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El Tantra y la noción de egregores

Pierre Bédard

Nada es menos evidente que hablar de un nivel de aprehensión desde otro nivel. Sin
embargo, podemos establecer un punto de partida común. De la misma manera que
cogito ergo sum confirma cada una de nuestras existencias individuales, los egregores
existen porque nosotros estamos interesados en este artículo.

Para empezar, precisemos que la palabra egregor viene de la contracción de las palabras
árabes eg y gregen, que significan “eso que reúne”, “lo que reúne”. Podemos aprender
que existen, por lo menos tres grandes realidades de percepción, de conciencia bajo la
denominación lingüística de egregores, a saber:

Espíritus de la naturaleza que han logrado permanecer. Sacralizados en el curso de los


tiempos por los ritos y la fe de nuestros ancestros, han acumulado diversos poderes que
los humanos pueden en ocasiones poner en acción. Esta visión valida evidentemente el
chamanismo, que reconoce además la existencia de numerosos egregores de la
naturaleza, de la vida e incluso de los elementos. En general, estos egregores se asocian a
lugares naturales donde ellos se identifican y dependen quizá de formas de vida
específicas, ya sean vegetales animales o minerales.

Constituyen la fuente primaria y probablemente el tejido básico de toda verdadera


espiritualidad humana. Actualmente, tendemos a olvidar que el término espiritual viene
del latín spiritus o espíritu, que más que referirse al diablo, al buen dios y su ridícula
batalla campal, se refería en la época clásica, a la hechicera de un arroyo, o al duende de
un sendero montañoso.

También podemos reconocer la existencia de egregores más sociales. Éstos son fuerzas
psíquicas creadas por los humanos, generalmente en forma inconsciente, cuando se
unen para alcanzar metas específicas o para sacralizar lugares u obras comunes,
proyectos o tendencias. Frecuentemente percibimos tales fuerzas en acción en algunas
grandes obras de la Arquitectura, donde un mismo numeroso grupo trabaja durante
años. También sentimos su influencia durante las campañas políticas o los encuentros
deportivos masivos. Y es por esta razón que un equipo gana más frecuentemente en casa
ante sus aficionados que fuera. Estos seres, cuya existencia no es mensurable, no pueden
ser reducidos a las leyes del tiempo; no existen más que por sus obras y logros, así como
por los miles de individuos que los sostienen. Estos egregores espontáneos generalmente
tienen una duración corta pero su disolución agrega mucho potencial al conjunto de la
sociedad humana. No obstante, puede suceder, en el mejor de los casos, que las prácticas
y los motivos iniciales que les dieron nacimiento se mantengan en ese marco de
manifestación que, en nuestro plano de realidad, por convención denominamos tiempo.

Por último, existe en otro nivel de manifestación una categoría egregoriana más
orientada y esencialmente dedicada a nuestra práctica espiritual y de la cual, de hecho,
es resultado. En efecto, los cultos, los ritos y las ceremonias, cuando son realizados con
fe, por un cierto número de personas aptas para llevarlas a cabo, inducen
inevitablemente la síntesis de energías propias a éstas. Si al final del ritual los
participantes eligen, con conocimiento de causa, no interrumpirlo, entonces éste
continúa solo y por su propio poder. Muy pronto, en la medida en que es celebrado, este
ritual adquirirá una forma propia, que rodeará a la práctica misma de una protección,
permeable únicamente a los iniciados y los espíritus. A partir del momento en que se
instala la protección, el rito deviene en una entidad por derecho propio. En Occidente, se
designa frecuentemente a tales presencias con el nombre de egregores, aunque para
Oriente son deidades en el amplio sentido del término. Desde luego, estas
entidades/egregores protagonistas principales de esta visión, corresponden a los
espíritus de cada uno de los cuatro elementos.

Evidentemente, las fuerzas egregorianas tienen una concepción del espacio muy
diferente a la nuestra. Su sentido de pertenencia depende de la adhesión psíquica de los
individuos que las conforman, y reflejan en sí la amplitud de nuestras necesidades y
deseos. La necesidad de proximidad entre los individuos para desplegar la fuerza y la
acción de un ser tal, es una necesidad típica en la naturaleza humana, frecuentemente
basada en el apego y las expectativas sensoriales. Los egregores no conocen tales
dependencias. Es por eso que un practicante motivado, puede hacer más por un ritual al
que no pudo asistir pensando en él, mientras maneja su auto por la autopista, que otro
que se queda dormido en el templo. (Muy pronto veremos nacer egregores totalmente
funcionales por internet si es que no los hay ya).

Desprovistas así de un espacio que les sea propio, estas entidades son extremadamente
dependientes de las formas que nosotros les prestamos, y del marco de relación que
tenemos con ellas. El código de comunicación natural de un egregor es de naturaleza
ritual. Los rituales son este espacio, al interior del cual partes de naturaleza muy
diferente, se sienten cómodas y pueden entonces intercambiar energía lo más libremente
posible unas con otras.

Vale la pena descifrar la mecánica de esta acción, porque es la referencia de toda relación
con el mundo psíquico. En un lugar percibido como mágico, los humanos se entregan a
diversos ritos que, debido a su evocación a lo emocional y frecuentemente a ese sedante
mental que es la encantación, suspenden parcialmente su individualización y permiten
así su unión con fuerzas psíquicas, las cuales, combinadas con una visualización común,
proyectan esta energía cargada de deseos en una forma más potente.

Los egregores del lugar y de la doctrina, habitualmente presentes en este tipo de


reuniones, reciben estas fuerzas de las cuales ellos mismos son parte. Portándolas un
cierto tiempo en ellos como semilla/proyecto, las alimentan, las amplifican y las llevan a
una dimensión aplicable, posteriormente las proyectan, dándoles forma, dirigiendolas
hacia el objetivo fijado de antemano por esas mismas fuentes energéticas que son los
solicitantes. Es más que evidente que estamos aquí ante un simbolismo profundamente
sexual/reproductivo, donde el egregor desempeña el papel esencialmente femenino de
portar el proyecto, y después darlo a luz. Esto es lo que en otros tiempo se denominaba
magia operativa o teurgia.

Esto no cambia en nada la percepción que podríamos tener de la estructura y del rol del
espíritu humano. Éste es lo que es y, por el momento, no es nuestro tema de discusión.
El egregor es más bien el producto de una procreación psíquica entre ciertos individuos
iniciados, cuya intimidad en la meditación, es lo suficientemente grande como para
permitirse reproducirse a nivel espiritual. Un individuo aislado no puede manifestar esta
magia, porque el ego que inevitablemente lo habita inhibiría el poder de la entidad, antes
incluso de que tuviera tiempo de manifestarse. Una pareja tampoco puede realizar esta
alquimia porque por definición es una dualidad. El número mínimo de personas que
pueden participar en esta creación psíquica, según todas las tradiciones, es tres.

Siendo los amplificadores y materializadores de nuestros proyectos, los egregores son


como la mano de una conciencia de grupo. Conjunto de tejidos sin particular nobleza, la
mano es por tanto, el punto de influencia del cuerpo sobre el mundo en el amplio sentido
del término. Cuando admiramos una obra, conocemos la amplitud y el hecho de que, si
está viva, está provista de conciencia, pero en realidad no vemos más que la acción o el
efecto producido, jamás la mano que la creó (¿qué sabemos de la mano de Leonardo da
Vinci o de la del autor de la Venus de Milo?).

Por el simple placer de hacer una analogía con una planta, podemos concebir al egregor
como una tierra muy fértil, en la que las personas que conocen las leyes de este medio,
siembran una semilla minúscula que tendrá la posibilidad de convertirse en un árbol
enorme. Pero no olvidemos aquí que el buen jardinero se ocupa sobre todo de la tierra.
La planta ya sabe qué es lo que tiene que hacer.
Sin embargo, esto no hace de los egregores seres autónomos, todo lo contrario. Ellos no
nacen iguales en derechos, deberes o importancia, ni saben nada del mundo emocional.
Paradójicamente, podríamos concebirlos como nuestros robots en ese nivel donde lo
psíquico se manifiesta en la materia. La herramienta material, tradicional y quizá hasta
animal de realización del proyecto humano, es evidentemente el trabajo físico, realizado
desde una perspectiva unidimensional y frecuentemente sufriente. ***

En cambio la práctica y el uso de la vía egregoriana, en la conclusión de una obra, es


siempre una vía más amplia, porque por definición es multidimensional. Claramente
estamos ante una tecnología espiritual que, al igual que las tecnologías materiales,
simplifica seriamente la vida de quien la sabe adquirir y poner en acción.

Los egregores, son entonces los elementos dinámicos de lo inexplicable en general, y de


muchos milagros en particular. La industria del peregrinaje les debe la vida, y las
personas más racionales son aquí tan sensibles como las demás. Sin embargo no hay que
olvidar jamás, que las fuerzas así desencadenadas son neutrales, y existen en una escala
amoral. La palabra y el concepto, cualquiera que estos sean, pueden entonces ser
manifestados sin las consideraciones morales que, en nuestro plano humano, solemos
asumir.

Sabemos por ejemplo cuántos milagros han ocurrido en Lourdes, Benares o Bod Gaya.
Es así como un Egregor puede realizar nuestros deseos. Por supuesto que la
responsabilidad de las consecuencias, es totalmente nuestra. Porque el egregor es, y
permanece, como un amplificador sin moral y juicio propio, que puede aumentar sin
discriminación todo lo que le confiamos. Por el momento, no contamos con
instrumentos de medida adecuados, para conocer el número de enfermedades
degenerativas producto de una absorción errónea de estas fuerzas. No obstante,
podemos presumir que el medio más seguro para pescar un cáncer hoy en día no es solo
fumar, sino más bien pedir, en complicidad con otros, y en un marco considerado
sagrado, obtenerlo.

En efecto, el egregor que percibe la palabra cáncer y conoce el sentido manifestará la


realidad correspondiente. Nunca tendrá las herramientas de análisis mental requerido
para percibir el signo negativo que nosotros pusimos delante de este término; de ahí el
valor esencial del pensamiento positivo en todo trabajo de naturaleza psíquica.

El uso más negativo del trabajo egregoriano, se ha manifestado cuando ha sido utilizado
esencialmente con el fin de sacralizar la pertenencia a un grupo sin finalidad definida.
Una reducción tal, frecuentemente, toma la forma de nacionalismo, racismo o sexismo.
Esto es lo que otorga la fuerza a grupos tales como las religiones organizadas, los
templarios, el nazismo o la mafia siciliana tradicional. Todas estas organizaciones son
conocidas por vehicular una exigencia de respeto entre sus miembros y los demás,
porque después de todo son iniciados, y los egregores no discriminan.

No obstante existen medios para evitar la trampa de caer en un moralismo limitante, sin
por ello caer en tales abusos:

No hay que olvidar nunca la necesidad del componente compasivo en la constitución y la


práctica de todo egregor. Mientras más grande sea el poder potencial, más se impone
esta necesidad compasiva, porque hay que saber, que la potencia de este poder es
inmenso, como nos lo mostró la Alemania de los años treinta, que alimentó un egregor,
que desembocaría en la Segunda Guerra Mundial.

Si bien el concepto de egregor y las manifestaciones que de ahí se derivan se sirven,


generalmente con salsa religiosa, no debemos confundir jamás este camino, con el de las
interpretaciones teológicas o morales modernas. El egregor es de otra naturaleza, que
sería el estado de espiritualidad contenida en toda materia. Es nuestra obligación
constatar que el contexto religioso cerrado, no hace nada por favorecer el desarrollo de
egregores válidos, o la complicidad con ellos, sino todo lo contrario.

En la percepción del creyente común, las entidades espirituales no son más que meros
espejos reflejando una luz venida de otra parte. Por contra, desde una visión más
psíquica, las formas mágicas y autosuficientes existen primero por nuestra voluntad, y
después por su propio poder. Así, pueden manifestarse como soles sin que ninguna
mano divina los hubiera alumbrado. Los practicantes crean ahí fuerzas espirituales, que
a su vez crean realidades conformes a las expectativas del creador original desde su
punto de vista, es decir... nosotros. Podría entonces decirse, que en el sentido propio del
término, el poder creador del humano en la materia es el producto de la relación entre
éste y un egregor.

En las perspectivas modernas, hay una correlación más o menos perfecta entre las
nociones de pertenencia, creación y frecuentación ritual de un egregor, y el concepto de
iniciación. Actualmente, es muy raro que exista el uno sin el otro. Pero entonces, ¿qué
pensar de las personas que crean o frecuentan egregores sin una iniciación previa?

Sin duda el requisito para una relación egregoriana es de naturaleza iniciática, en el


sentido en que otorga acceso a nuevas esferas de realidad. Pero recordemos aquí que una
buena parte de las iniciaciones no son rituales, y que además, generalmente, uno mismo
ya se inicia un poco. Por lo tanto, todos los seres tienen potencialmente el mismo acceso
a estas formas de conciencia, y su reconocimiento vendrá más bien de la apertura de su
espíritu, ante esta zona de aprehensión de nuevas realidades, que de rituales asumidos
por costumbre.

Concedemos frecuentemente una dimensión sulfurosa a la existencia y a la acción de


numerosos egregores. Sin embargo, antes de juzgar, tendremos sin duda que recordar el
hecho de que un egregor no es más que la proyección de nuestra voluntad, de nuestro
espíritu y de la unidad que a veces puede reinar entre nosotros. Por lo tanto, si nosotros
percibimos estas realidades psíquicas como monstruosas, esto nos está diciendo mucho
sobre nuestros propios complejos personales, y sobre las dudas y miedos que tenemos a
nuestro propio resplandor. Entonces, protegernos de los egregores, es protegernos de
nuestro propio poder, es una inútil e incluso criminal castración de nuestra
responsabilidad humana.

La existencia de los egregores y su dependencia de nuestras exigencias nos obligan, por


último, a considerar la cuestión de la ecología energética. Muy frecuentemente, hemos
visto cómo se han creado entidades con un fin específico, o por el simple placer de la
experiencia, para luego ser abandonados a su suerte en el universo psíquico de los
humanos. Y lo que es peor, una civilización, una cultura o una religión (las tres caras de
una misma moneda) crean inevitablemente oleadas de estos seres. Ahora bien, en el
enloquecimiento que conlleva una decadencia o una gran derrota militar, a nadie se le
ocurre reabsorber en el corazón, como centro último de reciclaje que es, a estos
egregores huérfanos que son los dioses, y los valores del pasado. Una negligencia tal
puede crear en el ambiente de los humanos perturbaciones altamente problemáticas.
Quizá la Edad Media occidental, síntesis de varias decadencias, debió sus peores excesos
a una contaminación psíquica así.

La práctica de la vía egregoriana es excelente, no solamente en términos de


amplificación del poder colectivo, sino además como herramienta de un camino personal
de evolución. En efecto, en todas las convicciones monoteístas, la fuente primera se sirve
de intermediarios, frecuentemente de naturaleza angélica para actualizar sus
proyecciones y proyectos. Por lo tanto, si los egregores tienen un poder de tipo angélico y
aplican nuestra voluntad, entonces son herramientas de nuestra propia deificación, que
es después de todo la finalidad de toda iniciativa digna de ese nombre. Finalmente,
podríamos considerar además que nuestro Dios es quizá él mismo un egregor, porque no
es nada seguro que si todo el mundo dejara de creer en él, continuaría existiendo.

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