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EL PODER DE CONTAR HISTORIAS

Los relatos conservan la memoria, ayudan a conocer el mundo y


reconstruyen hechos significativos para las personas y la sociedad. En
tal sentido, el periodismo tiene mucho que decir. Y una enorme
responsabilidad.

Por: Juan Carlos Pino Correa


 
Juan José Hoyos, en el prólogo de su libro Sentir que es un soplo la
vida, cuenta la historia del Jaibaná Salvador, un indio katío al que
ayudó por medio de una crónica a recobrar un tambor muy especial heredado
de su abuelo y que había terminado en manos de unos antropólogos luego de
un ritual en el que pretendía, como todos los médicos indígenas, alcanzar
a través del licor un estado místico. La consecuencia: el Jaibaná
Salvador había dejado de hablar y era presa de un estado de melancolía
incurable.
Con la publicación de la crónica en El Mundo, de Medellín, el Jaibaná
Salvador recobró su tambor y cuando lo tuvo de nuevo en sus manos afirmó,
refiriéndose al periodista: “ese hombre tiene más poder que yo”. Juan
José Hoyos dice que él, en ese momento, no creyó que tal cosa pudiera ser
verdad. “Yo no puedo curar enfermos. Yo no puedo conjurar las plagas de
las cosechas. Yo no soy capaz de curar la mordedura de una serpiente, ni
sacar el diablo del cuerpo de un hombre vivo”, pensó entonces, pero
también dice que con el paso de los años se dio cuenta de la sabiduría de
las palabras del Jaibaná. Esa sabiduría la resume en dos frases: “El
hombre que cuenta una historia tiene más poder. Un poder que no puede
medirse con votos, como el de los políticos, pero que a su modo es
superior a todo eso”.
Muchos autores suscribirían también esa frase. El propio Hoyos dice que
los lectores no olvidan tan fácilmente las historias porque saben que en
ellas está la verdad. El argentino Tomás Eloy Martínez, por su parte, se
apoya en Hayden White para afirmar que “lo único que el hombre realmente
entiende, lo único que de veras conserva en su memoria, son los relatos”.
Y Gabriel García Márquez señalaba que el periodismo fue el trampolín para
la literatura y que a través de él pudo mantener contacto con la realidad
y afinar su voz de escritor.
El caso es que los periodistas contamos historias. Historias tan
bondadosas como atroces, tan dulces como violentas, tan esperanzadas como
trágicas. Historias que suceden no solo en los salones de la riqueza y el
poder, sino que se tejen en una esquina cualquiera, en alguna calle sin
nombre, en los caminos por donde miles de seres anónimos siembran sus
pasos y sus voces.
Los periodistas deben aguzar la mirada y salir a cazar esas historias que
vibran cada día en, por ejemplo, todos los rincones de un departamento
tan rico, tan diverso y tan complejo como es el Cauca. Y luego esos
mismos periodistas deben ser capaces de reconstruir esas historias, de
re-crear sus detalles y de darle nuevo aliento a las voces consultadas
para que, de esa forma, los lectores y los oyentes y los televidentes y
los usuarios de medios digitales sientan que están siendo testigos de
excepción de ese mundo que palpita a su lado. Ese es el verdadero poder
que tienen las palabras.

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