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Gilberto Merchán
William Ospina
Ernesto Sábato
Pero que el mito sea cosa viva y fecunda, así como voz de verdad, y que además
haya figuras de mortales vivos que puedan participar de la condición mítica, no
es algo que todos deseen admitir, o puedan hacerlo. En una entrevista realizada
a propósito de las inolvidables jornadas populares del 10 de enero de 2013, la
historiadora Margarita López Maya no logra por ejemplo entender los actos
públicos de ese jueves más que como un intento de manipulación de masas
destinado a encumbrar a Chávez hasta la dimensión divina como una forma hábil
de legitimar el actual gobierno encabezado por el Vicepresidente Maduro, cuyo
liderazgo es equívocamente descrito, así como el de todo el chavismo, como gris
y débil. Un artículo en El País de Madrid (“El mito de Chávez llena su vacío”)
participaba del mismo descreimiento socarrón, propio sin duda de una mirada
moderna en trance de crisis, también epistémica, que más que desencantada o
desencantadora del mundo luce ya precipitada en lo que a veces ni siquiera
puede ser reconocible como humano. Cita el diario español que las
manifestaciones de conmoción ciudadana frente a la ausencia provisional de
Chávez, “no le resultan espontáneas al comunicólogo Antonio Pasquali”. De
acuerdo a este antiguo y ácido crítico del monopolio global de las industrias
culturales, ahora devenido en ferviente antichavista, “tal exacerbación (…) es
reiterada y muy probablemente programada al detalle; está basada en fórmulas
que los jerarcas del Gobierno repiten sin modificaciones y en las que predominan
‘amar’, ‘amoroso’, ‘amor’ y todos sus derivados, en busca de reforzar al máximo
el vínculo irracional, afectivo, entre el líder/tótem y su feligresía”. Por su parte, el
historiador Germán Carrera Damas, citado en el mismo artículo, vuelve por sus
fueros de habitual iconoclasta y porfiado destructor de mitos y atribuye
simplemente a la “obra de los nuevos medios de comunicación” el hecho de que
haya sido posible llevar a un cierto grado de desarrollo lo que él llama “el culto a
la personalidad de Chávez”.
Relata de paso Ospina, en este texto, la forma en que Gabriel García Márquez
respondió visceral, y sin duda elocuentemente, a una inquisición suya sobre su
permanencia al lado de la Revolución Cubana cuando muchos intelectuales y
artistas optaron por dejar de apoyarla: “para mí, dijo, lo de Cuba fue siempre
una cuestión caribe”. Y Ospina añade a continuación su interpretación de esta
precisa y sugestiva frase: para el gran novelista colombiano lo que se daba y se
sigue dando en Cuba “no se trataba de marxismo o teorías revolucionarias sino de
la lucha de un pueblo por su soberanía y su cultura frente al asedio de unos
poderes invasores”.