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CASO 1:

Julito es descrito por su madre como un “manojo”. Desde que era muy pequeño
presentó problemas para quedarse sentado, y cualquiera que estuviera cuidándolo tenía
que estar constantemente vigilante porque era muy probable que “se metiera en
dificultades”, lo que significa que solía realizar actividades que podían lastimarlo o
lastimar a otras personas. A pesar de los comentarios de algunos amigos de sus padres
de que “era solo un niño”, la conducta de Julito no cambió mucho a medida que creía y
tampoco cuando inició sus actividades escolares. Sus maestros se quejaban de que era
difícil tratarlo en el salón de clases porque no se quedaba sentado, hacía mucho ruido y
parecía disfrutar cuando molestaba y lastimaba a otros niños. Conforme crecía, también
quedó claro que no aprendía a leer ni a realizar operaciones aritméticas sencillas con la
misma rapidez que otros niños del salón. Las pruebas que le aplicó el psicólogo escolar
mostraron que Julito obtuvo calificaciones que se encontraban en el rango promedio de
inteligencia, pero estaba más de un año por debajo de su nivel en las diversas
habilidades de lectura.
CASO 2:
Josefina es una chica de 18 años. Ha empezado a hacer una dieta muy estricta y
ejercicios, con el fin de perder peso, periódicamente ingería enormes cantidades de
comida e intentaba contrarrestar los efectos de las calorías extra y mantener su peso
normal forzándose a vomitar. Muchas veces se siente como un barril de pólvora, a ratos
enojada, otros momentos asustada, deprimida. Algunas veces roba cosas por impulso;
otras, bebe en exceso. En otras ocasiones no podía dejar de comer durante horas.
Normalmente cuando las cosas no van bien, le entraba unas ganas incontrolables de
comer dulces. Literalmente come grandes cantidades de dulces (por libra) y hasta un
bizcocho de una sola sentada, y muchas veces no se detenía hasta que estaba
totalmente exhausta o se sentía muy dolorida. Después, sobrecogida por la pena, la
culpa y el disgusto, se forzaba a sí misma a vomitar. Sus hábitos alimenticios la
avergüenzan tanto que los ha mantenido en secreto hasta que, deprimida por todos sus
problemas, está pensando en suicidarse.
CASO 3:
Adriana es una estudiante de cuarto cuatrimestre y tiene 20 años. Asiste al médico
porque dice que tiene poca energía, un apetito alterado y se siente irritable. Para esto,
se le indicaron unos medicamentos. Tres semanas después, sus “estados de ánimo
bajos” desaparecieron y fueron reemplazados por la sensación de tener bastante
energía. Por ejemplo, se levantó a media noche “a hacer cosas” y su productividad
aumentó. Sin embargo, su irritabilidad continuó y con frecuencia discutía con sus
amigos, otros alumnos y con sus profesores. También empezó a gastar dinero, de forma
impulsiva, lo que era inusual en ella. Cuando regresó al centro médico parecía distraerse
con facilidad y hablaba bastante rápido. Cuando se evaluó su historial se descubrió que,
al principio de la secundaria, había experimentado rápidos cambios de estado de ánimo
con periodos de “extrema tristeza” alternada con otros de hasta una semana en la que
estaba llena de energía, se distraía con facilidad, dormía solo tres o cuatro horas en la
noche y hablaba mucho (se describía a sí misma sintiéndose “elevada”). También reveló
que la hermana de su madre había sido diagnosticada como maniacodepresiva y su
madre en ocasiones tuvo problemas similares, pero nunca buscó tratamiento.

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