hincapié en el amplio espacio para el accio-
nar humano libre, esquivando la tentación de los mecanicismos,
y del segundo se incorporaban las tesis sobre el papel de las
relaciones materiales en el devenir sociohistórico.
Dentro de estas coordenadas Contorno construye una nue-
va crítica de lo literario; ahora lo específicamente literario in-
corpora (esjuzgado) por categorías y criterios de impronta so-
ciológica, filosófica o política. Contorno, así, organiza una nueva
matriz crítica literaria y elabora una nueva historia de la litera-
tura argentina: una historia social y política. Lo literario estu-
diado "más como un fenómeno revelador de la realidad que
como realidad autónoma", como apuntó Rodríguez Monegal.
Toman distancia, se proponen desmitificar y revisar el
legado cultural de las generaciones precedentes; y así releen
con sus nuevas herramientas a Martínez Estrada; reivindi-
can a Leopoldo Marechal, redescubren a Roberto Arlt; re-
chazan a Eduardo Mallea; y, por supuesto, no se puede ob-
viar, está Borges.
En 1954 la editora del Centro de Estudiantes publica
Borges y la nueva generación de Adolfo Prieto donde éste fija po-
sición: la de los que desde entonces serán denominados "los
parricidas". Prieto reconoce en Borges a "un notable escritor",
incluso como "el más importante de los escritores argentinos
actuales". Sin embargo, se siente ajeno, extraño a todo su (ana-
crónico) mundo de valores y temáticas, a su literatura, volcada
Contorno: la crítica de la nueva generación 53

narcicistamente sobre sí misma, que no problema tiza la socie-


dad y sus hombres. El lector encontrará en este capítulo las
partes centrales de este libro, que no volvió a ser reedi-
tado.Tiene además el mérito de ser el primero de la larguísima
serie de los Íntegramente dedicados a abordar la obra de Borges.
Borges y la nueva generación motivó una polémica, con epi-
centro en la revista Ciudad, en la que Roy Bartholomew ataca a
Prieto; Carlos Alberto Gómez coincide con el enfoque
contornista ("no se siente ya como él, no se puede sentir") aun-
que matiza; Salvador María Lozada se preocupa por demostrar
que un gran escritor no puede descansar exclusivamente en su
destreza verbal y encuentra justo reivindicar las posiciones po-
líticas de Borges; César Fernández Moreno cree que el libro es
"espléndido", pero intenta absolver a Borges del cargo de bi-
zantinismo. Juan Carlos Portantiero desde la revista Plática con-
tinúa el debate: el libro le parece "valioso"; y acusa: Borges es
"el provedor de toda una elite más o menos vinculada a nuestra
vacunocracia" y ve en él "el problema del escritor que traiciona
a su país traicionando a su oficio. Borges ejemplifica mejor que
ninguno (tal vez porque sea uno de los más dotados de su ge-
neración) ese proceso de desvinculación del intelectual con el
pueblo, en el que hay que ver la decadencia de nuestra cultu-
ra". Finalmente David Viñas, desde Liberalis, asume una encen-
dida defensa de la obra de Prieto en donde termina explicitando
la posición de los nuevos escritores. Con este último artículo
cerramos este apartado dedicado al 'Juicio de los parricidas".
Borges
y la _nueva generación

o
+-' PRESENTACIÓN
<l>
•....
CL


Si la fuerza de las convicciones no necesita ser gritada
o para manifestarse, pensamos que este ensayo sobre Borges tie-
o ne el valor de su fuerza y la decisiva garantía de su honestidad.
"'O
El tema, Borges, y las palabras que a continuación lo especifi-
can, la nueva generación, sugieren los peligros de la parciali-
dad, admirativa o enconada, ante los que fácilmente podría
sucumbir cualquiera que sintiéndose integrante de una gene-
ración sucesora de la de aquél, lo abordara. Adolfo Prieto esca-
pa a esta disyuntiva. Porque si hay una palabra clave para nom-
brar su obra, honestidad es la que nosotros diríamos.
Ubicar a un autor y a una generación en la atmósfera vivaa
la que pertenece y juzgar luego el cumplimiento de su misión
literaria implica necesariamente la propia ubicación, la perspecti-
va exacta del propio destino en la vocación elegida. Prieto no nos
defrauda. La elección del tema Borges, la elección de todos los
otros temas que ha ensayado en sus escritos, es una definición de
su postura frente a la literatura y consecuentemente de su respon-
sabilidad total en la situación que reconoce como propia. Borges,
ante quien la nueva generación no puede permanecer indiferen-
te, es estudiado aquí, en tanto se dan en él en su forma más logra-
da aquellos elementos característicos de una generación cuyo en-
juiciamiento intenta el autor. k/ en la medida en que la obra no
56 antibmges
es exclusivamente un estudio sobre Borges, las posibles discre-
pancias con sus juicios particulares no inciden fundamental-
mente en la totalidad. Explicariase por esto, en parte, la radical
distancia que separa a ésta de otras críticas sobre el mismo es-
critor. Acercándose a ella con peculiar mirada, la obra de Borges
solicita el énfasis en dispares méritos o fallas.
De tal modo, en Prieto la crítica es sólo punto de partida,
compromiso asumido en su responsabilidad futura de escritor de
una nueva generación, cuya tarea define como una carga ineludi-
ble, porque "este tiempo en que nos ha sido dada azarosamente la
existencia, ni mejor ni peor que otros, es tiempo de seriedad".
Pero si está ya definido su sentido del quehacer literario y la res-
ponsabilidad frente al contorno viviente en que se instala -para
ello lo vemos en algún modo acercarse a Sartre y hablar de com-
promiso--, su juicio no se encierra en su personal visión y es ca-
paz de captar otras posibles actitudes. El reconocimiento de la
distancia temporal y espiritual que separa a su generación de la
situación que rodeó a la anterior, de lo que a ella -concretamen-
te a la labor de Borges- se le debe, de la autenticidad que supone
la personalidad y la obra de éste lo obligan a deslindar de sus
exigencias aquello que, siendo para él mismo imperativo, no lo
fue para otros. Intenta la objetividad: penetrar por la poesía, el
ensayo o el cuento en el mismo mundo en que surgieron y luego
buscar su génesis y su sentido, y valorarlas. Pero si su juicio es
duro, y aun si fuera errado, visible queda su deseo de no escamo-
tear ningún posible argumento en contra suyo.
Así, fácil es decir que la obra de Prieto es, quizás, una de
las voces que lajoven generación reconoce, o reconocerá, como
propias. Su vehemencia no oculta en la justeza y precisión de su
lenguaje o la serenidad de sus conclusiones, puede reconocerse
en otras vehemencias; su amor por ciertas cosas y sus búsquedas,
en otras búsquedas. El sentimiento concreto de la realidad, el
impulso de verdad y la honestidad en el hacer, como definición
de una generación, no bastan, indudablemente, para confiar
en su capacidad creadora, que sólo el tiempo confirmará, pero
intuirlos como elementos tangenciales en quienes la integran
descubre la existencia de un común fundamento generador,
Borges y la nueva generación 57

aun por expresarse. Si el destino de lo literario entre nosotros


está vitalmente unido a la expresión de este sentimiento: las voces
que se insinúan no podrán menos de parecer presagio de una
literatura auténtica, y quienes así lo crean encontrarán impulsos
para esperar que, aquí y ahora, no todo se ha perdido.

Letras Universitarias, 1954

Inferir de un libro las inclinaciones de su escritor pare-


ce operación muy fácil, máxime si olvidamos que éste
no redacta siempre lo que prefiere, sino lo de menor
empeño y lo que se figura esperan de él.
. U. L. Borges, Evaristo Carriego)

PRÓLOGO

Acercarse a la obra de un autor vivo con ánimo de redon-


dear un juicio es tarea problemática, y, por supuesto, congela-
da de antemano en la circunstancia que le dio origen. Cual-
quier libro posterior a este presunto ensayo puede invalidado
-si es que es válido aquí y ahora-; cualquier viraje futuro en
la actitud del autor echa por tierra este intento de ubicación.
Una vida es una suma de posibles; ¿a qué esta prisa por cercar
lo inconteniblemente en curso? La pregunta es un cargo; un
descargo este otro interrogante: ¿por qué no entablar discu-
sión, abrir conjeturas, ubicar a un contemporáneo de la misma
manera que lo hacemos con un hombre del pasado, siendo el
último un mero fantasma y el primero un término obligado de
nuestro diálogo dramático con la existencia?
Borges es acaso el más importante de los escritores argenti-
nos actuales. Si alguien no encontrara mérito en la comparación,
diré simplemente, repitiendo el consenso, que es un notable es-
critor. Ocurre con él, sin embargo, un curioso fenómeno, que ya
58 antibmges
tiene antecedente en nuestra historia literaria: como en Lugones,
y quizás en mayor medida que en Lugones, se nota un desajus-
te entre el valor auténtico de la obra y el volumen que desplaza su
prestigio de autor. Borges, como Lugones, es más un fenómeno
de presencia que el autor de una obra intrínsecamente valiosa.
Esta observación (en un principio confuso sentimiento), sugi-
rió, con el capricho con que dispone las cosas el azar, el punto
de partida del presente trabajo. Pudo haber sido cualquier otro:
preferí éste por habérmelo provocado espontáneamente mi pri-
mer contacto con la obra de Borges. Siempre es bueno, en el
punto de partida, una motivación psicológica.
Indagar las causas del desajuste denunciado me llevó, natu-
ralmente, a declarar la perspectiva desde la que tornaba obvia su
existencia. Para un lector de cincuenta años, por ejemplo, tal des-
ajuste no existe; o existe y carece de importancia. Para los lectores
de veinte o treinta años la desproporción es evidente y remite a las
diferencias de clima que separa una generación de la otra.
Las opiniones que aquí se vierten no presumen, por cier-
to, de representar la opinión unánime de la juventud actual.
No hay estadística ni censo posibles. Con la mayor buena vo-
luntad se ha intentado pulsar eljuicio de los más, sin deformar-
lo excesivamente en el tamiz de la apreciación subjetiva. Que
ningún joven se sienta usurpado por esta invocación de con-
temporaneidad. Al fin y al cabo, es una inocente cuestión de
método; a lo sumo, la ingenua esperanza de acertar con la pala-
bra que muchos quisieran haber dicho, y no dijeron impedidos
por la pura eventualidad.

APROXIMACIÓN AL HOMBRE

Borges nació en Buenos Aires en 1899. Pasó los años de la


adolescencia en Europa; estudió en Ginebra; estuvo tres años en
España; regresó al país en 1921. Durante su permanencia en
España formó parte del grupo apadrinado por Cansinos Asséns,
fabuloso conocedor de catorce lenguas, ameno conversador,
Borges y la nueva generación 59

prosista lírico, padre reconocido de la entonces novísima manera


poética: el ultraismo.
Borges fue en Buenos Aires punta de lanza de la nueva
escuela, hecho significativo que marcará una de las constantes
de su actividad literaria. Junto con González Lanuza y Guillermo
Juan, edita la revista mural Prisma, y publica en Nosotros los pro-
pósitos y los elementos del ultraísmo. Los poetas ultraístas se
proponían, según ese manifiesto, abolir "la hechura del rubenia-
nismo y anecdotismo vigentes", para lo cual se apoyaban en un
programa que incluía: la reducción de la lírica a la metáfora, su
elemento esencial; la tachadura de las frases medianeras, nexos
y adjetivos inútiles; la abolición de los trebejos ornamentales, el
confesionismo, la circunstanciación, las prédicas y la nebulosi-
dad rebuscada; la síntesis de dos o más imágenes en una.
En el mismo año en que el joven poeta publicaba este
manifiesto, Ortega y Gasset pronunció un admirable discurso a
los postres del banquete que Gómez de la Serna y su grupo le
ofrecieran en el café del Pombo. Ortega incluyó a los jóvenes
de hace treinta aI10Sen una definición que resultó en buena parte
profética. La generación que hacia 1920 irrumpía en el escenario
histórico con plenitud de fuerzas era la última generación liberal;
aquella en que periclitaba el vasto impulso iniciado en el Renaci-
miento, que nació como negación de un pasado y pervivió por
la voluntad de negar negaciones. Desde el Renacimiento hasta
nuestros días, todo nuevo estado de cosas ha debido afirmarse
en la negación de lo anterior. El despilfarro vital parece haber
tocado a su término; ante la última generación, en el campo
artístico al menos, vuelve la tierra a ser rasa y desierta. Ortega
augura entonces una próxima generación, en la que pulsará
un sentido de la vida en modo alguno liberal. "Amantes de las
jerarquías, de las disciplinas, de las normas, comenzarán a jun-
tar piedras nobles para erigir una nueva tradición."
Borges nació a la vida literaria bajo el signo de la última
generación liberal. Para afirmar tuvo primero que negar, y lue-
go lo ímprobo, heñir sus propios mitos. Él lo consiguió,
ciñéndose a una esfera estrictamente personal. El primer mito,
el ultraísmo, pertenecía a un grupo; toda su obra posterior es
60 antibmges
una construcción míríca que nace y concluye con él, aunque
condicionada naturalmente por el ámbito general y la
circunstanciación. Borges ha afinado a tal punto la singulari-
dad de su obra, que a primera vista parece como si ésta viviera
desgajada de toda circunstancia de tiempo y de espacio, como
si la obra y el medio en que fue gestada no guardaran relación
en absoluto. ¿Es que no provoca asombro la imprevista lectura
de este enunciado? "En el último cuarto de siglo, en Buenos
Aires, hay un escritor que se entretiene en relatos fantásticos y
cuentos policiales; ejercita una crítica inteligente, aunque las
más de las veces ociosa; difunde el conocimiento de la literatura
inglesa y de las sagas de Islandia; se preocupa de cuestiones
teológicas; ensaya algún devaneo metafísico; prodiga una exube-
rante información bibliográfica." De pronto, se le ocurriría a uno
ubicar a un escritor semejante en el imaginario país de Castalia,
absorto en prepararse para el desinteresado juego de abalorios, o
en un hipotético siglo XVIII deslumbrado por la perspectiva de
una literatura universal. En Buenos Aires, por estos años, no.
Claro que esta impresión se desvanece cuando se rasga la su-
perficie de los hechos y se comprueba que el caso de Borges,
lejos de ser un fenómeno aislado, no es más que el representa-
tivo de una generación de escritores que, en un momento y en
un país determinados, adoptaron una especial actitud frente al
quehacer literario. La impresión se afinca, sin embargo, duran-
te cierto tiempo, en el ánimo del lector, por cuanto la obra de
Borges, repito, se eleva como una singularidad reclusa en sí mis-
ma; su prestigio (como todo prestigio), se afirma sobre la omisión
de los contemporáneos y de sus obras; y eljuicio que aquélla nos
merezca recaerá inexorablemente sobre éstas. La injusticia vio-
lenta, pero suele ser inevitable en apreciaciones de este tipo.
Una de las primeras reacciones de un lector joven ante la
obra de Borges se canaliza en la intención de clasificar a éste en la
categoría de escritores que gastan la literatura como un lujo y que
lanzan sus invenciones como luces de bengala sobre la opaca rea-
lidad. Las repetidas incursiones de Borges por el cuento policial y
el relato fantástico se adelantan a fomentar esa reacción. La con-
firman sus ensayos críticos y sus libros de versos.
Borges y la nueva generación 61

El género policial y el fantástico adolecen de los mismos


defectos y se identifican en la motivación con la novela de ca-
ballería y la novela pastoril. Los defectos nacen fundamental-
mente de la entera gratuidad de esos géneros, del olvido abso-
luto del hombre, de la esquematización de la realidad, del vacío
vital; cronológicamente distantes, las causas que explican la
epifanía de esos géneros parecen ser sus posibilidades de esca-
pe a la pegajosa realidad. Cuando desaparecieron las circuns-
tancias que originaron tal necesidad de escape, la novela de
caballerías y la pastoril cayeron en el descrédito, el olvido y el
ridículo. Hoy son meras curiosidades literarias; interesantes
documentos de sociología. Ambos géneros purgan su pecado
capital: la omisión del hombre. Ya la vuelta de cada recodo el
hombre descubre que lo único que fundamentalmente le im-
porta es él mismo. (Un recuerdo de los vaivenes de la antropo-
logía filosófica, disciplina nueva en cuanto a las exigencias de
los planteas actuales, antiquísima en cuanto a las motivaciones
íntimas, es útil en este lugar.)
La novela policial y el relato fantástico nacieron en cir-
cunstancias análogas y con el mismo pecado; ¿será excederse
de fatalistas anunciarles idéntico fin?
Toda la obra de Borges está signada por la limitación que
le ha impuesto un origen históricamente circunstanciado. Na-
die puede profetizar que a su obra le será imposible superar
dicho horizonte histórico, pero es evidente que muchos jóve-
nes de la actual generación se sienten extraños, ajenos a ella. Y
no es que estos jóvenes se acerquen a la misma con espíritu
combativo, de reacción o negación. Los jóvenes de hoy no ac-
túan contra el pasado inmediatamente anterior; tienen, en cier-
to modo, el orgullo del desengaño. Para reaccionar contra un
valor, aunque la reacción asuma la ingravidez de la burla pue-
ril, primero hay que reconocerlo como tal valor. El fracaso de
las dos o tres generaciones anteriores, con dos guerras mun-
diales en su haber, y el caos que por uno u otro camino intro-
dujeron en política, en arte y en moral, adoctrina a la nueva
generación (en Buenos Aires, Nueva York o París) a distraerse
del pasado inmediato y de no tomarlo siquiera como ejemplo
62 antibmges
negativo. No. Eljoven de hoy no entabla una polémica a fondo
con los hombres maduros que enseñorean la política o el arte;
ni se ríe de ellos ni se apasiona contra ellos. Los observa, a
veces, trata de comprenderlos porque forman parte de su
contorno vital, pero íntimamente se siente desvinculado,
ajeno, y se refugia en una completa indiferencia al mundo
exterior -caso común- o masculla, casi siempre a solas, los
planes para su propio mundo futuro.
Este libro, escrito por unjoven hace veinte años, hubiera
concluido en un epitafio festivo o se hubiera teñido con una
polémica sangrienta. Ahora resulta, sin patetismos ni tonos
burlones, un intento de comprensión.
Los lectores jóvenes, repito, se sienten un tanto extra-
ños, ajenos a la obra de Borges. Sienten -lo que fue obvio
para los lectores de la misma generación del autor- el des-
lumbramiento del orbe borgiano; la rara imaginación, la su-
tileza, la amplitud, la erudición y el encanto del estilo. La
magia muere, sin embargo, con la última página leída. Es
como si se notara la desproporción entre el esfuerzo que el
libro leído demandó del autor y la trayectoria que el conte-
nido sigue más allá de las páginas impresas. La despropor-
ción molesta un poco. Como un traje costoso hecho para
una sola ocasión. Los libros publicados hasta ahora por
Borges suscitan este sentimiento. Casi no hay nota crítica
suya que no sea prescindible. Las numerosas observaciones
felices se pierden ahogadas en el propósito baladí. Los cuen-
tos y relatos agotan su destino en el pasatiempo que nos re-
galó el lapso de su lectura. (Dejo de lado las cuestiones me-
tafísicas y entretenimientos teológicos. Asimismo, la valiosa
tarea de divulgación de literaturas extranjeras.)
Es difícil pasar por alto en la formulación de este juicio
toda interferencia del tan debatido problema del compromi-
so. La doctrina sartriana ha embarullado un poco los ya de por
sí nebulosos problemas de la literatura, y, verdadera o no, es
evidente que ha acertado, al menos en expresar la actitud de
un nuevo tipo de lectores y escritores, acuciados por las exi-
gencias de la vida y del tiempo en que les es dado vivir.
Borges y la nueva generación 63

La doctrina de Sartre, feliz en cuanto denuncia el fenó-


meno de la relación del escritor con la época de mayor energía
e inteligencia que nunca, es peligrosa y estrecha en cuanto pre-
tende encauzar la literatura por un único camino posible. Aca-
so porque la situación del argentino sea distinta de la del fran-
cés o europeo en general, nos cuesta un poco admitir el adve-
nimiento de una literatura de la producción opuesta radicalmen-
te a la literatura del consumo; una literatura en la que el escritor
deberá tomar partido por la praxis como acción en la historia y
sobre la historia. Desorientados sobre cuál sea la praxis en nues-
tra situación particular, estamos, sin embargo, conscientemente
prevenidos frente a la pura literatura de consumo, que "no
tiene nada que hacer en la sociedad contemporánea". Esto se
nos vuelve palpable a medida que echamos a ver con desagra-
do el ocio que se malgasta en buena parte de nuestra literatura
actual, en las obras de Borges, Bioy Casares, Mujica Láinez.
Un desagrado de este tipo será tal vez la única prevención
de la que no pueda desprenderme al juzgar la obra de Borges,
pero en él no va implícito unjuicio sobre el autor. Si Borges cum-
ple o no con su misión de escritor, si salva el compromiso que le
imponen los tiempos, es asunto que nadie está hoy en condicio-
nes de aseverar. Borges nació en un mundo distinto del nuestro;
medirlo por nuestras exigencias es, en cierto modo, injusto. No
importa que a partir de 1930 la aparición de la Radiografia de la
pampa, Historia de una pasión argentina y Adán Buenosayres marca-
ran un vuelco en la actitud de sus inmediatos contemporáneos;
los hechos están demasiado cerca parajuzgarlos, y sobre todo los
hombres autores de los hechos. La obra de Borges puede -y tie-
ne- que obligamos a una apreciación radical. La actitud del hom-
bre gestor de esa obra escapa a esa posibilidad, no porque éste
haya escamoteado respaldar la obra con el compromiso vital, sino
porque el compromiso no ha acertado a expresarse con la categó-
rica evidencia del de Martínez Estrada, Mallea, Marechal. Sin
embargo, existe, y por cierto, largamente trabajado y madurado.
A los treinta y tres años, Borges declaraba en el prólogo a
Discusión: "Vida y muerte le han faltado a mi vida. De esa indi-
gencia mi laborioso amor por estas minucias". Había publicado
64 antibmges
ya tres libros de versos e Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza,
El idioma de los argentinos y Evaristo Carriego, en prosa. La decla-
ración prologal era honesta, como todas las que su autor ha
entregado al público; la obra anterior la presumía; la posterior
la ha corroborado. Un hombre que a los treinta y tres años
reconoce los alcances y, en consecuencia, las limitaciones de la
propia naturaleza, y omite con modestia lo primero y declara
sin amargura lo segundo, tiene ganado el respeto y la secreta ad-
miración de los demás. Es algo a conocerse. Menos seguro estuvo
Borges en la tarea de ubicarse en la situación histórica y geográfi-
ca en que le ha tocado vivir.Educado en Europa, poseedor de una
cultura insólita en nuestro medio, entregado de lleno al ejercicio
de la literatura, lo vemos tocar con dedos trémulos, cuando no
juguetones, los temas que se nos ocurren los más contradictorios
para su condición. Quien se adhiere a los preceptos de un nuevo
ismo poético (que tuvo la presunción de estar más allá de todos los
ismos) se demora más tarde en estudiar la obra de Evaristo
Carriego, humildísimo versificador del arrabal. El mismo escri-
tor que se entretiene en imaginar la perplejidad de Averroes
ante dos palabras de la Poética, de Aristóteles, nos relata un dra-
ma de cuchilleros; una vez se detiene en Ascasubi y otra en las
traducciones de Hornero; en nuestro pobre individualismo y en
el ruiseñor de Keats; en Martín Fierro y en el falso Basílides.
Se dirá que esto es efecto de una condición general de
nuestros clercs, a mitad de camino entre una tradición de cultu-
ra europea y una realidad distinta que no se sabe al pronto
cómo tomar. Borges, acaso el más ilustrado de nuestros clercs,
al reintegrarse al país de origen, desgarró sus afectos entre el
tesoro de la cultura occidental -es decir, universal- y el ra-
quitismo de la nuestra; enhorabuena, no se encerró en una
torre de marfil, como pudo hacer y lo hicieron muchos otros,
resultando fácil perseguir en sus páginas los contactos con nues-
tro contorno. Si tales contactos provocan extrañeza en el con-
junto de su obra, es porque nuestro mundo y el mundo de la
cultura occidental no ligan fácilmente, a menos que se recon-
cilien desde una alta perspectiva idealizada ambos relativismos.
La dualidad se ha mantenido a lo largo de su obra; creo que
Borges y la nueva generación 65

para muchos hubiera y sigue siendo grato que se quebrara en


favor nuestro, suponiendo que fuera posible la gracia y dejan-
do de lado lo absurdo de la presunción y su tremenda mez-
quindad. La dualidad se ha mantenido, y tiene que haber tra-
bajado mucho el ánimo del autor, por cuanto buscó -y
encontró- una fórmula de solución que se ajusta bastante bien
al planteo del problema.
A fines de 1951, pronunció en el Colegio Libre de Estu-
dios Superiores una conferencia que tiene mucho de documen-
to personal. Su enunciado es: "El escritor argentino y la tradi-
ción". Borges declara que no hay problema en el enfrentamiento
de ambos términos. Luego examina las soluciones ofrecidas por
quienes creyeron o creen en la existencia del problema: el en-
tronque de la literatura gauchesca, primero; con la literatura
española, segundo, y por último, la de los que pregonan nues-
tra desvinculación con el pasado y una consecuente situación
de angustiada soledad. Desbarata con sólidos argumentos las
dos primeras soluciones; arremete con uno muy débil contra la
última. Luego se pregunta:

"¿Cuál es la tradición argentina? Yo creo que podemos


contestar fácilmente a ello; creo que no hay un problema
grave en esa pregunta. Creo que nuestra tradición es Euro-
pa, y creo también que tenemos derecho a esa tradición,
mayor que el que pueden tener los habitantes de una u
otra nación de Europa ... Creo que los argentinos, los sud-
americanos en general... podemos manejar todos los temas
europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreveren-
cia que puede producir, y ha producido, consecuencias afor-
tunadas ... Todo lo que hagamos los escritores argentinos
con facilidad pertenecerá a la literatura argentina de igual
modo que el hecho de tratar temas italianos pertenece a la
literatura inglesa por obra de Shakespeare.
"Por eso repito que no debemos temer; debemos pensar
que nuestro patrimonio es el universo; debemos tratar to-
dos los temas, no debemos concretarnos para ser argenti-
nos: porque ser argentinos es una fatalidad, y en ese caso lo
66 antibÚl'íZfS
G

seremos de cualquier modo, o ser argentino será una mera


afectación, una máscara.
'Yo creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario
que se llama la creación artística, seremos argentinos, y se-
remos, quizá, buenos y tolerables escritores."

La actitud que revela esta declaración de Borges tiene, por


lo pronto, el mérito de la valentía y un raro sabor de autenticidad.
¿Quién que haya escrito o pensado en nuestro país no ha sentid
alguna vez el vínculo de la cultura occidental como el único posi-
ble? ¿Quién puede presumir de dictar como un axioma la
periclitación de ese orbe de cultura y la eclosión de una nueva
cultura en el suelo de América? Cultura, tradición de cultura com
forma de una vida colectiva, no se improvisa con el aporte de unas
cuantas generaciones, y es perfectamente legítima la actitud de
los que continúan aferrándose a la tabla de salvación europea:
por lo menos tan legítima como la americanista, Ser argentino es
una fatalidad, lo que significa que se lo es de cualquier modo; en
este sentido no encuentro cargo posible a la posición de Borges:
pero no es una fatalidad ser hombre inmerso en una época deter-
minada, sino un condicionamiento, una situación que influye y se
deja influir por el hombre. La cultura occidental, como toda crea-
ción humana, reclama el aporte del conglomerado de hombres
que se filian a ella. Hoy más que nunca. ¿Qué ha hecho Borges
por la cultura de Occidente? ¿En cuánto ha aumentado su patri-
monio? ¿Con qué savia ha contribuido a vitalizar su existencia:
Estas preguntas no están formuladas desde el limitado panorama
de un país y de una literatura nacional, sino desde el amplio sec-
tor que Borges ha elegido como campo de acción personal. El
universo (Europa es, además de América, el universo para noso-
u-os) es su tradición y su contorno. Tradición y contorno exigen al
hombre en la misma medida que dan.
Para refutar a quienes propugnan un entronque con la tra-
dición de la literatura gauchesca, Borges demuestra, en la confe-
rencia anteriormente citada, que aquélla es un género tan artifi-
cial como el que más; hecha en función del gaucho, como dicha
por gauchos, para que el lector la lea con entonación gauchesca:
Borges y la nueva generación 67

(fenómeno alejado de la verdadera poesía popular). Bajo la in-


fluencia de la literatura gauchesca se ha llegado a la presunción
-asevera Borges- de que la literatura argentina debe abundar
en rasgos diferenciales y en color local argentino, lo que constitu-
ye un evidente error. Luego de esta sutil observación, se demora
en una confidencia: "Durante muchos años, en obras ahora feliz-
mente olvidadas (Luna de enfrente,Euaristo Caniegoyotras muchas),
yo traté de redactar la sensación, el sabor de los barrios extremos
de Buenos Aires; naturalmente, abundé en palabras locales, no
prescindí de palabras como cuchilleros, milonga, tapia y otros, y
escribí así aquellos olvidables libros". Luego, en La muerte y la brú-
jula, que es una especie de pesadilla, parece haber acertado a ex-
presar el sabor de las afueras de Buenos Aires, "precisamente por-
que no me había propuesto encontrar ese sabor, porque me había
abandonado al sueño ...".
Si Borges deja de lado una tradición que le aconsejaba la
búsqueda consciente del color local, obra con toda justicia, al tiem-
po que provoca con la confesión una autocatarsis de antiguos
pecados. Los libros que él menciona, y alguno que omite, suscitan
a tal punto la imagen del turista curioso, que solamente la citada
confesión a posteriori la exime de enojosas invectivas. Queda en su
descargo una nebulosa tradición que lo aconsejaba mal, y la nece-
sidad de integrarse con el medio, que no es fácil ni clara en estos
países de América. Otros escritores de su talla, urgidos por la mis-
ma necesidad de integración con el medio -hablo de Martínez
Estrada, Marechal, Mallea-, han calado más hondo y se han com-
prometido con mayor inmediatez en la búsqueda de una fórmula
de solución. La diferencia no es un cargo excesivo; cada cual elige
una actitud frente al mundo y se hace respetable en ella en la
medida en que es capaz de sostenerla hasta las últimas consecuen-
cias. Borges, a los cincuenta años, en un recodo de la vida en el
que los hombres honestos se deciden a llamar las cosas por sus
nombres, ha declarado lo que piensa del escritor argentino y la
tradición; los argumentos que expone no son superficiales; es obli-
gación juzgar su obra desde el ancho contorno universal.
68 antibmges
CO CLUSIONES

En agosto de 1924, Borges, Güiraldes, Caraffa y Rojas Paz


dieron a publicidad el primer número de Proa, revista mensual
que alcanzó dos años de vida.
En la nota de presentación señalaban los editores el floreci-
miento insólito de la vida espiritual del país, la generación mila-
grosa de la alta cultura, el desembozado ingreso en el arte de las
energías ocultas hasta entonces por la falta de cohesión y de cono-
cimiento. Con la euforia de tan grata experiencia, los editores
lanzaban su revista a la calle sin tener idea exacta de propósitos y
de fines. La revista (ahora se ve claro) no se editaba para algo,
sino por algo; por la euforia reinante, por exceso de vitalidad, de
alegría; por necesidad psicofísica, como la risa que irrumpe sola
por la saludable disposición del alma y del cuerpo.
Los editores quieren disculparse un poco aprisa de su
misma prisa. "¿Qué programa ideológico ostentamos? ¿Qué
soluciones tenemos para los problemas sociales y científicos?
No es posible mostrar de antemano un panorama que esta-
mos en camino de formar. ¿Cómo exigir a un viajero que par-
te a dar la vuelta al mundo una reseña de su viaje cuando esta-
mos despidiéndolo en el puerto de partida?"
A nosotros nos parece hay perfectamente lógico solicitar
del presunto viajero la reseña de su viaje, salvo que sospeche-
mos que a éste no le importe tanto el viaje como viajar, cosas
totalmente distintas. A los jóvenes de hace treinta años les im-
portaba mucho más viajar por el dispendio de energías que tal
acción implica que el viaje, experiencia fatigosa a poco que
intente eludir el riesgo de inutilidad.
Proa apareció algunos meses después de Martín Fierro,
dirigida por escritores que pertenecían y siguieron pertene-
ciendo a la famosa revista que nucleó a casi todos los altos valo-
res de su generación. Proa era una revista un tanto más seria
que Martín Fierro, y por lo mismo, menos importante y signifi-
cativa. El desenfado, la indisciplina, el humor ácido hallaron
mejor cabida en las páginas de la última; por consiguiente, tam-
bién, un público más amplio. Veinte mil ejemplares anunció el
Borges y la nueva generación 69

número dieciocho de Martín Fierro, cifra no alcanzada hasta


entonces por revista artística o literaria enel país, ni en sueños
homologada en la posteridad,
En Proa se presentaban autores extranjeros desconoci-
dos (Borges declara ser el primer hispanoamericano que se
aventuraba con Joyce); se publicaban versos ultraístas, traduc-
ciones de poetas extranjeros, reportajes a hombres ilustres.
Junto con los redactores de Martín Fierro organizaron banque-
tes a base de ravioladas, en las que imperaba el buen humor y
la fina agudeza de Macedonio Fernández. La despreocupación
vital parece haber sido el signo de la época que prohijó el go-
bierno aburguesado de Alvear. Los redactores de Martin Fierro
escriben y banquetean despreocupadamente como los artistas
y literatos de Madrid o París. Reaccionan contra las antiguallas
sobrevivientes; imponen a Le Corbusier; hablan por primera
vez de Stravinsky; fustigan el academismo anquilosado, la mo-
dorra provinciana. Demuestran a los viejos que saben y sienten
más que ellos (en arte y en literatura, naturalmente). Los del
grupo de Boedo calificaron a los martinfierristas de
extranjerizantes; González Tuñón echaba de menos en la revis-
ta su falta de contenido social. Sin banderías políticas, acaso
hubieran notado claramente el defecto básico: la ausencia de
un rico y hondo contenido vital.
Los editores de Proa reconocían arrojarse a la aventura
revisteril sin propósitos definidos; Oliverio Girando, al redac-
tar la proclama de Martín Fierro, asumió, en nombre de sus
compañeros, la tarea de formular la optimista (e ingenua) de-
claración de que "todo es nuevo bajo el sol, si se mira con unas
pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo".
Pero lo único nuevo que vieron bajo el sol fue unas cuantas
formas artísticas descubiertas en Europa y una regocijada acti-
tud de rebeldía hacia los mayores. También se vieron a sí mis-
mos y notaron que eranjóvenes, y que eran muchos. La juven-
tud, como toda riqueza, sólo se disfruta en compañía. Agrupados
en torno a un órgano difusor, acuñaron un gusto, una tenden-
cia, una posición ante la literatura. Con todos los reparos que
las diferencias personales señalan, un común denominador une
70 antibor~es
u

a los escritores de Martín Fierro: eljuego, la acitud lúdica an te el


ejercicio literario y ante la vida. Los integrantes de aquella ge~
neración jugaron sobre todas las cosas a ser jóvenes: fueron
jóvenes, incluso, antes que literatos. La literatura fue para ellos
una combustión de dinamismo excedente como el deporte. A
nadie se le ocurre preguntar por qué un hombre ya desarrolla-
do levanta pesas; a ellos no se les ocurrió preguntar por qué
eran literatos. Fue un medio de gastar un sobrante de energías;
una consecuencia de la euforia. Tan cierto es que no pregunta-
ron por qué o para qué eran escritores, que nunca prepararon
una respuesta, que nunca lo supieron. ¿Qué hacer con la litera-
tura a más de bromas, revistas y banquetes? ¿Qué hacer a más
de embarcarse sin conocimiento del viaje y de salir a la calle
para ver como nuevo lo que quiere verse como nuevo? Hace
treinta años, un grupo dejóvenes patrocinaba un viaje sin meta
conocida; hoy tenemos derecho a averiguar los resultados de
esa empresa. Borges, que representa como un paradigma las
virtudes y defectos de su generación, nos ofrece con su obra los
materiales necesarios para la investigación y el enjuiciamiento.
Poeta, crítico, cuentista; algunos versos felices, unas cuantas agu-
dezas de criterio, media docena de ficciones valiosas, ¿pueden
ser el haber de una vida dedicada a la literatura?
Borges ofrece el caso singularísimo de un gran literato
sin literatura; un hombre que pasó treinta años ejercitándose
como escritor sin reservarse un poco de tiempo para pregun-
tarse qué es escribir. Es posible que a él (y a muchos) cueste
comprender este reparo, de la misma manera que a nosotros
se nos hace empinado alcanzar el sentido de la absoluta gratui-
dad y prescindencia de su obra. Vivimos ya bajo climas distin-
tos, aunque todavía es posible reconocer nuestras respectivas
isotermas. Esta posibilidad hizo factible el presente ensayo. Pero
las diferencias son profundas.
La época en que Borges vivió la juventud fue una época
de derroche de energías; la nuestra lo es de acopio: de ahí
acaso el sentimiento de desagrado que provoca la despropor-
ción entre el valor de su obra y el esfuerzo que ella implica; de
ahí la incómoda aceptación de un hecho que para nosotros
Borges y la nueva generación 71

resulta evidente: el desajuste de su prestigio de escritor con la


calidad de sus escritos. Yo creo que por el modo de reaccionar
ante ese desajuste se filian dos generaciones. La de Borges no
es consciente del fenómeno: lo acepta con la naturalidad de
los hechos cotidianos; para sus inmediatos contemporáneos
Borges es, egregiamente, lo que ellos fueron, un joven brillan-
te que escribe brillantemente sobre cosas sin consistencia, y a
quien no se le exige consistencia porque esjoven y lajuventud
es (fue para ellos) un destino por sí misma.
Para nosotros, ya lo dijimos, Borges es un literato sin lite-
ratura, pero un literato de enorme prestigio, cuyo reconoci-
miento no eludimos pero por cuya existencia temblamos.
Borges, a los cincuenta años, es un escritor de tantas posibili-
dades como para justificar su prestigio a priori. La aparición de
cada libro suyo despierta una milagrosa expectativa en este
ambiente nuestro de curiosidad embotada. A esa expectativa
con tribuye el anhelo de los jóvenes, para quienes Borges es el
escritor más dotado de la generación vigente, pero de quien se
aguarda todo, absolutamente todo, como de un escritor primi-
genio. Borges está recluso en el ámbito de su generación; sus
contemporáneos lo reputan como el primus inter pares. Paradó-
jicamente, para nosotros aún no ha nacido: es el Mesías, no
sólo porque hasta ahora no haya acertado con la palabra fami-
liar a nuestros oídos, cuanto porque en el fondo, preferimos
esta metáfora a la ultramundana de considerarlo un fantasma
que nos estorba el paso. Borges puede dar el salto de una zona
a otra; nacer para nosotros o convertirse en fantasma nuestro.
En el último caso habrá que evitar los fantasmicidas. Los
martinfierristas fueron, en buena parte, alegres molestadores
de fantasmas. Ya expuse las razones por las que rechazamos ese
papel. Ser anti-Pedro, dijo alguna vez Ortega, es postular un
mundo donde no exista Pedro, volver atrás la película hasta
que irremisiblemente vuelva a aparecer Pedro. D<'Zclararseanti-
Borges (a más de la presurosa e injusta antelación fantasmal),
es postular una literatura argentina sin Borges; volver atrás la
película hasta que al cabo de cierto tiempo, torne a aparecer
su figura. En el caso supuesto de un Borges congelado por el
72 antibmges
azar en el último gesto conocido, nuestro deber es acercar al
organismo viviente de la literatura los contenidos valiosos de
su obra. Enseñar lo que no debemos hacer es al fin tan valioso
como enseriar lo positivo de la cuestión. El caso Borges nos
podría brindar al menos estos axiomas:

l. Ingenio, erudición y un estilo excelente no garanti-


zan una gran literatura.
2. Sin conocer previamente el itinerario, nadie debe em-
prender un viaje.

Un arte y una literatura sin contenido, un artista y un


escritor que no tienen qué decir aunque estén exquisitamente
dotados para la expresión, aparecen en el seno de los países
archisaturados de cultura, vacíos de sustancia vital, decrépitos.
Es de obligación repetir los nombres de Alejandría y Bizancio.
Tildar un arte de bizantinismo es la mayor imputación que un
arte pleno de vida arrostra al viejo; asombra pensar que el más
brillante escritor de una generación vocacionalmente joven,
presente los estigmas del más depurado bizantinismo. Versos
por ejercitación de imágenes; crítica de minucias; invenciones
eruditas pensadas para lectores eruditos que puedan advertir
la rareza de la invención; relatos de fragmentos supuestos con
notas de editores supuestos referidas a libros supuestos, hubie-
ran hallado natural cabida entre los filólogos de Alejandría,
Pérgamo o Bizancio.
Aquí y ahora, se nos ocurre que hay demasiado que ha-
cer para tales entretenimientos. No estamos en la cumbre que
preanuncia la parábola decadente, sino en la monda planicie.
Un escritor nuestro puede insertarse en la corriente de la tradi-
ción occidental, o quemar las naves y declarar la absoluta
amnesia del pasado, o sentir un esotérico llamado de la tierra.
Creo que tal inserción es en buena parte fortuita, y menos im-
portante de lo que muchos creen. Venga de donde viniera el
eslabón que ate al hombre con el contorno, lo que interesa es
el partido que se saque de tal coyuntura y la convicción de que
a tuerto o a derecho no hay "altos intereses de arte y cultura"
Borges y la nueva generación 73

que puedan florecer al margen del hombre como totalidad.


Puedo desentenderme de ser argentino, americano o inglés,
pero no puedo llevar las abstracciones a tal punto de borrar mi
condicionamiento de hombre inserto en un devenir histórico.
Tiempo hay, dice el Eclesiastés, de sembrar y de recoger, de
reír y de llorar, de nacer y de morir. Este tiempo en que nos ha
sido dada azarosamente la existencia, ni mejor ni peor que otros,
es tiempo de seriedad; no de la empacada y solemne del que
cree que todo está hecho y se erige en guardián del templo,
sino de la del hombre que sabe que tiene que hacer algo y
acepta el trabajo como una carga ineludible.
Jugar es divertido; trabajar, no tanto; jugar a que se tra-
baja fue el lamentable error de la última generación liberal. El
trabajo es el quehacer específico del hombre en el mundo,
como lo expuso claramente Hegel; es el conglomerado de ac-
ciones por la cual el hombre, inserto, en una comunidad histó-
rica dada, se apropia del mundo circundante y lo transmite, es
decir, lo conduce al porvenir. La generación anterior jugó a
que trabajaba; hacía arte, literatura, política, sin tomarlas ex-
cesivamente en serio, como a sabiendas de que en la despensa
de la tradición, del trabajo acumulado por los padres, había
abundantes provisiones. Inventaban (o adoptaban) escuelas
artísticas para ellos, sin contacto con el pasado ni con el porve-
nir; gobernaban para ellos, sin injertar la política con la expe-
riencia pasada y la necesidad del futuro: tomaban en broma a
los padres y no tenían en cuenta los hijos de los hijos. El mun-
do no era para ellos devenir, sino un dorado y eterno presente:
usufructuaban de él como el heredero de los desvelos pater-
nos, o más ásperamente, como el salvaje de la fruta que habrá
de reponer la inagotable naturaleza.
El dorado presente de ellos es el opaco presente nues-
tro. Entre uno y otro existe un hiato, un corte, paréntesis
temporal cuya presencia apabulla a muchos de los jóvenes
de hoy y les hace incurrir en el error óptico de aceptar el
fenómeno como el de un hiato total, como un corte defini-
tivo con la tradición de cultura de Occidente. Borges tiene
un poco de razón cuando se asombra de esta creencia, pero
74 antibOlges
se equivoca al suponer que algunos la abrazan por el placer,
un tanto morboso, de saberse y proclamarse hombres en
soledad; los encantos de lo patético son mucho menos atra-
yentes que los encantos de la vida lúdica.
Los jóvenes que actualmente andan por los veinte y
los treinta años, son tan distintos de los que en el período
1923-1927 fundaban revistas humorístico-literarias y procla-
maban el insólito florecimiento cultural del país, que a pri-
mera vista parecen separados por una distancia de siglos. Si
tuviera que designar de alguna manera a los jóvenes que
hoy cuentan de veinte a treinta años, para distinguirlos de
los que alcanzaron igual edad hace tres décadas, diría que a
los jóvenes de hoy los distingue el espíritu de seriedad. Pre-
fiero esta designación a la más corriente de llamarlos hom-
bres en soledad, porque entiendo que la soledad del hom-
bre es un fenómeno metafísico, que trasciende por tanto
toda limitación histórica-geográfica.
El espíritu de seriedad difiere netamente del espíritu
lúdico que caracterizó a la generación anterior. No es hora de
fiestas, de banquetes ni de humorismo; hay que poner sobre
los hombros la carga de nuestro destino de habitantes de una
comunidad histórica, o desertar. Cualquiera de las dos posibili-
dades no es en exceso alegre. El que se decida por lo primero,
si es escritor, tendrá que realizar previamente un escrupuloso
examen de conciencia, porque en esa vocación elegida tendrá
que desenvolver su destino de hombre. Si no ajustara el uno
con la otra, el fracaso será irremediable. Se frustrará como hom-
bre, y como escritor servirá de verdugo de una literatura que
muere por sí misma de inconsistencia e inutilidad.
La desproporción entre el prestigio de Borges y el valor
de su obra fue el caprichoso punto de partida elegido para
anotar algunas reflexiones que juzgo procedentes. Creo no
haberme excedido en la compulsa del sentir común y haber
expresado con alguna aproximación lo que muchos piensan
sobre el tema. El caso de un gran literato sin literatura debía
destacarse como ejemplar para los escritores de la nueva gene-
ración: espejo al revés donde mirar lo que no se tiene que ser.
Borges y la nueva generación 75

Ya en el Prólogo me adelantaba a reconocer que este


ensayo estaba de antemano congelado en la circunstancia que
le dio origen; que cualquier cambio en la actitud del autor,
cualquier libro futuro, echaría por tierra la presunta validez de
sus afirmaciones. Me importaría que tuviera esa limitada vali-
dez. En caso contrario, tendría que reconocer honestamente,
haber caído en mi propia trampa: escribir un ensayo inútil so-
bre la inutilidad de cierta literatura.

SELECCiÓN DE BORGES y LA NUEVA GENERACiÓN,

LETRAS UNIVERSITARIAS, BUENOS AIRES, 1954.

Adolfo Prieto

Ensayista y crítico literario nacido en 1928. Fue uno


de los fundadores de Contorno. Su Borges y la nueva genera-
ción fue el primer libro dedicado íntegramente a abor-
dar la obra del autor de Ficciones. Se desempeñó como
profesor y decano en la Facultad de Letras de la Univer-
sidad del Litoral y como profesor en la de Florida,
Gainesville. Es autor entre otras obras de: Sociología del
público argentino, La literatura autobiográfica argentina, Lite-
ratura y subdesarrollo y El discurso criollista en la formación de
la Argentina moderna. Actualmente reside en Rosario.
Borges
y la nueva generación

C/)
co ¿Quién es Prieto? ¿Quién es éste que habla de uno
IC de los más representativos de la generación vigente en
> nombre de la que se inicia? Un hombre nuevo que in-
"'O
'>CO gresa en una realidad dada con sus valores distribuidos y
sus jerarquías tendidas, con sus ceremonias previstas y
o
ID
acatadas. Un hombre nuevo como otros que se van in-
"'O sertando trágicamente, poco a poco, con una lenta in-
O comodidad de saurios, en una realidad que exhibe una
'C
CO rigidez natural por prestigio y perdurabilidad: allí al-
+-'
C
ID . guien tiende la mano y otro la estrecha, unos hablan
E pausadamente o vociferan y otros asienten con la ca-
o
O beza, algunos se reproducen y otros llevan sus cuentas
o los hacen marchar por la derecha. Pero donde to-
dos, de una forma u otra, han beatificado sus deseos:
esa realidad es el mundo realizado que no presenta
objeciones y al que no hay nada que agregarle, compac-
to, perfecto en sí mismo: "este grande país" del fin de
siglo, "la patria grande" de Lugones, "el imperio del sur"
de Aunós, "la Nueva Argentina" de ahora. Algo que se
supone irreprochable y macizo. Y para que esos hombres
nuevos puedan vivir o sobrevivir de alguna forma, tienen
que asumir todo eso, esa situación dada. No hay posibili-
dad de escamoteo. Es su situación y allí dentro harán
palotes o se reirán de Chaplin o presentarán exámenes
78 antibmges
prenupciales. Son y serán ahí, anegados en esa realidad y
teñidos por ella. No tienen otra alternativa. Sin márgenes ni
datos exteriores; constreñidos y condicionados porque esa
situación no tolera ni el aeróstato ni la Tebaida. De ser, ahí;
condición no añadida porque lo otro es aniquilación, no
ser. No cabe por lo tanto sustraerse ni sobrevolar ni rehusarse
a ella que es la única vida. I

Ahora bien, si todo eso es una trabazón cuyos límites


no se pueden violar, también estimulan a la vez que limitan;
porque al penetrar en esa situación -Prieto, o cualesquiera
de los hombres nuevos en nuestra realidad- pueden optar,
después de aquella primordial e indispensable asunción del
encuadre, entre un acatamiento a todo lo dado, a todo lo
que allí tiene vigencia con sus valores yjerarquías, o no. Cabe,
pues, conformarse con lo que allí se despliega o no. De ahí
que en el estricto plano individual se pueda ser conformista
o rebelde; ser cómplice de esa realidad o denunciarla. Ad-
herir a todo lo asumido, someterse, o impugnarlo para in-
tentar modificarlo, tratando -si no de violar sus límites-
de desplazarlos. Porque la condición inalienable del hom-
bre una vez asumida, el límite aceptado que se trata de tras-
cender, pasa a ser ejercicio constante si se lo coloca en el
plano de la conciencia y de la voluntad. La condición huma-
na se troca así en ética.
Tal el caso de Prieto: él no se conforma con la vigencia
total de los valores de esa realidad donde está incrustado, y su
disconformidad brota como la correlativa pretensión idealista
de una primera aceptación realista. De invertir el orden, en
cambio, anteponiendo el ideal a la asunción de la realidad,
hubiera incurrido en un subjetivismo inoperante y toda la crítica
a Borges hubiera sido una suma de pueriles e ingenuas exi-
gencias. Él adopta la ardua y dramática responsabilidad -de
ninguna manera podría tener otro acento- de actuar como
vocero de su generación al pretender ser cada vez más Adolfo
Prieto dentro de una realidad que pugna por absorberlo, por
Borges y la nueva generación 79

acapararlo. Su "no" resulta por lo tanto fundamento de su


personalidad y parte del gran proceso de sinceridad que inten-
ta realizar su generación. No la sinceridad divertida y un si es
no es complaciente del martinfierrismo, sino la verdad violen-
ta, que irrita, que destempla, que hace que los unos escruten a
los otros, con sus remordimientos, con sus presagios, con des-
confianza o para cerciorarse, para ver dónde tienen las manos,
si se menean, que hay detrás del silencio, o para reconocerse y
abrazarse. Provocar la sinceridad escandalosa para que cada
uno entienda que es el dueño de su cuerpo y no el de al lado ni
el que ejerce tutoría ni el que dice hablar en nombre de todos.
Desgarrarse la piel de siempre, las almas codificadas, para des-
baratar toda esa neutralidad de las cosas dadas en aquella rea-
lidad del principio, para que todos sean distintos y se contra-
pongan con sus diferencias y ejerzan sus posibilidades en todas
las contradicciones, para que dejen de contemplarse y se vio-
lenten y se penetren: Un "abrirse paso" agudo, viril, entre una
realidad coloidal que se espesa ante la inercia; un desafío fren-
te a un país que se yergue como una colosal empresa de segu-
ros contra lo inesperado, ("asegure su porvenir", "tenga una
vida cómoda", "asegure sujubilación", "su destino", "no dude")
contra la metáfora, contra la actitud individual, contra la muer-
te. Contra la propia vida. No dar tregua para estorbar, impedir
el jugueteo de los que aseguran que "al fin de cuentas todo va
a quedar como estaba" o, proponen "darse las manos como
dos buenos amigos". Concluir con la Argentina de la conni-
vencia, del ojo guinado.

Prieto intenta ser cabal intérprete de una generación


de hombres nuevos que se afirman en lo que se le resiste de
su realidad, porque si Borges está ahí, es muro, bien está,
porque oculta cosas y hay que rebalsarlo y saltar al otro lado
para saber de ellas. Si lo englute, se sentirá pasivo, y Prieto
reniega de eso, ha renegado de eso porque ahora presiente
que le va todo en la partida: no es el puesto lo que le intere-
sa ni la colocación -el tradicionalmente penoso "ubicarse"
80 antiborges
de los argentinos-, las cosas macizas, el mundo opaco del Fun-
cionario, de la confortable certidumbre empírica, el universo
del lápiz azul y rojo, abotagado de sí mismo, insensible de su
rotunda solidez, sin intersticios y sin posibilidad de futuro. Esa
Argentina definitiva de pan = pan y de vino = vino.
Prieto pugna por sentirse intérprete de la disconformi-
dad de los hombres nuevos como él, se enfrenta al magno re-
presentante de los valores vigentes y acatados y se resuelve a
decir: "Borges, a quien ustedes le asignan cien no es más que
cincuenta. No tanto. Esto. Y nada más". Describe, valora y res-
cata en un elemental ejercicio crítico.
Pero vienen las reacciones contra ese triple movimien-
to. Hay quien susurra: "Es un resentido". Un resentido. ¿Qué
quiere decir ser un resentido? ¿Un resentido en nuestro país?
¿Un tipo que reniega de lo que el resto venera? ¿Lo que
hace Prieto? ¿Impugnar en voz alta algo que en la intimidad
de la lectura no conformó? ¿Decir algo que cree? No; no
precisamente; entre nosotros esa palabra ha conservado su
sentido inicial, que no se ha deformado porque muchos se
han esforzado porque se mantuviera tal cual: brillante, próxi-
ma y eficiente en su inquietante precisión.}In resentido es
aquel que hace algo en contra de alguien porque antes se lo
hicieron a él, que no. se animó a reaccionar de inmedia-
to, sino que masticó el dolor y lo redondeó con mala saliva.
El resentimiento significa entre nosotros tardía venganza.
Pero ¿con Prieto eso? Es que si el sentido de la palabra no
ha variado para nada, su aplicación ha crecido: sirve para
cualquier cosa, para inculpar de eso, claro; de eso y no de
más, pero a cualquiera, al que se indigna, al que se irrita, al
que desafía la certeza ajena, a todo el que impugna doloro-
samente. De ahí que en nuestro país hayan sido considera-
dos resentidos todos los de coraje, de Sarmiento a Arlt, los
disconformes, los violentos, los que no toleraban, todos los
que no admitían entrar en el danzón de la complacencia
recíproca: Los que sentían hartazgo de la ronda intermina-
ble y ansiaban que los hombres se enfrentaran de una vez y
se contradijeran.
Borges y la nueva generación 81

Por eso Prieto ha sido un resentido para algunos. En


buena hora. Porque los no-resentidos, los que sienten y se esti-
man normales, los que nunca se irritan ni se duelen, ni blasfe-
man son los complacientes de toda infamia. Porque yo pre-
gunto ¿Prieto resentido por algo anterior con Borges? ¿Por algo
anterior? No es el caso. ¿Resentimiento por decepción? Puede
ser: creer en alguien, adherir a él y sentirse trarnpeado. Eso
provoca resentimiento y no se reacciona en el mismo momen-
to por pudor, pero por pudor del otro. El otro, estimado, ama-
do, que se queda en cueros, tan indefenso. Hasta nosotros mis-
mos que nos habíamos amparado en él. Yes el caso de Prieto:
su resentimiento tiene el tamaño de su decepción. Creyó en
algo y no se le dio, natural es que resuelle por la herida. Le
aseguraron que era gigantesco y no lo encontró nada más que
diestro. Lo introdujeron en un mundo encantado y advirtió
que la mitad por lo menos era escenografía. La devota actitud
de algunos, con ese tono clandestino de confección previa, o
de complicidad que se quiere imponer sin que nadie chiste, le
repugnó: ¿todos de acuerdo sobre algo? Resultaba sospecho-
so. Excesiva unanimidad. Y a darle. Aunque su actitud no tuvie-
ra otra consecuencia que la de aventar algo canonizado, por-
que este asunto no tolera las definitivas consagraciones: tiene
que ser una apuesta y una prueba de todos los días. Porque
siempre se junta polilla en las sacristías.
¿Qué otra objeción le hacen a Prieto? Que es el mucha-
chito que se mete con los maestros. Incluso que eligió al mayor
para echarse más viento al cuerpo. Pero lo que eso presupone
no surge ni del libro de Prieto ni de la actitud total que lo con-
diciona. Todo lo que podía dar de sí el titeo literario lo agotó
entre nosotros el martinfierrismo. Hoy está mandado guardar,
y los sucesivos intentos de exhumación resultan melancólica-
mente envejecidos, gratuitos e inoperantes. Si en 1925 divertía
Martín Fierro, hoy Letra y Línea aburre o apena. Lo mismo que el
titeo político que irrita por caduco y por su pretensióri de estar
exento de toda culpa (porque hacer de unos pocos los únicos
82 antibmges
culpables del mal sexo o de la mala inteligencia argentina es lo
mismo, al fin de cuentas, que achacarle todo a Sarmiento o a
losjudíos). No es posible proseguir con ese juego de todos bue-
nos de una lado versus todos malos del otro: eso es maniqueísmo
del rancio, visión simplista que otorga jerarquía axiológica a lo
que no pasa de circunstancia cronológica, geográfica o étnica.
Nueva Argentina-Vieja Argentina, cabecitas negras-cipayos,
América-Europa, sajones-latinos, arios-judíos, patriotas-
antipatrias, negros-blancos. ¡No! Nada de universos nómadas
sin ventanas ni grietas, puros e incontaminados. No. Ni Prieto
participa de esa visión estólida digna de aliancistas devotos ni
tiene sentido para la generación a la que pertenece: su actitud
de crítica no es fácil iconoclastia ni frenesí por hacer trizas gra-
tuitamente; no es tiempo de ruptura, sino de reemplazo, de
devenir, no de presente desarraigado, de búsqueda que preten-
de asirse en la historia, y que compromete su futuro al intentar
rescatar el pasado utilizable -cada uno inventor de su antolo-
gía- sustrayendo lo valioso, lo que se pueda morder y besar,
del poder anonadante del tiempo y de la ambigua ternura de
los incondicionales. No todo, claro está, que eso es ser colec-
cionista o archivero. Y ya es hora de sepultar lo liquidado. El
pasado utilizable (errores y aciertos, pero no pompas de aire)
como índice de limitación y de elección de las posibilidades
futuras, no como norma ni como dogma. Como jurispruden-
cia, a lo sumo, nunca como veredicto.

Lo contrario, lo opuesto a la actitud intentada por Prie-


to, sería una estatización de la realidad y de la historia -por
ceguera, por complacencia o por cobardía-, en un esquema
prefabricado, poblado de museos de cera, con una orientación
única, excluyente y necesaria, que escamotearía la pluralidad y
la problemática inherentes a la realidad y a la historia. Una
rigidez que se acumularía sobre la ya dada en la realidad. Pero
ese revolverse infatigablemente sobre su contorno que Prieto
anuncia, sin piedad sobre sí mismo, ese ejercicio crítico impla-
cable, impide cualquier optimismo consolador como cualquier
Borges y la nueva generación 83

pesimismo aniquilan te. Porque tanto éste como aquél-resul-


tantes directos de esa estatización y de esa rigidez- parten de
principios dados e inalterables, de una supuesta realidad in-
mejorable o de una historia formidable, inobjetables e impávi-
das ambas. En la actitud crítica de Prieto está implícito -y fun-
damentalmente por eso es valedera la representación
generacional que se asigna- el reniego de ese enunciado. Ni
salvados por naturaleza dada ni condenados por predestina-
ción. Ni "la mejor del mundo" ni "los pecados sin remisión".
Ni "los mejores escritores" ni "los seres apestados que somos".:.
Ni ingenuidad ni fatalismo: ni filiteísmo ni jeremiadas. Crítica:
una insatisfacción tensa, constante, de autores de nuestro cuer-
po y de nuestras miradas, sin fórmulas mágicas ni esquemas
omnicomprensivos; ni verdades reveladas ni susurradas, ni elegi-
dos ni "hombres nacidos para mandar y ser obedecidos"
como decía sobre San Martín mi primer libro de historia. Crí-
tica -corno la de Prieto-, de hombres que se dan cuenta de
sí; no de mil novecientos cincuenta y cinco años, sino de veinte
o treinta, que al fin de cuentas es pretender verificar de por sí
todas las posibilidades y aniquilarlas, claro está, pero no here-
dar el aniquilamiento de los otros. Gastar el propio cuerpo,
pero no cargar los féretros. Una crítica de vida vivida, no según
los patrones rígidos de la especie, sino aumentándola y tornán-
dola intransferible e irrepetible en lo inesperado y en la aven-
tura. Nada de acatar el mando, sino asumirlo y hacerlo girar
por nuestra cuenta. Crítica de una generación -la representa-
da por Prieto- que quiere vivir su vida y morir su muerte, sin
aceptar que aquella sea prestada ni ésta imprevista. Porque, en
verdad, no se trata de "condiciones excepcionales", sino "aspi-
raciones a lo excepcional".

¿Qué otra cosa contra el libro de Prieto? Ciertos elogios,


sospechosos elogios de quienes se felicitaron porque se critica-
ba a Borges escritor antipatria, antigaucho, antitradición. Los
elogios oscuros de los que queriéndolo nunca se animaron a
darle de frente.
84 antibo-rges
Las últimas objeciones son las que recientemente (Ciu-
dad, números 2-3) le hace Bartholomew: es indudable que éste
ha numerado esforzadamente los árboles y las ramas con todas
sus hojas, pétalos, peciolos y nervaduras; pero, ¿y el bosque?
Para nada, Bartholomew contó y revisó y palpó los cinco de-
dos, pero no vio la mano. Se advierte que tiene sus razones y
sus sumas de datos, pero es evidente que erró el sentido total
de la obra que creo que es lo que interesa, y sobre todo lo que
el mismo Prieto quiso poner el acento al titularla Borges y la
nueva generación, y no La poesía de Borges y la demonología entre los
hititas o Nuevos datos para una interpretación de la epanadiplosis )'
la anáfora en Borges o, simplemente, Borges y yo. Se trata de un
planteo generacional, yeso es lo que no ve Bartholomew.
Prieto, más astuto, se agacha, da un paso atrás, se esquiva,
quita y vuelve a pegar. Y acierta. Y acierta porque conoce el
sentido de la totalidad de su faena. El otro, no: la ardua des-
composición analítica de Bartholomew carece de una cohe-
rente y final recomposición sintética. ¿Se plan teó la pregun-
ta "para qué todo esto de Prieto"? Es indudable que sí. Pero
se respondió con una razón tramposamente tradicional, una
razón de situación dada, de íntima conformidad con la rea-
lidad donde se encuentra insertado: según él, Prieto ha es-
crito su libro para "atacar a Borges" siguiendo "la tradicional
norma de la crítica juvenil". Es decir, Bartholomew le aplica a
Prieto con su intrépido fervor de guardatemplo un esquema
del que Prieto reniega tácita y explícitamente, con su libro y
con su actitud. "Le está vedado juzgar a Borges, primero por-
que no lo entiende", dice Bartholomew. Es obvio: él presupo-
ne, en cambio, haber recibido esa gracia por vía carismática.
Es de los que creen en esos poderes mediúmnicos concedidos
por naturaleza dada, a los que precisamente ciertos hombres
nuevos de su propia generación impugnan por falsos. Es de los
que creen que "acusar es fácil" y que hay cosas "que es imposi-
ble de todo punto poner enjuicio", y porque acata los valores
tradicionales, todo lo dado de nuestra realidad, pugna por ane-
gar a Prieto en eso y someterlo a su vigencia, simplificando así
su visión y su crítica. De ahí su esfuerzo y su error.
Borges y la nueva generación 85

Si objeciones se le pueden hacer a la totalidad del libro


de Prieto, no serían a la actitud o a las supuestas intenciones
del autor. Sólo a su estructura, que por su origen no se organi-
zó funcionalmente, sino que se armó por una suerte de yuxta-
posición: de nota pasó a conferencia para concluir en libro.
De ahí el desequilibrio existente entre las diversas partes. Ca-
reció de un esquema inicial ordenado y sistemático. Sus erro-
res parciales -sobre todo mutilaciones de premisas o corola-
rios- deben ser atribuidos, por lo tanto, más a un factor
cuantitativo que cualitativo. Es, a lo sumo, no un libro mal pen-
sado como mal medido.

PUBLICADO EN LIBERAL/S, NÚMERO 31-2,


BUENOS AIRES, JUNIO DE 1955.

David Viñas

Escritor, crítico literario y ensayista. Nació en 1927


en el seno de una familia yrigoyenista. Fue fundador y
codirector de Contorno. Tanto en su literatura como en
su actividad crítica se ha preocupado por expresar los
supuestos de una literatura comprometida. Fue profesor
de literatura en la Universidad de Buenos Aires y en di-
versas universidades de España, México y otros países en
los que vivió exiliado durante la última dictadura. Actual-
mente es director del Instituto de Literatura Argentina
Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires. De su
obra literaria se destacan: Un dios cotidiano (1957), Los
dueños de la tierra (1958), Dar la cara (1962) Ymás recien-
temente Prontuario y Claudia conversa. De su producción
crítica, la fundamental Literatura argentina y realidad polí-
tica: de Sarmiento a Cortázar (1964), Del apogeo de la oligar-
quía a la crisis de la ciudad liberal (1967), Indios, ejércitosy
fronteras (1982) y De Sarmiento a Dios (1998).
CAPÍTULo TRES

Desde la otra orilla


del Plata
Mien tras la Generación del 55 en la Argen tina, casi
con similar urgencia, hacía su experiencia en el campo
político, revisaba la historia y las literaturas precedentes,
ensayaba nuevas conceptualizaciones del escritor, la lite-
ratura y su público y elaboraba un nuevo perfil de inte-
lectual, en Uruguay los ecos de esta reconfiguración del
campo cultural eran seguidos con un cuidado interés.
Esta atención respondía, primero, al carácter no
sólo geográfico sino sobre todo cultural de los vínculos
que acercan los bordes del Plata: una identidad (riopla-
tense) asentada en elementos étnicos, de la naturaleza,
de las formas especiales de sociabilidad, de las tradicio-
nes de la cultura popular que convergen en forma pare-
cida en la creación artístico-cultural y obligan al estudio-
so a un examen de sus estrechos y múltiples vínculos.
Segundo, porque también la nueva generación de
intelectuales uruguayos, la "generación crítica" según la
definiera Ángel Rama, empezaba a profesar un malestar
creciente pero difuso con "el estado de las cosas"; el sóli-
do régimen liberal encontraba cada vez de más improba-
ble cumplimiento la realización de las promesas demo-
cráticas que hasta entonces se venían desarrollando con
bastante éxito especialmente desde las presidencias de
José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915). Dice
90 antibofg-eS
LJ

Rama: "Cuando llegó la crisis de los años cincuenta esta ten-


dencia generó movimientos bajo elliderazgo de la pequeña
burguesía, que tenía una buena formación debido a la exce-
lente instrucción secundaria. El resultado fue el carácter di-
rigente de la "función intelectual" ejercida por este sector
que llegó, inclusive a trazar los métodos de una eventual
toma del poder".'
Tercero, porque la erosión del régimen liberal también
restaba lugar a las certezas hasta entonces vigentes y abría es-
pacios impensados al bagaje crítico de raíz sartreana, en parti-
cular al ¿Qué es la literatura], y su nuevo modelo de escritor de
cuño militante.
Un cuarto elemento a tener en cuenta es que, fiel a una
larga tradición, "la otra orilla del Plata" recogió gran cantidad
de argentinos -antiperonistas hasta 1955 y peronistas des-
pués- que difundieron su pensamiento en diversos medios
uruguayos. Así, por ejemplo, en este país se publica por prime-
ra vez "La fiesta del monstruo", violenta sátira de Borges y Bioy
Casares sobre el peronismo y sus adherentes, o colaboran oca-
sionalmente en el semanario Marcha escritores como Arturo
Jauretche. De esta manera por la prensa uruguaya -y en parti-
cular por este masivo semanario de la izquierda independien-
te- circulaba gran parte del debate de ideas e información de
primera mano sobre la Argentina.
El artículo que presentamos, originado en una mesa
redonda, da cuenta de esta atmósfera común pero con el
agregado de una cierta distancia -la orilla de por medio-
que permite a los expositores el matiz y, a pesar del ardor de
la discusión ideológica y estética, un clima de distensión y
diálogo bastante improbable en nuestro país.
De la mesa del debate participaron tres críticos tan
notables como disímiles: Ángel Rama, cultor de una crítica
que destaca las dimensiones sociales, ideológicas y políticas

* Ángel Rama citado en Mabel Moraña (ed.) Ángel Rama y los estu-
dios latinoamericanos, Serie Críticas, Pittsburgh, 1997.
Desde la otra orilla del Plata 91

constituyentes de la obra literaria; Carlos Real de Azúa, due-


ño de un amplio bagaje filosófico y sociológico; y Emir
Rodríguez Monegal, crítico irónico, admirador incondicio-
nal de Borges desde la niñez -cuando leía sus notas en la
revista de amas de casa El Hogar- y enemigo declarado de
los abordajes que utilizan el contexto socio-histórico y las
dimensiones ideológicas ("los malos críticos, frustrados
aprendices de sociólogos, que pierden el tiempo demolien-
do obras que no entienden"). Mario Vargas Llosa recordaba
recientemente su impresión de estas legendarias polémicas:
"Ángel más sociológico y político; Emir más literario y aca-
démico, aquél más a la izquierda, éste más a la derecha. Las
diferencias entre ambos uruguayos fueron providenciales,
el origen de los más estimulantes torneos intelectuales a los
que me ha tocado asistir ...'"

Borges y Neruda se encontraron en una sola ocasión:


en 1927, cuando Pablo Neruda -en escala hacia Rangún
donde fue cónsul chileno- pisó por unas pocas horas Bue-
nos Aires. Los dos poetas eran parte de una misma genera-
ción y ya despertaban respeto, admiración y algo de envidia
entre sus pares. Ambos publicaron en 1923 su primer libro
de poemas: Neruda, Crepusculario, y Borges, Fervor de Buenos
Aires. El año siguiente el chileno dio a conocer la que quizá
sea su obra más popular, Veinte poemas de amor y una canción
desesperada y en 1925, Tentativa del hombre infinito; ese mismo
año Borges publicó Luna de enfrente y el volumen de ensayos
Inquisiciones.
La reunión fue bastante breve y de un tono ameno, de
mutua condescendencia, algo frívola, un duelo de agudezas.
Cuatro décadas después, Borges la iba a recordar así:

* Prólogo de Mario Vargas Llosa a La ciudad letrada, Ediciones del


Norte, Hanover, New Hampshire, 1984.
92 antiborges
"Lo he visto una vez y ambos éramos muy jóvenes en-
tonces. Hablamos de la lengua española. Llegamos a la con-
clusión de que no se podía hacer nada con ella porque era
una lengua torpe, y yo dije que ésa era la razón por la que
nadie había logrado nada de ella y contestó: 'Bueno, claro,
no existe la literatura española, ¿verdad?'. Y yo dije: 'Claro
que no'. Y seguimos hablando asi. En fin, una especie de
broma.'"
Antes de partir, Neruda le entrega al argentino un ejem-
plar de Tentativa del hombre infinito con una dedicatoria: "A
Jorge Luis Borges, su compañero Pablo Neruda. Buenos Ai-
res, 1927". Cuatro décadas después, Borges todavía conser-
vaba este ejemplar con todos los indicios de la reiterada
relectura.
Nunca se repitió el encuentro. Borges creyó que en 1969
Neruda lo había eludido en una visita al país trasandino: "Se
fue de vacaciones durante los tres o cuatro días que yo estuve y
así no hubo ocasión de vernos. Creo que obró de manera ade-
cuada, ¿no? Porque sabía que la gente lo enfrentaría conmigo,
¿no? Me refiero a que yo era un poeta argentino; él un poeta
chileno; él junto a los comunistas, y yo con tra ellos. Así que me
pareció que se comportaba sabiamente al evitar un encuentro
que podía ser bastante incómodo para ambos".
Sin embargo, cuando en 1970 Pablo Neruda vuelve a
pasar por Buenos Aires, esta vez para asumir como embajador
chileno en París, le sugiere programar un segundo encuentro.
Borges se niega; muy rotundo hace saber que: "Por supuesto
no puedo ver al embajador de un gobierno comunista".
Borges veía en Neruda a un gran artista ("un buen poe-
ta, un poeta muy bueno") pero "no lo admiro como hom-
bre, me parece un hombre mezquino". Cuando el entrevis-
tador le pregunta por qué responde muy borgeanamente:

". En Richard Burgin, Conversations with Jorge Luis Borges, Holt


Rinehart and Winston, Nueva York, 1968.
Desde la otra orilla del Plata 93

"Bueno, escribió un libro -tal vez yo esté siendo político


ahora-, escribió un libro sobre los tiranos de Sudamérica, y
dedicó varias estrofas a Estados Unidos. Pero él sabía que todo
eso era mentira. Y ni siquiera dijo una palabra contra Perón.
Porque él tenía un pleito en Buenos Aires, eso lo he sabido
después, y no quería arriesgar nada. Y así, mientras se suponía
que estaba escribiendo en el colmo de la indignación; lleno de
noble decir, no dedicó ni un solo apelativo a Perón (...). Al
mismo tiempo habla contra los Estados Unidos, sabiendo que
todo lo que decía era mentira, ¿no? Pero claro, eso no tiene
que ver con la calidad de su poesía. Neruda es un buen poeta,
un gran poeta. Y cuando aquel hombre (Miguel Ángel Asturias)
ganó el Premio Nobel, yo dije que se lo deberían haber dado ...'"

El hecho de que el crítico Jaime Carcía Terres escribiese


en 1956 desde México el siguiente párrafo da cuenta de que el
clima de ideas era similar en toda América Latina:

En última instancia me disgusta la lectura de Jorge Luis


Borges. (...) Yo repudio la actitud, no el talento que la ejer-
ce. Mi querella general es ésta: en Borges se consuma la
perversidad de una inteligencia inhibida y replegada en una
especie de vacío autosuficiente. Enemigo de toda trascen-
dencia (y no hablo sólo de trascendencia sobrenatural), el
temible argentino le opone un desfile de pálidos fantasmas
que se devoran a sí mismos; un engaño infinito de oqueda-
des; una razón que opera sobre círculos y laberintos ficti-
cios, demasiado soberbia para fundarse en verdaderos ab-
solutos, o demasiado escurridiza para combatidos cara a cara.

o.!- Citado en Volodia Teitelboim Los dos Borges: vida, sueños, enigmas,
Sudamericana, Santiago de Chile, 1996.
94 antibarges
y no hay lugar en su obra que no denuncie este malévolo esca-
moteo. Los personajes de Borges carecen de alma y cuerpo:
son puro nombre entrelazados con otros nombres. La aventu-
ra creadora se detiene-en los límites del proceso inventiva, y
no depara sino, de nuevo su árido mecanismo. Lo fantástico
degenera en apócrifo y acaba por desvancerse en yermas ruti-
nas dislocadas. Eljuego vano amordaza a la sabiduría. La poe-
sía, en fin, se agota en el congelado brillo de la frase.'"
Evasión y arraigo
de Borges y Neruda

m Para Ricardo Latcham y Javier Fernández


O>
ID
e EMIRRODRÍGUEZ MONEGAL: -Creo que podemos
o
-~ partir de un lugar común: Borges y Neruda represen-
N tan hoy dos tipos bien definidos y visibles del intelec-
ID
::J tual y del artista americano. Para la gran minoría de
- ,Q>
::J •.... lectores ellos son banderas que se agitan o profanan.
"'O
«oa: Hay borgistas y nerudianos, como hay antiborgistas y
antinerudianos. Aunque no siempre los que adoran a
Borges abominan de Neruda y viceversa. Incluso, hay
-E
w quienes ofician en ambos altares. Eso creo que es evi-
>. dente. Lo que ya no parece tan evidente -y para echar
U) un poco de luz nos hemos reunido-, es el acierto de
o
~ esa caracterización más o menos sumaria -que corre
m como moneda de buena ley en ciertas peñas literarias
Ü
ID
•.... y a veces hasta llega a la letra de molde-, esa caracte-
+-' rización haragana que ve en Borges a un cosmopolita
e
ID desarraigado de América, con las raíces en el aire o en
O
O> el polvo secular de una biblioteca, y que ve a Neruda
o como el copartícipe de todos los dolores y alegrías del
'm
O pueblo americano, se llame minero en Chuquicamata
o ascensorista en el Claridge. Me parece que habría
que empezar por mirar un poco más despacio qué en-
cierran estas veloces simetrías.
96 antiborges
ÁNGELRAMA:-De acuerdo, Rodríguez Monegal. Pero
¿no sería mejor buscar qué fundamento tienen? ¿Antes de
pretender negarlas en bloque, no podríamos examinarlas y
discernir la dosis de verdad que encierra esa primaria y con-
fusa ubicación?
CARLOS REALDEAZÚA:-Yo sería más radical. Yo iría al
fondo mismo del asunto: qué significa eso de evasión y arrai-
go, qué ...
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Por favor, Real de Azúa. Un poco
de orden. Si queremos ir a las raíces de las raíces no saldríamos
del día primero del Génesis. Propongo que partamos de algo
concreto: Borges y Neruda como formas de la evasión o del
arraigo. ¿Qué te parece, Rama?
RAMA: -Creo que ahí empieza todo. Hay en Borges una
natural incapacidad para aprehender y consustanciar consigo
la realidad, esa que es nuestro común hábitat. Si atendemos al
mundo físico, hay en él, para usar sus palabras, el temor de lo
crasamente infinito, del mero espacio, de la mera materia. Esto
le permite proponemos una explicación psicológica de su lite-
ratura fantástica a alguno de sus críticos.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Explicación defendible en el pla-
no literario ...
RAMA:-Desde luego, pero aquí debemos remitimos a
una interpretación geosociológica. Creo que a Borges se le re-
vela América de la misma manera que a los conquistadores es-
pañoles: como una tierra infinita, caótica, ajena e inquietante,
que como ellos debe pensar con los esquemas intelectuales que
prepararon quienes no la conocieron. Para Neruda, en cam-
bio, apoderarse de la realidad -de esta realidad americana-
es una aventura de goce intenso, que aparece como el lujo de
todo el Canto General, que estaba ya en Residencia en la tierra
bajo la forma de una delectación ante la materia, aunque ésta
careciera muchas veces de formas categóricas, y que en estos
últimos años ha dado origen a las Odas elementales. No olviden
que en Residencia en la tierra proclama que es la geografía la
que está pariendo día a día al hombre americano. En tanto
que Borges permanece en la zona de la mera contemplación y
Evasión y arraigo de Borges y Neruda 97

el mundo se le presenta como una perspectiva de infinitos ca-


minos posibles ...
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Un jardín de senderos que se bi-
furcan, diría.
RAMA: -Precisamente, y como en ese cuento, dentro de
él la muerte; Neruda, en cambio, ingresa activamente al mun-
do, proyectado por una energía interior de claro origen sexual.
O si prefieren: atraído por la esencial otredad del mundo que
proclama ...
REALDEAZÚA:-¿Y ustedes dos eran los que querían aná-
lisis concretos? Si se ponen a sacudirse con esas palabras ...
RAMA:-Por favor, Real de Azúa, déjame seguir. Atraído
por lo ajeno del mundo, apenas Neruda toca la realidad, su
participación en ella instaura un dinámico esquema de refe-
rencias por el cual es posible una elección tan apasionada como
procreadora. Me parece muy significativo que el huero retori-
cismo en que abunda Neruda, no bien habla de su tierra chile-
na adquiera una emoción auténtica y rigurosa. La vegetación
de su patria, los hombres fuertemente adheridos al paisaje ...
REALDEAzÚA:-Etcétera, etcétera, etcétera. Aunque po-
dría aceptar en principio todo lo dicho por Rama, creo (e in-
sisto) en que hay una cuestión previa. Porque si no nos pone-
mos de acuerdo sobre qué es un escritor arraigado no sé adónde
va a ir a rodar esta mesa. No creo que el modelo del arraigo sea
el escritor más condicionado, el más consciente de aquello que
lo condiciona. Los que sólo cumplen bien estas exigencias pue-
den ser excelentes agónicos, cumplidos denunciantes, pan-
fletarios eficaces. Pero yo diría que sólo están arraigados en
una de las dos dimensiones del hombre. Ya que el hombre com-
pleto (y esto va sin paradoja) sólo es completo cuando vive en
dos mundos, sólo es completo cuando es escindido ...
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Por favor, Real de Azúa, nada de
fusile ría epigramática. Parece que estuvieras buscando las raí-
ces en el cielo.
REALDEAzÚA:-Ahora no se trata de eso. Quiero decir que
lo característico del hombre de espíritu (y no simplemente del
literato, del artífice, del productor) es el vivir simultáneamente
98 antibmges
en esas dos dimensiones. Una es el orbe de los valores inmedia-
tos, el mundo de lo que nos aprieta y nos apremia, bruto, caóti-
co. El otro es el expresivo de la cultura; el otro ·es ese orbe
mucho más transpersonal, límpido, y,sobre todo, pensable. Des-
de él, el otro adquiere (también) coherencia y sentido. Si hay
una falta de arraigo en Borges ...
RAMA: -¡Al fin!

REAL DE AZÚA: - ... esa falta no apunta hacia su radical

elección de ese mundo cultural, denso de ideas y de experien-


cias, que nutre su obra. Su desarraigo está en la forma errónea
y débil con que ese mundo se enlaza con su circunstancia vital,
social y nacional. Hay una manera, más excelente que cual-
quier otra, por la que esos dos mundos de que hablaba se enla-
zan, y es la estatura del hombre mismo. Me refiero a esas cues-
tiones que a la vez que son los grandes temas de la metafísica
tradicional, la "cultura delas culturas", son los fieles torcedores
del hombre de todos los tiempos.
RAMA: -Permíteme una interrupción. El problema pue-
de reverse desde el mismo ángulo psicológico que evocaba an-
tes. La incapacidad para aprehender el mundo físico, para des-
prender del histórico los valores profundos -y que le ha llevado
a hacer de Martín Fierro un cuchillero y una figura seductora
del compadrito- se revela también en su experiencia ante el
mundo de la cultura occidental. No hablo aquí del Borges crea-
dor, quien podría haberse reducido legítimamente a Ponson
du Terrail, sino del Borges ensayista y que intenta la gran aven-
tura de analizar y refundir la herencia cultural. Para su crisol
elige con excesiva frivolidad, prefiriendo los raros y los exquisi-
tos, antes que los grandes creadores culturales que han dado
sustancia a nuestras vidas. Le importan más los críticos de filo-
sofía o literatura, los numerosos traductores y comentadores
de obras orientales, que un Shakespeare, un Platón, un Petrarca,
un Dostoiewski. Y ni que hablar de su actitud ante la literatura
española en bloque. El error no está simplemente en el enlace
de los dos orbes sino en el previo empobrecimiento de ambos.
REAL DE AzÚA: -Lo que quiero indicar es que en la ma-
nera de padecer el tiempo y la memoria, el sueño y la realidad,
Evasión y arraigo de Borges y Neruda 99

la vida y la muerte; en ese padecer hecho conciencia y en esa


conciencia hecha actitud, nuestra circunstancia, nuestro mun-
do, se inscriben en la cultura. No hay tiempo para demostrar
que, con todas las latitudes admisibles, es la única conexión
real de aquellos dos orbes de que hablaba. Cuando se hacen
conocimiento (y aquí me importa más el intuitivo que el con-
ceptual), llevan toda la vida prendida entre sus raíces (unas
raíces que no son las del cielo). Es como la tierra que arrastra
la planta arrancada de una maceta. No es una imagen inventa-
da. Sé que así pasa.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -La validez de la metáfora no ga-
rantiza la validez de su aplicación. Parodiando a uno de los
autores citados por Borges, te diré: Caballero, ésta es una di-
gresión. Espero su argumento.
REALDEAzÚA:-En Borges, todo esos temas grandes, esos
temas tan inescapablemen te trágicos -realidad, memoria, tiem-
pO-, están manejados de un modo lúdico, gratuito, deporti-
vo. Yeso es lo que corta los puentes. Yo sé que hay quien detrás
de los malabarismos temáticos de Borges escucha el eco sordo
del compromiso y de la angustia. Pero es significativo que la
gran mayoría de sus lectores se complazcan en una gratuidad
que yo, y conmigo tantos, sentimos como un vacío. Y piensen
Uds. que una obra es, en buena parte, la fisonomía que pre-
senta a los lectores. Habrá otros Borges tácitos, pero son dema-
siado pudorosos, demasiado homeopáticos ...
RODRÍGUEZ MONEGAL: -La fama, dijo un escritor famoso,
es una suma de malentendidos. Y no parece necesario introdu-
cir en esta discusión (que otros llamarían caos) la opinión de
las masas de lectores. Borges es un escritor polémico, Borges
es un escritor que se complace de crear equívocos sobre el al-
cance y la significación de su propia obra. Lo lúdico en Borges
no está en la falta de compromiso personal con los temas que
trata sino en el falso aire de burla erudita, en los sobreentendi-
dos de un humor muy británico, con que demuele la imagen
tradicional del escritor en el Río de la Plata: ese caballero cuya
importancia nadie reconoce prácticamente pero que para sus
fieles habla y actúa como si fuera Dios. Borges inventa cuentos
100 antibmges
que son reseñas bibliográficas, refutaciones del tiempo que
constituyen la apología (dolorosa), del tiempo, negaciones fer-
vientes de lo que más le importa. Pero ¿de qué clase de Borges
vamos a hablar? ¿Del Borges superficial para consumo de jo-
venzuelos hipersensibles y señoras ociosas? El humorismo de
Borges es tan serio, tan trágico, como puede ser el que permite
a Quevedo sus Sueños infernales.
RAMA:-La composición de tal tipo de escritor resultaría
prueba de la observación de Real de Azúa sobre la gratuidad
lúdica de las invenciones borgianas. Pero yendo más al fondo
veremos que lo contradictorio y también lo trágico de Borges
es su imposibilidad para creer en los presupuestos mismos de
su arte, porque sólo se juega cuando se tiene necesidad de ju-
gar. Él ha socavado la tradición realista de las letras españolas,
pero su tarea ha sido de simple destrucción y nada ha hecho
para imponer paralelamente la creencia en un trasmundo fan-
tástico que legitime sus historias fantásticas. Ha jugado con él,
pero a pesar de ser un creador de cuentos fantásticos ha dejado
indemne el mundo realista que sostiene la literatura realista.
Muy otra es la actitud de un Chesterton.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -No me parece tan otra, pero la dis-
cusión se dispersa: Vuelvo a Borges. Creo que ni siquiera falta en
él la conciencia extraintelectual (intuitiva, si prefieren) de un arrai-
go por la sangre y la historia con quienes le vinieron a descubrir el
barroso Río de la Plata ("ese río de sueñera y de barro'', como lo
define en un poema); creo que hay en Borges un arraigo con los
coroneles o capitanes de su misma sangre que lucharon y murie-
ron contra Rosas, ese arraigo casi mítico por el que se siente enla-
zado también con esta banda del río y que le hace tan deleitosa la
imagen del Uruguay. Lo que pasa es que esta forma del arraigo en
Borges es histórica y no telúrica, y por eso se presta a incompren-
siones. Telúricamente tal vez sea Borges un desarraigado. Pero el
hombre no está hecho sólo de espacio.
REALDEAzÚA:-Ya tendré tiempo de concederte eso, aun-
que no acepto ese divorcio tan radical entre lo histórico y lo
telúrico. Pero ese arraigo extraintelectual nada facilita a Borges
la convicción comunicativa de sus personales angustias. Y en
Evasióny arraigode Borgesy Neruda 101

cuanto a Neruda, tan gloriosamente resonante de materias y


de destinos humanos, en Chile, en América entera (y en el uni-
verso entero, en puridad, porque mucho más que para
Santayana es "el huésped el mundo" para este lujoso persegui-
do cosmopolita, para este viajero planetario, para este asistente
de todos los congresos); en Neruda, digo, si alineo su caso con
el de Borges y miro aquella conexión de los dos mundos, el
desarraigo está en el modo esencialmente mecánico y simplista
con que ambos se conectan. El antiguo mundo nerudiano, el
que culmina en Residencia era cerrado, sí; y estaba montado
sobre unos pocos elementos: sangre, sexo, muerte, angustia,
finitud, sordidez. Pero era poderoso y sobre todo, era humaní-
sima. Cepillado desde Tercera Residencia de todo lo perturbador,
impostado de luz y de alegría, garantizado para una epifanía
final y segura, decorado de trigos, tractores, sonrisas infaltables,
es, por los dos extremos de la oposición, menos rico e.jncluso,
menos suyo, que ese espectral mundo de Borges.
RODRÍGUEZ Mm,rEGAL: -No habría que olvidar, sin embargo,
que en las Odas elementales,junto a la consigna política de la hora
(de cada hora) hay poemas que tocan las realidades humildes del
día con una pasión y sensualidad poética que son muy humanas.
RAMA: -No habría que olvidar tampoco que el escritor
no es simple testigo pasivo de su tiempo y medio, traductor tan
incoherente como la pitonisa. Pensemos que es, en el más ca-
bal sentido de la palabra, creador. Él crea una visión del mun-
do destinada a colectivizarse; intenta, sobre todo, crear un hom-
bre nuevo. No puede disputarse a Neruda el inalienable derecho
a inventar un hombre nuevo, un ideal de vida sobre el que se
rijan los hombres, tal como lo hiciera hace dos mil años San
Agustín con su propio ejemplo, como hace menos tiempo los
alter ego byronianos. Objetar la invención nerudiana, que es la
de millares de hombres porque no tiene sordidez y finitud y
muerte, y en cambio tiene alegría y esperanzas y fuerzas, es ne-
garse a salir de las contradicciones dramáticas de nuestro mun-
do para poder chapotear en la angustia contemporánea hasta
que nos trague. Significa Í10 querer cambiar el mundo. El dina-
mismo poderoso inserto en la creación nerudiana tenía que
102 antibmges
llevarlo a esta salida como ocurrió con los mejores superrealistas
-Vallejo, Eluard-. Para nosotros hay en ella mucho de pue-
ril, pero no puedo negar su valor normativo ideal, su auténtico
esfuerzo creador. Yaún hay que dejar en claro que no son úni-
camente los comunistas los capaces de engendrar un hombre
nuevo. Los hay incluso en Graham Greene. TO lo hay en Borges.
REALDEAzÚA:-Hablaste de no querer cambiar el mun-
do. Yo te digo que significaría querer cambiar el mundo hasta
el fondo. No estoy defendiendo la literatura negra; la sordidez
irrespirable de un Cenet. Pero me niego a aceptar que la única
tragedia posible sea la del hombre al que aplasta el tren. Que
lo aplastará hasta que los trenes en la sociedad sin clases sean
plenamente eficientes. La contestación, sabes, se la dieron a
Malraux en el Congreso de la Defensa de la Cultura de 1935. Y
por eso pienso que el ejemplo de Neruda abonaría esta ver-
dad: cuando se renuncia a esos torcedores intemporales del
hombre, cuando se exorcizan sus viejos demonios, cuando se
le da la espalda a los abismos, es el mismo mundo material, son
las cosas las que pierden el sabor. Poca poesía sintió la belleza
de la materia como la barroca, que todo lo veía con un regusto
de interinidad y de muerte. Cuando ese regusto se pierde -la
vida, además de hermosa, es esencialmente trágica- el desti-
no del perdidoso es el de refugiarse en un plano de esquemas
evasivos. Cuando se llega a él, poco importa que todo se deco-
re con el oficio metafórico más eficiente, más ambicioso.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Creo, Real de Azúa, que has pues-
to el dedo en la llaga. Sin ánimo de paradoja me parece mucho
más arraigado Borges con la realidad profunda (no con la cor-
teza cambiante de cada día o siglo) que Neruda, salvo en aque-
llos poemas en que el chileno se olvida de muchas consignas y
canta la sensualidad de la mujer amada o el goce de la tierra y
de sus frutos. Este Borges corto de vista y encerrado en una
biblioteca infinita, me parece estar siempre de cara a una rea-
lidad inmutable y terrorífica, una realidad que ha perdido su
piel de vistosos colores y que no se deja conjurar por medio de
fórmulas. Una realidad hecha de dolor y de un horrible senti-
miento de impotencia ante el tiempo irreversible.
Evasión y arraigo de Borges y Neruda 103

RAMA: -Precisamente es de la idea de tiempo en ambos


escritores que yo partiría para discrepar con tu afirmación
paradoja!. Borges ha dedicado parte de su obra a refutarlo, tras-
tornando sus caracteres establecidos mediante el principio de re-
gresión infinita, simultaneidad de acaeceres, pluralidad de escalas
temporales distintas, etcétera. Ha tratado en definitiva de destruir
al Tiempo para desenmascarar el rostro de una eternidad que lo
salve de ese Satumo voraz. En verdad sólo ha conseguido destruir
la idea del tiempo histórico o humano, con su firme juego de
causa-efecto, al querer intuir un tiempo inhumano, pensado por
Dios, un tiempo perfecto. Neruda en cambio, se inicia en la reve-
lación del tiempo emocional que es privativo de cada individuo y
asciende al reconocimiento de un tiempo social e histórico al que
descubre en pugna con el tiempo de la naturaleza. Por último
consigue abrazarlos en una sola interpretación armoniosa que se
expresa en las Alturas de Macchu Picchu.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Porque la idea del tiempo en
Neruda está en el plano de la experiencia concreta e inmedia-
ta, en tanto que para Borges se da como experiencia de tipo
psicológico alucinante, de caracteres indudablemente místicos.
No es casual que Borges concluya su refutación del tiempo con
estas palabras, que me permitiré recordarles: ''Negar la suce-
sión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son
desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro desti-
no (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de
la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso
porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de
que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo
soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es
un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo
desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges".
REAL DE AzÚA: -Lo que viene a demostrar que Borges vive
más en el plano de la cultura que en el de la circunstancia y que
tiende a escapar del abrazo de la realidad por medio del solipsismo.
RAMA.: -Sí, pero hay algo más que una oposición de tipos

humanos generales. Veo también una constante conflictual de toda


la literatura argentina que no se da del otro lado de los Andes, ni
104 antibmges
en otros pueblos del continente. En Borges se reitera ese esque-
ma clásico de la tierra argentina que opone desaforadamente, y
desde los tiempos de Sarmiento, a la civilización con la barbarie. Y
en él se agudiza la incapacidad argentina para superar ese dilema
y poder integrar de una vez la nacionalidad. Borges, como
Groussac, como Sarmiento, como ese Francisco Laprida de su
poema, asesinado por la montanera de los gauchos bárbaros, "es
un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes". Aunque en
él una extraña debilidad corroe la actitud tradicional de la "inteli-
gencia" de su patria. Este juez de los bárbaros se aproxima a los
condenados con una honda nostalgia. El autor del cuento erudi-
to "Tlón, Uqbar, Orbis Tertius" lo es también de esa apología del
malevaje que se llama "Hombre de la esquina rosada". ¿Cómo no
ver en la dolorosa ambivalencia de la personalidad de Borges un
melancólico reconocimiento de sus limitaciones y una equivoca-
da búsqueda de compensaciones?
RODRÍGUEZ MONEGAL: -No hay que olvidarse que a todos
esos nostálgicos de los tiempos de hierro Perón les sacó el gus-
to por la violencia desconocida.
RAMA: -Sí, aunque tampoco la experiencia le ha servido
para una mejor ubicación sociológica. El caso de Neruda es
muy distinto, pues para él no hay dilema entre civilización y
barbarie. Primero porque es chileno; luego por su participa-
ción instintiva en un mundo orgánico que le permite recono-
cer la función histórica de un pueblo primitivo. Es cierto que
se mueve dentro de él con ideas vagas -el marxismo de Neruda
es insignificante y nada en él supera, la consigna política ...
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Yo sería menos radical. Su marxis-

mo me parece, ante todo, una actitud emocional, una forma


sentimental de adhesión a una causa positiva ...
RAMA: -Sea como sea, sus ideas le imponen una elec-
ción popular auténtica que rompe lo que en Borges aparece
como ahogo de la individualidad.
REAL DE AzÚA: -Lo curioso y hasta diría lo paradójico, es
que tanto el erudito como el poeta proletario ven la realidad a
través de las ideas, de los esquemas, de las culturas. (¿Hay otra
manera de verla?) Borges vive en un mundo franca y hasta
Evasión y arraigo de Borges y Neruda 105

agresivamente cultural: el mundo de un gran patrimonio lite-


rario y metafísico ...
RAMA:-Es una actitud analítica, disgregadora y pasiva.
De ahí que él opere sobre esa tradición como un escoliasta:
crea su obra en las márgenes de los libros ajenos y en su necesi-
dad de un texto que comentar llega a inventar autores y libros
para poder divulgar sus observaciones. Por eso me parece, sin
que el calificativo menosprecie su excelencia, un escritor es-
trictamente marginal, que pertenece a una cultura marginal: la
europea trasplantada totalmente a América y aún no asimilada.
REALDEAzÚA:-Yo apuntaba a otra cosa. Pero en fin ... Si
Borges me parece el escritor que habita el mundo de la cultu-
ra, Neruda no me parece representar, tan típicamente, el escri-
tor que vive sólo en la realidad circundante. No pienso cuestio-
nar la autenticidad de sus convicciones, pero ¿cómo no ver que
todo el mecanismo de las Odas elementales es sólo eso: un meca-
nismo, un esquema? Es seguro, por ejemplo, que su intuición
poética debió plantearle alguna vez el contraste entre el es-
plendor adorable de los elementos, y las sombras, con que los
vela, para millones de hombres la organización injusta de la
sociedad y el peso de la miseria. Pero esa intuición que una vez
fue original y sincera, ¿qué endurecimiento no padece cuando
se hace el cañamazo obligado de tantas otras odas? ¿Ycómo no
llamar esquemas en los que la realidad se maltrata, esas eter-
nas sonrisas de las multitudes de sus poemas (sea en China o
en Polonia) cuando desfilan los jerarcas del partido? ¿Ycómo
no llamar esquema al heroísmo impecable y plutarquiano de
todas las figuras ejemplares de su santoral, esos Julius Fucik
producidos en cadena?
RODRÍGUEZ MONEGAL: -La objeción, que es válida sin duda,
y me acuerdo ahora de aquel poema en que un pescador chile-
no intuía a la muerte de Stalin que Malenkov quedaba velando
sobre el mundo progresista (¿quién velará el día de hoy?); aun-
que la objeción es válida me parece demasiado general para
hacérsela a Neruda. Es un rasgo (virtud o defecto) del estilo
épico, y en el que incurren desde Hornero y la Leyenda dorada
hasta los plumíferos de la propaganda preelectoral. Creo que
106 antibmges
la intuición esencial de una simpatía entre el poeta y el pueblo,
de una identificación sanguínea entre el poeta y el pueblo, es
lo que verdaderamente importa. Yeso me parece existir sin
lugar a dudas en el caso del chileno. A pesar de sus refinamien-
tos de sibarita, de bibliófilo, de coleccionista de raros y lumi-
nosos caracoles; a pesar de su psicología de enfant gáté. Como
creador, Neruda está ligado indisolublemente a la circunstan-
cia del mundo, a sus hombres y mujeres.
RAMA:-En tanto que Borges muele, hasta la fatiga, sus
pesadillas de desterrado de este mundo. De ellas no puede sa-
lir sangre, porque esa sangre siempre ha procedido de lo con-
creto. "Vivir es gracia concreta", decía Jorge Guillén. De ahí la
gratuidad y el tedio de sus invenciones narrativas, por las que
nunca pasa esa corriente emocional que está en la base de toda
gran creación literaria: la poesía, sobre todo aquella en estado
de incandescencia, la poesía ante la otredad necesaria, la que
mueve el amor.
RODRÍGUEZ MOIEGAL: -Censurar el tedio e invocar al mis-
mo tiempo aJorge Guillén me parece paradójico, pero en fin.
Supongo que lo que nos separa es algo tan inconciliable como
la famosa disputa sobre si es mejor el invierno que el verano.
Hay quienes se enferman con el calor y quienes no soportan el
frío. Si algo me parecel~ los relatos de Borges es sobreabun-
dantes de invenciones narrativas y cargados de un patetismo
confesional que en algunos cuentos como "Funes el memorio-
so" o "El Sur" toca extremos intolerables. Pero es claro, hay
quienes son capaces de jurar que Dante es ilegible.
RAMA: -Más que una comparación odiosa, has hecho un
ejercicio estilística borgiano, aproximando cosas tan lejanas e
incomparables como Borges y Dante. No hay duda, Rodríguez
Monegal, que nuestra discrepancia es inconciliable. En todo
Funes, que es de lo mejor de Borges, sólo encuentro cuatro
líneas de invención narrativa -el muchacho que corre sobre
la pared- y en cuanto al patetismo confesional, sólo será per-
ceptible mientras vivan quienes se esfuercen por ver allí al
Borges que conocen y quieren. Mientras las pesadillas de Borges
me parecen gratuitas y la ausencia en ellas del "otro" una elusión
Evasión y arraigo de Borges y Neruda 107

de la más honda circunstancia humana, toco en Neruda más


que un hombre: un continente, un pueblo, sentimientos per-
manentes. Concedo que derrama demasiadas palabras sobre
ellos, pero de ese torrente abusivo se extrae algo nuestro, muy
americano: la energía creadora que él supo poner previamen-
te en la realidad.
RODRÍGUEZ Mo lEGAL: -Si lo que quieres decir es que
Borges se agota en sí mismo -vale decir: en el mundo por él
creado con palabras-, en tanto que Neruda se proyecta sobre
el mundo y sirve de apoyo a otros, si es eso lo que quieres decir
creo que estamos de acuerdo a pesar de todo. Nada me ha
parecido nunca tan inútil como el afán de los borgianos por
reproducir las fantasías y los puntos de vista de Borges. Lo que
primero postula una literatura como la de Borges es su absolu-
ta singularidad. Lo único que es posible tomarle es una cierta
intuición del lenguaje, una exigencia de estilo, la pista de algu-
nos autores olvidados o desconocidos.
RAMA:-Por eso me parece aguda y fermental s~ labor
crítica.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Aunque esencialmente ella no
sea sino otra forma del solipsismo borgiano, un ejercicio de
la crítica orientada a iluminar problemas y motivos que más
tarde el creador se encargará de ilustrar en poemas o en
relatos. Una forma de esa crítica que Eliot ha llamado "críti-
ca del practicante".
RAMA: -De acuerdo. Por eso el mundo con que Borges
trata la cultura occidental es característico de sus limitaciones
singulares. Creo que en él opera una de las funciones del fenó-
meno intelectual americano: la extremación de los temas eu-
ropeos hasta su mayor riesgo aventurero, porque previamente
se los ha liberado de sus contextos explicativos.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -No hay que olvidar, a propósito,
que la aventura personal de Borges arranca de la experiencia
de una Europa convulsionada por los ismos de la primera post-
guerra y de la búsqueda disparatada de lo nuevo.
REALDEAzÚA:-Como tampoco hay que olvidar, en el
caso de Neruda, su experiencia superrealista, de la que tanto
108 antiborges
caudal se hace en Residencia en la tierra y de la que sobrenadan
fastuosas metáforas hasta en las Odas.
RAMA: -Sí, pero en Neruda parecen más claras las fuen-
tes nutricias de la poesía española (a pesar de la influencia
innegable de Whitman), de esa poesía española del siglo XIX
y comienzos del xx que tanto pesa sobre sus primeros libros.
Aunque sea necesario aclarar, una vez más, que estas influen-
cias no funcionan regresivamente hacia sus orígenes, sino
que se nutren del material americano que circunda al poe-
ta, ya sea en la violencia personal, ya en la colectiva. En tan-
to que en Borges la situación parece más desgarrada y
agónica. unca podrá ser un europeo porque algo esencial
para su visión del mundo es estar plantado en América, o
sea en las márgenes del Occidente. Por lo tanto me parece
que es un americano en el mismo sentido en que fue un
americano el Rubén Daría de Prosas profanas.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Al que en su época todos, de Rodó
para abajo, veían como poeta exótico. "No es el poeta de Amé-
rica ...", así empieza Rodó su estudio, y el mismo Daría dejaba a
Walt Whitrnan el cuidado de entonar alabanzas a la democra-
cia, "al vulgo municipal y espeso".
REALDEAZÚA:-Yo creo que nos dispersamos. Por ello
sería oportuno atacar el tema por un nuevo ángulo. Todo esto
de arraigo y evasión resulta excesivamente sociológico. Y ni
Borges ni Neruda son al fin y al cabo sociólogos, sino creado-
res. El escritor, en puridad, sólo está inexorablemente arraiga-
do en un mundo; esto es, el mundo suyo, el mundo que él
mismo crea. El no estarlo, excepcionalmente, el resbalar como
un puro oficio, sobre mundos distintos, artificiosamente arma-
dos, o el investirse en los ajenos es lo que en valoración litera-
ria estricta suele tacharse de ductilidad, de superfluidad, de
insinceridad, o (mejor) para usar el sustantivo gideano: de fal-
ta de necesidad. Creo que este caso hay que descartarlo al ha-
blar de los dos. Ambos son escritores importantes y si lo son es
por ser "necesarios". Ahora bien: reconocer que Borges y
Neruda tienen cada uno su mundo es sólo un paso previo.
En cada mundo se puede inscribir una variedad ilimitada de
Evasióny arraigode Borgesy Neruda 109

elementos, ideas, emociones, cosas, artefactos, naturaleza,


consignas. En un primer plano, me parece importante la afir-
mación de que el escritor debe explorar su mundo y este
explorar su incanjeable mundo es un mostrarse a sí mismo,
es un configurar su obra. Esto es: un conocer, un expresarse
yun hacer. En este sentido, creo que Borges y Neruda son
escritores plenamente arraigados. Todo otro tipo de discu-
sión la considero inútil.
RODRÍCUEz MONECAL: -De acuerdo. Pero para llegar a esta
evidencia no me parece inútil la discusión (y destrucción) de
las falacias que hemos considerado antes. Porque lamentable-
mente lo que la mayoría de los lectores ve en Borges o en
Neruda es lo accidental: el exquisito o intolerable cosmopoli-
tismo de Borges que enfurece a los sociólogos y hace desmayar
de languidez a las señoras de sociedad; el carnet del partido
que aterroriza a las mismas señoras pero que parece una
garantía a muchos lectores de Neruda. Yeso es lo accidental
en ambos. Porque la literatura americana está plagada de
exquisitos cosmopolitanos (el viaje a París paladeado toda
la vida) y también está plagada de los muchachos del parti-
do que ven en nuestr~ realidad las consignas variables de un
lejano imperio. Y hay muy pocos capaces de ver en Borges al
creador de un mundo absolutamente personal y vivo que no
depende sino de él mismo, de su fuerza de expresión, de sus
intuiciones, de sus padecimientos, como hay muy pocos capa-
ces de ver en Neruda al creador de un mundo real hecho no
sólo de consignas y discursos preelectorales sino hecho de la
alegría y de la solidaridad, de la pasión carnal y del entusiasmo
por la grandeza americana. Es decir: hay muy pocos capaces de
ver en Borges y en Neruda dos grandes creadores que se inscri-
ben (de distinta aunque auténtica manera) en la tradición de
una cultura americana.
RAMA:-Si me permites, creo que habría que mirar un
poco más detenidamente este último aspecto. La palabra
tradición se está usando tanto últimamente que corre el ries-
go de no significar nada. Me parece importante empezar
por la actitud de Borges frente a ella. Creo que puede definirse
11 O antiborges
como conservadora. Borges es un europeo marginal o ame-
ricano agónico. En su obra se percibe el esfuerzo por crear
arquetipos ideales, formas que pueden tener validez univer-
sal como utensilios espirituales, y que establezcan así la con-
tinuidad histórica de la cultura a través del Atlántico. Más
aún: creo que Borges es el primer americano que ve en su
totalidad el fenómeno nuevo del siglo xx, el de una cultura
universal y no exclusivamente europea, y que intenta engra-
nar a América en ese concierto que supera la fácil oposición
de Oriente y Occidente.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Eso me parece muy importante
y me pregunto si no es lo mismo que trata de hacer Neruda,
aunque desde un planteo más político y social, en Las uvas y
el viento.
RAMA: -Sí, en cuanto acepta un credo político con voca-
ción universalista. En Borges la tarea de inserción de América
en una cultura universal queda contaminada de un subjetivismo
enrarecido. Borges construye un laberinto, sin ley clara que lo
rija y por lo tanto lo destruye; un laberinto personal que cada
día se le consolida más.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Un laberinto cuyo hilo es la pala-
bra Borges.
RAMA: -La actitud de Neruda ante el problema de la tra-
dición es por otra parte la más ilógica, la más oportunista, tam-
bién la más efectiva en este momento. Neruda se nutre de los
valores del mundo occidental, de él toma su individualismo
burgués, su hiperestesia emocional (los Veinte poemas, las pri-
meras Residencias).
RODRÍGUEZ MONEGAL: -¿Y por qué no ciertos Versosde cier-
to Capitán?
RAMA: -Ellos también. La hiperestesia emocional, el in-
dividualismo burgués, y hasta el socialismo ayuntado con el
nacionalismo, derivan del mundo occidental. Pero al mismo
tiempo Neruda está dispuesto a renegar de sus fuentes y a afir-
mar que con sólo América se basta, decretando que el hombre
no es el producto de su herencia espiritual sino del medio
telúrico en que se desarrolla y actúa.
Evasión y arraigo de Borges y Neruda 111

REALDEAzux: -Lo que es muy poco marxi~ta. En este


mundo espacializado de Neruda, el hombre acaba por quedar
alienado a la naturaleza. ¡Que hubiera dicho Engels!
R<\..\1A: -Aunque en verdad Neruda acepte sumisamente
un esquema europeo del siglo XIX, el socialismo; pero en su
flexibilidad vital está su carta de triunfo contra Borges, herede-
ro y conservador de la cultura universal. América es fecundada
por él y procrea.
REALDEAzÚA:-Yo quisiera ir más lejos en el análisis. Consi-
dero que este dilema de arraigo y evasión, que estamos manejan-
do como lugar común de nuestra charla, es uno de esos dualismos
característicos de todas las literaturas marginales y no sólo de la
americana, un dualismo típico de culturas sin madurez. Y si pien-
so esto, es porque el deber de arraigarse o el pecado de evadirse
(ya que esta actitud aparece siempre cargada de un sentido peyo-
rativo) no se plantea en la literatura de Europa con la abrumado-
ra asiduidad con que se hace en las nuestras. La voluntad de testi-
moniar el mundo y la correlativa de jugarse con él no falta, es
claro en la literatura inglesa, en la francesa, en la alemana, en
todas. Pero en ellas es el resultado de opciones individuales o de
grupo; nunca es una consigna que se renueve y generalice hasta
cubrir todo el sentido del deber y el destino del escritor.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Si me permites, Real de Azúa, creo
que tu planteo es válido si se piensa en las literaturas europeas
de estos dos últimos siglos. Pero ¿acaso no sucedía lo mismo
que hoy en América en cada nación de Europa cuando fren te
a los modelos clásicos, Francia o Inglaterra o Alemania o Espa-
ña sólo podía oponer balbuceos o proyectos? Creo que el proble-
ma de evasión y arraigo es típico de toda literatura que se en-
cuentra en una etapa de formación y se enfrenta a literaturas
ya formadas. Pero esto nos llevaría demasiado lejos.
REALDEAzÚA:-Precisamente. Hoy en Europa cada es-
critor elige su territorio particular y de esta suma de elecciones
resulta la variedad infinita de enlaces entre el mundo imagina-
rio y el mundo real, entre el arte y la vida. Porque lo normal es
que toda literatura crezca y se encorpe por imitaciones indivi-
duales sumamente intrincadas.
112 antibmges
RAMA: -Sí, ya sabemos que Cervantes leyó a los "novelis-
tas" italianos y que Shakespeare saqueó a Plutarco y a
Montaigne. Pero tanto Cervantes como Shakespeare tenían
además una tradición nacional de la que nutrirse.
REALDEAzÚA:-En el caso de la literatura americana, y
en especial de la iberoamericana, las imitaciones se ejercen en
masa, de escuela a escuela, con tangible fidelidad y con todo
un océano de por medio para hacer más evidente el fenóme-
no. La continuidad de esos hechos es lo que ha mantenido viva
hasta hoy en América la consigna romántica de una literatura
que refleje nuestro mundo.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Sí, todavía seguimos en la línea
de Chateaubriand y de Heredia, todavía nos adoctrina Bello
con su Oda a la agricultura de la zona tórrida, escrita en el exilio
de Londres, y cuyos ecos se perciben tan claros en el Canto
general de Neruda. Todavía hoy la realidad para el poeta ameri-
cano es la realidad circundante, a pesar de que leemos y gusta-
mos a Melville y a Henry James y a Franz Kafka.
REALDEAzÚA:-Más allá de estos hechos, este par de pala-
bras tan usado -evasión, arraigo- oculta mucho más un conflic-
to ético y vital de conducta, que una auténtica dualidad literaria.
Quiero decir: por su naturaleza tan evidente de norma, o de in-
fracción a ella, están mostrándose como lo que son: como un im-
perativo ético. Significan que el autor debe asumir el mundo que
lo rodea, en el doble sentido de incorporarlo a su obra (y aun en
el sentido existencial de incorporarlo cambiándolo) y también en
el otro. En el otro de acompasar su labor con una conducta de
hombre y de ciudadano, que lo comprometa, que lo embarque
en el destino de la colectividad que integra.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -¿Que sea un escritor comprome-
tido, según la terminología puesta de moda a partir de la Libe-
ración de Francia? Pero el compromiso del artista es inevita-
ble, es decir: el compromiso con su propia obra, y en cuanto al
compromiso con la realidad social y política, todo dependerá
del punto de mira del que juzga. Los comunistas que aplauden
a Neruda su militancia ¿cómo pueden tolerar la anglofilia de
Borges? Y viceversa.
Evasión y arraigo de Borges y Neruda 113

REALDEAzÚA:-Lo que nos llevaría a reeditar los argu-


mentos de los parricidas que ya han merecido la dudosa consa-
gración de un estudio. No, es más fecundo volver al punto de
partida. No creo que lo serio en Borges sea la ausencia de lo
nacional y lo ríoplatense (esto no falta en su obra) ni siquiera
la ausencia de participación íntima y cordial con esta zona de
sus temas que Murena ha denunciado.
RODRÍCUEZ MONECAL: -Repitiendo la famosa acusación
de la sartén al cazo.
REALDEAzÚA:-No. Lo más grave en Borges es cierto
regodeo juguetón, como de niño modelo que larga un día de-
lante de sus padres la mala palabra recién aprendida. Es esa
deliberada voluntad con que siempre ha buscado asombrar a
su público al barajar calidades tan estruendosamente hetero-
géneas como las de Henry Adams y Carlos Cardel, las de Hilario
Ascasubi y Thomas de Quincey.
RODRÍCUEZ MONECAL: -Rectifico: a Hilario Ascasubi con
Beranger. Véase Aspectos de la literatura gauchesca.
REALDEAzÚA:-Estaba improvisando ejemplos y el que
citas no tiene mucho de heterogéneo. Lo más serio en Borges
es hasta qué punto se ve ese mundo como extraño a su propia
trayectoria histórica y personal. Ese dejar ver hasta qué punto
siente ajeno su mundo (Buenos Aires, alta burguesía, cultura y
educación de invernadero) al otro que es sólo materia de un
juego decorativo, y cuyos sucedáneos o sucesores reales, más o
menos degenerados, más o menos auténticos no le provocan
otra cosa que encogimiento o asco.
Rfu'v1A:
-¿Cómo era aquella frase suya de descubrir un
día (el de la Liberación de París) que no toda emoción colecti-
va era innoble?
RODRÍCUEZ Mo ECAL: -Por favor, señores, no valen citas
fuera de contexto.
REALDEAZÚA:-No estaría de más un poco de orden.
Decía que el desarraigo de Borges (o su evasión) no consiste
pues en no vivir en su propio mundo, ni en habitar en una
tradición cultural que, con pleno derecho, ha escogido. Ni tam-
poco en no reflejar su obra esa multitud de cosas nuestras ni
114 antibmges
siquiera en no sufrir con su circunstancia. Tal vez no la sufriera
el Borges anterior a Perón, el de esos años de la historia argen-
tina (1932-1943) tan conocidos por la "década infame", el mero
porteño anglófilo. La sufre, en cambio el Borges de la década
terminada en 1955. Pero una cosa es sufrir y otra comprender.
Borges no es hombre que comprende esa circunstancia que
sufre y goza, y que lo condiciona. No me refiero a sus entusias-
mos revolucionarios, eso es lo pasajero. Pero quien escribió un
libro sobre Lugones omitiendo lo más valioso y lo más vivo, del
autor de los Romances del Río Seco, esto es; la pasión y el dolor de
ser argentino, y el Borges que en reciente nota polémica dice
creer que las oligarquías, el imperialismo y los consorcios in-
ternacionales son sólo temas de propaganda liberticida, no me
parece, sinceramente, un hombre que entienda en todos sus
entenderes el mundo que le constriñe. Yeso es bien visible y se
paga en su obra.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Con permiso. Empiezas hablando
del hombre y luego pasas a la obra. Pero la obra la escribe el
creador dentro del hombre y no el hombre del carnet de iden-
tidad. Si Borges pretendiera tener alguna validez como crea-
dor de teorías políticas o como candidato político, el argumen-
to sería impecable. Pero la validez de Borges es como creador
de un mundo: un mundo hecho de dolor y de angustia, de
frustraciones personales, de pesadilla recurrente. Ese mundo
es el de una criatura oprimida por la realidad, acosada por ella,
aplastada y que se evade creando hacia dentro, hacia el centro
mismo de Borges. En esa creación ¿qué importan estéticamen-
te los errores que cometa el ciudadano Borges? ¿O el ciudada-
no Kafka? ¿O acaso la Divina Comedia vale menos si creemos
que Dante estaba equivocado al sostener a los gibelinos contra
los güelfos? ¿Vale menos Shakespeare si somos ateos? ¿Vale
menos el arte literario de Platón si somos aristotélicos? ¿Hasta
cuándo seguiremos mezclando el creador y el ciudadano? Cas-
tiguen todo lo que quieran al hombre que firma expedientes o
manifiestos de adhesión o repudio. Pero busquen al creador
donde se lo encuentra. O acaso alguien (fuera del pequeñísi-
mo grupo de fanáticos) piensa que Borges político tiene otra
Evasión y arraigo de Borges y Neruda 115

significación que la de espléndida cabeza de turco para los ejer-


cicios estilísticos -arte de injuriar, lecciones elementales- de
los llamados parricidas?
RAMA:-Pero ¿qué confianza podremos prestar a la vi-
sión "literaria", no política, de la realidad, en un hombre que
como tú dices, oprimido, acosado, aplastado por ella, se refu-
gia dentro de sí mismo? Porque además Borges es hombre para
saber, con Sartre, que no encontrará dentro de sí nada que no
haya puesto previamente. De ahí el hastío de sí mismo que él
confiesa y que yo veo que tiene buena parte de sus obras; de
ahí esa angustia vana que sólo por exceso admirativo ha podi-
do compararse con la terrible de Kafka.
REALDEAzÚA:-Lo político es índice, mero reflejo de un
desarraigo más amplio. A mi modo de ver; ambos, Neruda y Borges,
están a su modo y por distintas razones, desarraigados de la última
condición del hombre, por más arraigados que los quieran mos-
trar en sus respectivos credos sus más dóciles admiradores.
RODRÍGUEZ MONEGAL: -Yo estoy clamorosamente en des-
acuerdo. Creo que tanto Borges como Neruda tocan zonas
muy esenciales y últimas del hombre. Creo que lo que no
advierten todos sus lectores en ambos es el mecanismo más
externo de expresión: el aparente juego de Borges con te-
mas graves, el mecánico ejercicio de la solidaridad en
Neruda. Pero cuando se hunde la mano en el mundo por
ellos creado lo que se alcanza no es juego sino angustia, no
es solidaridad mecánica sino amor.
RAMA: -y yo creo que podríamos seguir discutiendo cir-
cular e infinitamente hasta la consumación de los siglos. Pro-
pongo un cuarto intermedio hasta el día del juicio.
REALDEAzÚA:-De acuerdo. Aunque confío, sin embar-
go, en que algunas cosas hayan quedado en claro, que éste no
haya sido otro diálogo de sordos ...
RODRÍGUEZ MONEGAL: -¿Cómo dijiste?

PUBLICADO EN REVISTA NACIONAL, SEGUNDO CICLO, AÑO IV,


NÚMERO 202, MONTEVIDEO, OCTUBRE-DICIEMBRE DE 1959.
11 6 antibmges
Carlos Real de Azúa

Ensayista, crítico e historiador uruguayo nacido en


1916. Fue profesor en diversas instituciones y colaboró
en gran cantidad de publicaciones, pero especialmente
en el prestigioso semanario Marcha de Montevideo. Un
fundamento espiritualista no formulado explícitamente
y un acendrado latinoamericanismo sirven para definir
su pensamiento, que recurriendo a diversas herramien-
tas teóricas y metodológicas le permitieron trabajar en
análisis históricos (El impulso y su freno) y sociológicos (La
sociología subdesarrollante], en teoría política (Legitimidad,
apoyo y poder político), en historia de las ideas (Antología del
ensayo uruguayo contemporáneo) y en crítica literaria. Mu-
rió en 1977 en Montevideo.

Ángel Rama

Narrador, crítico y ensayista nacido en Montevideo


en 1926 y muerto trágicamente en España en 1983. Des-
de muy joven comenzó a colaborar en diversas publica-
ciones como Clinamen, Acción, El País y Marcha de cuya
sección literaria fue responsable. Fue director de la Re-
vista Iberoamericana de Lueraturav de la Editorial Arca. Ejer-
ció lajefatura del Departamento de Literatura Hispano-
americana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de
Montevideo y desde 1972 la docencia en Caracas,
Maryland y París. En 1974 comenzó a dirigir la prestigio-
sa Biblioteca Ayacucho. Su enfoque crítico-sociológico
ha producido verdaderos clásicos de la crítica literaria y
cultural latinoamericana entre los que se destacan: Los
poetas modernistas en el mercado clásico (1968), La generación
crítica (1939-1969) (1972), Los gauchipolíticos rioplatenses.
Literatura y sociedad (1976), Tramsculiuracurn. narrativa en
América Latina (1982), Literatura y clase social (1984) y La
crítica de la cultura en América Latina (1985).
Evasión y arraigo de Borges y Neruda 117

Emir Rodríguez Monegal

Crítico y ensayista uruguayo nacido en 1921. En su


juventud trabajó en la página literaria de Marcha, que
dirigió entre 1949 y 1955. Colaboró en infinidad de me-
dios rioplatenses (Clinamen y El País, entre otros, de Mon-
tevideo; SW"y Ficción de Buenos Aires) y de otros países.
Su oposición a la Revolución Cubana y la dirección de la
revista Mundo Nuevo (1966-1968), financiada por la Fun-
dación Ford, lo alejan, primero, de Marcha y, luego, del
campo intelectual uruguayo progresivamente radica-
lizado. En 1968 comienza a enseñar y dirigir el Departa-
mento de Literatura Latinoamericana de la Universidad
de Yale. Según Real de Azúa, en el Uruguay "llegó a al-
canzar un círculo de lectores más amplio que el que nin-
guna crítica ejercitante había alcanzado". Gran admira-
dor de Borges, a él dedicó su más celebrada obra: Borges,
a Literary BiograPhy (1978). Escribió numerosos libros y
artículos sobre Horacio Quiroga, Eduardo Acevedo Díaz,
Pablo Neruda y Andrés Bello. Otros trabajos son: El jui-
cio de losparricidas: la nueva generación argentina y sus maes-
tTOS(1956) Y El boom de la novela latinoamericana (1972).
Murió en New Haven en 1985.
CAPÍTULo CUATRO

El nacionalismo popular:
la crítica del intelectual
nacional y popular
El nacionalismo popular como corriente de pensa-
miento comienza a gestarse en la década de los veinte a
partir de las ideas de un conjunto de políticos, periodistas e
intelectuales: el socialista antiimperialista Manuel Ugarte;
el general ingeniero Alonso Baldrich, del grupo fundador
de Yacimientos Petrolíferos Fiscales; el precursor de las co-
rrientes económico-desarrollistas en el radicalismo Manuel
Ortiz Pereyra y periodistas como José Luis Torres, a quien le
debemos la acertada expresión de "d.écada infame".
En 1935 tras fracasar en su intento de desplazar a la
dirección alvearista (moderada) del viejo partido de
Yrigoyen, un grupo de jóvenes militantes decide escin-
dirse, recoger las preocupaciones de los arriba citados,
con ellas renovar y profundizar el "credo yrigoyenista" y
construir una nueva organización: nace la Fuerza de
Orientación Radical de la Joven Argentina (F.O.Rj.A.). En
su primer manifiesto atacan a las "oligarquías" e "imperia-
lismos", exigen la restauración de la "soberanía del pue-
blo" y se proclaman los únicos verdaderos continuadores
del yrigoyenismo. El ideólogo del grupo es el ya recono-
cido ensayista de temas nacionales Raúl Scalabrini Ortiz
y forman su núcleo dirigente, entre los más conocidos, el
escritor Arturo Jauretche, Luis Dellepiane, hijo de un ex
ministro de Yrigoye n , y el poeta y músico Hornero Manzi.
122 antiborges
Aún cuando F.O.RJ.A. no logra un caudal significativo de
adherentes ni una organización sólida, sus innumerables vo-
lantes y conferencias y sus vehementes pero bien documenta-
das publicaciones logran penetrar e influir en vastos sectores
de la opinión pública. Para los forjistas la "oligarquía" conser-
vadora era responsable de la crisis que se vivía; se consideraba
que para sostener sus privilegios había traicionado al país en-
tregándolo al "imperialismo británico"; se denunciaba a la "dic-
tadura política" al servicio de minorías, impuesta mediante la
corrupción más escandalosa y el fraude generalizado y a una
"tiranía económica" al servicio del capital extranjero. "El pro-
ceso histórico argentino -dice uno de sus documentos- re-
vela una lucha permanente del pueblo en procurar su sobera-
nía popular". De a1canzarse este cometido, sería el fin de la
dependencia y el sometimiento.
La influencia de F.O.R.J.A. sobre el pensamiento de Perón
y sus más estrechos colaboradores está bien documentada. Tan-
to el Grupo de Oficiales Unidos (c.o.u.) -logia militar de
decisiva influencia en la primera mitad de los arios cuarenta-
como Perón leyeron y estudiaron el material forjista y los li-
bros de Scalabrini Ortiz y de Torres, por lo menos desde 1936,
y años más tarde se sucedieron encuentros personales. Las prin-
cipales ideas, temas y categorías del nacionalismo popular fue-
ron incorporados al peronismo: la postura antioligárquica y
antiimperialista, los objetivos de autonomía económica yjusti-
cia social, la fe en el pueblo instalado como sujeto privilegiado del
cambio, un cierto menosprecio hacia la forma(lidad) legal-
institucional. En 1945 el forjismo se disuelve y la mayoría de
sus miembros se incorpora al naciente peronismo. Muchos de
ellos pasan a ocupar cargos oficiales en el gobierno nacional y
en el de la Provincia de Buenos Aires.

Julio Cortázar dijo que se tuvo que ir de la Argentina


porque el tronar de los bombos no le permitía disfrutar de la
música de Bela Bartók. Borges, en cambio, no parece haber
encontrado obstáculos, en esos arios, para escribir sus textos
El nacionalismo popular: la crítica del intelectual nacional y popular 123

más personales y reconocidos. En 1944 habría de publicar Fic-


ciones, cinco años después ElAleph, en 1951 la selección de cuen-
tos que conforman La muerte y la brújula y al año siguiente el
volumen ensayístico Otras inquisiciones. De este período son tam-
bién buena parte de sus obras en colaboración -El Martín Fie-
rro con Margarita Guerrero, Antiguas literaturas germánicas con
Delia Ingenieros, entre otras- y de las antologías y volúmenes
de cuentos realizados con Adolfo Bioy Casares. Esta intensa
producción literaria, sin embargo, le dejó el tiempo suficiente
para comenzar una tardía pero exitosa carrera docente en la
Asociación Argentina de Cultura Inglesa y en el Colegio Libre
de Estudios Superiores, ejercer la dirección de la revista Anales
de Buenos Aires e, incluso, para la actividad gremial (fue Presi-
dente de la S.A.D.E. entre 1950 y 1953).

La caída del gobierno peronista (1955), calurosamente


apoyada por los sectores medios, la intelectualidad y las clases
dominantes, encuentra a los escasos grupos de intelectuales
que se reconocen en la experiencia peronista cuestionando
nuevamente las orientaciones políticas y económicas guberna-
mentales. Pero ya no alcanza con analizar el pasado histórico y
la estructura económica del país: se deben encontrar las causas
que posibilitaron esta oposición acérrima, muchas veces más
cultural y valorativa que directamente social o económica. La
corriente nacionalista popular' comienza, entonces, un vasto
programa de revisión del pensamiento y la literatura argentina

* Dentro de esta categoría hemos englobado un espectro bastante


amplio de pensadores que reúnen las características reseñadas.
En un análisis más fino es posible establecer diversas diferencia-
ciones; la más frecuente es entre "izquierda nacional" (proveniente
de las agrupaciones tradicionales de la izquierda, pero que se dis-
tancian a partir de su visceral rechazo a la tradición liberal y una
lectura positiva del fenómeno peronista) y nacionalismo popular
con una variante reformista y otra revolucionaria.
124 antiborges
a partir de una doble vía explicativa: la primera partía de la
tesitura, deudora de un materialismo algo rústico, de que "a la
estructura material de un país dependiente corresponde una
superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento
de esa dependencia'"; la segunda se elaboró a partir de la in-
corporación de buena parte de la relectura de la historia na-
cional que el revisionismo histórico venía haciendo desde los
años treinta. Esta escuela sostenía que en la Argentina había
habido desde sus inicios un enfrentamiento permanente
entre dos antagonistas irreconciliables: un proyecto de país
liberal y dependiente consagrado por la historiografía tradi-
cional y legitimado por "la superestructura cultural"; y el
país "auténtico", por fuera de las superestructuras culturales
dominantes, resguardado por la memoria popular y al que esta
escuela historiográfica viene a rescatar, sistematizar y presen-
tar en un cuadro completo. El objetivo del nacionalismo popu-
lar, entonces, pasa a ser demostrar cómo "la colonización pe-
dagógica" había provocado que los intelectuales liberales -que
por cierto incluía a pensadores de procedencia muy dispar-
evaluaran erróneamente, o aun mintieran deliberadamente,
en sus interpretaciones de la realidad nacional. Los "profetas
del odio", según los definiera ]auretche, no podían enten-
der el país real; lo que los llevaba a despreciar y rechazar todo
aquello identificado con el campo de "la barbarie": el gauchaje,
el yrigoyenismo, el peronismo y, en general, todas sus produc-
ciones culturales.

En Borges esta tradición de pensamiento encontró el para-


digma del intelectual cosmopolita, europeísta, ajeno a las proble-
máticas nacionales. Hemos seleccionado cinco textos que juzga-
mos muy representativos. El primero de ellos, extraído de Crisis y
resurrección de la literatura argentina, corresponde a la audaz pluma

:;: Arturo Jauretche en Los profetas del odio, varias ediciones.


El nacionalismo popular: la critica del intelectual nacional y popular 125

deJorge Abelardo Ramos". El segundo trabajo es un incisivo texto


del padre Castellani (al que abusivamente hemos incluido en este
apartado), cuya originalidad mayor reside en la discusión de las
referencias borgeanas a algunos autores y temas clásicos de la filo-
sofía y la teología. En tercer lugar transcribimos un capítulo dedi-
cado a Borges de un libro clave para entender la evolución del
nacionalismo popular y "la nacionalización" de importantes
contingentes de la clase media en los años sesenta, Imperialismo
y cultumdeJuanJosé HernándezArregui. A partir de la polémi-
ca lectura que Borges hiciese del Martín Fierro de José
Hernández, Hernández Arregui realiza una agresiva crítica. El
cuarto es un artículo publicado originalmente en Marcha don-
de Arturo Jauretche, paradigma de la tipología del intelectual
nacional y popular, con su particular estilo hecho de anécdo-
tas, recuerdos personales y dichos populares, analiza los supues-
tos intelectuales de los que parte Borges en "Historia del guerrero
y la cautiva" como un modo de desmenuzar el esqueleto intelec-
tual del liberalismo argentino". Finalmente hemos seleccionado
el apartado dedicado a Borges por Liborio Justo en su obstinado
Cien años de letras argentinas.

* La primera edición de este libro es de 1954. Hemos tomado la


versión de 1961.
t Es interesante recordar que en 1934 Borges prologó el libro de
poemas El paso de los libres en el que Jauretche, apelando a la
gauchesca, cuenta la frustrada sublevación radical encabezada por
el teniente coronel Bosch. A raíz de su participación en estos he-
chos Jauretche es arrestado y fue el aporte de Borges lo que lo
animó a firmar la obra finalmente editada por el sello La Boina
Blanca). El texto lo conmovió profundamente ("obra que el tiem-
po cuidará de no preterir, obra que merecerá -yo lo creo- la
amistad de la guitarra y de los hombres") y le produjo una vigorosa
nostalgia del Borges veinteañero (el poema refiere a una "patriada"
y ésta "es uno de los pocos rasgos decentes de la odiosa historia de
América"). Una reciente y muy buena reconstrucción de estos su-
cesos se encuentra en "Senderos que se bifurcan", artículo de
Ramiro de Casasbellas publicado en La Nación del 19 de mayo de
1999. También se puede ver el ya citado Los profetas del odio.
Borges, bibliotecario
de Alejandría

Valéry, a quien admira nuestra elite literaria como


a la encarnación del intelectual, proclamó una vez su ho-
rror al desorden (esto es, a la irrupción moderna de las
masas en la creación de sus propios destinos):

Pésale siempre e! orden al individuo. Pero el desorden le


hace desear la policía o la muerte. He aquí dos circunstan-
cias extremas en las que la humana naturaleza no se siente
a gusto. Busca el individuo una época agradable en la que
sea a un tiempo el más libre y el más válido; la encuentra
hacia e! comienzo de! fin de un sistema social. Entonces,
entre e! orden y e! desorden, reina un instante delicioso.
Como se ha adquirido todo el bien posible que procura el
acomodamiento de poderes y deberes, ahora puede gozar
de los primeros re!ajamientos de ese sistema. Mantiénense
todavía las instituciones; son grandes e imponentes; pero
sin que nada visible haya cambiado en ellas, apenas si con-
servan otra cosa que su bella presencia; lucieron todas sus
virtudes, su porvenir está secretamente agotado; su carác-
ter dejó de ser sagrado o bien le resta sólo lo sagrado; la
critica y los desprecios las debilitan y las vacían de todo su
valor inmediato y e! cuerpo social pierde suavemente su
porvenir, Es la hora de! goce y del consumo general.
128 antiborges
Esta inusitada predilección policial de Valéry no debería
extrañar a nadie que conozca las fuentes genuinas en las que
se alimenta la moderna cultura francesa: su imperio colonial
en crisis es el que provee la plusvalía necesaria para que e
París sus intelectuales adoren de rodillas, simultáneamente,
espíritu puro y la policía colonial, custodia del orden en las
plantaciones de las selvas africanas. Tampoco pueden sorpren-
demos las ideas políticas de Borges, representante de nues
elite local. En su libro Otras Inquisiciones, este autor publica un-
página significativa. Se trata de una nota titulada Anotación a.
23 de agosto de 1944, fecha de la retirada alemana de París. Fue
un día de celebración memorable en los fastos de la oligarquí
porteña, que se lanzó a la Plaza Francia -en su barrio, en
órbita- a festejar la recuperación de París, su patria primera.
probablemente su auténtica patria y la de sus mayores, enri-
quecidos por las vacas y refinados por Montmartre. Natural-
mente, para las masas trabajadoras argentinas ese día no tUYO
ninguna significación especial: estaban ocupadas en organizar
sus sindicatos y en preparar la defensa de sus condiciones de
vida que la propia aristocracia vacuna intentaría arrebatarl -
un año después en esa misma plaza de Buenos Aires. El prole-
tariado argentino no sabía hablar francés.
A Borges, en cambio, ese día 10 incitó a practicar ese tipo de
literatura explícita que habitualmente aborrece. La jornada ele-
gante le inspiró una página política. Como en todos los momen-
tos decisivos de la historia, hasta los teólogos se hacen políticos.
Un literato puro como Borges debió participar de algún modo en
esa crisis civil. No se trataba, por cierto, de una manifestación es-
pontánea suscitada por el retorno de París a manos francesas. Por
el contrario, el verdadero sentido del acto en Plaza Francia era
intentar reprochar la recuperación del país por manos argenti-
nas. Nadie se engañó a ese respecto. Pero Borges, que tampoco se
lo ocultaba, pudo escribir más tarde, ya con intención retrospecti-
va, que el acontecimiento le había suscitado

felicidad y asombro ... el descubrimiento de que una emoción


colectiva puede no ser innoble.
Borges, bibliotecario de Alejandría 129

No se indigne el lector. Esta voluntad de aristocracia resulta


en un Eliot la explicación de un despecho feudal por el plebeyismo
moderno del imperio que lo mantiene; en Borges y congéneres
se revela más bien grotesca, puesto que no nace de la exigencia
interior de un país que no registra ninguna participación en las
Cruzadas y cuyos títulos de nobleza se remontan a los primeros
Shorthorns importados. Lo que se trata de señalar es que Borges
repite en castellano las inflexiones despreciativas que Eliot pro-
nuncia en inglés; en verdad, todo el irrealismo militante de Borges
es el seudónimo estético que utiliza para insistir en que no perte-
nece a la literatura argentina, sino a una forma sutil de penetra-
ción dialectal de la cultura imperialista europea en nuestro país.
Borges es consciente de esto y triunfa ampliamente en su tarea. Su
odio irreprimible hacia el pueblo argentino es un ingrediei1te
particular del desprecio imperialista europeo hacia un país que
rehusa perpetuarse como colonia.

MARTÍN FIERRO, MALEVO

Veamos qué es lo que Borges opina sobre el Martín Fierro


de Martínez Estrada:

El Martín Fierro ha sido materia o pretexto de otro libro capi-


tal: Muerte y tmnsfigumción de Martín Fierro, de Ezequiel Martínez
Estrada. Trátase menos de una interpretación de los textos que
de una recreación; en sus páginas un gran poeta, que tiene la
experiencia de Melville, de Kafka y de los rusos, vuelve a soñar,
enriqueciéndolo de sombra y de vértigo, el sueño primario de
Hernández. Muerte y tmnsfiguración de Martín Fierro inaugura
un nuevo estilo de crítica al poema gauchesco. Los futuras ge-
neraciones hablarán del Cruz o del Picardía de Martínez
Estrada, como ahora hablamos del Farinata de De Sanctis o
del Hamlet de Coleridge.

Este letrado que pelotea con ideas y que encuentra suma-


mente agradable la farsa intelectual, es considerado el primer
130 antiborges
escritor argentino. El caso de Borges presenta, a nuestro jui-
cio, uno de los ejemplos más flagrantes de la irresponsabilidad
intelectual de nuestra literatura de importación.
En su opúsculo denigratorio titulado El Martín Fierro (edi-
ción Columba, 1953, Buenos Aires), Borgesjuzga que

para nosotros el tema del Martín Fierro ya es lejano y de alguna


manera exótico; para los hombres de mil ochocientos setenta
y tantos era el caso vulgar de un desertor que luego degenera
en malevo.

Es inevitable un disentimiento con esta enunciación des-


pectiva, probatoria, por el contrario, de que el tema de Martín
Fierro no es en modo alguno lejano y que tampoco es exótico.
Una observación al pasar: para Borges, el Hamlet de Coleridge
(¡no el de Shakespeare, el de Coleridge!) es una figura fami-
liar, propia, constante; en cambio, el Martín Fierro de Hernández
es un documento inactual, exótico y turbio. Lo nacional es
exótico; lo extranjero, propio.
Todos los valores están invertidos aquí. Borges no tolera
lo argentino. Y como en el Martín Fierro se expone lo nacional
en función del drama del pobrerío de la época, le repele do-
blemente: como canto argentino y como protesta social.
En el espíritu de Borges y de toda su clase, el Martín Fie-
rro se ha convertido en peón de estancia, en obrero industrial,
en "cabecita negra".
Las grandes líneas de la historia argentina se renue-
van y se manifiestan con una asombrosa continuidad. No,
los hombres de mil ochocientos setenta y tantos que consi-
deraban el asunto de Martín Fierro como "el caso del vulgar
desertor que luego degenera en malevo" no eran todos los
argentinos, sino por el contrario, una muy pequeña parte
de ellos. La inmensa mayoría del país estimaba que el caso
de Martín Fierro no era un caso vulgar congénere de la cró-
nica policial o epítome del malevaje orillero. Por el contra-
rio, el país entero, que no vivía en Buenos Aires, vio en el
poema una trascendencia que no fue advertida por los Borges
Borges, bibliotecario de Alejandría 131

de la época, obsesionados por la llegada del buque-correo de


Marsella. La publicación del poema despertó en el interior del
país un interés tan profundo que, en los primeros siete años de su
aparición, se vendieron 150.000 ejemplares de Martín Fierro in-
cluidas las ediciones legales y las clandestinas. Esta difusión gran-
diosa puede resultarle a Borges una de las tantas sorpresas aritmé-
ticas nacida de la ingenuidad y bastardía de masas primitivas. Si se
tiene en cuenta que jamás, ni antes ni después, ningún libro ar-
gentino o europeo alcanzó en nuestro país una tirada tan impor-
tante, es preciso convenir que este folleto de 1872 debía ofrecer al
pueblo del país algo más sugerente que un simple pretexto para
el análisis gramatical del señor Tiscomia o para las furias metafisi-
cas de Martínez Estrada. Queda en pie de manera incontestable
que la más grande creación de nuestro pueblo nació como resul-
tado de las luchas civilesy fue, desde el primer momento, recono-
cida, adoptada y asimilada por vastas masas del país. El más
intenso momento literario que poseemos, que nos define con
caracteres propios, es un poema íntimamente ligado a la psico-
logía y a la tradición vital de los argentinos. Aun exquisitos
como Borges o Martínez Estrada deben inclinarse ante la pro-
pagación irresistible de un poema fundido con nuestros orígenes
históricos. Se le debe en grado importante al siempre alerta
Unamuno el haber obligado a nuestra casta intelectual a recono-
cer la existencia del poema. A propósito del escritor vasco, nues-
tra innoble cipayería intelectual no se fatiga en comentar el pen-
samiento de Unamuno, español que se enorgullecía de serIo y
que lo era hasta los tuétanos. ¿Pero qué ocurre en este país al
escritor que se atreva a ahondar el tema de lo nacional? ¿Qué
crédito mereció Lugones, que también tenía la pasión argentina,
admirada por nuestros intelectuales en Unamuno solamente por-
que es europeo? A Unamuno le perdonaron siempre sus capri-
chos políticos y arbitrariedades ideológicas, en aras del "espíri-
tu puro". Pero a Lugones no se le perdonó nada, no porque
hubiera proclamado "la hora de la espada", sino simplemente
porque buscaba confusamente un camino propio. Dicho esto
último, conviene advertir que esta idea no implica un juicio esté-
tico sobre la obra global de Lugones.
132 antiboíges
La derrota artística que las masas desposeídas infligieron
póstumamente a la oligarquía porteña con el Martín Fierro, sus-
cita la invariable hostilidad de Borges. Es interesante registrar
sus impresiones, porque Borges, a diferencia de Martínez
Estrada, dice todo lo que piensa:

El Martín Fierro tiene mucho de alegato político; al principio


no lo juzgaron estéticamente, sino por la tesis que defendía.
Agréguese que el autor era federal (federalote o mazorquero,
se dijo entonces); vale decir que pertenecía a un partido que to-
dosjuzgaban moral e intelectualmente inferior.En el Buenos Aires
de entonces todo el mundo se conocía y la verdad es que José
Hernández no impresionó mucho a sus contemporáneos.

Sí, esto es cierto. En Buenos Aires todos se conocían, tanto


los que se habían puesto a sueldo de la flota francesa como los
descendientes del gauchaje que luchó en la Vuelta de Obliga-
do. Pero el hecho de que "todos juzgaban moral e intelectual-
mente inferior" al partido de Hernández, es una parte de la
verdad. La verdad entera es que ese "todo Buenos Aires" esta-
ba formado por los importadores de toros ingleses, de casimires
de Manchester, o de sillas de Viena, y sólo constituía la minoría
insignificante del pueblo argentino, cuyos ojos estaban fijos
aún en el osario de las montoneras aniquiladas por el ejército
de línea y el partido de los caballeros de levita. Borges corro-
bora su aserto apelando a la prosa desdeñosa de Groussac:

En 1883 Groussac visitó a Víctor Hugo; en el vestíbulo trató de


emocionarse reflexionando que estaba en casa del ilustre poe-
ta, pero "hablando en puridad, me sentí tan sereno como si me
hallara en casa de José Hernández, autor de Martín Fierro".

La subestimación infinita que Groussac sentía hacia la


Argentina, inmenso baldío en el que estaba obligado a vivir, se
manifiesta aquí plenamente. La placidez cínica de Borges ante
ese despreci-o indisimulado no necesita mayores comentarios.
A Borges todo lo argentino le produce náuseas: jamás le ha
Borges, bibliotecario de Alejandría 133

perdonado a Lugones que escribiera El Payador y que definie-


ra allVIartín Fierro como un poema épico.

Lugones siempre había sentido lo criollo: pero su estilo barro-


co y su vocabulario excesivo lo habían alejado del público.

Borges no odia el estilo de Lugones, sino al artista que in-


tentó, en un medio hostil, indagar las raíces de lo nacional, Así,
subaltemizando el intento de Lugones de establecer los prece-
dentes de una literatura propia, arguye Borges que el autor de
Poemas Solariegos escribió El Payador con el objeto de acercarse al
público, de conquistar auditorio. Esto define por entero a Borges.
Desechando la interpretación de Lugones, nuestro erudito con-
cluye ásperamente que era una "imaginaria necesidad" que Mar-
tín Fierro fuera épico y que, al fin de cuentas, sólo se trata

del caso individual de un cuchillero de 1870.

Con las mismas razones rechaza el juicio de Rojas, que


estima la vida del gaucho Martín Fierro como la vida de todo el
pueblo argentino. Pero Calixto Oyuela, "con mejor acierto",
de acuerdo a la opinión de este orfebre, escribió:

El asunto de Martín Fierro no es propiamente nacional ni me-


nos de raza, ni se relaciona en modo alguno con nuestros orí-
genes como pueblo ni como nación políticamente constituida.

Preferimos no discutir la Solvencia de Calixto Oyuela para


evaluar a Hernández. Como se ve, a Borges no le repugna res-
taurar fósiles cuando le conviene. Urgido por un afán de preci-
sión agrega:

¿Qué fin se proponía Hernández? Uno limitadísimo: la rela-


ción del destino de Martín Fierro por su propia boca.

Esta debilidad mental no es una definición, pero reviste un


gran interés político. La liquidación sangrienta del gauchaje y su
134 antiborges
reflejo poético constituyó para Borges un drama "limitadísimo".
Si tal es su opinión sobre la suerte de un pueblo temporalmente
vencido, no estima del mismo modo la piratería ingloriosa de lo
lanceros británicos que conquistaron la India:

Los ingleses que por impulsión ocasional o genial del escri-


biente Clive o de Warring Hasting conquistaron la India, no
acumularon solamente espacio sino tiempo: es decir experien-
cia, experiencias de noches, días, descampados, montes, ciu-
dades, astucias, heroísmos, traiciones, dolores, destinos, muer-
tes, gentes, fieras, felicidades, ritos, cosmogonías, dialectos,
dioses, veneraciones.

Es posible que acumularan todo eso y también libras es-


terlinas y océanos de sangre. Pero el lector argentino puede
aprender por la pluma de Borges cómo se escribe la historia
del mundo. De esta manera podrá explicarse por qué Kipling,
el vencedor, reunió más imágenes memorables que Hernández,
el vencido. Para el imperialismo británico Borges tañe su lira,
para el gauchaje informe sólo le queda el desprecio. Sus obser-
vaciones históricas no son incidentales: obran todas en un mis-
mo sentido. Con toda desenvoltura afirma que

el más resuelto y secreto defensor de Montevideo fue el mismo


Rosas, muy suspicaz de un crecimiento peligroso de Oribe.

Original interpretación del período del bloqueo, que


permite insinuar al lector un olvido altamente conveniente de
que la flota francesa y los comerciantes de esa nacionalidad
radicados en Montevideo, tenían intereses y armas suficientes
para emprender por sí mismos esa tarea. Recuérdese que gran
parte de la emigración unitaria colaboró noblemente en ese
esfuerzo de la Segunda Troya, cuyos presupuestos se discutían
en el Palacio Borbón.
Cuando se habla de Montevideo, Borges prefiere gene-
ralmente evocar el nacimiento de Lautréamont, el poeta, o de
Supervielle, el banquero. Deja en el tintero a Canning, que
Borges, bibliotecario de Alejandría 135

inventó el Estado-tapón para debilitar a la Argentina y balcanizar


más aún el continente. Son olvidos propios de un artista:
Martínez Estrada también los comete.

EL EUROPEO BORGES
y SU CONDENACIÓN DE LAS TURBAS

Atacando a los que intentan ver en la obra de José


Hernández una valoración de las virtudes nacionales, Borges
comenta malignamente que

el Martín Fierro les agrada contra la inteligencia, en pos de una


herejía demagógica del pauperismo como estado de gracia y
de la imprevisión infalible.

El odio contra los de abajo es en Borges incontenible y


lo manifiesta con la espontaneidad de la rutina paseando su
mirada a través de un siglo de historia. Su voluntad de ahogar
el tema trágico de Martín Fierro en una simple anécdota de co-
misaría, lo lleva a escribir que

la cándida y estrafalaria necesidad de que el Martín Fierro sea


épico, ha pretendido comprimir en ese cuchillero individual
de 1870 el proceso misceláneo de nuestra historia.

Pero obligado, como el propio Martínez Estrada, a pro-


nunciar su veredicto sobre la esencia del poema, Borges apela
a la fuga. Ya no utiliza las flechas envenenadas, emplea la técni-
ca del disimulo metafísico:

... Para unos, Martín Fierro es un hombre culto; para otros un


malvado o como dijo festivamente Macedonia Fernández, un
siciliano vengativo; cada una de esas opiniones contrarias es
del todo sincera y parece evidente a quien la formula. Esta incer-
tidumbre final es uno de los rasgos más perfectos del arte,
porque lo es también de la realidad. Shakespeare será ambiguo,
136 antiborges
pero es menos ambiguo que Dios. No acabamos de saber quién
es Hamlet o quién es Martín Fierro, pero tampoco nos ha sido
otorgado saber quiénes realmente somos, o quién es la perso-
na que más queremos.

Toda esta hibridez tiene por finalidad disolver la conclu-


sión obligada de su análisis (insignificancia conjunta del autor
y del poema) en una abstracción pueril; el puñado de inepcias
cubre la retirada. Pero sus ejercicios retóricas contra el gauchaje
se prolongan hasta el pueblo de nuestros días. Borges ha escri-
to un libro titulado Historia universal de la infamia. Ha dejado
muchas fuera del volumen. Aquí recordaremos algunas. En una
conferencia pronunciada en el salón de actos de los antiguos
propietarios del diario La Prensa, titulada "El Idioma de los
Argentinos", Borges volvió a un tema de su predilección: el
compadre, el malevo, el arrabal. No discutiremos sus gustos,
sino sus falsas identificaciones. En la cabeza de Borges la vieja
distinción de que guapo u orillero eran producto de "la orilla",
vale decir de los extremos límites urbanos, ha llegado a trans-
formarse en una idea más precisa. Para nuestro autor, el arra-
bal genera al compadrito, pero el arrabal no tiene una ubica-
ción geográfica precisa, sino como muy bien dice

nuestra palabra arrabal es de carácter más económico que geo-


gráfico. Arrabal es todo conventillo del centro.

Es decir que arrabal y compadrito son las designaciones


estéticas que Borges aplica a la gente pobre, al trabajador, al
obrero, en una palabra, al populacho. Los abuelos de Borges
emplearían la palabra chusma.
Vease cómo este aristócrata define al arrabal y al pro-
letariado:

Arrabal es la esquina última de Uriburu, con el paredón final de


la Recoleta y los compadritos amargos en un portón y ese desvali-
do almacén y la blanqueada hilera de casas bajas, en calmosa
esperanza, ignoro si de la Revolución social o de un organito.
Borges, bibliotecario de Alejandría 137

Hijo del barrio norte, cuyos títulos nobiliarios todavía hue-


len a alfalfa, Borges se burla entre dientes de la gente que en
último análisis trabaja para mantenerlo a él y a su casta parasitaria.
El letrado describe a la sociedad plebeya:

Arrabal son esos huecos barrios vacíos en que suele desor-


denarse Buenos Aires por el Oeste, donde las banderas colora-
das de los remates -la de nuestra epopeya civil del horno de
ladrillos y de las mensualidades y de las coimas- van descu-
briendo América. Arrabal es el rencor obrero en Parque Patricios
y el razonamiento de ese rencor en diarios impúdicos.

La prensa obrera que defendía los intereses de los trabaja-


dores es para Borges una prensa impúdica. LaPrensa, de los Caínza
Paz, en cambio, era una prensa púdica en el sentido de que ocul-
taba, mediante los servicios intelectuales de los Borges, toda la
infamia de un país hundido. La razón de esta violencia es simple.
Pese al hecho de que Borges anatematiza la idea misma de la lu-
cha de clases, él pertenece a una clase y la defiende constante-
mente. La expresión de su menosprecio hacia el obrero (arraba-
lero) es el servicio que como intelectual linde a sus amos de adentro
y de afuera. En la medida en que los trabajadores organizados se
han transformado en la fuerza social más importante de la vida
nacional, la vieja initación de Borges contra el plebeyo se ha du-
plicado, si esto es posible. Más aún, como la clase obrera se ha
transformado en la protagonista de la Revolución nacional que
tiende a reintegrar al país su dignidad como tal y a vinculamos
con el resto de W1a gran nación inconclusa, revaluando así todas
las nociones de patriotismo, Borges se aplica a denostar la idea
misma de la patria, cosa muy propia de un europeo, particular-
mente cuando no está en la suya.
En una nota titulada "Nuestro pobre individualismo", es-
cribe que

las ilusiones del patriotismo no tienen término; en el primer


siglo de nuestra era, Plutarco se burló de quienes declaran
que la luna de Atenas es mejor que la luna de Corinto.
138 antiborges
Borges ridiculiza semejante ilusión argentina. Nuestro
poliglota postula el carácter inmejorable de la luna de Lon-
dres, que al menos produjo un Ruskin y cuyos ditirambo s se
ejercitan en una lengua prestigiosa.
No se trata de que Borges no sea patriota. De lo que se
trata es que es un patriota inglés, francés, alemán. Destaque-
mos el temor de Borges ante

la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo;


en la lucha con ese mal cuyo nombre es comunismo y nazis-
mo, el individualismo argentino acaso inútil o perjudicial has-
ta ahora, encontraría justificación y deberes.

Cuando las papas queman Borges se vuelve claro. El


Estado débil es típico de los países coloniales y
semi coloniales. El Estado-fuerte aparece en estos países con
dos variantes: ya sea cuando un gobierno practica el poder
con el apoyo imperialista contra las masas o cuando una re-
volución popular levanta su puño sobre los lacayos del im-
perialismo. La segunda variante no complace a Borges. Los
derechos del individuo en este caso son para Borges los de-
rechos del imperialismo, que encuentra ciertas dificultades
en las aduanas. Ante la creciente autodeterminación del país,
Borges declara resignadamenteque

sin esperanza y con nostalgia, pienso en la abstracta posibili-


dad de un partido que tuviera alguna afinidad con los argenti-
nos; un partido que nos prometiera (digamos) un severo mí-
nimo de gobierno.

Como hijo dilecto de un país que fue colonia, Borges


desea un gobierno de fideicomiso, una administración cole-
giada a la Uruguay, la potestad internacional al estilo de Tán-
ger: un puerto libre de inferencias molestas, un servicial
entrelazamiento con el extranjero. Pensando en cipayos de este
género es que Lenin aclaró alguna vez que
Borges, bibliotecario de Alejandría 139

aquel que rechaza el nacionalismo de un país oprimido apoya


inevitablemente el nacionalismo de un país opresor.

Desde 1920 a 1930Jorge Luis Borges jugó al porteño, pero


no al argentino. Para él la Argentina ha sido siempre Buenos Ai-
res y la glorificación de la ciudad en su obra es una forma de
desestimación del país entero. Aun en sus temas vernáculos, en su
estudio sobre Carriego, en las indagaciones sobre el tango y el
compadrito, en sus ofensivas contra el Martín Fierro, Borges busca
demostrar invariablemente las "lástimas" de la Argentina y de sus
hombres. Se interesó en ellas como el esteta puede detenerse en
una desgracia, en una fatalidad, en una tara. Posteriormente con-
sagró sus esfuerzos a la literatura fantástica, al género policial, a la
divagación seudometafisica o seudofilosófica, atacando de flanco,
inciden talmente, al país en que vivía.A partir de 1930 fue volunta-
ria y decididamente un escritor extranjero.
Borges pertenece a esa clase de escritores, tan frecuente
en nuestro país, que posee el secreto de todos los procedimien-
tos y combinaciones, pero les falta el soplo elemental de la vida.
Han revuelto la marmita de la sabiduría y la sintaxis, pero nada
nace de ellos, sino robots, criaturas geométricas o seres mecá-
nicos. Los ejemplos sobran en los cuentos de Borges o en las
novelas de Mallea o en la fama de los epígonos que saturan
libros, revistas y suplementos. Este hermetismo inepto y grotes-
co ha trascendido el cenáculo original; en rigor, el ejercicio
actual de las letras parece incompatible con la claridad. Por
cada Borges hay cien Murena; por cada Martínez Estrada, cien
Canal Feijóo. Un charlatanismo desencadenado envuelve a la
nueva generación intelectual. No estamos en presencia de una
literatura activa sino contemplativa, que no retrata una socie-
dad viviente sino personajes inmóviles y parlantes, demostrati-
vos de la pericia infecunda de nuestros escritores.
Nuestra literatura se ha disgregado en una vana búsque-
da de estilo, soslayando el encuentro con el alma común de
una literatura nacional. Leyendo a Borges se recuerda a un
crítico contemporáneo que aludiendo a la esterilidad intelec-
tual de nuestro tiempo escribe:
140 antibmges
Se tiene la impresión de que ese autor no pensará ni viviráotra
cosa que lo que pueda volcar en el papel. Sabe medir y elegir, y
esas operaciones no implican que en él tenga lugar el menor
conato de lucha; todo está valorizado, y no existe en su obra nin-
guna riqueza oc~llta.En todo momento se nota una satisfacción
perfecta de sí mismo, una complacencia y una seguridad poco
comunes (o más bien dicho, demasiado comunes) y la falta abso-
luta de vacilaciones fuera de las de orden gramatical.

Lo mismo puede decirse de la mayor parte de los escrito-


res hipnotizados por Europa, que han hecho de la literatura
un simulacro sin convicción.

PUBLICADO EN CRISIS y RESURRECCI6N DE LA LlTERARURA ARGENTINA,

COYOACÁN, BUENOS AIRES, 1954.

Jorge Abelardo Ramos

Ensayista y político argentino nacido en 1918. Tras


una breve simpatía con el anarquismo participó activa-
mente en el trotkismo del cual comenzó a distanciarse a
partir de la asunción del peronismo. Fue uno de los prin-
cipales ideólogos e incansable publicista de la llamada
"izquierda nacional" y fundador y dirigente de varios de
los endebles grupos que la plasmaron: el Partido Socialis-
ta de la Revolución Nacional (1953), el Partido Socialista
de la Izquierda Nacional (1963) y el Frente de la Izquier-
da Popular (1973). Con esta última agrupación apoyó a
los candidatosjusticialistas en 1973 y 1989, lo que le per-
mitió ser designado en 1989 como embajador argentino
en México. Falleció mientras desempeñaba esta función.
De su profusa obra alcanzaron mayor difusión: Historia de
la nación latinoamericana, Crisis y resurrección de la literatura
argentina y Revolución y contmrrevolución en Argentina.
Inquisiciones
y sombras teológicas

Vaya hablar de un acontecimiento literario argenti-


no: la aparición de un tomo de ensayos y notas que recogen
el pensamiento deJorge Luis Borges desde 1937 a 1952.
Borges me inspira el más vivointerés. Nos parecemos
en varias cosas y divergimos en una sola. Como yo, es un
escritor libre de la orden de solitarios sin votos, cuya única
regla es la pobreza forzosa y mal llevada, la honestidad
artesanal y la honradez intelectual. Además de eso, me ase-
meja o mejor dicho supera en varias cosas: literaria y social-
mente bien educado, doctísimo en literatura rara, de gran
estirpe provinciana, con obsesiones filosóficas y teológicas,
no afiliado a ningún partido, ni a propaganda alguna, con
odios y amores intelectuales vivísimos pero contenidos,
morador del mundo de los libros y de los problemas
intemporales, destilador de esencias, crítico de acendrado
gusto, notable poeta, intelectualmente dandy, snob y
eufemista, mucho más inglés que cualquier criollo y más
criollo que los ombúes, poseedor o poseído de una miste-
riosa angustia, desdeñoso de su público, curiosísimo colec-
cionador de curiosidades ... Borges se parece a Richard Cory,
hijo de duques perdidos en las Américas:

VVheneverRichard Cory uient down town


We people in the pavement looked at him
142 antiborges
He was a gentleman from sole to crown
Clean favored, and imperially slim ...

Como Richard Cory, Borges no considera a su público,


pero no ataca ni provoca a nadie, anda quietamente vestido, no
le gustaba el ruido; y cuando mata a alguien -intelectualmen-
te se entiende- no hace visteos ni berridos ni orgías de san-
gre. Sus crímenes son crímenes perfectos, como sus cuentos
policiales. Enemigo de truculencias y terrorismos, solamente
usa el revólver para pasarse a sí mismo una bala -incruenta e
invisible- de sien a sien ('Yo, desgraciadamente, soy Borges",
p. 220). Con sus enemigos ideológicos usa el estilete florentino
y el veneno de los Borg ...ia.

Yo soy de aquellos lores de una estirpe gloriosa


que vivían sus vidas de célibes ahítos ...

Y volvían a Londres ... Y en los clubs elegantes


Donde los contertulios los daban ya por muertos
Con empaque de lobos curtidos en los puertos
y ahora propietarios de famosos diamantes,

Sumidos en profundos sillones, relataban


Sus complejas andanzas de cansancio y esplín
y un día, a media noche, bajaban al jardín
y ante una escalinata de mármol, se mataban"

Borges es un exquisito sofista y un peligroso malabarista


de ideas, además de un simulacro de filósofo, y un crítico lite-
rario de gran altura, aunque parcial. También es uno de nues-
tros más indubitables poetas. A pesar de su gran ingenio, para
el gran público es aburrido; porque el ingenio, la agudeza, la
erudición, la retórica y la desesperación pueden simular la vida,

* Horacio Caillet Bois, Atavismo, Urnas de Ébano.


Inquisiciones y sombras teológicas 143

no pueden engendrarla. Y así las obras de Borges son, casi sin


excepción, espléndidamente inertes, como bustos, como ca-
mafeos. Son productos mineralógicos: ácidos, sales, cristales,
químicamente puros; pueden corroer y deshacer, no pueden
alimentar, helás. Pero pueden sazonar, pero pueden desinfec-
tar, pero pueden pulir, como los venenos.
Los tesoros de su erudición, a prima vista asombrosos tie-
nen gran mezcla de abalorios ... ¿Cuándo no entre nosotros? Tam-
bién los míos. Es dudoso que haya estudiado a fondo una literatu-
ra, o un gran filósofo, no digamos un sistema -ni el de
Schopenhauer-. ¿Yde ay? Eso nos pasa a todos aquí. Como él
mueve sus pedazos de gemas (sus pedazos de vidrio, sus pedazos
de espejo) con velocidad de malabarista, disimula bien que son
un bazar, un stock de odds and ends, un bric-á-brac: Sus "universos
indefinidos" no son sino sus meteoritos errantes, que al caer en la
tierra se sepultan, dejando solamente un reguero de chispas. Esos
terroríficos "laberintos de espejos" que él ama construir, se de-
rrumbarían si sonase adentro la risa de un niño. Ningún brujo
resiste la risa. ¿Qué importa? Conviene que existan brujerías.
Borges se parece a esos biólogos del siglo pasado (Flourens)
que proclamaron que los cristales tenían vida. La perfección de
sus frases tiene la esplendidez muerta de las cristalizaciones; y sus
creaciones literarias el carácter irreal y vesánico de las visiones en
la bola de cristal de los espiritistas, Algo vive detrás de eso, natural-
mente; pero lo que vive detrás de eso es intangible y secreto ... "Si
es intangible y secreto ¿cómo lo sabes? ¿No estarás inventándote
también tus fantasías metafísicas, como Borges?"
Su profundidad consiste sobre todo en exquisitez y re-
buscamiento, en exotismo y lejanía: en el fondo moran la tri-
vialidad y la contradicción ... En cuanto a la filosofía solamen-
te. Esteta puro, maneja con misterio tres o cuatro sofismas viejos,
siempre los mismos, teniendo habilidad para pulirles ya una,
ya otra faceta: el eterno retorno, el problema del tiempo, la
objeción de Zenón contra el movimiento, la objeción idealista
a la realidad del conocimiento y del ser, la objeción maniquea.
Ha sometido esos sofismas al tratamiento estético, a una quí-
mica poética. Eso sirve.
144 anti. ,'o'f\
u

Su inquina contra Dios (contra el Cristo, la religión


organizada, la tradición, la moral humilde de los hombre
comunes ...) es cautelosa y tímida: cuando tira al cielo una
piedra esconde la mano. Sus blasfemias son elaboradas ~
reticentes. ¿Es eso buena o mala seña? Pido a Dios que sea
buena seña. Sin embargo más sanos me parecen los grande
blasfemadores furiosos, como Carducci y Víctor Hugo ... o el
"Misionero" de SanJusto. No obstante, estoy dispuesto y aun
inclinado a creer que su odio a Dios es sólo aparente: que e
solamente un ansia de un Dios vivo y verdadero frente al
que le parece muerto y pintado. Es posible. o es nuestro
dictaminarlo. La blasfemia no me gusta, naturalmente. Pero
Job blasfemó a su manera; y las blasfemias de Baudelaire (Le
réniérnent de Saint Pierre, Les Litanies de Satan) yo no creo en
ellas. Estos literatos tienen muchas vueltas. En fin, de la des-
esperación se puede pasar a la fe, según Kierkegaard; no así
de la bestialidad.
Borges padece de agorafobia literaria: busca los rinco-
nes de la literatura; y cuando topa con una gran plaza, la cruza
de una disparada frenética. Después que la ha cruzado, descri-
be con esa su belleza verbal de avezado poeta lo que ha pesca-
do en ella; y la gran plaza (Cervantes, Dante, Quevedo, José
Hernández) comienza a achicarse rápidamente y se convierte
en rincón; a veces, sombrío. Así Chesterton se convierte al fi-
nal de una nota en un talento fallido; Belloc en un pensador
"derrotado por Wells"; y León Bloy en un hereje. Borges afir-
ma que León Bloy creía ser católico; pero que él sabe que era
un hereje. ¡Asombroso! ¿Cómo lo sabe? Pues porque León Bloy
cree, lo mismo que San Pablo y otros no pocos santos, que
vemos a Dios "en espejo y en enigmas"; y que el espejo y el
enigma no son sino la Creación y la Historia, las cuales tienen
por ende para la fe un valor simbólico. Por eso, León Bloy es
hereje. ¡Desdichado de mí, yo también!
Toda esa literatura exquisita y endeble, refinada y poco
nutritiva, ha tenido pues su triunfo en París, como Ingenieros,
Juan Pablo Echagüe, el "tango argentino" y el múltiple "hombre
que habló en la Sorbona" en otros tiempos. Efímeros triunfos;
Inquisicionesy sombrasteológicas 145

pero no los despreciemos. Son útiles. Borges tiene en la Argen-


tina una misión providencial... o dos.
Primeramente, es un buen ejemplo de escritor: sabe
escribir, ha hecho por su cuenta y costo el bachillerato in-
glés -sin latín, lenguas vivas-, sabe mucha literatura, aun-
que no sea como águila o como buey sino como pointer; lee
tres o cuatro idiomas, aunque lea más para buscar enigmas y
perfiles que para entregarse al espíritu de un gran autor; en
fin, es un gran letrado, como decían antes, o un educated
man, como diría él. Para esta tierra aquí, eso es algo, eso es
mucho, eso es grande yeso es ... escaso.
Lo segundo, hay que darle trabajo al canónigo teologal.
Sin trabajo, el canónigo teologal debe en conciencia renun-
ciar a su "prebenda", a sus rentas y a sus vestidos violados e irse
a trabajar en otra cosa honesta; y aquí en la Argentina hacía
mucho tiempo que el canónigo teologal estaba sin mayor tra-
bajo; una especie de San Agustín sin Pelagio; con las torturas
de conciencia que ustedes pueden imaginarse. Como ustedes
saben, el trabajo del canónigo teologal consiste en husmear las
herejías, sacarlas a luz, refutarlas, prevenir al pueblo fiel y opo-
nerles libros sólidos y luminosos que llenen cumplidamente el
hueco oscuro que a ellas dio nacimiento. No había en la Ar-
gentina herejías autóctonas. Eso ha cambiado ahora. Existen
la herejía autóctona de Borges y la mía. La mía consiste en
impugnar -teóricamente- el celibato eclesiástico, según el
dicho canónico teologal; la de Borges en no impugnar ningún
celibato; y además en una especie de protestantismo radical y
duro, sin dogmas, sin tradición, sin Escritura; pero con varias
"sombras teológicas": la sombra de Manes, la sombra de Knox ...
¿Qué hacemos, caro canónigo teologal? A Borges no lo vamos
a ahuyentar con agua bendita.
Efectivamente, Borges en el fondo es también teologal:
hay un teólogo y un filósofo frustrados en él. Si volviese al
mundo la sombra de su ascendiente Juan Crisóstomo Lafinur
(1797-1824), toda la literatura de Borges sería liquidada; por-
que efectivamente Lafinur "trató de reformar la filosofía, puri-
ficándola de sombras teológicas", y la filosofía de Borges -o
146 antiborges
su pensativa literatura, para ser exactos- está llena de som-
bras teológicas.
Lo mismo que la mía, ¡ay de mí! Pero yo las veo; y Borge
no las ve.
Apresurémonos a decir que una de ellas es la sombra de
la patria, en la cual sus mayores vivieron e hicieron cosas gran-
des, más que los míos.

PUBLICADO EN DINÁMICA SOCIAL, Nº 33-34,


BUENOS AIRES, MAYO-JUNIO DE 1953.

Leonardo Castellani

Sacerdote, escritor y ensayista argentino. Nació en


1899 en Reconquista, Provincia de Santa Fe. Estudió en
el noviciado de la Compañía de Jesús en Córdoba; pro-
fundizó su conocimiento de teología en el Seminario
Metropolitano de Villa Devoto y en la Universidad
Gregoriana de Roma donde fue ordenado sacerdote. En-
tre 1932 y 1935 prosiguió sus estudios en La Sorbona
(París) y otras universidades europeas, mostrando un pro-
nunciado interés por la psicología. De regreso en nues-
tro país comienza una tan intensa como polémica activi-
dad intelectual que culminó con su expulsión de la
Compañía de Jesús en 1949 (es reincorporado en 1966).
Tradujo la Summa de Santo Tomás. La multiplicidad de
ensayos en muy diversos terrenos -exégesis bíblica, teo-
logía, filosofia, educación, psicología e historia nacional-
no le impidieron abordar la ficción, la poesía y la crítica
literaria. Falleció en Buenos Aires en 1981.
La imagen colonizada
de la Argentina: Borges
y el Martín Fierro

Jorge Luis Borges, el escritor más representativo


del grupo Sur, proclamó en 1928 su adhesión a la candi-
datura de Hipólito Yrigoyen. Cuando Yrigoyen fue de-
rrocado se convirtió al arte puro. Desde entonces ha pa-
sado a ser un escritor canónico. Usando de una palabra
de la que gusta, una superstición. A pesar de sus valores
innegables, Jorge Luis Borges no sobrevivirá pues todo
un período de renuncia argentina yace en su castidad
poética. En ese sentido, su misión de escritor prototípico
de una época ha sido cumplida. Y podrá decir con
Hólderlin:

Me sentiré contento aunque los sanes de mi lira


no me acompañen; viví
como viven los dioses, yeso me basta.

El rasgo definitorio de la obra de este escritor es su


desdén por lo argentino y refleja la suficiencia de las cla-
ses altas que asisten a la caída de Yrigoyen. A este hecho
debe agregarse una concepción de la historia argentina
mezcla de mitrismo y liberalismo oficial, en el cual las
masas son juzgadas como fantasmas resucitados de la
barbarie. El gaucho, el caudillo, la montonera -hoy los
"cabecitas negras" o "pelos duros"-, estremecen a este
148 antiborges
escritor delicado. La suya es la literatura de un período que
vegeta a la sombra de una minoría ilustrada usurpadora de:
poder con sede en Buenos Aires, la ciudad puerto. En la ar-
mósfera de esa época, ya relatada, nace esta literatura fría e
insincera, que previo un cerrado despego sociológico de le
colectivo, revive deformados tipos que pretenden ser popula-
res. Su arte, con raíces lejanas en el ultraísmo, que nunca aban-
donó del todo, coincide con esta oposición radical de las clase:
altas a toda renovación realista o naturalista del arte.
Son conocidas las investigaciones de Borges sobre el
máximo poema nacional argentino, el Martín Fierro de José
Hernández. Borges desarrolla sobre Martín Fierro, las siguien-
tes proposiciones:
1º) Es una obra inculta alabada por críticos incultos por
ley de afinidad.
2º) No es un poema nacional, pues el personaje es un
delincuente.
3º) El Martín Fierro forma parte de la historia del compa-
draje, es un bárbaro éticamente inferior.
4º) La obra es una novela en verso, infantil por su
monologar limitado.
La intención de esta labor ha sido desvalorizar el conte-
nido social del poema, su significado histórico y reducirlo a
mera expresión estética. Detrás de esto hay, además, el propó-
sito de despojar al arquetipo de toda connotación colectiva, de
transformarlo en un hecho humano accidental. Y es que con
toda razón percibe en Martín Fierro la conciencia de una clase
social oprimida y desplazada por la misma cultura de cuyos
valores parte Borges para enjuiciarlo. No sólo odia al persona-
je -al fin de cuentas un fantasma literario- sino todo aque-
llo que directa o indirectamente confirme el elevado valor
de esta obra gaucha. Lugones, que jamás declinó su preocu-
pación por lo argentino, que padeció su destino, que por
vía poética le dio forma a ese ser colectivo nacional negado
por la clase política gobernante, y que además, consumó en
su persona el sacrificio de una generación intelectual poster-
gada, merecerá para Borges el calificativo de poeta puro, y así,
La imagen colonizada de la Argentina: Borges y el MartínFierro 149

a media luz, denegará su tarea reivindicatoria de lo nacional


que mucho más que su obra poética formal le asegura definiti-
va permanencia en nuestras letras:

Lo esencial en Lugones -diría Borges- era la forma. Sus ra-


zones casi nunca tenían razón; sus adjetivos y metáforas casi
siempre. De ahí lo conveniente de buscarlo en aquellos luga-
res de su obra no maculados de polémica.

Los lugares polémicos de Lugones eran precisamente su


afirmación de lo argentino, amén de que fue el "descubridor"
del Martín Fierro. En otras palabras, la polémica era el país. Pero
Borges prefiere al poeta ya nada seductor de Lunario sentimen-
tal y no al historiador de La guerra gaucha, casi genial desde el
ángulo de la reconstrucción histórica. Que también es arte.
Lugones es el historiador de las multitudes sin apellido de la
tierra americana. Las mismas que execró Mitre cuya tradición
continúa en literatura Jorge Luis Borges. Montoneras más be-
llas que las metáforas que les sirven de soporte y más heroicas
que los próceres enanos de la historia oficial.
La tesis central de Borges, en su análisis del Martin Fierro,
es que José Hernández, sin proponérselo, terminó tratando
problemas metafísicos como el "mal", el "destino", la "desven-
tura". Problemas, dice "que son eternos". Yasí, sobre un lugar
común, desarrolla un sofisma. Pues los valores éticos -o los
juicios de valor que de ellos derivan- admiten en efecto la
consideración filosófica pura -en nuestro tiempo partiendo
de Husserlla fenomenología ha gastado considerable energía
en esta cuestión-, pero esos valores son siempre sociales, y el
tratamiento incluso metafísico de estos temas, varía con las cir-
cunstancias históricas, con las condiciones reales con que el
hombre se enfrenta a la Historia. A esta contingencia histórica
no escapa la filosofía misma, como lo prueba el desarrollo del
pensamiento humano entendido no como filosofía sino como
historia de la filosofía. El arte tiene por objeto universalizar
esos temas, hacerlos accesibles al común de los mortales en la
medida en que todos participamos de la esencia humana. Pero
150 antibmges
a través de un escamoteo que en lógica se llama pasar de un
orden de cosas a otro orden de cosas, Borges convierte el "mal",
el "destino", la "desventura" en categorías eternas de esa esen-
cia humana, en misteriosa evaporación del principio de indivi-
dualización. O sea, del gaucho real del siglo XIX. Y así condena
por toda la eternidad a los miserables de todas las latitudes, a
luchar con el mal, el destino, la desventura que les es consubs-
tancial pues son humanos, y esto, menos por voluntad divina
que por decreto de un literato reaccionario. En esto hace lo
que el teólogo que trasplanta al cielo la felicidad eterna y deja
el infierno en la tierra.
Su europeísmo lo lleva a desestimar toda tradición y a
ver en esta insuficiencia de la literatura nacional, según él,
una libertad salva de ataduras dogmáticas.'
Es decir, una libertad para encadenar la creación a mo-
delos o influencias extranjeras. Niega por eso, que el Martín
Fierro simbolice el alma nacional. Y dice bien. Martín Fierro, es
verdad, no es el alma nacional pues le faltan al poema algunas
condiciones definitorias de la epopeya. Es el alma fugaz, aco-
rralada del hombre de la campaña bonaerense -y por simili-
tud de causas históricas del interior del país- en un momento
de su tránsito desventurado por la Historia. Y cuando Borges
-un escritor porteño- afirma que por carencia de una tradi-
ción literaria nacional está libre de ataduras para "manejar to-
dos los temas europeos sin superstición, con una irreverencia
que puede producir y ha producido consecuencias afortuna-
das", una vez más enrevesa las cosas, pues esa irreverencia ocul-
ta la voluntad negatoria de lo argentino en sus raíces, aunque
su presencia esté ahí, en la negación misma, y por tanto "las
consecuencias afortunadas" de tal actitud no son tales, sino una
literatura falaz, pues parafraseando a Gide, con sentimientos
extranjeros es como se hace una literatura sometida. Es decir,

* Recientemente (1956), en un acto académico, ha sostenido, em-


pero, que todo es tradición y ha anunciado su retorno a ella. Su
obra desmiente esta voluntad póstuma.
La imagencolonizadade laArgentina:Borgesy elMartínFierro 151

mala literatura. Aunque se posea talento literario. Una literatu-


ra es universal, no porque sea alemana, francesa o inglesa, sino
porque lo universal, lo que interesa a todos, está dicho en ale-
mán, en francés o en inglés y no en el castellano de un escritor
que empieza por traer los problemas eternos de la ética al pla-
no de la obra literaria en lugar de explicar la obra literaria a
través de la vida que acoge en su seno a los problemas históri-
cos de la ética. Cuando esa literatura sitúa esos problemas en el
mundo, como en el caso del Martín Fierro, en lugar de ver allí el
elemento universal de la poesía, los eleva a categorías abstrac-
tas, eternas, de la moral. El argumento, así presentado, es una
arbitrariedad. Nadie se engaña con relación a los períodos cul-
turales en que Goethe -o Shakespeare- trataron sus proble-
mas eternos insertos en el vendaval de la Historia. Lo que inte-
resa -y ésa es la finalidad del Arte- es que los problemas
eternos se encarnen en lo humano. Y lo humano es el hombre.
Cuando con esta negación de lo tradicional se siente
europeo revela que su europeísmo ni siquiera es europeo. Es
el producto político de una época. A un europeo, tal postura
le sería incomprensible, y señalaría, de entender este bovarismo
cultural-que es en lo íntimo una renegación-, todo lo que
hay de antieuropeo en esta pasión europea, en esta inversión
posicional de los valores de parte de un escritor hispanoameri-
cano. Borges, en este orden, es la soberbia sin fuerzas, la humi-
llación sin fe, el drama impotente de una generación intelec-
tual avergonzada del país.

LA TÉCNICA DE UNA MALVERSACIÓN LITERARIA

Si ef estilo sirve para inducir estados de ánimo en el lec-


tal' desprevenido, no hay duda de que Borges en el Martín Fie-
rro logra lo que se propone al juzgar "clásica" la obra de
Hernández, y señalar, al mismo tiempo, que hace cincuenta
años era leída como una novela policial o un libro de corsarios.
En estas contraposiciones sigilosas, en estas perversiones sutiles
del sentido, el lector queda atrapado en la telaraña de una oculta
152 antiborges
intención. Así cuando en el prólogo lee: "Promover la lectura
de Martín Fierro es el objeto principal de este trabajo" ya ha sido
conquistado por la falacia devota y neutral de una tesis parcial.

Este burgués en status nascendi que cree en el progreso


en tanto mejora sus campos y sementales y apuntala su poder
político, se siente capacitado para dirigir el país bajo estas nor-
mas orientadoras de la vida ganadera, en cuyo culto sagrado
han sido educadas posteriormente generaciones enteras de
argentinos particularmente de origen inmigrante.
Martín Fierro es condenado al delito por esa clase social.
Ese gaucho cuya vida es una conjunción de soledad y nobles
tradiciones culturales, hallará defensores imparciales como
Darwin que verá en él un tipo racial y humano superior. En
parte, la crítica que ha merecido Lugones en estos círculos,
responde a que tales escritores han debido aceptar como un
hecho inevitable la inmortalidad del poema, en el que Lugones
vislumbró una dimensión argentina auténtica, y además, artís-
ticamente única dentro de la literatura universal. Esta resisten-
cia refleja, asimismo, la posición de las minorías cultas contra
el pueblo depositario de tradiciones inexpugnables, muro de-
fensivo frente a lo foráneo. Odio que se expresó en la fórmula
encanallecida de "civilización" o "barbarie". Hoy, losJorge Luis
Borges, convertidos en amanuenses tardíos de esas mismas
minorías ilustradas del siglo XIX, reeditan en el plano de la crí-
tica estética la misma deshonestidad que ha inspirado a la clase
superior su deformación de la historia. Serán escritores extran-
jeros, Unamuno y Menéndez y Pelayo, los que llamarán la aten-
ción sobre el valor idiomático, racial y humano del poema des-
virtuado por críticas eruditas más cerca del espíritu chinoise que
de la pasión por la verdad. Sarmiento, tan europeo, pero tam-
bién tan español, no pudo librarse nunca, a pesar de su salvajis-
mo político, de esta admiración por el gaucho. Sus herederos
intelectuales han restaurado de Sarmiento su europeísmo as-
fixiando lo que en él había de hispánico y autóctono, de filia-
ción con nuestro linaje nacional. De lo que aquí se trata es de
La imagen colonizada de la Argentina: Borges y el MartínFierro 153

negar personalidad a la Argen tina. Desacreditarán a Hernández


pero enaltecerán a Hudson, fragmentando indebidamente en
el escritor inglés su primitivismo poético de sus fuentes: el gau-
cho y subsidiariamente el paisaje, y cuyos libros, como dice
Carlos A. Leumann, están "escritos en inglés pero con el inte-
rior acento idiomático y el espíritu de los antiguos gauchos".
Pero nuestros escritores imitadores de Kafka se embriagarán
ante ese arte narrativo y no ante la substancia que lo nutre, esa
"cualidad materna del paisaje" de que habla Spengler, y ese
prototipo humano que sigue viviendo en el recuerdo del pere-
grino como un hecho fabuloso. Ese gaucho, de sangre españo-
la -es decir europeo- que hizo la independencia, que era
libre y federal contra la opresión de Buenos Aires y que dotó al
interior de esa peculiar coloración psíquica que es, hoy mis-
mo, la sobrevivencia de una cultura argentina desviada de su
cauce y en la cual se alimentan las potencias colectivas de un
destino nacional más elevado.

OTRAS FALSIFICACIONES DE BORGES

Es en el período del crecimiento de la influencia británi-


ca cuando se inicia la colonización con inmigrantes. Se les otor-
gan todas las facilidades en tanto el nativo es sistemáticamente
apartado de la propiedad de su predio, cumpliéndose así, con-
juntamente con la colonización, la quiebra del espíritu
defensista: "será la inmigración extraña siempre a nuestra suerte
-dirá Hernández- egoísta e inestable". Para el porteño me-
dio, personajes como Martín Fierro tienen algo de estrarn-
bóticos y no establecerá gran diferencia entre el héroe de
Hernández y Juan Moreira, si es que en la infancia asistió a
alguna representación circense, o bien recogió alguna referen-
cia familiar. El hecho no es imputable al hombre medio, sino a
la cultura que lo ha orientado sobre el supuesto de que el gau-
cho es malo y el inmigrante un salvador, aunque sea un calabrés
ignorante o un hortera encumbrado sobre la alcancía, es decir
sobre su propia roña.
154 antibOlges
Casi todas las interpretaciones de Borges son male-
volentes. Si el pasaje del negro, como reconoce Borges, impre-
siona al lector, tiene una excelente oportunidad para precisar
su concepción de lo "inconsciente", pues efectivamente la es-
cena toca el fondo instintivo de cada lector.

No haríamos la guerra si no fuéramos asesinos.


Wittels

Pero ya sabemos que lo inconsciente, para Borges, es una


categoría mística, no una vía para explicar el poliédrico fenó-
meno poético o la comunicación entre la obra de arte y el pú-
blico, aunque sí para probar que José Hernández no sabía lo
que escribía.
Cuando se mata en pelea, la tranquilidad que sigue deri-
va más de la alegría de haber salvado la propia vida que del
goce visual del cadáver. Borges, interesado en rebajar a su per-
sonaje a la categoría de delincuente, se lamentará de que Mar-
tín Fierro se aleje sin remordimientos. Es notable que Borges
mezcle subrepticiamente consideraciones morales y estéticas,
cuando es bien sabido que la ética y el arte son esferas por lo
general antagónicas. Más aún, el arte, como lo han sospecha-
do los grandes éticos -y en general todas las religiones empe-
zando por el cristianismo- conserva un núcleo propio
irreductible a la moralidad. Por eso el Arte refleja la vida y no
las aspiraciones ascéticas de la humanidad:

Cree decirse algo importante -escribe Hegel- al afirmar-


se que el hombre es bueno por naturaleza; se olvida que se
dice algo más importante cuando se consigna que el hom-
bre es malo por naturaleza.

El odio de Martín Fierro al negro es racial, un encono


contra lo extraño. El mismo sentimiento que lo llevará a no
lamentar la muerte del indio que ha asesinado a un niño cris-
tiano. También se conduele Borges de la innobleza del Viejo
Vizcacha, pero no repara que esa extendida cualidad humana
La imagen colonizada de la Argentina: Borges y el MartínFierro 155

de su carácter se acusa aún más en un medio hostil. Unos, como


Martín Fierro, para no entregar su personalidad se transfor-
man en seres erráticos. Otros, los más, se acomodan con nor-
mal cinismo a las circunstancias. Es el consejo milenario de
Anfiarao a su hijo Anfiloco:

Inspírate en el ejemplo del pólipo, sabe adaptarte a las cos-


tumbres de la gente que frecuentas; ora bajo un aspecto,
ora bajo otro, muéstrate semejante entre los que habitaras.

Lo mismo hace el Viejo Vizcacha con su añosa sabiduría


humana. Borges, en cambio, elevará el tono para alabar el paisaje.
Pero el paisaje no es psicología y además es políticamente neutral.
Le sorprende que en la lucha contra una partida policial el sar-
gento Cruz se ponga de parte de Fierro. Esto le parece un ana-
cronismo. Y la razón que esgrime es la del individualismo his-
pánico. Empero, este admirable pasaje es perfectamente claro
en su simbolismo colectivo. El sargento -un ex gaucho- se
pone de parte de Fierro, es decir, de su pasado, contra la civili-
zación que representa su uniforme pero que al mismo tiempo
lo ha degradado como hombre libre. Cruz pelea como gaucho.
Incluso como gaucho perseguido. Y esta fraternidad instintiva
va mucho más allá del accidente humano del encuentro. Con
ello Hernández ha señalado que la vida anterior de la población
nativa era preferible al presente del héroe. Borges, que ha censu-
rado la inhumanidad de Fierro en la escena del negro, guarda
discreto silencio ante la conmovedora actitud de Martín Fierro,
de hinojos ante el cadáver de Cruz, o lo que es igual, ante la extin-
ción de su estirpe heroica simbolizada en el cuerpo yerto del caí-
do hermano de infortunio y de raza:

Yojunté las osamentas


me hinqué y les recé un bendito;
hice una cruz de palito
.y pedí a mi Dios clemente
me perdonara el delito
de haber muerto tanta gente.
156 anti "I:j
l)

Todo lo que contribuye a presentarlo como un asesino será


caprichosamente individualizado. Todo lo que contradiga su
preconcepto originario, eludido. Lo que Borges niega en Martín
Fierro no son sus crímenes, sino su rebeldía social. Es verdad que
cuando Fierro y Cruz, desterrados por la civilización, se ven obli-
gados a vivir con los indios, Borges expresa su emoción. Pero las
lágrimas de un poeta universal no tienen patria.
Borges coincidirá con Mitre quien dirá refiriéndose a la obra
de Hernández: "su libro es un verdadero poema espontáneo". Es
la tesis de la poesía inconsciente de Borges. Pero Mitre no se enga-
fia sobre el contenido real del poema, primero porque era histo-
riador, y sobre todo, porque él mismo liquidó económica y políti-
camente al gaucho como clase. Por eso agrega esta observación
significativa: "Cortado en la masa de la vida real". Es decir, directa-
mente inspirado en el exterminio de una clase social mutilada de
la tierra y simultáneamente esclavizada al orden social impuesto a
sangre y fuego por la burguesía terrateniente.

Pues son mis desdichas


las de todos mis hermanos.

Sería excesivo pensar que Borges es original en su tesis.


Es la versión aumentada de Mitre. La Nación del 22 de octubre
de 1866, con motivo del fallecimiento deJosé Hernández dice:

Este relato melancólico y gracioso de la vida y de las peripe-


cias del gaucho en las soledades en que habita, nos hace
penetrar en lo más profundo de su alma y sorprender su
candor de niño, su altivez innata y su excelente índole; y a
la vez que también nos presenta las injusticias de que es
víctima, nos ha dado a conocer el veneno que emponzoña
su vida y que llega generalmen te a pervertirlo.

Borges lo expresa de otro modo pero en el mismo sentido:

Para los hombres de mil ochocientos setenta y tantos, era


el caso vulgar de un desertor, que luego degenera en malevo.
La imagen colonizada de la Argentina: Borges y el Martín Fierro 157

Lo que nos dice Borges es que ésa era la opinión de una


minoría urbana y no de la masa de lectores de la campaña. Es
la opinión de los Groussac. La opinión unitaria. Y el ensayista,
en otro de sus recursos abusivos, sale de la crítica literaria y
bordea el infundio, cuando con sus acostumbradas alusiones
sibilinas sostiene que Lugones escribió El payador -donde
Hernández es consagrado como poeta nacional- con el fin
de lograr una fama popular que no le había dado su obra poé-
tica. Yasí rematará sus compulsas repentistas señalando la "he-
rejía de comprimir la historia secular de la patria, sus destie-
rros, sus angustias, sus batallas de Chacabuco e Ituzaingó, en el
caso individual de un cuchillero de mil ochocientos setenta".
Dicho simplemente. Para Borges la historia es Mitre. Del mis-
mo modo apelará a Oyuela, escritor pulido y mediocre, pues
ha dicho de Martín Fierro, que es un "tipo local". Como el
compadrito, según otra tesis borgeana. En realidad, estos tipos
psicológicos aparecen por generación espontánea en la cabe-
za de intérpretes sin probidad. Llega a insinuar que la exégesis
del Martín Fierro de E. Martínez Estrada, para las generaciones
futuras será tan esencial como el poema. Lo que en buen ro-
mance quiere decir que Martínez Estrada ha superado a
Hernández, al menos ante un público que ni lee a Hernández
ni entiende a Martínez Estrada. Pero ese público sabe que
Borges lo ha dicho. Y Borges es una "superstición".

Expresar hombres que las futuras generaciones no querrán


olvidar es uno de los fines del Arte; José Hernández lo ha
logrado con plenitud.

El espíritu del poema de Hernández, para Borges, queda


reducido a pasado romántico. Con e! agregado de que, a diferen-
cia de! romanticismo, ese pasado es objeto de repulsa, no de exal-
tación. Pero este elogio póstumo no aminora la sedicente desvalo-
rización del poema. La enmienda es peor que el soneto.
Martín Fierro, en un país cuyo pasado está próximo a no-
sotros, mas que materia de una displicencia crítica es un cri-
men histórico que exige reparación colectiva. Y además, el
158 antibmges
Martín Fierro es una fuente inapreciable y única para la ap
hensión de lo nacional, que impone el conocimiento del ga~
cho en simbiosis con el paisaje, sus leyendas, sus costumbre.
de cuya unidad embrionaria irradian las luces de una cultura
tenaz y originaria:

No es una paradoja decir que las masas bárbaras se haz;


convertido en las conservadoras de la Cultura.
Alexander Blo'

EL SIGNIFICADO DE JORGE LUIS BORGES

No es extraño que la labor literaria de Borges coincidie-


se con la desnacionalización del país por el imperialismo.

Yocreí durante aI10Shaberme criado en un suburbio de Bue-


nos Aires, un suburbio de calles aventuradas y ocasos visibles.
Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con
lanzas y una biblioteca de ilimitados libros ingleses.

Toda su obra, salvo la etapa de Fervor de Buenos Aires que


pertenece al período anterior a1930 con su adhesión a la can-
didatura de Hipólito Yrigoyen, es una desnaturalización. El
desprecio haciaJosé Hernández se proyecta a Evaristo Carriego.
Borges presenta su obra como una "rapsodia de payador abom-
bado por el endecasílabo" y se burla de "las tempestades de
banderas, de vendas maculadas y de martillos". Así esa obra de
valor dispar, pero viril y auténtica, a ratos de superior jerarquía
poética, es deformada como el Martín Fierro:

y en el salmo coral, que sinfoniza


un salvaje ciclón sobre la pauta
venga el robusto campo que presagie
con la alegre fiereza de una diana
que recorriese como un verso altivo
el futuro cercano de los triunfos
La imagen colonizada de la Argentina: Borges y el MartínFierro 159

futuro precursor de las revanchas;


el instante supremo en que se agita
la visión terrenal de las canallas ...

Borges no gusta de esta poesía. Prefiere el tono propio:

La anterior: escuchado, leído, meditado


lo sentí en la Recoleta,
junto al propio lugar en que han de enterrarme.

Al tumulto de las multitudes, opone el cielo estrellado


que conmovía a Kant, el monólogo hamletiano:

Nos place la quietud,


equivocamos tal paz de vida con el morir
y mientras creemos alabar al no-ser
alabamos el sueño y la negligencia.
Vehementemente en las batallas y apacibles en sus
bóvedas.
sólo el vivir existe.

De este modo urbaniza a Goethe:

Sentadas ante las pirámides


contemplando la vida de los pueblos
inundaciones, guerras, paz
sin pestañear.
Las Esfinges del Fausto

Para Jorge Luis Borges las multitudes de las batallas exis-


ten para su recreación poética desde la eternidad vaciada en
yeso de la Recoleta. Con tal que las muchedumbres no aparez-
can todo marcha bien. Borges rechaza en Hernández la fuerza
de lajusticia y en Carriego ese mismo sentimiento fundido en
el "fervor" de Buenos Aires que les permite a los habitantes de
las campañas reconocerse en Hernández y a los de la ciudad
en Carriego. Si Borges ha ido al poema de Hernández o a la
160 antibOJges
poesía de Carriego, tal tránsito fue posterior a la compro
ción, pasmosa para él y sus discípulos, de la gran popularid
de los dos poetas. Ante la evidencia hicieron crítica. Una cri__
ca abstracta y microscópica, impotente frente a la vida fres
No es la multitud, no es el gaucho, no es el país lo que les atrae

La magia, la magia, es lo que me encanta.


Marlowe

Cuando Borges busca lo argentino, una aberrante visió


interior rompe con esa unidad entre la palabra y la imagen íntima
que Walter Pater consideraba como la verdad poética en su reali-
dad desnuda y el saldo es una poesía pasatista y reflexiva. Sólo ha.
poesía, como decía Goethe, cuando las cosas se sienten realmen-
te. Borges ni siquiera es clásico en la búsqueda de la forma pues e:
disgusto de las elites hacia el español otorga a su lenguaje un bri-
llo sin fondo. Dominar un idioma no es poseer su sentido oculto.
y cuando se piensa en inglés, en francés, o mejor aún en cosmo-
polita la poesía se marchita en el balcón. "El pecado del esteta
consiste en que no goza de la vida más que cuando se halla trans-
puesta al arte. Pero de este modo falsifica el sentido del Arte pue
no dispone de órgano alguno para la correlación palpitante que
liga al arte con la vida. Podrá ser artista, podrá ser escritor y hasta
gran escritor: pero será siempre un escritor alejandrino. Jamás
comunicará un contacto inmediato con la realidad, un conoci-
miento revelador." Este pensamiento de E. R. Curtius define la
literatura a que nos referimos. Aun aceptando como quiere Proust,
que la metáfora es lo que otorga eternidad al estilo, debe señalar-
se que la metáfora no funciona solitaria y que además envejece
pues surge de la vida histórica. Ni aún en las técnicas de libre
asociación puede escapar la metáfora a este sincronismo invisible
con el objeto interior -un recuerdo, un sueño- o exterior -un
árbol, un compadrito-o La metáfora sin este requisito es una
perversión de la verdad y su aparente belleza literaria un cadá-
ver pintado. Por eso Borges, poeta, carece de interés. Sus efectos
son puramente intelectuales. Sus cuentos, incluso, marginan la
zona híbrida de la poesía y el ensayo. Es el acuarelismo japonés
La imagen colonizada de la Argentina: Borges y el Martín Fierro 161

llevado a la literatura. Borges es un ensayista del cuento y un


amateur de la filosofía. *
Su literatura padece de sinartrosis de la emoción. Y la emo-
ción -ese caos agitado de la existencia- es la fuente primigenia
del arte. La razón convierte esa emoción en un todo con sentido.
No es lo mismo construir metáforas que representar metafórica-
mente al mundo. En el primer caso se hace literatura embalsama-
da. En el segundo, se recrea al mundo con las formas enigmáticas
del Arte. La literatura de Borges, como los trabajos de la lacería
de la cerámica, es escrupulosa pero no concentrada. No en vano,
en el orden genético, la poesía ha empezado siendo teogonía que
es la forma como el hombre se representa el mundo en sus oríge-
nes. ¿Qué es Platón sino una mezcla de poeta y mistagogo pero ya
con un aparato lógico y conceptual que le viene del desarrollo
histórico de Grecia? Si la filosofía de un Platón promueve todavía

* Borges ha incursionado en la filosofía en su ensayo Historia de la eterni-


dad. El tema es el de siempre: Eurípides y Basilides, Platón yAristóteles,
Filón de Alejandría, Numenio de Apamea, Jámblico, San Agustín,
en la Antigüedad y en la Edad Media; Spinoza, Schopenhauer, etcé-
tera, después y en la actualidad, Bergson, Whitehead, Unamuno,
Heidegger, Sartre y otros han tocado esta raíz de nuestra existencia
concreta que es el tiempo. El tiempo que se escurre día a día como
un pez entre las manos, y que exige por eso la búsqueda de un Abso-
luto -la eternidad- donde nuestro desasosiego pueda reposar.
Empero, se puede ser erudito y como diletante manejar falsamente
las fuentes. Es lo que hace Borges con frecuencia. Amén de que no
tiene idea clara de los problemas centrales de la filosofía. De diez
interpretaciones filosóficas de Borges nueve son falsas y una dudosa.
Citaremos dos que podríamos multiplicar por cien: San Agustín, como
todos los pensadores cristianos, vaciló ante el problema de la predes-
tinación. Según Borges, para Agustín, "sólo son predestinados los
que se salvan". Esta interpretación, fundada en textos aislados, es
insuficiente. Y en tanto fragmentaria, inexacta. Yaque, en rigor, aun-
que San Agustín retrocedió más de una vez ante la conclusión terri-
ble, su corazón atormentado jamás se libró -de ahí su patetismo-
de la influencia de San Pablo: ''No sólo son predestinados los que
se salvan sino también los que se pierden". Y este error no es insig-
nificante desde el punto de vista de la patrística y el pensamiento
162 antibmges
extrañas resonancias en místicos y poetas como William Blake
Marcel Proust, es por esos remanentes, vivos aún, de su pe
miento oscuro y mítico que empieza a ser científico. La sensació
de realidad podrá venir de la palabra, pero su manejo cerebrz
puro sólo alimenta modas. Y como dice Ihering: "La moda es ~
barrera incesantemente construida, pero también sin cesar destnn
da, por medio de la cual trata de aislarse el mundo distinguido-
Borges, intelectual, será orientalista no por la explora-
ción del sentido que duerme en el extraño sopor de las cultu
ras asiáticas, sino por la ornamentación exótica que las recubre
corno una enredadera. Como todo poeta carente de inspira-
ción apela a la sorpresa, que es una celada, una greguería, UL.

pistoletazo del intelecto. Si ha ido a lo popular en busca de inspi-


ración, ha encontrado lo pintoresco. El compadrito es sacadc
de sus menguados perímetros y consagrado como símbolo de

cristiano en general. Es falso también que Nietzsche se consider


el creador de la idea del "eterno retorno", como es falso que la doc-
trina de Nietzsche derive de Platón. Es falso porque Niestzche, que
no sólo era filósofo sino también filólogo, conocía el pensamiento
g1iego -fue precisamente él quien invalidó la visión clasicista- mejor
que Jorge Luis Borges. Es falso, porque ya el joven Nietzsche, en su
afán de exaltar los valores de la vida y en su odio al cristianismo,
había negado que Platón, tanto como su maestro Sócrates, fuesen
típicamente helénicos. Es falso, porque la idea del "eterno retorno"
que recorre las comentes subterráneas y antinómicas del pensamiento
griego, Nietzsche la tomó de Heráclito, a quien el filósofo del deve-
niry el superhombre, conocía, asimismo, mejor que Jorge Luis Borges.
y es deplorable que Borges, cuya erudición va desde las antiguas lite-
raturas germánicas al Martin Fierro comentado por Tiscornia, omita
que esta idea no era griega sino oriental. Expresamente,
mesopotámica. Y aunque reaparece en el orfismo-pitagorismo y en
la filosofía presocrática, han sido comprobadas, en esta concepción
helénica, las correlativas influencias iránicas y de la astrología caldea.
Pero queda establecido que fue Heráclito de Efeso el que desarrolló
consecuentemente entre los helenos la idea de eternidad como "in-
finita sucesión cíclica". El erudito Borges no siempre va de la mano
con la verdad. Lo cual no es agraviar su curiosidad intelectual pero sí
empañar los cristales de su invicta torre de marfil.
La imagen colonizada de la Argentina: Borges y el Martín Fierro 163

esa náusea por lo propio que le es congenital. Es en Florencio


Sánchez -o en Cambaceres- donde debe buscarse el
desgajamiento de los grupos sociales de donde surge el compa-
drito. No en Borges. El compadrito no es un ente autónomo,
un producto por procreación equívoca. El compadrito es la
mueca de una sociedad implacable. La ascensión putrefacta de
una zona nocturna de miseria, donde la protesta individual se
convierte en la agresividad del gallo de batalla y se viste de ta-
cos altos y traje negro en la figura macabra del proxeneta. El
taco alto es la compensación de una menorvalía social. Un re-
curso réprobo. Lo censurable en Borges es que no desconoce
el problema ni el malentendido en que se funda su obra:

A despecho del pecado original, se entiende que lo malo vie-


ne de afuera; picardías foráneas que han corrompido (mejor
dicho están a punto de corromper) la nativa nobleza de cada
pueblo. Éstos,por un favor especialde la Providencia,no dejan
nunca de contar, sin embargo, con una clase de hombres cuya
misión es preservar esa nobleza; paradójicamente, tales guar-
dianes no son los mejores sino los más oscuros y anónimos.

Esta poco común opinión del autor, perdida en uno de


los números de Sur, negatoria del espíritu que recorre toda su
obra, quiere decir varias cosas: l. No cree que el pecado origi-
nal de América sea una fatalidad teológica o vegetal. 2. El mal
es el imperialismo -"esas picardías foráneas"- al que se opo-
ne el espíritu colectivo a despecho de sus minorías opresoras.
Pero esta actitud defensiva no lo será por la voluntad re-
volucionaria de los pueblos sino "por un favor especial de la
divina Providencia". Y así mediante la fe del carbonero, la trai-
ción de los intelectuales es consentida por Dios. Por esta vía, la
verdad insinuada, bien pronto se difuma en su conocida tesis
del gaucho individual o del compadrito:

Aquí el hombre del destino es el gaucho.


Cargas de caballería y vastas empresas nos propone la Histo-
tia, pero la figura en la que el argentino encuentra su símbolo
164 antiborges
es la del hombre solo y valiente, que en un lance de la lla-
nura o del arrabal sejuega la vida con el cuchillo, Sarmie -
to, Hernández, Ascasubi, Gutiérrez y Carriego han forjad
este tipo de peleador.

Es verdad que para Lugones la figura no es el gaucho sin


la montonera. Por eso Borges no lo cita. La defensa nacionalizado ~
se personifica, según Borges, en el gaucho socialmente aislado
no en la clase a que pertenece. El gaucho en soledad es un mi
hebraico. Si Borges hubiese llevado su razonamiento hasta sus
últimas consecuencias se hubiese topado con las masas popular
En efecto, el "cabecita negra" -lo más "oscuro y anónimo", con
mucho más propiedad, aunque las analogías son siempre odio-
sas- podría relacionarse con el gaucho. Y en su voluntad argenti-
na de ser nuestro presente, amenazado por esas alevosías "que
vienen de afuera", encontraría la necesaria resistencia colectiva.
Ahora bien, es cierto lo que afirma Borges implícitamente: la de-
fensa del país no es tarea de intelectuales sino de los obreros:

¡No volveremos a la colonización nacional!


¡No volveremos a Puerto Nuevo!
Como todos los países que salen penosamente de un esta-
do semicolonial, la Argentina sólo podrá librar la batalla
de su liberación económica sobre la base de una clase obrera
respetada y organizada y que sostenga al país frente a lo
grandes monopolios internacionales. No hay ni puede ha-
ber liberación nacional sin la participación de la clase obrera
así como no puede haber liberación social del proletariado
sin pasar por la liberación nacional del país todo.
Los obreros ya estamos aburridos de oír a los economistas
profesionales como Raúl Prebisch o a los profesionales de
la política que simpatizan con el capital extranjero, divagar
sobre el destino pastoril de los argentinos:

* Del manifiesto del plenario de obreros metalúrgicos del mes de


diciembre de 1956.
La imagencolonizadade la Argentina:Borgesy el MartínFierro 165

Borges no es un escritor nacional. No se trata de una in-


capacidad, pues como se comprueba en sus reflexiones ante-
riores conoce las causas del drama argentino. Su escepticismo es
el fruto prohibido de ese gran secreto. Se puede empezar en el
esteticismo puro y terminar en la poesía en grande. Stephan
George pasó del misticismo de la palabra por la palabra misma,
de la palabra como instrumento poético intransferible, a la pala-
bra como comunicación entre la individualidad creadora y el
pueblo siempre dispuesto a escuchar a sus poetas verdaderos:

La palabra del nuevo goce e infortunio


una flecha ardiente
que entra en el alma y la sacude.
( ... )
La creencia es la fuerza de la sangre, es
fuerza de vida humana.

El hecho de que George fuese un reaccionario no le impi-


dió ser poeta nacional. Es la continuación de Goethe y Fichte. Del
mismo modo que Lugones es un poeta nacional. Todos los poetas
que Borges admira -Tennyson, Browning, Swinburne- fueron
poetas nacionales. En ellos vibra la euforia imperial que en el or-
den poético se expresa en una voluntad de grandeza, pues los
materiales del arte nada tienen que ver con las ligas de templanza.
Este extranjerismo es ajeno a W. B. Yeats, el predilecto del
escritor argentino. La oscura mitología céltica asociada al
simbolismo estético es en Yeats, que cree en un trasmundo subje-
tivo, invisible y divino, la causa del sumergimiento del poeta en
una espesa tradición rnitopeica. Borges, en lugar de la tradición
hispanoamericana a que Yeats hubiese recurrido de haber na-
cido en estas tierras, prefiere las antiguas literaturas germáni-
cas. En Yeats hay un reencuentro, pese a su teoría poética, en-
tre su obra y los anhelos colectivos que laten en Irlanda
oprimida. YYeats no por eso deja de ser una gloria de la poesía
inglesa. En esto reside la medida del artista por encima de sus
gustos y tendencias políticas. Cuando el artista se somete a la teo-
ría la poesía pasa a ser artesanía. Y esto es Borges, un artesano.
166 antiborges
Mientras Yeats, como todo gran poeta, se inspira en el folklore, en
el "crepúsculo céltico", Borges se escurre inadvertido.
Este filisteismo encuentra prosélitos. Y una crítica de
manga ancha:

Estos juegos malabares en un párrafo -escribe Joaquír-


Neyra- pininos en una frase, utilizando con rarísima habi-
lidad y presteza sus increíbles conocimientos idiornáticos.
históricos, mitológicos, literarios, políticos y científicos
como quien nos muestra un brillante estallido de colores
para dejarnos con la boca abierta, mientras nos escamotea
sus sentimientos más íntimos sin conmiseración por lo 11U-
mano, demasiado humano. O su dolorosa.ternura que se da
en la ironía. O el humorismo que esconde una realidad dra-
mática hasta las lágrimas.

Es la crítica de los "boquiabiertos" ésta que hace de Jorge


Luis Borges con aglomeraciones de palabras un Pico de la Mi-
rándola. El borgismo, como tendencia literaria, es la manife -
tación de una sociedad superficial cuya cultura es el
epifenómeno de un financerismo colonial apoltronado.
El borgismo es el vitral somero donde se refleja la frivoli-
dad de las clases distinguidas, partidarias a lo largo de la histo-
ria del "gongorismo", el "marinismo", el "purismo", el "acade-
mismo". Es el arte de una clase dirigente sin pulso. Una lite-
ratura suntuosa y vana.

Tiene el brillo del cristal pero también su fragilidad.


Corneille

TOMADO DE IMPERIALISMO y CULTURA (LA POLÍTICA DE LA INTELIGENCIA

ARGENTINA), EDITORIAL AMERINDIA, BUENOS AIRES, 1957.


La imagen colonizada de la Argentina: Borges y el MartínFierro 167

Juan José Hernández Arregui

Nació en 1912. En 1930 ingresa a la Facultad de


Derecho pero por problemas económicos debe aban-
donarla y trasladarse a Córdoba donde trabaja como
docente y participa en la corriente sabattinista del ra-
dicalismo cordobés. Se gradúa en filosofía en 1944; en
sus años de estudiante entra en contacto con intelec-
tuales marxistas. Durante el gobierno peronista es di-
rector de Estadísticas y Censos de la Provincia de Bue-
nos Aires y titular de varias cátedras universitarias.
Después de 1955 inicia una ambiciosa producción des-
tinada a revisar "el pensamiento argentino" que lo
posiciona como uno de los referentes centrales del
peronismo de izquierda. Sus libros más difundidos son
Imperialismo y cultura (La política de la inteligencia argen-
tina) (1957), La formacián de la conciencia nacional (1960)
y Nacionalismo y liberación (1969). Muere en 1974.
En el epílogo de El Aleph, Jorge Luis Borges dice
que todas las "piezas" que componen el libro, menos dos,
son del género fantástico. Una de estas dos excepciones
es el "sucedido" que sirve de pie en esta ocasión; se titula
"Historia del guerrero y la cautiva" cuyos hechos se acre-
ditan con citas literarias, o por la tradición oral.

El Guerrero fue un longobardo llamado Droctulft


"que en el asedio de Ravena abandonó a los suyos y
murió defendiendo la ciudad que antes había ataca-
do". Hizo lo que ahora llaman el "panqueque", aun-
que no sé si es correcto decido tratándose de un perso-
naje avalado por Croce, Pablo el Diácono, y Gibbon,
latinajos y "ainda mais". (Borges es así, prolijamente
erudito, se supone que para lucimiento de sus perso-
najes; además le es útil para su moraleja, que esjustifi-
car al que se da vuelta de su nación para pasarse a la
otra, explicándolo por la cultura.)
En efecto, dice de Droctulft: "venía de las selvas
inextricables del jabalí y el uro; era blanco, animoso, ino-
cente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al univer-
so ..." "... bruscamente lo ciega y lo renueva esa revela-
ción, la Ciudad ..."; "sabe que ella vale más que sus dioses
y que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania,
170 antibmges
Droctulft abandona los suyos y pelea por Ravena ..."; "... no fue
un traidor; fue un iluminado, un converso".
Q. E. L. Q. Q. o

Un cipayo, diríamos nosotros, que no sabíamos esta


historia pero sí otras parecidas que nos silbamos de memoria,
He aquí el conflicto de la intelligentzia con el país real y des-
de el primer día. Sólo que aquellos cipayos del primer día en
ocasiones peleaban y morían como Droctulft por su fe extran-
jera. Éstos de ahora empujan a otros para que peleen.
Droctulft creía que trocaba su lealtad a su tribu por
una lealtad al universo, al pasarse al campo de Ravena. A :
lo dice Borges, cómo Droctulft cree que Ravena es el univer-
so. Desde aquél hasta éste no han alcanzado a comprender
que Ravena en el caso, y puede serio cualquier imperio, es
también una patria, o una tribu pero no el universo. Simple-
mente la patria o la tribu de otros, porque lo universal sólo
se realiza por las partes haciendo cada cual lo suyo y no lo
que conviene a algunas de las otras partes por más parecida
a universal que sea. Así la "cultura" y su deslumbre, como
fundamento de la conversión de Droctulft y los que le si-
guen, no es más que una bobaliconería de la misma naturaleza
que la de los chicos que "hinchan" en el cine por el "cowboy"
contra el "mexicano" o por el "sahib" contra el "hindú", sin
saber que su destino no es el del "sahib" ni el del "cowboy",
a menos de realizarlo con su pueblo.
Pero Droctulft sabe que en la ciudad, Ravena, "será un
perro o un niño y que no empezará siquiera a entenderlo",
dice Borges, con lo que revela que Droctulft sabía más que él,
a pesar de las citas de Croce, Pablo el Diácono y Gibbon, pues
presentía su destino de niño o de perro, pero no de ravenense,
de romano, y que lo único que conseguiría sería dejar de ser
longobardo y un epitafio cariñosamente peyorativo, de roma-
no a perro, que Borges transcribe. Que Pablo el Diácono,
Gibbon, Croce, y tanta erudición apicular produzcan ese efec-
to en la intelligentzia revela que no es inteligencia sino un des-
lumbramiento, como el de Droctulft, a nivel del espectador
Moraleja de Borges: su "guerrero y su cautiva" 171

infantil del cine por su confusión entre lo universal y lo que


sólo es producto de la universalización aparente que genera el
poder o la riqueza que deslumbran.
Agrega Borges: "al cabo de unas cuantas generaciones,
los longobardos que culparon al tránsfuga, procedieron como
él; se hicieron italianos, lombardos, y acaso alguno de su san-
gre -Aldiger- pudo engendrar a quienes engendraron al
Alighieri ..."; "muchas conjeturas caben para explicar al acto de
Droctulft; la mía es la más económica; si no es verdadera como
hecho lo será como símbolo".
Droctulft será un precursor pero no de Alighieri; de los
cipayos. El supuesto de Borges es "económico" pero no "sim-
bólico", porque los longobardos hicieron lo que dice cuando
hubieron vencido como tales, como nación; y fueron italianos,
que no es lo mismo que ser romanos, cosa nueva que no hubie-
ra ocurrido de haber hecho como Droctulft; adoptaron no se
adoptaron, subiendo por un destino de hombres y no bajando
por un destino de perros, y así su presumido descendiente, el
Alighieri, siguió la línea de una nueva creación, que es esto de
lo italiano, en que se conjugaron los valores universales de ro-
manos y germánicos, conjugación imposible entre la cultura
como creación y la cultura como imitación y sometimiento o
como pretexto.
A la cultura no le basta el apícola colectar en eruditos
nectarios. Simbólicamente y también económicamente, se debe
saber que el néctar sirve para hacer miel; pero la miel la hacen
las abejas y en la colmena. Como ocurrió con los italianos y
Alighieri.
De no entenderlo un posible Alighieri puede quedar en
Góngora, y esto es en lo que me duele Borges como frustra-
ción colectiva nuestra; esta derrota de las posibilidades de un
Alighieri, cada vez que triunfa en "gongorita", y se pierde el
magnífico destino de ser un derrotado por ahora. Como un
pingo que puede ganar clásicos y fundar una sangre, corrien-
do en cuadreras.
En "La Cautiva", Borges trata el mismo tema pero al re-
vés; es el del romano que se vuelca a los bárbaros.
172 antibmges
En el año 1872 el coronel Borges, abuelo de Jorge L .
era jefe de la Frontera Oeste con asiento en Junín, allí su ID
jer, la abuela inglesa de Borges, supo de una "cautiva", tambié
inglesa, en los toldos de Tierra Adentro, a no muchas leguas."
habiendo ordenado que la trajeran al comando cuando apare-
ciese por Junín,. tuvo ocasión de conocerla.
Veámosla en la magnífica prosa descriptiva.
"Vestía dos mantas coloradas e iba descalza; sus crench
eran rubias. Un soldado le dijo que otra inglesa quería habla:
con ella. La mujer asintió; entró en la comandancia sin temo-
pero no sin recelo. En la cobriza cara, pintarrajeada de colores
feroces, los ojos de ese azul desganado que los ingleses llaman
gris. El cuerpo era ligero, como de cierva; las manos, fuertes
huesudas. Venía del desierto, de tierra adentro, y todo parecía
quedarle chico: las paredes, los muebles. Quizá las dos mujeres
por un instante se sintieron hermanas; estaban lejos de su isla
querida y en un increíble país. Mi abuela enunció alguna pre-
gunta; la otra respondió con dificultad buscando las palabras ~-
repitiéndolas, como asombrada de un antiguo sabor ..."
"Eso lo fue diciendo en un inglés rústico, entreverado de
Araucano o de Pampa, y detrás del relato se vislumbraba una
vida feral..." "A esa barbarie se había rebajado una inglesa.
Movida por la lástima y el escándalo, mi abuela la exhortó a no
volver. Juró ampararla, juró rescatar a sus hijos." (Porque la
Cautiva "era mujer de un capitanejo, a quien ya había dado
dos hijos y que era muy valiente".)
"La otra le contestó que era feliz y volvió, esa noche, al
desierto."
El coronel Borges murió poco después y el nieto comen-
ta: "Quizá mi abuela, entonces, pudo percibir en la otra mujer,
también arrebatada y transformada por ese continente impla-
cable, un espejo monstruoso de su destino ...".
Borges adjetiva con precisión; sobre el país ha dicho in-
creíble en la descripción de La Cautiva; ahora agrega, "impla-
cable" continente; válidos para una de las inglesas los adjetivos si-
guen siendo válidos para Borges porque su actitud es la misma
que la de la abuela, y siente el horror de otro posible destino,
Moraleja de Borges: su "guerrero y su cautiva" 173

que pudo también ser el de Alighieri, pues no era inevitable el


de la Cautiva. En cuyo caso el país no es increíble ni el conti-
nente implacable. Es simplemente su país y su continente, al
que el amor le pone otros adjetivos que no son los del especta-
dor foráneo. Si para la madre no hay hijo feo, tampoco hay
madre fea para el hijo.
Yo conozco otro relato de cautivos que me toca de cerca,
familiarmente. Y que me parece también se toca con este.
Poco antes que el coronel Borges comandara la frontera
enJunín, mi bisabuelo materno, León Laurens, había poblado
seis leguas al sur-oeste, cruzando el médano y casi al llegar a lo
que hoyes Bayauca. El campo era Santa Brígida. Allí un
capitanejo -¿por qué no el de la inglesa, dados lugar y tiem-
po?- con algunos indios lo sorprendió campo afuera con su
hijo Luis de once años. Dispararon sin suerte. A don León lo
lancearon en el foso que rodeaba las casas, al que cayó el caba-
llo. Su mujer, con algunos hombres "hizo" unos tiros y los in-
dios se alejaron llevándose al chico cautivo.
León Laurens era francés; un escultor fracasado, que
vino a San Pablo, en el Brasil, a colocar la estatua de Pedro
1. Su oficio debía ser de medio cincel por lo mismo que se
dice media cuchara en albañilería y esto lo supone relativa-
mente "leído" como a su mujer, Adela Vezenzette. Con hijos
nacidos en el Brasil -uno de ellos, mi abuela que era la
mayor- se vino al desierto donde le nacieron otros. De es-
tos era el menor, Luis, el "Cautivo".
La viuda siguió en el campo, se casó de nuevo y tuvo otros
hijos con otro apellido. De ella provienen hoy un centenar o
más de familias en que se han barajado descendientes de
inmigrantes y de gauchos, hasta de indios, a cuyos hijos no les
devuelve el "espejo del destino" ni la imagen de Droctulft ni
tampoco la de la Cautiva.
Habría que saber ahora qué pasó con la Cautiva y con
sus hijos; yo barrunto que sé algo, no mucho ni muy certero
pero que puede ser ... Aquí es donde puede ser testigo "mi
cautivo", ya que lugar y tiempo son los mismos. Acaso tam-
bién el toldo ...
174 antib01ges
Como he dicho, la viuda se quedó en el campo de donde
se iba de vez en cuando, por las provisiones, a Junín. Por lo::
periódicos en que éstas venían envueltas supo un día que Luis
Laurens, cautivo en los pagos de Junín, había sido rescatadc
en Chile y se encontraba en el consulado argen tino en Valdivia.
Lo trajeron. Fue una gran fiesta enJunín, con carne con
cuero, taba y músicas militares. Cuando llegó, habían pasado
once arios, que eran once años de vida en las tolderías, y en la
fuga por el desierto, por las rastrilladas de los chilenos que
habían profundizado los arreos durante dos o tres siglos. Eran
once años en Tierra Adentro, primero entre los pajonales, las
cortaderas, las lagunas y los pastos duros de esa penumbra de
indios y cristianos que era la frontera; después entre los mon-
tes de caldén, más adentro; y más lejos, más allá del Chadileuvú
hasta llegar al Río Negro, al Neuquén, al Limay, la Cordillera.
con el acoso de las fuerzas de línea. Por fin en Chile, y de re-
greso, en Junín.
La madre y el hijo se encontraron; "un increíble encuen-
tro en el increíble país del implacable continente" -como dice
Borges-. No puedo imaginar la escena, con la ternura de
mansos que podemos tener los biznietos. Otros seres, hecho
al país de entonces, eran la mujer y este hijo que el desierto le
había llevado nifio y le devolvía hombre. Justamente a los vein-
tidós años. El país los había hecho y lo siguió haciendo en su
descendientes, acomodados a él según se iba haciendo, y no a
otro de remoto recuerdo literario.
En Los Profetas del odio, he hablado de este "Cautivo" que
vivió hasta hace más o menos veinte años. Era un paisano bar-
budo y pobre porque la viuda, su madre, supo poblar pero no
fue experta en títulos de propiedad y el campo lo dieron en
Buenos Aires. Se estaba en la plaza del pueblo, ya en su vejez,
donde lo veíamos a la salida del colegio en rueda con tres o
cuatro veteranos de la guerra del Paraguay, pues algunos de
éstos habían recibido suertes de chacras en el pueblo, al que le
pusieron el nombre de Lincoln.
En Los profetas, cuento que en esas ruedas aprendí una
versión de la guerra del Paraguay que no tenía nada que ver
Moraleja de Borges: su "guerrero y su cautiva" 175

con la que me daban en la escuela. Yal Cautivo oí por primera


vez hablar de los ranqueles que treinta años antes de nacer yo,
eran los señores del pago. La escuela no me había dicho nada
de eso, ni de la flora ni de la fauna que me rodeaba.
Tampoco de la geografía. Por allá, en las lagunas, nacía
el Salado de Buenos Aires, y ni mentas de éste cuando ya co-
nocíamos el Yan-tse-kiang.El pueblo se llamaba Lincoln y sabía-
mos de tal prócer; nada en cambio de los gauchos junineros,
de los milicos de la frontera, de ese mismo coronel Borges. Es que
ese coronel, los milicos, los ranqueles, los bichos, los pastos, los
ríos, eran indignos de la "cultura" según lo entendía la intelligentzia
a la manera de Droctulft... El que pudo se hizo dos culturas: una
de raíz, cercana al suelo, un poco achaparrada y retorcida, bajo
el peso de otras que le ponían por arriba como si llevara en sí
dos testimonios: uno de hombre, vital, y otro de escolar o lector...
Pero volvamos al Cautivo. Puedo imaginar -coyunturas
de tiempo y lugar los favorecen, así como la escasez de malones
ya por entonces- que el capitanejo que se llevó al Cautivo era
el dueño de la inglesa. Algún impreciso recuerdo de un relato
del Cautivo sobre indiecitos rubios en el toldo abonaría esa
hipótesis.
Después viene un salto en el tiempo y estamos en 1945,
cuando conocí en Buenos Aires al "Indio Rubio" en aquellos
días de octubre. Le llamaban así a un dirigente de ladrilleros, -
en que las facciones y el porte aindiado contrastaban con el
color del pelo y de los ojos claros, precisamente de "ese azul
desganado que los ingleses llaman gris". También le decían "El
Chileno" Y se afirmaba en ese origen, pero él riéndose decía
que lo fue en tránsito; se decía ranquel y memoraba de pam-
pas y malones oídos.
No tuve más datos y hasta que leí el cuento de Borges,
no ligué a mi indio rubio ladrillero con mi tío abuelo cauti-
vo -que pudo ser hermano de crianza de sus antepasados-
y con sus recuerdos del toldo. Una inglesa cautiva y madre
de indios en el desierto no fue cosa frecuente, lo que me
obligó a asociar a la Cautiva de Borges a los otros dos perso-
najes, por la época y el pago.
176 anti 7 ((res
o

Todo es conjetural, como he dicho. También es saber


por qué el indio rubio estuvo en la vereda que estuvo en e -
octubre y después, y Borges en la Plaza San Martín. Hay razo--
nes sociales que lo explican y desde luego culturales. Los dos
descendían de ingleses, pero uno en indio y el otro en corone-
sería muy pueril explicarlo por el coronel, aunque haya sidc
mitrista. Y a lo mejor no tienen nada que ver ni el coronel n;
las inglesas. Pienso también que Borges estuvo a punto -fue
yrigoyenista y anduvo descubriendo los rostros de Buenos Ai--
res por los que pudo entrar al cuerpo del país- de ser otra
cosa haciendo otra, aún a pesar de estar matriarcalmente car-
gado con la cultura de la intelligentzia. Su biógrafo, AliciaJu
do, nos informa que aprendió a leer primero inglés que espa-
fiel. Tal vez porque donde manda capitán -la abuela inglesa-
no manda marinero. O es una complacencia del biógrafo paf2.
que no sea menos que Victoria Ocampo (versión francesa de:
mismo modelo y cuya lengua infantil no fue el indígena). ¿Po¡
qué dejó ese rumbo?
Todo es conjeturable. Pero este distinguir -sin Pablo e:
Diácono, Croce y Gibbon- y no distinguir -con toda la "e
tura"- entre Droctulft, "el converso", y el Alighieri, el italia-
no, contribuye a explicar el opuesto rumbo de los nietos de
dos inglesas que se conocieron en la "frontera", allá en Junín
en 1872: Borges y el "Indio Rubio".

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN MARCHA, NÚMERO 1259,


MONTEVIDEO, JULIO DE 1965 y EN MANO A MANO ENTRE NOSOTROS,

PEÑA LILLO, BUENOS AIRES, 1975.


Moraleja de Borges: su "guerrero y su cautiva" 177

Arturo Jauretche

Nació en 1901 en el seno de una familia conserva-


dora de la campaña bonaerense. Tras terminar sus estu-
dios en el Colegio Nacional de Buenos Aires comienza la
carrera de derecho y se acerca al radicalismo. Participa
en la insurrección yrigoyenista de Paso de los Libres.
Mientras está preso escribe el poema gauchesco El paso
de los Libres que Borges se ofrece prologar. Desde 1935
dirige y difunde las ideas de F.O.RJA .. Durante el gobier-
no peronista es designado presidente del Banco de la Pro-
vincia de Buenos Aires. Producida la llamada Revolución
Libertadora retorna al trabajo intelectual en tres direc-
ciones: la revisión del pasado histórico argentino, la ela-
boración de una sociología de los sectores medios argen-
tinos y, sobre todo, la desmitificación y denuncia de los
supuestos teóricos del establishment intelectual "coloniza-
do pedagógicamente". Paradigma del intelectual "nacio-
nal y popular", su producción alcanza una amplia difu-
sión en los años sesenta y setenta acompañando a la
"peronización" de las clases medias. Muere en 1974. Sus
obras más importantes son: Los profetas del odio (1957) , La
colonización pedagógica (1958) y El medio pelo en la sociedad
argentina (Apuntes para una sociología argentina) (1966).
CAPÍTULo CINco

Borges visto
desde la nueva izquierda
Es un lugar común el repetir que durante los agita-
dos años sesenta la izquierda cultural habría atacado
profusamente a Borges". Sin embargo una investigación
más exhaustiva relativiza esta visión tan extendida.
La obra de Borges fue tratada de muy diversas mane-
ras por lo que se ha dado en denominar la nueva izquierda
intelectual, cuyo origen se remonta a los primeros años se-
senta y que habría de ser hegemónica dentro del campo
cultural argentino por un considerable período.
Buena parte de la nueva crítica y de los escritores del
boom latinoamericano pusieron especial énfasis en diferen-
ciar muy claramente al Borges productor de literatura del
Borges ideológico o político, de autonomizar lo estético de
lo político", y en señalar su admiración por el primero en

* Cito al azar y sólo a modo de ejemplo al poeta Héctor


Yánover: "Borges se salvó de que lo fusilaran, pero estuvo
al borde mismo. Desde la izquierda, que proclamó distin-
tas veces la necesidad de fusilarlo en Plaza de Mayo ..." en
"Crónica de relación con Dios-Borges", Cuadernos Hispano-
americanos, número 505-507, Madrid, 1992.
t El caso más ilustrativo es el de Julio Cortázar (que se analiza
en este capítulo). Paradójicamente el ya citado Emir Rodríguez
Monegal se preocuparía en esos años por señalar el carácter,
194 antiborges
un tácito acuerdo con el sistema de lecturas preconizado
Borges (separación de literatura e ideología en compartimen
estancos). Paradójicamente muchos de ellos propugnaban, sin e -
bargó, la literatura de compromiso inspirada en las enseñanzas
de un Sartre que precisamente había impugnado diez años an
esta operación de corte.

Hacia 1955 Borges era un escritor apreciado y muy re-


conocido en los CÍrculos intelectuales de América Latin
Pero salvo en Francia, su obra era desconocida en el re
del mundo. Su verdadero auge, a nivel masivo en Argentinz
y como escritor de culto en buena parte de las metrópoli;
culturales, comienza en estos años. Las causas son ciertame
te varias y complejas: en el exterior el Premio Formentor (1961
--:-otorgado por el Congreso Internacional de Editores, e.
cual compartió con el dramaturgo Samuel Beckett- fue e
que le posibilitó una difusión mundial que se asentó defini
tivamente con las traducciones al inglés iniciadas en 196:
por Grove Press y la Universidad de Texas y el número espe-
cial que le dedicó la revista francesa Cahiers de L 'Herne. En nues-
tro país, más allá de lo estrictamente literario, se relacionan
con el permanente reconocimiento de los diferentes gobier-
nos postperonistas: ejerce la dirección de la Biblioteca Nacio-
nal en forma ininterrumpida de 1955 a 1973, recibe un título
Honoris Causa de la Universidad de Cuyo y el Premio Nacio-
nal de Literatura en 1956, etcétera, con la retroalimentación.

a su juicio, intrínsecamente politizado de la cuentística borgeana.


Dice "Empieza por abandonar casi completamente la poesía (...);
empieza por hundirse en su mundo de narraciones fantásticas.
cada vez más alucinadas y personales, cada vez más desesperada-
mente autobiográficas, cada vez más alusivas de las violaciones
impuestas por el peronismo, de las delaciones y muertes por tor-
tura, de la locura nacionalista ...". En El juicio de los parricidas,
Deucalión, Buenos Aires, 1956.
Borges visto desde la nueva izquierda 195

que, como con el tango, permite el redescubrimiento de lo


argentino consagrado en París o Nueva York, gracias a su
hábil y frecuente exposición en los medios de comunicación,
entre otras causas.
En este período Borges realiza una intensa actividad
pública y académica en Argentina y muchos otros países: re-
cibe honores, agasajos, doctorados y premios, dicta clases y
conferencias y otorga numerosos de sus célebres reportajes.
Sin embargo, la ceguera limita su producción literaria. Se-
gún cuenta Rodríguez Monegal, "podía escribir libros con
ayuda de amigos y de secretarios, pero le resultaba casi im-
posible componer cuentos o artículos complicados. Como
se había preparado para escribir en una forma muy conden-
sada, sumando fragmentos a una estructura sumamente com-
pleja de frases y de párrafos, la composición de todo texto
largo en prosa estaba ahora fuera de su alcance. Durante
más de una década interrumpió la lectura de cuentos y de
artículos largos. Su primer volumen con relatos nuevos, El
informe de Brodie, no apareció hasta 1970. En compensación,
volvió a la poesía". *

En 1958 el grueso de la intelectualidad progresista apoya


decididamente la fórmula presidencial que por la Unión Cívi-
ca Radical Intransigente, escisión del radicalismo, encabeza el
doctor Arturo Frondizi. El entusiasmo habría de durar bien poco;
casi tan poco como las promesas electorales de liberación na-
cional y justicia social que le habían permitido capitalizar el
apoyo de dos millones de votantes peronistas y de esta inte-
lectualidad urgida por confluencias con la clase trabajadora.
La generación de Contorno muy pronto expresa su indigna-
ción: se sienten "una generación traicionada", "víctimas del gran
fraude nacional" y "decepcionados, desengañados y próximos

* En Emir Rodríguez Monegal, Borges, una biografía literaria, Fondo


de Cultura Económica, México, 1987.
al abandono y al nihilismo": El balance de este proceso
entonces, doblemente doloroso porque además de la des-
ilusión que sigue a la "traición de Frondizi" y la evaporació
del proyecto que se creía implicaba, se le agrega el descubr.-
miento de su propia candorosa ingenuidad: ¿cómo se había
podido obviar el peso de las fuerzas socioeconómicas m<Í5
concentradas (y del ejército) en la coalición frondicista-
¿cómo era posible haber depositado tantas esperanzas el:
esta (una) simple instancia electoral?
El cinismo, la desilusión o la apatía podrían haber sido el
corolario lógico de esta fracasada experiencia. El vertiginosc
proceso que transformó a la Revolución Cubana en el primer
Estado socialista del continente, por el contrario, produce un
viraje brusco hacia un vigoroso optimismo motorizado por la
idea-guía de la Revolución como organizadora de una oposi-
ción totalizadora al estado de cosas. En los siguientes a110Slo:
campos se delimitaron; el espacio para la duda, la ambigüedad
o aun la indiferencia se pulverizó.
En 1966 el general Onganía, ante la indiferencia ge-
neralizada, derroca al frágil gobierno de Illia. El nuevo go-
bierno, pomposamente autobautizado como La Revolución
Argentina, practica una suerte de división de tareas: mien-
tras que las áreas responsables de la política económica son
dirigidas por sectores y tecnócratas vinculados al capital más
concentrado, las agencias gubernamentales encargadas de
la política educativa y cultural son ocupadas por sectore
provenientes de la tradición más oscurantista y autoritaria.
La represión se extendió con prontitud a toda manifesta-
ción de pensamiento crítico, de disidencia o hasta de dife-
rencia. Los partidos políticos fueron prohibidos, la activi-
dad sindical reprimida, las universidades intervenidas y la
censura penetró a niveles impensables poco antes.

* Citas tomadas de WilJiam Katra, Contorno, Associated Universitv


Presses, Cranbury, 1988.
Borges visto desde la nueva izquierda 197

Sobre estas coordenadas -en particular, la clausura


definitiva de los espacios de intercambio de ideas y discusio-
nes- habría de producirse un deslizamiento del campo in-
telectual: del intelectual comprometido al orgánico y del
proyecto cultural propio al proyecto político que subordina
y direcciona al cultural.' Según Beatriz Sarlo "Habíamos
pasado al período de servilismo (partido, líder carismático,
representación de lo popular o de lo obrero) ...".

Para este capítulo hemos seleccionado el libro Borges o el


juego trascendente, de BIas Matamoro, que se publicó en 1971
prologado por Juan José Sebreli. Después de Borges y la nueva
generación de Prieto este es el segundo texto íntegramente de-
dicado a la elaboración de un análisis cuestionador de la
obra borgeana. BIas Matamoro, valiéndose de un muy variado
repertorio teórico-crítico -el psicoanálisis, la fenomenología,
el existencialismo, la Escuela de Frankfurt- se propone disol-
ver la separación entre el artista genial y el Borges político o
ideológico con el objetivo de realizar, según decía su editor,
"una crítica a la obra de Borges para integrarla en el marco de
una cultura oficial de una Argentina dependiente del capital
extranjero y deformada culturalmente ...".

* Ver OscarTerán, Nuestros años sesenta, Puntosur, Buenos Aires, 1991.


Detrás de la penumbra
está Inglaterra

o
lo..... "Este ensayo utiliza categorías psicológicas porque
o han llegado a ser categorías políticas. En estas cir-
E
<ú cunstancias, aplicar la psicología al análisis de los su-
+-'
<ú cesos políticos y sociales significa utilizar un método
~ que ha sido invalidado por estos mismos sucesos. La
rJ)
<ú tarea debe ser más bien la opuesta: desarrollar la sus-
co tancia política y sociológica, partiendo de las nocio-
nes psicológicas". (Herbert Marcuse: Eros y civiliza-
ción,]oaquín Mortiz, México, 1968, p. 15.)

"El psicoanálisis... es un método que se preocupa ante


todo de establecer la manera como el niño vive sus
relaciones familiares en el interior de una sociedad
determinada ... el existencialismo ayudado por el psi-
coanálisis no puede actualmente menos que estudiar
situaciones en que el hombre se ha perdido desde la
infancia porque no existen otras dadas en una socie-
dad fundada sobre la explotación." (jean Paul Sartre:
Critique de la raison dialectique, Gallimard, París, 1960,
pp. 47 Y49.)

"La creación literaria compensa así la intromisión y


los compromisos que la realidad impone a los indivi-
duos y facilita su inserción en el mundo real... Una
200 antibmges
hipótesis de este tipo, que integraría sin dificultad lo qu
hay de válido en los análisis freudianos y en los estudi
marxistas sobre arte y creación cultural, podría dar, a la vez.
cuenta del parentesco y de la diferencia de naturaleza qUé
no deja de subsistir entre, por una parte, eljuego, el ensue-
ño y aun ciertas formas de imaginación morbosa y,por otra
las grandes creaciones literarias, artísticas y aun filosóficas."
(Lucien Goldmann: Pour une sociologie du reman, Callimard,
París, 1965, p. 363.)

"No son las buenas intenciones las que cuentan, sino las ea .
secuencias, y, en este sentido, todo pensador, aun el más abs-
tracto, es responsable del contenido objetivo de su pensamien-
to. Nadie es inocente." (Juan José Sebreli: Martinez Estrado:
una rebelión inútiUorge Álvarez, Buenos Aires, 1967, p. 39.)

"En una determinada fase de la formación del hombre son


inocuas las fábulas infantiles; pero cuando se trata de hacer de
ellas la base de la verdad de 10 moral, de tomarlas por leyes
actuales, ... entonces ha llegado el momento de reducir esas
fábulas al papel de algo pasado, de rebajarlas al nivel de algo
puramente histórico." (Hegel: Lecciones sobre historia de la filoso-
fia, FCE, México, Buenos Aires, 1955, tomo II, p. 229.)

Borges confiesa, en una de sus últimas composiciones.


dirigiéndose en tercera persona a su vocativo, la ciudad: "Yla
ciudad ahora es como un plano/ de mis humillaciones y de
mis fracasos/ desde esta puerta he visto los ocasos/ y antes este
mármol he aguardado en vano -y luego reflexiona-: No no
une el amor sino el espanto/ será por eso que la quiero tanto".
(Transcriptos en Bosco, 162). No nos detengamos una vez más
ante la línea semántica que une lo querido con lo espantoso y
no con lo amable. Estos lamentos importan porque dan uni-
dad final a la obra, vista en una perspectiva temporal, es decir,
como puesta a lo largo de un tiempo que termina en la acepta-
ción de la vida y la obra como una apoteosis del fracaso.
Detrás de la penumbra está Inglaterra 201

La obra de Borges es un pequeño capítulo en la historia


de la cultura de carácter afirmativo. Me remito a lo definido y
desarrollado en ese sentido por Herbert Marcuse en Acerca del
carácter afirmatiuo de la cultura. La cultura y la sociedad son, para
Borges, escindidas e incomunicables. La primera se vincula al
inconcebible universo y, por lo mismo que se explicó, redunda
en ejercicio de juegos verbales, metafísicos, religiosos, etcétera,
cuyo canon esencial es la belleza. Son maneras estéticas de dis-
traer el tedium vitae que procura una existencia gobernada por
dioses indescifrables. La sociedad es lo existente y por lo mis-
mo, falaz, mundano, irreal. La defensa de una cultura en tales
términos, la opción por un idealismo racional y por una estéti-
ca que se desintegra voluntariamente de la realidad por medio
del sueño, aleja a lo cultural de lo social, lo espiritual de lo
positivamente real. El pensamiento se conoce a sí mismo y des-
conoce lo demás; el alma se reencuentra en sus espacios inte-
riores y desprecia la contaminación del roce social; el espíritu
busca el espíritu y la verdad no material supera a la materia.
Estas peticiones de principios han servido siempre a super es-
tructuras culturales conservadoras y reaccionarias: en tanto los
hombres de espíritu, los clercs, practican alegremente sus jue-
gos intelectuales, la realidad existente crece con salvajismo y
libertad a su alrededor. En el extremo de la concepción, y visto
el problema desde el interior del sistema, por un pensador re-
accionario él mismo, llegamos a lo que Simmel denomina la
tragedia de la cultura, el rechazo social de la cultura, por ha-
berse transformado ésta en un producto de consumo minorita-
rio y artificioso, imposible de exigir a la mayoría de los hom-
bres socializados. En realidad, tan falaz es una concepción como
la otra. Defender una cultura que admita, como el positivismo,
la fatal razón de verdad que encierra el desenvolvimiento de lo
positivamente real, es tan afirmativo de la realidad del orden
establecido como sostener una cultura absolutamente
desvinculada de la realidad positiva, sólo dedicada al cultivo de
los asuntos espirituales en sí mismos, es decir entendiendo el
espíritu como una sustancia completamente distinta e incom-
patible con la sustancia material. Bastaría con remitirse a lo
202 antibmges
desarrollado explicando el rechazo de Borges por todo com-
promiso individual con las diversas formas de la realidad con-
creta del hombre -individuo, conciencia que conoce, concien-
cia moral, amor, odio- para darse cuenta de que su nihilismc
antropológico es la más rotunda afirmación del orden estable-
cido, orden al cual poco le importa que un Borges niegue la
existencia del individuo, la muerte o el acceso sexual, en tanto
que establece rígidas normas de alienación para la vida de 10=
individuos, sus relaciones sexuales y hasta su manera de morir r

de pensar en la muerte antes de morir. La escapatoria borgiana


por medio de la metáfora, la magia y eljuego, es una evasión falaz,
indiferente para el orden establecido, en que la alienación es real.
existente, concreta, cotidiana. La magia misma como entelequia
moral termina por ser el privilegio de los ociosos que pueden
darse el lujo de asumir su tedio vital como una categoría metafísi-
ca, y no como una consecuencia de la desocupación en una socie-
dad donde las inmensas mayorías tienen que trabajar para co-
mer, la mayor parte de su tiempo vital. El no ocuparse de las
falaces realidades de la vida individual y social es la forma por
excelencia de afirmar que el orden debe ser respetado y nada
de lo establecido, tocado ni revisado. La tarea del escritor
irrealista es asimilable a la pirueta del bufón en la corte medie-
val. Puede ser irónica y tal vez obscena, pero en nada cambiará
el orden de las cosas en tanto la irreverencia no se concrete en
una actitud peligrosa para el señor. Muy al contrario, éste cele-
brará el divertimento y apañará la existencia de bufones.
En el caso concreto de Borges se podrá decir que quizá
los señores, en nuestro país, no lean, y no configuren el públi-
co masivo de los lectores borgescos. Tanto peor: lo lee la clase
media culta y filistea, asimilada de manera también mágica a
los valores culturales que le impone la cultura liberal oligárquica.
Toda la compleja maniobra de Borges para demostrar
que existe un mundo literario en que el espíritu campea a sus
anchas porque allí todo es libertad lúdica, es una solemne
mentira: el jugador literario Borges se ha encerrado previa-
mente en la torre de los juegos para luego proclamar que ella
es el mundo, yjugar libremente en él, mientras el mundo real.
Detrás de la penumbra está Inglaterra 203

intacto y floreciente, se extiende más allá, lejos de los manejos


de los hombres. Ominosa mentira será también en lo subjeti-
vo, si no se tratara de otro de los rasgos infantiles que caracte-
rizan al pensamiento borgiano: la mentira fisiológica, la
mitomanía pueril que hace mentir al chico, de manera siste-
mática, cuando refiere sucesos del mundo exterior cuya
causalidad se le escapa.

La sociedad ha triunfado sobre el individuo, atemorizan-


dolo, haciéndolo sentir culpable, castigándolo con mutilaciones
varias, logrando que aceptara las sanciones como justas por
una razón trascendental a este mundo, por una lógica del or-
den impuesta en sede divina. Esta es la siniestra fábula que se
lee traduciendo en cierto sentido, la obra de Borges. En efec-
to, su ejemplo no es simplemente el caso individual y aislado
de un chico criado en tre un padre castrador y una madre fálica,
con perdón de las palabras. Ese padre y esa madre existen por-
que existe un orden social en que se los inviste con los roles de
educadores para la represión, la culpa y el miedo. Toda la so-
ciedad alienada está fundada en esta ética supersticiosa de re-
primir ante todo, empezar las definiciones éticas por prohibi-
ciones y tabúes. Que el chico infeliz, encerrado en una
biblioteca y asustado por historias de leprosos y piratas y caba-
llos que aplastan a los hombres, se haya convertido en el adul-
to mutilado que festeja su mutilación y se niega como indivi-
duo para librarse de los horrores del amor y de la muerte, es
todo un triunfo para la sociedad castradora en que vivimos. Es
una verdadera fábula con moraleja de categoría literaria.

Toda la ideología filosófica con que Borges sejustifica en


tanto que pensador y escritor, toda la superestructura ideal de
sí mismo, es también producto de un método mutilatorio. Lo
que han hecho con él en materia de filósofos ingleses, desde
Locke hasta Spencer, porque eran clásicos de la literatura im-
perial, hacerle escuchar las charlas de Macedonia Fernández
204 antibcnges
sobre la ilusión del yo y la inexistencia del tiempo, pretende
él hacerlo con sus lectores. Tijeretear a Platón hasta conver-
tirlo en un narrador de historias pintorescas; a Berkeley, en
un alucinado; a Schopenhauer, en un santón de ejercicios
yogas. La historia de la filosofía se reduce así a la invención
de unos cuantos escritores británicos, filósofos de segunda
todos ellos, a los diálogos de un griego que quizá sea una
historieta de Averroes, al libro de Schopenhauer sobre la
representación y la voluntad en el mundo, y a una lectui
de vejez, los tratados de Baruch Spinoza.
Por cierto que, como he dicho en su lugar, leído con
mentalidad arcaica, Platón es el filósofo por excelencia del
pensamiento primitivo. Si no se lo ubica en el comienzo de la
filosofía crítica, como el pensador que descubrió la conciencia
de manera reflexiva (¡nada menos!) y el vaivén de lo uno en lo
múltiple como el eje esencial de la dialéctica de todos los tiem-
pos, si no se traduce su lenguaje didáctico y narrativo, que hace
el encanto de sus diálogos, a un idioma adecuado a la reflexión
filosófica de nuestra mente actual, es claro que queda de él un
simple fabulista de mitos, un contador de cosas que agradan y
poco significan, de anécdotas ejemplares en sí mismas.
Para Borges, en la mente de Platón, no había concepto
sino simplemente imágenes. Así el cielo de los arquetipos exis-
tía realmente para el Académico, era un lugar ubicado en la
altura, al que se podía llegar por una escalera o una nave espa-
cial, en donde podrían verse los esquemas conceptuales que
mueven al mundo, despojados de sus notas concretas, y reduci-
dos a traslúcidas figuras ejemplares. Tras la muerte individual,
el hombre accedería, según el Platón borgesco, a este mundo
de ideas, del cual remotamente recuerda haber salido, parte él
mismo de la deidad universal creadora que es la creación.
Otro tanto ocurre con el sistema berkeleyano. Si Berkeley
es simplemente -como pretende Borges- el autor de los
Principies y los Diálogos de Hylas y Filonous, y se lo despoja de los
presupuestos y consecuencias de transcendencia teológica,
como también hace Borges, queda de él un sistema gnoseológico
mutilado e incomprensible. El punto de partida berkeleyano es
Detrás de la penumbra está Inglaterra 205

que el mundo real es una imaginación de dios, y la facultad


humana natural de conocer es una gracia concedida por la
divinidad. Su conclusión de que los objetos existen aun cuan-
do no los percibimos, porque los percibe dios, resulta plena-
mente coherente, siempre que se piense a sus obras primeras
como labores teológicas y no de teoría del conocimiento. Des-
de este ángulo, como las lee Borges, resulta que si ser es ser
apercibido, los objetos pierden absolutamente su unidad, des-
de el momento que son pasibles de percepciones contradicto-
rias y aun incompatibles, como por ejemplo las que practican
los locos o los enfermos alucinados. Berkeley resuelve esta difi-
cultad con una recursm ad deis buscando la identificación místi-
ca del hombre con la mente divina, para la cual no hay contra-
dicción en la existencia de los objetos. Queda por ver todavía si
se puede, de la misma forma, zanjar el problema de que el
espíritu no pueda concebir ideas generales abstractas, concep-
tos, como sostiene Berkeley allí mismo, dominado aún por el
sensualismo en boga. Si no nos remontamos a la lectura de sus
obras posteriores -Alcifion y Siris sobre todo-la aporía no es
resuelta. En éstas, por una vuelta a Descartes, el concepto se
admite como existente en la razón, es decir que se toma deci-
didamente partido por la existencia de un ser racional en que
se pueden formar ideas abstractas más allá de la diversidad
perceptiva, llegando así a contemplarse la existencia de con-
ceptos también en la mente divina. De otra forma: percibo luz,
color, espacio, porque tengo el concepto formado acerca de lo
que sea luz, color y espacio.
Para Borges la cosa no es así. La voluntad imaginan te de
dios no se mueve por conceptos, sino por azarosos caprichos
irracionales. En su Orbis tertius los objetos se imaginan tantas
veces como se los crea percibir. La coincidencia de que varias
personas vean una cosa a la vez y en el mismo lugar es un azar
que no responde aleyalguna: desaparecen realmentecuando no se
piensa ya en ellos, y no hay sustancia alguna restante al acto de
imaginar, no hay sustancia real y existente fuera de la imagina-
ción. Bastaría pedir a Borges que defina diferencialmente per-
cepción e imaginación para que este elegante edificio se venga
206 antioOlges
abajo, pues no llegaría jamás a determinar qué diferencia hav
entre el acto de imaginar sin crear objetos exteriores pasibles
de percepción e imaginar para crearlos. En ese sentido es acon-
sejable una relectura atenta de los Principles de Berkeley (
parágrafo xxv de la Introducción). Él recomienda que el razo-
namiento sea verdadero y no simplemente maravilloso. Ame
el sistema berkeleyano, el manotazo irracionalista estetizante
de Borges resulta un recurso más para desentenderse de la rea-
lidad, negando la identidad de los objetos fuera de la mente
De esta forma es factible no comprometer actitudes que ten-
gan que ver con estos objetos, respetando todo posible orden
-divino o humano- que pueda reinar en ellos.
Más cercano se halla, históricamente, Borges, de su ad-
mirado Schopenhauer, Más fiel resulta también su adhesión a
la filosofía del pesimista romántico. El error de Borges ante é~
desde nuestra perspectiva, es,justamente la identificación COIl
las conclusiones schopenhaureianas como si éstas fueran ver-
dades intemporales, no signadas por las diversas coordenadas
que determinan el estilo mental de la época.
Mirado en perspectiva, Schopenhauer aparece como une
de los primeros pensadores que descubren al instinto, la fuer-
za oscura, el simple Eros o inconsciente, por debajo de las 1
minosas construcciones del Logos que habían dominado la fi-
losofía hasta entonces. La materia extensa no es ya una co
positiva inerte, como para los racionalistas de cuyo punto de
partida surge él mismo, sino una sustancia animada e incoz-
noscible que se mueve por su propia voluntad irracional. Ame
ésta se alza el velo de la representación, dominado por ciertas
estructuras comprensibles, inmutables, cognoscibles por e
hombre racional, que Schopenhauer denomina ideas o ver-
dad. La representación, temporalizada, pasa, y la idea, verda-
dera, queda. La adhesión del hombre a la verdad le hace, por
lo mismo, renunciar a la vida pasajera de la representación, y
admitir la voluntad de morir como el módulo supremo de la
propia vida. Morir -morir el individuo, la conciencia indivi-
dual- es una manera de eternizarse, porque es la manera de
superponer la verdad eterna a la vida pasajera. El hombre se
Detrás de la penumbra está Inglaterra 207

eterniza identificándose con la idea, que es eterna, y renun-


ciando al apego por las representaciones fugaces y falaces de la
vida mundana. Después de haber descubierto el conflicto en-
tre Logos y Eros, Schopenhauer, revolucionario en el plantea-
miento, le da una salida completamente tradicional: Logos
triunfa, Eros muere en manos de la fría verdad, la muerte como
aspiración voluntaria, el renunciamiento a los placeres de la
vida, el sexual en primer término. No obstante está abierto el
camino hacia Nietzsche y Freud, hacia la afirmación dionisíaca
de la voluntad de vivir y gozar y de dominar logísticamente al
Eros para que éste sirva a la propia voluntad de vivir de manera
dialéctica.
Por cierto que todas estas conclusiones a que la construc-
ción schopenhaueriana llega en la historia de la filosofía, se le
escapan a Borges. Borges no hace filosofía ni quiere servir a la
verdad como forma histórica de las ideas. Necesita servirse de
la filosofía, citar a los maestros, mutilados y recortados, para
justificarse como todo un clerc que lo es, ante sus lectores asom-
brados de su tan varia erudición. Schopenhauer, en la versión
de Borges, resulta así, simplemente, el filósofo que afirma la
falacia del placer y la individualidad para evitarse la angustia
de morir. Que asegura lo ilusorio de este mundo, incomprensi-
ble en general (lo cual es erróneo, como vimos), para no to-
marse el trabajo de. entenderlo y asumir una posición ante él.
y, sobre todo, es el filósofo de la castidad y el renunciamiento
sexual, el filósofo de la ética de la muerte, lo cual no deja de
regocijar a Borges, en cuanto le agrega a estos ingredientes su
complejo edipiano de culpa y así, la representación del mundo
es la inmensa tragedia del castigo al hombre por el hecho de
haber nacido de la mujer de su padre. Tampoco recoge toda la
teoría amorosa del alemán, vinculada a un ensayo de reconci-
liación entre el Eros y el Logos que sólo se logrará positivamen-
te años después, con la formulación marcusiana, de una socie-
dad fundada, a la vez, en la racionalidad y en la libertad. Se le
escapa, por último, la reflexión de Schopenhauer sobre la li-
bertad y el instinto, otro ensayo de síntesis entre determina-
ción y voluntad, ya que si bien es cierto que el hombre obedece
208 antibmges
a sus impulsos irracional es en cuanto volitivos, no lo es menos
que estos impulsos se representan a través de motivo:
comprensibles, por lo mismo que son representaciones, sus-
tancia de esquemas ideales. Es un antecedente más de
Schopenhauer con respecto al psicoanálisis. Ocurre simplemen-
te que, para Borges, las ciencias sociales y el psicoanálisis son
una jerga (¿acaso porque carecen de estilo literario? ...).

Hay una superestructura interna e ideológica en la obra de


Borges, que se integra por todas sus formulaciones de principio:
que alcanzan la categoría aparente de postulados generales, nor-
malmente destinados a expresar convicciones filosóficas. Si acaso
se pudiera hallar una benevolente coherencia entre todos ello
se podría calificar al pensamiento borgiano, globalmente, de
irracionalista. Detrás de todas sus figuraciones está el orden, pero
un orden inexplicable e inmanente, un orden porque sí, Detrás
de todas sus asimilaciones mutilantes de filosofías clásicas o ro-
mánticas, algo similar: de Platón toma la vigencia de los arqueti-
pos celestes, inmutables e inexplicables; de Berkeley la existencia
de un dios que imagina al mundo real por medio de una esencia
espiritual que resulta igualmente vigente e incognoscible; de
Schopenhauer, la cosmovisión de un universo gobemado por las
fuerzas irracionales de la voluntad. Lógico resulta, en este mo-
mento del análisis, encontrar en Borges la sistemática negación
de toda disciplina o método que implique encontrar algún senti-
do a los fenómenos de la vida humana. El pensamiento, fuera de
fijarse sus propias reglas de juego yjugar, de autoconocerse sim-
plemente porque se ha prefigurado en eljuego intelectual, nada
puede hacer con la realidad de este mundo ni de otro. Los funda-
mentos del pensamiento del mutilado son globales negaciones.
Éstas admiten cierta ordenación que podría ser la siguiente:

a) RECHAZO DEL PENSAMIENTO MATEMÁTICO. Las forma


geométricas, la cuantificación de las unidades agrupadas, las
operaciones aritméticas típicas, no obedecen para Borges a
ninguna sistemática del pensamiento. En su isla de utopía, el
Detrás de la penumbra está Inglaterra 209

planeta T16n, los psicólogos explican la coincidencia entre los


resultados de una misma operación practicada por distintas
personas a la vez, por medio de la asociación de ideas o de los
buenos ejercicios de la memoria. (F 26/7)

b) RECHAZO POR LA HISTORlCIDAD DE LA VIDA HUMANA: Uno de


los aspectos esenciales de la cultura afirmativa es su desprecio
aristocrático por la historia. El espíritu, entregado a la contem-
plación de lo bello, lo bueno y lo verdadero en sí mismo,
arquetípico e intemporal, abomina de los sucesos pasajeros y
deleznables que constituyen el fluir temporal de todos los días.
El racionalismo liberal en que Borges ha sido formado (a pe-
sar de su entraña irracionalista) es típicamente ahistórico. La
razón tiene sus leyes, autoimpuestas, ya que es autónoma. La
historia, en tanto que positivamente real, es opaca y carece de
sentido. "Si la historia universal es la historia de Bouvard y
Pécuchet -afirma Borges- todo lo que integra es ridícula y
deleznable." (D 143). El pasado del hombre es siempre ficti-
cio, aunque éste no sepa siquiera de su misma falacia (F 34).
La historia carece de toda coherencia, ya que cada pueblo se la
cuenta de manera egocentrista, y no hay posibilidad de pensar
con una misma ratio histórica las versiones de dos pueblos dis-
tintos (B 127). Sólo cabe que el historiador, insuflado de poéti-
ca y tal vez ética potencia, anime la narración con historias
ejemplares (ver las opiniones del personaje Zevasco en B 126).
Por cierto que no se trata de un criterio historiagráfico nove-
doso, ya que "Herodoto, Tito Livio, Orosio y los renacentistas
buscaban en la historia el ejemplo mítico; no era una pasión
científica por conocer exhaustivamente las aventuras de la hu-
manidad": Todas las elites han inventado una mitología histó-
rica para justificar de manera legendaria o religiosa su domi-
nación, y hacer creer a los oprimidos que las mantienen que su
sumisión depende de un decreto sobrenatural. No escapa a la

* Eliade: Mythes, p. 64.


21 O antibmges
regla general la aristocracia a la cual Borges defiende con _
ahistoricismo, con su apego a las formas arcaicas de narrar
historia y de negar su realidad específica. Que la historia
una disciplina inexistente y que sólo existen como ciencias las
que le auxilian -postulado claramente spengleriano- es otra
idea recogida por Borges (B 127 in fine). Los hechos históri-
cos carecen, así, de todo relieve. Dos personajes borgescos dia-
logan así: "¿Entonces en el mundo no pasa nada? -Mu:-
poco ...". (B 133). El devenir histórico se desgasta por su faba
de peso específico, es como si no hubiera existido. La verdade-
ra realidad de los pueblos está en sus epopeyas, las obras de
arte que componen sus poetas y que ~uperponen a la historia
realmente vivida (ver la prosa Martín Fierro, H 35/6).

Los juicios peyorativos sobre lo histórico se reiteran en


la obra de Borges, al iniciar la historia de su barrio dice: "Hacia
el cuarenta, Palermo ascendió a cabeza mandona de la Repú-
blica, corte del dictador y palabra de maldición para los unita-
rios. No relato su historia para no deslucir lo demás". (e 17).
Al referirse a una supuesta doctrina idealista de la historia, sostie-
ne que daría lo mismo que desaparecieran todas las bibliote-
cas y archivos del mundo, ya que la consistencia de lo histórico
es simplemente onírica. El dios que nos sueña volverá a soñar-
nos, y los elementos de la narración histórica, que son siempre
los mismos, volverán a repetirse y a mezclarse azarosamente
como los vidrios de un caleidoscopio (v. 0186). La defensa del
Eterno Retorno se reitera también como motivo conductor: la
cantidad de elementos que forman el universo es finita, y por
lo mismo, admite cierto número también finito de combina-
ciones. Forzosamente éstas se repiten, y la historia no es más
que la J?ostración monótona de estas repeticiones (v. p. ejem-
plo, La doctrina de los ciclos en E 75 y ss). El carácter reacciona-
rio de esta concepción ha sido puesto repetidamente en mani-
fiesto (Simone de Beauvoir en El pensamientopolítico de la derecha;
Juan José Sebreli, op. cit., p. 46). Si la historia es una repeti-
ción cíclica más o menos fatalmente preestablecida, nada le
Detrás de la penumbra está Inglaterra 211

queda al hombre por hacer con ella: ni proyecto ni rechazo ni


crítica ni rebelión. Solamente sumisión. El orden establecido
triunfa otra vez más por obra de la mente divina que ha hecho
este mundo como es. Dedicarse a la historia es, pues, la peor
tarea del intelecto. Para Borges como para Herbert Quain, no
hay disciplina inferior a la historia (F 77).
Finalmente señalo la connotación estética de la teoría
retomista. La historia, incomprensible y fatal-otra vez Spengler:
el sino histórico- sólo admite explicaciones míticas: la descrip-
ción de anécdotas heroicas y ejemplares. Es la doctrina que se
desprende de las narraciones Tema del traidorv del héroe (F 173 ss) y
La trama (H 28). Los sucesos históricos ocurren para que se cum-
pla una escena clásica, una de las estructuras que el teatro o la
epopeya han bellamente inventado para distraer el ocio vital y
tedioso de los hombres. Julio César asesinado por Bruto no sabe
que muere para que se repita una escena, diecinueve siglos des-
pués en el sur de Buenos Aires. Quiroga y Rosas, en el mundo de
los muertos, sueñan que han sido y serán y esperan que se los
ubique', de nuevo en otro momento de la historia, para volver a
representar sus papeles, como dos comediantes desocupados, ya
que la versión anterior, como las posteriores, es ficticia y gratuita
(v. Diálogo de muertos en H 24/7).
La historia literaria también resulta un divertido azar de la
inteligencia. Cualquier libro puede ser escrito por cualquiera en
cualquier época. James Joyce o Ferdinand Céline pueden ser au-
tores de La imitación de Cristo y Pierre Ménard, del Qu~'ote. Hay que
practicar el anacronismo deliberado y las atribuciones erróneas.
La Odisea puede resultar, así, posterior a la Eneida (F 56).
Toda actividad del espíritu resulta, a la postre, una solem-
ne fruslería, ya que lo histórico, empecinadamente, se resiste a
tomar en cuenta los esfuerzos de los hombres. "No hay ejerci-
cio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina filo-
sófica es al principio una descripción verosímil del universo;
giran los años y es un mero capítulo -cuando no un párrafo o
un nombre- de la historia de la filosofía." (F 55). Le ocurre a
Borges lo que a los teólogos de su cuento ya analizado ('Juan
de Panonia y Aureliano"): en la mente de dios, ese dios ocioso
212 antiborges
que quizás haya muerto de hastío ante la repetición inacabable
del tiovivo universal, todos los pensadores, herejes o píos, bue-
nos o malos, serán lo mismo y nada.
c) RECHAZO PARA LA INTERPRETACIÓ PSICOANALÍTICA DELA VID.
PERSONAL: Me tiene sin cuidado lo que Borges piense de toda
interpretación sobre sus traumas infantiles ya que este trabajo
no le está destinado, sino a los miles de argentinos que puedan
leerlo y que soportan el Régimen al cual Borges pertenece en
grado prócer. Es de sobra sabido que el psicoanálisis le molesta
y que la vida humana es para él, absurda, por lo que mal puede
ser otra cosa que falacia encontrarle sentido profundo a las
anécdotas de la misma. Herbert Quain escribe una comedia (El
espejo secreto) y los críticos invocan a Freud. Borges opina que tal
interpretación es propicia y falaz (F 82). En efecto, "es supersti-
ciosa y vana costumbre ... buscar sentido en los libros ... en lo
sueños o en las líneas caóticas de la mano" (F 88). Esta confe-
sión es más que elocuente: "...está bien que se lean los libro
por las verdades que encierran pero también es lindo leerlo
en busca de maravillas, por lo bueno o interesante que sería si
las cosas fueran así. De esa manera leo yo a Freud y aJung, por
ejemplo". (Irby-Mura t-Peralta , p. 45). Es la razón que le hace
preferir a Spengler sobre Toynbee, es decir su calidad de estilista.
d) NEGACIÓNy DESTRUCCIÓN DELLENGUAJE: El desideratum
del mundo para Borges, el irracionalista juguetón, sería volver
a los principios recordados del sensualista Berkeley, superados,
por el mismo filósofo en libros que merecerían la abomina-
ción borgiana. En ese mundo -quizá Tlón-las percepciones
crean los objetos, y éstos, lógicamente, duran y existen en la
medida en que son percibidos. Correlativamente, el lenguaje
que se impone debe responder a esta sucesión objetal donde
no existen unidad objetiva, identidad ni posibilidad del con-
cepto. Cada palabra se inventa para una sola vez y, usada, pier-
de toda posible utilidad posterior. Santiago Ginzberg, en la
versión de Bustos Domecq, plantea la existencia de un tallen-
guaje. Sus poemas llegan a lo incomprensible absoluto, a lo
absoluto incomunicable, salvo que se los lea con un dicciona-
rio ad hoc para cada caso (v. B 85). El lenguaje, tal como lo
Detrás de la penumbra está Inglaterra 213

conocemos, instrumento de la vida de las ideas y medio exce-


lente de comunicación, es destruido. Llega a concebirse una
semántica perfectamente útil al puro juego verbal. Conservan-
do ciertas estructuras retóricas del idioma en cuanto a caden-
cia, desinencias verbales y períodos,]ulio Cortázar ha aplicado
el método borgiano en una secuencia de Rayuela en que vaga-
mente puede adivinarse el acto sexual.
Como consecuencia de lo anterior, todo lenguaje es im-
pasible ante la ciencia. Para Borges y para Chesterton, "ellen-
guaje no es un hecho científico, sino artístico, por la sencilla
razón, bastante inconsistente en sí misma de que lo inventaron
guerreros y cazadores, y es muy anterior a la ciencia" (0159).
Con un lenguaje que no responde al mundo, y un mun-
do que no admite ser expresado por el lenguaje, claro está que
lo único factible es jugar sin demasiadas consecuencias. Len-
guaje y mundo, en un pacto de caballeros -el hombre, ausen-
te, por supuesto- se dejarán de estorbar el uno con el otro y
todo seguirá como al principio. Para la novela, deben reivin-
dicarse los caracteres esenciales del juego: simetría, leyes arbi-
trarias, tedio (F 79). En los libros, el disparate es normal y lo
razonable es casi "una milagrosa excepción" (F 93). Todo libro
es, por lo mismo, sustancialmente ocioso y conviene darle la
menor extensión posible, para no agobiar al lector con "dispa-
rates" demasiado luengos. El método excelente es del Sartor
Resortus de Carlyle ("simular que esos libros existen, yofrecer un
resumen, un comentario"). Cabe elogiar la prudencia literaria de
Borges, individuo bien educado en tiempos en que el respeto
hedónico por los demás era un valor. Hoy los disparates duran,
al menos, quinientas páginas, y el aburrimiento reiterativo es
un valor literario. Véase el Prólogo de Ficciones, especialmente,
página 11 in fine. Como corolario extrae éste: la literatura se
origina en la literatura, el libro en los libros. Del verbo viene el
juego verbal. La comunicación y la verdad están ausentes.
En pensamientos sueltos puede recogerse una verdade-
ra arte poética borgesca que se integra con los principios gene-
rales sobre lenguaje, que preceden. Por de pronto, el postula-
do fundamental sería definir a la obra literaria como un ser
214 antiborges
del lenguaje en sí mismo, una inmanencia verbal que se d
prende, como objeto específico, del resto de la vida humana
de la existencia del mundo. Ningún significado trascenden
al puro ser de las palabras puede adjudicársela. Una "histori
universal de la infamia" puede no ser absolutamente nada his-
tórica, ni universal, ni infame. En el prólogo del libro homóni-
mo, dice Borges que "patíbulos y piratas lo pueblan y la pala-
bra infamia aturde en el título, pero bajo los tumultos no ha-
nada. No es otra cosa que apariencia, que una superficie de
imágenes; por eso mismo puede acaso agradar". (1 10) Es fácil
observar el único elemento concreto de la reflexión: el place.
que nace del juego. Las notas de este arte pueden ser:

La inutilidad: como los edificios inhabitables que hacen lo::


arquitectos aludidos en la prosa "Eclosiona un arte". (B 75 Yss)

La amoralidad: probada cuando Borges juzga: "Que


Hawthorne persiguiera, o tolerara, propósitos de tipo moral
no puede invalidar su obra". (0189)

La irracionalidad: probada en el postulado: "La mera ra-


zón no debe entrometerse en las artes". (01 92)

El ludismo intelectual: elogiando cuando se refiere a


Valéry: "En un siglo que adora los ídolos de la sangre, de la
tierra y de la pasión, prefirió siempre los lúcidos placeres del
pensamiento y las secretas aventuras del orden". (01 107)

El esteticismo: cuando proclama que se debe "estimar las


ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aun por lo
que encierran de singular y de maravilloso". (01259)

El inmanentismo: como consecuencia de valorar la lite-


ratura como una actividad ensimismada, resulta que el objeto
en sí obra literaria enriquece al mundo como un objeto serial
más, agregando a lo existente, y de la misma consistencia -irra-
cional, ilusoria, etcétera, etcétera- que el propio mundo. Los

------------ ~~ ~~
Detrás de la penumbra está Inglaterra 215

objetos se pueden "mencionar o aludir pero no expresar" (H 31)


Yla obra literaria no es un espejo en que se refleja el mundo, sino
una "cosa más agregada al mundo" (H 32). Análoga es la aspira-
ción del escritor Bonavena, con respecto a su obra (B 28): "... lo
más humilde y lo más alto: un lugar en el universo".
El sistema perfecto, la Polis Magna del pensamiento
borgiano es ese Orbis tertius que se introduce falazmente en un
tomo de la EnciclopaediaBritannica (F 13 Yss). Se trata de un plane-
ta manejado por el pensamiento de los clercs, suerte de gobernan-
tes de este mundo en que el pensamiento racional (es decir la
mera sustancia pensante, opuesta a la materia) domina por com-
pleto sin cuestionarse acerca de la realidad, ya que es la única
realidad. No hay causalidad en los hechos, y por lo mismo las
ciencias no existen. El pensamiento es temporal, por lo mismo, y
absolutamente in espacial. Toda filosofía se predefine como un
juego dialéctico: no está comprometida por descripción o
racionalización del mundo, es un simple como si. Los sistemas
metafísicos son increíbles (aquí Borges debería explicamos qué
sea creíble en el orbis tertius.i.) pero agradables y sensacionales.
Las leyes de la identidad de los objetos y de las conclusiones mate-
máticas son meras casualidades del azar o ejercicios de buena
memoria idealista. Todos sus habitantes son acaso escritores y
poetas, y las obras carecen de autor, atribuidas como están a un
solo y mismo autor. Hasta aquí Borges. Nosotros agregamos: en
esta estructura del pensamiento, ¿hay algún criterio de verdad en
el pensamiento? En ese universo presumiblemente creado por la
mente de un hombre --que es, de algún modo, la mente de los
hombres, la razón humana-, cuál es el lugar del hombre? oo.

Este siniestro bastardeo de la razón humana, disfrazado


en el ropaje de un inocente juego literario, este abuso de una
facultad humana para imaginar un mundo inhumano, sólo
puede caber en la mente de un pensador, como adelantára-
mos, cabalmente irracionalista, de su tiempo,
Spengler es la fuente del pensamiento borgesco que no osa
decir su nombre. Borges recoge puntualmente sus postulados y
216 antibmges
los repite, cumpliendo así, involuntariamente, un ciclo de pensa-
miento característico de la cultura tardía del capitalismo indus-
trial: la transformación del racionalismo liberal en irracionalismo
autoritario (V.Herbert Marcuse: op.cit., La lucha contra elliberalis-
mo en la concepción totalitaria del estado, p. 15 Yss). El punto de par-
tida de ambos es claramente racionalista y podría haberlo formu-
lado un discípulo de Kant: la división conflictual entre mundo y
reverso en la jerga de Borges corresponde a la de naturaleza e
historia en Spengler. Jugando en el mundo con el pensamiento,
se encuentra la coherencia literaria y arbitraria que los hombres
imponen al albedrío mental (Borges). Haciendo cada cultura su
idea del sino histórico, se elabora una perspectiva mental del cur-
so prefijado de la historia (Spengler). No hay ciencia de la historia
para ninguno de los dos, no hay mathesis universalis para pensarla
ya que es incomprensible y fatal. El pensamiento sólo puede en-
contrar ciertos símbolos que se repiten en la historia, y construir
con ellos cierta morfología histórica universal (Spengler). Es lo
que Borges significa al decir que "la historia universal es la historia
de la diversa entonación de algunas metáforas". (0117). La metá-
fora o símbolo personal es el genio (Spengler) pensamiento que
Borges ilustra con sus relatos, ya que en ellos, casi invariablemen-
te, los personajes son héroes, o filósofos, o literatos de fama mun-
dial. La manifestación del sino histórico, en la superficie de los
hechos, es el azar, ese arbitrario decurso fáctico que reina en las
bibliotecas y laberintos de la literatura borgiana. Este recurso, a su
vez, está determinado por un quantum de posibilidad histórica: la
historia, según Spengler, es la realización -fatal o azarosa- de
toda la cultura posible. Una vez agotada la posibilidad, se impo-
nen al organismo histórico la decadencia y la muerte Esta idea
entronca con la teoría de los cielos y retornos históricos que Borges
dice haber leído en Platón y repite constantemente (01 13 Y245,
P 154, 01 245, prosa "Sentirse en muerte" de Historia de la eterni-
dad). La repetición lleva a los genios típicos de cada época a iden-
tificarse con los correlativos de otras épocas: para Spengler, Julio
César y Alejandro eran Dyonisos, Goethe era Hamlet y Fausto,
etcétera. Demás estaría explicar la puntual coincidencia con elleit
rrwtiv borgiano de la identidad. Otras ideas concurrentes podrían
Detrás de la penumbra está Inglaterra 217

detectarse: la de que la cultura sigue un curso antisocial y artificio-


so, hasta conflictuarse completamente con la civilización (socie-
dad en el lenguaje de Simmel), redundando en una tarea inútil;
la de que el tiempo -personal o histórico- es una categoría pu-
ramente mental: la de que el alma individual tiene la irracional
intuición de los destinos históricos que se darán y se han dado en
el curso de su vida anecdótica.
Todo el fatalismo irracional de Spengler y su admiración
por las grandes construcciones históricas -imperios y dominios-
unido a la noción de que no existe una historia objetiva, sino que
ésta es una forma más o menos arbirraria que la cultura puede
crear a su antojo estético, trasluce una clara postura que, paradó-
jicamente, sí es histórica y también ideológica: lajustificación del
ciclo histórico avanzado y final del gran capitalismo europeo. Bas-
taría con pensar en su noción de imperialismo -forma fatal y
final de la civilización, que se da en todos los ciclos orgánicos de la
cultura de manera ineluctable- para ver que en su mundo histó-
rico no hay salida antiimperialista: después del imperio, el milena-
rio y el fin de los tiempos históricos modernos. El orden, por otra
parte, es también ineluctable, y el hombre, si es que existe más
allá o más acá de la estructura del orden, ningún papel juega en la
partida. Sólo el genio, que a la postre es una encarnación de la
fatalidad, que no puede ser sino lo que es, vale como individuo,
pero no en tanto que hacedor libre, sino como revelador, como /

demiurgo del sino histórico. No es casual que Spengler centrara


su admiración en lo que entendía la máxima construcción históri-
ca moderna: el imperio inglés, cuyo demiurgo histórico era Cecil
Rhodes, el conquistador de Sudáfrica, quien se creía la reencar-
nación del emperador Adriano. La fidelidad de Borges a todas
estas nociones spenglerianas no necesita subrayarse.
La idea de que la historia real no existe y que la historicidad
depende del sino ideal que se transforma en voluntad de vivirse
en el tiempo, hace que se conciban civilizaciones y pueblos sim-
plemente naturales, es decir que carecen de historia. El europeo
es histórico, temporal, pensable. El hindú es natural, atemporal,
onírico. La división del mundo por el imperialismo de las po-
tencias centrales de Europa -países metropolitanos y orillas-
218 antibarges
queda asíjustificada como una fatalidad histórica irrefutable. Com
veremos, para Borges la cosa no es distinta: fuera de aceptar los
valores culturales europeos, a los argentinos -la Argentina en
Borges es la India en Spengler, un caracterizado dominio de la
corona británica- no les queda más que marginarse de la histo-
ria, ya que naturalmente son inaccesibles a la civilización históri-
ca. La misión de la civilización europea -en Spengler- es con-
cebir la historia universal como la posibilidad de un devenir
absoluto, violentando inclusive el marco natural en que viven los
pueblos naturales, es decir el presente absoluto, la inmovilidad
histórica. Dar con la morfología histórica universal, por ser la raza
predestinada a pensar el mundo por encima de los conjunto-
humanos simplemente naturales: he allí la misión irrenunciable
del espíritu europeo. De aquí que el sino histórico de Alemania
fuera derrotar a Inglaterra y ocupar su lugar en el dominio uni-
versal. De Spengler a Hitler hay un paso que la década del veinte
habría de franquear. Spengler era Machiavelli detrás de Medici.
Voltaire detrás de Federico IIº. En esto sí que Borges no puede
menos que disentir con su maestro: por nada del mundo consen-
tiría en la desaparición de su imperio victoriano, ni aunque fuera
para que lo gobernara el pueblo más filosófico de Europa.

A nivel de la más profunda trascendencia del sistema de


pensar, el irracionalismo de Borges se en tronca con toda la tradi-
ción del pensamiento liberal argentino, lo cual es, prácticamente,
decir todo el pensamiento argentino hasta su época. El trasfondo
irracionalista del pensamiento liberal ha sido estudiado por
Marcuse, según recordé antes. En cuanto a la sociología ideológi-
ca del conocimiento en la Argentina, Sebreli ha puesto de mani-
fiesto ambas connotaciones: Que en Spengler y Borges conflu-
yan los presupuestos metodológicos del racionalismo, unidos a

* JuanJosé Sebreli: La cuestión judía en la Argentina, Ediciones Tiem-


po Contemporáneo. Buenos Aires, 1968, p. 223: Martinez Estrada ...,
pp. 61 Y 105.
Detrás de la penumbra está Inglaterra 219

un trasfondo irracionalista y a una admiración por el imperio in-


glés como la forma esencial de la cultura civilizada moderna, no
tiene nada de casualidad. Toda la clerecía intelectual argentina,
desde el romanticismo hasta Borges, responde a la superestructu-
ra cultural de un proceso que, sustancialmente, consiste en la asi-
milación de la economía productiva argentina como pieza del
sistema económico imperial inglés en la era victoriana. La forma
política -liberal, constitucionalista y federal, unificadora del ré-
gimen de gobierno junto a la nacionalización del puerto, las adua-
nas y la moneda- y la forma filosófica de la economía -el libera-
lismo optimista manchesteriano- son los dos cimien tos del sistema
ideológico de la intelligentzia argentina tradicional.
Que el racionalismo liberal se transforme en autoritaris-
mo irracional no tiene nada de absurdo. Es paradojal, pero dia-
lécticamente razonable. El pensar el mundo como compuesto
por dos sustancias radicalmente diversas e incompatibles -ra-
zón y sustancia extensa, o material, o positiva- como funda-
mento de la autonomía de la razón, que constituye el postula-
do original del racionalismo clásico, se remite a una conclusión
trascendente de CUl10 irracional: el universo es una construc-
ción armónica preestablecida, el mejor de los mundos posi-
bles, una mónada en que las coordenadas de movimiento es-
tán perfectamente equilibradas de antemano por la mente
divina. Ello permite que se deje la vida económica librada al
arbitrio de la iniciativa individual y a la libre manifestación de
las fuerzas de mercado. El estado liberal clásico es el gendarme
de la feria, parado bonachonamente a la puerta de la plaza,
para evitar tumultos y desórdenes, pero sin entrometerse en
los asuntos inmanentes de la vida económica. En. la loggia reina
la paz, el equilibrio y la libertad.
Este idilio perdura en tanto el capitalista individual, el
pequeño empresario de corte artesanal, es la célula compo-
nente de la economía de mercado. En cuanto aparece el gran
cartel o el monopolio internacional, ya la libertad económica
no puede mantenerse y es necesario que el Estado interven-
ga para defender a los grandes que ahora son la base del
régimen. Lo importante no era la libertad sino el capitalismo.
220 antibor~es
u

A éste hay que salvarlo, cueste lo que costare. Si es necesari


que el estado se transforme en dictadura personal y que la an-
tigua cortesía parlamentaria dé paso a los caprichos del genio
heroico popular, se hará. En Europa, la ascensión de los gran-
des caudillos -Oliveira Salazar, Mussolini, Horthy o Francisco
Franco- se hizo con la anuencia o la indiferencia cómplice.
cuando no con la intervención directa de las grandes poten-
cias liberales. En la Argentina, la aristocracia liberal y sus discí-
pulos de la izquierda filistea han estado con los golpes de auto-
ridad de Uriburu, Lonardi y Onganía, o han terminado por
asimilarse a sus instituciones.
Con Alberdi y Echeverría los románticos liberales apren-
den a pensar la historia a través de la mentalidad heroica y
sentimental de Herder y Savigny. El espíritu del pueblo y el
genio de la raza son los protagonistas ancilares del devenir.
Sarmiento lee a Spencer en la vejez y escribe Conflicto y armo-
nías de las razas en América. Ha sostenido todo el tiempo que la
civilización debería derrotar a la barbarie, pero ha terminado
por entender que la barbarie triunfa en la América Española
por una cuestión racial: la mezcla mestiza del indio y el espa-
ñol nunca dará un pueblo pujante como el anglosajón que
pobló los Estados Unidos. La Argentina está condenada a ser
un pueblo sometido por una razón de fatalidad racial, por un
sino incomprensible, lo cual no deja de ser absurdo si se pien-
sa que, por la época, la Argentina estaba invadida por la inmi-
gración europea que sólo en parte era española. Lo importan-
te era defender la primacía de la raza universal superior, e
decir, el pueblo inglés. Detrás de Spencer parece oírse el eco
racista de Chamberlain y Gobineau. La Generación del 80 re-
coge la enseñanza: su literatura es la narración de las desventu-
ras de una raza enriquecida y enferma.
Los tradicionalistas franceses informan las ideas del últi-
mo positivismo, ya sea para continuar denostando al nativo yal
español, como José Ingenieros, o para exaltar una supuesta
tradición criolla, a imitación de la exaltación hereditaria que
hacen del solar paterno Maurice Barrés y Paul Bourget. Los
nuevos intelectuales de la aristocracia arruinada, fundadores
Detrás de la penumbra está Inglaterra 221

del nacionalismo, reivindican a la raza agraria y original por


encima del cosmopolitismo y el extranjerismo que exaltaron
sus mayores. Ricardo Rojas, Manuel Gálvez y Gustavo Martínez
Zuviría son los primeros en definir al argentino auténtico como
el original, sea español, criollo o indio. La restauracion naciona-
lista o Blasón de plata, El solar de la raza o La casa de los cuervos
pueden haber sido escritos por un Barrés argentino.
Finalmente, Macedonia Fernández y Leopoldo Lugones
son los maestros irracionalistas de la generación del Martin Fie-
rro. El primero, para predicarles a Schopenhauer y a Spengler,
puesto en boga, además, por los libros de Ortega y Gasset. El
segundo, para pedir la intervención del caudillo militar en un
golpe del gabinete liberal alvearista contra el presidente
Yrigoyen, anunciando la hora de la espada.
En este clima de tradición liberal, irracional, bajo las
grandes sombras magistrales de Macedonia, Lugones, Alvear y
el mito de Yrigoyen, se formó la generación literaria a la cual
pertenece Borges.
Hay un proceso metamórfico en el rol de los escritores
argentinos dentro de su sociedad, y en el contexto de su defini-
ción ideológica liberal, institucionalista, que va desde el romanti-
cismo hasta el Martin. Fierro,justamente determinado a través
de la diversa institucionalización fijada por cada época. La línea
basal está dada por la extracción social del escritor: es, en la mayo-
ría de los casos, miembro de la clase alta pero de familia en deca-
dencia o ruina y, excepcionalmente, un aristócrata próspero que
opta por la literatura. El hecho de que, en general, uno de éstos
no sea la tónica, está dado por la general malevolencia con que
el hombre de la clase alta mira las ocupaciones improductivas,
como la literatura y las artes, en una sociedad en pleno proceso
de expansión y una clase furiosamente ascendente.
La otra constante es la relación del escritor -clase diri-
gente- con la cosa pública. De alguna forma el escritor argen-
tino liberal es un hombre de orden, permanentemente orien-
tado hacia las formas de ideología que persiguen la instauración
del régimen liberal y, luego, su conservación. El caso de los escri-
tores críticos es completamente marginal. La misma izquierda
Detrás de la penumbra está Inglaterra 223

por la patria, sino en el dandy elegante que consume. La oli-


garquía, cumplidos todos sus anhelos de institucionalización,
ocupadas todas las tierras marginales, poblado el país de
inmigrantes, nada nuevo tiene que hacer, y se dedica al consu-
mo suntuario. La ciencia y el arte de destruir elegantemente se
transforman, estéticamente, en ia decadencia modernista. Ésta
es la generación de los mayores y maestros del martinfierrismo.
Lugones y Macedonio son contemporáneos. El primero es el
introductor de la metáfora en el idioma -al menos con carác-
ter sistemático- y la metáfora será la base de la poesía de los
veinte. El otro maneja ciertas formas de la filosofía, que ense-
ñará ex cathedra a los nuevos escritores.
Las líneas están tendidas: la gente del Martín Fierro se si-
túa: llegan a la palestra de la cultura en el último momento
coherente de la civilización liberal argentina y, por lo mismo,
representan sus valores en grado máximo y refinado. Su con-
tacto con los mayores de años atrás, a pesar de las discusiones
estéticas, es estrecho: todos son hombres de espíritu y no hay
disidencias literarias ni ideológicas que valgan. Rige una cerra-
da ideología de casta: son todos intelectuales, y ello basta, se
superpone a todo lo demás.
Subyacen en la generación los elementos estructurales
del proceso social argentino: la sociedad liberal ha llegado a su
grado máximo de eclecticismo: ya no gobierna la oligarquía
excluyente sino que, con Yrigoyen, el poder visible está en
manos de la clase media. No obstante ello, al partido de la ple-
be se allegan y entremeten elementos de la vieja oligarquía
liberal, en un oscuro plan de copamiento y neutralización. Tras
la primera presidencia de Yrigoyen que termina justamente
cuando los escritores del Martín Fierro salen a la luz pública,
sube al gobierno Alvear y, con él, vuelve la aristocracia, oculta
en el partido popular, a ostentar los puestos claves. La armonía
política parece insuperable: patricios y plebeyos, unidos en el
gobierno, aseguran una estabilidad eterna. En realidad es la
calma antes de la tormenta.
Si se pudiera definir políticamente al movimiento
martinfierrista, se podría decir que es el alvearismo literario.
224 antibmges
No sólo porque hay una coincidencia cronológica, del n
miento generacional y la época de Alvear, sino porque los mn-
mos elementos componentes se dan en el movimiento políti
y en el literario: la ya tradicional separación del hombre .
letras y el político; el sentido de la vida como una maniobra
consumo suntuario, una fiesta agradable e inocente, la ext
ción social de los escritores -clase alta arruinada y peque-
burguesía próspera, unidas en la misma altura social-o La li -
ratura lúdica y evasiva, el nihilismo literario propuesto por 1
martinfierristas, es una manera más de desentenderse de
realidad, de dejarla en manos de los políticos, de asentir a
existencia del orden. Este apoliticismo sustancial no se desdib ~
porque los escritores adhieran emocionalmente a Yrigoyeri
Yrigoyen es un mito de esos arrabales maravillosos que tan
admiran, y no puede dársele menos que un apoyo elegante.
Borges, Macedonio, Marechal, los González Tuñón, Petit de
Murat, Bernárdez y otros forman un "Comité Yrigoyenista de
intelectuales jóvenes": En realidad se está repitiendo la fié-
niobra del alvearismo: inficionar al radicalismo de element
liberales, reducirlo de movimiento a partido, integrarlo al ré-
gimen a pesar de que su misión es la destrucción revolucioné-
ria del régimen. El acercamiento de estos intelectuales pur
está signado por la misma intención objetiva. El maestro d
estos muchachos, Macedonio Fernández, ha sido compañe
de facultad de todos los abogados que, salidos de la aristocra-
cia, adhirieron al radicalismo con el propósito predicho
Rogelio Araya, Vicente Gallo, Leopoldo Melo, Enrique Larreta,
Otro de los tantos era, precisamente,]orge Guillermo Borg
padre del escritor. El cordón umbilical con la cultu
modernista y liberal no puede ser más preciso y evidente.
El sentido festival, ansioso y divertido, eljuego ante tod
y el aparente anarquismo nihilista de los escritores del Martí
Fierro, como consecuencia del clima social e intelectual de lo

:;: Véase revista Adán del mes de marzo de 1968; número 20.
Detrás de la penumbra está Inglaterra 225

veinte, ha sido bien estudiado ya: El seguimiento de caudillos


intelectuales de la generación anterior conecta a los jóvenes
con los viejos en el seno del régimen. Alrededor de Lugones,
un niño bien de provincia, hidalgo pobre que vive del presu-
puesto nacional dirigiendo la biblioteca del Consejo de Educa-
ción, se nuclean Ernesto Palacio, Francisco Luis Bernárdez,
Conrado Nalé Roxlo y Martínez Estrada. Los conciliábulos son
en el despacho del director, al cual se llega por una puerta
privada, golpeando de cierta manera. El tono de Lugones si-
gue siendo modernista y waltwhitmaniano: incita a todo el
mundo a luchar por una grande Argentina, por el gobierno de
los mejores, aliados a los heroicos militares que redimirán al
país de su pequeñez gringa y populachera. Esta paradójica pos-
tura se entiende mejor si se piensa que, desde los círculos ofi-
ciales del alvearismo y la izquierda justista, la cosa se concibe
de igual manera: el jefe militar en quien piensa Lugones es el
ministro de Guerra de Alvear, AgustínJusto, y el golpe cuenta
con las simpatías del socialismo." El propio canciller de Alvear,
Ángel Gallardo, es un simpatizante de Mussolini; no hay que
extrañarse, porque otros ilustres liberales de la época -Winston
Churchill y Ludwig van Mises- también lo son.
El núcleo de Macedonia, por distintos caminos, llega al
mismo punto. Allí están Borges, Marechal, Scalabrini Ortiz,
Petit de Murat. En lugar de lecciones de energía, Macedonia
enseña al Berkeley mutilado y al Schopenhauer que conoce-
mos a través de Borges. Al igual que Lugones, es un rico arrui-
nado, rentista y heredero que vive modesta y desordenadamente
en lugares varios de la ciudad. En el fondo de su pieza inacce-
sible al arreglo, rodeado de frascos de sopa que fermenta y

* Sebreli: Martínez Estrada ... , pp. 25 Yss.; Adolfo Prieto: Borges y la


nueva generación, Letras Universitarias, Buenos Aires, 1954, pp. 16
Yss.; Jorge Abelardo Ramos: Revolución y contrarrevolución en la Ar-
gentina, Plus Ultra, Buenos Aires, 1965, tomo I1, pp. 266-272.
t Carlos Sánchez Viamonte: El último caudillo, Devenir, Buenos
Aires, 1956, pp. 54-55.
226 antiborges
cucarachas y hormigas a las cuales alimenta con masitas de c
fitería, prepara mate, toca interminablemente a Rachmanin
en la guitarra y charla sobre la inexistencia del yo, el carác
mental del tiempo y la textura onírica del mundo real. La fi'
sofía es para él Kant contra Berkeley, y un poco de Bergson
pesimismo romántico. Su actitud filosófica parece novedosa.
su prédica de la ilusión y el nihilismo, revolucionaria en u
sociedad de tradición fenicia y positiva. Un par de falacias.
en realidad, un pensador positivista, ligado a la psicología ~
la asociación, la practicada en todas las cátedras del moment
y absolutamente ignorante de los hallazgos del freudismo, que
para la época, tenían ya cuarenta años de antigüedad. En poi-
tica, es un ferviente admirador de Juan B. Justo: lo cual exph-
ea bastante la autenticidad de su yrigoyenismo. Ante sus jÓY
nes espectadores, desprovistos de todo bagaje críticc
Macedonio posaba de maestro y les insuflaba los caracterí ~
cos defectos que la perspectiva histórica descubre después en
la obra de Borges. Hablar de lo que se conoce insuficiente-
mente, darle la apariencia de lo erudito, torturar la sin taxi
la manera de Mallarmé, defender los fueros del espíritu ante
soez realidad, festejar la vida como lo que es: la posibilidad d
ocio que da la renta, del banquete, de la conversación insus-
tancial, brillante, erudita, henchida de boutades.
Ortega y Gasset, otro liberal paradigmático, proclama, p
la época, que la vida europea tiene un sentido festival. Lo mis-
mo parece ocurrir en los círculos de la cultura oficial de Bue-
nos Aires. La forma esencial de la vida gregaria de los escritor
es el banquete, el acto de comer. Marechal lo dice simbóli
mente cuando sus personajes, en el Adán Buenosayres, habl
de estética en la glorieta de un restaurante. Las peñas literari
ocurren en cervecerías (Royal y Aues Keller); la revista Nosot
celebra un almuerzo periódico; otro tanto ocurre con la "ter
lia de los viernes" y con los agasajos a escritores, extranjeros

:;: Macedonia Fernández: No toda es vigilia la de los ojos abiertos, CEAL


Buenos Aires, 1967, p. 83.
Detrás de la penumbra está Inglaterra 227

nacionales. El espíritu juguetón de los martinfierristas aparece


ser el único símbolo distintivo ante la generación anterior. Ante la
seriedad austera, la pompa solemne, la ceremonialidad un poco
fúnebre de los escritores mayores, ellos inauguran el festival y el
juego, un cierto tono de temeridad adolescente ante la vida. En el
fondo la cosa es bien distinta. Una danza macabra parece tam-
bién festiva, pero es una orgía de muerte. Bajo la ciudad alegre y
confiada de 1920 está el infierno. Bajo la luminosa Filadelfia,
Cacodelfia, la tenebrosa. El alvearismo se apura a dejar inaugura-
dos edificios, bibliotecas, balnearios, para eternizar la fiesta de los
años locos, como intuyendo que, dentro de poco, serán arqueolo-
gía. Buenos Aires es la ciudad de Marinetti paseando en camiseta
por la calle Florida, Oliverio Girondo exhibiendo sus libros en un
carro coronado por un espantapájaros, los cuadros de Emilio
Pettoruti, los tangos de Francisco De Caro, los edificios de Andrés
y Jorge Kalnay, las ocurrencias pornográficas de Florencio
Parravicini.
En realidad, nihilismo y seriedad, o mejor dicho, el nihi-
lismo como una manera de oponerse a la seriedad, no son opues-
tos, son una aporía falaz. Hegel define al hombre poseído por
el espíritu de seriedad como el sujeto que, en un mundo de
objetos, se define como inesencial ante los objetos, que son lo
esencial. El hombre serio es el hombre del orden, que desapa-
rece frente al reino de los objetos por respeto hacia ellos, en
tanto que éstos permanecen inmutables y eternos. Pero el com-
bate de la seriedad con el nihilismo termina en fracaso: el nihi-
lista, como el hombre serio, también se niega a sí mismo; y
niega los objetos, pero de una manera inerme, imponerse a la
realidad como única realidad: La negación objetal carece de
eficacia, puesto que no se impone lo que no es objeto -el suje-
to- que se ha negado previamente. La negación objetal es un

* Véase Juan José Sebreli: Borges y el otro, inédito; David Viii.as (bajo
el seudónimo de Diego Sánchez Cortés): Arlt, un escolio, en revista
Contorno, número 2, mayo de 1954.
228 antiborges
acto mágico que respeta realmente el orden de las cosas existen-
tes. Todo nihilista, es, sustancialmente, por esto, un hombre de
orden, como todo hombre serio. Que el estilo se trueque de grave
en leve no cambia su eficacia existencial. Y ésta es la diferencia
entre los escritores liberales dellVIartín Fierro y los anteriores: una
diferencia de estilo, completamente insustancial y, para colmo.
por ser de estilo metafórico, inspirada por los mismos antecesore
que pretendía combatir. La boutadeirónica es el arma de combate.
Las revistas murales se burlan de los viejos escribiéndoles amables
epitafios en verso, en tanto que, a cada nuevo libro que aparece,
se los llevan para recibir la palmada al hombro que corresponde.
Con los años, el nihilismo de Borges, iniciado con un poema.
escrito en Suiza, en elogio de la Rusia Leninista, se transforma en
feroz conservatismo. Cumple con la parábola iniciada por su pa-
dre: éste era a la vez un individualista liberal, discípulo de Spencer.
y anarquista, abominador del Estado, el ejército y la iglesia. Razo-
naba que, defendiendo al individuo y a la iniciativa individual,
algún día desaparecerían todas las instituciones. Pensaba que al-
guien, en el futuro, vería, en el imperio inglés, el paraíso ácrata ...

Antes de entrar en el análisis ideológico del martinfierrista


Borges, conviene enumerar los hechos de su trayectoria perso-
nal situados en medio de la realidad histórica de su tiempo.
Ésta admite dos grandes períodos, acaso como toda la
evolución en los escritores de su generación. Uno va desde lo
comienzos hasta el peronismo. El otro, lo sucede. El paraíso
liberal, en que todos los clercs se respetan y participan de la vida
de la casta, dura en la medida en que la propia estructura libe-
ral del país no corre peligro.
Hasta 1930, está asegurada por las leyes de la armonía
social; desde 1930 necesita del apoyo estatal para mantenerse.
Hay la armonía y la crisis, el festín y el desabrido despertar.
Pero la verdadera ruptura se da con el acceso de Perón al po-
der. Con él aparecen los síntomas de que el antiguo edificio libe-
ral tambalea y se desploma, destruido para siempre. La gratui-
dad de las ideas ya no tiene vigencia y hay que tomar partido. El
· Detrás de lapenumbra está Inglaterra 229

antiguo apoliticismo se convierte en un politicismo rabioso y


persecutorio. Antes podían saludarse, ser amigos y colaborado-
res en la misma página, nacionalistas y anglófilos, izquierdistas
y derechistas, liberales y católicos. Hoy nada hay para un
antiperonista peor que un peronista. "¿Cómo vaya establecer
un diálogo con un peronista? -ha dicho Borges-. ¿Podría
ponerme a conversar amistosamente con el hombre que va a
firmar mi sentencia de muerte? [Sería como tomar copas con
mi embalsamador!" (Bosco 102).
Durante las décadas de los veinte y los treinta, y aún algu-
nos años después, la posición política de Borges responde a los
lineamientos de su superestructura ideológica, ya analizados.
Rechaza la historia, defiende al arte puro, liberado de todo
contenido extraliterario. La defensa de un idioma argentino y
una ortografía localista, es pronto dejada de lado. Su apoyo al
yrigoyenismo es abstracto, carece de contenido ideológico, y
responde a su afición estética por los mitos. Yrigoyen existe
como el tango, el truco, la cigarrería y el corralón, en las esen-
cias puras de Buenos Aires, dadas el día de su fundación en el
tiempo original y fuerte del mito. En La fundación mito lógica de
Buenos Aires dice: "El primer organito salvaba el horizonte /
con su achacoso porte, su habanera y su gringo / el corralón
seguro ya opinaba: YRIGOYEN/ algún piano mandaba tangos de
Saborido". (P 106). El trasfondo de la postura yrigoyenista de
Borges ya es siniestro, aunque no expreso: convertir a Yrigoyen
en un mito es quitarle todo contenido concreto e histórico,
toda posible significación política; en esto coincide con la ma-
niobra de neutralización que, en el seno del radicalismo, hicie-
ron los políticos alvearistas.
La ascensión de Uriburu lo llama a silencio. En 1935, en
plena década infame, escribe Historia universal de la infamia, li-
bro destinado a hacer del crimen una algarabía estética, despro-
vista de toda referencia a lo criminoso de la vida real. Los foraji-
dos aparecen aureolados por la sofisticada luz del cine de pistoleros
que Borges aprendió en las películas mudas de van Sternberg (La
ley del hampa y Los muelles de Nueva YOTk), cuando no elogiados
como cultores del coraje. Solapadamente, al embellecerlos en
230 antibmges
el mito, Borges está haciendo el elogio del matón a sueldo, el
guardaespaldas, el matador profesional, el mafioso y el tortura-
dor, que son los personajes característicos del infierno policial
argentino en la era infame. Como respuesta a la realidad cre-
ciente, funda en 1936 la revista sintomáticamente llamada Des-
tiempo, junto con Adolfo Bioy Casares. La sociabilidad argenti-
na le arranca una leve mueca de burla, a nivel del lenguaje
característico de la aristocracia y de la clase media cursi, y na-
cen los Seis problemas para don Isidro Parodi, que escribe en cola-
boración con Bioy bajo el seudónimo de Bustos Domecq (1942).
En 1939 se había iniciado la guerra. La Gran Bretaña, eje del mun-
do al cual Borges pertenece como clerc,y la dulce Francia del arte.
la fiesta y la cultura, peligran ante el infame germano. Como sus
antepasados en 1914, Borges toma partido por los aliados. Lo
nacionalistas argentinos pasan automáticamente a la categoría
de fascistas. El silencio de Borges, ya el gran escritor nacional de
la época, en cuanto a sucesos políticos, se rompe por primera
vez para defender a Su Graciosa Majestad Británica.
Como corolario del proceso, por coyuntura histórica, el
debilitamiento del imperio al final de la guerra facilita el triun-
fo del grupo militar nacionalista y el ascenso del coronel Perón.
Borges toma de nuevo la palabra. La Argentina liberal tamba-
lea. Hay que combatir a Perón. En el mundo de las coinciden-
cias spenglerianas, para Borges, Perón es Moctezuma, Felipe
II, Rosas, Cuitifio. Tamborini es Hernán Cortés, Urquiza.
Rivadavia. Borges gana en definiciones políticas nacionales: es
un claro y estúpido reaccionario, lo que pudo ocultar durante
casi treinta años. El gobierno peronista lo traslada de una bi-
blioteca municipal al mercado de Abasto. La realidad de ese
mundo de tango le asquea y renuncia. Gana otra vez: se le ofre-
cen conferencias y tiene que estudiar escritores en lengua in-
glesa y lanzarse a hablar en público, cosa para la que se había
inhibido antes, sistemáticamente. Como todos los argentino
de su tiempo, Borges le debe a Perón lo mejor de sí mismo. Ya
no caben las maniobras falaces y neutralizadoras como las en-
sayadas ante Yrigoyen, Uriburu o los revolucionarios del gene-
ral Bosch en Paso de los Libres (recuérdese que Borges prologó
Detrás de la penumbra está Inglaterra 231

el poema de Arturo Jauretche sobre el tema, comparándolo a


las antiguas sagas y epopeyas del norte de Europa). Ya el mun-
do no es soñado. La realidad es real y las posturas de los hom-
bres, humanamente reales. Lo que pierde en prestigio clerical,
con Perón, Borges, el reaccionario, lo gana en verdad. Sabe-
mos que esta forzadura no se la disculpó nunca el escritor al
político. Después trató de probar que el peronismo era una
pesadilla, pero ya era tarde, puesto que ante las pesadillas na-
die toma actitudes políticas.

Como adelanté, bajo la superestructura nutrida de ideas


filosóficas y estéticas, yace en la obra de Borges una clara y
constante estructura de concepciones políticas. Se filtran por
su obra de manera inocultable pero subrepticia. Nadie puede
sustraerse, por más que lo quiera, a la situación que dentro de
la sociedad en que vive, significa manifestarse a través de una
labor literaria. A través de sus abstracciones, evasiones y vague-
dades, Borges ha sido siempre un pensador de derecha, al ser-
vicio de la factorización inglesa del país, individualista y con-
servador, defensor del régimen y del orden más allá de la
coherencia de las formas políticas, lo cual es una clara defensa
de los fines por sobre los principios, y lo define concretamente
en el plano político como un amanuense del sistema, mucho
más allá de la clásica figura del escritor derechista indepen-
diente y crítico. Esto transparece de manera implícita en su
estética, y lo hemos visto, pero aparece explícitamente en sus
confesiones directamente ideológicas. En el seno del régimen
que lo cuida como el útero al feto, Borges sueña. En la intem-
perie del peligro revolucionario, Borges siempre opina.
La base filosófica de su pensamiento -el racionalismo
clásico actualizado en el individualismo victoriano de Spencer-
comporta una plural afirmación de principios y éstos involucran
la aceptación del orden y la desaparición de la figura humana
como dos a prioris implícitos. Para el positivismo spenceriano
el mundo es una miríada de átomos; la psiquis, una miríada de
asociaciones mentales y sensibles, y la sociedad, una agregación
232 antiborges
de átomos sociales, los individuos. Entre ellos no hay interacción.
sino roles fijos, inmutables, inmóviles. La ordenación de tod
este caos corre por cuenta de una fuerza misteriosa a la cual la
ciencia positiva da la razón de verdad y trata de estudiar por los
métodos de la inducción. El Estado tiene que dejar hacer lo
más posible a la naturaleza, y no meterse en la vida individual.
Su misión es simplemente corregir los excesos o errores que se
planteen en el decurso del orden preestablecido. En este mun-
do amorfo, no hay categorías sino, simplemente, partes u órga-
nos del todo. Al hombre como tal no le está reservado ningún
papel, pues no existe. Existe el individuo, pero resulta ser una
aglomeración de partículas que obedecen a leyes naturales irre-
futables. El individuo carece de subjetividad: es una estructura
atómica inhumana.
Como en el atomismo positivista, en la'visión cósmica de
Borges reina la mayor indiferencia del caos. Nada es ni deja de
ser, yo es el otro y el otro no existe porque no es el no yo; por lo
que el yo tampoco existe. El mal es el bien: es tan malo que
ansía su destrucción y el triunfo del bien. Sólo existe el bien, es
decir nada, porque el no bien no existe (doctrina que se despren-
de del cuento "Deutsches Requiem", A 81 Yss y de la prosa "Ano-
tación del 23 de agosto de 1944" en 01 183 Yss). Inglaterra es el
bien y Alemania es el mal pero como el mal no existe, Alemania
no existe, y, por lo mismo tampoco existe Inglaterra, porque no
existe la no-Inglaterra, que es Alemania. Audazmente, este razo-
namiento borgiano resuelve de forma indirecta el problema
del dominio inglés sobre los países colonizados como el nuestro.
La estructura ideológica de Borges admite este desarrollo:
1º) MISONEISMO CONSERVADOR: Todo el mundo antiguo e
más firme (F 190). Este aserto se refiere a la imagen cósmica
que da el barrio sur de Buenos Aires, es decir el barrio de la
residencia aristocrática hasta 1880, en la época mítica de la
fundación de la oligarquía nacional.
2º) EL PENSAMIENTO ARCAlCO: Las vinculaciones de Borges con
él y cuanto implica de conservador como concepto ideológico,
quedan dichos. Basta ordenar las citas: A 17, 48, 52 Y 81; P 92 r
1967; H 93,87,38 Y54,0168/9,157,203 Y244; E 18; C 126/7.
Detrás de la penumbra está Inglaterra 233

3º) ELOGIO DELASFORMAS ARlSTOCRÁTICAS DESOCIABILIDAD:Una


de las características del juego social de nuestra aristocracia
burguesa ha sido la invención de una herencia noble y caballe-
resca inexistente. Las pretensiones de exclusivismo que llegan
a la manía, la gran arquitectura habitable del Barrio Norte en
el ochenta, con sus réplicas de castillos y palacios europeos, la
compra de títulos de nobleza, son algunos de sus rasgos.
Culturalmente, su superestructura comporta la asimilación y
exaltación de una supuesta nobleza natural, racial o familiar
lindante con las notas caballerescas, es decir, el refinamiento
natural con que se nace, propio del noble.
Las prácticas de la viril caballería -duelo, ordalía,juicio
de dios o del divino emperador-han sido exaltadas por Borges
repetidamente. Bastaría con pensar la sublimación caballeres-
ca que ha hecho del duelo criollo en reflexiones, cuentos y
versos, para probarlo. Dos borrachos que se desgracian en una
pulpería, una pelea de matones envidiosos, un asesinato de
rufianes a cargo de una banda rival o un crimen político son,
para Borges, ceremonias de la religión del coraje, obediencia
caballeresca a los mandatos ocultos de dios que se revelan en
el rito homicida. Cuando la densidad matadora disminuye con
los años y el compadraje va transformándose en proletario,
Borges se lamenta de que los marginales ya no sean servidores
del señor o del tratante de blancas: "Una mitología de puñales
/ lentamente se anula en el olvido / una canción de gesta se ha
perdido / en sórdidas noticias policiales'' (P 175). Otro tanto
-exaltación de la sumisión caballeresca al señor y a las reglas
del juego del hombre de espada- ocurre en la narración "El
incivil maestro de ceremonias Kotsuké No Suké" (1 73 Y ss).
Toda "la ética del criollo" (sic) reside en la aceptación del due-
lo como una regocijante fatalidad: "la sangre vertida no es me-
morable, ya que a los hombres les ocurre matar" (D 35). Es
decir que, lo importante no es la vida humana que sejuega y se
pierde, sino el gesto grande y elegante dejugarse la vida por sí
en homenaje a una bella ceremonia ritual. Ante la presencia
de personajes de la aristocracia, se elogian los valores corteses,
los primeros que resaltan en la formación ética de ese duro
234 antibmges
corazón que es propio del hombre noble: la "generosa corte-
sía" de Elvira de Alvear (H 64) Yla cortesía de Ricardo Güirald
"la no buscada, la primera / forma de su bondad ..." (La Nació
del 20 de octubre de 1968).
Q
4 ELOGIOA LASUMISIÓN:
) Para el hombre noble, para e_
aristócrata nato, la forma objetiva de la sumisión no importa
servidumbre. Es la forma mental que tiene, en su mundo estáti-
co de jerarquías eternizadas, de justificarse que existan quienes
sirven y nunca deberán dejar de servir. El que nació gleba o
esclavo, así morirá, como el que nació señor morirá en señorío
y será padre de señores. Epicteto desarrolla la idea al referirse a
la señoría del esclavo, que internaliza su subjetividad inaliena-
ble y la pone, libre, fuera de toda sumisión. Siempre los aristó-
cratas han exaltado la figura de los servidores fieles como una
suerte de sombra de la grandeza del señor. Frente al nuevo rico
que se persigue por su falta de alcurnia, el serior verdadero no
desprecia ni maltrata ni se abusa de sus sirvientes, sino que lo:
trata con familiaridad. Lo que no se perdona es la insumisión.
que se castiga severamente, pues el orden helado de la socie-
dad nobiliaria no admite que nadie renuncie a sus roles, ni el
señor ni el criado. Símbolo de extrema decadencia social son
estas insubordinaciones, cuando triunfan, como en el caso de
Perón (Irby-Murat-Peralta, p. 89). Así opina quien se cree per-
tenecer a la aristocracia fundadora del país, como a una clase
noble y patricia, esa clase de "hombres que han hecho la gue-
rra de la independencia, la guerra del Brasil, que han luchado
contra los indios, que han sido estancieros ..." (p. 59).
El elogio a las formas típicas de personajes servidores de
la aristocracia, esos pobretones nobles de corazón, caballero
de la daga o la pistola, es tema repetido en Borges: en La muerte
y la brújula es exaltada la figura de Red Sharlach, mitificación
de Juan Ruggiero, el guardaespaldas de un "caudillo barcelo-
nés" de allende el riacho (obviamente Alberto Barceló); el pis-
tolero a sueldo del señor es convertido en un gángster sofisti-
cado que planea un crimen cuádruple leyendo la Cábala; en
La otra muerte, Pedro Damián, reencarnación del Pier Damiani
dantesco, se porta cobardemente en la guerra civil uruguaya
Detrás de la penumbra está Inglaterra 235

del novecientos y paga su culpa convirtiéndose en un obedien-


te puestero, conducta que lo transforma en un héroe en la
memoria colectiva; el simple, el idiota, el pobre de espíritu de
quien será el reino de los cielos, el necio, el irresponsable y el
bufón son exaltados entre citas del Corán, los Evangelios y
Flaubert (D 140); el asesino Monk Eastman se transforma en
héroe, cuando pone su furia homicida en favor de Inglaterra y
contra Alemania durante la guerra mundial (162).
5º) EL ETERNO RETORNO: He insinuado ya la adhesión de
Borges al retornismo, idea confesa que vale la pena puntualizar.
En el devenir histórico no importa el acontecimiento sin-
gular: la historia, lo sabemos, no tiene sentido. Sólo vale el es-
fuerzo racional, el hecho de toparse con una forma típica, una
estructura simbólica, una metáfora fáctica o personal en que
se reconozca la única idea inteligible de la historia: el hecho
mítico, el héroe. Esta estructura encarna en sucesos aparente-
mente concretos y determinados en cuanto a tiempo y lugar
históricos. Pero, en realidad, son sólo la excusa sustancial, el
relleno pasajero de la forma simbólica. El hecho histórico es el
pretexto para el retorno eterno de los arquetipos sobre los
cuales se construye el flujo de la historia. Éstos, inclusive, redu-
cidos a unidades de lenguaje, terminan por perder su natura-
leza eterna e intemporal, ya que todo lenguaje es de índole
sucesiva (01245). Una batalla es "la" batalla, la forma eterna y
supratemporal del combate: "La batalla es eterna y puede pres-
cindir de la pompa de visibles ejércitos con clarines" (155).
"La historia universal es la historia de unas cuantas metáforas"
(01 13), ya que "El número de fábulas o metáforas de que es
capaz la imaginación de los hombres es limitado" (01 259). El
sentido histórico de esta postulación es claro: negar el curso
temporal de los hechos históricos de un estadio a otro, negar
su absoluta singularidad concreta, es una manera de decir que
el hombre nada tiene que hacer en la historia, ya que las for-
mas arquetípicas están prefijadas en la mente divina, y habrán
de aparecer, desaparecer y reaparecer eternamente, más allá
de la voluntad de los hombres y de su comprensión histórica.
La aspiración de Borges es la eternización martinfierrista de
236 anti t~

una etapa histórica: la de sujuventud,juventud carninadora de


suburbios que eran como decorados teatrales servidos a la con-
templación estética, vacíos de seres humanos reales, absoluta-
mente ausentes de vida. Es el global sentido que transparece
de su prosa "Sentirse en muerte" (01245 Y ss).
Los coetáneos de Borges imaginaron eterna la fiesta ino-
cente y refinada de los años veinte; como eterna que era, au-
sente la historicidad. La historia esperaba a estos despreveni-
dos a la vuelta de la esquina, cuando los ámbitos de la fiesta
fueron ocupados por los hambrientos y de los coloridos arra-
bales desiertos surgió el hombre. "Nosotros, lejos del azar y de
la aventura / nos creíamos desterrados a un tiempo exhausto /
el tiempo en que nada puede ocurrir... Yo tramaba una humil-
de mitología de tapias y cuchillos ... No presentimos el opro-
bio, el incendio y la tremenda noche de la Alianza", / (se refie-
re, por cierto, a la noche en que incendiaron el Jockey Club de
Buenos Aires)/ "nada nos dijo que la historia argentina echa-
ría a andar por las calles / ... el sabor de lo real y de lo increí-
ble ..." (H86).
69) EL INDIVIDUALISMO: Después de haber negado la exis-
tencia del yo, Borges hace fe de un individualismo feroz, que
habrá que remitir a la lista de sus contradicciones insalvables,
o entender, quizá, por el lado de una concepción atomista del
individuo, una inerme aglomeración de átomos que respon-
den a las leyes ineluctables de la fatalidad histórica, el mito. En
este caso lo incomprensible sería recabar libertad y determina-
ción para un ser que no es libre ni puede autodeterminarse.
Ocurre en realidad que el recurso de negar el yo es una mane-
ra neurótica de evitar la asunción de sí mismo, y la defensa de
la individualidad concebida como célula de la vida social, un
gesto de obediencia a la cultura liberal.
Spencer vuelve a ser ensalzado cuando se toca el tema
político (individuo y estado): véase 01 168. Con él se conjetu-
ra: "El más urgente de los problemas de nuestra época ... es la
gradual intromisión del Estado en los actos del individuo; en la
lucha con ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo,
el individuo argentino, acaso inútil o perjudicial hasta ahora,
Detrás de la penumbra está Inglaterra 237

encontraría justificación y deberes" (01 53). Estos artículos,


como se anticipó, datan de la guerra y la posguerra (la alusión
al nazismo es claramente una alusión al peronismo y no al de-
rrotado Reich). El gaucho antisocial, despreciado antes por
Borges como individuo inaccesible a las formas superiores de la
vida política, es ensalzado ahora con todo oportunismo, ya que el
Estado no es ya el conciliábulo aristocrático de la década an terior,
sino el peronismo en el poder. La conclusión política de Borges,
quien, como vimos, obligado por la historicidad evidente que
cobró la realidad argentina con Perón, habla de "los proble-
mas de la época", es ésta: "La abstracta posibilidad de un parti-
do que tuviera alguna afinidad con los argentinos: un partido
que nos prometiera un severo mínimo de gobierno" (ídem).
Toda forma gregaria que envuelva al individuo en una
clasificación masiva es irónicamente abominada (B 65), empe-
zando por la significativa yuxtaposición de la e.C.T. y los mani-
comios (sic). Isidro Parodi, encarnación de Borges, confiesa,
al final de la colección del apócrifo Bustos Domecq, ser un
detective a sueldo del Estado (IP 124), no obstante lo cual pro-
clama que "el hombre tiene que bastarse, contra la gente de
ahora que no hace más que pedir que el gobierno le arregle
todo" (íd. 123). Esto, escrito en 1942, se remit~ por medio del
interlocutor a la contemporánea guerra mundial, que el ele-
mental individualista Borges concibe como una lucha por de-
fender "esa creencia".
7º) LA DEFENSA DEL IMPERIO: La razón última, la más pro-
fundamente estructural, del pensamiento en cuya falange se
alinea Borges, es el sistema económico .inglés, a cuyo consumo
fue adjuntada y factorizada la economía argentina entre 1880
y 1945. La idea de que la supremacía natural de la raza y las
formas políticas y filosóficas de la cultura anglosajona eran atri-
butos fatalmente naturales de los ingleses, sirve para justificar
el dominio y ensalzarlo como la mejor ventura para el país
factorizado. Ésta es la sustancia ancilar a la que rodea y en la
que se conforma el pensamiento de Borges, a través de la in-
trincada maraña de su sintaxis, su erudición y sus problemas
como individuo concretamente psíquico.
238 antiborges
Ante todo, si el mundo es una invención literaria, enton-
ces los dueños naturales del mundo son los europeos, porque
no "hay europeo que no sea un escritor, en potencia o en acto"
(F 83). Por lo mismo, "para los europeos y americanos, hay un
orden -un solo orden- posible: el que antes llevó el nombre
de Roma y que ahora es la cultura de Occidente" (esto, que
parece escrito por Spengler, se lee en 01 185). En una confe-
rencia dicha en el Colegio Libre, sobre "El escritor argentino y
la tradición" (D 160) sostiene Borges: "Creo que nuestra tradi-
ción es toda la cultura occidental" (en el original de la confe-
rencia, publicada en fascículo por el Colegio, decía "europea")
"y creo también que tenemos derecho a esta tradición, mayor
que el que pueden tener 10s habitantes de una u otra nación
occidental". Es decir: que, por ser los más profundamente
factorizados, los argentinos somos más europeos que otro
americanos o europeos (piensa Borges, naturalmente, en los
países marginales de la misma Europa). No pudo ensayarse
más clara defensa de la colonización cultural del país que
ésta. Esto concluye un escritor que se proclama a sí mismo
como ajeno a la historia, en el mundo in temporal de los
arquetipos literarios. Resulta perfectamente natural que los
criollos lo sean, pari passu, esencialmente, para los ingleses,
~ sea una forma de la perspectiva inglesa de ver los objetos
(p. ej. el objeto "Argentina", el objeto "criollo"): "Percibir o no
los matices criollos es quizá baladí, pero el hecho es que de
todos los extranjeros (sin excluir, por cierto, a los españo-
les) nadie los percibe sino el inglés" (01 198).
La prosa de Borges está henchida de elogios ditirámbicos
al imperio inglés y a la colonización inglesa de casi todo el
mundo. El idioma inglés, como lengua literaria, es la superior
entre todas (lrby-Murat-Peralta p. 13). El imperio inglés era "de-
mocrático"; con él los ingleses han dejado "libertad" (ídem 47).
El colono o aparcero inglés, aunque se sospeche que ha sido
contrabandista, es un trabajador admirable: "Los campos esta-
ban empastados; las aguadas, amargas; el Inglés, para corregir
esas deficiencias, trabajó a la par de sus peones. Dicen que era
severo hasta la crueldad, pero escrupulosamente justo" (F 129).
Detrás de la penumbra está Inglaterra 239

Los capitalistas ingleses, despreciados por los argentinos "fácil-


mente nacionalistas, han llenado el país de ferrocarriles y
frigoríficas" (IP 17).
Al contrario de los ingleses, sus enemigos tradicionales
en la supremacía continental europea, los alemanes, "requie-
ren seminarios de abnegación, éticas de la infamia", mucho
mas allá de otros pueblos que sólo pueden ser "distraídamente
atroces, eventualmente heroicos" (D 171). En El [ardin ... un
astuto chino, colonizado traidor al imperio, se alía a los alema-
nes como espía para soplarles secretos militares de los ingleses.
La Rusia de los zares, gobernada por los Romanov que eran
primos de la reina Victoria de Inglaterra, era "amable y fastuo-
sa"; la Rusia soviética la ha pisoteado con sus "palafreneros y
utopistas" (IP 38).
Frente a tal esplendidez, los argentinos, bien coloniza-
dos, sin duda, por los ingleses, son unos bárbaros elementales
que no saben tomar el té, y se expresan gruesamente diciendo
que van a tomar "la leche" (Irby-Murat-Peral, p. 42); no pue-
den concebir al Estado, por lo cual no pasan de individuos a
ciudadanos; para ellos, robar dineros públicos no es un crimen
(e 156 y nota); son incapaces de la abstracción que significa
concebir el Estado (0151); al argentino "la filosofía no le inte-
resa; la ética tampoco: lo social se reduce, para él, a un conflic-
to de individuos o de clases o de naciones, en el que todo es
lícito, salvo ser escarnecido o vencido" (01220); dicho de otra
forma: el argentino es incapaz de sabiduría social y filosófica, y
esencialmente amoral; los países como la Argentina no tienen
historia: sus figuras sociales o políticas, son puros mitos: "No
pertenece el Fausto a la realidad argentina, pertenece -como
el tango, como el truco, como Yrigoyen- a la mitología ar-
gentina" (D 24); es quizás un país como África, prefijado en
una realidad eterna y rígidamente determinada, donde hay cier-
tas cosas y nada más y la posibilidad del hombre no existe fuera
de ellas: "África tiene en la eternidad su destino, donde hay
hazañas, reinos, religiones, arduos bosques y espadas" (P 89);
el Paseo de Julio, lugar de pobres y marginales, no es sentido
por Borges, el niño bien para quien la patria son unas cuantas
240 antiborges
familias ilustres, como patria; a él le dice: "Tu vida pacta con la
muerte: toda felicidad, con sólo existir, te es adversa / Paseo de
J~lio: Cielo para los que son del Infierno" (P 131).
Después de esta secuencia cabe concluir fácilmente: está
bien que los ingleses hayan factorizado el país con la ayuda de
las familias argentinas más distinguidas. Los argentinos, educa-
dos por la literatura de Borges, llegarán un día a dominar la
lengua imperial y a ser tan admirables como sus señores.

Si Borges hubiese sido Cuido y Spano, lo cual no es inve-


rosímil en su mundo de caos personal, habría escrito segura-
mente: "Reaccionario hasta la muerte / he nacido en Bueno
Aires". En efecto, con tal de defender al régimen al cual sirvió
ya la clase a la cual pertenece por abolengo y a la que se iden-
tifica por cultura, Borges, renunciando totalmente a los fueros
críticos del escritor, que bien podría haber esgrimido por su
formación liberal, ha estado infaltablemente al servicio de la
reacción. Después de haber defendido los derechos del indivi-
duo a bastarse a sí mismo más allá de la protección del Estado,
adhirió a todos los golpes militares contra gobiernos popula-
res o constitucionales: Uriburu contra Yrigoyen, Lonardi y
Aramburu contra Perón, Onganía contra Illia. En esto se iden-
tifica plenamente con la clase que lo generó, liberal pero auto-
ritaria y antidemocrática, tan presta a llenarse la boca con la
vigencia de la Constitución y la Ley como para prohijar dicta-
duras militares. Restañando antiguos agravios del peronismo,
el gobierno gorila restaurador le da el cargo de director de la
Biblioteca Nacional y el Premio Nacional de Literatura. Ingla-
terra y los Estados Unidos, agradeciendo los servicios de su
gendarme intelectual, lo invitan a series de conferencias. La
reacción internacional lo cuenta siempre a su lado: firma ma-
nifiestos aplaudiendo la invasión yanqui a Cuba, la represión
de los negros rebeldes en los Estados Unidos y el exterminio
de los guerrilleros en Bolivia.Jubilado como profesor universi-
tario en la cátedra obsequiada por la restauración libertadora,
pide a la i-riiversidad intervenida por el gobierno militar que
Detrás de la penumbra está Inglaterra 241

se la restituya. Apenas instaurado éste, firma un telegrama de


felicitación, suscripto por otros escritores y artistas, aprovechan-
do los homenajes tributados a Juan José Castro en sus setenta
años. El Partido Conservador lo cuenta entre sus afiliados. Se
pronuncia contra la Reforma Universitaria.
El entorno reaccionario responde plenamente a la cohe-
rencia del gran pope de la cultura oficial: la Sociedad Argenti-
. na de Escritores (tradicionalmente gorila y liberal) y la Acade-
miaArgentina del Lunfardo (tradicionalmente populista) piden
que se le otorgue el Premio Nobel de Literatura, y su nombre
suele figurar en las listas de premiables. Claude Mauriac lo con-
sidera entre los cinco más grandes escritores de la actualidad.
Robbe-Grillet lo proclama antecesor del objetivismo, ese mé-
todo novelístico que consiste, justamente, en negar la presen-
cia del hombre en la novela; otro tanto, en el terreno de la
filosofía, hace Michel Foucault, para el cual el hombre no exis-
te, pues se trata simplemente "sólo de un desgarrón en el or-
den de las cosas, en todo caso una configuración trazada por la
nueva disposición que ha tomado recientemente en el saber".
Todo el libro de Foucault, confesamente, es el desarrollo de
una frase de Borges. Los estructuralistas lo consideran un ante-
cesor de su método crítico literario. Louis Pauwels,
reivindicador de las ciencias ocul tas, dedica un programa de la
televisión francesa a exaltar la obra de Borges y a pedir que le
den el Nobel. Es una verdadera confabulación internacional
de los peores enemigos del humanismo la que está detrás de la
apoteosis mundial de Borges. Bastaría a la difusión que ha te-
nido un cierto mito popularizado por los escritores de la iz-
quierda para quienes Borges es el genio literario intocable, lo
cual permitió que se lo tradujera, difundiera y elogiara aun en
los países socialistas absurdamente, respetuosos también de las
grandes obras de arte que no admiten contenido ideológico.

Cierta parte de la izquierda intelectual de hoy se ha su-


mado al coro apoteótico de la obra de Borges que dirigen los
popes del pensamiento derechista, y compartiendo sus mismos
242 antibmges
presupuestos ideológicos acerca del hecho literario. Esta para-
doja sólo se explica si se engloba a la izquierda así pensante
entre los productos intelectuales del liberalismo tradicional.
Entre Borges y esta izquierda hay en común varios lastres: la
formación liberal del escritor, tal como se la concebía en los
años del Martín Fierro; la vivencia del peronismo como del ene-
migo más importante, por ser, justamente, la posibilidad ma-
yor de eliminación del sistema liberal de vida argentino; la per-
tenencia virtual a la casta de escritores, forma de pensamiento
tradicional entre nosotros, rota a partir de Perón por lo mismo
que, desde entonces, las ideas políticas perdieron su gratitud
académica para convertirse en posturas concretas del hombre
ante los demás hombres. Para esta izquierda la obra del escri-
tor es una cosa y sus ideas y posturas políticas son otra. Ergo: la
obra y las ideas nada tienen que ver, la obra literaria carece de
ideas, las ideas se dan en un plano que no es el que se supone
la inquietud vital más importante en la vida del escritor, es de-
cir, el plano de su obra.
Ante el fenómeno Borges, que, insisto, no es marginal
sino absolutamente típico de la cultura liberal, reaccionaria y
colonialista de la Argentina agraria, la izquierda filistea tradi-
cional ha hecho oír las voces de Julio Cortázar, Carlos Peralta y
Abelardo Castillo.
Cortázar deja Buenos Aires, tras largo ejercicio de coribante
alrededor de doña Victoria Ocampo, cuando "a la bandera argen-
tina se la llevan en un tacho de basuras y las paredes están cubier-
tas de carteles peronistas". Se acabaron los años refinados en que
el cantor de los comités conservadores y los reservados del
Armenonville, Carlos Cardel, era el ídolo tanguero popular. Ahora
reina Alberto Castillo, el exaltador de la vulgaridad proletaria de
los "negros que quieren ser blancos". En París, a sueldo de la
UNESCO, se transforma en un intelectual de extrema izquierda,
mimado por la burocracia cultural de la revolución cubana. Des-
de allí evoca los días de sus discusiones con los intelectuales "com-
prometidos" que propugnaban "acabar con los bizantinismos
borgianos (resolviendo hipócritamente el problema de su infe-
rioridad frente a lo mejor de Borges gracias a la usual falacia de
Detrás de la penumbra está Inglaterra 243

valerse de sus tristes aberraciones políticas o sociales para dismi-


nuir una obra que nada tiene que ver con ellas)". * Para Cortázar,
las tristes ideas aberrantes de Borges nada tienen que ver con su
obra, y es falaz interpretarlas en conjunto. Es hipócrita no admitir
la inferioridad literaria escudándose en posturas políticas. Basta-
ría con recorrer cuanto llevo escrito hasta ahora para ver que la
falacia mayúscula está en el apotegma cortazariano, y que lajusti-
ficación más hipócrita es la practicada por él mismo. Las ideas de
Borges están estrechamente ligadas a su obra, y viceversa. De tal
caletre reaccionario sólo podía salir la literatura que salió, y esta
literatura remite necesariamente a la mentalidad derechista de su
autor. Esto no lo puede admitir Cortázar, simplemente porque él
es un reaccionario de la estatura de Borges, y obediente a sus mis-
mos presupuestos ideológicos: la diferencia estriba en que, mien-
tras Borges es un consecuente liberal de derecha, Cortázar inte-
gra el ala izquierda tradicional de la cultura oficial. Si Cortázar
admite la esencial relación dialéctica del hombre con su obra,
tiene que aberrar de toda su producción literaria, y esto resultaría
suicida para un mandarín del espíritu. Un elegido, un creador de
pura belleza, no puede exhibir una obra literaria gratuita, plaga
ocultable en un play boy intelectual si es, a la vez, aficionado a las
revoluciones socialistas. En esto reside la contradicción
cortazariana: en no admitir que su justificación de una literatura
gratuita es un postulado claramente reaccionario, y en justificar a
Borges para justificarse. Él no se da cuenta de que justificar a Borges
esjustificar el asesinato del Che, la invasión de Cochinos, los bom-
bardeos de napalm, la tuberculosis infantil de Tucumán y la perse-
cución antinegra en los Estados Unidos, entre otras minucias que
a la literatura no le importan.
La gratuidad de la literatura, reino impoluto de la belleza
inmarcesible que ineluctables cánones gobiernan en la mente del
poeta, y que nada tiene que ver con la realidad del mundo, es un
principio intelectual de la cultura liberal tradicional, forjada por

* Julio Cortázar: La vuelta al día en ochenta mundos, Siglo XXI, Méxi-


CO, p. 100.
244 antib(f~ges

hombres que nada podían decir del Estado y del régimen, por-
que vivían, justamente, de los puestos oficiales y los premio:
que les pagaba ese Estado del régimen. El único izquierdismo
que se les permitía era el elogio de las revoluciones en las antí-
podas. Aquí había que defender el librecambio que permitiera
el juego al comercio monopolista inglés, la conquista del de-
sierto, la escuela pública que formara ciudadanos obedientes a
la constitución; combatir a la chusma yrigoyenista y a la canalla
de las urnas que no sabe votar. Cumplido con esto, podían
desfogarse en discursos sobre la invasión a Guatemala, la revo-
lución rusa o la república española. La literatura ligada a esta
mentalidad, naturalmente que podía recaer en la defensa del
hombre y su lucha por la libertad, la igualdad, etcétera, pero
siempre que el hombre a liberar estuviera bien lejos del paí ,
junto con sus tiranos y explotadores. Cortázar es el último ex-
ponente de esta cultura del izquierdismo filisteo y oficialista. Es
un patotero intelectual que juega a la izquierda en París y sobre
Cuba o Vietnam, como sus antepasados jugaban al surrealismo
francés, al anarquismo ruso o al republicanismo español. Es la
nueva manera de tirar manteca al techo, cambiando el escena-
rio del cabaret libertino por el del café literario.
Una clara y no casual identidad de posturas hermana a toda
la izquierda filistea alrededor del coro proborgiano. Hay que sal-
var al mandarín, para salvar al mandarinato. Borges es viejo y se
puede morir en cualquier momento, pero el imperio de los cletcs
debe ser eterno. Como Cortázar, Borges se ha acercado a la vil
política por generosidad de espíritu. Su lucha contra Perón no
era política, sino ética (Y.Irby, etcétera, p. 111). No importaba la
consecuencia real general de las ideas y posturas defendida.
sino la justificación del individuo ante sí mismo. Así como se
escinde al pensador de su obra, en Cortázar, la lucha revoluciona-
ria, para Carlos Peralta, redactor del semanario Marchase escinde
en varios planos: "... la revolución debe llegar a muchos objeti-
vos -hambre, atraso, ignorancia, todos sabemos- antes que a
Borges" (ídem, p. 103). Como si la revolución pudiera hacer cier-
tas cosas y otras no, a piacere; como si Borges no estuviera in-
tegrado al régimen que debe destruirse para que la revolución se
Detrás de la penumbra está Inglaterra 245

cumpla como si una revolución fuera simplemente un poco más


de comida y de escuelas o de electricidad o instalaciones sanitarias
para los opas, en tanto el resto sigue igual. Esta revolución se pare-
ce demasiado a la propugnada por el socialismo justista, cuando
elogiaba la factorización inglesa que había traído hasta América,
ferrocarriles, escuelas laicas y water closets.
Abelardo Castillo, representante de la izquierda desarrollista,
une su voz al coro bilingüe de alabanzas que canta en las páginas
de L'herne de París (Bosco, p. 126 Yss). A él no le gusta Borges,
pero lo admira. Ciertamente: es una jirafa sagrada, un gran escri-
tor de derecha que ha hecho un aporte esencial a la cultura y,por
lo mismo, a la historia del hombre, por lo que será reivindicado
en revoluciones futuras. Borges es el Valéry, el Tolstoi, el Eliot, el
Cocteau, el D'Annunzio, el Montherlant argentino. Conviene su-
brayar que ésta es la entraña misma del mito de la izquierda: el
elevar a Borges a la categoría de gran escritor, circunstancia aún
improbada. Una erudición inculta y pedante, un abarrotamiento
de lecturas raras, un estilo de arcaísmos y metáforas retorcidas en
una sintaxis aprendida en Mallarmé, unos cuentos inspirados en
lecturas más o menos armonizadas de apuro, no garantizan que
Borges sea un gran literato. Y aunque así lo fuera, a un hombre de
izquierda no le puede importar la perfección formal o estilística
de una literatura para juzgar de su grandeza. Por este camino se
llega al infierno .de las definiciones más aberrantes del propio
Borges, que prefiere tal filósofo a tal otro porque escribe mejor.
Castillo recoge toda la inmundicia pensada que elliberalis-
mo intelectual ha dejado flotar en el estanque de la cultura nacio-
nal. Veamos: le critica a Borges que confunda a Perón con el
peronismo -a Perón no lo pasa ninguno de los dos-, siendo
que los negros peronistas son buenos muchachos seducidos por
un canalla. El sentido de la afirmación es claro: los negros son
buenos sin Perón, es decir sin el caudillo que se ubicó con ellos en
la coyuntura para politizarlos, pero son malos con Perón, ya que
de otra forma habrían seguido siendo los opas tranquilos de la
década infame. Como Borges, Castillo piensa que Borges y el país
son inciertos, pero que ambos permiten una bella hipótesis. Esto
no necesita comentarse. A renglón seguido, Castillo se pega en el
246 antiborges
pecho, confesando que le atrae confundir la ética con la estética.
y que, se suele irritar, como la gente de su generación,juzgando la
obra borgesca de acuerdo a los manifiestos que haya firmad
Borges contra Fidel. El eco de Cortázar y Peralta vuelve a oírse. La
prosa de Borges, según el panegirista, es la más argentina que
escribe en el país, y algunos de sus cuentos son los más revolucio-
narios desde los hindúes en adelante. Como no sé que sea argen-
tino o revolucionario para Castillo me abstengo de juzgar. Pero
hay otros asertos más claros: que es injusto juzgar a un hombre
por sus ideas (esto lo escribe un hombre que se dice de izquier-
da); que Borges escribe olvidándose de lo que ha escrito (esto es
un galimatías que no merece observación). Pero no es lo peor, .
se relee el final: "Para olvidar al Borges que opina sobre la reali-
dad, debemos atenemos a la generosidad de creer que él la igno-
ra, que se engaña o que le mienten. Entonces sí, la verdadera
grandeza de Borges me deslumbra. Porque entonces la realidad
no puede prescindir de Borges". (Basca, p. 133). La identifica-
ción con Borges, con el pensador reaccionario que ignora la rea-
lidad, que se engaña o que admite que le mientan, es intachable.
El pensamiento filisteo deja caer su séptimo velo: era la Bella Ote-
ro disfrazada de Rosa Luxemburgo. Una vez elisionada la reali-
dad por la mentira, el engaño o la ignorancia, entonces el cletc
ingresa en la realidad. ¿En cuál? En la realidad mutilada y falsifica-
da por un pensador de la derecha.
Lo peory más triste de esta indigencia intelectual de nue -
tras izquierdas es su unanimidad. En el silencio o la repetición.
o en el ataque a Borges por medio del insulto personal o la cacha-
da, admitiendo que otra cosa no puede decírsele, se rodea el monu-
mento del tabú como para la ceremonia final. Los únicos in-
tentos reivindicables de revisión borgiana desde la izquierda
pueden atribuirse a Prieto cuyo trabajo, citado, puede suscri-
birse por completo, a pesar de sus baches (Y. sobre todo las
primeras observaciones sobre el estilo mental pueril de Borges,
pp. 64 Y 65) ya Pedro Orgambide.* Ambos han convenido en no

* Pedro Orgambicle: Yo, mgentino,]orge Álvarez, Buenos Aires, 1968,


pp. 143-148.
Detrás de la penumbra está Inglaterra 247

tragarse el sable de admirar la grandeza deslumbradora de un


hombre que se deja engañar y mentir, y que pretende, así, ig-
norar la realidad que lo rodea:

Mirado en la perspectiva histórica de la literatura argenti-


na, Borges ejemplifica las miserias y limitaciones de la cultura
alvearista. Es cierto que, en el plano puramente estético, la gene-
ración del Martín Fierro aportó algunos elementos valiosos, que
luego fueron adquisiciones perdurables de nuestro medio cultu-
ral: los adelantos de estilo de la poesía moderna -a través de
Apollinaire y Marinetti, sobre todo-, el gusto por la música des-
prendida de la armonía tradicional-impresionismo, Stravinsky,
escuela de Viena, grupo francés de los seis=-, el descubrimiento
del cine artístico, la pintura cubista, el surrealismo, etcétera. Pero
fueron adquisiciones indirectas que quedaron como hechos de la
época y no alcanzaron, por falta de arraigo, a configurar las bases
de toda una nueva estética. Pasados los años del juego refinado y
el nihilismo primitivo, los caminos posibles no fueron muchos. La
"década infame" constriñó a todo el mundo a comprometerse en
alguna perspectiva histórica. Los martinfierristas respondieron de
manera vaga e inválida: se movían en este terreno como en cam-
po extraño, y sus únicos gestos eran los que refleja esa metafísica
social enferma de buena o mala literatura que escribieron por los
años treinta Scalabrini Ortiz (El hombre que está soloy espera), Martínez
Estrada (Radiografia de la pampa) y Mallea (Historia de una pasión
argentina). Los martinfierristas se transformaban rápidamente en
claros defensores del régimen, según Borges lo iba mostrando. Si
no los salvaba una variante ideológica -insinuada por el grupo
radical disidente de F.O.R.].A.- terminarían como sus antepasados,
en el infierno del conformismo más reaccionario. Al envejecer, el
nihilista se transforma en hombre serio.
La llegada de Perón a la escena nacional fue el minuto de la
verdad. De allí en adelante las cosas no admitirían ya soluciones
de compromiso como las meditaciones abstractas de la década
anterior. Y los caminos se abrieron definitivamente. La opción
por el peronismo -Scalabrini Ortiz en primer término, como
248 antibmges
funcionario de los ferrocarriles nacionalizados y autor de Poli -
ea británica en el Río de la Plata e Historia de losferrocarriles argenli-
nos-, Marechal, Rega Molina, Olivari y Castelnuovo, se enfren I

a la coalición de los liberales más recalcitrantes de izquierda _


de derecha, junto con el resto indefendible del nacionalism
oligárquico. En el golpe de 1955,juntos y abanderados por la res-
tauración libertadora, liberales y nacionalistas, más allá de las ten-
dencias, se unían alrededor del régimen. De allí en más el destino
del martinfierrismo se encarna en Borges y Martínez Estrada, los
únicos dos escritores importantes y en ejercicio de su genera-
ción. Los resultados están a la vista.

Conviene terminar. Ante Borges, que es unjugador tram-


poso, un chico mitómano, la opción es de hierro, y las
escapatorias, falaces: o aceptar su regla del juego, o descubrir-
le las trampas y poner en claro sus mentiras. En el momento
negativo del vaivén dialéctico, Prieto, haciendo la crítica li-
teraria de la literatura borgesca, decía que descubría haber
escrito "un ensayo inútil sobre la inutilidad de cierta literatu-
ra" (p. 90). Se equivocaba. La literatura de Borges no es inútil
sino evidente y funestamente útil. Útil al régimen al que sirve,
de manera positiva, y útil también por la fructífera confusión
que disemina y se hace aceptar en los círculos de la izquierda
falaz. Aceptando su regla de juego, entrando en el análisis de
su obra presuponiendo su validez, y admitiendo sus ideas sólo
y tal como se encuentran dichas por él, en suma: haciendo su
fenomenología ensimismada y nada más, se le da la razón, se
cae en su trampa. Eso es 16 que Borges quiere: hacer pasar sus
posturas de principio por universales no críticos, por dogmas,
y así emprender la crítica de la obra que resultaría a la postre
una endocrítica, pobre y rastrera. Es lo que han hecho sus
amigos José Luis Ríos Patrón, César Fernández Moreno y Ana
Barrenechea, siguiendo el ejemplo de Tamayo y Ruiz Díaz, que
fueron los iniciadores.
La otra alternativa es la elegida por nosotros: situar a
Borges, quiera que no, traducirlo al idioma del cual pretendió
Detrás de la penumbra está Inglaterra 249

escaparse, medir sus responsabilidades en el mundo en que está


aunque no qmera.
El Premio Nobel y la cátedra de Poética . en, la universi-
dad de Oxford serán quizá los próximos pasos hacia la gloria.
La industria publicitaria del régimen se encargará de hacernos
creer que los galardones se prenderán en el pecho de la Ar-
gentina, como los campeonatos mundiales que trajeron
Accavallo, Locche y Estudiantes de La Plata. No importa quién
maneje la deuda pública externa del país, su siderurgia, su pe-
tróleo y sus centros de hidroelectricidad. Así que la coloniza-
ción sea completa, nos debemos enorgullecer de tener cam-
peones mundiales y escritores célebres.
Es hora de decir una buena vez que NO: no puede ser sino
humillante para los argentinos que un escritor como Borges sea
tomado por el paradigma intelectual argentino en el exterior. Pri-
mero, porque mal puede representar a la cultura nacional un
cipayo incorregible como él, que llegó a pedir la intervención de
tropas de las Naciones Unidas en caso de que Perón llegara al
poder (ver manifiesto en La Prensa del 8 de enero de 1946).
Y segundo, porque pensar que Borges representa a la Ar-
gen tina es lo mismo que identificar a la Argentina con el régimen
que la sojuzga, y si hay una Argentina verdadera es la que lucha
contra la colonización económica y moral y no, la que la admite y
la sirve. La apoteosis de Borges es la apoteosis de la mutilación
castradora y del miedo, de la sumisión y el colonialismo, es la apo-
teosis de la incapacidad del país a gobernarse a sí mismo y de la
oblación a la dominación extranjera. Para Borges la Argentina
está fatalmente condenada a ser colonia y así hay que admitir su
destino. A esta colonia sumisa le darán los galardones del cipayismo
y esto no nos puede enorgullecer de ninguna manera.
Borges se pregunta a través de Novalis (v. D 136): "El
mayor hechicero sería el que hechizara hasta el punto de to-
mar sus fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería
ése nuestro caso?". Este libro fue escrito ante el régimen que
corea SÍ, en nombre de los argentinos libres que gritan NO.

Enero de 1969.
250 antibmges
CLAVES PARA LAS CITAS DE OBRAS DE BORGES
TRANSCRIPTAS EN EL TEXTO:
En general, se utiliza la edición Emecé de Obras completas:

P: Poemas, 1923-1958, edición de 1962.


D: Discusión, edición de 1966.
H: El hacedor, edición de 1960.
F: Ficciones, edición de 1960.
E: Historia de la eternidad, edición de 1966.
1: Historia universal de la infamia, edición de 1964.
A: El Aleph, edición de 1963.
01: Otras inquisiciones, edición de 1960.
C: Euaristo Carriego, edición de 1963.

Citadas además:
B: Crónicas de Bustos Domecq por Jorge Luis Borges y Adol-
fo Bioy Casares, Losada, Buenos Aires, 1968.
IP: Seis problemas para don Isidro Paro di por H. Bustos
Domecq, Sur, Buenos Aires, 1942.

T aMADO DE BORGES o EL JUEGO TRASCENDENTE,

PEÑA LILLO, BUENOS AIRES, 1971.

Bias Matamoro

Nació en 1942. Se recibió de abogado y fue profesor


en la Universidad de Buenos Aires. En 1976 se exilió en
Madrid, donde actualmente reside. Fue corresponsal de
diversos medios periodísticos argentinos y mexicanos y pe-
riodista en varias publicaciones españolas. Ha dictado cur-
sos en numerosos centros universitarios europeos y latinoa-
mericanos. Actualmente esjefe de redacción de los Cuadernos
Hispanoamericanos. Sus obras ensayísticas más importantes
son: La ciudad del tango (tango histórico y sociedad) (1969), Borges
o eljuego trascendente (1971), Genio y figura de Victoria Ocampo
(1986) y Lecturas americanas (1974-1989) (1990).
CAPÍTULo SEIS

Un balance

necesario
Aparentemente Borges estuvo dos veces muy cer-
ca de obtener el Premio Nobel de Literatura. La pri-
mera de ellas, en 1971; éste fue finalmente para Pablo
Neruda. Se comentó que el fallo había favorecido al
chileno por un solo voto. Borges le envió un telegra-
ma felicitándolo y ante la prensa reiteró la estima que
le merecía su poesía.
La segunda sucedió unos años más tarde. Su ad-
hesión entusiasta y elegante al gobierno de Pinochet
'en Chile y al "gobierno de los caballeros", el del Pro-
ceso, en Argentina, lo volvió a alejar entonces ya defi-
nitivamente del premio. "Sabía que estabajugándome
el Premio Nobel -le dirá a María Esther Vázquez-,
pero pensé: qué absurdo juzgar a un escritor por sus
ideas." El escritor Arthur Lundkvist, uno de los miem-
bros más influyentes de la Academia Sueca, habría de
confirmarle en privado al escritor y político chileno
Volodia Teitelboim esta sospecha: "Soy y seré un tenaz
opositor a la concesión del Premio Nobel de Literatura a
Borges por su apoyo a la dictadura de Pinochet, que

* En María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, Javier


Vergara Editor, Buenos Aires, 1984.
254 antib01ges
ha sido usado por la propaganda de la tiranía para intentar
una operación cosmética",*

En este último capítulo hemos incluido un artículo de


Pedro Orgambide publicado originalmente en 1978, en su
exilio mexicano. En una reciente reedición, Horacio
González lo presentaba así: "Orgambide traza un completo
balance de este escritor por tantos motivos esencial al idio-
ma de los argentinos, para emplear una de sus expresione .
Orgambide nos da un Borges en toda su complejidad y al
mismo tiempo pinta un completo'fresco' de la Argentina
'borgeana', en la que se contienen los terribles procesos que
todos hemos presenciado. Las insensateces del enorme au-
tor de El Aleph. son revisadas por Orgambide como un modo
de poner a prueba su propio estilo, esa poética de la política
que nos tiene que decir incesantemente que la literatura

* En Volodia Teitelboim, Los dos Borges: vida, sueños, enigmas, Sud-


americana, Santiago de Chile, 1996.
Ciertamente existen otras explicaciones. El mismo Arthur
Lundkvist habría de escandalizar a la opinión pública argentina
al declarar que "Borges se ha convertido en un mito y considero
que su trabajo no está a la altura de un Premio Nobel" y que "su
prosa está desproporcionadamente sobrevaluada. Sus cuentos
adolecen de una extrema estilización casi paralizante".
Otra versión más dudosa -porque sobredimensiona la influen-
cia de Lundkvist- y a la vez con un fuerte anclaje argentino -com-
placiente porque esboza los tópicos previsibles de la envidia, el
resentimiento y la conspiración- es la que proporciona María
Esther Vázquez en Borges. Esplendor y derrota, Tusquets, Barcelona,
1996. Dice que en 1964, cuando el escritor estaba visitando
Estocolmo, un joven tímido, Lundkvist, le leyó unos poemas que
hablaban de un iceberg. Borges habría comentado la banalidad
de los mismos dejando al autor en una situación ingrata. Durante
los siguientes veinte años, el escritor humillado habría influido
decisivamente sobre el resto de los maleables académicos suecos
privando así a nuestro país de otro merecido Nobel.
Un balance necesario 255

ocupa un campo autónomo de problemas y que la historia


irrumpe en ella bajo formas indelicadas, siendo una de ellas
la responsabilidad social del escritor":
El segundo texto que encontrará el lector es un breve y con-
movedor artículo de Juan Gelman -publicado originalmente en
Página/12- donde examina las posturas políticas del autor de
Ficcionesa las que nos hemos referido anteriormente, a la luz de su
público y valiente arrepentimiento en los años ochenta.
El último trabajo, con el cual cerramos este volumen,
"Borges: el nihilismo débil" de Juan José Sebreli, nos ofrece, a
partir del análisis de varios tópicos destacables de la obra
borgeana, un provocador panorama del lugar que Borges ha
ocupado en la cultura y la sociedad argentinas y un sugerente
análisis de su pensamiento filosófico a partir del cual se pue-
den entender de manera mucho más productiva las cambiantes
perspectivas y las aparentes contradicciones que recorren su
obra: racionalismo e irracionalismo, liberalismo y nacionalis-
mo, escepticismo y misticismo, cosmopolitismo y criollismo, por
citar las más notorias.

* Prólogo a Poética de la política, Colihue, Buenos Aires, 1998.


Borges y su pensamiento
político

LO QUE SE DICE, LO QUE SE ESCRIBE

La preocupación que en diversas partes del mun-


do han despertado las declaraciones políticas de Jorge
Luis Borges en defensa de las dictaduras del Cono Sur, el
haberse transformado en el portavoz intelectual más
notorio de laJunta Militar que usurpa el poder en la Ar-
gentina, en el panegirista de Pinochet -cabeza visible
del genocidio- y el haber asumido, según sus propias
palabras, una militancia a favor de estos regímenes de
fuerza, nos obliga a detenernos hoy en un aspecto
extraliterario de este escritor, a buscar las razones de esa
militancia en su propio pensamiento político.
No es fácil. Quien ha frecuentado durante muchos
años la obra literaria de Borges no puede escindir,
asépticamente, las resonancias de esa obra en su propia
persona, no puede ni debe negar la gratitud ni el deleite
que esa obra le ha deparado. Pero no puede tampoco
transformar esa gratitud en complicidad, en silencio, o
perdonar, en nombre de ella, los numerosos crímenes,
secuestros, torturas, la violación a los más elementales
derechos humanos que se producen hoy en la Argenti-
na, bajo el régimen que Borges, como hombre político,
defiende y avala con su prestigio literario.
258 antibmges
Algunas respuestas tranquilizadoras, ecuarumes, surgen
entonces: "no hay que juzgar a Borges por lo que dice sino por lo
que escribe, es un gran escritor poéticamente equivocado, es otra
de sus bromas, está viejo". Pero esas respuestas, lejos de tranquili-
zar confunden a la gente de buena fe, que se pregunta entonces .
Borges carece de toda información y pensamiento político, si pa-
dece alguna enfermedad senil, si, realmente, hizo suya la metáfo-
ra de la infinita Biblioteca y no ha salido de allí en estos años. La
realidad desmiente estas piadosas conjeturas. En la Argentina y
fuera de ella, Borges expresa claramente sus convicciones políti-
cas. Su última boutade, en todo caso, pudo ser la de proclamarse
conservador como una forma de escepticismo político. El alistar-
se junto a los militares represores ya no es broma, o una broma
sangrienta en todo caso.

LA PARADOJA COMO PROVOCACIÓN

De todos modos, su devoción por lo militar no es nueva. En


sus reiteradas alusiones a sus antepasados (a sus mayores como él
dice), en el recuerdo del Borges militar en los fortines, peleando
con los indios, hay un reconocimiento y la incurable nostalgia de
no ser como él, hombre de acción, actor y no mero con templador
de la Historia. Hoy, el Borges político ha reparado esa deuda de:
Borges escritor: es un hombre de acción, sin duda, un militante.
No en vano Pinochet lo condecora. Y aunque él diga que no
merecedor de esos honores, sí lo es, como soldado de la reacción
en la lucha ideológica de América Latina. Su nombre, su mereci-
da gloria, son también trofeos de los militares represores de Ar-
gentina, Chile, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Brasil. Quien en otro
tiempo recibiera la Orden del Sol del Perú y el grado de Comen-
dador de Italia recibe hoy la condecoración del genocida, respon-
sable directo del asesinato de Víctor Jara y de la última humilla-
ción a Pablo Neruda.
Naturalmente, Borges puede repetir lo mismo que dije-
ra de Federico Carcía Lorca, bromear, sospechar que esas
Borges y su pensamiento político 259

muertes fueron oportunas, que cerraron con cierto patetismo


esas vidas que él jamás valoró. Puede decido sin inquietarse,
mientras se sienta a la mesa del general Jorge Rafael Videla,
junto a Ernesto Sabato y el padre' Castellani, como si nada pa-
sara en la Argentina, como si en ese mismo momento otros
colegas suyos no sufrieran la cárcel, la tortura o la muerte. Es
entonces cuando el padre Castellani, hombre de derecha, pide
noticias del novelista Haroldo Conti, secuestrado como tantos
otros hombres y mujeres de la Argentina por una de esas ban-
das de forajidos que han superado en mucho a los cínicos y
melancólicos gángsters que Borges evocara en su Historia uni-
versal de la infamia (1935). "Pido por un cristiano", dice el pa-
dre Castellani. Borges calla. Es posible que no haya tenido tiem-
po ni ganas de leer a Haroldo Conti, que no sepa quién es. Es
posible. Debe conocer, en cambio, a Antonio Di Benedetto,
escritor sin filiación política, encarcelado desde el 21 de marzo
de 1976. Di Benedetto padece los efectos de una larga huelga
de hambre y se teme por su salud mental. ¿Borges pedirá por
él y no por Con ti? ¿Omitirá esas desdichas de sus colegas en sus
pláticas con los militares? Es difícil saberlo. En cambio, sus
declaraciones públicas en favor de la Junta Militar llegan al
exceso, comprometen su exaltación.
Ningún hombre puede pensar el pensamiento de otro; pue-
de, en cambio, seguir las oscilaciones de ese pensamiento a través
de las palabras que lo expresan, de sus gestos y actitudes más signi-
ficativos. En política, al menos puede ser buen indicador tanto el
texto que se dice como la forma de decido. Lo que a veces sor-
prende y confunde en el pensamiento político de Borges es la
manera de expresado. Hay ciertas constantes que se repiten en
sus declaraciones verbales o escritas respecto a lo político: a) el
uso de la paradoja; b) lo imprevisto, lo insólito; e) el énfasis totali-
tario. La primera de estas constantes, presente también en su lite-
ratura, suele configurar una metáfora humorística (conservador
= escéptico) y dejar cierto campo a la ambigüedad. El uso de lo
imprevisto o insólito (decir, por ejemplo, en los Estados Uni-
dos, que los negros carecen de "memoria histórica") refuerza
lo paradójico, logra sorprender, irritar, y cierra así la posibilidad
260 antihmges
de diálogo y discusión. Esta actitud "provocadora" (en un sentid
político) es el equivalente intelectual de la "matoneada", ejercici
frecuente en la política. argentina. Más eficaz que el epíteto bru-
tal, más dura que la cachiporra, las cadenas o el puño de hierro,
fiase que no deja el menor intersticio para la duda, la reflexión.
refutación racional, sólo permite una adhesión sin condiciones
una respuesta francamente hostil. El énfasis totalitario, al fin, n
es otra cosa que el corolario de esta actitud. La eficacia del proce-
dimiento (paradoja + sorpresa = énfasis totalitario) ha paraliza
a la crítica de izquierda (sistemáticamente fustigada por la críti
burguesa como totalitaria) que confunde respeto a un product
de literatura con neutralidad frente a ese productor como hornlJr:
político, y que no se permite -por temor a parecer sectaria-
lectura del discurso político de Borges.
Este malentendido dificulta una posible evaluación de
ese pensamiento, una lectura desprejuiciada de ese discur o
Intentarla quizá significa comenzar a romper con la actitud d
"parientes pobres" de la cultura institucionalizada, para ver
desde ella, desde las contradicciones de uno de sus hijos predi-
lectos, las razones de su accionar y de su ideología. Se trata d
observar en el mismo sistema ideológico de Borges, algun
claves que nos expliquen su actitud política. Por lo tanto serz
necesario tomar cierta distancia de lo inmediato, recorrer otr
momentos de su vida política, interrogarnos tanto sobre el con-
texto como sobre los textos que influyeron en su informació
sobre ambientes y amistades que compartieron el mundo de
sus ideas y sus afectos. Sólo así podremos entender lo que h
parece incomprensible: la conversión a un dogma autocrátic
de un pensamiento formado en la tradición liberal argentina
en la frecuentación de la llamada cultura universal.

IRREALIDAD Y COSTUMBRISMO

A los ocho años, Jorge Luis Borges, nacido en Buen


Aires en 1899, "redacta en idioma inglés, una suerte de co
pendio o censo de la mitología griega, al que agrega m
Borges y su pensamiento político 261

singulares observaciones de las divinidades mayores y meno-


res". Quien evoca esto es Carlos Mastronardi, el fino poeta
entrerriano, amigo de Borges, con el que solíamos conversar
en el café Tortoni acerca de ese tiempo; de las primeras déca-
das del siglo, tiempo que las familias criollas y los intelectuales
compartían como el sueño del progreso indefinido. Entretan-
to se asentaba el proceso inmigratorio en la Argentina; la vida
del conventillo daba tema al sainete; ganaba adictos el radica-
lismo -la Unión Cívica Radical incorporaba a su proyecto po-
lítico los anhelos de cambio de la pequeña burguesía criolla e
inmigrante-o Otras corrientes de pensamiento -el anarquis-
mo, el socialismo- se proyéctaban en la vida de los argenti-
nos, en el accionar de su incipiente proletariado, en sus orga-
nizaciones sindicales y también en los poetas y escritores que,
desde la pequeña burguesía y desde la práctica de la literatura,
hacían suya la ideología -el ideario, como se decía entonces-
de los peones, obreros y artesanos insurrectos. Uno de estos
poetas frecuentaba la casa de Borges en el barrio de Palermo y
el niño de entonces lo evocaría después en uno de sus trabajos:
Evaristo Carriego (1930). El poeta colaboraba en el periódico
anarquista La protesta y había publicado en 1908 sus Misas here-
jes, con resonancias de las "milongas clásicas" de Almafuerte,
poeta al que Borges también conoció de niño. El padre de
Borges, librepensador como se decía en esa época, abría las
puertas de su casa a esos personajes de la bohemia, sin temor
por lo visto a la "retórica de la injusticia" que en ese tiempo
también compartía Leopoldo Lugones, antes de transformar-
se en el cantor celebrante del Centenario y mucho antes, cla-
ro, de ser portavoz oficial del fascismo criollo, de la Cruz y la
Espada, del "nacionalismo imperial", como certeramente lo de-
finiera Horacio Quiroga. En esa "retórica", que Borges oyó des-
de nÍl10, el escritor aprendió a descifrar una Ética (como más
tarde informa al comparar el impulso mesiánico de Whitman
con el de Almafuerte) y también el más modesto fervor por el
barrio y los humildes que le enseñara Carriego.
A él le debe, también, una tipología de orilleros y una de
sus permanentes obsesiones: el culto del coraje.
262 antibmges
Tal vez sea oportuno analizar si el llamado culto del coraje
tuvo algún significado en el pensamiento político de Borges, ade-
más de ser una de sus claves literarias. En el código borgiano, el
culto del coraje aparece junto a una visión idealizada del subur-
bio, que se aparta de la pintura costumbrista y de intención social
de Evaristo Carriego. A la "retórica de la injusticia" (que alude al
comportamiento de grandes grupos humanos) opone Borges la
retórica del coraje individual, donde un hombre (que es todos lo
hombres) asume su destino en una situación límite (duelo y muer-
te) que lo justifica y lo aparta en una sola noche, en un momento
único, intransferible, de la monotonía de los días iguales. Este
recurso, reiterado en numerosos cuentos de Borges, es parte de
su retórica, de su lenguaje, de su concepción de la literatura. Tam-
bién, creo, de una visión más generalizada de la realidad. Su ex-
trañamiento del costumbrismo, su énfasis en la realidad y univer-
salidad del mito, muestra, al menos, su desinterés en continuarlo
desde el contexto popular en que había surgido.
Su antecesor, Carriego, tenía su arquetipo en Juan Moreira
y en los gauchos "alzados" contra la autoridad. Su poema "El
guapo" rinde homenaje desde el epígrafe al arquetipo de ese
culto: "A San Juan Moreira, cultor del coraje". Esta idealización
de las poblaciones marginadas del campo y el suburbio, de la
"chusma bravía" como la llamaba Carriego, correspondía a lo
anhelos de justicia de esa audiencia anónima que había dado
vigencia al folletín de Eduardo Gutiérrez, la misma que se iden-
tificaba con las andanzas y desventuras del gaucho Martín Fie-
rro, al que Borges calificara años después, humorísticamente.
como un "siciliano rencoroso". También allí, en ese juicio oca-
sional y arbitrario, encontramos un lejano antecedente de las
antojadizas declaraciones políticas de Borges, una manera de
discernir y de formular de forma insólita y totalitaria un juicio
de valor. Ni la "chusma bravía" ni el gaucho pendenciero (otro
calificativo de Borges para referirse al personaje de Hernández)
contaron con la simpatía política del escritor que, no obstante.
siguió visitando el suburbio desde la literatura.
Desafecto a las masas, a las multitudes, en las que proyec-
ta su temor al caos y a lo irracional, Borges, al igual que no
Borges y su pensamiento político 263

pocos hombres ilustres de la Argentina, ve en ellas los símbo-


los inquietantes de la pampa bárbara. En uno de sus cuentos,
narra la extraña conversión de una cautiva a los hábitos y cos-
tumbres del desierto, relato que, según el autor, tiene como
antecedente las conversaciones de su abuela inglesa. En esa
historia, la imagen atroz de la cautiva bebiendo en el suelo de
tierra la sangre de un animal recién degollado, se transforma
en una metáfora de la degradación de "lo civilizado", contracara
de la Conquista del Desierto y del proyecto liberal de la Gene-
ración del 80. En ese proyecto, que intentaba copiar normas
de vida de los países europeos desarrollados (Gran Bretaña y
Francia), no había lugar para el gaucho, para las formas rudi-
mentarias de producción, para "el interior", esa forma verbal
que simplificaba en dos palabras a todas las provincias de la
República y las supeditaba a los intereses políticos y económi-
cos de Buenos Aires. Terminada la guerra contra los caudillos,
diezmadas sus fuerzas, aniquilados los indios en una especta-
cular "guerra al malón" que diera fama y poder al joven gene-
ral Roca, el negocio de la política -instancia superior de otros
negocios como la tenencia de la tierra y la explotación pecua-
ria- quedaba en mano de unas pocas familias, dueñas del lati-
fundio y el Parlamento, de la administración de las leyes y de la
producción de la cultura. Muchos de los prejuicios del pensa-
miento oligárquico se instrumentan entonces y se legitiman a
través de obras como Las multitudes argentinas, del doctor Ra-
mos Mejía, que hacen escuela y se arraigan no sólo en las mi-
norías que detentan el poder, sino en los estratos superiores de
nuestras capas medias, que copian las actitudes y el lenguaje,
las modas y los gustos de las llamadas familias patricias. Borges
cuenta cómo la palabra "gaucho" tenía en su casa una conno-
tación negativa, cómo para su madre, doña Leonor Acevedo
(que tanta influencia tuvo en su vida, en la existencia del hace-
dor de ficciones que buscaba en su compañía el reconocimien-
to de su propio pasado), la palabra "gaucho" era sinónimo de
rústico y vulgar. Esas minucias familiares pueden parecer datos
insignificantes en la biografía del escritor, pero tal vez no lo
sean tanto para el hombre político que hoy se regocija porque
264 antivorges
en su país gobiernan "los caballeros", los servidores de la oli-
garquía que ejercen la represión contra esa multitud que Borg
identificó siempre con la barbarie.
La esmerada y solitaria educación inicial, sus traduccio-
nes infantiles (una versión suya de Wilde se publica en un dia-
rio porteño), sus lecturas (Milton, Coleridge, Gibbon,]ohnson.
Stevenson), lo apartan prematuramente de juegos y distraccio-
nes que sustituye, en edad muy temprana, por el ejercicio lúdic
de la imaginación y por la curiosidad, siempre creciente, haci
lo misterioso y lo fantástico. Así como unjardín puede ser
bosque o la selva, y un patio del suburbio el límite de la pampa.
así también los compadritos y carreros de su barrio entran en
el campo de la irrealidad, no son ya lo que son sino lo que
Borges quiere: imágenes de un universo infinitamente igual
una monótona y circular visión de gestos. Ellos lo acompañan.
quizá, cuando parte con su familia a Europa, cuando los sor-
prende la primera guerra mundial y sus padres deciden trasla-
darse a Ginebra, donde Borges cursa sus estudios secundario
No hay datos de las preocupaciones políticas de Borges en e
tiempo; solo mención a sus lecturas: Carlyle y Schopenhauer:.
Sin embargo, Ginebra era por aquel entonces un centro de
actividad política, refugio obligado de pacifistas, agitador
espías de las potencias en conflicto, de artistas de vanguardia.
de revolucionarios. Es posible que allí tuviera alguna informa-
ción de lo que sucedía en el mundo, las primeras noticias de la
revolución bolchevique. Un solo poema, escrito por Borges en
sujuventud, registra ese acontecimiento, un poema vehemen-
te de exaltación "roja" que seguramente sus amigos de ho;
desconocerán o perdonarán en pago a sus servicios. Salvo e e
efímero pecado de juventud, Borges no tiene porqué avergon-
zarse. A lo largo de toda su vida ha fustigado al comunismo
primero desde una óptica liberal, democrático-burguesa, y ho;
desde la trinchera de los nuevos fascistas del sur.
"Pero Borges no es fascista", oigo decir. No, no lo es, com
tampoco lo son, técnicamente, los militares represores. Pero
mientras los politólogos definen la mitología correcta para la
represión imperialista en nuestros países nos cabe el derech
Borges y su pensamiento político 265

de calificarlos como la hace el pueblo: fascistas; es decir: seme-


jantes a aquellos que reprimieron, saquearon y practicaron el
genocidio treinta años antes que sus discípulos de la América
del Sur. Es curioso: una de las visiones directamente políticas
que rescata Borges se refiere a la manifestación que se realizó
en Buenos Aires en 1944, para celebrar la reconquista de París
por los Aliados, "la Marcha de la Libertad" que se efectuó como
respuesta a la multitud de "descamisados" que coreaban la con-
signa de "Braden o Perón". Como se recordará, el señor Spruille
Braden era el embajador de los Estados Unidos en la Argenti-
na e intervenía con sus consejos en la política interna del país.
¿Qué pasaría con las grandes empresas norteamericanas si triun-
faba Perón? La Unión Democrática, organizadora de la "Mar-
cha de la Libertad", la concurrencia de los partidos burgueses
de la Argentina y de la izquierda tradicional, podía dar una
respuesta tranquilizadora al embajador, no así esa multitud de
"descamisados", versión remozada de la "chusma bravía" de
Carriego, de la barbarie que inquietaba a Borges. La prosa de
Borges escritor sirve adecuadamente al Borges político y sus
digresiones tienen el encanto y el decoro que el mundo le ha
reconocido. Y también la brusquedad de juicio, el pensamien- .
to autocrático, que, desde luego, no es nuevo en él. Dice, de
pronto, comprender que en ciertas circunstancias una multi-
tud "puede no ser innoble".

LOS POETAS DEL "l'vlALHUMOR OBRERO"

Años atrás, en el verano de 1919, la multitud "innoble",


la de los obreros, había enfrentado a los militares represores y
a los jóvenes de la oligarquía que se lanzaban a las calles para
matar judíos. Por aquel entonces Borges estaba en España y
era uno de los epígonos visibles de una nueva escuela poética:
el ultraísmo. Se lo conocía como un joven animoso, autor de
bandos y proclamas literarias, un renovador del lenguaje poé-
tico, un erudito de la Argentina que podía platicar sobre los
más variados temas con el polígrafo Cansinos Assens. Entre sus
266 antiborges
muchas preocupaciones de humanista, al español le inter
ba vivamente el pensamiento hebreo, pensamiento que Bor
ha explorado en su literatura de ficción y en sus inteligen
"inquisiciones". Desde luego, en 1919 Borges estaba en las
típodas de esosjóvenes xenófobos y oligarcas que con el cor
del tiempo se han transformado en sus aliados. ¿Acaso Bor
ignora que en algunos recintos de represión en la Argentina
retrato de Hitler preside el acto, la abominable ceremonia
la tortura? ¿Sabe o no que el antisemitismo, la discriminació
racial es un hecho frecuente bajo el gobierno de los "caball
ros"? Naturalmente estas preguntas de la inmediata realid
poco tienen que ver con los interrogantes profundos de la cá-
bala, con el innombrable nombre de Dios. Son las pregun
que se hace cada hombre decente, más allá de sus presupu~
tos ideológicos, de su fe o su convicción agnóstica, de sus d
das y perplejidades ¿Podrá Borges algún día responderlas?
Otras preguntas, menos inquietantes y urgentes, enco
traron respuestas en la actividad de Borges, a su regreso d
Europa. Todas ellas referidas a lo literario, aunque algunas ea
incidencia ocasional en lo político, o para ser más precisos,
las preocupaciones político-literarias de los jóvenes escritor
de la década de los veinte. Por aquel tiempo, Borges desple
una intensa actividad difundiendo sus ideas estéticas, fundan-
do revistas, como animador de grupos literarios, traductor, poe-
ta, autor de epigramas; pudo cultivar la amistad de sus igual
irritar a sus a adversarios, demorarse en la charla de café o en
invención festiva de un banquete para proclamar la candidatu-
ra a Presidente de la República de Macedonio Fernández.
Argentina de entonces permite esas travesuras, un espacio par2
la risa, el humor, la "cachada" porteña, la caricatura, la renci
y el chiste literario. Algunos se abstienen de esas efusion -
Horacio Quiroga, por ejemplo, o Martínez Estrada. Tampoc
participan de la fiesta un grupo de escritores preocupados po
los problemas políticos y sociales: Elías Castelnuovo, Álvaro Yun-
que, Roberto Mariani, Leónidas Barletta, César Tiempo, G
tavo Riccio, Roberto Arlt, a los que Borges, humorísticamen-
te, califica como "poetas del mal humor obrero". La broma,
Borges y su pensamiento político 267

probablemente, era inofensiva, aunque no ocultaba el menos-


precio no sólo a los que iba dirigida (sus colegas, al fin) sino a
los trabajadores que Borges siempre identificó con los impul-
sos y fuerzas de lo irracional. Naturalmente, los obreros no es-
taban de buen humor en esos tiempos apacibles para la bur-
guesía argentina. Muchos de sus compañeros habían caído
durante la Semana Trágica; otros, durante las matanzas de la
Patagonia en 1921 y 1922. Otros más, haciendo culto de coraje,
desafiaban a la "policía brava" de la provincia, siempre fiel al
. caudillo de turno. Más cerca, en el suburbio de crepúsculos
borgianos, los obreros, hijos de criollos e inmigrantes, ácratas,
maximalistas, socialistas, comunistas, mostraban que no eran la
indiferenciada multitud y organizaban sus sindicatos, sus comi-
tés de huelga, mientras discutían sus diferencias y también, como
diría Borges, conversaban la amistad. Él no los oyó, no quiso
oírlos, ni entonces ni ahora. Prefirió ignorados y odiar lo que
ignoraba. No obstante, al regresar de Europa hizo largas cami-
natas por el arrabal y las afueras de Buenos Aires, donde habrá
visto, suponemos, alguno de esos hombres. Tal vez quedaron
en las figuras anónimas de alguno de sus cuentos, tal vez sean
esos hombres del boliche que alborotan un truco, o los peones
de una riña de gallos, o la turba, el galope y los ponchos y el
sudor de una última montonera que hoy son literatura y som-
bra y nada, una imagen atroz que Borges recrea en la escritura.
Pueden ser eso para Borges. No para la Historia, para el trans-
currir de la política, en la que el "mal humor obrero" puede ser
inequívoco síntoma de la conciencia y la lucha de clases. De
todos modos, la ideología que mejor representaba ese momen-
to histórico de los argentinos era la que surgía de sus capas
medias y del partido policlasista que estaba en el poder. El radi-
calismo nucleaba tanto a pequeños industriales, artesanos y co-
merciantes como a vastos sectores del trabajo del campo y la
ciudad, peones, obreros y empleados que, pese a las contradic-
ciones de clase, parecían compartir un sólo proyecto nacional
en el contexto pacífico de la democracia parlamentaria. El ím-
petu popular de don Hipólito Yrigoyen se equilibraba en la
capacidad de maniobra de Marcelo T. de Alvear, el hijo de la
268 antibOlges
familia patricia transformado en arquetipo de esos años de a
rente bonanza. Otro hijo de "buena familia", Ricardo Güirald
compartía la dirección de la revista Proa con Pablo Rojas P
Brandán Caraffa y Jorge Luis Borges. A nuestro entender,
es el momento más democrático en el pensamiento político
Borges, en sus intereses literarios, en su vida de relación. Int
ta, con Prisma, la edición de una revista mural,junto a Guille
Juan, González Lanuza y Francisco Piñero; integra la cofra '
de la Revista Oral desde la tertulia de café, en la que tambié
participa, entre otros, Leopoldo Marechal; es uno de los má::
en tusiastas en la revista Martín Fierro, en la que difunde
ideas estéticas, su humor y sus diferencias con los cultores de
literatura social. Su obra, por aquel entonces, es pródiga e
alusiones a lo argentino, lo porteño, lo criollo. Su lengua-
remeda las formas de lo coloquial. Publica Fervor de Buenos A .
(1923); Luna de enfrente (1925); Inquisiciones (1925); El tamañ
de mi esperanza (1926); El idioma de los argentinos (1928); Cuader-
no San Martín (1929). Con su amigo Carlos Mastronardi, co
los hermanos Raúl y Enrique González Tuñón, con Leopold
Marechal, Borges integra por aquel tiempo el Comité Yrig
yenista de Intelectuales Jóvenes. La crisis del treinta, la polari-
zación de nuestras fuerzas políticas, el advenimiento de
peronismo, serán algunas de las causas que separen a los a -
gos de entonces, más allá de las "simpatías y diferencias" litera-
rias o de la estima personal. También allí, como en el inquie-
tantejardín del cuento borgiano, el destino de cada hombre
juega en los senderos que se bifurcan.

LA CRISIS DE 1930

El golpe de Estado de 1930 no sólo interrumpe el proce-


so institucional de la democracia en la Argentina, sino que ini-
cia un movimiento pendular del ejército que se repite en 10_
últimos cuarenta años: su salida a la calle cuando los interes _
del sistema parecen peligrar y su regreso a los cuarteles cuan-
do las figuras de recambio garantizan la continuidad de un
Borges y su pensamiento político 269

política oligárquica. Sin embargo, entre uno y otro golpe, en-


tre la vida castrense y el pronunciamiento que lleva al ejercicio
del poder, en el ejército, como en cualquier otro sector de la
sociedad argentina, surgen tendencias, movimientos que no
siempre responden al pensamiento oligárquico sino a otras
variantes de la realidad política. Una de ellas es el nacionalis-
mo, que no se da como una ideología totalizadora sino en dos
modelos enfrentados: el del nacionalismo de derecha, inmovi-
lizado en los esquemas del corporativismo fascista, la
hispanofilia y el catolicismo militante, y el modelo del naciona-
lismo popular que se afirma fundamentalmente en la defensa
de nuestros recursos energéticos y que tiene en Mosconi "ge-
neral del petróleo" y en el general Savio, defensor de la side-
rurgia, sus principales exponentes. En 1930 triunfa la tenden-
cia del primer modelo nacionalista, aunque subordinada, en
lo político y en lo económico, a la política oligárquica a la que
servirá de instrumento. Se afirman entonces las compañías
petroleras norteamericanas en tanto Gran Bretaña reasegura
su hegemonía en el negocio de las carnes y en el control de las
exportaciones. Es dueña, además, de los ferrocarriles y como
capitalista exige sus dividendos de recursos energéticos como
la electricidad y de sus inversiones en la industria y el agro.
Cuando se produce el golpe de Estado en la Argentina se está
por romper el "delicado equilibrio" armamentista de Occiden-
te, la falsa neutralidad que simboliza la Sociedad de las Nacio-
nes, los pactos económicos y acuerdos políticos de la lucha
imperialista mundial.
La crisis de 1930 dejó al desnudo las falacias del progre-
so indefinido y la ilusión de un país estable, del granero del
mundo al margen de las convulsiones económicas y políticas
de los centros de poder internacional. El suicidio de financistas
y banqueros de Wall Street, la ola de desocupación que sigue al
desastre de la Bolsa, tiene su resonancia en la Argentina: las
largas colas de la olla popular, el desempleo, la "bronca y ham-
bre" que registra el tango. En algunos escritores la crisis políti-
ca se traduce en una crisis de conciencia que los aleja momen-
táneamente del quehacer lúcido de la ficción para interrogar
270 antiborges

al país, desde el ensayo CritICO.Otros, radicalizan sus co


ciones políticas y junto a su labor de escritores asume
militancia de partido con los trabajadores que protago .
heroicas jornadas de lucha. Entonces, como hoy, la neutra
dad o la indiferencia se transforma en complicidad con el
gimen, con la política entreguista de los militares que usu
el poder y que echan por tierra los proyectos del nacionali
popular que retornará, años más tarde, con el peronismo.
Los senderos se bifurcan; sin embargo, todavía hayal
nos tramos que pueden recorrerse jun tos. En 1934, Jorge L
Borges firma el prólogo de un extenso poema gauchesco, ...::..
paso de los libres, cuyo autor será luego uno de sus más impla
bles detractores: Arturo Jauretche. Este escritor, junto a
Scalabrini Ortiz (que en 1931 había publicado El hombre que
solo y espera), con Hornero Manzi (notorio después por sus
masas tangos), con Luis Dellepiane y con Gabriel del Mazo,
partir de 1935, instrumenta su pensamiento político desde
nacionalismo popular y el radicalismo, a través de F.O.R.j.A. E le
pensamiento, que coincidirá finalmente con el peronismo, n
era, claro está, el de Borges. Tampoco el de Ezequiel Martínez
Estrada, que es, a mi entender, quien expresa mejor la traduc-
ción de la crisis en el campo de las ideas. Su rechazo al brindis
laudatorio de su amigo Leopoldo Lugones, su alejamienro de
la poesía (Borges 10 considera un alto poeta antes que un intér-
prete de la realidad), su obstinado in terés por desen traI'íar las
causas de la crisis que 10 lleva a escribir su Radiografía de la pam-
pa (1933), lo hacen un eje referencial de ese tiempo. También
las palabras que evocan los alcances de esa crisis en su pensa-
miento: "con Radiografía de la pampa yo cancelo, no del todo
pero casi definitivamente, lo que llamaría la adolescencia men-
tal y la época de la vida consagrada al deporte, a la especula-
ción y al cul to de las letras. Radiografía de la pampa significa para
mí una crisis, por no decir una catarsis, en que mi vida mental
toma un rumbo hasta entonces insospechado. Diré que fui
enro1ado en las filas de la libertad de mi patria. Son los aconte-
cÍlnientos que en 1930, a o de una crisis universal de los valo-
ñ

res morales de todas las naciones civilizadas, en que se implica,


Borges y su pensamiento político 271

después del ensayo victorioso del fascismo italiano, un régimen


totalitario que permite a los gobiernos democráticos sojuzgar a
sus propios pueblos como si fuesen prisioneros de guerra. Para
nosotros los argentinos, el cambio brusco habría sido el salto
histórico de una forma social de vida más o menos vegetativa a
una forma de vida dinámica, en que los gobiernos asumen re-
sueltamente, no ya la administración de los bienes privados,
sino la dirección toda de la vida del ciudadano. 1930 significa
para la República Argentina el paso de régimen político y eco-
nómico post-colonial a un régimen político y económico de la
nueva historia fascista del mundo. Para mí, el derrocamiento
de Yrigoyen fue el advenimiento de una camarilla o casta mili-
tar al poder, la revelación de que debajo de la cobertura y la
apariencia de una nación en grado de alta cultura, permanecía
latente la estructura de una nación de tipo colonizado, de plan-
tación y de trata, sólo que cambiadas las formas exteriores: el
país había venido adaptándose a las modificaciones produci-
das en todo el orbe de la civilización occiden tal... La revolu-
ción militar de Uriburu, mejor dicho su golpe de estado, la
asunción del poder ilegítimo por una casta que siempre había
sido privilegiada y monitora de los destinos de la nación, para
mí fue un fenómeno revelador de la realidad profunda, de la
realidad que únicamente puede verse por la radiografía".
La larga cita de Martínez Estrada ilustra sobre una mane-
ra de pensar y sentir la crisis política, de asumirla en forma
existencial, actitud ésta bastante frecuente en los escritores ar-
gentinos de ese tiempo. Los senderos se bifurcan. En tanto
Martínez Estrada apoya sus discursos en los datos de lo real
concreto, Eduardo Mallea (que compartirá con Borges los
momentos iniciales de Sur, la revista de Victoria Ocampo, cuyo
primer número aparece en enero de 1931) intenta una explo-
ración subjetiva de lo argentino, una introspección, desde lo
autobiográfico, de esa misma realidad. Una Argentina "visible",
desde la óptica de Mallea, impide ver a la Argentina "invisible",
para él más rica y más profunda que los meros datos de la rea-
lidad, "exterior". Esta manera de pensar de Mallea, expresada
en su Historia de una pasión argentina (1937), este énfasis en lo
272 antiborges
subjetivo, tan reiterado en los colaboradores de Sur, no es aje-
no al pensar de Borges, aunque éste se beneficia con el humor.
la noticia fragmentaria, la pasión por el cine. Algunas colabo-
raciones de Borges en Sur reaparecen en uno de sus libro :
Discusión (1932); otras, como las de Historia universal de la infa-
mia (1935), tienen su antecedente en el suplemento literario
del diario Crítica, que Borges dirigió a comienzos de los trein-
ta. La lectura de esos textos no informan de manera explícita
sobre la crisis (esta tarea le correspondía a Roberto Arlt en las
"aguafuertes porteñas" que escribía para el diario El Mundo) ni
delatan tampoco una crisis personal como la de Martínez
. Estrada ni la necesidad de introspección, desde lo subjetivo.
de Mallea. Borges parece sentirse cómodo en esos años de la
primera dictadura militar y los gobiernos oligárquicos, al me-
nos despreocupado de las desdichas de la realidad exterior. La
llamada "década infame" no despierta en él la necesidad de
expresarse como político. Ésta aparecerá, como reacción, a la
llegada del peronismo.

LA SIMPLIFICACIÓN POR EL PREJUICIO

Pocos escritores han mostrado una actitud tan hostil y


coherente, tan militante frente a ese movimiento popular, como
Jorge Luis Borges. Ninguna hesitación, la menor debilidad dis-
trae el discurso político de Borges cuando se trata de golpear a
quien considera su enemigo. Todas las armas son buenas para
cumplir ese fin: la declaración frontal, el sarcasmo, la frase elíp-
tica, la ironía, la reflexión, la injuria. Todo. La mesura y belleza
de su lenguaje, la aparente frialdad de alguno de sus textos,
desaparecen en el apóstrofe, en la refutación apasionada a Perón
ya su movimiento. Esta vehemencia, creo, es la que ha irritado
a sus críticos, aJauretche, que ve en él a un "profeta del odio".
¿Pero dónde nace ese odio? ¿No es, por lo menos, desmesura-
do en un hombre de tradición liberal, en un ex aunque fugaz
yrigoyenista? Pasión inversa a la devoción, tiene como ésta las li-
mitaciones del dogma. Quien la instrumenta, paradójicamente
Borges y su pensamiento político 273

es en literatura un cultor de la heterodoxia, el mismo que reco-


rre los laberintos de la inteligencia, mezclando la verdadera y
la falsa erudición en El jardin. de los senderos que se bifurcan (1941)
y en la perfección de sus Ficciones (1944). Pero seamos justos:
nadie es ecuánime en política. Este mismo trabajo, que quiere
ser justo, que intenta ser ecuánime, es indicativo de una op-
ción. La opción de Borges, a principios de la década de los
cuarenta, como antiperonista, no puede verse como un hecho
aislado sino como parte de una reacción generalizada en la cla-
se media, en los partidos tradicionales, los círculos literarios y
cien tíficos, la Universidad. El golpe de Estado de 1943, que había
derrocado al doctor Ramón S. Castillo, político conservador (y
cuyo posible sucesor sería el oligárquico Robustiano Patrón
Costas) tenía como núcleo ideológico a una célula militar, a un
grupo nacionalista: el c.o.u., sospechoso de simpatías con el
Eje. No era fácil entonces visualizar en el ejército las diferen-
cias del proyecto nacionalista (el popular y el de derecha), vis-
lumbrar en uno de sus hombres al futuro líder de la clase traba-
jadora y la pequeña burguesía. Ese hombre, el coronel Juan
Domingo Perón, mostraría su inteligencia política al atraer hacia
su proyecto al pueblo ausente de convocatoria durante la "dé-
cada infame". Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión pudo
oír los planteas sindicales, estudiar, con los protagonistas, un
convenio laboral, un pliego de condiciones, un pedido de me-
joras de trabajo. Con los pequeños y medianos comerciantes,
con los representantes de la burguesía industrial, Perón inició
un diálogo que enriqueció su visión de los procesos producti-
vos, las fuentes de trabajo y el ingreso de divisas. En lo político
siguió de cerca el accionar de los sectores populares, la expe-
riencia del radicalismo y los caudillos provinciales y también
los planteas reivindicativos del primer socialismo y el de los
comunistas de la década de los treinta. Pragmático, pudo re-
unir esas experiencias en un solo proyecto, que fue modifican-
do con los datos de la realidad inmediata. Teóricos, los ideólogos
de la izquierda tradicional, no pudieron modificar su estereoti-
po: Perón no era más que un fascista, un demagogo, un aventu-
rero. El estudiantado progresista, heredero de los ideales de la
274 antiborges
Reforma de 1918, también internalizó el estereotipo y a tra és
de sus organizaciones (la FUA., la FUBA.) se enfrentó en las calles
con los obreros que coreaban el nombre de Perón.
Entretanto, en una modesta biblioteca municipal de
barrio de Almagro, un hombre podía imaginar otra biblioteca.
tan vasta como el mundo, y descifrar, desde ese rincón de Bue-
nos Aires, los infinitos aunque repetidos enigmas de todo e
universo. Para él, para Borges, lo que ocurría afuera, en lo in-
mediato de la calle, podía ser un desperdicio, la traducción
criolla del sonido y la furia, el discurso de un loco o del ocasio-
nal político que asumía en su nombre los anhelos de la indis-
criminada multitud. La biblioteca real y la simbólica se abrían
para él mostrándole horizontes más amplios que la de esa de
graciada realidad que le tocaba en suerte. El argentino culto.
el hombre universal, el empleado, eran instancias de ese cir-
cunstancial momento histórico que otros argentinos vivían en
el desborde de la pasión. El rumor de la calle solía filtrarse por
las ventanas y las voces de afuera, confundirse con las injurias
del normando o el árabe del libro. La realidad, siempre abusiva,
tocaba a las puertas de la biblioteca. Borges expresó entonces
su repudio a la turba, no ahorró, por falta de coraje, el escar-
nio a sujefe, al joven coronel que convocaba a los humildes e
incitaba a los peones a saltar la alambrada de la estancia para ir
a votar. No vio en él, como vio el pueblo, a un continuador de
Hipólito Yrigoyen, sino a la imagen remozada de Rosas, el Res-
taurador. Vio en él al gaucho y también al compadrito y tam-
bién a Cardel, que había ensuciado con sus letras canallas _
sentimentales los viejos tanguitos de Saborido y de Villoldo,
Vio en él (al igual que mucha gente de nuestra clase media) a.
demagogo, al defensor de pobres, al sátrapa, al caudillo, al re-
negado de su clase, a un heterodoxo verbal que pasaba en lim-
pio el críptico discurso de don Hipólito transformándolo e
una serie de fáciles consignas. Vio en Perón a Rosas y a Nerón
y al incendiario de la biblioteca de Alejandría, al herético, a..
resentido, a un compadrito italiano admirador de Mussolini.
No pudo adivinar que no era él (al menos no solo él) sino la
gente que convocaba, lo que daba sentido a esa presencia en la
Borges y su pensamiento político 275

Historia, que no era él quien levantaba solo las banderas de la


justicia social, sino que las tomaba de otras manos, otras lu-
chas, otros hombres.
No creo que el pensamiento político de Borges sea, en
definitiva, un pensamiento oligárquico, aunque coincida con
éste en sus prejuicios frente a las masas, a las que observa como
una totalidad, un absoluto, y no en su transcurrir histórico, en
la dinámica de la lucha de clases. Pero mientras para los
ideólogos de la oligarquía el combate se da en lo pragmático
(derogación de leyes obreras, desconocimiento de sus conquis-
tas, represión, etc.), en el pensamiento político de Borges es la
inteligencia (como absoluto), el decoro (como forma de vida),
lo que se opone a una multitud que supone ciega, gobernada
por impulsos irracionales, guiada, en todo caso, por un dicta-
dor. El desconocimiento de su enemigo hace que incurra en
generalizaciones groseras en las que no caen los ideólogos de
la oligarquía. Borges apela entonces a prejuicios internalizados
en nuestra clase media, en estereotipos de una moral peque-
ño-burguesa; dice entonces, en defensa de esa clase, que ella
está a salvo de los vicios que comparten -los hombres de la clase
alta y "los pobres", el afán de dinero y la afición a las justas
deportivas. Esta simplificación, desde la moral pequeño-bur-
guesa y desde la paradoja típicamente borgiana, impide toda
explicación racional. Imposible explicar (explicarle) que el
dinero no tiene un valor en sí, que no es un absoluto, sino la
materialización y también la metáfora de los procesos de pro-
ducción, extracción de plusvalía, y, en última instancia, símbo-
lo, en nuestra sociedad, de la explotación del hombre por el
hombre. Imposible también analizar serenamente los signifi-
cados que el deporte puede tener tanto para "los ricos" como
para "los pobres", o meditar en las instancias de libertad y alie-
nación que están enjuego durante la fiesta deportiva. Éstos no
son campos del interés de Borges. Ni la política ni la sociología
se benefician con su observación.
Como el pequeño burgués, descreído de las ciencias so-
ciales, opone a ellas sus prejuicios, una filosofía empírica hecha
de simpatías y fastidios, de abordajes y rechazos a la realidad.
276 antiborges
Muchas de las observaciones de H. Bustos Domecq (seudó -
mo que reúne parte de la labor conjunta de Borges y su amig
Bioy Casares) responden a esos prejuicios, pero los trasci -
den al transformarlos en materia literaria, en efectos paródic
en recursos humorísticos. De todos modos puede observarse
en alguno de estos trabajos el intento, divertido y mordaz,
una crítica política. Un camión cargado de "hinchas" de fút
puede ser el mismo que lleve a los adictos del líder por ejem-
plo, y similares los caritas, la exaltación, el fanático uso d
bombo. Peronismo = efusión popular = "pan y circo" = barba--
rie, son secuencias y presupuestos ideológicos de un relato p
ralelo al discurso político de la oligarquía y al de las buenas
conciencias de la pequeña burguesía criolla.
Un hecho estúpido, al parecer intrascendente, ofende
con razón a Borges: se lo despoja de su puesto de bibliotecario
y se lo nombra inspector de ferias municipales. Esta degrada-
ción burocrática, cuyas connotaciones simbólicas son tan evi-
dentes, despierta en los colegas de Borges una desmesurada
indignación. En vez de ver en ese acto el probable resentimiento
de algún oscuro funcionario, suponen que se trata de una con
piración contra la cultura, un acto de salvajismo contra uno de
sus más altos exponentes. Hoy, cuando se encarcela, se secues-
tra, se tortura y se mata a centenares de estudiantes, profeso-
res, periodistas, científicos y escritores de la Argentina, cuando
se queman libros en los patios de los cuarteles, al igual que en
la Alemania nazi, ese acto, esa broma brutal, crece en insignifi-
cancia. Más aún: sospecho que el inspector de feria se hubiera
beneficiado en un contacto directo con la gente, que hubiera
aprendido a oírla, a contabilizar lo cotidiano, a comprenderla.
Pero es, claro está, una conjetura. Borges no perdonó la ofen-
sa. Tampoco sus amigos. En ese acto veían otros actos, una ofen-
sa mayor que abarcaba a toda la Argentina. En 1946, en una
comida que le ofrecen sus colegas, Jorge Luis Borges expresa
con claridad su pensamiento: "Las dictaduras fomentan la opre-
sión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fo-
mentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fo-
menten la estupidez. Botones que balbucean imperativos,
Borges y su pensamiento político 277

efigies de caudillos, vivasy mueras prefijados, muros exornados


de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina ocupan-
do el lugar de la lucidez ... Combatir esas tristes monotonías es
uno de los muchos deberes del escritor". Cierto. Solo que
Borges, treinta años más tarde, opta por la disciplina militar,
por la dictadura que fomenta la opresión, el servilismo y la
crueldad, la ignorancia y la estupidez.
¿Fue entonces o ahora cuando se exorcizó, en las aulas
universitarias, a los fantasmas de Carlos Marx y Sigmund Freud?
¿Fue entonces o ahora -en un presente que comienza en la
"noche de los bastones largos" de Onganía, en 1966- cuando
la policía entró en los claustros rompiendo las cabezas y los
libros de la supuesta subversión? ¿Fue entonces o ahora cuan-
do se desató la más implacable "guerra santa" contra la liber-
tad de pensamiento? Es cierto: "los caballeros" de hoy cuando
ven "los muros exornados de nombres" descubren en ellos las
consignas de la Resistencia Popular, las persistentes sombras
de esas "ceremonias unánimes", como las llama Borges, y que
aluden a la edad de movilización del peronismo. Con todo, no
se puede negar coherencia en el pensamiento político de
Borges: su menosprecio al "mal humor obrero" de los años
veinte, a las "ceremonias unánimes" de los cuarenta, lo llevan a
saludar con patriótico entusiasmo a los militares que en 1955
imponen la fuerza sobre el veredicto popular.

EL POSPERONISMO

"La Argentina está enferma de peronismo", solíamos oír


tanto en las reuniones familiares en casas de clase media como
en los círculos intelectuales de pensamiento más sofisticado. El
peronismo como enfermedad fue, creo, una metáfora de los
años cincuenta, de la pequeña burguesía beneficiada económi-
camente por ese gobierno, pero desafecta a los desbordes del
entusiasmo popular. Para erradicar ese mal, la llamada Revolu-
ción Libertadora no ahorró los tratamientos drásticos tanto
antes como después de su pronunciamiento: el bombardeo a
278 antiborges
gente desarmada en Plaza de Mayo en junio de 1955, o los f!
lamientos y matanza en los basurales del suburbio en 1956.
Otras intervenciones, menos cruentas, tuvieron com
escenario los sindicatos, cuya ocupación fue parte del objetiv
militar. "¡Se acabó la payasada!", se dijo entonces como ant -
se había dicho: "¡Se acabó el dulce de leche!", a la caída de
Hipólito Yrigoyen. 0, lo que es lo mismo: se acabó la fie
para la multitud unánime, las efigies de los caudillos que tan
impacientan a Borges. Otra vez gobernaban "los caballero -
Se abolían las cláusulas de la Constitución justicialista y regre-
sábamos -solo en la letra- a 1853, sin gauchos montoner -
ni indios ni insurrectos. Entre los que nos regresaban al p
do, estaban dos comunistas: la doctora Alcira de la Peña y
profesor Rodolfo Ghioldi, quien en su calidad de congresi
de la nueva reforma, llamó "mis pares" a "los caballeros". Re-
terado error, tristes monotonías como diría Borges. Pero la en-
fermedad había pasado y ahora debíamos hacer el examen d
nuestras culpas y comprobar si éramos indemnes al contagi
Entre los escritores, no fueron pocos los diagnósticos que
hicieron desde el ensayo crítico. Quiero detenerme en un c
que de algún modo complementa y se enfrenta al de Borg
Me refiero a la actitud de Martínez Estrada frente al peronism
a su propia crisis personal de los años cincuenta, a sus rectifica-
ciones y a su enfermedad. Todo escritor cuando observa la r
lidad política (y sospecho que todo hombre) pone enjuego
subjetividad, su mundo afectivo, los juicios y prejuicios en 1
que ha sido educado y hasta lo sensorial, eso que la gente lb-
ma (para definir la afinidad y el rechazo) "sentir de piel".
En Martínez Estrada, a quien frecuenté en ese tiemp
ese "sentir de piel" se había transformado en una extraña e"
fermedad de origen nervioso que se prolongó de 1952 a 195-
Rescatado del hospital, curada la piel física del maestro, se r -
novó en él la producción creadora (escribe en esa época he -
mosos cuentos) y también una incontrolada erupción políti
Sus libros: ¿ Qué es esto?, Cuadrante del pampero, Exhortaciones,
40, lo mismo que sus artículos en Propósitos, tienen cierto ai
de admonición profética, e ilustran sobre el combate person
Borges y su pensamiento político 279

de un hombre que trata de comprender, después de la derro-


ta, a quien fue su enemigo. Su examen de conciencia, tan ho-
nesto de intención como de juicio político tan contradictorio,
intenta desde los presupuestos del antiperonismo, una revisión,
un cuestionamiento que, quiéralo o no, lo acerca a aquello
que rechaza. Esta actitud contrasta con la de Borges, más cohe-
rente e irreductible frente al adversario. En su edición del 4 de
junio de 1956, el diario Acción, de Montevideo, reproduce unas
declaraciones de Borges. Dice allí: "Aramburu y Rojas podrán
estar a veces equivocados pero nunca serán culpables. Por eso
considero mala la actitud de Martínez Estrada, por ejemplo,
que ha dado conferencias, y hecho publicaciones que signifi-
can un elogio indirecto a Perón". Un mes más tarde, ellO de
julio de 1956, desde Propósitos (el periódico que dirige Barletta)
Martínez Estrada le responde a Borges. Utiliza, para esa oca-
sión, la forma literaria del diálogo imaginario. Más contunden-
te, Borges vuelve al ataque desde las páginas de la revista Sur
(la revista de Victoria Ocampo, el baluarte de Borges, la trin-
chera literaria del antiperonismo elitista). En el número 242,
correspondiente a septiembre-octubre de 1956, Borges publi-
ca "Una efusión de Martínez Estrada". Al atacar a su colega,
Borges asume el más ortodoxo antiperonismo. No se permite,
como Ernesto Sabato, cierta flexibilidad, desde el
antiperonismo, para entender el proceso que enjuicia, ni cae
tampoco en la actitud existencial de H. A. Murena, otro activo
colaborador de Sur, que intenta una interpretación crítica del
peronismo desde las nociones del castigo y la culpa. No. Borges
es más "duro" que ellos: "Dije en Montevideo y ahora repito
que el régimen de Perón era abominable, que la revolución
que lo derribó fue un acto de justicia y que el gobierno de esa
revolución merece la amistad y la gratitud de todos los argenti-
nos. Dije también que había que despertar en el pueblo un
sentimiento de vergüenza por los delitos que mancharon doce
años de nuestra historia y denuncié a quienes indirecta o di-
rectamente vindicaban ese largo período de infamia". El carác-
ter combativo de esta declaración la exime de mayores comen-
tarios. Sin embargo, desearíamos detenernos en ese sentimiento
280 antiborges
de vergüenza que, según Borges, debía despertarse en el pue-
blo al fin del gobierno peronista ... ¿Vergüenza por qué?
pueblo, precisamente, no tenía por qué avergonzarse: habí
elegido en forma democrática a su gobierno, había visto cum-
plidas, a través de su gestión, viejas reivindicaciones de nues
clase obrera (equilibrio de salarios y precios, participación la-
boral en el manejo de empresas, beneficios sociales, viviendas
dignas, vacaciones pagadas) y, más allá de su proyecto de clase
que entraría después en contradicción con el proyecto bur-
gués del peronismo de centro y derecha, con la llamada buro-
cracia sindical, podía compartir con su gobierno las premisas
básicas de soberanía política, justicia social e independencia
económica. El pueblo, precisamente, estaba fuera de toda so
pecha. No se le podía acusar de negociados ni prebendas. En
cambio, quienes se sentaban a la mesa de los represores para
negociar las conquistas logradas por los trabajadores en eso
doce años, los traidores a su clase, ellos sí, debían sentir ver-
güenza, y ser juzgados, por su mismo pueblo, como delincuen-
tes y servidores de la infamia. La Resistencia Peronista, con
diferentes matices, ese mismo año 1956, responde a la violen-
cia de arriba con algunos actos de protesta y violencia popular.
La represión no se hace esperar. Otra vez las comisarías, las
cárceles y los cuarteles albergan a los disconformes. Cada cosa
en su sitio: el obrero a la cárcel y Borges a la biblioteca.
El gobierno de la llamada Revolución Libertadora entre-
ga a Borges la dirección de la Biblioteca Nacional. Se torna
familiar la figura del escritor en la calle México, donde está
ubicada la biblioteca, y por sus alrededores, por esas calles con
historia que afean las modernas ferreterías y casas de maquina-
rias, pero donde, todavía, hay viejos almacenes, una antigua
botica, conventillos que fueron palacetes, rejas de casas colo-
niales y alguna esquina rosada que, como quiere Borges, apun-
tala la memoria de los compadritos muertos. El barrio de San
Telmo todavía no es -como lo será a fines del sesenta- la
escenografía poético mercan til del café-concert y la casa de
antigüedades. Borges puede reconocer a Borges en un viejo
portón, un húmedo zaguán, un corralón de antes. Sus paseos
Borges y su pensamiento político 281

solitarios son ajenos a las molestias de una inmediata realidad:


los desalojos, la modificación de la ley de alquileres, l?s embar-
gos por deudas, la prepotencia policial en las míseras pensio-
nes y hoteles del barrio sobre los insolentes "cabecitas negras",
los provincianos que un día llegaron del campo para sumarse
al trabajo en las fábricas de la ciudad y del Gran Buenos Aires.
Borges puede regresar tranquilo a su propio trabajo y su pla-
cer. Respetado hasta por aquellos que ataca, Borges vuelve a la
biblioteca, a su hogar. Un grupo dejóvenes nacionalistas inter-
cepta su paso. Borges no se intimida. Y cuando le piden que
firme un petitorio para repatriar los restos de Rosas, Borges
responde con malicia: "Como no. Siempre que al mismo tiem-
po traigan los restos de Perón". Sin apuro, aparta a los mucha-
chos y entra a la biblioteca. Cuento esto porque hay que reco-
nocer en Borges no sólo al adversario intelectual del peronismo
sino al hombre de coraje. No creo que deba ocultar mi simpa-
tía por esa virtud, antagónica, sin duda, de matonismo organi-
zado que alientan hoy desde el poder los amigos de Borges.
También entonces grupos armados interrumpían las asambleas
sindicales para imponer sus listas a punta de revólver, también
entonces los "democráticos" practicaban como hoy la violen-
cia contra un pueblo indefenso que aprendía a resistir, Y tam-
bién entonces el epíteto de delincuentes se dirigía a ese pue-
blo y no a los represores. Fue en ese momento precísamente
cuando nuestro estudiantado liberal y democrático de origen
burgués y profundamente antifascista, comenzó a cuestionar
su posición frente al movimiento peronista. Dejó de ver en él
al monstruo múltiple del que hablaba Borges, comprendió las
contradicciones del proceso policlasista y se acercó fraternal-
mente a los planteas y las luchas de la clase trabajadora.
Los mejores amigos, se sabe, se hacen en la adversidad.
También en política. Algunos escritores formados en el pensa-
miento marxista y otros de formación liberal, se acercan enton-
ces a sus colegas de origen católico y nacionalista, militantes del
peronismo, e intercambian experiencias en las revistas y gru-
pos literarios de esa época. La lectura desprejuiciada de la obra
de Marechal, la presencia del peronismo en novelas, cuentos y
282 antibmges
ensayos de escritores de izquierda, la revaloración de géneros
literarios desdeñados por la elite (el sainete, el grotesco, la le-
tra de tango) son algunos síntomas de ese acercamiento como
las lecturas de Sartre y Gramsci en asuntos relacionados con la
literatura y la política. Estas lecturas, que coinciden con una
lectura abierta de la realidad, que rompen con el maniqueísmo
de las pequeñas capillas literarias, no cuentan con la aproba-
ción de los amigos de Borges, para quienes política y literatura
son términos inconciliables. Más lúcido, más combativo, Borges
sale al encuentro de losjóvenes que lo cuestionan y de sus con-
temporáneos que, frente al peronismo, quieren tener el bene-
ficio de la duda. Él exige definiciones rotundas, no acepta las
medias tintas, los paliativos, las explicaciones. Para él, el
peronismo fue abominable y como tal hay que juzgarlo. Como
lo juzga en los hechos -con tribunales militares, ocupación
de fábricas, cárcel y fusilamiento-la Revolución Libertadora
que tiene en él al más prestigioso y apasionado defensor. En
1957, desde la revista Ficción, Borges puntualiza: "A partir del
cincuenta y cinco, pululan las historias y los análisis del régi-
men abolido. El hecho no es extraño, la dictadura fue inverosí-
mil y aun increíble y uno de los alivios (o acaso de los horrores
adicionales) de aquella noche era, lo recuerdo muy bien, sen-
tir que era irreal". A pie de página hay una llamada de Borges:
"Sospecho que la palabra pesadilla aplicada al tiempo de Perón,
no es una metáfora. La frecuencia de su empleo casi lo prue-
ba". Esta imagen totalizadora, subjetiva, que cierra las puertas
a toda discusión, se contrapone en ese texto a la sorpresa de
Borges frente a lo que éljuzga intención benévola de indecisos
críticos: "Lo extraño es la conducta híbrida de los historiado-
res. Estos incorruptibles' aplican con rigor las nociones de libre
albedrío y de culpas a cuantos gobernaron el país -salvo al
partido de Perón, para el cual se reservan el beneficio del
fatalismo histórico-o Resulta así que todos los argentinos tie-
nen la culpa de toda la dictadura depuesta, salvo, se entiende,
el dictador, sus legisladores, Nieves Malaver, los miembros de
la e.C.T. y de la ADEA., los Cardozo, la Alianza Libertadora y las
turbas que entre un saqueo o un incendio, daban horror a las
Borges y su pensamiento político 283

noches de Buenos Aires ...". Quisiera detenerme para analizar


tres propuestas del texto, tres momentos significativos de este
discurso, que según creo, muestran tres aspectos complemen-
tarios del pensamiento político de Borges:
1) las nociones de libre albedrío y determinismo,
2) la noción de irrealidad,
3) la acumulación de datos como escamoteo u omisión
de lo real.
Veamos:
"Si no me engaño hay dos maneras fundamentales de
concebir la historia. La más antigua presupone el libre albe-
drío y se cree autorizada a formular censuras y aprobaciones;
la otra es determinista y rebaja los actos de los hombres a un
mecanismo impersonal y fatal de hechos inevitables. Ambas
son lícitas, ya que nadie sabe a cuál de las dos corresponde el
mundo. Si la piedra que cae fuera consciente, observa Spinoza,
se creería libre y estaría segura de que se mueve por su volun-
tad", recuerda Borges antes de iniciar su duro ataque al
peronismo. Esta introducción de carácter filosófico muestra el
interés de Borges por tomar cierta distancia con el objeto ob-
servado. Al parecer son sus adversarios quienes caen en una
actitud determinista (no juzgan a Perón y su tiempo según las
censuras o aprobaciones que presupone el libre albedrío), son
ellos quienes rebajan los actos de los hombres a un mecanismo
impersonal y fatal de hechos inevitables, "determinismo" sos-
pecho, que alude a la presencia nada determinista, sino más
bien dinámica y dialéctica, de los movimientos populares de la
Historia. ¿Pero qué entiende ~orges por libre albedrío? Tam-
bién esta noción, como cualquier otra en filosofía, literatura o
política, tiene más de un significado según sea su correlato his-
tórico. No creo que Borges la use en un sentido estricto, teolo-
gal, como lo haría San Agustín (quien diferencia las nociones
de libre albedrío y libertad) sino más bien en el sentido de
"autonomía" de Platón y Aristóteles, o de libre elección, según
Epicteto y Marco Aurelio. En cuanto al determinismo, Borges
no aclara si se refiere al determinismo mecanicista (Hobbes,
Holbach) o a una constante de otros pensamientos filosóficos
284 antiborges
de tipo materialista. Debemos pues atenemos al texto y a la ci
de Spinoza, a la piedra que se cree libre mientras cae por cau-
sas ajenas a su voluntad. Para Borges, lector de Schopenhauer .
conocedor del voluntarismo, la imagen de la piedra de Spinoza
puede resultar seductora, sobre todo como introducción a un
artículo en que fustiga a la indiscriminada multitud. Ésta, en e"
pensamiento de Borges, no tiene otra voluntad que la que im-
ponen demagógicamente sus ocasionales conductores, no e
mueve como sospechaba Hegel, a través de una necesidad he-
cha conciencia, ni crea, desde su propia práctica, desde la lu-
cha de clases -como señala el marxismo- una nueva noción
de libertad, que presupone el conocimiento del desarrollo de
la Historia y el salto cualitativo hacia su transformación. No.
nada de esto existe. Sólo una subjetiva y abstracta noción del
mal encarnada en ese monstruo unánime que, para sirnplifi-
carlo, Borges llama "irreal". No es el pueblo a partir de aquí
haciendo su historia, no son otros argentinos tan reales y con-
cretos como él a los que ataca, sino las espantosas imágenes de
una pesadilla. Esta simplificación, por el prejuicio, no es nueva
en Borges. Tampoco lo es en el pensamiento político de otro
ilustres reaccionarios de América.
La simplificación, por el prejuicio, es una de las caracte-
rísticas del pensamiento totalitario de Borges. En nuestra Amé-
rica, esta simplificación tiene remotos orígenes, arranca de la
Conquista, de los primeros bandos y decretos de la domina-
ción, está presente en el lenguaje del encomendero y el regi-
dor y el militar que impone el tributo o la tortura. La simplifi-
cación abarca al indio y al negro y al gaucho cimarrón y al
mulato vagabundo; es pensamiento y práctica de la clase domi-
nante. La simplificación, por el prejuicio, supervive a la esclavi-
tud, se arraiga en los sectores conservadores de la Colonia y de
la vida independiente. El lenguaje, revelador de esos hábitos .
costumbres, es rico en América en calificativos injuriosos para
los marginados. En el pensamiento político de Borges, la sim-
plificación, por el prejuicio, es uno de sus más socorridos re-
cursos. .Atemperada por el humor, suele aparecer de pronto
en una declaración, en un artículo, en la respuesta casual a un
Borges y su pensamiento político 285

cuestionario. Así el peronismo se simplifica en "infamia", lo


mismo que un gaucho en busca de justicia se simplifica en "pen-
denciero" o un escritor (Horacio Quiroga), en "una supersti-
ción uruguaya", según afirma en una edición dominical de La
Nación en 1977. Es posible que alguien sonría y diga que esas
cosas no se toman en serio; son "cosas de Borges" que nada
tienen que ver con su literatura y menos con la política. Sin
.embargo, creo que vale la pena profundizar un poco más en la
mecánica de esos exabruptos.
Volvamos entonces al texto de 1957 para observar cómo
funciona la simplificación (como ideología) junto a la acumu-
lación de datos (como escamoteo u omisión de lo real). Borges
describe al peronismo como una pesadilla. Todo lo que hay en
él es absurdo, irreal y fantástico. Es una sola y múltiple noche
que Borges sueña con horror. Escamotea así la identificación
precisa de las figuras fantasmales: Perón (como Presidente de
la República ya la vez como líder de su movimiento), los legis-
ladores (elegidos democráticamente y que responden a dife-
rentes tendencias dentro del peronismo, sin contar a los miem-
bros de la oposición), los trabajadores de la e.C.T. (que nuclean
a millones de sindicalistas), los escritores de ADEA. (Agrupación
de Escritores Argentinos de escasa significación), los her-
manos Cardozo (dos torturadores policial es) , la señora Nie-
ves Malaver (sin ninguna significación política, a no ser por
sus manifiestos), la Alianza Libertadora Nacionalista (agrupa-
ción de derecha, fuerza de choque político-militar) y las tur-
bas (las masas, la multitud) observadas en movilizaciones
populares, en situaciones límite (saqueo e incendio, como el
ocurrido en el oligárquico Jockey Club de Buenos Aires). Al no
separar las áreas del relato de acuerdo a la importancia política
y la significación histórica de lo que narra, al acumular nom-
bres, al poner su énfasis en una agrupación fascista (que no
representaba ni el pensar ni el sentir de millones de peronistas)
Borges logra escamotear lo real. Su múltiple noche anula, des-
de la simplificación política y el recurso literario de irrealidad
(en el que Borges es, sin discusión, un maestro), la lectura di-
recta de lo real concreto.
286 antiborges
Esa lectura, en el campo cultural y aun en el más especí-
fico de la literatura, se daba, en los años cincuenta, tanto en L
revisión del pasado reciente como en la discusión de una con-
flictiva actualidad que parecía satisfacer sólo a los sectores de
privilegio. El nombre de Perón era tabú y el diario La Prensa.
baluarte de la reacción, solía llamarlo "el tirano prófugo" ..-\:
corto período de gobierno del general Lonardi, que había pnr
metido una época "sin vencedores ni vencidos", le sucedía
gobierno de Aramburu-Rojas, binomio menos complaciente
con el pueblo en derrota. El fusilamiento del general Valle, la
matanza en José León Suárez que el periodista y escritor
Rodolfo Walsh (secuestrado por las fuerzas de la represión e
1977) describió en Operación Masacre (1957), son síntomas de
ese período signado por la violencia que imponen 10-
"libertadores". Entretanto, la izquierda intelectual, menos ren-
corosa que su detractor, sigue leyendo a Borges, recorriendo
ese tramo de su literatura que corresponde cronológicamente
al cercano pasado que Borges llama abominable: Nueva refuta-
ción del tiempo (1947); El Aleph. (1949); Aspectos de la poesía
gauchesca (1950); Otras inquisiciones (1952). Esa izquierda, pro-
clive a las heterodoxias, acepta de buen grado al Borges escri-
tor y sólo hace tímidos reparos al Borges político que entonce
como ahora ejerce su magisterio ideológico desde la prensa, la
radio, la televisión (armas eficaces de la propaganda oficialista)
como así también desde su tarea de asiduo conferenciante en
instituciones públicas y privadas. El peronismo, ocupado de rees-
tructurar sus fuerzas, en reagrupar sus hombres y mujeres a
través de sus organizaciones de base, está ausente en esas pa-
cíficas batallas de la cultura a no ser por las reflexiones de
Hernández Arregui en Imperialismo y Cultura (1956). Hay, sí,
algunas excepciones: el joven poeta y ex seminarista Fermín
Chávez publica en forma clandestina sus Poemas con fusilados )'
proscriptos (1957). En ese tiempo David Viñas inicia desde la
izquierda un ciclo novelístico de intención crítica, abarcador
del pasado oligárquico: Cayó sobre su rostro (1955), Un dios coti-
diano (1957), Los dueños de la tierra (1958). En ese contexto hay
que señalar también la presencia de un escritor político: Arturo
Borges y su pensamiento político 287

]auretche, cuyas obras influyen en los jóvenes de aquella épo-


ca. Desde su experiencia radical y populista,]auretche ataca a
Los profetas del odio (1957), uno de los cuales sería Borges.
Eran buenos tiempos para Borges. Su obra, valorizada
por sus colegas (que lo habían llevado a presidir la Sociedad
Argentina de Escritores en 1950) ahora se difundía por el mun-
do. Se multiplicaban los textos críticos en torno a sus cuentos,
su poesía, sus ensayos. En 1956 recibe el Premio Nacional de
Literatura. Ese año la Universidad Nacional de Cuyo lo desig-
na doctor "honoris causa". Otras universidades, fuera de su país,
también le otorgan ese título: la Universidad de los Andes d-e
Colombia, la Universidad de Columbia y la Universidad de
Oxford. La crítica universitaria explora desde entonces las es-
tructuras y mecanismos de su verso y su prosa, de su pensa-
miento literario en el que no está ausente la preocupación filo-
sófica ni la indignación metafísica acerca del hombre y su
universo. Aparece en México uno de los trabajos más serios
acerca de su obra, un estudio de la profesora Ana María
Barrenechea sobre La expresión de la irrealidad en la obra deJorge
Luis Borges (1957). Desde las revistas literarias de izquierda (Con-
torno, Gaceta Literaria) algunos jóvenes cuestionábamos, con más
fervor que erudición, la posición política de Borges.
Una tarde, mientras caminábamos por la calle Florida
con el filósofo Carlos Astrada, discurríamos acerca del pensa-
miento político de Borges, tan antagónico, al parecer, de su
literatura. ¿No era un caso semejante al suyo, aunque de signo
contrario, como se dice ahora? Astrada, discípulo de Heidegger
en Alemania, había mostrado, junto a su interés por el
existencialismo, por el pensamiento de Kierkegaard, su curio-
sidad por los movimientos totalitarios, que Borges, como ar-
gentino liberal y democrático, había atacado con inteligencia
no desprovista de ironía yvalor. Pero ahora, observaba yo, mien-
tras el filósofo replanteaba su pensamiento político frente a la
experiencia de los pueblos que se apartaban en todo el mundo
de un pasado colonial y marchaban hacia el socialismo, Borges,
en cambio, asumía un pensamiento político elitista que lo apar-
taba de su pueblo. Astrada entonces me señaló la incapacidad
288 antibmges
dialéctica de Borges para modificar un modelo (filosófico, lite-
rario, político) estratificado como valor absoluto, en su pen
miento. Yo acababa de comprar un ejemplar de la nueva edi-
ción de Ficciones y estaba releyendo a Borges y no compartía Ia
opinión del filósofo. Adivinaba sí, que en Borges la filosofía
transformaba en un pretexto de lo estético, en otra ficción, en
una serie de conjeturas al servicio de! hacer literario. Lo elitis
en todo caso, podía rastrearse en e! planeta imaginario de la
invención de Borges, donde un grupo de especialistas en dis-
tintas disciplinas del saber concebían el universo en una serie
de procesos mentales (Tlon, Ugbtu; Orbis Tertius) pero, en tod
caso, no había que olvidar la ironía borgiana que nos invitab
a descreer de su mismo planteo. Aun en el ensayo, en las notas
de intención filosófica, en sus refutaciones del Tiempo, y e
sus comentarios de Berkeley, Zenón, Nicolás de Cusa o David
Hume ¿no importaba más la intención literaria que la exége-
sis? Astrada me preguntó entonces por qué separaba esas ins-
tancias de un solo pensamiento, por qué no me atrevía a ver e
esas indeterminaciones y metáforas una concepción de lo real
Seguimos conversando largo rato. De pronto la realidad
irrumpió de manera inequívoca y simbólica: un grupo de hom-
bres y mujeres venían corriendo en dirección contraria, gli-
tando "vivas" y "mueras" (que tanto desagradaban a Borge
bajo una lluvia de golpes y de insultos, entre e! estallido de las
bombas lacrimógenas.
Durante ese período (1955-1958) la clase trabajadora, e
proceso de reorganización, dio algunas duras respuestas al ré-
gimen militar, tanto desde la clandestinidad como desde s
clásicos métodos de lucha (entre ellos e! trabajo a desgano) e
incorporó a sus filas no sólo a los viejos peronistas del cuarenta
y cinco sino a un amplio sector de trabajadores jóvenes, cuyo
accionar estaba signado no tanto por una militancia partidista,
sino por la experiencia sindical y una creciente conciencia de
clase. En la provincia de Córdoba, al calor de esas luchas, de
los acuerdos de los distintos sectores sindicales, surge la figura
de uno de los dirigentes más queridos de nuestra clase trabaja-
dora: Agustín Tosco. También es intensa la actividad de lo
Borges y su pensamiento político 289

petroleros, los portuarios y otros gremios con capacidad de


convocatoria y movilización. Un político radical, típico repre-
sentante de nuestras capas medias y del proyecto desarrollista
en lo económico, asume el poder: el doctor Arturo Frondizi,
en cuyo elenco figuran algunos jóvenes escritores, creyentes
del cambio. En los primeros años de la década de los sesenta se
vive un clima de permisiva libertad ... con proscripción del
peronismo. El impacto de la Revolución Cubana en las capas
medias e intelectuales, en el estudiantado y en sectores
radicalizados de la clase obrera, alentó la esperanza de un cam-
bio profundo en la Argentina. Para los jóvenes, aquella era la
materialización de muchos y confusos acercamientos al mar-
xismo desde todas las variantes de la izquierda. La figura del
comandante Ernesto Che Guevara -que se transformaría en
arquetipo mítico después de su muerte- crecía desde su prác-
tica combatiente y desde su pensamiento de humanista revolu-
cionario. Ezequiel Martínez Estrada estaba en Cuba. Había via-
jado allí desde México (donde preparó su obra Semejanzas y
diferencias entre los países de América Latina, que a nuestro enten-
der significa un salto cualitativo en su pensamiento político) y
permanecería en Cuba desde 1961 a 1963, en una etapa fructí-
fera para el pensador que moriría un año más tarde en su país.
Julio Cortázar publica Los premios (1960) y Rayuela (1963) las
dos novelas que,junto a sus cuentos, convocan devociones pa-
recidas a las que concitara Borges treinta años atrás. En 1960,
Borges publica El Hacedor; en 1961,Jorge Luis Borges compar-
te con Samuel Beckett el Premio Internacional de Literatura,
que otorga en Formentor (Mallorca) el Congreso Internacio-
nal de Editores; en 1964, se publica su Obra poética. Sus libros se
traducen a muchos idiomas, recibe distinciones honoríficas,
viaja a distintos países, a los centros universitarios que estudian
su literatura. En los Estados Unidos, en Inglaterra, en Alema-
nia, Borges no sólo muestra su erudición en antiguas literatu-
ras germánicas, literatura inglesa y poesía gauchesca sino que ex-
hibe, como siempre, su pensamiento político elitista que no
puede olvidar "el horror" del peronismo. También se declara,
por aquel entonces, defensor de la sociedad capitalista (aunque
290 antiborges
se permite el humor contra el exagerado mecanicismo
sacralización de la tecnología) y alerta a sus amigos sobre
peligro comunista que se desplaza -como el fantasma d
Manifiesto- ahora por todo el mundo. "En fin: Borges
Borges", siguen diciendo sus lectores, restándole importancia
a su actitud política. ¿Cómo asociar, sino de mala fe, a Borg
con los represores? Y en realidad todavía Borges no expr
hasta la situación límite su pensamiento político. Lo hará en
década siguiente, con laJunta Militar. Por ahora, como mues-
tra de escepticismo político, se afilia al Partido Conservado
Entretanto, los militares sacan a Frondizi, ponen a Cuido.jue-
gan a la política y la guerra ("azules" versus "colorados"), pe~-
miten gobernar al doctor Illia mientras preparan el golpe d
Estado de 1966 al que califican pomposamente de Revolució
Argentina. Borges sigue en lo suyo: escribe, publica en el
plemento dominical de La Nación y en la revista Sur; dicta
cátedra de literatura inglesa en la Facultad de Letras de la ni-
versidad de Buenos Aires, ve nacer otro libro: El otro, el mis
(1964) y las sentidas milongas Para las seis cuerdas (1965). Borges
descree de la gloria literaria que no buscó y que seguramente
merece. Otros tiempos, más duros, se avecinan para todos.

CULTURA Y REPRESIÓN

En 1966, el Partido Militar, agotadas las figuras de re-


cambio político, impaciente por resolver de una buena vez lo
conflictos del país (crisis económica, proceso inflacionario,
descontento creciente del sector laboral) y temeroso de un
renacer peronista después de más de diez años de proscripcio-
nes, asume por la fuerza la totalidad del poder. Suprime enton-
ces las libertades públicas, dicta una ley anticomunista y repri-
me violentamente cualquier movilización obrera y popular. Se
anticipa así, en diez años, a los procedimientos habituales en la
junta que hoy usurpa el gobierno en la Argentina. Su violencia
también alcanza a las universidades, que son intervenidas con
métodos abusivos, semejantes a los de la actualidad. La triste
Borges y su pensamiento político 291

"noche de los bastones largos" señala el comienzo de un nuevo


período, en el que nadie (salvo los cómplices de la represión)
está exento de sospecha. Humillados y apaleados, los profeso-
res de la Universidad (aun los apolíticos, aun los defensores
del cientificismo, de la asepsia del saber) son arrojados de sus
cátedras, encarcelados, obligados a salir del país. Los estudian-
tes, que a lo largo de los diez últimos años se han acercado a las
posiciones de lucha de los trabajadores, sufren la represión, el
castigo por su desobediencia. Los burócratas del sindicalismo,
los que pactaron con todos los gobiernos desde 1955 a 1966,
son desbordados por las bases entre 1967 y 1968, en uno de los
períodos más difíciles para la resistencia popular. Surgen nue-
vos líderes: Ongaro, Salamanca, Atilio López. Desde el
peronismo o desde las posiciones "clasistas", más allá de las
diferencias ideológicas, tácticas y estratégicas del "campo del
pueblo" (que no es el monstruo unánime que supone Borges)
surgen nuevas y más frontales alternativas de lucha. ¿Qué hace
nuestra clase media? ¿Qué piensan de todo esto las buenas con-
ciencias de la pequeña burguesía intelectual, siempre tan
hipercríticas, siempre disconformes con las lecciones de lo real
concreto? Se excitan con el movimiento estudiantil de Francia
(París 1968), con la consigna, más poética que realista, de "La
Imaginación al Poder". Leen a Mao y a Marcusse, a Borges y a
Lacan. Y no se pierden un número de Primera Plana.
La utilización de una escritura borgiana fuera de los tex-
tos de Borges es, en esa época, un amaneramiento que se traslada
de la literatura al periodismo. Este curioso fenómeno tan bien
observado por la profesora María Luisa Bastos en su libro Borges
ante la critica argentina (1923-1960), tiene su origen, según ella,
en el abuso que algunos críticos de Borges (entre ellos el que
escribe este trabajo) han hecho del lenguaje borgiano, para
criticar, paradójicamente, a Borges. La observación, creo, es
justa, y aun en este mismo texto (distante en casi veinte años
del otro que recuerda la señora Bastos) pueden encontrarse
algunos vicios de ese procedimiento. Pero quienes lo llevan hasta
los límites del absurdo son los redactores de Primera Plana, la
revista que desde 1962 satisface las expectativas culturales de
292 antiboTges
nuestra sofisticada clase media. La mera enunciación de pala-
bras borgianas en aquellos textos periodísticos muestra lo acer-
tado de la observación; los periodistas del semanario que diri-
ge Timerman "infieren", "conjeturan", "fatigan" una noticia o
un libro, un hecho cruel es "ominoso", una película, "laborio-
sa", un texto de cuidada escritura, "moroso" (o laborioso ¿por
qué no?); este procedimiento, en que la utilización del adjetivo
insólito es inevitable, fue usado por Primera Plana, y luego por
Confirmado y más tarde por La Opinión, publicaciones todas di-
rigidas por Jacobo Timerman, el periodista-empresario que
mejor respondió, a nuestro entender, a esas expectativas cultu-
rales de los años sesenta y comienzos de esta década. Promoto-
res del "boom" literario y más tarde detractores de los hombre
que lo integraron (sobre todo de aquellos que radicalizaron su
pensamiento político, como Julio Cortázar) algunos periodi
tas de esa escuela terminarían como escribas y adulones del
régimen. Izquierdistas en lo cultural, liberales en política exte-
rior y reaccionarios en política interna, crearon un estilo suma-
mente adecuado para promover la inmovilidad y dar, hacia el
exterior, la imagen de una Argentina sin conflictos o, por lo
menos, capaz de superarlos en el espacio histórico de un go-
bierno de fuerza. Menos sutil, Bernardo Neustadt hacía el elo-
gio de los amos de turno, en tanto Mariano Grondona hacía lo
mismo aunque con alguna referencia a los clásicos. Estos ante-
cedentes, creo, no son casuales ni anecdóticos. Muestran algu-
nos síntomas de un pasado cercano y tal vez expliquen ciertas
claudicaciones y vergüenzas de la actualidad.
En 1969, Borges publica Elogio de la sombra. Dice en el
prólogo, conversado y nostálgico, que "sin proponérmelo al
principio, he consagrado mi ya larga vida a las letras, a la cáte-
dra, al ocio, a las tranquilas aventuras del diálogo, a la filosofía
que ignoro, al misterioso hábito de Buenos Aires y a las perple-
jidades que no sin alguna soberbia, se llaman metafísica".
Hoy nos parece remoto ese tiempo que es sólo ayer: asis-
tir por ejemplo, una noche de 1969, a una conferencia de Borges
en la Sociedad Hebraica Argentina o en el Ateneo Sigmund
Freud, donde sus amigos, los psicoanalistas (que todavía no eran
Borges y su pensamiento político 293

sospechosos de envenenar el ser nacional con el pensamiento


de unjudío) mimaban a Borges que continuaba hablando len-
tamente de sus perplejidades mientras llegaban desde afuera
los sonidos de los carros de asalto y de las ambulancias. A mí se
me hace cuento (como diría Borges u otro viejo criollo) que
entonces, también yo siguiera oyendo anécdotas de Borges, que
otro de sus amigos, Pepe Bianco, me acercaba para revivir el
día de un Borges niño en el barrio de Palermo mirando "vistear"
al caudillo conservador, al taura, que como todo hombre, sabía
usar el cuchillo y debía una muerte.
Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Bahía Blanca, ya eran
ciudades ocupadas por las fuerzas de la represión. En mayo de
1969, caía muerto en la provincia de Corrientes el estudiante
Cabral, despertando un brote de violencia cívica. No había tiem-
po o ganas para seguir discutiendo los enigmas borgianos del
hipotético universo. El culto del coraje, para el que quería asu-
mirlo, estaba junto al pueblo. En Tucumán, en Salta, en Rosa-
rio, se producían movilizaciones multitudinarias que desafiaban
a los militares de Onganía. La "chusma bravía" de Carriego
estaba en las calles, la de Almafuerte y la de Hernández, la de
Yrigoyen y Perón, la que saludara a Marx y Rimbaud en la Co-
muna de París, la de los bolcheviques de 1917, la de los
peronistas de 1945, la de los cubanos de 1959, la de los africa-
nos que iniciaban su lucha de liberación, la de los heroicos
vietnamitas, la de los alemanes espartaquistas, la chusma de las
puebladas, de las montoneras, de los revolucionarios mexica-
nos de 1910, la de los comuneros del siglo XVII, la chusma de la
Historia que Borges, lamentablemente, nunca podrá oír.
El 29 de mayo de 1969, estalla el Cordobazo. Los obreros
de Córdoba salen a la calle y enfrentan a los militares de la
represión. En el barrio Clínicas, los estudiantes resisten desde
las casas donde ya no se oyen ni guitarras ni risas sino el tableteo
de las ametralladoras, los disparos de las pistolas, los gritos de
dolor o de rabia. (Me viene ahora la imagen fugaz de Borges
subiendo con su madre al avión, un día límpido, en Córdoba,
apenas unos meses antes.) El Cordobazo muestra no sólo la
capacidad de organización y lucha de los trabajadores, sino
294 antibmges
también de los estudiantes, de los hombres y mujeres de la
se media y aun de los hijos de las llamadas familias patricias q
se integran, desde entonces, a la resistencia popular. ::-
cimbronazo cordobés hace tambalear a Onganía, su sueño
una dictadura militar casi monárquica, la utopía de un Impe -
Criollo, incontaminado, puro, que duraría lo que dura el si
Su fin fue más breve. Enjunio de 1970, el Partido Militar tie
otra figura de recambio: Levingston. Dura poco. Lo reemplaza
el general Alejandro Agustín Lanusse.
Ese año Borges publica El informe de Brodie (1970).
borgianos se desencantan: añoran los laberintos de otra época,
prosa trabajada hasta la perfección. Este libro, en cambio, se be-
neficia con la sencillez. Dicen que Borges, ciego o casi ciego, di
sus cuentos. Esos cuentos conversados tienen la belleza de lo sim-
ple, una tensión interna que sostiene el pretexto de una anécdo
fugaz o la memoria de una antigua lectura. Crece la fama de Borges..
Ese año, en Brasil, recibe el Premio Internacional Mattaraze
Sobrinho. ¿Habrá recordado Borges con piedad irónica, a e
paisanos, a esos gauchos de Río Grande do Sul, que aparecen e
alguno de sus cuentos? La fama (que como dijo alguien es el mal
entendido de la gloria) le trae algunos inconvenientes: señoras
que dicen admirarlo, periodistas que dicen comprenderlo -"¡Esre
Borges!"-, comedidos que lo toman del brazo, que se siente
buenos mientras lo cruzan a la vereda de enfrente, alguna muje
que le inflige un dolor del alma que Borges compara con las tor-
turas del dentista. Firma autógrafos, sonríe, posa para las revistas
Gente o Siete Días junto al militar y futbolista de turno. Borges "es
nota". Borges es un producto del consumo de aquellos años, tan-
to como Perón en Puerta de Hierro o paseando por Torremolinos
con su discreta esposa. Esa imagen de Borges (como la imagen de
Perón) desde luego no respondía a la realidad; era la distorsión.
la caricatura de un hombre, pero servía bien a la imagen concilia-
dora del gobierno. El país continuaba combatiendo, enfrentán-
dose: la lucha armada era una realidad y no un invento de droga-
dictos y de hijos de padres separados, como diría después Bernardo
Neustadt, servidor del militar de turno, el escriba recolectar de
avisos y de notas amables y de ambigüedades sobre lo argentino.
Borges y su pensamiento político 295

Es cierto: el Borges-producto, el Borges-objeto, es la par-


te desvalorizada de Borges, lo que la burguesía hace de él: un
mito de lo inteligente, un virtuoso de la soledad, un hombre
políticamente irreprochable vestido de azul. Como los actores
de cine y los deportistas, Borges tiene sus "fans", y hasta cono-
cedores de su vida privada, de su efímero matrimonio, de sus
amores y desencuentros con la dicha. No sé si Borges advirtió
entonces, si advierte hoy, ese aspecto inmoral y abusivo de la
sociedad que defiende, esa sociedad que hasta cuando lo elo-
gia lo degrada. Pero es la que eligió, la que desea perpetuar, la
que tiene en él un hijo predilecto.
Sobre el mar de fondo de la resistencia popular y de la
lucha armada, en la superficie de la contradicción, flotaban
entonces los proyectos de los partidos tradicionales de la Ar-
gentina. Entonces, como hoy, ellos significaban una compleja
realidad que sólo la omnipotencia de Onganía supuso que se
borraba de un plumazo. Había entonces, como hay hoy,
peronistas, radicales, socialistas, demócratas cristianos, conser-
vadores populares, comunistas, una diversidad de sectores y
corrientes que buscaban una vía democrática para salir del ato-
lladero al que los había llevado la autocracia castrense. Los
viejos políticos merodeaban otra vez por los alrededores del
Congreso, comían su pucherito en "El Tropezón", barajaban
de nuevo el porvenir. Reaparecían ponchos y chalinas en los
hombros un poco cansados de los vicios de la política criolla.
Años de experiencia (que otros llaman error) en la política
menuda del comité, en los manejos, las componendas, las "tren-
zas", los tumultuosos asados, les daban sin duda cierta ventaja
sobre los adustos militares y consejeros "cursillistas" de Onganía,
creyentes de Dios y el Opus Dei. Más simpáticos, más duchos
en el arte de persuadir, los viejos políticos concurrían a cuanta
reunión fuera posible, ahora que estaban "en el llano", ahora
que "no eran gobierno", ahora que el general Fulano o Zutano
se dignaba a conversar con los civiles y hasta los invitaban a
almorzar en el Círculo Militar. En la Capital y en las provincias
se repetían los conciliábulos. Entretanto, el general Lanusse
, calmaba a los halcones. Tal vez había una salida política para la
296 antiborges
crisis, tal vez podía evitarse la guerra civil, la matanza, y ga
nuevamente la perdida fe de los inversores extranjeros, evi
la fuga de capitales, retornar a la tranquila vida democrática
Tal vez. ¿Pero qué hacer con Perón? Uno de los teóricos del
Partido Militar, el general Rattenbach, visualizaba la estrategia
para unperonismo sin Perón, que en ausencia de su líder se
mediatizara en sus propuestas y terminara disolviéndose en lo
otros partidos. Francisco Manrique abandonaba su rígida po
tura de gorila inquisidor, se ponía la piel de cordero, hablaba
por televisión a los jubilados. Los periodistas tenían trabajo.
Era un buen negocio, en aquel tiempo, hacer un programa
periodístico (oficialista, claro) con temas de actualidad. Lo
políticos y escritores compartían los almuerzos televisivos de la
señora Mirtha Legrand. ("Se come bien", me informó un día
Nalé Roxlo.) También los cómicos de la televisión tenían tra-
bajo: se disfrazaban de políticos. Detrás de estas amenidades.
había naturalmente un proyecto más serio: buscar una salida
política, donde los partidos tradicionales sirvieran de freno a
la ya insoportable presión de la clase trabajadora, a los ya in-
controlables brotes de la violencia popular.
El GAN, el Gran Acuerdo Nacional, la invención del gene-
ral Lanusse, ya estaba en marcha. Algunos asuntos enojosos,
como el paradero del cadáver de Eva Perón (Rodolfo Walsh
escribió un hermoso cuento en torno a esa historia), la legali-
zación o no de los papeles, títulos y honores del viejo líder en
el exilio, sus condenas pendientes (de acuerdo al juicio de la
Revolución Libertadora) impedían avanzar en las negociacio-
nes. Los enviados de Perón y de Lanusse iban y venían de Ma-
drid. ¿Pero era eso en realidad lo que se intentaba negociar o
la voluntad política de millones de argentinos? Una cinta gra-
bada de Perón, una carta, un mensaje, decidían el voto en blan-
co o la participación electoral de un movimiento político que
seguía siendo mayoritario. Es cierto: otras fuerzas, como el ra-
dicalismo, tenían intactas su infraestructura, sus conexiones con
el gobierno y con distintas fuerzas provinciales que asegura-
ban un buen caudal de votos. El doctor Oscar Alende, por su
parte, surgía como el hombre capaz de nuclear a las corrientes
Borges y su pensamiento político 297

de centro-izquierda, contando, tal vez, con el apoyo de los co-


munistas, ahora cautos en sus alianzas. Los desarrollistas, que -
seguían como hasta hoy con sus coqueteos con el Partido Mili-
tar, buscaban también su espacio en el Gran Acuerdo, lo mis-
mo que la democracia cristiana y otras variantes de la política
criolla. Pero el problema, el gran problema, seguía siendo el
peronismo. Las contradicciones del país se daban en su movi-
miento. No eran pocos los que querían negociar en su nom-
bre: los complacientes, los duros, los derechistas, los de centro,
los burócratas sindicales, los que levantaban las banderas de la
juventud combatiente, los que querían quemadas como lo hi-
cieron más tarde en el trágico 20 de junio de 1973. "Este parti-
do lo jugamos todos", decía Lanusse. ''Ylo ganamos nosotros",
pensaría Perón. Pero la certidumbre no venía sólo de él, de su
intuición o genio político, sino de los mismos datos que le daba
la realidad: habían fracasado todos los planes económicos de la
oligarquía, había crecido (pese a la represión) el movimiento
obrero; la burguesía industrial buscaba en vano su posibilidad
de desarrollo mientras los gobiernos seguían una política servil
con las multinacionales; había madurado en amplios sectores
de la clase trabajadora y sobre todo en la juventud la hipótesis
de una patria socialista; el proceso-inflacionario, la deuda ex-
terna, eran los fantasmas en forma de cifras que manejaban los
tecnócratas para entregarse sin la menor resistencia al imperia-
lismo; existía en los ámbitos universitarios el deseo de abrir las
puertas a lo real, a romper, también en ese campo, con la de-
pendencia; el capitalismo no era un todo homogéneo, como lo
demostraba Europa; tampoco había un solo camino para lle-
gar al socialismo ni había una sino muchas formas de romper
con el pasado colonial. Estas premisas (que pueden rastrearse
en los escritos de Perón, en esa época) le permitían visualizar
un proceso más dinámico para la política de su país. Sin embar-
go, como solía decir, no quería cambiar de caballo en la mitad
del río. Necesitaba tiempo. Los jóvenes lo urgían. También la
realidad. Habían pasado muchos años, se había derramado
mucha sangre. Era difícil negociar.
298 antiborges
LOS VIEJOS INQUIETANTES: BORGES y PERÓN

Otro viejo meditaba el tiempo: Borges. En 1971 publicaba


un cuento largo, intento de novela, que titulaba El Congreso en
donde la alegoría terminaba por imponerse a lo real y donde un
tiempo devorador de imágenes anulaba al otro de lo inmediato.
Cierta ironía, cierta piedad, entibiaba la tristeza de sus personaje _
los ilusorios congresistas, que deliberaban con distintas retóricas,
un pobre universo. Todo aludía, de manera simbólica, a la Argen-
tina: el discurso del poeta con su lenguaje de los noventa, el del
petimetre con aire de compadrito, el del hijo de inmigrantes, el
del amanuense, el del estanciero "oriental". Un cuento criollo .-
metafísico, escrito cuando el Congreso estaba clausurado. Su pu-
blicación coincidía con otras deliberaciones de lo real, con otro
discursos paralelos a los de la ficción. Otras voces (todavía ausen-
tes de literatura en la Argentina) se hacían oír: la de lajuventuci
que no negociaría sus luchas y sus muertos y las de los u-abajado-
res que no darían un paso atrás en la resistencia. Algunos aspiran-
tes al Congreso, ex gorilas, especuladores del posible cambio, ano-
taban y borraban nombres de probables adictos, giraban como la
veleta, hacia donde soplaba el viento.
En 1972, Jorge Luis Borges viaja a los Estados Unidos.
Impacienta a sus devotos lectores con declaraciones políticas
reaccionarias que sorprenden e indignan a los estudiantes.
guerra sucia de Vietnam (contra la que se pronuncian los sec-
tores progresistas de los Estados Unidos) es defendida con ve-
hemencia por el genial traductor de Herman Melville y el inte-
ligente comentador de Walt Whitman. Arbitrario y racista,
Borges parece solazarse con sus paradojas: amigo de los judío
(siempre que no sean izquierdistas), abomina de los negro ;
defensor de la democracia occidental, la niega con una nue a
utopía del despotismo ilustrado; agnóstico se pronuncia contra
el comunismo ateo. "En fin, así es Borges", siguen diciendo en
Buenos Aires sus amigos y la clase media intelectual que ahora
concilia a Borges y Perón, los jóvenes que no quieren parecer-
se a sus padres, los del cuarenta y cinco, los de la Unión De-
mocrática, los de "la generación quemada", ni tampoco a lo
Borges y su pensamiento político 299

revolucionarios empíricos del 17 de octubre. Ellos tienen un


póster del Che, a ellos les divierte Borges; lo llaman "El viejo",
lo mismo que a Perón. Son los confianzudos de la Historia.
En la Universidad de Michigan, Borges recibe el título
de doctor "honoris causa" en Humanidades. En la Argentina,
en Trelew, en la Patagonia que había sido escenario de las ma-
tanzas de trabajadores en la segunda década del siglo, ese año
de 1972, personal de la Marina, violando la palabra empeñada
de respetar las vidas de sus prisioneros, mata a sangre fría a un
grupo revolucionario, hombres y mujeres jóvenes. Un poeta,
Francisco Urondo, recogerá el testimonio de los sobrevivien-
tes en La patria fusilada (1973). Tres años más tarde morirá
combatiendo frente a la dictadura que defiende Borges.
Ese año, 1972, Borges publica otro libro de poemas: El
oro de los tigres. Dice allí:

No haber caído,
Como otros de mi sangre,
En la batalla.
Ser en la vana noche
El que cuenta las sílabas

Menos poético, más folklórico, el doctor Ricardo Balbín, el


viejo líder radical, se luce ante las cámaras. Ensaya el discurso pa-
tético. Llama a losjóvenes extraviados en la subversión, los perdo-
na, les dice en su clásico estilo de vieja película nacional: "Vengan,
muchachos, la mesa está tendida para todos". Pero en realidad los
muchachos no están invitados al banquete del CAN: están prisione-
ros o muertos o combatiendo para impedir el fraude. Ya enton-
ces, como ahora, los estrategas de café critican hasta el exceso a
esos recién llegados a la política. Naturalmente, ellos encontra-
ron mayor comprensión en las barriadas obreras, en las villas, en
las fábricas, donde esosjóvenes aprendieron la solidaridad prole-
taria, y donde aprendieron también que sólo desde la práctica
militante se superan las diferencias y se logran los acuerdos, las
síntesis superadoras de una determinada realidad. Las cámaras
abandonaban a Balbín y enfocaban a otro invitado del banquete
300 antibOf!;eS
u

del GAN. Cada uno decía su "verso", cada uno era un posib -
conductor de esas masas descarriadas que, sin la experien -
de los políticos profesionales, podían llegar a cualquier exc
El general Lanusse, el gran anfitrión, parecía oír complacid
esa retórica. En cuanto a Perón, bueno, el asunto no era tar;
sencillo ... claro que no podía presentarse como candidato
Presidente, ya que vivía fuera del país ... ¿Ysi volvía? .. "No le da
el cuero", dijo Lanusse y luego reconoció su error.
Sus camaradas de entonces no se lo perdonaron. No
lo perdonan. Fue Lanusse, dicen, el que abrió las puertas a,
peronismo después de casi veinte años de proscripción.
El17 de noviembre de 1972, Perón regresa a la Argentina.
Las fuerzas de seguridad bloquean los caminos de acceso al aero-
puerto con tanques, bazucas, ametralladoras y otros argumentos
contundentes. El pueblo, tan pertinaz (o tan bárbaro, según
Borges) abandona las civilizadas carreteras y marcha a campo tra-
viesa por los lodazal es, bajo la lluvia, eludiendo la vigilancia, me--
tiéndose en el barro, cruzando un río, los hombres gritando s
consignas, las mujeres con los chicos en los brazos. Naturalmente.
estas imágenes no son gratas al escritor que manifiesta una vez
más su fe en la continuación de los ideales de la Revolución
Libertadora. Su convicción sólo es comparable a la de un viejo
delgado y nervioso, que en su departamento del elegante Barrio
Norte escribe una carta de condena: el almirante Rojas.
Los días de Perón en Buenos Aires fueron los de un prisio-
nero de lujo. Protegido o temido hasta el exceso, pudo, no obs-
tante, hablar con los políticos, escuchar los argumentos de quie-
nes habían sido sus opositores veinte años atrás, ver un atardecer
en Palermo (el Palermo de Borges), vislumbrar el porvenir mien-
tras el automóvil recorría una ciudad que ya no era la suya. Lo
habrá regocijado ver que llegaban hasta su casa algunos hombres
de ese pueblo que un día llenaba la Plaza de Mayo, cuando hasta
Dios, según se dijo, era peronista. Ahora había que dialogar con
los viejos adversarios y también con gente nueva, desconocida,
que, según le informaban, eran figuras de una nueva realidad. El
viejo criollo, acostumbrado al cabildeo, a la pausada conversación
que tanto gusta a Borges, habló poco, oyó a todos y se fue.
Borges y su pensamiento político 301

Un hombre que le era leal, como en un cuento de Borges,


hizo por él una parte de lo que debía ser su destino: hablar de
nuevo al pueblo, convocado, levantar otra vez las banderas que
otros creían olvidadas. Cámpora fue ese hombre. El elegido
por Perón. Se lo llamaba, se lo llama "doctor" en el trato cortés
. de los políticos. El pueblo, menos formal, lo llama "El Tío".
Pero la anécdota, en política, lo mismo que en literatura,
puede ser el pretexto de lo real. En Cámpora se visualizó un movi-
miento: el peronismo, y también su capacidad de alianza y de acuer-
do con otros sectores. La política "frentista" pareció ser entonces,
como ahora, la única capaz de llevar adelante un proyecto de libe-
ración nacional en el que diversas corrientes de la política argen-
tina expresen las parcialidades de una voluntad común. La viabili-
dad de esa política de frente se concretó en un programa, en un
proyecto que la inmensa mayoría de los argentinos votó elll de
marzo de 1973, asegurando el triunfo de las fuerzas progresistas y
populares. El pueblo salió a la calle. Y comenzó la fiesta.

LA PRIMAVERA CAMPORISTA y EL MATONISMO CRIOLLO

Se van, se van
y nunca volverán.

careaban los jóvenes en la fiesta unánime de 1973, ante


los ojos de los militares que ahora sí, volverían a los cuarteles.
Empujados por la multitud, los marinos retrocedían en desor-
den. ¿Serían los hermanos menores de los que yo había visto
en 1955, disparando cuerpo a tierra, cerca de la estatua del
impávido Garay? Entre las banderas, las consignas, los cánti-
cos, descubrí a un joven poeta que solía recitar algunos versos
de Borges ("el más grande poeta popular de la Argentina", se-
gún él), sobre todo aquellos de "El General Quiroga va en co-
che al muere". Mi amigo, como tantos otros jóvenes de la iluso-
ria primavera de 1973, quería rescatar a Borges para su causa,
veía en Borges al argentino universal pero también al cantor
302 antiborges
del suburbio y al cultor del coraje. Eljoven poeta, nacido en u
barrio proletario, había descubierto los libros de Borges en un
biblioteca popular. No sabía, no quería saber que Borges era
un reaccionario. No sé que pensará ahora, no sé si estará vivo.

Se van, se van
y nunca volverán.

La realidad fue otra.


Los que regresaban a los cuarteles, volvían para conspi-
rar. Se reconciliaban "azules" y "colorados", palomas y halco-
nes de la política castrense. Los unía, además del espíritu de
cuerpo, cierto orgullo viril mancillado en las calles por esa tur-
ba que creían definitivamente derrotada. Los unía también el
desprecio a esa clase intelectual, ociosa, a los estudiantes "que
en vez de estudiar hacen política", los viejos prejuicios arraiga-
dos en nuestra clase media, en los que se habían formado, a lo
que traducían como verdades absolutas de nuestra gente. Ello
eran más sólidos que cualquier divergencia: pensamiento libe-
ral, pensamiento nacionalista, pensamiento geopolítico, o cual-
quiera de las tendencias y grupos del Partido Militar. La sensa-
ción de ofensa (tan bien narrada por Borges en sus diatribas
de 1956 y 1957), de pesadilla, de infamia, no era ajena al sentir
de esos hombres en los primeros tiempos del triunfo popular,
durante el efímero mandato del doctor HéctorJ. Cámpora.
¿Por qué la figura de ese viejo peronista, de remoto pasa-
do conservador, concitaba ese odio? ¿No era él un hombre res-
petuoso de las leyes, de las normas jurídicas, de las jerarquías
militares? Seguramente sí. Pero a la vez el doctor Cámpora, el
Presidente de la República, seguía siendo "El Tío" de la multi-
tud. Yeso era imperdonable.
Una variable fantástica, borgiana, se une a otra, real y
concreta, en esta parte del proceso. Empezaremos por la se-
gunda: la inquietud de los grandes monopolios ante el avance de
una política nacional capaz de superar la crisis; la consolida-
ción de la clase trabajadora como factor hegemónico del pro-
ceso; la radicalización ideológica de la juventud; la participación
Borges y su pensamiento político 303

masiva del peronismo y de otros movimientos políticos en el


gobierno nacional, provincial, en los poderes legislativo yjudi-
cial, etcétera; la marginación de un núcleo reaccionario, fascis-
ta, carente de representatividad en un proceso democrático.
Observemos ahora la variable fantástica, borgiana: un cabo de
policía, aficionado al ocultismo, cumple tareas menores como
secretario privado de un líder político en el exilio. Poco a poco
se transforma en su confidente, en su hombre de confianza. El
secretario oculta al político la presencia de otros hombres que
llegan para conversar con el caudillo, interfiere sus citas, hus-
mea en su documentación, traspapelea un informe, miente un
encuentro. La narración se complica cuando el secretario pri-
vado busca la complicidad de la esposa del político y cuando,
finalmente, lo logra. Hay detalles menores, como la supersti-
ción, una secta esotérica, que tornan confuso un relato lineal.
Hay otros más domésticos: la incorporación del yerno del ex
cabo a la conjura. Este relato fantástico, cuyas claves son obvias
(López Rega, Isabel, Lastiri y desde luego Perón), lamentable-
mente no es un cuento de Borges sino un dato más de nuestra
realidad política. López Rega es la imagen visible de la conjura
contra el movimiento popular, pero naturalmente no está solo:
tiene aliados, cómplices dispuestos a la acción, hombres que
pueden escribir, con sus hechos, una página infame.
El matonismo criollo no es una mágica invención de
López Rega ni sólo un brote tardío de la experiencia fascista en
Italia o de la Alemania nazi. Es parte de una ideología reaccio-
naria que desde fines de siglo pasado hasta hoy se expresa como
invariante de un "nacionalismo imperial" (como lo definiera el
escritor Horacio Quiroga) y como último recurso en los mo-
mentos de crisis e indefinición política. Los grupos de civiles
armados que actuaron en la represión a los huelguistas duran-
te la Semana Trágica en 1919, esos hombres que conseguían
sus armas de la Marina y de otras instituciones gubernamenta-
les, pertenecían en su mayoría a respetuosas y tradicionales fa-
milias criollas. Educados en la tradición liberal, lo mismo que
Borges, eran impulsados a actuar contra los trabajadores en los
que no veían al sector más productivo de la sociedad sino a un
304 antiborges
montón de "gallegos" (españoles), "tanos" (italianos), "turco
(libaneses, sirios), "rusos" (polacos judíos, eslavos en general
que venían a usurpar lo que era de ellos, lo que les pertenecí
por abolengo y rango. Estos muchachos realizan el primer
"pogrom" en el barrio judío del Once (el escritor argentino
Arturo Cancela da testimonio de esos días en "Una semana de
holgorio", uno de los Tres relatos porteños, publicados en 1922) .
utilizan como fuerza de choque antipopular allumpen proleta-
riado de las orillas: un grupo de carreras de Barraca.
compadritos menos dignos que los que pinta Borges, policías
sin uniforme y hasta un contingente de bomberos del barrio de
la Boca. Estos precursores de la Triple A (Alianza Anticomunista
Argentina), ya usaban la metodología que López Rega
instrumentaría más tarde y que laJunta Militar llevaría a la per-
fección; Otros grupos de choque, como los de la Legión Cívica,
ejercieron la violencia antipopular durante los primeros año
de la Década Infame, y el hijo del poeta nacional, el homónimo
de Leopoldo Lugones, se encargó personalmente de adminis-
trar la tortura a radicales, socialistas y comunistas de ese tiem-
po. Se creó entonces la Sección Especial de Represión al Co-
munismo, entidad policial de triste fama, que se abogó la
paternidad de una nueva invención: la picana eléctrica. Pero
detrás de esta pequeña historia del oprobio, creo que hay que
leer otra: la de su ideología que es, creo, un poco más sutil. La
ola inmigratoria de fines del siglo XIX despertó una reacción
xenófoba (que puede rastrearse en La Bolsa, la novela de Julián
Martel publicada en folletín, en el diario La Nación, en 1891),
reacción que continuaba el odio de nuestra clase alta por el
gaucho y el hombre del suburbio, a los que terminó
sacralizándolos (inmovilizándolos) en los inasibles conceptos
del ser nacional. La omisión del gaucho real (trabajador de cam-
po, jornalero, peón golondrina), su sustitución por el arqueti-
po idealizado, permitió a los ideólogos de la reacción conectar-
lo con un ilusorio pasado pastoril y no con sus hermanos de
clase que continuaban, en el siglo XX, la lucha por su reivindica-
ción. Los reaccionarios idealizaron el campo, las estancias, el
latifundio, para atacar al incipiente proletariado de la ciudad,
Borges y su pensamiento político 305

sus organizaciones sindicales y propuestas de lucha. Los encen-


didos discursos de Matías Sánchez Sorondo en la década de los
treinta pueden ser un ejemplo. Más calmo, su hijo Marcelo asu-
miría, desde el nacionalismo de derecha, algunas premisas del
fascismo europeo, de la ideología nacionalsocialista del francés
Charles Maurras, mientras presentaba, con su estilo elegante,
lo que él llamó "el país legal" y "el país real". Entretanto, desde
el diario El Pampero y en estilo menos pulcro, los fascistas crio-
llos, durante la segunda guerra mundial, hacían el elogio del
exterminio. ¿Cómo operaron los ideólogos y hombres de ac-
ción del fascismo criollo, en el período siguiente, durante el
peronismo? Trataron de capitalizar para sí las propuestas del
nacionalismo popular de ese movimiento y oponerlas a las "ideo-
logías foráneas" (marxismo) aprovechando el vacío que dejaba
la izquierda tradicional, aliada entonces a la Unión Democráti-
ca. Sin embargo, la ideología fascista no ganó adeptos en la
clase trabajadora que supo distinguir las propuestas antiim-
perialistas del nacionalismo popular de los argumentos que
esgrimía el nacionalismo xenófobo. Más aún: muchos jóvenes
de militancia "aliancista", al integrarse al peronismo, rectifica-
ron esa posición, como lo hicieron más tarde muchos militan-
tes "tacuaras" que radicalizaron su pensamiento. Este fenóme-
no, sin duda bastante singular, no fue entendido por la izquierda
institucionalizada que siguió viendo en ellos a los enemigos de
siempre. De todos modos, nuestros trabajadores, solidarios con
la República Española en los años de la guerra civil (1936-1939),
enemigos históricos de la reacción, descreyeron de la mitolo-
gía fascista, de su posible épica ("vivir peligrosamente"), de la
ideología de la muerte del pensamiento nazi. La multitud (que
"puede no ser innoble" como dice Borges en 1944), la clase
trabajadora, la juventud, los estratos bajos de la pequeña bur-
guesía criolla, los que habían seguido a los caudillos provincia-
les como Amadeo Sabatini o "el gaucho" Lencinas o al líder
comunista José Peter en los frigoríficos o a Pedro Chiaranti en
las huelgas de la construcción, no eran desde luego, fascistas. Si
ahora se iritegraban al peronismo, si militaban en sus filas, no
era porque resignaran sus banderas de lucha, sino porque el
306 antiborges
peronismo, desde sus bases, retornaba esas banderas. La izqui
da institucionalizada no lo comprendió. Un historiador, un
critor político, un comunista: Rodolfo Puiggrós, señaló emo
ces, en 1945, el carácter revolucionario del peronismo, su posi
radicalización desde los sectores más combativos de ese mo
miento, desde la clase obrera cuyo conductor histórico deb
ser el Partido Comunista, aliado ahora, paradójicamente, c
los sectores liberales y la oligarquía. Puiggrósse separa del Par-
tido en el que militara durante largos años y se incorpora
movimiento popular. Entretanto la derecha criolla se repli
a posiciones más elitistas, que van desde el pensamiento d
fino escritor Ernesto Palacio, amigo de Borges, a la revista rus
tórica de Carlos Ibarguren, y hasta los cursos más militantes d
padre Menvielle. En la década de los sesenta algunos discípu-
los de este sacerdote saludan como suya la Revolución Argen .
na de Onganía. Menos intelectuales, los fascistas de cachipo-
rra, permanecen más o menos tranquilos en la época lanussista.
aunque algunos de ellos se encargan de denigrar a Cámpora..
Por fin, reaparecen en 1973 como saboteadores del proyecto
popular, cazadores de brujas que denuncian en cada militante
del pueblo a un "infiltrado".
En 1973,]orge Luis Borges recibía en México el premio
Alfonso Reyes. Se encontraba así -a través de un símbolo, un
galardón, una memoria- con la querida sombra del que fuera
su amigo en Buenos Aires allá en los años treinta, cuando Re-
yes llegaba de "la región más transparente". En "la capilla
alfonsina", en la vasta biblioteca del escritor mexicano, habrá
evocado Borges otras conversaciones, cuando Reyes "rastreaba
la fugaz literatura / hasta los arrabales del lunfardo", según
evoca en El Hacedor. Habrá añorado, quizá, esa amable y com-
partida frecuentación de los clásicos, esa sabia manera de ejer-
cer el oficio más allá de la palabra escrita, en la exaltación de la
lectura y los silencios de la reflexión y el diálogo fraternal ante
un pasaje oscuro (o demasiado claro) de algún texto. Esa lectu-
ra, que Borges y Reyes practicaban como forma de vida, con-
trastaba ahora con otra realidad, la del país del sur, con los exce-
sivos entusiasmos que Borges criticaba como hombre político.
Borgés y su pensamiento político 307

Igual que en el cuarenta y cinco, como en el cincuenta y seis,


también ahora Borges menospreciaba a esa multitud que albo-
rotaba hasta las apacibles sombras del cementerio de La Recoleta
donde él seguía buscando a sus antepasados. En la Facultad
(recinto de horas dedicadas al estudio del antiguo inglés y las
literaturas), los jóvenes discutían su impaciencia.
Todo era política.

EZEIZA y DESPUÉS

El20 dejunio de 1973, Perón regresa a la Argentina como


jefe indiscutido del movimiento mayoritario del país y como la
figura capaz de lograr la pacificación entre los diversos sectores
políticos de la República. Desde el día anterior se ven pasar
largas caravanas de camiones cargados de hombres y mujeres
que reviven en sus cánticos otrasjornadas de fiesta popular. En
ómnibus, en automóviles, en camiones, a pie, miles de perso-
nas abandonan la ciudad y marchan hacia el aeropuerto de
Ezeiza. La noche del 19, en las inmediaciones del aeropuerto,
cientos de miles de nuevos y viejos peronistas y también hom-
bres y mujeres de otros sectores del llamado campo del pueblo,
se reúnen y se reconocen en torno a las fogatas que alivian el
frío de la noche. Las rondas de café, de mate, de algún trago de
amistosa ginebra, son el pretexto de una larga vigilia, de un
aguardar esperanzado. Van llegando nuevos contingentes. En
orden, sin apuro: tienen el día o el porvenir por delante. Algu-
nos muchachos ostentan el brazalete JP Uuventud Peronista) y
andan muy serios, muy responsables; los viejos, en cambio, los
veteranos, vuelven a ser los jóvenes del primer 17 de octubre,
los que llegaron a la Plaza de Mayo aunque les levantaron los
puentes en Avellaneda, los que llegaban del cinturón obrero
del Gran Buenos Aires o del campo, de la pampa bárbara como
diría Sarmiento. O Borges. Están allí, contando sus anécdotas,
palpitando ese día, tan cierto como el otro, cuando dejaron de
ser nadie. Se reparten mantas aunque son pocos los que duer-
men. En los puestos de auxilio, los médicos hacen guardia. Pero
308 antib01ges
no es la hora para la enfermedad o la muerte. Todavía no. _-_
amanecer, en ese clarear del cielo que todo argentino sie
como único ("... un cielo de relinchos y crines y pasto dulc
dice Borges) el horizonte se había achicado con el andar de
gente en el camino, con las caravanas que seguían llegan
con las banderas, los carteles, las risas, el alboroto de mujer
chicos. Era un día de fiesta. Como otros. Yúnico también. Pe ~
volvía después de casi veinte años a reencontrarse con su gen-
Ya no era eljoven coronel pero era el mismo, y hasta era le .
da para los más jóvenes. "El macho", le decían algunos. -e ;

hombre". Borges se hubiera indignado al oír esos apodos. Pe


sospecho que más allá de su insolente machismo, ellos expr
ban también la hombría de un pueblo. ¿Quién iba a pen
entonces que allí ya se estaba instrumentando la conjura? Dn-
rante toda la mañana siguió llegando gente: eran un millón
dos o tres, poco importa. Era la multitud que "no es innoble
era el pueblo que mueve la Historia. Una historia menor,
pistoleros, una trama pequeña se iba entretejiendo allá en e..
palco mientras llegaban los músicos del Colón y desenfundaban
sus instrumentos mientras el locutor Edgardo Suárez toma
el micrófono y el actor Leonardo Favio subía al palco y pasaban
las horas sin que llegara el General y alguien pensó que ale
raro pasaba y pasó el mediodía y las primeras horas de la tarde
y el coronel Osinde tomó su metralleta y los pistoleros sacaro
las armas de debajo del palco y los músicos del Colón se echa--
ron cuerpo a tierra y las ráfagas de ametralladoras iban segan-
do vidas y los viejos y las mujeres y los chicos iban buscando
refugio en los mezquinos árboles de Ezeiza y seguían tirando.
dicen que Favio amenazó con suicidarse cuando vio que tortu-
raban a la gente en el Hotel de Ezeiza y son los "fachios" dijo
alguien y otro oyó hablar en francés y dijo son los "argelinos",
los hijos de puta de la OAS, los fascistas, y Favio lloraba y eran
muchos los que caían y puteaban de rabia y de dolor en esa
tarde que pudo ser de fiesta: una tarde de sol, un día peronista,
Todo es política. Pero todo es literatura también, o pue-
de serIo. Es posible que en ella se resuman alguna vez las viven-
cias y el horror de esa tarde que anticipó la barbarie y el duelo
Borges y su pensamiento político 309

que hoyes costumbre en la Argentina. Es posible; Entretanto,


sólo cabe consignar los hechos, como suele decirse, y evocar
ese 20 dejunio de 1973 como el anticipo nefasto de la escalada
fascista contra el movimiento popular. Desde entonces y hasta
la muerte de Perón, ocurrida un año después, se asestan duros
golpes al pueblo convocado en Ezeiza, a los hombres más pro-
gresistas del movimiento político mayoritario, a la clase traba-
jadora ya lajuventud. Renuncia el doctor Cámpora, asume la
Presidencia en forma interina el entonces presidente de la
Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, yerno de López Rega. Se
realizan las elecciones que llevan por tercera vez a Perón a la
presidencia de la República. Su compañera de fórmula es Ma-
ría Estela Martínez de Perón, su esposa. Se advierte un giro a la
derecha en las decisiones del gobierno y un accionar cada vez
más notorio del pequeño grupo mafioso que capitanea López
Rega, ahora al frente del Ministerio de Bienestar Social. En las
radios oficiales, en el Teatro Municipal San Martín, en otros
ámbitos de la actividad cultural, también están presentes los
matones. Es hostigada la .JTP (Juventud de Trabajadores
Peronistas). Bandas armadas irrumpen en los locales y asam-
bleas de los sindicatos. A comienzos de 1974, el exjefe de poli-
cía de la provincia de Córdoba, coronel Navarro, se subleva
frente al poder legítimo del gobernado, el doctor Ricardo
Obregón Cano -que había gobernador con el consenso uná-
nime de adictos y opositores-, lo destituye y encarcela, ini-
ciando así la verdadera subversión contra la democracia y la
voluntad popular. Es esa subversión la que asesina ese mismo
año al vicegobernador de Córdoba, el dirigente obrero Atilio
López. Los pistoleros andan sueltos. Una nueva historia de la
infamia está por escribirse en la Argentina.
Tal vez sea temprano para observar una historia dema-
siado reciente. Hoy lajuventud y los hombres progresistas del
movimiento popular avanzan históricamente sobre ese perío-
do, rescatando las banderas del peronis~o sin omitir los inevi-
tables y a veces trágicos errores. Rescatan, creo, no sólo veinte
años de lucha contra la oligarquía, sino el sentido revoluciona-
rio de un pasado anterior a su propio movimiento y que
310 antiborges
refuerza, a la vez, su identidad. En julio de 1974, muere Perón.
El pueblo está de duelo. La mujer humilde que un día levantó
altares para que se curara Evita (que murió antes que él, que
hablaba a los" descamisados", que era como ellos) mira sin creer
que él esté muerto, vestido de general, ausente. A la noche, en
el televisor, ve al jefe radical, a Balbín, que dice su arenga fúne-
bre ante el féretro. Y esa mujer llora junto a Isabel, que es aho-
ra María Estela Martínez, la esposa de Perón, la Presidente.
En esos días de julio de 1974 aparecían en Buenos Aires
las Obras completas de Jorge Luis Borges.

Como De Quincey y tantos otros, he sabido, antes de haber


escrito una sola línea, que mi destino sería literario -dice
Borges-. Mi primer libro data de 1923;mis Obras completas, aho-
ra, retienen la labor de medio siglo. No sé qué mérito tendrán,
pero me place comprobar la variedad de temas que abarcan. La
patria, los azares de los mayores, las literaturas que honran las
lenguas de los hombres, las filosofíasque he tratado de penetrar,
los atardeceres, los ocios, las desgarradas orillas de mi ciudad, mi
ciudad, mi extraña vida cuya posible justificación está en estas
páginas, los sueíios olvidados y el tiempo ... La prosa convive con
el verso, acaso para la imaginación ambas son iguales.
Felizmente no nos debemos a una sola tradición; podemos
aspirar a todas. Mis limitaciones personales y mi curiosidad
dejan aquí su testimonio.

LECTURA POLÍTICA Y NOVELA FAMILIAR

Hoy, a partir de ese valioso testimonio, nos proponemos


una lectura política de su obra, tratando de observar sólo una
parte de su funcionamiento y sus significados, sin extrapolar,
en lo posible, lo literario de lo político, sin subordinar el uno
al otro, sino simplemente intentando ver en esa vasta produc-
ción, tan variada en temas y preocupaciones, algunos aspectos
que nos permitan comprender mejor, desde la literatura, al
,...

Borges y su pensamiento político 311

hombre político. Sé muy bien que para algunos este procedi-


miento puede parecer abusivo, una forma de regresar a burdas
interpretaciones sociologistas, a la observación de 10 literario
con fines extraliterarios. En algo tendrán razón; esta lectura
desde lo literario se limita a la observación de un pensamiento
político: el de Borges. ¿Acaso no es uno el hombre que piensa
la política y se expresa en la literatura y se vale de eIla para
penetrar en la filosofía? ¿Cómo juzgar a Borges sólo por sus
declaraciones a favor de la Junta Militar y las dictaduras? ¿No
es lícito preguntamos sobre el porqué de esa actitud y ese pen-
samiento? ¿Por qué dejar de lado las posibles respuestas que
pueden estar presentes en los mismos textos escritos por Borges
a 10 largo de cincuenta años? Creo que podemos y debemos
intentar esa lectura.
Veamos si es posible:
1) Los "mayores" como formadores de opinión política.
2) La idea política de Patria.
3) Política y literatura.
4) Filosofía y política.
5) El mundo de los afectos en el mundo político.

Es desde aIlí, desde esos centros de interés de Borges (los


"mayores", la Patria, las literaturas, las filosofías, los afectos)
desde donde intentaremos la exploración de un pensamiento
cuya coherencia y continuidad es evidente en cada uno de los
campos de su indagación. Coherencia y continuidad que son
también constantes de su observación política más aIlá de la
declaración extemporánea o la opinión casual. Más aún: esa
declaración, esa opinión (que indigna o despierta la sonrisa de
sus contemporáneos), tiene un pasado, una historia que es ne-
cesario conocer. Su literatura, que es su trabajo, su producción,
determina la función y el lugar de ese productor en la socie-
dad, también sus mecanismos como receptor fiel de la expe-
riencia de otros, una experiencia enriquecida por la frecuenta-
ción de las literaturas. Su pensamiento, deudor de otros
pensamientos, de otras lecturas de la historia y el mundo, informa
del uso que hace Borges de eIlos, de la intención significativa
312 antiborges
de su utilización. De este modo, los pensamientos que hacen a
su pensamiento, las ideologías que contribuyen a su concep-
ción de lo real, importan tanto como datos de una historia que
trasciende la misma obra de Borges (una historia general de las
ideas, por decir así) como por la elaboración literaria que hace
Borges de ellos. En esta relación dialéctica (la materia de su
producción y su uso) no ha de verse un mero ejercicio sino la
lectura simbólica de las experiencias de su biografía. En ese
sentido, lo que llamamos el mundo de sus afectos complemen-
ta la observación e informa sobre aspectos más inmediatos pero
no menos significativos de su visión política.
En 1973 Borges confiesa que no sabía por quién votar .
que su mamá le aconsejó que lo hiciera por Nueva Fuerza. Esta
graciosa declaración hará sonreír por lo menos a los argenti-
nos no sólo por "el consejo de mamá" sino porque Nueva Fuerza
en 1973 era una agrupación insignificante, reaccionaria, que
servía entonces de plataforma política al ingeniero Álvaro
Alsogaray, famoso por sus planes económicos antipopulares.
Pero más allá de la gracia que cause o no esa declaración en el
contexto político argentino de 1973 o de las tentaciones que
sienta algún lector por inventar el psicoanálisis político, nos
parece oportuno interrogarnos sobre la incidencia que tuvie-
ron sus "mayores" en las convicciones y prejuicios políticos de
Borges. Al hacerlo no nos referimos sólo a su círculo familiar
inmediato -a su padre librepensador, a la madre custodio de
las tradiciones familiares, a la hermana artista (la pintora Norah
Borges)-, sino a otras presencias menos tangibles: las sombras
de los Borges y los Acevedo, tan vivas en la evocación de su
literatura. ¿Quiénes eran? ¿Qué significaron para él? ¿Cómo
influyeron en su pensamiento o en su fábula? La primera men-
ción a uno de sus "mayores", la hace Borges en su segundo
libro (Cuaderno San Martín, 1929) e informa acerca de las apti-
tudes, convicciones y criollos oficios de don Isidoro Acevedo:
"alsinista y nacido del buen lado del Arroyo del Medio/ comi-
sario de frutos del país en el Mercado Antiguo del Once,! co-
misario de la tercera/ se batió cuando Buenos Aires lo quiso/
en Cepeda, en Pavón y en la playa de los Corrales". Isidoro
Borges y su pensamiento político 313

Acevedo muere de una congestión pulmonar que el poeta enno-


blece con el épico sueño, una patriada, uno de esos desbordes de
coraje que hacen los bellos lugares comunes de su literatura. Para
la observación política sirve la mención de las batallas (conflicto
Buenos Aires-Interior, Ciudad-Campo), la profesión ocasional:
comisario (como Yrigoyen en Balvanera) y ese otro comisariato
de "frutos del país" en el Mercado Antiguo del Once, que nos
recuerda, sin ironías, el ofrecimiento hecho a Borges como ins-
pector de ferias. También la fecha de la muerte del abuelo: 1905
(las conspiraciones de los radicales, el credo anarquista de
Almafuerte y Carriego, amigos de su padre) y hasta la mención al
descuido de la calle Serrano, en el barrio de Palermo (su casa)
donde muere Isidoro Acevedo, abuelo materno de Borges. La
lectura de esa evocación hecha en 1929 coincide con la militancia
del joven intelectual yrigoyenista, con el período político demo-
crático de su pensamiento, con la elección de un arquetipo de la
realidad inmediata de su afecto. Treinta años más tarde Borges
hace "Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges" (1833-
1874) en un poema de El Hacedor (1960), que resume otra épica:
la del militar que es figura familiar de sus relatos, la del hombre
que hace de las armas su carrera, su profesión, su oficio, y que,
por circunstancias históricas y de convicción personal, combate al
indio, al gaucho, al último montonero. Esta imagen real, reitera-
da en la ficción de Borges, parece imponerse a esa otra, más hu-
milde y popular, de Isidoro Acevedo. Recuerdo ahora la "Historia
del guerrero y de la cautiva" -publicada en El Aleph (1949)-,
donde la esposa del coronel Francisco Borges oficia como
interlocutora de la cautiva, que "en un inglés rústico entreverado
de araucano y de pampa" cuenta su historia, su adaptación a los
ritos de la barbarie. Los significados de las dos muertes en la histo-
ria de Borges son inequívocos:
abuela inglesa = civilización
cautiva = barbarie
Más ambiguo es el papel del militar argentino que, para
servir al modelo europeo de civilización, debe matar en él al
gaucho y al indio, volverse contra los suyos y transformarse en
el converso de la civilización impuesta.
314 antiborges
En 1872 mi abuelo Borges era jefe de las fronteras Norte :-
Oeste de Buenos Aires y Sur de Santa Fe. La comandancia es-
taba enJunín: más allá, a cuatro o cinco leguas uno de otro, la
cadena de los fortines; más allá lo que se denominaba enton-
ces la Pampa y también Tierra Adentro. Alguna vez, entre ma-
ravillada y burlona, mi abuela comentó su destino de ingle
desterrada a ese fin del mundo ...

Para compensar esa desdicha, quizá, su nieto de ocho año


escribió en inglés (y no en lengua rústica) el catálogo de las
deidades griegas (civilización), refutó a la barbarie (o a lo que
consideraba tal) no sólo a través de una literatura que es lectu-
ra de otras sino con un pensamiento político elitista que lo trans-
formaría (más allá de los fortines del coronel Francisco Borges)
en un converso universal desde "el arrabal del mundo".
La idea política de Patria; en Borges, no difiere mucho
de la de sus mayores del siglo XIX. La antinomia Civilización -
Barbarie, del pensamiento político de Sarmiento, reaparece
en él a través de la ficción y en el énfasis de la declaración
política. También la idealización de la Ciudad, centro de la
Cultura, opuesta al interior. Una zona intermedia: el suburbio
o "las afueras", pueden ser referencias de la intimidad y la ob-
servación del escritor, en tanto la Tierra Adentro (para el ob-
servador de la política y la Historia) es siempre síntoma
amenazante de la feroz e inculta montonera. Una República
idealizada, como la de Platón, sustituye a la otra, la real o inme-
diata, y en ella lee Borges virtudes del pasado, que se mantie-
nen platónicamente intactas en "los mejores hombres del país
que Borges hoy identifica con la autocracia militar. A través de
la simplificación anula en su pensamiento la complejidad del
proceso político argentino, la pluralidad de corrientes de la
democracia republicana, desde comienzos de siglo hasta ho -
y, desde luego, la diversidad de corrientes de la izquierda. To-
talitario, opta por el Poder omnímodo que confunde con el
Orden. ¿Pero no es Borges un hombre culto, abierto a todas
las corrientes del pensamiento universal? A todas, no. No ha'
referencia en su obra a pensadores o movimientos político
Borges y su pensamiento político 315

revolucionarios ni tampoco al pensamiento disconforme de sus


compatriotas, de sus contemporáneos, cuya noción e idea política
de Patria difiere, claro está, de la suya. Todo ha quedado como en
el tiempo de sus mayores. Su desconocimiento o su desinterés por
el pensamiento político argentino de principios de siglo, delatan
una ausencia significativa. Intuimos, no obstante, que como hom-
bre civil,como hombre político, habrá tenido noticias del tribuno
de los arios treinta; alguien le habrá informado sobre don Lisandro
de la TOlTe,sobre sus patrióticos enojos por los negociados de la
carne y la electricidad. También habrá tenido, creo, alguna noti-
cia del escritor Aníbal Ponce, hombre de ideas y tradición liberal
que entonces descubría los contenidos humanistas del marxismo.
Otra noticia, al menos, le habrá llegado de don Manuel Ugarte,
amigo de Rubén Darío y Miguel de Unamuno, hijo de familia pa-
tricia, poeta y cronista del novecientos, y ahora político de una
patria más vasta, la Patria Grande de la que hablara Bolívar. Pero
para Borges, escritor universal, los límites de la Patria quedaban
en el oeste bravío del coronel Francisco Borges, en el norte de Pa-
lermo, en el este del río, en el sur de los corralones, en los dague-
rrotipos familiares, en la pequeña historia que omite la Historia.
En 1930, al comentar la poesía de Caniego, poemas como
"El alma del suburbio", "El guapo", "En el barrio", Borges afir-
ma que "Carriego se-estableció en esos temas, pero su exigen-
cia de conmover lo indujo a una lacrimosa estética socialista,
cuya inconsistente reducción al absurdo efectuarían mucho
después 'Los de Boedo"'. Su belicosa y política afirmación ado-
lece, como de costumbre, de la decorosa objetividad que exige
al adversario. 'Los de Boedo', como la menospreciada multi-
tud, para él son un todo informe. Una lectura desprejuiciada
de esa realidad nos da algunos datos que contradicen la visión
reductora de Borges: a) "Los de Boedo" eran escritores que
frecuentaban el barrio proletario del mismo nombre por estar
allí la editorial "Claridad", que publicaba sus libros y algunas
de sus revistas; b) no eran solo adversarios estéticos de "los de
Florida" -alusión a la elegante calle portefia y al grupo que
integraba Borges- sino adversarios políticos ya que los escrito-
res de Boedo junto a sus preocupaciones estéticas y literarias,
316 antiborges
sumaban otras de carácter social y político; e) no eran un único
monstruo estético-político ya que congregaban a hombres de
distinta formación y gusto literario y de diversa filiación políti-
ca: anarquistas, socialistas y comunistas; d) "los de Boedo" no
se propusieron "conmover" sino en todo caso mostrar la socie-
dad argentina de su tiempo, y proclamaron sí, desde las distin-
tas variantes de la izquierda, su fe en el socialismo.

LA "LACRIMOSA ESTÉTICA SOCIALISTA"


Y LOS JUICIOS ARBITRARIOS

Naturalmente, el pensamiento elitista de Borges no re-


gistra estos matices. Para él, "los de Boedo" no son los escrito-
res que discutieron sus desacuerdos en la revista Los pensadores
en 1922 y los que más tarde lo hicieron en torno a la revista
Claridad en 1926, sino los desaforados o piadosos o tontos de-
fensores de la "lacrimosa estética socialista". Sospecho que para
Borges esa estética abarca el exasperado realismo de Elías
Castelnuovo tanto como el intimismo de Roberto Mariani, las
novelas naturalistas de Leónidas Barletta y el realismo mágico
de sus cuentos, los relatos con niños de Álvaro Yunque y su
prosa política e histórica, la heterodoxia periodística de César
Tiempo y su funambulesca poesía juvenil, los procedimientos
expresionistas del teatro y la novela de Roberto Arlt y el
costumbrismo de sus "aguafuertes porteñas". Pero no, sospe-
cho que Borges no ha seguido con detenimiento la obra de sus
colegas, atareado en otras ficciones, en otra literatura menos
ruda. Lo que no impide, claro está, que reduzca esas obras a
una frase despectiva: "la lacrimosa estética socialista", y a sus
cultores a una episódica definición barrial: "los de Boedo". La-
mentablemente, esta pobreza crítica ha sido tomada como ver-
dad absoluta ("lo dice Borges") no sólo por su elite sino por
algunos críticos de izquierda, que sin haber leído esas obras o
sin situarlas en su contexto histórico, se avergüenzan de los
precursores de la literatura social como de la mala educación
del abuelo inmigrante.
Borges y su pensamiento político 317

La omisión de lo histórico y su sustitución por lo frag-


mentario, lo episódico, es un procedimento frecuente en
Borges. Y donde se evidencia con claridad es en su lectura de
las literaturas "que honran las lenguas de los hombres". Esta
omisión, como recurso literario, es eficaz: se reemplaza por la
bibliografía. Las copiosas citas de Borges que nos remiten a la
Enciclopaedia Britannica son un buen ejemplo. Este recurso me
recuerda el ardid de un compañero de la escuela primaria, lim-
pito y almidonado, que se apartaba de nosotros, los vulgares, y
que en los momentos de tregua nos apabullaba con sus citas de
El Tesoro de la Juventud. La superstición erudita, de la que el
mismo Borges descree, oculta no pocas veces la ignorancia,
pero da al lector la ilusión de un saber inabarcable. Menos
arduo, más entretenido que un tratado de lingüística es el artí-
culo de Borges sobre "El idioma analítico de John Wilkins"
(publicado en Otras Inquisiciones, 1952), pero también menos
cierto: su defensa de Wilkins (que tras toca significan te y signi-
ficado, objeto y símbolo) le sirve a Borges para insistir en sus
teorías ahistóricas con la referencia obligada (y ahistórica tam-
bién) de David Hume. En el mismo libro, al comienzo del tra-
bajo "Sobre el 'Vathek' de William Beckford", se lee: "Wilde
atribuye la siguiente broma a Carlyle: una biografía de Miguel
Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Án-
gel". Esta hipótesis, naturalmente, fascina a Borges que propo-
ne un juego matemático (representación simbólica de una vida)
y extiende su visión de funciones sincréticas y reductoras a la
historia del doctor Fausto, a Stevenson, Chesterton, Melville,
La Divina Comedia, Thomas de Quincey, Poe, Baudelaire, etcé-
tera. También aquí, como en su pensamiento político, la acu-
mulación de datos funciona como escamoteo u omisión de lo
real. Como una historia sin Historia. Creo descubrir aquí, en
su propio terreno, el de la literatura, las propuestas y limitacio-
nes del pensamiento elitista de Borges, las mismas que en polí-
tica avalan hoy su ideología reaccionaria.
Pero si la lectura de las literaturas se beneficia con la lite-
ratura misma, con un lenguaje que permite las indetermina-
ciones metafóricas, los juegos con el tiempo y la irrealidad, en
318 antiborges
filosofía, en cambio, los juicios arbitrarios de Borges son me-
nos inocentes. Su defensa del idealismo a través de Berkeley, el
sutil apologista de ese pensamiento, es muy clara: "Berkeley
negó la materia. Ello significa, entiéndase bien, que negó lo
colores, los sabores, los sonidos y los contactos. Razonó que
agregar una materia a las percepciones es agregar al mundo
un inconcebible mundo superfluo". La negación de la mate-
ria, de lo real concreto como mundo superfluo, invierte no
sólo el tiempo y la causalidad de los fenómenos sino también
la naturaleza misma y la existencia individuada de la misma
percepción. ("Berkeley negó que hubiera un objeto detrás de
las impresiones de los sentidos; David Hume, que hubiera un
sujeto detrás de la percepción de los cambios", puntualiza
Borges.) Cómodo en el campo de la ambigüedad, Borges,
frecuentador de las filosofías, procede aquí del mismo modo
que en su lectura de las literaturas: acumula datos (fragmento
de teorías, reflexiones aisladas de diferentes sistemas ideológi-
cos), cita en un solo párrafo (exactamente en nueve líneas) a
Norris, Judas, Abrabanel, Gemisto, Platino, Malebranche,
Johannes Ekhart, Bradley, Hegel, Parménides, a platónicos,
teólogos, monistas, etcétera. El trabajo de reflexionar, indagar,
analizar un pensamiento, de confrontarlo con su contexto, con
los datos históricos y las ideologías de una época, es, para
Borges, una tarea tediosa y tal vez inútil. Y esto, naturalmente,
se refleja en su pensamiento político, en una suerte de filosofía
sin filosofía, en un lenguaje que vacía de significación al pro-
pio pensamiento y que, por fin, lo sustituye. Copio en forma
textual, sin comentarios, su reflexión acerca del nazismo, de su
"Anotación al 23 de agosto de 1944 (Otras inquisiciones)":

Ser nazi (jugar a la barbarie enérgica,jugar a ser un viking, un


tártaro, un conquistador del siglo XVI, un gaucho, un piel roja)
es, a la larga, una imposibilidad mental y moral. El nazismo
adolece de irrealidad, como los infiernos de Erígena. Es inha-
bitable: los hombres pueden morir por él, mentir por él, ma-
tar y ensangrentar por él. Nadie, en la soledad central de su
yo, puede anhelar que triunfe. Arriesgo esta conjetura: "Hitler
Borges y su pensamiento político 319

quiere ser derrotado". Hitler, de un modo ciego, colabora con los


inevitables ejércitos que lo aniquilarán, como los buitres del
metal y el dragón (que no debieron ignorar que eran mons-
truos) colaboraban, misteriosamente, con Hércules.

Lo prometido: sin comentarios.

"GEORGE" y LOS MALOS TIEMPOS

Para sus íntimos, Borges es "George". En ese círculo, que


es el de sus afectos, reflexiones políticas como las que acaba-
mos de anotar no causan sorpresa. Por el contrario, son parte
de lo que podríamos llamar una rutina "inteligente". Eljuicio
arbitrario, la paradoja, la afectación de no leer los diarios, son
parte de esa costumbre. La ejercen gente de clase alta (no tan-
to por sus ingresos económicos, sino por tradición familiar) y
también algunas personas que por su labor intelectual y artísti-
ca acceden a ese círculo de privilegio. Es frecuente que esas
personas, a veces de origen humilde, copien las actitudes y el
código de lenguaje de sus amigos de la clase alta. Allí Borges se
siente cómodo. Ellos lo comprenden. Y creo que nosotros tam-
bién lo comprenderemos mejor a Borges si desciframos algu-
nas claves de ese código. Anotaré sólo dos frases. Ante un plato
de puchero criollo dice unas de esas personas: "¡Ay, qué rico,
parece basura!". Y esta frase de un colega quejamás había viaja-
do en colectivo: "¿Es cierto, che, que esos vehículos están lle-
nos de chinches y sirvientas?". Los amigos de "George" son así.
Hacen ostentación de su ignorancia. Los datos de lo concreto,
de lo cotidiano, son para ellos despreciables. ¿Para qué agregar
un mundo superfluo al puro mundo sensorial? Más borgianos
que Borges, para ellos el mundo es "divertido" (por maravillo-
so y caótico); un mundo de nazis, pieles rojas, chinches, sir-
vientas y basura. Estos alegres deportistas del lenguaje son cam-
peones de oximoron ("En la figura que se llama oximoron se aplica
a una palabra un epíteto que parece contradecirla; así, los
320 antiborges
gnósticos hablaron de luz oscura, los alquimistas, de un sol ne-
gro", recuerda Jorge Luis Borges de su relato "El Zahir"). Absur-
dos, suelen tomar a broma las costumbres de la clase media (no
hay nada que los haga reír tanto como que una señora llame "nene-
a su hijo, a su "chico") y ciertas expresiones de "los pobres" a lo
que les reconocen el.mérito de la humildad y la buena comida.
"Los pobres comen bien", suelen decir. Algún día habrá que estu-
diar a fondo ese lenguaje y descubrirle sus pobrezas, sus limitacio-
nes y prejuicios. Cuando haya tiempo, claro.
Otro código (lenguaje de "pobres", afectaciones verbales
de la clase media) es el que utilizaron Borges y su amigo Adolfo
Bioy Casares para divertirse en los libros que escribieron junto
y firmaron con seudónimo. Esos relatos humorísticos aludie-
ron muchas veces a la realidad política del peronismo que fue
blanco de sus burlas no tanto por su ideología sino por la gente
que la instrumentaba en la multitudinaria fiesta popular.
La edición de las Obras completas de Borges en 1974 depa-
ró a sus lectores una certidumbre: la belleza de los primero
textos perduraba a lo largo de cincuenta años; vieron en ese
hecho la continuidad de su inteligencia y de su oficio. No ob -
tante, algunos sospecharon que la limpidez de esa obra contra-
decía el pensamiento oscurantista de su autor. De todos mo-
dos, otras preocupaciones inquietaban a los argentinos. En
pleno centro de la ciudad de Buenos Aires y a pleno día, una
banda de mercenarios secuestraba y asesinaba en el mes de sep-
tiembre al abogado y escritor político Silvio Frondizi, hermano
de un ex presidente, ideólogo marxista, director de la publica-
ción Hombre Nuevo. Otros o los mismos asesinos acababan con
la vida de Rodolfo Ortega Peña, abogado también, político e
investigador de la Historia. La Triple A se institucionalizaba
como hábito. Ya nadie se sorprendía de ver en las calles de la
ciudad a los automóviles sin chapa, los Falcon verde cargado
de hombres de anteojos oscuros y metralletas. El terror comen-
zaba a transformarse en costumbre. Se iba un amigo, moría
otro. Aparecían cadáveres mutilados en los bosques de Ezeiza.
Ahora la Aeronáutica amenazaba con un golpe de tendencia
ultraderechista. Lo mismo que ahora, había que comprender
Borges y su pensamiento político 321

que el fascismo tenía sus matices. Isabelita probó su poder de


convocatoria en Plaza de Mayo y la gente arrojó escobas al aire
y pidió la renuncia del Brujo López Rega. Entre' 1974 y 1975, la
Presidente trató de conciliar los reclamos de los trabajadores
con la entrega a las multinacionales y presidió la farsa de un
congreso justicialista, sin Perón y sin peronismo. Recrudeció la
lucha armada desde las filas del Ejército Revolucionario del
Pueblo, de tendencia marxista, y desde Montoneros, organiza-
ción político-militar de la izquierda del peronismo. Entretan-
to, los políticos tradicionales vivían la "etapa del diálogo" con
el Poder Ejecutivo, que estaba prácticamente en manos de los
militares que custodiaban a la Presidente. Partió López Rega
hacia el exilio. Mientras la Presidente se recuperaba de sus do-
lencias físicas y tribulaciones, el doctor Luder fue por muy poco
tiempo presidente formal de la Argentina. Volvió la Presidente,
interrumpió el diálogo con los políticos y quedó sola frente a
las cámaras de televisión como la imagen amenazadora y paté-
tica de la crisis. Borges publicaba El libro de arena (1975), una
serie de relatos que desde su título aludían a las inasibles imá-
genes del Tiempo. Y como de costumbre, Borges firmó los ejem-
plares de su nuevo libro en la elegante Galería del Este.

EL DEFENSOR DE LA DICTADURA

El 24 de marzo de 1976, al bajar de un helicóptero, la


señora María Estela Martínez, recibe la noticia de que ya no es
Presidente de la República Argentina. El poder real y el poder
formal se han reencontrado: desde ese día gobiernan los mili-
tares. La Junta Militar, desde el primer día, no deja lugar a
dudas acerca de sus propósitos: reprimir las organizaciones
político-militares, perseguir y exterminar a sus aliados de su-
perficie, simpatizantes o familiares de los llamados extremistas,
y golpear a la vez a la resistencia obrera, a dirigentes y delega-
dos de fábricas, en tanto las fuerzas blindadas entran a los cen-
tros de trabajo para intimidar a los que quedan. Mientras tan-
to, el ejército libra combates en la zona montañosa de Tucumán,
322 antiborges
realiza en el llano operaciones de fuerzas combinadas (ejérci-
to, marina, gendarmería) que aseguran su dominio estratégi-
co en grandes zonas del país. También las ciudades son vistas
como zonas de ocupación y las "razzias" y las "pinzas" se suce-
den con tanto o más rigor que en una guerra convencional. En
este clima, como es lógico, el diálogo político es imposible. El
ex presidente Cámpora se refugia en la embajada de México.
Ex diputados, como los radicales Solari Irigoyen y Amaya, su-
fren atentados y son encarcelados (el segundo muere de un
ataque al corazón mientras pide las medicinas que le niegan).
Se desata, ahora sí, el más cruel de los genocidios.
Se persigue a los refugiados políticos: chilenos, urugua-
yos, bolivianos, paraguayos que buscan nuevo refugio en dife-
rentes embajadas o en la sede de las Naciones Unidas. A los
primeros, cuando se los apresa, se los devuelve a Pinochet. Los
servicios de seguridad e inteligencia de las dictaduras del Cono
Sur actúan al unísono dentro y fuera del país. Matan al ex presi-
dente de Bolivia,Juan José Torres. Cuando su mujer pide por él,
el Ministro del Interior hace una broma de mal gusto: no puede
ocuparse de los maridos que salen solos y que no regresan a sus
casas. Ya no se espera la noche para perpetrar el crimen ni se
disimulan las buenas relaciones de policías y ladrones que suelen
ser los mismos. En el exclusivo Barrio Norte, a plena luz del
día, los legisladores uruguayos Cutiérrez Ruiz y Michelini son
secuestrados. Ante el estupor internacional, aparecen muertos.
La vida, ese milagro que nutre las literaturas, "que honran las
lenguas de los hombres" y las perplejidades de la metafísica tan
amadas por Borges, tiene poco lugar, ningún valor.
Yes en ese momento que Jorge Luis Borges, reconocido
como un escritor universal y un humanista, sale en defensa de
laJunta Militar.
La elite intelectual de laJunta, con la excepción de Borges,
es demasiado pobre, demasiado insignificante, poco prestigio-
sa. Ernesto Sabato expresa su angustia existencial en París
ante los reporteros diciendo que "la Argentina hace muchos
años viene sufriendo un proceso de frustración creciente y
de violencia que ha llegado ya a los límites de la crueldad y el
Borges y su pensamiento político 323

sadismo, de uno y otro lado". Tampoco los intelectuales de vie-


ja tradición conservadora, los elitistas del buen gusto, con ex-
cepción de Borges, manchan sus manos en la guerra sucia. En
la elite de los represa res se alistan, sí, los periodistas a sueldo
que han servido a todos los gobiernos. Ninguno de ellos alcan-
za la estatura intelectual de Borges, no sólo como excelente
taumaturgo de seres imaginarios sino como defensor de un
tiempo abominable que ahora sí, no es irreal. Borges ha pues-
to al servicio de laJunta un pensamiento político elitista, ene-
migo de todos los sectores democráticos y populares del país.
Este pensamiento que alcanza hoy su mayor virulencia no di-
fiere de la ideología totalitaria de los núcleos más reacciona-
rios de la Argentina. Comparado con él, el pensamiento de la
derecha tradicional es progresista. Esta brutal paradoja asom-
bra al mundo, a los grupos intelectuales que estudian la obra
de un escritor formado en las ideas liberales y en el profundo
conocimiento de las literaturas.
Quienes comparan la actual ceguera física de Borges con
su ceguera política, minimizan al político que siempre fue: al
joven reaccionario desafecto al "mal humor obrero", al madu-
ro y belicoso antiperonista, al anciano escritor que como el
mítico autor de La Odisea rejuvenece en la evocación de sus
antiguos combates. El defensor intelectual de la Revolución
Libertadora hoy vuelve a su puesto de lucha contra el pueblo,
contra la "indiscriminada multitud" que continúa tan cerca
como él en sus convicciones. ¿Puede crear Borges los anticuer-
pos conceptuales que mantengan intactos en su ideología los
principios básicos de la civilización occidental y cristiana? ¿Pue-
de, como buen inventor de ficciones, embellecer el genocidio
que enluta a miles de hogares y hacerla coincidir con esos prin-
cipios que proclama la Junta? Sospecho que sí: el agnóstico
puede hacer suyas las declaraciones iuístico-patri.óticas de
sus amigos aunque les cambie la entonación y las enriquezca
con la paradoja. Su contribución intelectual a un proyecto de
exterminio, a una "guerra santa", se da tanto en la intención
como en la forma de su discurso político y en el uso que para
tal fin hace de su erudición y sus recursos literarios. Es una
324 antiborges
dura verdad que los admiradores de su obra no debemos ocul-
tarnos a nosotros mismo, que debemos reconocer como una
contradicción más de una sociedad yun hombre puestos a prue-
ba en momentos difíciles, muy graves para todos los argenti-
nos. Una dura verdad que entristece no pocas páginas de este
mismo trabajo que jamás hubiéramos deseado escribir. Pero
debemos comprender que el enemigo es implacable, y que
Borges también lo es. Si como escritor comprende al heresiar-
ca y se complace en lo ambiguo de las filosofías y en las teorías
de un repetido universo, si como poeta convoca a las sombras
familiares del suburbio y a la amistad de incontables recuerdos
y lecturas, en política, en cambio, cierra todas las puertas. Su
pensamiento político impide el menor asomo de autocrítica
(que para él tendría el carácter de una atroz expiación), el
menor deseo de entender al otro, sombra y cifra del monstruo
múltiple (el pueblo) que no merece la refutación; sólo su odio.
Al observar los textos políticos de Borges uno sospecha
que, al fin, en materia política, el pensamiento elitista es igno-
rante. Lo es al cerrarse a las corrientes de pensamiento que
desde el siglo XVIII hasta hoy orientan a las sociedades moder-
nas (la sociedad burguesa, la sociedad capitalista, la sociedad
socialista), para anotar desde el presente un tiempo sólo em-
bellecido por la imaginación y la falta de conocimiento históri-
co. El pensamiento elitista se radicaliza al revés: puede comen-
zar como una de las variables del pensamiento burgués,
retroceder al feudalismo .y dar todavía un paso atrás hacia la
esclavitud. Sobre todo desde un presente concreto, totalitario,
como el que se vive actualmente en América del Sur. En ese
contexto las palabras pronunciadas por Borges en elogio de la
Junta Militar argentina y del régimen genocida del chileno
Pinochet, se complementan con su reflexión histórico-política
que reproduce el diario El Mercurio, de Santiago de Chile: "De
antemano una dictadura no me parece censurable. De ante-
mano, una guerra no me parece censurable, porque hay que
considerar las circunstancias que llevan a ella. Los imperios no
me parecen censurables". Desde la generalización elitista,
Borges habla de "los imperios", pensando quizás en su lector,
Borges y su pensamiento político 325

culto y borgiano, que ha de simplificar, con él, al asirio, al per-


sa, al chino, al griego de Alejandro, al príncipe del antiguo
Japón, al poeta latino, al mercader, al soldado romano, al egip-
cio y tal vez al maya y al inca y al azteca. Pero no, creo más bien
que Borges se refiere a "los imperios" como lo han hecho los
políticos totalitarios que una vez fustigó. ¿No tienen sus pala-
bras un cercano eco, aunque involuntario, tal vez, del delirio
de Hitler en Mein Kamp]? Cuando dice que una guerra no le
parece censurable porque hay que considerar las causas que
llevan a ella, cuando justifica de ese modo el genocidio, uno se
pregunta si el Borges erudito, si el argentino culto, recuerda,
por casualidad, las páginas de Juan Bautista Alberdi en El cri-
men de la guerra, cuando éste dice que un ejército pacífico for-
mado por hombres y mujeres, por niños y por ancianos (es
decir, un ejército del pueblo), jamás atacará a otro de su mis-
ma formación. Pero no es en esas filas en las que se alista Borges.
Su pensamiento político le impide oír las antiguas voces que
vienen de los antiguos imperios. Puede ver la Muralla China
sin detenerse en el trabajo de sus constructores, descifrar la
Teogonía de Hesíodo olvidando al pastor y la fatiga de los tra-
bajos y los días. Pero el pueblo (no sólo el poeta, como quería
Mallarmé) es la memoria del Tiempo. Y no olvida.
Borges, el agnóstico, ha refrendado numerosas veces la
política de laJunta que se declara (a través de sus miembros, de
las alocuciones que se pronuncian en el ámbito castrense) de-
fensora de los valores morales de la religión católica y del lla-
mado estilo de vida occidental. Mientras él invoca a los impe-
rios, los hombres de armas convocan a su favor al Imperio del
Cielo en el que Borges vería los inescrutables designios de Dios.
Esta comunión entre el poeta y los soldados se da en el terreno
de la práctica política y no en el de la especulación de lo meta-
físico tan transitado por Borges. En la práctica, según el pensa-
miento de la represión, están cerca de Dios todos los que com-
baten con las armas y las ideas a cuanto opositor tenga laJunta;
están lejos de Él, en cambio, los que cuestionan el régimen
militar. Entre los réprobos, entonces, entre los excomulgados
de esa zona del Bien, se encuentran no sólo los agnósticos sino
326 antiborges
también los creyentes y hasta los propios ministros de Dios que
se oponen o simplemente no apoyan la política de la dictadura.
La persecución, el encarcelamiento, la tortura y aun el asesina-
to de sacerdotes es un hecho frecuente en la dolorosa realidad
argentina. ¿Qué pensará Borges tan preocupado por la metafí-
sica, la ética, los inescrutables designios de Dios? Tal vez recuer-
de el principio ético de San Pablo: ser libre es ser hombre "no
por el bien que quiero sino por el mal que no quiero" (Romanos
7, 15). Es posible también que revise sus nociones de libre albe-
drío en la lectura de San Agustín: éste es sólo la posibilidad de
elección; la libertad, en cambio, es la realización del bien, la
experiencia que, según el pensamiento religioso, lleva a la bea-
titud. ¿Habrán muerto por estos principios los curas del pue-
blo? ¿Habrán sufrido por ellos,junto a sus hermanos, los curas
villeros, el sacerdote en la fábrica o aquel que oyó en su dióce-
sis la confesión de la injusticia? Algún día -más temprano que
tarde- los hombres y mujeres del pueblo, los creyentes y los
que no lo son, rescatarán la lección de esos justos. Se recordará
también que Borges prefirió olvidarlos u omitirlos en sus
ditirambos a la Junta Militar. La voluntad está al servicio del
entendimiento, decía Santo Tomás. Y Borges es hombre de
entendimiento y voluntad, una inteligencia alerta al discurrir
del pensamiento, y aunque no aspire como Santo Tomás a que
ese entendimiento esté iluminado por la verdad de Dios, sabe
aproximarse a verdades más relativas pero no exentas de com-
promiso ético. Por eso es más culpable. No lo juzgaremos noso-
tros. Lo hará el pueblo, la multitud unánime, las criaturas en la
que Cristo vio la sal de la Tierra.
La perplejidad (palabra-actitud del lenguaje de Borges)
está ausente de su discurso político, de su observación de lo
inmediato. El genocidio no parece inquietar su pensamiento.
Borges escribe, da conferencias, viaja por el mundo, hace el
elogio de la Junta Militar. Entretanto secuestran al poeta Mi-
guel Ángel Bustos que, al igual que Borges, es un buen conoce-
dor de antiguas culturas y un cultor de la metafísica. Borges
ignora o parece ignorar esas molestias. En Italia dirige una co-
lección de literatura fantástica. Está lúcido. Sonríe, hace bromas.
Borges y su pensamiento político 327

¿Pero quién puede sonreír con sus paradojas cuando él se ha


transformado en la más brutal: la de la inteligencia al servicio
del embrutecimiento?
La imagen internacional de Borges es aprovechada por
la dictadura que encuentra en él a un vocero prestigioso. Y
aquí habría que definir, creo, qué significa políticamente ese
prestigio. En la sociedad burguesa los valores de uso tanto como
los valores intelectuales tienen su cotización, su oferta y su de-
manda en el mercado. El prestigio, en ese contexto, es equiva-
lente al concepto de "calidad de marca" de un producto. El
"producto" Borges, su valor de uso, importa tanto o más que su
producción (la literatura), que el valor intelectual de esa pro-
ducción cuyo reconocimiento es un hecho cierto en el mun-
do. La imagen del escritor universal que trasciende por sus te-
mas y preocupaciones la realidad inmediata de su país es otro
de los atractivos del "producto" Borges en el mercado interna-
cional. Borges, naturalmente, es candidato al Premio Nobel,
máximo galardón de esta noción burguesa del prestigio y la
productividad intelectual. Es cierto: todo esto parece exterior
a él, a sus hábitos y costumbres de hombre sencillo, buen con-
versador, lector infatigable, erudito enemigo de la solemnidad.
Pero esto es lo que la sociedad hizo de él. Y cuenta con su apro-
bación. Más: Borges pone al servicio de ella su prestigio litera-
rio y su pensamiento político desde la posición más totalitaria,
la que niega a cada compatriota su derecho a disentir.
En 1977 viaja otra vez a Europa. A su regreso pronuncia
una serie de conferencias en el Teatro Coliseo acerca del budis-
mo, los gnósticos de Alejandría, La Divina Comediay otros "temas
que han atareado mi pensamiento". Al referirse a su estancia
europea, Borges confiesa a un reportero del diario La Opinión
(miércoles 1 de junio de 1977) que en Europa "a menudo tuve
que defender a mi patria y a nuestro gobierno -esto último so-
bre todo--- porque allá hay una total distorsión de la perspectiva;
lo que lleva, por ejemplo, a que haya gente que piense que el
general Videla es algo así como unJuan Manuel Ortiz de Rosas".
¿A qué perspectiva se refiere Borges? Al parecer a una
perspectiva histórico-política que es necesario rectificar para
328 antiborges
que sus amigos europeos no se equivoquen. Para evitar esa dis-
torsión sería bueno precisar algunos datos de la realidad ar-
gentina del siglo XIX, en la que Rosas tuvo participación, y otros
datos de inmediata realidad, de la que el general Videla, cir-
cunstancialmente, es uno de los protagonistas.
Intentemos ordenar los datos:

a) Juan Manuel de Rosas, estanciero de Buenos Aires,


aprovechando la ausencia de poder del gobierno "unitario"
(en constante conflicto con las provincias del interior que se
niegan a subordinarse a la ciudad-puerto) surge como una al-
ternativa de los estancieros y comerciantes porteños que, a tra-
vés de laJunta de Representantes, lo nombran gobernador de
su provincia el 5 de abril de 1833.
b) Jorge Rafael Videla, general del Ejército Argentino y
miembro activo del gobierno de la señora María Estela
Martínez, hombre ausente de representatividad política, asu-
me el poder como integrante de laJunta Militar
\ .
que derroca al
gobierno legal el 24 de marzo de 1976.
c) A Rosas (según testimonio de su detractor, Domingo
Faustino Sarmiento) "Los unitarios, que en nada habían tomado
parte, lo recibían, al menos, con indiferencia; los federales, 'lo-
mos negros', con desdén pero sin oposición; los ciudadanos pací-
ficos como una bendición y un término a las crueles oscilaciones
de los largos años; la campaña, en fin, como el símbolo de su
poder y la humillación de los cajetillas de la ciudad?". (Facundo)
d) A Videl a (ya laJunta Militar en su conjunto) los polí-
ticos lo recibieron con escepticismo (se interrumpía un pro-
nunciamiento electoral y se postergaba indefinidamente otro
que estaba muy próximo), la clase media con temor a la cre-
ciente pauperización de sus ingresos, las multinacionales con
reticente fe, los pobres con tristeza.

Naturalmente son contextos distintos y es lógico que


Borges quiera precisar la perspectiva. Pero creo que Borges no
se refiere a estos datos de la reali dad histórica sino a los abu-
sos de poder de Juan Manuel de Rosas durante su gobierno,
Borges y su pensamiento político 329

concretamente: a las persecuciones y humillaciones infligidas


a sus adversarios, tema que otro argentino, Esteban Echeverrfa,
tratara en El Matadero (dando nacimiento a nuestra narrativa)
y que Sarmiento retornara en su célebre Facundo.
Seguramente Borges recuerda y comparte estas palabras
del enemigo de Rosas:

El derecho de gentes que ha suavizado los horrores de la guerra


es el resultado de siglosde civilización;el salvajemata a su prisio-
nero; no respeta convenio alguno salvo que haya ventaja en vio-
larlo: ¿qué freno contendrá al salvajeargentino que desconoce
ese derecho de gentes de las ciudades cultas? ¿Dónde habrá ad-
quirido la conciencia del derecho? ¿En la Pampa?... (Facundo).

Es cierto: el derecho de gentes no existe hoy en la Argen-


tina. Nada mitiga los horrores de la guerra más cruenta que se
haya desatado contra el pueblo, contra millares de hombres,
mujeres y niños arrancados de sus hogares, vejados en la tortu-
ra, asesinados, humillados aun después de la muerte: cuerpos
sepultados con cadenas y piedras en el fondo del río. El dere-
cho de gentes, que es el resultado de la civilización (la misma
que Borges evoca en sus conferencias del Teatro Coliseo) se
desconoce hoy en la patria de Sarmiento y de Rosas, de Facun-
do y de Borges. El argentino no tiene derecho a disentir. Es
cierto: "el salvaje mata a su prisionero", aplica la "ley de fuga",
inventa combates para asesinar a sus cautivos ... en 1977. Pero
se equivocaba Sarmiento al creer que ese era un vicio del "sal-
vaje argentino que desconoce ese derecho de gentes de las ciu-
dades cultas". Es un hombre culto, de la ciudad, el doctor José
A. MartÍnez de Hoz, hijo de familia patricia y oligarca, quien
instrumenta desde lo económico un plan de hambre contra el
pueblo; es él quien dice en Nueva York el 3 de junio de 1977:
"En la guerra pasan cosas y a veces el gobierno no dispone de
toda la información acerca de lo que sucede en el campo de la
batalla", refiriéndose aSÍ,cínicamente, a los miles de desapare-
cidos, secuestrados y muertos de este tiempo de horror. "¿Dón-
de habrá adquirido la conciencia del derecho? ¿En la Pampa?"
330 antiborges
No. En Buenos Aires, en la ciudad "europea", sofisticada, cul-
ta, la de las librerías -hoy saqueadas por los salvajes de la re-
presión-, la ciudad de los teatros independientes, los
cineclubes, la de la pintura de vanguardia, la de los conciertos
en el Teatro Colón. En esa ciudad y no en la "pampa bárbara"
Martínez de Hoz y Videla y Borges aprendieron el derecho de
gentes que hoy niegan a sus compatriotas.
Que quede claro: en nombre de la civilización hoy se
ejerce la barbarie contra el pueblo argentino. Y Borges tam-
bién es responsable.
El proyecto de la dictadura está destinado al fracaso. No
es la primera vez en la historia que el Partido Militar intenta
manejar la suma de los poderes públicos y la administración de
las riquezas de la Patria, desconociendo la voluntad popular. Y
siempre ha fracasado. Fracasó en 1930 y en 1955 y en 1966. En
1930, al atacar las fuerzas populares del radicalismo, de los par-
tidos provinciales y las agrupaciones de izquierda, al instru-
mentar un plan económico oligárquico que si bien pauperizó
a la clase trabajadora, también la alertó sobre su capacidad de
lucha y resistencia. En 1955 y el 1966 al confrontar las armas
con la imaginación de esa clase, que resistió, como lo está ha-
ciendo ahora, y al desconocer la pluralidad de tendencias de la
política argentina que, unidas, produjeron el 11 de marzo de
1973. Es cierto: el imperialismo puede jugar aún su carta, des-
conocer esa realidad, marchar contra la Historia. Pero lo úni-
co que hará es apurar el momento de la liberación.
¿Qué ocurrirá entonces con Borges?
Nadie mitigará su falta. Nadie, tampoco, dejará por eso
de frecuentar su obra, por momentos tan bella y por momen-
tos tan injusta. El pueblo buscará en ella (cuando pase este
momento de horror, cuando se ejerza la justicia) lo que haya
allí de valioso para su conocimiento del país y del mundo, de la
realidad y lo fantástico. Pero también señalará lo que haya allí
de arbitrario y superfluo, para mostrar lo que hizo una socie-
dad básicamente injusta con uno de sus hijos más notables.
El pueblo será crítico; asumirá, como quería Martí, el
ejercicio del criterio.
Borges y su pensamiento político 331

Pero antes Borges deberá responder a las preguntas que


motivaron esta reflexión, preguntas que no se refieren a los
enigmas que atarean su pensamiento y que pertenecen a su
respetada intimidad, sino a la realidad concreta que él asumió
como hombre político.

México, septiembre de 1977.

PUBLICADO ORIGINALMENTE POR EL COMITÉ DE SOLIDARIDAD

CON EL PUEBLO ARGENTINO, MÉXICO, 1978,


y EN POÉTICA DE LA POLÍTICA, COLlHUE, BUENOS AIRES, 1998.

Pedro Orgambide

Escritor, ensayista y dramaturgo argentino nacido


en 1929. Fue el fundador y director de la Gaceta literaria.
Entre 1974 y 1982 vivió exiliado en México, donde diri-
gió la revista Cambio. Fue coautor de una Enciclopedia de
la literatura argentina. Como escritor publicó entre otras
obras: Memorias de un hombre de bien, por la cual obtuvo el
Premio Municipal de Literatura en 1964; El arrabal del
mundo (1983) YHacerla América (1984); como ensayista:
Horacio Quimga. El hombre y su obra (1954), Genio y figura
de Ezequiel Martinez Estrada (1985) Y Gardel y la patria del
mito (1985) entre otras obras. Su último libro es Poética de
la política (1998). En 1997 obtuvo el Premio a la Trayec-
toria Artística del Fondo Nacional de las Artes.
Borges o el valor

En febrero de 1986, en Giriebra, con Borges interna-


do en una clínica no mucho antes de morir, imaginé que
"Borges cita a los guapos tanto que da la impresión de que
quien escribe es un guapo que cita a Borges. Esto suena a
calumnia o falsedad. Pero pienso que, efectivamente, un
guapo se tomó el trabajo de ser Borges para que algunos
milagros o alucinaciones de la pérdida o la nada abandona-
ran su fortuita condición y se instalaran en la espera de vida
que tiembla en todo texto. Creo que las famas cuchilleras,
las topadas, los corajes inauditos y barriales que constelan el
ser y no ser de cada guapo son materia que dejó atrás, por
insignificante, el guapo de verdad, el que eligió ser Borges,
el que quiso apuñalar al tiempo para detenerlo o atrasarlo,
el que peleó incansablemente combates de papel y conocía
su derrota de antemano".
Borges exaltó el coraje gratuito, "el valor individual,
quiero decir, personal -abundó en 1982, en un docu-
mental de Arts International que él habló en inglés-o
La gente tiene que adorar cosas. ¿Por qué no ha de ado-
rar el valor? Eso lo hicieron bien los nórdicos y también
los sajones. Adoraron el valor sólo por adorarlo. Y no
por una causa o algún sacrificio o por morir por su país o
por su fe;'. Sin embargo, hacia 1970, en la estupenda en-
trevista que Tomás Eloy Martínez le hiciera por el Canal
334 antiborges
7 de Buenos Aires -en el programa "Cuentos de mediano-
che" del que Pirí Lugones, "desaparecida" por la dictadura
militar, fue la productora- Borges había abjurado de "El hom-
bre de la esquina rosada", confesado que ese cuento no le gus-
taba, indicado que el mundo de los guapos le era ajeno, aclara-
do que su literatura sobre el tema era "un artificio" y
descalificado a los guapos en general porque eran "punteros
de comité" al servicio de los políticos de turno.
Borges invirtió años en mitificar ese tipo de valor, decla-
rando casi inequívocamente que él no lo poseía. Véase "El pu-
ñal", texto de 1930: el arma sueña en un cajón con el hombre
que la empuñe para lo que fue forjada: matar; a Borges, el
puñal le da lástima. "Tanta dureza, tanta fe, tan impasible e
inocente soberbia. Los años pasan, inútiles". La misma idea
insiste en "El encuentro", en que dos puñales de cuchilleros tal
vez difuntos usan a dos hombres para enfrentarse otra vez y
Borges sugiere que esa pelea, terminada, sigue latiendo para
resurgir. Como si atemperara el valor del coraje humano, con-
vertido en mero instrumento de la rabia del metal. Tal vez con-
vencido de la pequeñez de esa dimensión en Buenos Aires,
Borges remitió a ocho siglos atrás su admiración por el coraje
personal y la reubicó en las sagas nórdicas y los héroes de epo-
peya anglosajona. A esas distancias no le resultaba intolerable.
Es conocido el despiste y aun horror de las opiniones
políticas de Borges. Elogió a Videla después de memorable al-
muerzo, se dejó condecorar por Pinochet, opinó en la España
posfranquista que todo era mejor con Franco, decidió que a
James Carter había que propinarle un golpe de Estado. Pero
en 1981, en plena dictadura militar y antes de la guerra de las
Malvinas, firmó la solicitada que las Madres de Plaza de Mayo
lograron publicar en La Prensa en reclamo de sus hijos desapa-
recidos. A un agente de los servicios, presunto locutor, que lo
interrogó al respecto a micrófono abierto, Borges confirmó
que había dado su firma para la solicitada y la audición se in-
terrumpió abruptamente. A diferencia de otros intelectuales,
que nunca supieron reconocer sus agachadas frente a la dicta-
dura militar Borges reconoció sus errores; en el documental
Borgeso el valor 335

mencionado aclaró: "Al ser ciego y no leer los diarios, yo era


. muy ignorante. Pero la gente viene a mi casa (la dictadura se-
guía en el poder), a contarme historias tristes sobre la desapari-
ción de sus hijas, esposas, hijos, así que ahora estoy bien ente-
rado. Durante un tiempo no supe nada de nada, las noticias no
me llegaban, pero ahora esas cosas no pueden ser ignoradas.
Sí, mucha gente me ha acusado de no estar al día. Pero, (qué
podía hacer yo? Vivo solo, no conozco mucha gente, no leo los
diarios. Sólo escucho lo que mis amigos me dicen y ellos perte-
necen a otra clase. Pero ahora claro que sé sobre toda esa mise-
ria y todos esos crímenes, uno detrás de otro. Es por eso que
no hablé antes. 'Ignorancia, querida señora, mera ignorancia',
como decía el doctor Johnson. Ahora creo que sé más y me
siento triste, amando como amo a mi país". Dijo Borges, con
tristeza en la voz y una mueca a modo de sonrisa.
En 1984, al morir Julio Cortázar, La Nación dedicó una
página entera del suplemento literario al acontecimiento y, con
las honrosas excepciones de Héctor Yánover y Norah Lange,
todos los solicitados se dedicaron a ningunear al fallecido por
sus posiciones de izquierda y procubanas. Como Ernesto Sabato,
que destinó la mayor parte de sus disquisiciones a explicar que
él, en realidad, no pensaba como el muerto. Días después, en
Clarín aparecía una opinión de Borges, quien se declaraba
honrado de haber publicado el primer texto de Cortázar que
vio la luz -"Casa tomada"- y que en un breve párrafo final
(aplicable al propio Borges) aludía al contexto: 'Julio Cortázar
ha sido condenado, o aprobado, por sus opiniones políticas.
Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre
suelen ser superficiales y efímeras". Así responde la grandeza a
la mezquindad, y a la cobardía, el valor verdadero.

28 de octubre de 1993

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN PÁGINAl12, BUENOS AIRES, 1993, y EN


PROSA DE PRENSA, EDICIONES B, BUENOS AIRES, 1997.
336 antiborges

Juan Gelman

Nació en 1930. Su poesía, asociada a un compo-


nente narrativo y concebida a partir de una refinada ela-
boración de la cotidianeidad, elementos tangueros y com-
promiso político, está considerada como una de las más
importantes de la Argentina contemporánea. En 1998
recibió el Premio Nacional de Poesía. Como periodista
trabajó en las revistas Panorama y Crisis y en los diarios
Noticias y La Opinión. A raíz de su pertenencia a la iz-
quierda peronista debió exiliarse en México, donde to-
davía reside. Actualmente es traductor y columnista del
diario Página/12 de Buenos Aires. De su obra poética
merecen destacarse: Violín y otras cuestiones, Poemas de
Sidney West, Gotán, Cólera buey e Interrupciones 1 y 11. En
Prosa de prensa y Nueva prosa de prensa recopiló buena par-
te de sus trabajos periodísticos.
Borges:
el nihilismo débil*

Q) Para los escritores de mi generación, los que éramos


'-
..o jóvenes a mediados del siglo y estábamos enrolados en la
Q)
(/) literatura entonces llamada comprometida, obsesionados
por la angustia existencial y también por la vinculación en-
tre la cultura y la sociedad, Borges nos era ajeno, lo veíamos
como un sobreviviente delludismo del grupo martinfierrista.
Descubríamos, en cambio, al hoy olvidado Martínez Estrada,
a través de H. A. Murena, quien lo proponía como maestro,
en tanto condenaba a Borges por haber cumplido un papel
sólo destructivo.' Esto fue dicho desde la propia SUT, donde
luego le contestó Enrique Pezzoni." La ambivalencia de la
revista con su más prestigioso colaborador y miembro del
comité de redacción puede explicarse, según guste, por la
amplitud de criterio de la publicación o bien por las con-
flictivas relaciones que su directora Victoria Ocampo man-
tenía con Borges."
Significativamente Contorno, la revista juvenil que
se oponía a SUT, aunque con ciertas concordancias con
Murena, se había propuesto revisar críticamente a las ge-
neraciones anteriores de escritores, pero le parecía más

* Debido a la profusión de notas en este artículo y para


facilitar la lectura, éstas están agrupadas al final del mis-
mo (pp. 377 a 383). (N. delE.) .
útil atacar a Eduardo Mallea, que era entonces más leído e in-
fluyente que Borges. David Viñas lo admitía muchos años des-
pués: "A mí Borges no me interesaba: la polémica era co
Mallea, a quien se lo veía mucho más que a Borges"." Contorno
se ocuparía de casi todos los escritores argentinos pero jamás
dedicó un artículo a Borges, salvo una breve nota de Ismaeí
Viñas criticando el cuento antiperonista "La fiesta del mons-
truo". Sólo en la revista del Centro de Estudiantes de Filosofía v
Letras, que se había convertido en un anexo de Contorno, oé
Jitrik hizo una reseña crítica de Otras inquisiciones, en 1952, y
dos años después el mismo Centro de Estudiantes publicaba el
libro de Adolfo Prieto, Borges y la nueva generación, virulento
ataque del que el autor luego se arrepentiría. David Viñas de-
fendió esta obra desde la revista Liberalis, pero no se ocupará
de Borges en Literatur~ argentina y realidad política (1964), don-
de continuaba la actitud polémica de la nueva generación que
Emir Rodríguez Monegal" denominara "parricida" según una
expresión acuñada por Murena.
Desde una perspectiva muy distinta, el entonces en germen
nacionalismo de izquierda, Jorge Abelardo Ramos encaraba en
Crisis y resurrección de la literatura argentina (1954), una interpreta-
ción de Borges como expresión de la oligarquía vacuna y del im-
perialismo cultural. Advirtiendo lo impropio de este tipo de análi-
sis que luego adquiriría amplia difusión con Imperialismo y cultura,
de Hemández Arregui, yo respondí desde las páginas de Sur 6 se-
ñalando el determinismo y reduccionismo que deformaban el
pensamiento marxista en que pretendía basarse. Este ciclo de re-
visión borgeana culminaba con Borges o eljuego trascendente, de BIas
Matamoro, del que hice un prólogo apasionadamente
antiborgeano. Aunque el autor era másjoven, y la obra fue publi-
cada en 1971, se revelaba aún la influencia del sartrismo de los
cincuenta, al que se agregaba un emergente freudismo."
Pero ya los sartreanos habíamos recibido una inquietan-
te sorpresa, un día de 1955, cuando compramos en la librería
francesa Galatea de la calle Viamonte, como puntualmente lo
hacíamos todos los meses, el ejemplar de julio de Les Temps
Modernesf la revista de Sartre que era para algunos de nosotros
Borges:el nihilismodébil 339

una verdadera guía intelectual, y nos encontramos con la publica-


ción de varios ensayos de Otras inquisiciones, posiblemente lleva-
dos por su traductor, Paul Bénichou, que había vivido en Buenos
Aires. Aunque Sartre y Simone de Beauvoir no se mostraran de-
masiado interesados en Borges al que nunca citaron, algunos
sartreanos argentinos como Oscar Masotta y Carlos Correas co-
menzaron a sentirse atraídos por Borges leído en francés, aunque
guardando el secreto para no provocar el desdén de sus amigos.
Estábamos entonces lejos de sospechar el inusitado auge
que lograría Borges en las décadas siguientes. Aparte de sus méri-
tos propios, la borgeomanía que se desencadenaría respondía a
variados motivos, algunos extraliterarios: su vinculación a partir
del golpe militar de 1955 con el establishment, la difusión europea
que -como ocurrió con el tango en París-, provocó el inmedia-
to redescubrimiento en su propio país de origen, y sobre todo el
desplazamiento del compromiso sartreano por la crítica
estructuralista que, con su desvalorización de la historiay su énfa-
sis en el mito, parecía venir a darle la razón a Borges.
Si bien debemos admitir que el desdén por Borges en aque-
llos años cincuenta se debía en cierta medida al sectarismo, al
sociologismo vulgar y a la politización total, por otra parte tam-
bién debe reconocerse que él hacía lo suyo para no ser demasiado
querido. Era difícil para esosjóvenes que buscábamos lo verdade-
ro, lo bueno y lo justo, aceptar a quien subordinaba estos valores
a lo estético. Algunas de las críticas que le hacíamos aún siguen
vigentes dadas sus numerosas limitaciones o, para usar un térmi-
no borgeano, sus imposibilidades, como hombre y como escritor.
Paso a enumerar algunas de éstas: descreía plenamente de la his-
toria, ignoraba la sociología, se desinteresaba de la psicología, se
aburría con la política, censuraba el sexo. Corrientes enteras de la
filosofía y la literatura modernas y contemporáneas le eran aje-
nas. Relativizaba la filosofía o la reducía a sofismas y filosofemas, y
su fuente de conocimiento al respecto era la Historia de la filosofía
occidental de Bertrand Russell, ingeniosa, arbitraria, descaradamen-
te partidista, muy a la manera borgeana. Desdeñaba a los escrito-
res preocupados por los problemas de la mera condición huma-
na. Menospreciaba globalmente a géneros literarios y literaturas
340 antiborges
nacionales en su totalidad, por ejemplo a la novela francesa y rusa
del siglo XIX. No leía a algunos de los más grandes novelistas del
siglo xx, se burlaba de Proust y desconocía a Thomas Mann o
Musil, entre muchos otros, y hacía ostentación de no poder termi-
nar algunos libros clásicos. Las artes plásticas no le interesaban
demasiado, la música le estaba vedada. Sus comentarios críticos
eran deliberadamente parciales y caprichosos, a menudo
alevosamente equívocos. Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña
objetaban su información errónea y su estimación injusta.
Caricaturizaba las interpretaciones económicas o políticas de la
literatura, pero a su vez incurría en no menos artificiosas interpre-
taciones literarias de la economía o la política. Tenía el prurito de
"conocer lo que casi nadie conoce, pero ignorar lo que todo el
mundo conoce". Su erudición era extravagante y unilateral, limi-
tada a las lecturas hedonistas, a su memoria selectiva, a la Enciclope-
dia Británica; al Diccionario de literatura Bompiani, al Diccionario de
Filosofta de Fritz Mauthner, al Diccionario Enciclopédico Hispanoame-
ricano de Montaner y Simon, a la Enciclopedia de Chambers y a su
muy pequeña biblioteca personal, "... y los grandes volúmenes que
he hojeado, hojeado y no leído, y que me bastan" (La cifra, 1981).
Su amigo y admirador Néstor Iban-a reconocía: "¿Borges erudito?
Sería quizá ya tiempo de desviar ése como adoquín del oso de la
fábula. Hasta podríamos vacilar en llamarlo culto (...) [Qué desor-
den de lagunas! ¡Qué énfasis en esas lagunas! [Esas lagunas, qué
signo!"; "Es capaz de escribir las páginas más finas, más excitantes
y ocasionalmente, más justas, sobre temas que ha decidido no co-
nocer sino por un artículo de enciclopedia"." A las citas apócrifas,
a la bibliografia inventada, a las referencias tácitas, al pastiche y las
reminiscencias inconscientes, se mezclaban a veces los plagios
inconfesados, por ejemplo: "Has gastado los años, y te han gasta-
do" (Mateo xxv, 30, "El otro, el mismo"). 1 wasted time, and now doth
time wast me (William Shakespeare: Ricardo 11,acto V, escena V) .10
Más irritante resultaba que, en tanto se burlaba de muchas
supersticiones argentinas, respetaba en cambio otras igualmente
rechazables como las glorias militares y los árboles genealógicos.
Aunque era antifascista no se oponía a las dictaduras militares de
tipo tradicional. Era antirracista con los judíos pero no con los
Borges: el nihilismo débil 341

negros a los que recomendaba la esclavitud. En algunas ocasio-


nes tenía razón por malas razones, por ejemplo el peronismo
era atacable, pero no precisamente por haber otorgado el agui-
naldo a los trabajadores; estaba en lo cierto en combatir a los
devotos de la ex Unión Soviética, pero equivocado al confun-
dir estalinismo con socialismo.
Con el tiempo, no obstante, pude comprobar que en una
república de las letras que se destaca por el conformismo, el
asentimiento cómplice y el oportunismo, Borges osaba en algu-
nas ocasiones, no en todas, y aunque a veces por malentendidos,
nadar contra la corriente. Combatió, aunque sólo fuera con las
armas de la ironía, o con gestos irreverentes, algunos prejuicios
argentinos: el gardelismo, el fútbol, el peronismo, lo que le
valió ser estigmatizado por el nacionalismo populista. Inmune
a las exaltaciones del sentimentalismo patriótico decía que "a
la audición del Himno Nacional prefería la del tango 'Loca'".
En un país donde hasta los llamados progresistas son respetuo-
sos de la poderosa corporación clerical, osaba proclamar en
unas Navidades que él no las celebraba porque no era religioso
y si fuera religioso no sería cristiano y si fuera cristiano no sería
católico, provocando con declaraciones de este tipo, homilías
de obispos acusándolo de blasfemo, aunque después de su
muerte trataron de apropiárselo.
Tal vez su rasgo más rescatable sea su capacidad de man-
tenerse inmune al contagio de esas pestes emocionales, esos
delirios colectivos de unanimidad que suelen atacar a los ar-
gentinos en ciertas circunstancias de su turbulenta historia con-
temporánea. Su voz discordante frente al coro unánime -los
escritores en primer término- que aclamaba el Mundial de
Fútbol durante la dictadura de Videla, se enfervorizaba ante el
amago de guerra con Chile y deliraba con la absurda y san-
grienta aventura de las Malvinas me hizo sentir menos desola-
do en esos días aciagos y me deparó la sorpresa de descubrir
que era posible compartir alguna emoción con Borges.
También debe señalarse a su favor que algunos de sus
peores defectos han sido exageraciones y a veces meras inven-
ciones de sus acólitos, por ejemplo la responsabilidad de ese
342 antiborges
fraude literario que hizo del ameno charlista del café "La Perla'
de Plaza Once, Macedonio Fernández, un gran filósofo, poeta y
novelista. Este despropósito no le atañe del todo a Borges sino a
un diletante como Raúl Scalabrini Ortiz, quien en 192810 procla-
maba "nuestro primer metafísico", y sobre todo a una generación
muy posterior de escritores de ficción y críticos literarios que cre-
yeron inéditos viejos chistes de Mark Twain, y cuyo desconocimien-
to de la filosofía les hizo creer que las glosas de Schopenhauer
constituían ideas geniales del contertulio de la noche del sábado.
Si bien ya Pedro Henríquez Ureña en carta a Rodríguez Feo de
1945 se quejaba de la influencia nefasta de Macedonio Fernández
sobre Borges, en realidad debe reconocerse que éste nunca lo
tomó en serio como escritor y lo consideró más bien un personaj e
singular, raro, un character según la acepción inglesa. Ya en las
palabras pronunciadas ante la tumba admitía que sus bromas y
especulaciones fueron orales y que perdían la espontaneidad en
la página escrita." En otras ocasiones admitía que las frases de
Macedonio eran bromas para ser oídas una sola vez al azar de la
conversación y se lamentaba de que hubiera cometido el error de
escribirlas llegando a una suerte de barroquismo casi ilegible."
Si Macedonio Fernández hubiera ejercido su profesión de
abogado y vivido como un honorable padre de familia, en lugar
de rodar por miserables pensiones tocando la guitarra y dando de
comer masitas a las cucarachas, si no hubiera sido el personaje
estrafalario que fue, no sería hoy un escritor de culto.

La literatura fantástica que se había convertido en los años


cuarenta y cincuenta en el género preferido de algunos miem-
bros del grupo Sur alrededor de Borges, Adolfo Bioy Casares y
sus seguidores, nos dejaba indiferentes a quienes éramos partida-
rios del realismo. Este alejamiento no nos permitió prestar más
atención a los cuentos de Bustos Domecq, ya algunos personajes
de otras narraciones como el poeta argentino de ElAleph, la seño-
ra esnob de "El Zahir", donde se reflejaban el habla, los hábitos y
peculiaridades de las clases sociales porteñas, así como en las Cró-
nicas de Bustos Domecq, lajerga de los artistas y críticos vanguardistas,
con un sentido de la observación que podían envidiar muchos
Borges:el nihilismodébil 343

narradores realistas. Contradiciendo su propia acusación a los


géneros llamados bajos, al sainete, al grotesco, a Carita" de inven-
tar un léxico que no hablaba la gente común, mostraba que a
través de las formas de la caricatura, la parodia y la comicidad se
pueden evocar ciertos aspectos de la realidad. Además, con Bus-
tos Domecq desechando el uso de jergas gauchescas o lunfardas,
optó por la "heterogénea lengua vernácula de la charla porteña",
continuando, en cierto modo, el tono coloquial de algunos cro-
nistas del ochenta, y adelantándose a las recreaciones de la oralidad
de una literatura posterior, y también a cierta actitud ante lo kitsch
que luego se llamaría sensibilidad campo
A pesar y en contradicción con su elitismo antiplebeyo,
fue uno de los primeros y raros intelectuales en valorar ciertas
expresiones de la cultura de masas, el cine norteamericano, la
novela policial, la gauchesca y el western, la arquitectura de
suburbio, la milonga y el tango primitivo yesos precursores
del grafito, que fueron las inscripciones de carro.

EL MITO DE BUENOS AIRES

Había sin embargo ya en los años cincuenta algo en Borges


que atraía a quienes descubríamos fascinados la ciudad de Bue-
nos Aires, si bien con intenciones muy distintas ya que entonces
intentábamos hacer una novela, un teatro o un cine; y otros, una
sociología o una historia social de la ciudad. Borges en cambio se
había propuesto una mítica poética de la misma. No obstante,
compartíamos con él, a la distancia, esa pasión porteña del vaga-
bundeo por las calles de la ciudad, ese deambular, ese pasear sin
rumbo fijo, dedicado a observar, a divagar, a soñar, costumbre de
algunos habitantes de las grandes capitales del mundo y para el
que los parisinos crearon la expresión jláneur. Borges aludía en
sus obras tempranas a la flánerie cuando decía: "Eso que llaman
caminar al azar"," "mi callejero no hacer nada"," "caminatas
extasiadas y eternas por la infinitud de los barrios" .16
El Borges temprano, el de los poemas y Evaristo Carriego se
ubicaba en cierta literatura que puede llamarse de laflánerie" No
344 antiborges
sabemos si Borges leyó el ensayo El pintor de la vida moderna, donde
Baudelaire se refería a la fldnerie, ya que no era muy afecto a ese
autor, pero sí lo era, en cambio, a Samuel Johnson quien, ya antes
que Baudelaire, flaneaba por las calles del Londres del siglo XVIII.
También antes que Borges, Sarmiento definía la flánerie en un
artículo de 1841 y Eduardo Wilde flaneaba por las orillas de Bue-
nos Aires y daba cuenta de sus andanzas en una nota
significativamente llamada "Sin rumbo" que Borges comentaba
en un artículo de 1926.18
Mientras Borges flaneaba por las calles de Buenos Aires, en
los años veinte, al mismo tiempo el berlinés Walter Benjamín lo
hacía por las calles de París. Fue este autor, desconocido por Borges,
quien se propuso enunciar la filosofía del jláneur en su ensayo
sobre Baudelaire, y en su obra inconclusa sobre los Pasajes de
París." Lajláneriede Baudelaire y también de Benjamín tenía pun-
tos en común con la de Borges, pero a la vez diferencias notables.
Para Baudelaire, eljláneurcaptaba el momento que pasa, lo fugaz,
característico de la vida moderna; buscaba la sensación de lo nue-
vo, se instalaba en el corazón de la multitud, de los grandes
bulevares, disfrutaba del movimiento incesante. El fláneur de
Baudelaire era, como pensaba Benjamin, el descubridor de la
modernidad que surgía a mediados del siglo XIX en las grandes
metrópolis. Ésta era la fldnerie de Roberto Arlt fascinado por la
transformación de la gran aldea en metrópolis, pero no la de
Borges quien, por el contrario, rehuía las calles iluminadas y
las multitudes, y elegía las callecitas poco transitadas. No era el
deslumbramiento de la modernidad lo que él buscaba en su
fláneriesuic todo lo contrario: la huida de la misma. No le atraía el
centro comercial con sus luces y su ajetreo, ni tampoco el Barrio
Norte con los lujosos palacios sino las orillas, como se decía en-
tonces: el oeste, zona atrasada donde la ciudad se perdía con las
últimas casas y se confundía con el campo, o el sur, barrio aban-
donado desde hacía tiempo por las clases altas y donde se con-
servaban casas y patios de otro tiempo. Su antimodernismo se
mostraba en los términos despectivos con que se refería a los
dos primeros estilos arquitectónicos modernos, el art nouveau y el
art déaT9() y a los que oponía las casas bajas de estilo pompeyano
Borges:el nihilismodébil 345

con puerta de calle en forma de arco, puerta cancel de hierro,


zaguán y patios de baldosas.
La ciudad de Borges era en parte mítica pero en parte real,
lograba a veces evocar, y sin recurrir a la descripción, la aunósfera
inasible de barrios abandonados como Constitución con su aire
nocturno de casa vieja, sus calles íntimas como largos zaguanes, y
sus plazas como patios." Esa atmósfera que descubría en el sur se
parecía en cierto modo, y pese a la distancia, a aquella que la
literatura decadentista de Maurice Barres, Gabriel D'Annunzio,
Ramón del Valle Inclán, Georges Rodenbach, evocaban en las ciu-
dades muertas europeas con sus callejuelas sin animación, sus
palacios en ruinas. Ramón Gómez de la Serna, en una reseña
de Fervor de Buenos Aires, en Revista de Occidente, en 1924, obser-
vaba que las calles de Buenos Aires vistas por Borges se pare-
cían a las "silenciosas y conmovedoras" de Granada, otra ciudad
muerta.F Curiosamente Borges no frecuentaba ni mucho menos
gustaba de los decadentistas europeos que habían influido en cam-
bio en otros escritores argentinos contemporáneos suyos, a los
que tampoco apreciaba, Enrique Larreta, Manuel Gálvez, Ángel
de Estrada." Borges tenía, en cambio, afinidad con los decaden-
tes, en su esteticismo, cuya fuente común era Schopenhauer y tal
vez pueda también encontrarse en el coraje borgeano alguna re-
sonancia de la "energía" barresiana.
Lo que más acercaba a Borges y los decadentes era su
común amor por las ruinas y la muerte como estímulo estético,
su añoranza del pasado, y su desdén por el presente. Lo dife-
renciaba de aquellos que su pasado no era lejano sino inme-
diato, la ciudad de treinta años atrás, a lo sumo la ciudad de
antes del ochenta, y que sus ruinas no tenían la pátina presti-
giosa de un castillo o una iglesia sino la tristeza de casas pobres
que envejecen sin convertirse en históricas.
Hay otro aspecto, no ya estético sino social que vinculaba
indeliberadamente a Borges con los decadentistas. Las ciuda-
des muertas que mitificaban aquellos, Brujas, Toledo, Venecia,
eran al fin representativas de sociedades que habían quedado
atrasadas en el proceso modernizador desarrollado en la Euro-
pa del siglo XIX. En los decadentes había una nostalgia por la
-
346 antiborges
ciudad premoderna, preindustrial, del mismo modo que Borges
añoraba la sociedad anterior al desarrollo agroexportador y
comercial del ochenta y a las grandes olas inmigratorias que
hacían del criollo "un forastero en su patria".
Por eso la jlánerie de Borges y de los decadentistas se dife-
renciaba de la de Baudelaire. En el estudio sobre París, Benjamin
señalaba ciertas peculiaridades del jláneur que pueden aplicarse
por oposición a Borges. El fláneur, decía, estaba en los umbrales
tanto de la metrópolis como de la clase burguesa; ninguna de las
dos lo había aplastado aún, en ninguna de las dos se encontraba
en su elemento." Baudelaire permanecía al margen de la burgue-
sía por su bohemia, su dandismo y su perversión, pero Borges no
era ni un bohemio ni un dandi ni un perverso. Sin embargo tam-
bién estaba, en cierto modo, al margen de la gran burguesía en-
tonces dominante por su pertenencia a un determinado sector
social: descendiente de familias patricias, pero sin fortuna, los
Borges y los Acevedo eran hidalgos pobres." parientes pobres de
la oligarquía, venidos a menos. No les quedaba por tanto sino
reivindicar la prosapia de sus antepasados, próceres menores de
la historia argentina, frente a las grandes fortunas advenedizas, y
enorgullecerse de sus costumbres austeras y su pobreza digna frente
al lujo ostentoso y guarango de los nuevos ricos, o al mal gusto de
los inmigrantes. No pudo liberarse Borges de los prejuicios típi-
cos de su clase y su época contra el inmigrante, que se manifesta-
ban en sus burlas reiteradas a los italianos, en su opción de la
milonga criolla contra el tango "arruinado por los italianos de la
Boca". Hasta llegó a oponer al orillero, al fin descendiente de
criollos, al inmigrante italiano, "la voz pausada y nasal del orillero
antiguo, sin los silbidos italianos de ahora'" sin advertir que el
Palermo de la infancia que idealizó era ya un barrio italianizado
-más aún que nació italiano porque hasta su nombre derivaba
de un siciliano dueño de un matadero-, y el compadre de quien
quería hacer un arquetipo del criollo hablaba un lenguaje inficio-
nado por los dialectos genovés y napolitano.
No es por azar que a ese sector social del hidalgo pobre
pertenecieran Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Manuel Gálvez,
forjadores del nacionalismo cultural retrospectivo, una especie
Borges:el nihilismodébil 347

de anticapitalismo romántico que en la década del diez y el


veinte contraponía las virtudes de la sociedad patricia al mate-
rialismo mercantilista de la república liberal.
La etapa "criollista" del joven Borges era una manifesta-
ción sui generis de ese nacionalismo cultural que además coinci-
día con el ascenso del yrigoyenismo, al que Borges adheriría
activamente por variadas razones, entre otras las lealtades fami-
liares: un abuelo materno había sido íntimo de Leandro Alem.
El nacionalismo aristocratizante y antiinmigratorio -por su
origen hidalgo- se entremezclaba, de ese modo, con el nacio-
nalismo populista de base inmigratoria del yrigoyenismo.
Su infancia, por influencia sobre todo de la familia ma-
terna, estaba rodeada de daguerrotipos de los bisabuelos gue-
rreros, espadas herrumbrosas, uniformes guardados en naftalina,
blasones opacos, pergaminos amarillos, borrosos medallones,
antiguos muebles de caoba y anécdotas de la historia argentina
contadas como recuerdos de familia, "la tradición oral de mi
casa". Pero el joven Borges, muy parecido al personaje de El
SU?; sólo podía sobrevivir económicamente gracias a un modes-
to empleo público y debía soportar, como él mismo decía, "las
humillaciones de la pobreza".
La decadencia de esta clase a la que su amigo Man uel Mujica
Láinez, otro hidalgo pobre, dedicó algunas de sus mejores pági-
nas, fue también ironizada en uno de sus pocos relatos realistas
"La señora mayor". De esa familia patricia que podría ser la de su
madre, decía Borges: "Creían pertenecer a la aristocracia, pero la
gente que figura los ignoraba; eran descendientes de un prócer,
pero los manuales de historia solían prescindir de su nombre. Es
verdad que los conmemoraba una calle pero esa calle que muy
pocos conocen está perdida"." En ocasiones Borges intentaba di-
simular su romanticismo retrospectivo de clan familiar, tribal, iden-
tificándose con la clase media liberada, según él, de los defectos
que compartían la aristocracia y la plebe.
Lo que buscaba Borges en los arrabales, en el viejo barrio
Sur, era la recuperación de la ciudad de antes, la de las familias
patricias que vivían en caserones de patio y aljibe, destruida por la
modernización, la industrialización, la transformación en gran
348 antibarges
metrópolis, que albergaba a multitudes anónimas. Su deliberado
anacronismo estaba vinculado, en cierto modo, con el anacronis-
mo inconsciente de la señora mayor del citado cuento: " .... quizá
no sospechaba que Buenos Aires había ido cambiando y crecien-
do. Los primeros recuerdos eran los más vívidos: la ciudad que la
señora se figuraba del otro lado de la puerta de calle sería muy
anterior a la del tiempo en que tuvieron que mudarse del centro.
Los bueyes de las carretas descansarían en la plaza de Once y las
violetas muertas aromarían las quintas de Barracas"."
En unas estrofas no demasiado felices del poema "La noche
cíclica" asociaba las calles de los banios que recorría en sus cami-
natas con el recuerdo de sus antepasados. "Ahí está Buenos Aires
(...) esta vana madeja de calles que repiten los pretéritos nombres
de mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez". 29 Al mismo tiem-
po que una reminiscencia de la sociedad ya desaparecida, la miti-
ficación del barrio era una reminiscencia de los años de la infan-
cia. En ambos casos se trataba de un retorno utópico a la venturosa
Edad de Oro perdida por el paso de los años, que lo llevaría como
una constante de toda su obra a un rechazo de la historia, del
cambio, a intentar una refutación filosófica del tiempo recurrien-
do a la teoría cíclica o circular del tiempo que en las sociedades
arcaicas expresaba el temor a lo nuevo y en el pensamiento de
derecha sirve para destruir la idea de cambio histórico.
También es significativamente revelador del contenido de
clase de su obra la preferencia por la épica y el desdén por la
novela. Mijail Bajtin señalaba en Épica y nooela/" que la épica es el
género de las clases aristocráticas vinculadas a la sociedad patriar-
cal por su eterna remisión a los orígenes, a un pasado heroico, a la
tradición sagrada, a la ceremonia y el rito, al culto piadoso por los
"ancestros", los "primeros" que son también los "mejores". Borges
constantemente se refería con reverencia a "nuestros mayores".
La novela, por el contrario, y aquí Bajtin sigue la célebre defini-
ción de Hegel: "la novela, epopeya de la burguesía" se refiere al
tiempo presente, a la actualidad, o cuando trata del pasado lo
hace desde una perspectiva actual. Los personajes no son figu-
ras emblemáticas, arquetipos, sino individuos históricamente con-
cretos, no héroes sino hombres comunes, El tiempo en que se
Borges:el nihilismodébil 349

desarrolla la acción no es el tiempo sagrado inmutable y eterno


de la épica, sino el devenir histórico, abierto a un porvenir incier-
to y siempre nuevo. La épica llevada a su extremo estilístico es un
arte afín al autoritarismo, al dogmatismo, al conservadurismo, al
aristocratismo. La novela, al abolir la distancia, al volver al mundo
y a los hombres próximos y familiares, erosiona la jerarquía, la
grandeza -sólo se es grande de lejos, nadie es grande en su tiern-
po-, es por tanto un arte intrínsecamente democrático. El amor
por la épica y el desdén por la novela se relacionan en Borges con
su desprecio por la modernidad, por el conocimiento de la reali-
dad, por el cambio histórico, en fin, por la democracia.
Pero Bajtin observaba también que la transición de la épica
a la novela se da en el género cómico, porque sólo una figura vista
de cerca puede provocar risa. Parecería ser que cuando Borges
eventualmente cultiva el género cómico y paródico en los cuentos
de Bustos Domecq o en algunos personajes de otros relatos, se
estaba acercando, en esbozo, a la realidad social de su tiempo, a
una novela en germen a la que no obstante rehusó desarrollar.

En El tamaño de mi esperanza, en el ensayo significa-


tivamente titulado "La pampa y el suburbio son dioses", enun-
ciaba su programa literario. "Al cabal símbolo pampeano, cuya
figuración humana es el gaucho, va adhiriéndose con el tiem-
po el de las orillas: símbolo a medio hacer" y agregaba que
Güiraldes eligió la pampa y él, Borges, se dedicaría al arrabal."
Deliberadamente, se planteaba la tarea de crear desde el pre-
sente un pasado, una tradición literaria, y se repartía el trabajo
con Ouiraldes. Como ya lo señalaran Rafael Olea Franco y Bea-
triz Sarlo'" aplicando un término de Eric Hobsbawn'" no se tra-
taba del descubrimiento sino de la "invención de la tradición".
En consecuencia, y según su propia teoría de que los grandes
escritores crean a sus propios precursores, él creó a su precur-
sor, un poeta menor -Evaristo Carriego- que fue el primero
en cantar al suburbio. En esos arrabales, al margen del progre-
so, encontraba Borges la detención del tiempo o la vuelta al
pasado frente a la modernidad. No es casual que la primera
refutación filosófica del tiempo o la afirmación de un tiempo
350 antiborges
inmóvil y ahistórico le haya sido revelada en una de sus camina-
tas al atardecer por una calle solitaria de Barracas." En este
fragmento Borges parece haber logrado "la conexión necesa-
ria" entre sus dos temas decisivos y tan lejanos entre sí, la re-
flexión filosófica sobre el tiempo y el sentimiento del arrabal.
El paisaje urbano delfoneurque, como Baudelaire, acepta-
ba la modernidad, estaba poblado por muchedumbres; el de
Borges, por el contrario, que rechazaba el presente, debía estar
deshabitado o habitado tan sólo por fantasmas, porque la gente
ya no era la de antes, no se conservaba antigua como las casas. El
arrabal y las calles, como dice Enrique Pezzoni, estaban "depura-
dos de los 'recién venidos'"." Esos "huecos barrios vacíos?" se
parecían en cierto modo a los de las ciudades muertas pero tam-
bién a los escenarios de las pinturas metafisicas italianas o mejor
aun a las fotografías de París de Eugene Atget donde, según ob-
servaba Benjamin.Y la ciudad estaba como desamueblada; vacíos
los patios, las veredas, las plazas, y esas imágenes vacías creaban el
extrañamiento entre el hombre y el mundo en torno. En los arra-
bales borgeanos no se encuentra la aglomeración del conventillo,
ni inmigrantes ni obreros, ni fábricas, esa "chusma brumosa de
chimeneas atareadas". Rechazaba "la vocinglera energía de algu-
nas calles centrales y la universal chusma dolorosa que hay en los
puertos" o "las calles 'incómodas de turba y ajetreo't." Las horas
preferidas eran aquellas en que cesaba el movimiento, el atarde-
cer o la noche, donde todo era soledad, silencio y melancolía. No
es por azar que su tono poético sea el elegíaco y que uno de sus
temas sea la ciudad de los muertos, los cementerios. Norah Lange
en un comentario sobre sus poemas publicado en la revista Mar-
tínFierro en 1927, observaba que este Buenos Aires "parecía dema-
siado tranquilo y dominguero." Otro poeta coetáneo, Raúl
González Tuñón, en la dedicatoria de su primer libro El violín del
diablo (1926) escribió una alusión directa a Borges: "Aclaro que
son versos alejados del Buenos Aires manso y cordial como un
patio", al que oponía el mito bullente y exótico, del bajo fondo de
la zona prostibularia del puerto, también frecuentada por Héctor
Pedro Blomberg. De ambas invenciones poéticas de la ciudad
-el barrio de ayer y el bajo fondo-, surgirá la literatura del
Borges: el nihilismo débil 351

tango, tan menospreciada por Borges porque se trataba de la nos-


talgia de los hijos de inmigrantes por una ciudad que también se
había vuelto vieja para ellos, en un país que ya les pertenecía. Le
reprochaba a ese tango su carácter quejumbroso, pero ése era el
rasgo de la elegía, género predominante en su propia poesía de la
que derivaba precisamente el tango de Hornero Manzi.
Como él mismo lo señalaba en Evaristo Carriego, la poe-
sía de Borges orillaba una epopeya del arrabal si no hubiese
cedido a su inclinación por la elegía." Esta inclinación no era
sólo literaria, sino el sentimiento de que los tiempos heroicos
habían pasado inexorablemente.
Dicho todo esto, es preciso señalar que el hechizo de la ciu-
dad muerta, del barrio decadente, de la casa en ruinas, tiene tam-
bién su lado rescatable; el rechazo del presente puede permitir
ver los aspectos negativos de un avance desordenado que por sus
propias contradicciones siempre va unido a algún retroceso. La
nostalgia no es necesariamente reaccionaria, puede ser a veces
crítica y menos conformista que ciertos progresismo s demasiado
lineales, demasiado adheridos a lo nuevo, a lo último como a lo
mejor, característica de los ultraísmos, de los futurismos, de los
vanguardismos de los que se burlaba Borges. La nostalgia como
motivo de la literatura es también el recordatorio de los encantos
de la ciudad vieja, perdidos por los avances del capitalismo y,aun-
que decadente, ocupa un momento necesario en el movimiento
dialéctico: la conservación de algo de lo que cambia.

LOS ARQUETIPOS

Más discutible es, en cambio, Borges cuando puebla los arra-


bales con personajes mitológicos de un paraíso perdido
premoderno. El sucedáneo del payador de Lugones, del gaucho
de Güiraldes, o del indio de Ricardo Rojas era el orillero, cuchille-
ro, compadre o malevo borgeano. El personaje arquetípico del
compadre representaba para él otro recuerdo de la ciudad mítica.
Pero también había algo de la fascinación por ellumpen que es
frecuente en muchos escritores de clase media, en Roberto ArIt,
352 antibarges
por nombrar a un coetáneo suyo, como forma de introducir la
aventura en la monotonía de la cotidianidad burguesa.
Otra quiebra de la rutina se dio durante unas vacaciones en
la estancia de Enrique Amorín en el Uruguay donde confundió a
los peones con gauchos, pero asistió en un almacén de frontera a
una auténtica pelea con cuchillo. Desde entonces comenzó a in-
. traducir en sus cuentos y poemas también al personaje mítico del
gaucho cuchillero." Su atracción por este ruralismo primitivo no
estaba de ningún modo desvinculada de los avatares de la econo-
mía agraria, y cierta aversión por el avance de los chacareros italia-
nos, de "la mezquina y logrera agricultura"." Como contraparti-
da de estos antihéroes, se daba "un culto idolátrico por los militares
muertos, con los cuales quizá no podría intercambiar una sola
palabra"; los guerreros gloriosos, los fantasmas de su abuelo el
coronel Francisco Borges, de sus bisabuelos, el coronel Isidoro
Suárez y el general Soler, y otros antecesores. Ambos, el guerrero
y el compadre, eran arquetipos del "culto nacional del coraje",
fórmula acuñada por Juan Agustín García en La ciudad indiana
(l 900), Ypor Carlos Octavio Bunge en Nuestra América (l 903), Y
que Borges aceptaba como rasgo del supuesto carácter criollo. A
veces en su imaginación se entremezclaban ambos, el cuchillero y
el guerrero; la muerte en la pelea de almacén rememoraba la
batalla gloriosa "con el patriótico sable ya rebajado a cuchillo".
En su madurez renegó del culto a los antihéroes, pero en
cambio, los héroes, aquellos militares del siglo XIX, se trastocaron
en los sangrientos dictadores militares. Su figura literaria preferi-
da de "la espada" se degradó siniestramente cuando, imitando a
su maestro Lugones, proclamó una nueva "hora de la espada", y
en su viaje a Chile, en 1976, alabó a los generales Pinochet yVidela
y dijo al recibir honores en la Universidad de Chile: "Mi país está
emergiendo de la ciénaga por obra de las espadas (...) Chile, que
es una espada honrosa, ya.ha emergido de la ciénaga". No obstan-
te, y contradiciéndose una vez más, en la única vez que le tocó
vivir de cerca una guerra, predominó su lado racionalista sobre su
lado heroico, belicista, irracionalista, y repudió el intento de gue-
rra con Chile y luego la loca aventura de las Malvinas, en un gesto
que borra otras abominables actitudes.
Borges:el nihilismodébil 353

Las motivaciones históricas y sociales se mezclaban en


Borges siempre con sus gustos puramente artísticos, es así como
el culto al coraje, más que de cualquier sociología argentina a
la que era poco afecto, o de posiciones políticas efímeras, deri-
vaba preferentemente del cine, del género western o de los
filmes de gángsters de Joseph von Sternberg, con quien tam-
bién compartía su desprecio por el realismo.
En la conferencia de 1961 "Origen de la épica en Ingla-
terra" decía: "La poesía épica satisface una necesidad del hom-
bre, y acaso porque los poetas actuales parecen haberlo olvida-
do, la misión es ahora cumplida por las películas del oeste y
aun por las de pistoleros". Y reiteraba en un reportaje: "La tra-
dición épica ha sido salvada para el mundo por Hollywood por
improbable que parezca'i." A La batida de Sternberg la llamó
"heroica". Se entusiasmó también con los pendencieros jóve-
nes con navaja de la Nueva York de los años cincuenta, llegan-
do a ver West Side Story hasta siete veces.
No sólo Borges era deudor, como lo reconoció en el pró-
logo de Historia universal de la infamia,43 de los filmes mudos de
Joseph von Sternberg. La poesía de los puertos, los cafetines y
. los callejones en brumas de estos filmes mudos -Las noches de
Chicago, Los Muelles de Nueva York- que anteceden a Marcel
Carne, deben haber influido en los cuentos de bajo fondo de
Héctor Pedro Blomberg y en los poemas de Raúl González
Tuñón. También mostraba la impronta sternbergiana cierto
cine argentino negro de los años treinta: Monte criollo, de Arturo
S. Mom-Daniel Tinayre, y La Fuga, de Luis Saslavsky, esta últi-
ma elogiada por Borges en Sur .44 La ciudad futurista de Arlt,
por su parte, tenía su fuente en Metrópolis de Fritz Lang. El
expresionismo no sólo cinematográfico 'sino también literario,
dejó su impronta en la literatura y el arte argentinos, también
en el teatro -en el género del grotesco- y en la plástica, en
los aguafuertes de Facio Hebecquer. De todos los movimien-
tos de vanguardia, Borges sólo rescataba el expresionismo. Le
había dedicado un ensayo en Inquisiciones, había confecciona-
do una antología de poetas expresionistas alemanes en la revis-
ta madrileña Cervantes, en 1920, y leía con interés la novela
354 antiborges
expresionista El Golem, de Gustav Meyrink." En el expresio-
nismo encontraba algunos de sus temas obsesivos, la magia, los
sueños, la filosofía oriental, la ciudad.
Si en los gustos cinematográficos de Borges, el gángster se
vinculaba en cierto modo al cowboy, en su propia literatura, el
compadre tenía antecedentes en el gaucho malo, en el bandolero
rural de los folletines populistas de Eduardo Gutiérrez, tan cerca-
nos a los pulp fiction del Far West. No es casual que también, por la
misma época, en Estados Unidos, que pasaba por un proceso in-
migratorio similar al nuestro, se descubriera al cowboy -con El
virginiano (1902), de Owen Wister- como símbolo del auténtico
nativo enfrentado a las hordas de inmigrantes extranjeros de las
ciudades. Paradójicamente, el cowboy compartiría después con el
gángster, típico producto de la ciudad y la inmigración, el papel
del héroe en la literatura de kiosco y el cine de Hollywood, y cons-
tituiría la "épica baja" de nuestra época.
Borges observaba la ligazón entre el gaucho y el compadre
en un artículo sobre Gutiérrez, señalando que éste novelaba "el
gaucho según las exigencias románticas de los compadritos porte-
ños"." El circo de los Podestá y los folletines de Gutiérrez fueron,
según Borges, "los libros de caballería" del compadrito." El pa-
rentesco de gauchos y compadres de arrabal, por otra parte, esta-
ba en aquellos días en el aire. Al gaucho se lo llama compadre,
señalaba Carlos Octavio Bunge." Un autor admirado por Borges,
Vicente Rossi" recordaba que a los gauchos del drama rural del
circo de los Podestá, el público los llamaba compadritos. En los
almacenes de suburbio los payadores mezclaban sus coplas
gauchescas con giros lunfardos. A su vez, la crónica policial llama-
ba "moreyras" a los compadres peleadores de los arrabales. En la
crónica de un Carnaval porteño de 1896, Rubén Darío veía a un
compadrito disfrazado de Moreyra." Para Fernán Silva Valdés el
compadre "era el nieto del gaucho" y, para Evaristo Carriego, "él
esJuan Moreyra, él es Santos Vega".
El proyecto juvenil de Borges en su etapa criollista era que
"otro don José Hernández nos escriba la epopeya del compadra-
je" y agregaba: "cualquier compadre es ya un jirón posible del
arquetípico personaje"." A la vez que era fervoroso admirador
Borges: el nihilismo débil 355

del compadre, del duelo a cuchillo y de las novelas de gauchos


malos de Gutiérrez, contradiciéndose, como habitualmente, criti-
caba a quienes como Lugones pretendían hacer una épica nacio-
nal del "caso individual de un cuchillero de mil ochocientos se-
senta",52o se lamentaba de que "nuestra historia sería otra, y sería
mejor, si se hubiera elegido a partir de este siglo, el Facundo y no el
Martín Fierro" como libro clásico nacional"." Esta ambivalencia
frente al personaje del gaucho era sintomática de los escritores de
comienzos de siglo. Entre sus defensores, algunos veían en él un
rebelde social a lo Robin Hood como Alberto Ghiraldo en su re-
vista anarquista de 1904. Lugones, Rojas o Güiraldes contrapo-
nían la figura legendaria del gaucho al extranjero inmigrante,
y a la ciudad desarraigada, en la tradición del mito rousseau-
niano del campesino, de la égloga pastoril." En el lado opues-
to, liberales conservadores -Ernesto Quesada, El criollismo en
la literatura argentina-junto a nacionalistas -Manuel Gálvez,
El diario de Gabriel Quiroga- y progresistas del tipo de Roberto
J. Payró -Divertidas aventuras del nieto deJuan Moreyra-, o José
Ingenieros -Psicología de Juan Moreyra, se lanzaban contra el,
"moreyrismo" en tanto resabio de una sociedad arcaica y desti-
nada a desaparecer por el progreso.
Pero cuando Borges formulaba sus juicios adversos al
gauchismo, en El Martín Fierro de 1953, el aire de los tiempos
era otro, y su posición resultaba extemporánea, el populismo
nacionalista estaba entonces en su apogeo. Años después, más
aún el bandido rural sería visto como un rebelde a la sociedad
establecida. Al revival de Moreyra, en el film de Leonardo Favio
de 1973, en pleno auge del populismo más violento, se agrega-
ban los de otros personajes más cercanos como Vairoleto o
Isidoro Velázquez, cuyos delitos carecían de toda reivindicación
social, a pesar de lo cual se los quiso convertir en una especie
de rebeldes primitivos, según la acepción de EricJ. Hobsbawn,
de forma prerrevolucionaria de la violencia, y anunciantes ya
de la guerrilla campesina."
Hoy no puede dejar de verse el llamado culto nacional del
coraje como el antecedente folclórico del culto de la violencia y
de la muerte que caracterizó a las trágicas décadas del sesenta y el
356 antiborges
setenta. Ni siquiera faltaba en aquellos precursores la connota-
ción política y el terrorismo de Estado: los gauchos malos y des-
pués los compadres de las orillas estaban conectados con los cau-
dillos políticos, y contaban con la complicidad policial. El término
compadrazgo, de donde deriva compadre, significaba la vincula-
ción de un hombre de pueblo con un cacique o personaje influ-
yente del lugar que lo protegía a cambio de sus servicios. Juan
Moreyra estaba al servicio de Adolfo Alsina, del que, por otra par-
te, era partidario el abuelo materno de Borges. Juan Cuello esta-
ba junto a los provinciales en la guerra contra Buenos Aires. Des-
pués los hermanos Iberra -mencionados en la antologjaFlcompadrito-
estarán al servicio del Partido Conservador de Lomas de Zamora,
como el gallego Julio del partido radical o el pistolero Ruggierito
de Alberto Barceló, caudillo conservador de Avellaneda, aludido
en La muerte y la brújula.
Borges, que a veces bajaba del cielo platónico de los mitos a
la realidad social y política, no desconocía las conexiones del com-
padre, y así lo señalaba en Euaristo Carriego: "No era siempre un
rebelde: el comité alquilaba su temibilidad, su esgrima, y le dis-
pensaba su protección't." Sabía que dos de sus compadres preferi-
dos, Nicolás Paredes yJuan Muraña, disolvían manifestaciones del
partido radical." Tan consciente era de la connotación política
del malevaje, que en su etapa nacionalista llegó a reivindicar en-
.tre los precursores del compadre a "los malevos de la mazorca
como únicos encarnadores de la criollez"."
Ese doble papel del compadre puede vincularse en parte
con el doble papel de Borges, escritor a la vez populista y elitista,
criollista y cosmopolita que puede explicarse de algún modo
en el contexto del paternalismo conservador que luego se ha
llamado el populismo oligárquico.?' El arrabal no fue sólo un
tema literario para él, no debe olvidarse que tuvo un papel im-
portante en Crítica desde 1933 a 1936, y que éste era un diario
sensacionalista leído principalmente por la clase media baja, la
clase obrera y ellumpenaje. Ahora bien, Crítica era, en cierto
modo, una expresión de estas contradicciones: conciliaba su
tinte anarquista y rebelde, defensor de los marginados, aun de
los delincuentes contra la policía, a la vez que contaba con el
Borges: el nihilismo débil 357

apoyo del general Agustín P.Justo, líder conservador, presiden-


te de la República, y además accionista del diario. Expresión de
esta rara mezcla era Ernesto Poncio, el Pibe Ernesto, uno de los
malevos que conoció Borges, autor de esos tangos primitivos
"pendencieros" que a él tanto le gustaban. Compadre auténti-
co, se jactaba ante Borges de haber estado varias veces preso
"pero siempre por homicidio", ya la vez celebraba en su tango
"Avellaneda" al caudillo Barceló y en "Don Natalio" a Botana,
el director de Crítica y socio de Justo.
Cuando muchos aI10S después Borges se afilió al Partido
Conservador, decía una frase compadrita: "Soy hombre de Emilio
Hardoy", pero éste había sido allá por el cuarenta, a su vez, hom-
bre de Barceló, todos los hilos se anudan. Ese trasfondo político
social de la época hace menos sorprendentes las tendencias popu-
listas de Borges desde las perspectivas de su propia clase. En sus
últimos años, no desdeñó lo que venía a sustituir a la prensa masi-
va, la televisión, y se volvió una figura frecuente en la pantalla,
llegando a ser conocido por un público que nunca hubiera teni-
do acceso a sus libros, al punto de convertirse en un personaje
popular a quien pocos leían pero todos saludaban por la calle,
como "al negro Raúl", decía el propio Borges complacido.
Pero además su populismo también debe enmarcarse en
el contexto de los aI10Sveinte y treinta, cuando era tema domi-
nante de los escritores argentinos y también de algunos ex-
tranjeros que nos visitaban, la búsqued,a de la identidad que
iba desde la caracterología hasta la ontología del "ser nacio-
nal", En sus poemas y en sus primeros ensayos Inquisiciones,
1925, El tamaño de mi esperanza, 1926, El idioma de los argentinos,
1928, Evaristo Carriego, 1930, en el ensayo "Nuestras imposibili-
dades" de Discusión, 1932, descartado luego de las posteriores
ediciones, Borges se adelantaba a la temática de Scalabrini Ortiz
-talento puesto aparte- en El hombre que está solo y espera, 1930,
que admitía una fuente de inspiración común con Borges, la
de Macedonia Fernández, y que serían los antecedentes a su
vez de Radiografía de la pampa, 1933, de Ezequiel Martínez
Estrada; Tiempo lacerado, 1936, de Carlos Alberto Erro; Historia
de una pasión argentina, 1937, de Eduardo Mallea, así como de
358 antiborges
los viajeros Waldo Frank, capítulo sobre la Argentina de América
Hispana, 1931, y conde Hermann Keyserling, Meditaciones sud-
americanas, 1932 y ni siquiera Victoria Ocampo, protectora de
Borges, amiga de Mallea y anfitriona de Keyserling y de Waldo
Frank, influida por todos ellos pudo liberarse del contagio del
telurismo. Por supuesto que no todos estos autores tenían las
mismas propuestas, por el contrario, algunos se reducían a la
identidad de una ciudad, otros a la de una nación, y otros a la
de un continente. Algunos la veían con rasgos positivos, otros
con rasgos negativos, algunos exaltaban a la ciudad, otros opo-
nían el campo, fuente de tradición, a la ciudad sin raíces. En
Borges se encontraban, como era usual en él, todas las posicio-
nes, aun las más opuestas, defendidas con el mismo fervor. Lo
que había de común en todos ellos, tanto en los argentinos
como en el norteamericano y en el europeo, era la fuente de
inspiración. en la filosofía de la historia de Oswald Spengler
cuya Decadencia de Occidente (1918-1922), traducida al castella-
no en 1923, hacía estragos en aquellos años. Borges lo había
leído, según decía, en alemán, y lo citaba en El tamaño de mi
esperanza, para justificar sus ideas sobre el sentimiento criollo:
"Lo mismo me dijo Spengler antenoche en la página ciento
trece de su segundo y aúnintraducido volumen'U"

LA TENTACIÓN DEL FASCISMO

El irracionalismo era una tradición cultural europea y los


de Sur y Borges no pudieron permanecer inmunes a ella.
Spengler siguió presente en Borges y en Martínez Estrada por
su concepción de la historia a través de símbolos eternos, mitos
y arquetipos." La misma concepción mítica y arquetípica llevó
a Borges, tan indiferente por la psicología, a sentirse atraído
por Carl Jung. El origen de estas ideas se remontaba a
Schopenhauer a quien Borges consideraba "la cifra de la filoso-
fía" "que acaso descifró el universo't.F Schopenhauer era tam-
bién admirado por Spengler, con quien coincidía en ver la his-
toria como formas que se repiten. Todos ellos fueron padres
Borges: el nihilismo débil 359

fundadores del irracionalismo contemporáneo, y sus desmesura-


dos discípulos prepararon el camino hacia el fascismo. Las fuen-
tes eran las mismas; Borges, mal que le pesara, estaba destinado a
compartir con Hitler su admiración por Schopenhauer y por el
Bahagva Gita. Uno de sus autores preferidos, George Bernard
Shaw, había hecho el elogio antes de la guerra, de Mussolini y aun
de Hitler. Otros como Jung llegaron a comprometerse con el na-
zismo en el poder. Entre los poetas expresionistas alemanes que
seleccionó para su antología, Wilhelm Klemm, uno de sus preferi-
dos, se hizo nazi. Henri Bergson, al que elogiara en 1933, influía
en Mussolini a través de Ceorge Sorel, y también en algún fascista
argentino como Carlos Ibarguren.
El fascismo no sólo era una tentación para Borges, por
los autores que leía, sino también por la gente que frecuenta-
ba. Con Drieu La Rochelle, el autor de Socialismo fascista y cola-
boracionista con el régimen de ocupación de París, sostenía
largos diálogos peripatéticos cuando éste vino a Buenos Aires
en 1933. Victoria acampo y Eduardo Mallea volverían entu-
siasmados de un viaje a Italia invitados por el Instituto de Cul-
tura Fascista, como queda documentado en Domingos en Hyde
Park, 1936, que luego su autora se cuidaría muy bien de reedi-
tar. Los creadores del fascismo vernáculo, Ernesto Palacio,
Rodolfo Irazusta, Leonardo Castellani, Carlos Astrada, Homero
Guglielmini eran colaboradores de Sur. Leopoldo Marechal y
Francisco Luis Bernárdez, dos amigos de Borges, estuvieron
del lado de los fascistas en la guerra española. Dos de los hom-
bres que más influyeron en Borges, Lugones y Macedonio
Fernández, adhirieron al fascismo. El grupo F.O.R.j.A., del que
estuvo cerca, mantuvo una sospechosa neutralidad durante la
guerra y decía en privado que los alemanes, en tanto enemigos
de nuestros enemigos, los ingleses, eran nuestros amigos. El
mismo Borges había colaborado en Índice en 1924, dirigida por
el fascista Homero Guglielmini, quien proclamaba en dicha
publicación "aplaudir a Mussolini solo, porque, según lo sugie-
re Spengler, su gobierno significa la bancarrota del capitalis-
mo y la democracia parlamentaria". Borges no contradecía la
orientación de la revista, al escribir en ella un ensayo sobre el
360 antiborges
expresionismo, elogiándolo porque se oponía a "la dominante
racionalista e intelectual herencia de la Europa occidental".
También colaboraría en Criterio, que entonces apoyaba a los
fascistas y en la revista fascista Sol y Luna publicada entre 1938
y 1943, en plena guerra mundial, y donde se proclamaba la
"necesidad del Estado católico, monárquico y corporativo'l.P
Es difícil saber por qué Borges resistió a las tentaciones,
que no le faltaron, del nacionalismo de los años treinta y del
fascismo, más aún cuando él mismo había compartido algunas
de esas ideas en sus tempranas obras nacionalistas de los años
veinte. Esta pregunta se plantea también con otros autores, por
ejemplo Ricardo Rojas, nacionalista, xenófobo y aun antisemita,
que no obstante luego optó por los Aliados y no por el Eje, como
hubiera sido de esperar. Pero el nacionalismo admitía muchas
variantes, el joven Borges había compartido algunos aspectos: el
militarismo, el rosismo, la mitologización del pasado, la idealiza-
ción de las familias patricias, el antisarmientismo, el antiprogreso,
la antiinmigración, el antimercantilismo. En cambio su formación
liberal iluminista, y el individualismo espenceriano, lo apartaban
del catolicismo, la hispanofilia, el antisemitismo, el romanticismo
organicista que eran otros tantos rasgos del nacionalismo.
La indecisión, la oscilación de Borges entre liberalismo y
nacionalismo eran una expresión de esa época de transición cuan-
do del seno mismo del liberalismo surgía el nacionalismo
antiliberal. Hay que recordar que la reivindicación de Rosas estu-
vo al comienzo a cargo de escritores liberales -Manuel Bilbao,
Adolfo Saldías, Antonio Zinny, Vicente Quesada, Ernesto
Quesada-. A comienzos del nuevo siglo, las clases dirigentes to-
davía liberales necesitaban recurrir a la educación nacionalista,
crear rituales nacionales y forjar una concepción heroica de la
historia con monumentos, culto a los próceres, a las glorias mi-
litares, a las efemérides y a los símbolos para contener a las
masas de extranjeros inmigrantes y también al incipiente movi-
miento obrero, en las que sólo veían disolución social y materialis-
mo. Fueron intelectuales surgidos del liberalismo, el positivismo y
el laicismo como Ricardo Rojas, Carlos Octavio Bunge yJosé Ma-
ría Ramos Mejía quienes promovieron la enseñanza nacionalista
Borges: el nihilismo débil 361

y este último, como presidente del Consejo Nacional de Educa-


ción, organizó el ceremonial patriótico en las escuelas. A partir de
los treinta, estos nacionalistas liberales y positivistas fueron despla-
zados por nacionalistas católicos, quienes encontraron el camino
preparado por sus antecesores." Los dirigentes liberales, por otra
parte, comenzaron a susurrar que el agnosticismo era bueno para
las elites, pero las masas necesitaban de la religión que refrenara
sus instintos e impidiera su desplazamiento a la izquierda. Se
amen guaba, de ese modo, la laicización y secularización y se cam-
biaba el rumbo del modelo modemizador de la generación del
ochenta y del roquismo. El sistema liberal en su ocaso estaba inva-
dido por elementos antiliberales, que surgían de la misma clase
social y hasta de las mismas familias. Carlos Ibarguren, uno de los
principales ideólogos del nacionalismo temprano, era funciona-
rio de los gobiemos liberales, y hasta Perón fue funcionario de
Justo. Entre el nacionalismo aristocrático, tradicionalista de elite,
o de derecha, y el posterior nacionalismo popular, de masas, no
había una contraposición excluyente; ambos se interpenetraban,
se deslizaban uno en el otro. El liberalismo desorientado estaba
desatando fuerzas que no podría controlar, engendrando un na-
cionalismo que se volvería años después por su propia lógica in-
tema en el enterrador del régimen liberal.
El ascenso de Hitler, la Guerra Civil Española, la segunda
guerra mundial, y al fin la irrupción del peronismo, que era a la
vez una forma vemácula del fascismo y una derivación inesperada
del nacionalismo liberal, provocaron la división de las aguas, y los
límites entre liberalismo y nacionalismo se hicieron más nítidos.
En tanto los nacionalistas se volvieron, casi sin excepción, fascis-
tas; la guerra y el amor por los ingleses permitió a los liberales,
quizás por última vez, un papel democrático en la lucha antifascista.
La gente de Sur se ubicó inequívocamente de este lado. Borges,
rechazando parte de su pasado, no extrajo las mismas conclusio-
nes políticas de algunos de sus admirados autores. Con respecto a
Thomas Carlyle, supo reconocer que su teoría política "cabe en
una sola y muy divulgada palabra: nazismo"65 y se apartó de él por
ser uno de los padres o precursores del nazismo." Hizo en Guasa-
quilla sátira de Martín Heidegger y de su admiración por el F ührer
362 antiborges
"el protagonista, el colega, el David danzante, el que mima el dra-
ma de su pueblo, asistido de pompa escénica y recurriendo sin
vacilar a las hipérboles del arte oratorio't.F En Deutsches Requiem68
mostraba a un intelectual nazi lector de Schopenhauer, Nietzsche
y Spengler, que hubiera podido ser Ernst ]ünger. Éste fue, sin
embargo, otra de sus admiraciones tempranas. La lectura de Tor-
mentas de acero, exaltación de la guelTa y del nacionalismo pre-
fascista, traducido por encargo del Ejército Argentino, fue para
Borges "una erupción volcánica". Su interés no decayó a lo largo
de los años al punto que en su viaje a Alemania en 1982 declaró
que allí "sólo tenía que hablar con]ünger", lo que así hizo.
Estos hombres tan distintos estaban, no obstante, unidos
por muchas cosas en común. Tenían, ante todo, el orgullo de
sus antepasados, losjunkers prusianos y los guerreros patricios
criollos; luego la deuda con Schopenhauer, y en fin el culto al
coraje y a la pelea como una ceremonia ritual. Corno ]ünger,
Borges tenía la "convicción de que pelear puede ser una fies-
ta"69y seguramente envidiaba al alemán por haber sido un au-
téntico guerrero. Es fácil imaginar que la guerra fue el tema de
conversación en este memorable encuentro. La celebración de
la guerra había sido rastreada por Borges en las literaturas anti-
guas, en la Ilíada, en las sagas germánicas primitivas, en la gesta
de Beowulf, en la poética escandinava del siglo XI -en las Eddas,
un paraíso guerrero "cuya delicia está en el combate'v=-" y has-
ta en Víctor Hugo. Solía decir que lo que le gustaba en la litera-
tura era la épica. Incluso prefirió encontrarle al tango una "be-
licosa alegría", un "tono pendenciero" antes que erótico. Haga
la guerra y no el amor, podría haber sido su consigna. La fasci-
nación por la "dura y ciega religión del coraje" era tal que en
sus conversaciones con Richard Burgin llegó a reconocer
admirativamente la valentía de Hitler."
No obstante, nunca dio el paso que llevaba de Schopenhauer
y la poesía romántica alemana al mesianismo wagneriano y al ni-
hilismo de Nietzsche y de éstos al existencialismo heideggeriano,
a las formas de neorromanticismo, a todas esas perversas co-
rrientes irracionalistas apocalípticas por las que correría tanta
tinta y tanta sangre. En 1945, a la terminación de la segunda
Borges: el nihilismo débil 363

guerra mundial, consecuencia en parte de los movimientos


políticos que habían tenido en estas filosofías irracionalistas su
fuente de inspiración, Borges proponía a los hombres "la luci-
dez en una era bajamente romántica, en la era melancólica del
nazismo" y advertía contra aquellos escritores dedicados "a es-
cuchar los latidos de un corazón que recoge los íntimos man-
datos de la sangre y de la tierra". En "un siglo que adora los
caóticos ídolos de la sangre, de la tierra y de la pasión", oponía
"los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras
del orden"." Todavía, no obstante, incurrió en una confusión:
el modelo de racionalidad clásica que oponía al romanticismo
nazi era Paul Valéry, omitiendo que éste había simpatizado con
Mussolini, con Oliveira Salazar, con el mariscal Pétain.
Él mismo se arrepentía de haber "contribuido sin saberlo y
sin comprenderlo a esa exaltación de la barbarie", con su culto al
coraje y su idealización de los cuchilleros. Su escepticismo, su libe-
ralismo, su cultura anglosajona, su desprecio por lo patético y lo
sentimental deben haber influido en su rechazo del fascismo; así
como su elitismo, su aristocratismo ilustrado, incompatible con la
parte "revolución de derecha", con la movilización política de
masas en que se basan los movimientos totalitarios. En ese aspecto
sus motivaciones serían las mismas que lo llevaron al desprecio
por la democracia de masas, y allí puede estar la clave de la apa-
rente contradicción de su antifascismo y a la vez su adhesión a
dictaduras militares tradicionales que a diferencia del fascismo;
no buscan la adhesión emocional de las masas. De todos mo-
dos, estas actitudes de Borges muestran que debe diferenciarse
en el pensamiento de derecha, el conservadurismo del fascis-
mo, dos posiciones distintas que a veces se alían y otras se opo-
nen, y que frecuentemente la crítica progresista tiende a confun-
dir, incurriendo en el paralogismo de deducir de algunos aspectos
en común la concordancia en el conjunto. Incluso el conservadu-
rismo puede ser a veces moderadamente progresista en tanto que
el fascismo es reaccionario bajo la forma de la revolución. El lado
liberal a la manera del siglo XIX republicano, laico, del conserva-
durismo de Borges, lo llevó finalmente a rechazar las dictaduras y
la guerra y aceptar las democracias plebeyas a partir de 1983, aun
364 antihorges
cuando es arriesgado afirmar que ésta habría sido su posición
política definitiva.

IRRACIONALISMO y RACIONALISMO

En la sociedad argentina que, como remanente del fascis-


mo, caería a mediados de siglo en un nacionalismo xenófobo, en
un provincialismo resentido exaltador del pintoresquismo
folclórico y obsesionado por la defensa de una identidad cultural
supuestamente amenazada por un complot extranjero, Borges fue
una voz disonante. En una conferencia de 1951-pleno auge del
peronismo-se preguntaba: "¿Cuál es la tradición argentina? Creo
que podemos contestar fácilmente, es toda la cultura occidental y
creo que tenemos derecho a esa tradición, mayor que el que pue-
den tener los habitantes de una u otra nación occidental"." Esa
apertura a todas las culturas, ese anhelo de asimilar el acervo de
todo el mundo, la idea de que la cultura europea es la forma his-
tórica, clásica, universal del mundo moderno, y los americanos,
los argentinos, somos sus herederos directos fue una actitud en la
que Borges, Victoria Ocampo y la gente de Sur coincidían con
otros intelectuales latinoamericanos como Alfonso Reyes, conti-
nuando la mejor tradición cultural de la intelligentzia del siglo XIX
de Argentina -la Generación del 37, Sarmiento, la Generación
del 80-, de América latina y también de Europa Oriental, Rusia y
aun de China del siglo XIX, para los cuales el "europeísmo" u
"occidentalismo" era el medio de salir del atraso cultural. Buenos
Aires gozaba al respecto de condiciones particulares, no existían
grandes culturas precolombinas ni tampoco una importante sa-
ciedad colonial hispánica, y en cambio atrajo a grandes corrientes
inmigratorias europeas desde fines del siglo XIX a las que se suma-
rían luego los exiliados políticos de las guerras y persecuciones
políticas del siglo xx. Esto hizo que, a pesar de su desfavorable
situación geográfica, llegara a constituirse en un cruce de cami-
nos de diversas culturas, del que Borges fue una expresión.
Simétricamente a la oscilación entre liberalismo y nacio-
nalismo se dio en Borges la indecisión entre racionalismo e
Borges:el nihilismodébil 365

irracionalismo. Mezclada con la veta irracionalista, la de su lado


nacionalista, belicista, cultor del coraje, hubo en él otra veta
racionalista que le venía de la influencia de su padre, un liberal
agnóstico, de los ecos de la oligarquía ilustrada de la genera-
ción del ochenta que llegó a conocer ya en su ocaso, de las
lecturas inglesas y de los clásicos griegos. En uno de sus últimos
poemas, "El principio", se refería a la conversación de dos grie-
gos, acaso Sócrates y Parménides, a quienes atribuía el origen
del pensamiento racional: "Aludían a veces a mitos de los que
ambos descreían (...) Libres del mito y de la metáfora, piensan
o tratan de pensar (...) Han olvidado la plegaria y la magia"."
Este sesgo racionalista puede rastrearse en sus preferencias
literarias clasicistas o neoclásicas sobre las románticas, barrocas o
vanguardistas. Sus frecuentes críticas al romanticismo parecerían
contradecir su devoción por Schopenhauer, filósofo del romanti-
cismo, pero en Borges siempre hay una vuelta de tuerca y ya en su
obra temprana hacía reparos a la estética schopenhaueriana por
su "trazo romántico"." Un intento de controlar la pasión román-
tica por el orden clásico, por conciliar "el vago azar y las precisas
leyes" aparecía donde menos podía esperarse, por ejemplo cuan-
do definía a la literatura fantástica como "sueño coherente" o "ima-
ginación razonada" o en el prólogo de La invención de Morel, de
Bioy Casares, donde reivindicaba el "intrínseco rigor" de la nove-
la policial, opuesta al caos, al pleno desorden de la novela psicoló-
gica. "Construcción, orden, medida", son algunos de los calificati-
vos que otorgaba a la novela policial y le gustaba de ésta que lo
que "puede parecer un caos de hecho encierra un orden". La
novela policial, llegó a decir, "está salvando el orden en una época
de desorden". A favor de su argumentación habría que recordar
que el género surgió en una sociedad tan ordenada y razonadora
como la inglesa. No es casual que un representante del irraciona-
lismo, inspirado en el existencialismo religioso, como Emesto Sabato
reproche a Borges que "la razón pura lo fascina y lo conmueve
y condene "la novela policial porque culmina en la geometría.
''Y si la razón gobierna la realidad, entonces hasta los sueños
magias han de ser armoniosos y explicables y todos los eni
como los de las novelas policial es, tienen finalmente una clave.
366 antibo(~('
Las mismas características que Borges otorgaba a la literatu-
ra fantástica y policial pueden atribuirse a sus narraciones. Rafael
Cansinos Assens dijo de su literatura que era un "delirio lúcido" y
Beatriz Sarlo define su narrativa como "literatura racionalista
fantástica"." No podemos imaginamos a Borges como lector de
una literatura del absurdo como la poesía surrealista -de la que
explícitamente se burlaba- o de las novelas y el teatro de Samuel
Beckett, nada más lejos de él. Se sentía identificado, en cambio,
con el autor de Alicia en elPais de las Maravillas, Lewis Carroll, que
era a la vez un lógico matemático y escribía cuentos de hadas,
"tramas de paradojas de orden lógico y metafisico", donde se mos-
traba un universo absurdo pero a la vez de una lógica rigurosa.
Los estilos literarios no tienen límites precisos y a veces se
dan combinaciones entre opuestos; tal vez pueda definirse el
estilo borgeano como un clasicismo manierista." Muchos ras-
gos de su literatura responden a las características que Amold
Hauser?" atribuía al manierismo del siglo XVII, una actitud a la
vez intelectualista e irracional, un estilo refinado, reflexivo, atraí-
do por lo enigmático y lo paradójico. Mario Praz, refiriendo a
John Donne, lo caracterizaba de "ósmosis entre razonamiento
y fantasía'" y eso mismo podría decirse de Borges. Como los
poetas metafísicos ingleses del siglo XVlI -ejemplo típico del
manierismo-, los temas de Borges giraban alrededor de los
grandes problemas filosóficos, el tiempo, la muerte, el destino,
el infinito, la eternidad, la fugacidad de la vida, pero, como
Hauser sostenía de la poesía de Donne, no era un pensamiento
profundo, sino juegos mentales que no podían tomarse dema-
siado en serio. Eran tan sólo actitudes espirituales ficticias, pro-
blemas aparentes elegid?s por su carácter paradójico.
Por eso, refiriéndonos a su pensamiento, podríamos hablar
de un racionalismo irracionalista o de un irracionalismo racional.
Es significativo que cuando comentaba a Henri Bergson, tal vez el
único filósofo francés y de este siglo que leyó, se oponía a los "de-
fensores de la arbitrariedad que pretenden ampararse en el con-
cepto bergsoniano de la intuición". Consideraba que la posición
de éste era anticientificista pero no anticientífica, y que la intui-
ción como la de Platón y Spinoza, "lejos de llevamos a una actitud
Borges: el nihilismo débil 367

antiintelectual o antirracionalista, en cualquiera de las esferas


de la verdad, exalta el intelecto y la razón a la jerarquía del
único poder que hace que la vida humana valga la pena de ser
vivida" .81 Resulta significativo que esta inusual defensa del
racionalismo se hiciera a propósito de un filósofo que no admi-
tía ser irracionalista pero que a la vez atacaba al racionalismo
clásico, con el pretexto de profundizarlo. En Bergson podía
haber encontrado Borges una actitud afín con su propia ambi-
güedad respecto de la razón.
Pero el interés por Bergson no dejó de ser circunstancial;
permanente en cambio fue su vinculación con otra coniente del
pensamiento filosófico occidental, la del idealismo subjetivo de
los filósofos ingleses del siglo XVIII. Georg Berkeley y David Hume
sostenían que la única fuente de conocimiento son los sentidos y,
por lo tanto, no tenemos acceso sino a representaciones de la
realidad y no a la realidad misma. De estos postulados extraía
Borges su escepticismo gnoseológico acerca de lo ilusorio de la
realidad exterior. El idealismo subjetivo se continuaba con el idea-
lismo crítico de Kant. Borges confesaba haber sido derrotado en
la lectura de Crítica de la razón pura, pero es fácil imaginarse que el
solo hecho de hojear esas páginas divididas en dos columnas en
una de las cuales se afirma la existencia de Dios, del tiempo, de la
libertad, etcétera, y en la otra se la refuta, deben haberlo deleita-
do. En "Avatares de la tortuga" afirmaba que "los filósofos idealistas
y Schopenhauer en primer lugar enunciaban el carácter
alucinatorio del mundo y que éste se confirma en las antinomias
de Kant y en la dialéctica de Zenon." Borges se emparentaba con
esa línea del idealismo subjetivo y en menor medida con el idealis-
mo kantiano, todos los cuales habían combatido el dogmatismo
racionalista desde la perspectiva de cierto escepticismo que no se
apartaba, no obstante, de la razón. Pero estaban en un límite muy
impreciso, un paso más allá y nos encontramos con el
irracionalismo de Schopenhauer, quien reconocía entre sus fuen-
tes a Berkeley ya Kant. Borges confesaba "... reviví la tremenda
conjetural de Schopenhauer y de Berkeley / que declara que el
mundo es una actividad de la mente/ un sueño de las almas/ sin
base, ni propósito, ni volumen"."
368 antibore-es
l

Borges fluctuaría pues entre el racionalismo escéptico de


los ingleses a los que llegó por la vía de su padre, y el irracio-
nalismo de Schopenhauer, al que lo llevara su padre espiritual,
Macedonio Fernández. Por otra parte, la belleza y claridad de
la prosa de Schopenhauer, que lo distinguía de los filósofos
académicos, así como la propensión a relacionar la filosofía con
la poesía, lo habían convertido en el preferido de escritores de
ficción y de artistas más que de pensadores.
Por intermedio de Schopenhauer, Borges llegará al budis-
mo, otra de sus filosofías preferidas, y también a los místicos. Sin
embargo, aun en este plano resbaladizo no perdió del todo su
racionalidad, ya que prefería a aquellos místicos como Emmanuel
Swedenborgy William Blake, en quienes la inteligencia es necesa-
ria para entrar en el reino de los cielos, y en cambio desdeñaba el
precepto evangélico según el cual el cielo pertenece a los pobres
de espíritu. Su curiosidad por el budismo y otras religiones y filo-
sofías orientales no lo llevó a caer como sus contemporáneos,
Lugones, Güiraldes y Capdevila, en la teosofía que hacía estragos
por entonces, como hoy otras sectas orientalistas, ya la que califi-
có de funesta al referirse a la "iluminación" de Gustav Meyring.
Tampoco tomaba demasiado en serio el esoterismo y ocultismo
aun más extravagante de su amigo Xul Solar.

LA FILOSOFÍA BORGEANA

¿Puede ubicarse a Borges en alguna línea o escuela filo-


sófica determinada? Los exégetas difieren. Jaime Rest," basado
en sólidos argumentos y con abundantes citas, lo ubica rotun-
damente en la línea del nominalismo, de la filosofía analítica
anglosajona.Juan Nuño," con argumentos igualmente sólidos
y la misma abundancia de citas, proclama: "Si aun contra su
repetida modestia se acepta hablar de la filosofía de Borges,
ésta se podría reducir a un platonismo raigal". La frecuente
eliminación de la identidad personal y la multiplicidad en las
narraciones de Borges, en las que cada personaje puede ser el
otro y cualquiera ser todos, cualquiera ser el mundo, alentó la
370 antibarges
En Historia de la eternidad, afirmaba que "en el terreno
filosófico, Alemania sólo poseía una literatura fantástica"." En
Otras inquisiciones sostenía: "Las invenciones de la filosofía no
son menos fantásticas que las del arte" y en el epílogo de la
misma obra reconocía su tendencia "a estimar las ideas religio-
sas o filosóficas por su valor estético y aun por lo que encierran
de singular y de maravilloso. Esto es quizás, indicio de un es-
cepticismo esencial"." En otra parte afirmaba "yo he compila-
do alguna vez una antología de la literatura fantástica (...) pero
delato la culpable omisión de los insospechados y mayores
maestros del género: Parménides, Platón,Juan Escoto Erigena,
Alberto Magno, Spinoza, Leibniz, Kant, Francis Bradley. En efec-
to ¿qué son los prodigios de Wells o de Edgar Allan Poe (...)
confrontados con la invención de Dios, con la teoría laboriosa
de un ser que de algún modo es tres y que solitariamente per-
dura fuera del tiempo? ¿Qué es la piedra bezoar ante la armo-
nía preestablecida, quién es el unicornio ante la Trinidad? (...)
¿Qué son las noches de Scherezadajunto a un argumento de
Berkeley?"." "Pensar en Dios es una forma de literatura fantás-
tica", "La Suma de Santo Tomás es un libro de ciencia ficción o
de ficción simplemente, mejor"."
Borges, que no leía ni estimaba a Heidegger, coincidía
sin querer con éste cuando en su última época, siguiendo la
huella de Nietzsche, se proponía sacar a la filosofía del campo
de la ciencia para llevada al de la poesía y en "Sobre la expe-
riencia del pensar" hacía filosofía en la forma de un poema.
Tras Heidegger, Jacques Derrida y los decontructivistas enseña-
ron a leer la filosofía como una tradición literaria entre otras.
Richard Rorty, que intenta sintetizar el neopositivismo con
Heidegger y Derrida, afirma que "la filosofía es más un tipo de
literatura que algo ligado con el pensamiento científico". Si la
filosofía es literatura, los más adecuados para analizar los pro-
blemas filosóficos no serían ya los filósofos profesionales sino
los críticos literarios. Roland Barthes, Maurice Blanchot, Julia
Kristeva, los culteranos redactores de las revistas Tel Quely Poétique
adquirieron, de ese modo, una inusitada categoría filosófica.
Ése fue el ambiente propicio para la borgeomanía parisina.
Borges: el nihilismo débil 371

La reducción de la filosofía a literatura se justificaba en


Borges porque ésta se hace con palabras, y para él la filosofía
misma era también cuestión de palabras; los estructuralistas
dirían en su jerga "discurso". Borges proclamaba en Discusión
"coordinación de palabras (otra cosa no son las filosofías)". 97
Precisamente esta reducción de la literatura a lenguaje es lo
que lo acercó más a ciertas filosofías contemporáneas, al posi-
tivismo lógico, al Círculo de Viena, a la filosofía analítica
anglosajona, a los que sin embargo él no leía y que a su vez lo
desconocían. Sthor, un representante del Círculo de Viena,
había afirmado: "La metafísica es un poema estilizado".
No ocurrió lo mismo con los estructuralistas franceses y
los posestructuralistas o deconstructivistas, a los que Borges
tampoco leía pero éstos sí a él, al punto de convertirlo en uno de
sus ídolos. Michel Foucault partía en Las palabras y las cosas de una
ocurrencia de Borges para deducir el sinsentido de la historia.
Borges se ocupaba con frecuencia de mitos y sagas de pueblos
primitivos; el estructuralismo había hecho un mito del mito. Tan-
to la filosofía analítica como el estructuralismo coincidían con
Borges, aunque por otras razones, en que los problemas eran ver-
bales, los contenidos del pensamiento se reducirían a formas
lingüísticas, la verdad y el error serían cuestión de palabras.
Esta corriente ideológica a su vez fomentó en los escritores
un formalismo literario despojado de todo contenido, despreocu-
pado por los problemas de la sociedad y del hombre. Los
estructuralistas no se escandalizarían porque Borges, a partir de
su esencial indiferencia, sostuviera una idea filosófica o religiosa
con la misma convicción o falta de convicción que la contraria, ya
que lo único que le interesaba de éstas era su valor estilístico.
Sin embargo Borges, como siempre contradictorio, resulta
inasimilable. Cuando sostenía en Madrid en 1980: "El lenguaje
no debe referirse al lenguaje. Ésa es una trampa que se cierne
cíclicamente sobre losjóvenes, una tentación a evitar", esa adver-
tencia no debió haber gustado nada a sus admiradores
estructuralistas, posestructuralistas, deconstructivistas, posmo-
dernos, que precisamente encarnaban a esosjóvenes a quienes se
refería el maestro. La Nouvelle Critique, la crítica estructuralista
372 antiborg-eJ
e

que tanto lo alababa, no provocaba en él sino sarcasmos; ante un


análisis semiológico de su obra, práctica de moda en los años se-
tenta, decía "no se dan cuenta de que si uno lee algo así, se priva
de todo goce estético, todo queda reducido a planitos o a un cua-
dro sínóptíco"." Borges incurría en ese formalismo vacío, en el
esteticismo, el arte puro, eljuego de ingenio, el ejercicio de estilo,
el culteranismo, el gongorismo, el preciosismo, el bizantinismo,
la literatura verbal, pero al mismo tiempo denunciaba el fracaso
humano de esa actitud, y la existencia de la realidad más allá del
discurso. Hacía literatura lúdica y a la vez mostraba el carácter
dramático de la realidad de la que se huía en eljuego.
Las críticas al formalismo literario son abundantes en quien
pasa por ser uno de sus mayores represen tan tesoYa en El idioma de
los argentinos, refiriéndose a Góngora atacaba "la cuidadosa
tecniquería (...) las meras aventuras de la sintaxis" y advertía a los
escritores: "Mala señal es que interese mucho una técnica, si al-
guien se fija demasiado en nuestra voz, en nuestra manera de arti-
cular, en nuestra elocución no habrá de interesar lo que deci-
mos".99Reconocía en Lugones, lo mismo que en otros dos de sus
ídolos, Quevedo y Kipling, "el genio verbal", pero este término
iba acompañado a veces con el adverbio "magníficamente" y otros
con el despectivo "meramente", por lo que había con ellos una
relación ambivalente de atracción y repulsión. De Quevedo decía
"la grandeza de Quevedo es verbal", 100lo cual parecería un elogio,
pero al mismo tiempo decía "un escritor puramente verbal, es
pura literatura'l'?' lo cual parecía una crítica. De ]ames ]oyce y de
Góngora decía "son curiosidades literarias (...) talentos verbales".
A la literatura barroca española del siglo XVII contraponía a
Cervantes, quien 'Jugaba con cosas no con palabras". 102También
salvaba el lenguaje barroco de Shakespeare por la misma razón.
"Semejante lenguaje está justificado por la pasión, no por la pa-
sión técnica de Quevedo, de Mallarmé, de Lugones o del mayor
de todos ellos,]ames]oyce, sino por la pasión de las almas".103Su
condena al formalismo es flagrante: "La concepción de la literatu-
ra como juego formal conduce, en el mejor de los casos, al buen
trabajo del período y de la estrofa, a un decoro artesano (Johnson,
Renan, Flaubert) y en el peor, a las incomodidades de una obra
Borges:el nihilismodébil 373

hecha de sorpresas dictadas por la vanidad y el azar (Gracián,


Herrera Reissing) ".104Con respecto a la experimentación literaria
decía: "Hablar de experimentos literarios es hablar de ejercicios
que han fracasado de una manera más o menos brillante, como
las Soledades de Góngora o la obra de Joyce".
"Hay escritores en los cuales no sentimos el lenguaje, sen-
timos directamente su emoción o sus conceptos, pero en el
caso deJoyce, sentimos ante todo el lenguaje (...) desde el prin-
cipio se siente que lo que le preocupa son las palabras" .105
En su apreciación de Lugones, donde la admiración y el
rechazo están indisolublemente unidos, es donde mejor se ve la
contradicción asumida por Borges acerca de la literatura y aun
del universo como esencialmente verbal. Por un lado es sintomá-
tico de su preferencia de la forma sobre el contenido que consa-
grara a Lugones y no a Sarmiento como "el primer escritor de
nuestra república ... el primer escritor de nuestro idioma". Pero
por otra parte decía del mismo: "Su empeño es ser original y no se
resigna a sacrificar el menor hallazgo. Cada adjetivo, cada verbo
tiene que ser inesperado (...) Por un lado, el goce verbal, la músi-
ca instintiva, la facultad de comprender y reproducir cualquier
artificio; por el otro, cierta indiferencia esencial, la posibilidad de
encarar un tema desde diversos ángulos, de usarlo para la exalta-
ción o para la burla. (...) En lugar de la inocente expresión tene-
mos un sistema de habilidades, un juego de destrezas retóricas.
Raras veces un sentimiento fue el punto de partida de su labor,
tenía la costumbre de imponerse temas ocasionales y resolverlos
mediante recursos técnicos, se negó a la pasión y laboriosamente
erigió altos e ilustres edificios verbales"!" Esta crítica y elogio a la
vez de Lugones podría aplicarse punto por punto al propio Borges,
así como estos versos dedicados a Gracián: "No hubo música en su
alma, sólo un vano herbario de metáforas y argucias -y la venera-
ción de las astucias- y el desdén de lo humano y sobrehuma-
no".107Lúcido consigo mismo reconocía diciendo de Lugones o
de él mismo: "Entonces aquel hombre, señor de todas las pala-
bras, sintió en la entraña que la realidad no es verbal, y puede ser
incomunicable y atroz, y fue, callado y solo, a buscar (...) la muer-
te".108En estos escritores verbales que tanto lo obsesionaban y de
37 4 antibor~es
u

los que nunca se sabe bien si admiraba o se burlaba, había un


autorretrato vedado, una autobiografía intelectual latente.
Ya sin necesidad del otro para proyectarse a sí mismo, y des-
pués de haber ensayado en Otras inquisiciones una nueva refuta-
ción sofística del tiempo, terminaba admitiendo dolorosamente
que el conjuro mágico estaba destinado al fracaso, que el tiempo
irreversible, el pasado inmutable y el porvenir incierto no podían
ser abolidos, que el movimiento de transformación de la historia
real, el cambio, no se detenían "And yet, and yet. Negar la suce-
sión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son
desesperaciones aparentes y consuelos secretos. El tiempo es la
sustancia de que estoy hecho (...) El mundo, desgraciadamente,
es real; yo, desgraciadamente, soy Borges".'??
No debe tomarse, no obstante, este párrafo famoso como
la confesión final del verdadero Borges porque éste no existe.
Borges estaba tan poco seguro de la realidad del mundo como
de que todo fuera un sueño, porque una u otra serían certi-
dumbres, y él no tenía ninguna, y "ni siquiera tenía la certi-
dumbre de la incertidumbre't.l'?
A pesar de su negativa a ser considerado un filósofo, pode-
mos preguntarnos cuál es, si no su doctrina, al menos su actitud
filosófica. Él mismo se autodefinía como un "escéptico esencial",
por lo cual es necesario hacer algunas precisiones con respecto a
este concepto filosófico. Hay un escepticismo negativo absoluto
identificado con el nihilismo que afirma que el conocimiento de
la realidad es inalcanzable, que conocemos sólo apariencias, im-
presiones, sensaciones, sueños, y aun el propio yo no tiene ningu-
na garantía ni seguridad de ser. La apariencia no revela pues el ser
sino el no ser. Este escepticismo no está indeciso sino que se halla
seguro de sí mismo; no duda, por el contrario, está seguro de la
inexistencia de la verdad; logra de ese modo la quietud del espíri-
tu que es precisamente lo contrario del pensar dubitativo. Borges
bordea este escepticismo, por ejemplo por su acercamiento a tra-
vés de Schopenhauer al nihilismo budista, donde la realidad es
sueño y la verdad es la nada.
Podía jugar con aquel escepticismo extremo pero no obs-
tante se inclinaba más bien a un escepticismo moderado, neutral,
Borges:el nihilismo débil 375

más cercano al relativismo de su admirado G. B. Shaw, según el


cual cada uno tiene razón desde su punto de vista, pero cada pun-
to de vista es incomunicable e inconvincente a los demás. Este
escepticismo es la incerteza, la desconfianza, la irresolución, la
indecisión sin fin, un vagar perdido, un ir y venir de aquí para allá.
No se debe afirmar ni negar nada, todo juicio es puesto entre
paréntesis, no se cree ni se descree, no se toma partido, hay
tantos argumentos a favor de una teoría como de la contraria,
ninguna acaba de satisfacer, se produce un empate entre el pro
y el contra, la tesis y la antítesis. El ser y el no ser, el sentido y el
absurdo, lo racional y lo irracional, el cosmos y el caos, la reali-
dad y la ilusión se equivalen. Se está por encima tanto del idea-
lismo como del realismo, del espiritualismo como del materia-
lismo, del platonismo como del aristotelismo; no hay una
afirmación que deba ser preferida a otra, la preferencia es una
actitud rechazada por el escéptico neutral, toda discusión es,
por lo tanto vana. Como en la filosofía de Tlón, todo libro "en-
cierra su coritralibro"."!' La respuesta a los problemas más
acuciantes no es nunca la afirmación ni la negación sino el cau-
teloso quizá. Si la fórmula del escéptico absoluto es no, la del
escéptico neutral es ni sí ni no. Esta posición lleva inevitable-
mente al subjetivismo, al solipsismo, todo pensamiento no tie-
ne por qué ser compartido por otros, lleva también al relativismo
cultural, es imposible mostrar que una idea, una teoría filosófica,
religiosa, política, ética es mejor que otra. Las consecuencias de
este subjetivismo y relativismo no difieren demasiado de las del
escepticismo absoluto, ambas abocan en el nihilismo. Por eso la
historia de la filosofía es para Borges'!" una sucesión de teorías
inconexas, donde ninguna tiene más validez que otras. Así como
en los cuentos borgeanos,Jesús yJudas, el inquisidor y el herético,
la víctima y el verdugo, son intercambiables.
Un escéptico moderado alegará que dudar de todo es una
defensa contra el dogmatismo, contra la intolerancia y el fanatis-
mo. Pero el escepticismo convierte la duda puramente negativa
en un dogma, el escepticismo absoluto es dogmático porque cree
que la apariencia no revela al ser sino al no ser, es la afirmación
indudable de una negación. El escepticismo moderado de Borges
376 antiborges
es también dogmático porque es la afirmación indudable de la
imposibilidad de decidirse entre la afirmación y la negación. La
diferencia entre el escepticismo y una actitud racional y crítica
está en que en el escepticismo la duda es un punto de llegada y en
el pensamiento racional es el punto de partida, tan sólo un medio
para refutar el error.
El punto de llegada esla superación de la duda, la aproxi-
mación a una verdad o valor, porque se cree en la posibilidad
del conocimiento y en la capacidad del hombre para compren-
der. La filosofía racional, como recuerda Hegel,' 13 lleva dentro
de sí misma la negación del escepticismo, éste por lo tanto no
se contrapone a ella, ni existe fuera de ella, sino que es simple-
mente un momento suyo superado.
La verdadera acepción del escepticismo en el sentido
etimológico del término no es dudar; skeptos es un verbo griego
que quiere decir indagar, la ignorancia no es, por lo tanto la pro-
clamada por Protágoras sino sólo un incentivo para la búsqueda
de la verdad. No se puede ser neutral, no es indiferente elegir
entre unas y otras afirmaciones, posturas, decisiones, actitudes. Se
puede saber por lo menos que alguna de éstas están probadas,
otras que son improbables y otras que han sido refutadas, hay por
lo tanto que preferir. Para que exista el pensamiento racional, la
filosofía, la investigación científica, la ética, la política, el derecho
y aun una vida cotidiana razonable, es preciso que la duda y la
desconfianza motivadas por la problematicidad de la realidad y la
ambigüedad de toda situación humana no nos abisme en la incer-
tidumbre. El escepticismo como duda permanente es inquietud y
desazón de los que sólo parecería salirse por la aceptación heroi-
ca o mística, o por la ironía borgeana. El escepticismo como inda-
gación, en cambio, lleva al descubrimiento de probabilidades fia-
bles, de certezas aunque sean provisorias. La negatividad
permanente ante el ser, la realidad, la razón, el mundo, la vida y
aun el propio yo es imposible de mantener coherentemente, sal-
vo en las especulaciones de la imaginación liberada de todo rigor,
y en eljuego de la fantasía cuya finalidad es distraer con ingenio-
sas invenciones espirituales.
Borges: el nihilismo débil 377

NOTAS

1. H. A. Murena, "Condenación de una poesía", Sur, N°S164-165,


junio-julio de 1948, p. 69. "Martínez Estrada: la lección a los
desposeídos", Sur, Nº 204, octubre 1951. Reproducidos en El
pecado original de América, Buenos Aires, Sur, 1954, donde se ex-
cluye uno de los párrafos más críticos a Borges.
2. Enrique Pezzoni, "Aproximación al último libro de Borges",
en Sur, N°s 217-218, noviembre-diciembre de 1952, p. 101,
reproducido en El texto y sus voces, Buenos Aires, Sudameri-
cana, 1986.
3. Sobre estas relaciones véase Jean de Milleret, Entretiens avec
Jorge Luis Borges, París, Belfond, 1967, y Victoria Ocampo,
Testimonios, novena serie, 1971-1974, Buenos Aires, Sur, 1975,
pp. 75 Y240 ss.
. 4. Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, "Nosotros y ellos. David Vi-
ñas habla sobre Contorno", reportaje en España, en 1981, re-
producido en Punto de vista, Nº 13, noviembre de 1981.
5. Emir Rodríguez Monegal, El juicio de los parricidas, Buenos Ai-
res, Deucalión, 1956.
6. Juan José Sebreli, 'Jorge Abelardo Ramos: Crisis y resurrec-
ción de la literatura argentina", Sur, Nº 230, septiembre-oc-
tubre de 1954.
7. BIas Matamoro, Jorge Luis Borges o el juego trascendente, prólogo
de Juan José Sebreli, Buenos Aires, Peña Lillo, 1971.
8. "Le réve de Coleridge, et autres essais". Traducción de Paul y
Silvio Bénichou, Les Temps Modernes, WS114-115,juniojulio, 1955.
9. Néstor Ibarra, prólogo a Fictions, París, Galimard, 1976.
10. William Shakespeare, The Complete Works, London and Glasgow,
Collins and Clear Tipe Press, s/f.
11. J. L. Borges, "Macedonio Fernández", Sur, N°S209-210, marzo-
abril de 1952.
12. Fernando Sorrentino, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges,
Buenos Aires, Casa Pardo, 1974; segunda edición, El Ateneo,
1996.
13. Acerca de este personaje creado por Niní Marshall, Borges de-
cía en "Las alarmas del Dr. Américo Castro", (OtTaS inquisiciones,
378 antiborges
1952) refiriéndose a los filólogos "poseen fonógrafos, mañana
transcribirán la voz de Catita". En la edición de las Obras comple-
tas, Borges suprimió este párrafo que fue, no obstante, predictivo
y efectivamente años más tarde la universidad conservará esas
grabaciones. Ana María Barrenechea ilustraba sus clases de lin-
güística con ejemplos de los manierismos de Catita y de Mónica
como expresión de dos clases sociales. Antonio Casalla es el
sucesor actual de Niní Marshall en la imitación burlesca o
paródica de personajes de la vida cotidiana.
14. "Sentirse en muerte" en El idioma de los argentinos, Buenos Ai-
res, Seix Barral, 1994, p. 123.
15. "Luna de enfrente" en Obras completas, 1923-1972, Buenos Ai-
res, Emecé, 1974, p. 69. En adelante o.e.
16. Evaristo Carriego, o.e, p. 112.
17. Sobre la jlánerie en Borges véase Silvia Molloy, "Fláneries textua-
les: Borges, Benjamin y Baudelaire" en Homenaje a Ana María
Barrenechea, eds. Lia Schwatz Lerner e Isaías Lerner, Madrid,
Castalia, 1984, pp. 487 Y ss., Y Rafael Olea Franco, El otro Borges,
el primer Borges, México, Fondo de Cultura Económica, 1993,
pp. 127 Ys.
18. "La presencia de Buenos Ares en la poesía", La Prensa, 11 de
julio de 1926, reproducido por Víctor Farias, Las actas secretas,
Madrid, Anaya y Mario Muchnik, 1994.
19. Walter Benjamín, "Sobre algunos temas en Baudelaire" en En-
sayos escogidos, Buenos Aires, Sur, 1967.
20. "La siniestra edificación art nouoeau brotaba como una hinchada
flor hasta en los barriales". "Los reticentes cajoncitos de Virasoro
que para no delatar el intenso mal gusto se escondía en la abstrac-
ción". Evaristo Carriegoen O.c., pp. 130 Y134 (nota).
21. "El Sur", o.c., p. 526.
22. Ramón Cómez de la Serna, "El fervor de Buenos Aires", Revista
de Occidente, Madrid, tomo IV, abril-junio de 1924, pp. 123-127,
reproducido en Jaime Alazraki (editor). Jorge Luis Borges. El es-
critor y la critica, Madrid, Taurus, 1976, p. 24.
23. Sobre literatura decadente y las ciudades muertas eu,ropeas
véase Hans Hinterhauser, Fin de siglo. Figuras y mitos, Madrid,
Taurus, 1980. Sobre escritores argentinos y ciudades muertas,
Borges: el nihilismo débil 379

Bias Matamoro, Oligarquía y literatura, Buenos Aires, Ediciones


del Sol, 1975.
24. Walter Benjamín, "París, capital del siglo XIX" en Sobre el progra-
ma de lafilosofía futura y otros ensayos, Caracas, Monte Ávila, 1970.
25. Para la categoría social de "hidalgo" aplicada a escritores ar-
gentinos véase David Viñas, Literatura argentina y política, Bue-
nos Aires, Sudamericana, 1996, y Bias Matamoro, Oligarquía y
literatura, edición citada.
26. "Funes el memorioso", O.C., p. 485.
27. "El informe de Brodie", 1976, O.c., p. 1051.
28. Ídem, p. 1050.
29. El otro, el mismo, 1964, O.c., p. 863.
30. Mijail Bajtin, "Recit épique et roman" en Estétique et theorie du
reman, París, Gallimard, 1978, pp. 439 Y ss. Teoría y estética de la
novela, Madrid, Taurus.
31. El tamaño de mi esperanza, Buenos Aires, Seix Barral, 1993,
pp. 21 Y ss.
32. Rafael Olea Franco, El otro Borges. El primer Borges, edición cita-
da. Beatriz Sarlo, Borges, un escritor en las orillas, Buenos Aires,
Ariel, 1995.
33. Ver Eric Hobsbawn, La era del imperio (1875-1914), Barcelona,
Labor, 1990, p. 85 Y ss.
34. Historia de la eternidad, en O.c., p. 366.
35. Enrique Pezzoni, El texto y sus voces, edición citada.
36. El idioma de los argentinos, ed. citada, p. 137.
37. Walter Benjamin, "Pequeña historia de la fotografía", en Dis-
cursos interrumpidos 1, Madrid, Taurus, 1973, p. 74.
38. Fervor de Buenos Aires, O.C., p. 17.
39. Conferencia en la Sociedad Argentina de Escritores, 1962, para
el cincuentenario de la muerte de Evaristo Carriego.
40. La anécdota está en Emir Rodríguez Monegal, Borges, una bio-
grafía literaria, México, Fondo de Cultura Económica, 1987.
41. Inquisiciones, Buenos Aires, Se ix Barral, 1993, p. 145.
42. Entrevista de Ronald Christ, Paris Review, 1966, reproducida en
Confesiones de escritores. Reportajes de Paris Review, Buenos Aires,
El Ateneo, 1996.
43. Prólogo a Historia universal de la infamia, en O.c., p. 289.
380 antiborges
44. "La fuga", Sur, Nº 36, agosto de 1937, recopilado por Edgardo
Cozarinsky, Borges y el cine, Buenos Aires, Sur, 1974, p. 54.
45. "Acerca del expresionismo", Inquisiciones, edición citada, p. 155.
Sobre Meyrink, ver Textos cautivos, Buenos Aires, Tusquets, 1986,
p.35.
46. "Eduardo Gutiérrez, escritor realista", El Hogar, 9 de abril de
1937 recopilado en Textos cautivos. Ensayos y reseñas en El hogar,
edición citada, p. 119.
47. J. L. Borges y Silvina Bullrich, El compadrito, Buenos Aires, Fabril,
1968, nota de la segunda edición, p. 7.
48. Carlos Octavio Bunge, Nuestra América (1903), Madrid, Espasa
Calpe; 1926.
49. Vicente Rossi, Teatronacionalrioplatense,Córdoba, Imprenta Roca, 1910.
50. Mencionados en Adolfo Prieto: El discurso criollista en la forma-
ción de la Argentina moderna, Buenos Aires, Sudamericana, 1988.
51. El tamaño de mi esperanza, ed. citada, p.125.
52. El Martín Fierro, Buenos Aires, Columba, 1953.
53. Prólogos, Buenos Aires, Torres Agüero, 1975, p. 112.
54. Sobre el mito del campesinismo véase Juan José Sebreli, El ase-
dio a la modernidad, Buenos Aires, Sudamericana, 1991, pp. 119
Yss., Barcelona, Ariel, 1992, p. 129.
55. Eric J. Hobsbawn, Rebeldes primitivos, Barcelona, Ariel, 1968 y
Roberto Carri, Isidoro Velázquez, Formas prerreoolucionarias de
la violencia, Buenos Aires, Sudamericana, 1968.
56. Evaristo Carriego, en O.e., p. 128.
57. Roberto Alifano, Conversaciones con Borges, Buenos Aires, Deba-
te, 1986.
58. El tamaño de mi esperanza, ed. citada, p. 35.
59. Uno de los primeros en acuñar ese término fue Norberto Polino,
Barceló, Ruggierito y el populismo oligárquico, Buenos Aires, Falbo,
1966. Ver "Una mujer desdichada: Victoria Ocampo".
60. El tamaño de mi esperanza, ed. citada, p. 35.
61. Para la concepción cíclica y espengleriana de la historia en los
escritores argentinos, ver Juan José Sebreli, Martínez Estrada,
una rebelión inútil, Buenos Aires, Palestra, 1960, 3ª edición, Bue-
nos Aires, Catálogos, 1984.
62. El otro, el mismo, en O.C., p. 93.
Borges: el nihilismo débil 381

63. Véase Héctor René Lafleur, Sergio D. Provenzano y Fernando


P. Alonso, Las revistas literarias argentinas, 1893-1967, Buenos Ai-
res, Centro Editor de América Latina, 1962.
64. Véase Carlos Escude, Ideología de la educación argentina, 1900-
1950, Buenos Aires, Instituto DiTelIa, Conicet, 1989.
65. Prólogos, ed. citada, p. 35.
66. Entrevista de Ronald Christ, edición citada.
67. "El informe de Brodie" en O.C., p. 1063.
68. "El Aleph", O.C. p. 576.
69. Evaristo Carriego, O.C., p. 16l.
70. Antiguas literaturas germánicas, México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, 1951.
71. Richard Burgin, Conversations with Jorge Luis Borges, New York,
Richausdt and Winston, 1968. Conversaciones conJorge Luis Borges,
Madrid, Taurus, 1974, p. 139.
72. Otras inquisiciones, en O.c., p. 687.
73. "El escritor argentino y la tradición" en Discusión, O.c. p. 267.
74. Atlas, en O.C., volumen 2, p. 415.
75. El idioma de los argentinos, edición citada, p. 62.
76. Ernesto Sabato, Uno y el universo, Buenos Aires, Sudamericana,
1945, p. 110. El escritor y sus fantasmas, Buenos Aires, Aguilar,
1963, p. 245.
77. Beatriz Sarlo, Borges, un escritor en las orillas, edición citada.
78. Bias Matamoro habla sucesivamente del neocIasicismo del gru-
po Sur en Genio y figura de Victoria acampo, Buenos Aires, Eudeba,
1986, p. 44 Y del "neomanierismo formalista" de Borges en Lec-
turas americanas (1974-1989), Madrid, Ediciones de Cultura His-
pánica, 1990, p.129.
79. Arnold Hauser, Origen de la literatura y el arte manierista, IIl, Lite-
ratura y manierismo, Madrid, Guadarrama, 1974.
80. Mario Praz, Historia de la literatura inglesa, Buenos Aires, Losada,
1976, p. 222.
81. Henri Bergson: "Las dos fuentes de la moral y la religión", Critica,
30 de septiembre de 1933, recopilado en Borges en revista multi-
color,Buenos Aires, AtIántida, 1995.
82. Discusión, en O.C., p. 254.
83. Fervor de Buenos Aires, en O.c., p. 38.
382 antiborges
84. Jaime Rest, El laberinto del universo. Borges y el pensamiento no-
minalista, Buenos Aires, Librería Fausto, 1976.
85. Juan Nm10, La filosofía de Borges, México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, 1986.
86. Ana María Barrenechea, La expresión de la irrealidad en la obra de
Borges, México, Colegio de México, 1957; Buenos Aires, Paidós,
1967.
87. Jaime Alazraki, La prosa narrativa de Jorge Luis Borges, Madrid,
Gredos, 1968.
88. Jean de Milleret, Entretiens avec Jorge Luis Borges, París, Pierre
Balfond, 1967.
89. María Esther Vázquez, Borges, Imágenes, memorias, diálogos, Cara-
cas, Monte Ávila, 1977.
90. Antonio Carrizo, Borges el memorioso, México, Fondo de Cultura
Económica, 1982.
9l. La Nación, 24 de agosto de 1986.
92. "Tlon, Uqbar, Orbis Tertius", Ficciones, en O.e., p. 436.
93. Historia de la eternidad, O.C. p. 4.
94. Otras inquisiciones, O.e. p. 775.
95. Nota al libro AJter Death ofL. D. Weatherhead, pp. 145-146, citado
por Juan Nm10, obra citada, p. 33.
96. Conferencia 1984.
97. Discusión, O.C., p. 258.
98. Cuestionario, 38,1976 en Fernando Mateo (compilación) Dos pa-
labras antes de la muertes otras entreuistas, Buenos Aires, L. D., 1994.
99. El idioma de los argentinos, edición citada.
100. Otras inquisiciones, O.C., p. 66l.
10l. Reportaje de Ignacio Solares, La opinión, 15 de diciembre de 1973.
102. James Irby, Entrevista con Borges, Revista Universitaria de Méxi-
co,1962.
103. Prólogos, edición citada, p. 146.
104. Ídem, p. 17l.
105. Roberto Alifano, Conversaciones con Borges, Buenos Aires, Deba-
te, 1985.
106. Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Troquel, 1955, pp. 96 Yss.
107. El otro, el mismo. O.e., p. 88l.
108. Leopoldo Lugones, ed. citada, p. 98.
Borges:el nihilismodébil 383

109. Otras inquisiciones, o.e, p. 771.


110. J. L. Borges-Osvaldo Ferrari, Libro de diálogos, Buenos Aires, Sud-
americana, 1986.
111. Ficciones, o.c., p. 439.
112. "Pierre Menard autor del Quijote", a.c., p. 450.
113. G. W. F. Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía, tomo se-
gundo, traducción de Wenceslao Roces, México, Fondo de
Cultura Económica, 1955, pp. 420 Yss.

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN CUADERNOS HiSPANOAMERICANOS,

1996, MADRID, y EN ESCRITOS SOBRE ESCRITOS, CIUDADES BAJO

CIUDADES, EDITORIAL SUDAMERICANA, BUENOS AIRES, 1997.

Juan José Sebreli

Nació en 1930 en Buenos Aires. Participó siendo


muy joven en las revistas culturales más importantes del
momento: Sur y Connbtorno. Formó parte de los prime-
ros grupos existencialistas-sartreanos, introdujo la obra
de Kojeve y otros pensadores franceses durante la última
dictadura organizó y enseñó en lo que se llamó la "uni-
versidad de las sombras". Es un animador permanente
del debate intelectual argentino mediante una profusa y
siempre polémica producción que abarca la crítica lite-
raria y cultural, la filosofía, la historia contemporánea y
la ensayística sociológica. Entre sus obras se destacan:
Martínez Estrada, una rebelión inútil (1960), Buenos Aires,
vida cotidiana y alienación (1964), Mar del Plata, el ocio re-
presivo (1970), Los deseos imaginarios del peronismo (1983),
El asedio a la modernidad (1991) YEscritos sobre emitas, ciu-
dades bajo ciudades 1950-1997 (1997).

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