Está en la página 1de 5

JORGE LUIS BORGES

- - - - - - - - - Ej Lj

I D I O M A
DE LOS
ARGENTINOS
'■'•i
** !
Q >*

i
g u
C O L E C C I O N I N D j C F
M. GLEIZER, EDITOR <:• BUENOS A l RES <> /92S
EL TRUCO

UARENTA naipes quieren desplazar la


vida. En las manos cruje el mazo
nuevo o se traba el viejo: morondangas
de cartón que se animarán, un as de
espadas que será omnipotente como don
Juan Manuel, caballitos panzones de donde
copió los suyos Velázquez. El tallador ba­
raja esas pinturitas. La cosa es fácil de decir
y aun de hacer, pero lo mágico y desaforado
del juego— del hecho de jugar— despunta
en la acción. 40 es el número de los naipes y
1 por 2 por 3 por 4. . . por 40, el de mane­
ras en que pueden salir. Es una cifra deli­
cadamente puntual en su enormidad, con
inmediato predecesor y único sucesor, pero
no escrita nunca. Es una remota cifra de
vértigo que parece disolver en su muche­
dumbre a los que barajan. Así, desde el
principio, el central misterio del juego se ve
adornado con un otro misterio, el de que
haya números. Sobre la mesa, desmantelada Milongas de fogón y de pulpería, jaranas de
para que resbalen las cartas, esperan los gar­ velorio, bravatas del roquismo y tejedo-
banzos en su montón, aritmetizados tam­ rismo, zafadurías de las casas de Junín y
bién. La trucada se arma; los jugadores, de su madrastra del Temple, son del comer­
acriollados de golpe, se aligeran del yo habi­ cio humano por él. El truco es buen cantor,
tual. Un yo distinto, un yo casi antepasado máxime cuando gana o finge ganar: canta
y vernáculo, enreda los proyectos del juego. en la punta de las calles de nochecita, desde
El idioma es otro de golpe. Prohibiciones los bodegones con luz.
tiránicas, posibilidades e imposibilidades as­ La habítualidad del truco es mentir. La
tutas, gravitan sobre todo decir. Mencionar manera de su engaño no es la del poker:
flor sin tener tres cartas de un palo, es hecho mera desanimación o desabrimiento de no
delictuoso y punible, pero si uno ya dijo fluctuar, y de poner a riesgo un alto de
envido, no importa. Mencionar uno de los fichas cada tantas jugadas; es acción de voz
lances del truco es empeñarse en él: obliga­ mentirosa, de rostro que se juzga semblan­
ción que sigue desdoblando en eufemismos a
cada término. Quiebro vale por quiero, en­ teado y que se defiende, de tramposa y des­
vite por envido, una olorosa o una jardinera atinada palabrería. Una potenciación del en­
por flor. Muy bien suele retumbar en boca gaño ocurre en el truco: ese jugador rezon­
de los que pierden este sentención de caudillo gón que ha tirado sus cartas sobre la mesa,
de atrio: A ley de juego, todo está dicho: puede ser ocultador de un buen juego
falta envido y truco, y si hay flor ¡contra­ (astucia elemental) o tal vez nos está min­
flor al resto! El diálogo se entusiasma hasta tiendo con la verdad para que descreamos
el verso, más de una vez. El truco sabe re­ de ella (astucia al cuadrado). Cómodo en
cetas de aguante para los perdedores; versos el tiempo y conversador está el juego criollo,
para la exultación. pero su cachaza es de picardía. Es una su­
El truco es memorioso como una fecha. perposición de caretas, y su espíritu es el de
los baratijeros Mosche y Daniel que en mitad chos criollos que no se apuran, lo cuidan
de la gran llanura de Rusia se saludaron. como a un fuego. Es un mundo angosto, lo
— ¿Adonde vas, Daniel?— dijo el uno. sé: fantasma de política de parroquia y de
— A Sebastopol— dijo el otro. picardías, mundo inventado al fin por hechi­
Entonces, Mosche lo miró fijo y dicta­ ceros de corralón y brujos de barrio, pero no
minó: por eso menos reemplazador de este mundo
— Mientes, Daniel. Me respondes que vas real y menos inventivo y diabólico en su am­
a Sebastopol para que yo piense que vas a bición.
Nijni-Novgórod, pero lo cierto es que vas Pensar un argumento local como este del
realmente a Sebastopol. ¡Mientes, Daniel! truco y no salirse de él o no ahondarlo— las
Considero los jugadores de truco. Están dos figuras pueden simbolizar aquí un acto
como escondidos en el ruido criollo del diá­
logo; quieren espantar a gritos la vida. Cua­ igual, tanta es su precisión— me parece una
renta naipes— amuletos de cartón pintado, gravísima fruslería. Yo deseo no olvidar
mitología barata, exorcismos— les bastan aquí un pensamiento sobre la pobreza del
para conjurar el vivir común. Juegan de es­ truco. Las diversas estadas de su polémica,
paldas a las transitadas horas del mundo. La sus vuelcos, sus corazonadas, sus cábulas, no
pública y urgente realidad en que estamos to­ pueden no volver. Tienen con las experien­
dos, linda con su reunión y no pasa; el re­ cias que repetirse. ¿Qué es el truco para un
cinto de su mesa es otro país. Lo pueblan el ejercitado en él, sino una costumbre? Mírese
envido y el quiero, la olorosa cruzada y la también a lo rememorativo del juego, a su
inesperabilidad de su don, el ávido folletín afición por fórmulas tradicionales. Todo ju ­
de cada partida, el 7 de oros tintineando es­ gador, en verdad, no hace ya más que rein­
peranza y otras apasionadas bagatelas del cidir en bazas remotas. Su juego es una re­
repertorio. Los truqueros viven ese aluci­ petición de juegos pasados, vale decir, de
nado mundito. Lo fomentan con dichara­ ratos de vivires pasados. Generaciones ya ín-

Borges 3.
visibles de criollos están como enterradas
vivas en él: son él, podemos afirmar sin me­
táfora. Se trasluce que el tiempo es una fic­
ción, por ese pensar. Así, desde los laberintos
de cartón pintado del truco, nos hemos acer­
cado a la metafísica: única justificación y fi­
nalidad de todos los temas.

También podría gustarte