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Pierre Bédard
Nada es menos evidente que hablar de un nivel de aprehensión desde otro nivel. Sin
embargo, podemos establecer un punto de partida común. De la misma manera que
cogito ergo sum confirma cada una de nuestras existencias individuales, los egregores
existen porque nosotros estamos interesados en este artículo.
Para empezar, precisemos que la palabra egregor viene de la contracción de las palabras
árabes eg y gregen, que significan “eso que reúne”, “lo que reúne”. Podemos aprender
que existen, por lo menos tres grandes realidades de percepción, de conciencia bajo la
denominación lingüística de egregores, a saber:
También podemos reconocer la existencia de egregores más sociales. Éstos son fuerzas
psíquicas creadas por los humanos, generalmente en forma inconsciente, cuando se
unen para alcanzar metas específicas o para sacralizar lugares u obras comunes,
proyectos o tendencias. Frecuentemente percibimos tales fuerzas en acción en algunas
grandes obras de la Arquitectura, donde un mismo numeroso grupo trabaja durante
años. También sentimos su influencia durante las campañas políticas o los encuentros
deportivos masivos. Y es por esta razón que un equipo gana más frecuentemente en casa
ante sus aficionados que fuera. Estos seres, cuya existencia no es mensurable, no pueden
ser reducidos a las leyes del tiempo; no existen más que por sus obras y logros, así como
por los miles de individuos que los sostienen. Estos egregores espontáneos generalmente
tienen una duración corta pero su disolución agrega mucho potencial al conjunto de la
sociedad humana. No obstante, puede suceder, en el mejor de los casos, que las prácticas
y los motivos iniciales que les dieron nacimiento se mantengan en ese marco de
manifestación que, en nuestro plano de realidad, por convención denominamos tiempo.
Por último, existe en otro nivel de manifestación una categoría egregoriana más
orientada y esencialmente dedicada a nuestra práctica espiritual y de la cual, de hecho,
es resultado. En efecto, los cultos, los ritos y las ceremonias, cuando son realizados con
fe, por un cierto número de personas aptas para llevarlas a cabo, inducen
inevitablemente la síntesis de energías propias a éstas. Si al final del ritual los
participantes eligen, con conocimiento de causa, no interrumpirlo, entonces éste
continúa solo y por su propio poder. Muy pronto, en la medida en que es celebrado, este
ritual adquirirá una forma propia, que rodeará a la práctica misma de una protección,
permeable únicamente a los iniciados y los espíritus. A partir del momento en que se
instala la protección, el rito deviene en una entidad por derecho propio. En Occidente, se
designa frecuentemente a tales presencias con el nombre de egregores, aunque para
Oriente son deidades en el amplio sentido del término. Desde luego, estas
entidades/egregores protagonistas principales de esta visión, corresponden a los
espíritus de cada uno de los cuatro elementos.
Evidentemente, las fuerzas egregorianas tienen una concepción del espacio muy
diferente a la nuestra. Su sentido de pertenencia depende de la adhesión psíquica de los
individuos que las conforman, y reflejan en sí la amplitud de nuestras necesidades y
deseos. La necesidad de proximidad entre los individuos para desplegar la fuerza y la
acción de un ser tal, es una necesidad típica en la naturaleza humana, frecuentemente
basada en el apego y las expectativas sensoriales. Los egregores no conocen tales
dependencias. Es por eso que un practicante motivado, puede hacer más por un ritual al
que no pudo asistir pensando en él, mientras maneja su auto por la autopista, que otro
que se queda dormido en el templo. (Muy pronto veremos nacer egregores totalmente
funcionales por internet si es que no los hay ya).
Desprovistas así de un espacio que les sea propio, estas entidades son extremadamente
dependientes de las formas que nosotros les prestamos, y del marco de relación que
tenemos con ellas. El código de comunicación natural de un egregor es de naturaleza
ritual. Los rituales son este espacio, al interior del cual partes de naturaleza muy
diferente, se sienten cómodas y pueden entonces intercambiar energía lo más libremente
posible unas con otras.
Vale la pena descifrar la mecánica de esta acción, porque es la referencia de toda relación
con el mundo psíquico. En un lugar percibido como mágico, los humanos se entregan a
diversos ritos que, debido a su evocación a lo emocional y frecuentemente a ese sedante
mental que es la encantación, suspenden parcialmente su individualización y permiten
así su unión con fuerzas psíquicas, las cuales, combinadas con una visualización común,
proyectan esta energía cargada de deseos en una forma más potente.
Esto no cambia en nada la percepción que podríamos tener de la estructura y del rol del
espíritu humano. Éste es lo que es y, por el momento, no es nuestro tema de discusión.
El egregor es más bien el producto de una procreación psíquica entre ciertos individuos
iniciados, cuya intimidad en la meditación, es lo suficientemente grande como para
permitirse reproducirse a nivel espiritual. Un individuo aislado no puede manifestar esta
magia, porque el ego que inevitablemente lo habita inhibiría el poder de la entidad, antes
incluso de que tuviera tiempo de manifestarse. Una pareja tampoco puede realizar esta
alquimia porque por definición es una dualidad. El número mínimo de personas que
pueden participar en esta creación psíquica, según todas las tradiciones, es tres.
Por el simple placer de hacer una analogía con una planta, podemos concebir al egregor
como una tierra muy fértil, en la que las personas que conocen las leyes de este medio,
siembran una semilla minúscula que tendrá la posibilidad de convertirse en un árbol
enorme. Pero no olvidemos aquí que el buen jardinero se ocupa sobre todo de la tierra.
La planta ya sabe qué es lo que tiene que hacer.
Sin embargo, esto no hace de los egregores seres autónomos, todo lo contrario. Ellos no
nacen iguales en derechos, deberes o importancia, ni saben nada del mundo emocional.
Paradójicamente, podríamos concebirlos como nuestros robots en ese nivel donde lo
psíquico se manifiesta en la materia. La herramienta material, tradicional y quizá hasta
animal de realización del proyecto humano, es evidentemente el trabajo físico, realizado
desde una perspectiva unidimensional y frecuentemente sufriente. ***
Sabemos por ejemplo cuántos milagros han ocurrido en Lourdes, Benares o Bod Gaya.
Es así como un Egregor puede realizar nuestros deseos. Por supuesto que la
responsabilidad de las consecuencias, es totalmente nuestra. Porque el egregor es, y
permanece, como un amplificador sin moral y juicio propio, que puede aumentar sin
discriminación todo lo que le confiamos. Por el momento, no contamos con
instrumentos de medida adecuados, para conocer el número de enfermedades
degenerativas producto de una absorción errónea de estas fuerzas. No obstante,
podemos presumir que el medio más seguro para pescar un cáncer hoy en día no es solo
fumar, sino más bien pedir, en complicidad con otros, y en un marco considerado
sagrado, obtenerlo.
El uso más negativo del trabajo egregoriano, se ha manifestado cuando ha sido utilizado
esencialmente con el fin de sacralizar la pertenencia a un grupo sin finalidad definida.
Una reducción tal, frecuentemente, toma la forma de nacionalismo, racismo o sexismo.
Esto es lo que otorga la fuerza a grupos tales como las religiones organizadas, los
templarios, el nazismo o la mafia siciliana tradicional. Todas estas organizaciones son
conocidas por vehicular una exigencia de respeto entre sus miembros y los demás,
porque después de todo son iniciados, y los egregores no discriminan.
No obstante existen medios para evitar la trampa de caer en un moralismo limitante, sin
por ello caer en tales abusos:
En la percepción del creyente común, las entidades espirituales no son más que meros
espejos reflejando una luz venida de otra parte. Por contra, desde una visión más
psíquica, las formas mágicas y autosuficientes existen primero por nuestra voluntad, y
después por su propio poder. Así, pueden manifestarse como soles sin que ninguna
mano divina los hubiera alumbrado. Los practicantes crean ahí fuerzas espirituales, que
a su vez crean realidades conformes a las expectativas del creador original desde su
punto de vista, es decir... nosotros. Podría entonces decirse, que en el sentido propio del
término, el poder creador del humano en la materia es el producto de la relación entre
éste y un egregor.
En las perspectivas modernas, hay una correlación más o menos perfecta entre las
nociones de pertenencia, creación y frecuentación ritual de un egregor, y el concepto de
iniciación. Actualmente, es muy raro que exista el uno sin el otro. Pero entonces, ¿qué
pensar de las personas que crean o frecuentan egregores sin una iniciación previa?