Está en la página 1de 4

Alberto Calabrese - Licenciado en Sociología.

Director de la Carrera de
Especialización en Drogadependencia de la Universidad Nacional de Tucumán.
Integrante del Comité asesor sobre adicciones del Ministerio de Seguridad,
Justicia y Derechos Humanos de la Nación.

Clase sobre desvío social y categoría conceptual de distancia.

Existen normas que se establecen en un grupo por consenso. Por ejemplo, por
convención estamos vestidos y no vamos desnudos a ninguna parte. Va de
suyo que cuando alguien convoca a una determinada cantidad de personas a
un evento, no tenga que decirles que vayan vestidos. Sino que basta con
decirles que vayan, y a lo sumo puede indicárseles que se vistan de etiqueta,
de sport, etc. Eso sucede porque estamos dentro del campo de los usos y
costumbres.
Ahora bien, quien ejerce el poder dictamina normas con un formato
determinado y para que puedan tener fuerza del ley se prevé un castigo para
quien no la cumpla. Entonces, una norma más un castigo es igual a una ley.
Con el tema de las sustancias lo que se estableció de manera repentina, en un
momento histórico dado, es que la norma creaba la categoría de adicto como
una cuestión que debía castigarse. Entonces surge justamente desde la
normativa la pregunta de cómo se sitúa el adicto. Pensemos, en un esfuerzo de
imaginación, que en este momento que hay una vertical que me marca el lugar
de las normas sociales. El adicto tiene la “virtud” de lograr inmediatamente el
ingreso hacia los costados de la normalidad, cosa que no pasa con otro tipo de
adicciones u otro tipo de “disconductas”. Esto proviene de la sociología clásica
norteamericana que habla de desvíos y que es explicado como una disfunción
hacia el sistema y no como una disfunción del sistema. A su vez, nadie se toma
la molestia de ir hacia el lugar del supuesto marginado y ver que enfoque me
da el marginado del lugar de lo normativo, se percibiría que no hay un desvío
sino una distancia entre la proposición social y la posibilidad real que tenemos
de incluirnos como sociedad en conjunto.
Ahora bien, en la actualidad no es marginal el que usa sustancias, sino el que
es ajeno a los mecanismos de poder. En un comienzo, a partir de un artificio se
plantea que el uso de sustancias es lo peor que le podía sucederle a la
humanidad. Pero en la medida en que a las sustancias se le pierde el respeto
que se impuso a partir del discurso, y a partir del traspaso a otros usos y
costumbres, para las generaciones mas jóvenes van perdiendo efectividad
esos discursos para enviar a las personas al lugar de la marginalidad. Al
contrario, se crea una nueva pertenencia a partir del manejo de las mismas.
Esto es uno de los efectos posibles de la prohibición, es decir que el objeto
prohibido pase progresivamente a ocupar el centro, en lugar de la periferia o de
la marginalidad. El ir acercándose al centro se encuentra en relación con cómo
conceptúa el poder los grados de aproximación a su norma. Por ejemplo,
según los discursos tradicionales sobre los consumos de drogas el que no
consume está en la norma ideal; el que consume un poco de cierta sustancia
considerada inferior está en el primer nivel de lo desviado; el que consume una
sustancia más marginal esta en segundo nivel; el que realiza un policonsumo
de sustancias consideradas duras está tercer nivel de desvío; y el que trafica y
consume es un marginal de acuerdo con esta lógica del desvío social aplicado
al consumo de sustancias.
Entonces, todo esto está visto del centro a la periferia. Sin embargo, si lo
miramos desde el punto de vista de cada persona, se dan dos cuestiones en
referencia a la sociedad a la que pertenece: una es el cúmulo de situaciones y
circunstancias por las cuales esa sociedad le ofrece a esa persona factores de
identificación para que adquiera la pertenencia o la integración social. Cuanto
más cercano se encuentra al ideal social, mayor pertenencia adquiere. Ahora
bien, la cercanía con respecto a los ideales sociales se encuentra en relación
de dependencia directa con respecto a sus posibilidad de adecuarse a esos
ideales sociales. Cuando el ideal social se acerca a la posibilidades ese
individuo, entonces consigue una integración muy alta. Cuando no está cerca,
su posibilidad de integración es muy baja. Esos son los grados reales que
tienen los individuos de insertarse en lo normativo y van a depender de los
instrumentos de la cultura y de la sociedad, o sea lo que se encuentra
contenido en el discurso oficial: las leyes, las resolucones legales, sentencias,
los diagnosticos medicos y sociales, las comunicaciones, etc. Entonces si se
observa el grado de diferencia o distancia entre esa norma idealizada -es decir,
esa expectativa en términos de ideales sociales- y las posibilidades reales, eso
va a dar como resultado un grado de diferencia o distancia entre ideal social y
posibilidades reales. Es importante considerar que los ideales sociales, en los
cuales se apoya el poder de clasificación de la norma, se transmiten como
deseables y posibles para todos los ciudadanos aunque efectivamente no sea
así. Un ejemplo de esto podría ser el sueño americano, se trata de un ideal
social que llega a ser compartido, y está establecido desde el discurso del
poder, aunque no sea realizable para todos. Los grados de apertura o de
diferencia, si se observan desde la periferia al centro son pensados como
distancia y si se piensan desde el centro a la periferia entonces constituyen un
desvío. El desvío desde el discurso del poder da lugar a que algunas personas
sean clasificadas como desviadas, según esa distancia.
Todo esto está bien hasta que se arma un contra modelo de ruptura como está
pasando en la época contemporánea. En esta posmodernidad el consumo en
general, y en particular de sustancias, se ha hecho tan extendido que lo que
estaba normatizado como certeramente negativo, se relativiza, y por tanto lo
que había sido clasificado de cierta forma, ahora se adopta y se vanaliza. En la
medida en que la apropiación de una norma determinada que ha sido
convertida en ley experimenta estas transformaciones, tiende a perderse como
tal porque pierde base de sustentación. Eso puede dar lugar a las
transformaciones de las leyes. Cuando su cualidad normativa se disuelve,
entonces no se la identifica ya con lo malo, sino con lo bueno. Eso ha pasado
con el uso de la bikini que hace unos treinta años era considerado una falta
grave y se encontraba prohibido, y ahora se ha extendido. Por lo tanto, la
prohibición o la ley que se apoyaban en esa norma se ve en la necesidad de
ser modificada para ajustarse a los usos y costumbres de determinada época.
Si el uso de determinada época adopta las sustancias, finalmente ese uso pasa
a ser parte del centro y no ya de la periferia, las secuelas como el daño, no se
toman en cuenta. Esto pasa, no sólo porque se usan y la gente no se muere
instantáneamente como se ha dicho (salvo algunas excepciones muy puntuales
de mal uso y/o combinación inadecuada), sino porque se asocia con
pertenencias y reconocimientos sociales que tienen que ver con el valor de
aquello que se les atribuye. Por ejemplo, que muchos de quienes las consumen
tienen un alto grado de representación social y monetaria. Esto se encuentra
relacionado con lo que denominamos valor de representación de las sustancias
(además de su valor de uso y su valor de cambio). Es decir que incluso en el
imaginario del usuario conllevan la capacidad de dar pertenencia y
representación, lo contrario del acento en la capacidad de daño que se les ha
querido atribuir.

También podría gustarte