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UNIVERSIDAD PRIVADA DE TACNA

FACULTAD DE EDUCACIÓN, CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN

Y HUMANIDADES

ESCUELA PROFESIONAL DE HUMANIDADES

PSICOLOGIA DE LA SEXUALIDAD

“HISTORIA DE LA SEXUALIDAD EN LA EPOCA CONTEMPORANEA”

DOCENTE:
Ps. Julio Valencia

FECHA:

Marzo del 2017

TACNA – PERU
ÍNDICE

1. LA REVOLUCIÓN SEXUAL Y EL INICIO DEL MODERNISMO SEXUAL ................. 3


2. CAMBIO SOCIAL Y CONDUCTA SEXUAL ....................................................................... 4
3. SEXUALIDAD Y CAMBIO INSTITUCIONAL ................................................................... 6
4. CONTENIDO DE TABÚ........................................................................................................ 12
5. AMBITO DE REAPROPIACIÓN......................................................................................... 13
6. INDUCTOR DE MIEDOS. .................................................................................................... 14
7. HOMOSEXUALIDAD COMO ENFERMEDAD MENTAL ............................................. 14
8. COMPRENSIÓN ACTUAL DE LA SEXUALIDAD .......................................................... 16
9. BÚSQUEDA DE CRITERIOS ÉTICOS............................................................................... 22
1. LA REVOLUCIÓN SEXUAL Y EL INICIO DEL MODERNISMO SEXUAL
Hace su aparición Sigmund Freud (1856-1939), médico vienés, quien demostró la
trascendencia que la sexualidad tiene para los individuos. Desarrolló su teoría de la
personalidad, la cual tiene como pivote el desarrollo sexual. Introdujo el término de
“líbido” como la energía de la que emanan todas las actividades de los hombres. Con este
concepto escandalizó a la sociedad burguesa de Viena al afirmar que la mayoría de las
fobias y miedos tenían relación con las frustraciones sexuales. Puede decirse que con Freud
se inició el modernismo sexual, el que surgió en respuesta a las rígidas normas victorianas.
Freud realizó investigaciones en niños y adultos, estableciendo que desde la más tierna
infancia los niños son seres sexuales. Otra de sus contribuciones es la descripción del
denominado complejo de Edipo, en el que afirmaba que la mayor parte de las veces los
pequeños desde la edad de dos años centran en uno de los padres su objeto amoroso. Freud
es el padre del psicoanálisis.
Por la misma época de Freud, pero en Inglaterra, el médico Havellock Ellis publica
su obra Psychology of Sex. De acuerdo con Caruso, “Ellis es al estudio teórico de la
Sexualidad lo que Einstein a la Física moderna”. En su obra él menciona que el deseo
sexual es igual para hombres y mujeres y refuta el concepto de que la masturbación
ocasionaba insannia. Otro personaje inglés, D. Lawrence (1885-1930), muy conocido por la
novela “El amante de lady Chaterley”, por cuya autoría fue llevado a juicio, es otro
protagonista. Este personaje creía que la negación de la sexualidad era la causa de los
problemas. Su novela es copia de su vida. Él vivía con una mujer que abandonó a su esposo
y familia para seguirlo.
Las mujeres igualmente hacen su aparición por esta época. Así recordamos a Marie
Stopes (1880-1958), quien decía que el sexo debía de ser disfrutado libremente y sin
temores. Su interés hacia el tema se dio por los problemas sexuales de su esposo que
culminaron en la anulación del matrimonio. A partir de entonces, ella establece un
compromiso con las parejas ayudándolas a desprenderse de las inhibiciones y represiones
rígidas de la época victoriana, publicando un manual al respecto. Margaret Sanger se
adelanta a su época iniciando el movimiento de control de la natalidad en los Estados
Unidos y entre 1922 y 1927 publica diversos artículos sobre la sexualidad de la mujer.
La antropóloga Margaret Mead (1901-1978), quien al vivir en las comunidades
objetos de su estudio plasmó en sus libros aquellas experiencias, incluyendo el
comportamiento sexual. Además observó que es costumbre tratar a la mujer como un ser
inferior. Geramine Greer (1939) feminista activa publicó su obra “El eunuco femenino”,
que se ha convertido en baluarte del movimiento feminista. En esta obra hace
observaciones al matrimonio convencional y a las actitudes que existían para con las
mujeres atacando los estereotipos rígidos en que se habían encasillado las mujeres, el
hombre activo y la mujer pasiva.

2. CAMBIO SOCIAL Y CONDUCTA SEXUAL


Lilian Rubin estudió en 1989 las historias sexuales de casi mil personas
heterosexuales de Estados Unidos, de edades entre los dieciocho y cuarenta y ocho años.
De esta forma, describió y reveló “la crónica de un cambio de gigantescas proporciones en
las relaciones entre hombre y mujer”, durante las pasadas décadas.
La primera experiencia sexual de los encuestados de más de cuarenta años,
contrastaba dramáticamente con la relatada por grupos de edad más joven. La autora
prologa su informe refiriendo cómo eran las cosas para la generación más vieja, a partir de
su propio testimonio como miembro de esa misma generación. En el momento de su
matrimonio, durante La Segunda Guerra Mundial, era virgen; era una muchacha que
obedecía “todas las normas contemporáneas” y nunca “había llegado hasta el final”. No
estaba sola al establecer unos límites claros a la exploración en materia de sexo, sino que
compartía los códigos de conducta comunes a sus amigos. Su marido potencial participaba
activamente en el esfuerzo porque estos códigos se cumpliesen. Su sentido de lo que en
materia sexual era correcto o erróneo se equiparaba con el de ella misma.
La virginidad de las mujeres hasta el matrimonio era apreciada por los dos sexos. Si
se permitían algún intercambio sexual con algún amigo, pocas chicas pregonaban el hecho.
Muchas permitían que esto sucediese sólo una vez comprometidas con el chico en cuestión.
Las muchachas más activas sexualmente eran desprestigiadas por las demás y también por
los muchachos muy masculinos, que trataban de “aprovecharse” de ellas. Exactamente de la
misma manera en que la reputación social de las muchachas descansaba sobre su habilidad
para resistir o contener los acosos sexuales, la de los chicos dependía de las conquistas
sexuales que podían lograr. La mayor parte de los muchachos ganaba sus conquistas sólo –
como dijo un encuestado de cuarenta y cinco años de edad- “pasando el tiempo con una de
aquellas mujeres, las furcias”. Cuando consideramos la actividad sexual de los adolescentes
hoy menores de veinte años, observamos que la distinción entre chicas buenas y malas
todavía se aplica en términos fijados por la ética de la conquista masculina. Pero otras
actitudes por parte de muchas chicas menores de veinte años en particular, han cambiado
radicalmente. Piensan que es legítimo desarrollar una actividad sexual, incluido el coito a la
edad que les parezca oportuno.
En la encuesta de Rubin, prácticamente ninguna adolescente menor habla de
“preservarse” para un compromiso futuro o para el matrimonio. En su lugar, hablan con un
mensaje de romance y compromiso, que reconoce la realidad potencialmente finita de sus
primeras experiencias sexuales. Así, en respuesta a la pregunta sobre sus actividades
sexuales con su amigo, una muchacha de dieciséis años observaba: “nos amamos; por tanto,
no hay razón para no hacer el amor”. Rubin le preguntó entonces, en qué medida
contemplaba una vinculación a largo plazo con su pareja. Su respuesta fue: ¿quiere decir
que si nos casaremos? La respuesta es no. ¿O si seguiremos juntos el próximo año? Lo
ignoro. Queda mucho tiempo. La mayoría de los muchachos no están juntos durante tanto
tiempo. Nosotros sólo haremos planes para el tiempo en que estemos juntos. ¿No es eso un
compromiso?5 En las generaciones anteriores, la adolescente sexualmente activa debía
representar el papel de inocente. Esta relación se halla hoy invertida: la inocencia
representa el papel de sofisticación.
De acuerdo con las investigaciones de Rubin, los cambios en la conducta sexual y
en las actitudes de las chicas han sido más pronunciados que entre los muchachos. Ella
habló con algunos muchachos que eran sensibles a las relaciones entre el sexo y el
compromiso, y quienes rechazaban la ecuación entre el éxito sexual y el compromiso, y las
proezas del macho. Generalmente, sin embargo, hablaron de forma admirativa de los
amigos masculinos que iban con muchas chicas y condenaban a las chicas que hacían lo
mismo. Pocas muchachas, en el ejemplo de Rubin, emulaban la conducta tradicional
masculina abiertamente y con carácter desafiante. Frente a tales acciones, los chicos
respondieron, en su mayoría, sintiéndose ofendidos. Ellos todavía preferían la inocencia, al
menos de cierto tipo. Algunas mujeres jóvenes, interrogadas por Rubin, que estaban a punto
de casarse, encontraban necesario mentir a los futuros cónyuges sobre el nivel de sus
experiencias sexuales tempranas. Uno de los hallazgos más llamativos de la investigación
de Rubin, de la que hicieron eco otras encuestas y que se aplica a todos los grupos de edad,
fue la ampliación los llamativos de actividad sexual en las que participa la mayoría de las
personas o se juzga oportuno que otras lo hagan, si lo desean.
Así, entre las mujeres y los hombres de más de cuarenta años, poco más de uno
entre diez han practicado el sexo oral. Entre la generación actual de adolescentes, aunque
no se practique universalmente, el sexo oral forma parte normalmente de la conducta
sexual. Cada adulto preguntado por Rubin tiene ahora al menos cierta experiencia en la
materia. No se olvide que en Estados Unidos el sexo oral queda descrito como “sodomía”
en los libros de derecho y es ilegal en veinticuatro estados.
La mayor parte de los hombres dan la bienvenida al hecho de que las mujeres estén
más dispuestas sexualmente y proclaman que, en una relación sexual a largo plazo, desean
que el otro miembro de la pareja sea intelectual y económicamente su igual. No obstante,
de acuerdo con las investigaciones de Rubin, se encuentran, abierta o inconcientemente
incómodos, cuando deben hacer frente a las implicaciones de estas preferencias. Dicen que
las mujeres “han perdido la capacidad de ser amables”; que “no saben cómo
comprometerse ya” y que las “mujeres hoy no desean ser esposas, y que ellos quieren
esposas”. Los hombres declaran desear la igualdad, pero muchos también afirman que ellos
o rechazan el significado de esta premisa o se sienten nerviosos al respecto.
Las parejas casadas recientemente tienen la mayoría de las veces experiencia sexual
y ya no hay periodo de aprendizaje sexual en las primeras etapas del matrimonio, incluso
cuando los individuos no han vivido juntos previamente.

3. SEXUALIDAD Y CAMBIO INSTITUCIONAL


"Sexualidad" —como dice Foucault— es un término que aparece por primera vez en
el siglo XIX. La palabra existía en la jerga técnica de la biología y zoología, en 1800, pero
sólo hacia el final del siglo fue usada con el significado que tiene hoy para nosotros —el
que describe el Oxford English Dictionary: "la cualidad de ser sexuado o tener sexo". La
palabra aparece con tal sentido en un libro publicado en 1889, cuyo tema era responder a la
pregunta de por qué las mujeres están expuestas a enfermedades de las que el hombre está
exento. La respuesta era la "sexualidad" femenina.
La sexualidad emergía como una fuente de preocupación, que necesitaba soluciones.
Las mujeres que anhelan el placer sexual son específicamente innaturales. Como escribió
un especialista médico: "lo que es condición habitual del hombre (la excitación sexual) es
una excepción en el caso de la mujer". La sexualidad es un constructo social, que opera en
campos de poder, y no meramente un abanico de impulsos biológicos que o se liberan o no
se liberan. Aunque no podemos aceptar las tesis de Foucault de que hay un camino más o
menos directo de desarrollo desde la fascinación victoriana por la sexualidad hasta tiempos
muy recientes.
Hay contrastes importantes entre la sexualidad como aparece en la literatura médica
y efectivamente marginalizada aquí y la sexualidad como fenómeno cotidiano considerado
por miles de libros, artículos y otras fuentes descriptivas de hoy. Además, las represiones
de la era victoriana y las posteriores eran demasiado reales en algunos aspectos, como
pueden atestiguar generaciones de mujeres —sobre todo. Es difícil, si no imposible, dar
sentido a estos asuntos si permanecemos dentro de la posición teórica general que ha
desarrollado Foucault, en la que las únicas fuerzas activas son el poder, el discurso y el
cuerpo. El poder se mueve de formas misteriosas en los escritos de Foucault. La historia,
las realizaciones activamente hechas por los sujetos humanos, apenas existe. Aceptemos
sus argumentos sobre los orígenes sociales de la sexualidad, pero encuadrémoslos en un
cuadro interpretativo diferente.

3.1 Freud y el psicoanálisis


El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, inició una tendencia en el siglo xx
que consistió en atribuir un lugar central a la sexualidad humana en la organización de la
cultura y de la sociedad. La teoría de Freud desarrolló visiones de la mente agobiada por
deseos conflictivos y represiones dolorosas; se trata de un modelo en el que el Yo, o Ego,
lucha contra los quereres del subconsciente, por un lado, y las demandas de represión y
negación que surgen del Super Ego, por el otro.
El recuento freudiano de las formas complejas en que el individuo es atormentado
por orígenes ocultos de conflicto mental proporcionó una fuente de inspiración para el
abandono de la represión sexual tanto en la vida social como en la personal. En nuestra
cultura terapéutica las restricciones y negaciones de la sexualidad han sido (y para muchos
aún lo son) vistas como dañinas emocional y socialmente.
La perspectiva freudiana de que la identidad se forja a partir del encuentro de la
psique con ciertas experiencias particulares, especialmente aquellas olvidadas de la
infancia, ha promovido un interés creciente en la historia secreta del Yo (Elliot, 1998).
Muchos críticos psicoanalistas que trabajan en las humanidades y en las ciencias sociales
han buscado preservar el acento de las doctrinas de Freud en el análisis del discurso de la
subjetividad y el deseo (Elliot, 1994 y 1999). Para estos teóricos, el psicoanálisis disfruta de
una posición altamente privilegiada con respecto a la crítica social, debido a que se focaliza
en la fantasía y en el deseo, en la “naturaleza interna” o los aspectos representacionales de
la subjetividad humana –aspectos no irreductibles a las fuerzas sociales, políticas y
económicas. De hecho, los teóricos sociales han partido de la teoría psicoanalítica para
abordar un amplio rango de problemáticas, que van desde la destructividad (Erich Fromm)
hasta el deseo (Jean François Lyotard); desde las distorsiones en la comunicación (Jürgen
Habermas) hasta el surgimiento de la cultura narcisista (Chirstopher Lasch). No obstante, es
tal vez en términos de la sexualidad que Freud y el psicoanálisis han contribuido (y algunos
dirían obstaculizado) más obviamente a las teorías social y cultural.
El psicoanálisis ha sido importante, ciertamente, como fuente teórica para
comprender la centralidad de las configuraciones específicas del deseo y el poder en el
nivel de las “políticas de identidad”, abarcando desde la identidades feministas y
posfeministas hasta las políticas de los gays y de las lesbianas. Es posible identificar tres
enfoques clave a través de los cuales el pensamiento psicoanalítico ha estado conectado con
el estudio de la sexualidad en la teoría social:
- Como una forma de crítica social, proveyendo los términos conceptuales (represión,
deseo subconsciente, complejo de Edipo, y otros por el estilo) con los cuales la
sociedad y la política son evaluadas.
- Como una forma de pensamiento que puede ser retada, deconstruida y analizada,
primariamente, en términos de su sospecha del género en sus suposiciones sociales
y culturales.
- Como una forma de pensamiento que contiene tanto capacidad de comprensión,
como ceguera, en tanto que las tensiones y las paradojas del psicoanálisis son
puestas en evidencia.

3.2 Herbert Marcuse


Un miembro de la Escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse, desarrolló una
interpretación política radical de Freud que tuvo un impacto significativo sobre aquellos
que trabajaban las ciencias sociales y las humanidades, así como sobre los estudiantes
activistas y los liberacionistas sexuales. Marcuse imprimió un giro novedoso a la teoría de
Freud sobre la represión sexual porque insistió, en primer lugar, en que la famosa
revolución sexual de los sesenta no amenazó seriamente el orden social establecido, sino
que fue más bien otra forma de poder y de dominación. En vez de ofrecer liberación
verdadera, la revolución sexual fue neutralizada por el avance del orden capitalista, a través
de la canalización de pasiones y deseos liberados en desahogos alternativos más
comerciales. La demanda de libertad individual y colectiva fue seducida y transfigurada por
la fascinación de anuncios y comodidades lujosas, cuyo resultado fue una adaptación
narcisista y defensiva al mundo más amplio. Esta apariencia narcisista característica de las
relaciones sociales contemporáneas era de hecho, sostuvo Marcuse, evidente en la
interpretación del psicoanálisis freudiano como psicología del ego en Estados Unidos –un
tipo de terapia en el cual el autodominio y el autocontrol fueron elevados sobre y muy por
encima del subconsciente y la sexualidad reprimida. Un rango de conceptos psicoanalíticos
–incluyendo los de la represión; la división entre el principio del placer y el principio de la
realidad; el complejo de Edipo, y otros más– ha probado ser una espina clavada del lado de
los políticos radicales que buscan hacer una interpretación crítica de Freud. Muchos han
argumentado que las teorías de Freud son políticamente conservadoras. Marcuse disiente.
Él sostiene que los términos políticos y sociales no tienen que ser importados en el
psicoanálisis, toda vez ya que están presentes en el trabajo de Freud. Más bien, las
categorías políticas y sociales necesitan ser contrastadas con los supuestos centrales de la
teoría freudiana. El núcleo de la revisión radical de Marcuse de la explicación de Freud
sobre la sexualidad descansa en su división de la represión en básica y sobrante,6 así como
en la conexión entre el principio de actuación7 y el principio de realidad. La represión bá-
sica se refiere al nivel mínimo de renuncia psicológica demandada por la vida social
colectiva, con el objeto de la reproducción del orden, la seguridad y la estructura. La
represión que es sobrante, por contraste, se refiere a la intensificación de la autorrestricción
demandada por las relaciones asimétricas de poder. Marcuse describe a la familia patriarcal
monogámica, por ejemplo, como una forma cultural en la que opera la represión sobrante.
Tal represión sobrante, sostiene, funciona de acuerdo con el “principio de
actuación”, definido esencialmente como la cultura del capitalismo. De acuerdo con
Marcuse, el principio de actuación capitalista transforma a los individuos en “cosas” u
“objetos”; reemplaza el erotismo con la sexualidad genital masculinista; y demanda un
disciplinamiento del cuerpo humano (lo que en términos de Marcuse se conoce como “des-
sublimación represiva”) para prevenir que el deseo irrumpa en el orden social establecido.

3.3 Jaçques Lacan


Tal vez el autor más influyente que ha incidido en los recientes debates sobre la
sexualidad en la teoría social es el controversial psicoanalista francés Jaçques Lacan. Como
Marcuse, Lacan critica las tendencias conformistas de una buena parte de la terapia
psicoanalítica; fue particularmente crítico de la Psicología del Ego, una escuela de
psicoanalistas que desde su perspectiva negaba las dimensiones inquietantes y poderosas de
la sexualidad humana. Al igual que Marcuse, Lacan privilegia el lugar del subconsciente en
la subjetividad humana y en las relaciones sociales. A diferencia de Marcuse, sin embargo,
Lacan era pesimista con respecto a las posibilidades de transformación de la estructura
sexual de la cultura moderna y a las dinámicas de las relaciones de género. En un infame
“retorno a Freud”, Lacan intenta leer conceptos psicoanalíticos a la luz de la lingüística
estructuralista y postestructuralista –especialmente del núcleo de los conceptos de Saussure,
como los de sistema; y diferencia y arbitrariedad entre significante y significado.
Una de las características más importantes del psicoanálisis de Lacan es la idea de
que el subconsciente, como el lenguaje, es un proceso interminable de diferencia, carencia
y ausencia. Para Lacan, como para Saussure, el “Yo” es un intercambiable lingüístico que
marca una diferencia y una división en la comunicación interpersonal; hay siempre en el
lenguaje una escisión entre la persona que emite, “Yo”, y la palabra “Yo” que es hablada.
El sujeto individual, afirma Lacan, es estructurado por y en contra de esta escisión,
cambiando de un significante a otro en un juego de deseos potencialmente interminable. El
lenguaje, y con él el subconsciente, prospera en la diferencia: los signos llenan la ausencia
de los objetos reales en el nivel de la mente y del intercambio social. El “inconsciente”,
argumenta Lacan, “es estructurado como un lenguaje”. Y el lenguaje que domina la psique
es el de la sexualidad –compuesto de fantasías, sueños, deseos, placeres y ansiedades. Este
entretejido de lenguaje y subconsciente recibe su expresión formal en la noción lacaniana
de orden simbólico. El orden simbólico, comenta Lacan, instituye significado, lógica y
diferenciación; se trata de una esfera en la que los signos llenan amores perdidos, tales
como el de una madre o un padre. Mientras que el niño pequeño fantasea en que es uno
mismo con el cuerpo materno en sus primeros años, el orden simbólico le permite el
desarrollo individual para simbolizar y expresar deseos y pasiones en relación con la
identidad propia; con los otros; y dentro de la cultura más amplia. El término clave en la
teoría de Lacan, que da cuenta de esta división entre unidad imaginaria y diferenciación
simbólica, es el de falo, un término utilizado por Freud en la teorización del complejo de
Edipo.
Para Lacan, como también para Freud, el falo es la primera marca de diferencia
sexual. La función del falo en el orden simbólico es, de acuerdo con Lacan, la imposición
del nombre del padre (nom-du-père). Ello no significa (absurdamente) que en la realidad
cada padre individual prohíba la unión madre-infante, con lo cual Freud afirmó que el niño
pequeño fantasea. Más bien significa que una “metáfora paterna” se inmiscuye en el ego
narcicísticamente estructurado del niño para referirlo (a él o a ella) a lo que hay afuera; a lo
que tiene la fuerza de la ley –llámese el lenguaje. El falo, concluye Lacan, es ficticio,
ilusorio e imaginario. Aun así, tiene efectos poderosos, especialmente en el nivel del
género. Las funciones del falo son menores en el sentido de la biología que en el de la
fantasía, una fantasía que fusiona deseo, poder, omnipotencia y dominio.
4. CONTENIDO DE TABÚ.

En toda cultura existen mecanismos particulares de control social para el correcto


funcionamiento de la vida colectiva. Entre estos mecanismos hay que mencionar el de la
prohibición para organizar la conducta en orden a un determinado fin. La sexualidad se ha
visto siempre afectada por estos mecanismos: se ha regulado socialmente mediante una
rígida malla de obligaciones prohibitivas, para evitar que la base instintiva que la sustenta
se impusiese y que la arbitrariedad de la conducta del individuo disgregase el tejido social.

El tabú (de la lengua polinesia tapu = prohibido) tiene una función positiva de defensa
de formas avanzadas de degradación (piénsese en el tabú del incesto presente en todas las
culturas). Sin embargo, la utilización del tabú como elemento de persuasión y de educación
en los valores suscita grandes reservas; el recurso indiscriminado a él lleva a un
comportamiento neurótico. En el ámbito de la sexualidad es algo que está claro si
revisamos la historia de las costumbres: se nos presenta plagada de un sufrimiento
indescriptible de los individuos a causa de su incapacidad para adecuarse a las normas
morales dictadas por el grupo. En la cultura contemporánea destaca como clara línea de
tendencia el esfuerzo, ambivalente en sus resultados, pero ciertamente positivo.en su
intento, de liberar a la sexualidad de la esfera del tabú para restituirle dignidad y fuerza de
convencimiento sin recurrir a otras esferas de autoridad moral. Esto no quiere decir que la
sociedad no deba defenderse de eventuales tendencias destructoras, ni tampoco que la
persona deba ignorar su responsabilidad social. La fuente de inversión de la dimensión
moral debe desplazarse hacia los niveles de la concienciación y de la adopción consciente
de la propia responsabilidad personal.

Como contenido de tabú la sexualidad recibe su más fuerte ataque de la tesis de


Wilhelm Reich, el cual, en la segunda posguerra, teoriza la "revolución sexual" como
elemento de crecimiento hacia la madurez personal y colectiva. La cultura contemporánea
se hace intensamente eco de la llamada y de las intenciones de Reich y ha desarrollado una
actitud de liberación y de permisividad, sobre cuyas proporciones y consecuencias habría
que discutir sin duda.
5. AMBITO DE REAPROPIACIÓN.

La oleada de /feminismo, que ha sacudido la cultura machista en los últimos decenios,


ha tenido un peso notable en el cambio de la cultura sexual contemporánea. En el camino
de la liberación de antiguas formas de esclavización se ha venido consolidando en la mujer
una nueva conciencia de su feminidad, de su corporeidad y, por consiguiente, de su
sexualidad. La mujer se ha rescatado de objeto de consumo que era a medida del macho y
se ha reinventado como objeto de historia, partícipe y artífice de su propia vida personal no
ya en sentido funcional, sino en sentido originario.

Esta revolución feminista ha producido algunas consecuencias importantes. Ante todo


ha nacido un modo más consciente de vivir la sexualidad: su ejercicio, depurado de
brutalidad y dominio, está más frecuentemente incluido en un contexto de ternura y se
concibe menos como pretensión por parte del varón y más como deseo, como petición y
desenlace en una nueva subjetividad de la pareja. Otra consecuencia es la mayor atención al
control de los mecanismos biológicos y fisiológicos que presiden el complejo sexual-
genital, y de ahí una mayor- posibilidad de armonizar el deseo sexual con el resultado
reproductivo a él ligado. A su vez, la aportación de los conocimientos científicos al
respecto ha contribuido a distinguir las funciones de la sexualidad que se venían
comprendiendo cada vez más como diversificadas: armonizables, pero también
desmontables. Para el ejercicio de la sexualidad se ha derivado de ahí una mayor liberación
de la angustia de embarazos no deseados, y, para la mujer en particular, una mejor
participación en la dinámica de la relación. Por supuesto, no se quiere afirmar de manera
unívoca que la separación entre sexualidad y procreación favorezca siempre y en todas
partes una mejor cualidad (piénsese, p.ej., en el riesgo de vulgarización a que están
expuestos sujetos irresponsables, "protegidos" por la práctica anticonceptiva). Únicamente
se quiere subrayar que a la sexualidad en cuanto tal, y no inmediatamente al efecto
reproductivo, se le asigna una nueva posición central, que sin duda implica la posibilidad de
una vivencia más armónica y responsable.
6. INDUCTOR DE MIEDOS
Un fenómeno del todo nuevo afecta a la conducta sexual en los últimos años. La
difusión cada vez más creciente del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) y la
comprobación del alto riesgo de transmisión de la enfermedad precisamente por medio de
la práctica sexual (independientemente de la naturaleza específica de ésta) llevan a
reconsiderar los propios hábitos sexuales de modo nuevo. Sobre todo el miedo de ponerse
en contacto con sujetos infectados ha suscitado una búsqueda de garantías que con mucha
frecuencia condiciona la elección del compañero y la práctica sexual. Estamos ante una
creciente demanda de tipo higienista. Esta exigencia de protegerse de la infección puede
suscitar una mentalidad en la cual la preocupación principal en el ejercicio de la sexualidad
quede desplazada de la calidad personal e interpersonal de la relación a la simple limpieza
del mismo.

7. HOMOSEXUALIDAD COMO ENFERMEDAD MENTAL

La homosexualidad como tal ha estado considerada como trastorno mental hasta


1973, momento en el que la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) decidió retirarla
de su Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (en inglés, Diagnostic and
Statistical Manual of Mental Disorders, DSM). Se consideraba que se trataba de una
alteración de la conducta que, mediante terapias y tratamientos podía curarse, algo que las
investigaciones científicas han ido desmintiendo a lo largo de estos años. Existen dos
puntos de vista predominantes ante la homosexualidad:

- Homosexualidad como orientación sexual.


- Homosexualidad como desviación psicológica.

Durante el siglo XIX la gran mayoría de los psicólogos desarrollaron teorías para
explicar el origen de la enfermedad homosexual. Muestra de ello es el libro “Psycopathia
Sexualis” que Richard von Krafft Ebing publicó en 1886 y que denominó la
homosexualidad como una perversión sexual heredada. Uno de los autores que más
reflexionó acerca de este tema fue Sigmund Freud. Caracterizó la homosexualidad como
resultante de un conflicto durante el desarrollo de la identidad sexual en el que el hombre
(los autores de la época se refieren, en su gran mayoría, a hombres) se identifica con el sexo
contrario y comienza a sentir atracción por los hombres muy masculinos.

No fue hasta casi dos décadas (en 1990) después de que la APA retirara la
homosexualidad de su DSM cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) la eliminó
de su lista de enfermedades mentales (Clasificación Internacional de Enfermedades – CIE).
A pesar de ello, se han seguido llevando a cabo terapias para “curar” a gais y lesbianas. Las
actuaciones que se llevaban a cabo:

- Terapia reparativa: basada en los electroshocks. Se utilizaban las descargas


eléctricas al tiempo que veían fotos de otras personas de su mismo sexo para así
realizar una asociación negativa. Para repararlo, les obligaban a masturbarse con
imágenes del sexo contrario y así conseguir una asociación positiva.
- Terapia psicoanalítica: pretendía la interiorización de la situación, buscando las
razones del conflicto que habían derivado en esa conducta dentro de uno mismo y
exteriorizarlo para buscar una solución.
- Tratamientos eméticos: seguían el mismo proceso que las terapias reparativas, solo
que se les administraban inyecciones que provocaban el vómito mientras veían las
fotos eróticas de personas del mismo sexo.
- Tratamientos hormonales: para tratar de reconducir el deseo sexual hacia personas
del sexo contrario. - Tratamientos médicos: además del hormonal, se les
suministraban fármacos para eliminar el apetito sexual.
- Cirugía cerebral: se destruía la parte del hipotálamo, que controla el
comportamiento sexual y afectivo, para así eliminar el deseo sexual. Se realizó
desde 1940 hasta 1970.
- Terapias religiosas y morales: basadas en la comunicación con Dios para evitar el
comportamiento homosexual y en las terapias reparativas.

Estas terapias son llevadas a cabo aún a día de hoy, ya que la iglesia católica es una
de las mayores defensoras de la curación homosexual. Recientemente (junio de 2013) la
ONG’s Exodus que trabajaba a nivel mundial “curando” la homosexualidad, cerraba sus
puertas con un comunicado de su presidente Alan Chambers (2013) en la página web de la
organización, en el que pedía perdón por el daño que ha hecho a través de sus tratamientos
a aquellos que, a pesar de trabajar duramente, no consiguieron cambiar sus atracciones.
(identificar el dossier, revista, página web o donde venga escrito eso).
Uno de los defensores más acérrimos de este tipo de terapias es Richard Cohen,
quien asegura que consiguió curar su homosexualidad y que, en una de sus comunicaciones
con Dios, recibió la misiva de ayudar a los demás. Este psicoanalista ha escrito diversos
libros entre los que se encuentra el polémico Comprender y sanar la homosexualidad
(2004) (año de publicación). En el que da orientaciones sobre cómo curar y reconvertir a las
personas que sienten Atracción por el Mismo Sexo (AMS), que es la forma que desde la
Iglesia Católica se refieren a la homosexualidad. En la misma línea y como resultado de un
congreso en Roma en el año 2008, el Vaticano ha publicado el libro Amar en la diferencia.
Las formas de la sexualidad y el pensamiento católico, en el que se considera la
homosexualidad como una patología a erradicar. La APA en el año 2000 se vio obligada a
firmar una declaración en la que expresaba que no existe una evidencia científica que apoye
la terapia reparativa para modificar la orientación sexual, por lo que no se incluye como
tratamiento psiquiátrico.
https://uvadoc.uva.es/bitstream/10324/4252/1/TFG-L234.pdf

8. COMPRENSIÓN ACTUAL DE LA SEXUALIDAD

De la descripción histórica trazada se sigue claramente que, al afrontar el mundo sexual,


la atención se ha fijado sólo en el dato primario de la procreación. El otro dato, destacado y
objeto de experiencia inmediata, a saber: el placer, ha sido mantenido bajo control o
marginado mediante los imperativos morales. La reducción de la sexualidad a "función" no
está presente de todas formas sólo en la tradición teológica o en el magisterio de la Iglesia.
Puede encontrarse igualmente en las concepciones no religiosas de la sexualidad, sobre
todo como efecto proveniente de un complejo de conocimientos biológicos primitivos y
limitados. De modo que la monovalencia de la sexualidad era y no podía menos de ser el
ambiente cultural y el condicionamiento ideológico para su comprensión.
El conjunto de conocimientos sobre la sexualidad de que puede disponer la humanidad
contemporánea se ha enriquecido fuertemente en los últimos años. Por una parte los
resultados de la investigación biológica han llevado a abandonar ciertas precomprensiones
negativas sobre la función de la mujer en la procreación, confiriendo paridad y
complementariedad a ambas partes. Pero la investigación sobre el sistema endocrino y
sobre la función hormonal ha abierto también nuevas perspectivas. Sobre todo se ha
comprendido con mayor precisión que la sexualidad, ya bajo el aspecto biológico, tiene un
conjunto de significados que es preciso distinguir y tematizar si se quiere tener un cuadro
completo.
Una aportación decisiva para la comprensión de la sexualidad se deriva de las ciencias
psicológicas. Dentro de la inmensa variedad de escuelas y de corrientes, las intuiciones de
fondo sobre la función de la sexuafdad en la estructuración de la persona y en la dinámica
de las decisiones morales ofrecen una nueva luz para la interpretación de la realidad sexual.
Pero también de otras disciplinas, como la antropología cultural, la etología y la
sociología, se sacan elementos importantes. El dato común es que la sexualidad no puede
ser objeto de una ciencia única, sino que debe ser afrontada con la lente de la
interdisciplinariedad, y que en todo caso la monovalencia tradicional es inadecuada para la
comprensión del fenómeno. Por tanto hay que trasladarse a un clima de apertura, de
pluralidad de significados, de polivalencia de sentido.
La estratificación de los niveles significantes de la sexualidad puede afrontarse con el
análisis detallado de sus diversas dimensiones.

8.1 Dimensión Personal


En el niño recién nacido está ya todo el hombre que llegará a ser; sin embargo,
llegará a ser ese hombre sólo a través de una larga secuencia de etapas y de fases. En
efecto, ser hombre no es un dato estático, sino la realización dinámica de un proyecto. En la
realización de este proyecto la sexualidad juega un papel de primera importancia, tanto que
S. Freud ha podido afirmar con la exageración típica de la unilateralidad: la historia de una
persona se puede identificar con la historia de su sexualidad.
El yo que se va estructurando emerge del conflicto y armonización del mundo del es
con la instancia del superyó. El magma pulsional derivado de la realidad biológica de la
sexualidad se confronta con los niveles normativos representados por la autoridad paterna y
social y con las exigencias éticas. El yo se forma y se identifica justamente en el choque y
encuentro que experimenta a diversos niveles, según la fase de desarrollo en que se
encuentra. Pero la constante es que todas las dinámicas acumuladas y desarrolladas en las
diversas fases tienen que ver con la realidad sexual, de modo que puede considerarse la
sexualidad como la fuerza estructurante del yo y la energía básica en el proceso del devenir
hombre.
En este camino por etapas se coloca el descubrimiento del propio cuerpo como
modalidad de estar presente en el mundo para el ser masculino y femenino.
La relación que la persona consigue madurar respecto a sí misma puede variar según
la escala de una aceptación serena, de una indiferencia que aplana o de un rechazo que hace
problemático cualquier desarrollo ulterior. También esto tiene que ver con la propia
sexualidad y a su vez la condiciona.
El significado de la sexualidad como fuerza estructuradora induce a acoger y
subrayar la índole dinámica de la persona humana, la cual, también para las opciones éticas,
recorre un itinerario por etapas y puede afrontar las decisiones morales sólo cuando ha
adquirido y madurado las exigencias que cada nivel de camino le presenta.

8.2 El Tú Y El Nosotros
En el cuadro de una antropología personalista no cuesta trabajo comprender la
dimensión interpersonal de la sexualidad. El hombre en devenir descubre su identidad y la
diferencia que le separa del otro. En esta confrontación con la alteridad del otro ve él
también la posibilidad de la relación comunicativa, a la cual orienta su esfuerzo de
maduración para colmar la insuficiencia y salir de la soledad. El cuerpo propio y el del otro
son el lugar donde se realiza la posibilidad del encuentro; por eso la sexualidad, que marca
al cuerpo, se convierte ella misma en lugar de la experiencia del estar frente al otro y del
poder construir con el otro una relación.
En la relación con el otro la sexualidad no es un contenido, sino que cumple la
función del lenguaje: no es el objeto que se pone en común, sino el modo de ponerse uno
frente al otro, en el descubrimiento creativo de lo que puede unir. Muy a menudo,
especialmente en una cultura de consumismo sexual, la sexualidad, reducida a cosa, es lo
que tiene en común la relación entre dos. Pero este tipo de lazo padece asfixia y, lejos de
abrir horizontes nuevos para la existencia de la pareja, se limita a poner las premisas de una
unión depauperizante. En este sentido no puede decirse que la sexualidad posea una
dimensión comunicativa, interpersonal; no marca un camino del uno hacia el otro en orden
a la construcción del nosotros, sino que estigmatiza dos yo que permanecen siempre
extraños el uno al otro.
La tensión que existe en toda forma de comunicación entre contenido y lenguaje; la
búsqueda de la autonomía del contenido del lenguaje y del lenguaje del contenido, se
reproponen también en el contexto de la sexualidad. Esto no ha de entenderse en el sentido
de que la sexualidad deba reducirse sólo al rango de expresión; tiene también en sí misma
una carga de contenido. Se quiere subrayar únicamente que, vaciada de todo significado de
comunicación, la sexualidad queda reducida a ejercicio de actos, a técnica de relación, y no
conduce a un salto cualitativo en el camino de maduración hacia el devenir persona y la
construcción de la relación interpersonal.

8.3 Apertura a la Vida


La fisiología de la sexualidad manifiesta una apertura inmanente a la creación de
una nueva vida, que en el sujeto masculino abarca un espacio cronológico muy amplio, casi
coextensivo a la existencia entera, mientras que en el sujeto femenino se limita a algunos
períodos particularmente breves entre el menarca y el climaterio. Si en el pasado se hacía
consistir el significado de la sexualidad casi exclusivamente en su dimensión procreativa,
esto era debido en gran parte al condicionamiento proveniente de conocimientos biológicos
erróneos. La llamada teoría del homunculus, que se consideró válida desde el medievo
hasta finales del siglo xlx, llevaba a concentrarse en el semen masculino como elemento
único del que tiene origen la vida. Ahora bien, el semen está ciertamente en el origen de la
vida, pero junto con el óvulo proporcionado por la mujer. A1 descubrirse el óvulo femenino
(1827), hubo que revisar esta visión de las cosas. Por otra parte, el mismo esperma está
presente en el organismo masculino de manera totalmente sobreabundante; sólo en mínima
parte se emplea para la consecución de la finalidad procreativa. Por eso en la consideración
de la dimensión reproductiva de la sexualidad hay que aportar correcciones a partir de los
datos de la moderna biología.
A pesar de ello hay que afirmar de modo claro esta dimensión, sobre todo si se tiene
presente la modalidad en que el sujeto humano tiende hoy a vivir la sexualidad. Aunque se
debe superar la fijación procreacionista, que produce la atribución de una desproporcionada
centralidad a los mecanismos biológicos -asumidos luego impropiamente como criterios de
moralidad-, es preciso subrayar, sin embargo, el valor positivo que se deriva para la
sexualidad del reconocimiento de esta función suya creativa y procreativa. En efecto, en el
origen de cierto miedo patológico respecto al futuro hay que colocar la tendencia
generalizada al rechazo de la procreación (piénsese en el fenómeno del crecimiento cero en
tantos países industrializados). Además, el cierre ante la vida puede suponer una restricción
de horizontes en la vida de la pareja y un repliegue de ésta en sí misma.
Por eso es importante buscar un equilibrio entre la visión procreacionista a toda
costa y la visión en la cual la sexualidad es solamente objeto de vivencia intersubjetiva sin
apertura a otras criaturas. Así como del aislamiento del yo sólo se sale mediante una
sexualidad abierta al túen la tensión creativa del nosotros, igualmente del aislamiento del
nosotros-pareja sólo se sale mediante una sexualidad abierta al valor creativo del nosotros-
familia.

8.4 El goce y el placer


Del trazado histórico de la sexualidad (l supra, 11, 2) resulta lo extraña que ha sido a
la visión tradicional la consideración positiva del placer y del goce sexuales. En el frente
opuesto, pensadores paganos habían teorizado el placer como sentido de la sexualidad:
piénsese en las corrientes hedonistas de algunos discípulos de Sócrates, con las cuales el
cristiano primitivo tuvo que medirse.
El hedonismo de la antigüedad revive en el curso de los siglos en las obras de numerosos
asertores de tendencias neohedonistas. Pero sobre todo en la época moderna es cuando se
afirma y se teoriza la necesidad de liberar la sexualidad de las formas esclavizantes del
tabú.
No pretendemos lo más mínimo identificarnos con estas corrientes unilaterales al
recordar aquí una consideración positiva del sentido del goce que una sexualidad ordenada
está destinada a producir. Simplemente se quiere subrayar la función armonizante que una
sana conducta sexual, dentro del respeto de todas sus dimensiones, puede cumplir.
La capacidad de vivir con alegría el propio cuerpo como propio yo y la voluntad no
torcida de ponerlo en relación con el cuerpo y la vida del otro producen la sensación de
placer que atraviesa el cuerpo e impregna a la persona entera.
Quizá la sensibilidad del hombre contemporáneo sea más capaz de entender el valor
positivo de este sentimiento de goce, que tiene mucho que ver con la categoría del juego, no
en el sentido banal del término, sino como conducta de relación que gratifica
contemporáneamente a las dos partes. Cuando se habla de "densidad lúdica" de la
sexualidad, es preciso superar el equívoco verbal y mental de la lucidez como trivialización
y como ocasión de engaño. No se trata de jugársela al otro, sino de `jugar" con el otro, en la
fiesta de la vida que se abre y que se da. Es preciso también salir del prejuicio de que este
juego es fácil, que puede practicarse sin demasiada responsabilidad. Nada de eso; es
altamente comprometedor y requiere arriesgar una responsabilidad permanente para evitar
el peligro de deslizarse en las amenazadoras regiones del abuso, de la prepotencia, de la
violencia tanto de los consentimientos como de los cuerpos.
La dimensión lúdica de la sexualidad está en relación directa con la capacidad de
discernir y resolver las valencias de agresividad y de predominio que pueden siempre atacar
y desfigurar los aspectos de la sexualidad. A1 juego armonioso sólo puede dedicarse el que,
en la esfera del matrimonio, ha superado la problemática del instinto de muerte, que corre
paralelo con la pulsión sexual.
En este sentido el juego de la sexualidad es un valor, y la búsqueda del placer como
efecto de tal juego está muy lejos de la actitud hedonista de una civilización que cosifica el
sexo y trivializa la sexualidad.

8.5 El Significado Proyectivo


La conciencia contemporánea, sacudida por los movimientos de revolución político-
social desde finales de los años sesenta, ha asimilado ya la tesis de que toda expresión del
vivir, aunque en dosis y modalidades diversas, tiene una dimensión política. La índole
social de la persona humana deja ciertamente espacio a la esfera de la propia intimidad.
Pero también esta esfera participa de algún modo del carácter metaindividual de la
experiencia humana.
La sexualidad es una realidad personal, pero no en sentido individualista. Su
densidad pública se ha subrayado siempre también en el pasado; no sólo mediante la
formulación de prohibiciones para prevenir desórdenes o de sanciones para reparar
infracciones, sino también con la nota de publicidad que en las diversas culturas
acompañaba siempre a la estipulación del pacto conyugal. Aquí se pretende describir la
dimensión metaindividual de la sexualidad recurriendo a la categoría de proyecto.
Vivir una sexualidad integrada, armónica, capaz de acoger el cuerpo propio y de
abrirse al otro en el servicio creativo a la vida, quiere decir en último análisis concurrir a
echar las bases de una comunidad humana pacificada, en la cual se superan las laceraciones
producidas por el miedo del otro y se arreglan las divisiones fruto de agresividad y de
prepotencia. Vivida como proyecto que mira no sólo a la relación con el otro y a la apertura
a la vida en el seno de la familia, la sexualidad juega un papel importante en sentido social.
Por tanto, hay que ser conscientes de esta valencia suya que lleva a salir del
aislamiento de la familia particular para hacer de la humanidad una familia de familias.
Puede decirse que una sexualidad vivida de modo maduro ayuda a componer la instancia
del nosotros-familia con la instancia del nosotros-humanidad.

9. BÚSQUEDA DE CRITERIOS ÉTICOS


El puesto central que la experiencia sexual ocupa en la historia de la persona, la
importancia que tiene en sentido ínter y meta personal, la complejidad de las dimensiones y
de los significados de la sexualidad, la condición concreta en que se vive en el mundo
contemporáneo exigen ahora proceder a la búsqueda de criterios de fondo para formular
juicios éticos al respecto.
No se puede negar que hoy son cada vez más insistentes los interrogantes sobre el
aspecto ético en esta materia, quizá sobre todo porque nos encontramos en presencia de
conductas que hasta ayer eran simplemente inauditas. Esta nueva sensibilidad moral
equilibra de algún modo la tendencia concomitante a sustraer la tendencia sexual al
dominio de la moral para asignarle una indiferencia ética que la traslada drásticamente al
ámbito de lo privado.
9.1 Un modelo centrado en el acto
La línea constante de la tradición moral muestra que el modelo en el que se inspiran
las normas éticas en materia de sexualidad está centrado en la realidad, en la finalidad y en
la naturaleza del acto conyugal. Esta elección era a su modo obligada, dadas las
condiciones históricas y culturales en las que el cristianismo primitivo tuvo que
implantarse. Al mismo tiempo se reconoce el valor positivo y el papel que este modelo
ético ha ejercido a lo largo de la tradición, sobre todo por haber creado una regla clara de
comportamiento: la sexualidad se expresa en el acto conyugal, dentro del matrimonio, en
orden a la procreación.
Sobre el acto conyugal han investigado los tratados de los manuales; se han
enumerado las circunstancias en las cuales el acto podía o debía situarse. Todo lo que se
conocía a propósito de la naturaleza fisiológica del acto conyugal se iba sucesivamente
adoptando como sostén de la norma moral, que por ello estaba ligada cada vez más al
ámbito de la comprensión biológica.
En este modelo era suficientemente clara también la noción de pecado como
transgresión material de la norma. También en orden al pecado se redactaron listas de
circunstancias que reducían o excusaban de la responsabilidad subjetiva. Sin embargo, se
afirmaba la índole siempre grave, desde el punto de vista objetivo, de todo acto pecaminoso
en materia sexual(non datur parvitas materiae). Sólo a propósito del abuso del placer
relacionado con el acto conyugal se discutía sobre la posibilidad de considerarlo pecado
leve, claramente en el contexto del matrimonio y de la finalidad procreativa. La reflexión
teológico-moral no ha podido indagar sobre la conexión entre acto y /actitud, entre persona
en su ser y en su entender y persona en su obrar. Por eso la historia intencional y la vivencia
condicionante de la persona no podían tomarse como elementos en la formulación del
juicio moral; al máximo se consideraban, en su materialidad, como circunstancias.

9.2 Un modelo centrado en la persona


El giro antropológico que penetra en la filosofía y la teología en los últimos
decenios permite una confrontación con el modelo ético tradicional, antes aún que con sus
normas concretas, sus supuestos y sus líneas inspiradoras.
La instancia que emerge de modo claro de la praxis de vida de los creyentes de hoy
y de la reflexión sistemática tanto de los teólogos como de los cultivadores de las ciencias
humanas es que una moral sexual adecuada a la nueva situación debe ser de índole
dinámica y no estática. En la formulación del juicio moral esto comprende, en primer lugar,
que el acento se desplace de la materialidad definida y siempre fácilmente verificable del
acto, a la complejidad del proceso de maduración de la decisión concreta en la que se
expresa la visión de conjunto y la opción ética fundamental de la persona; en segundo
lugar, que la vivencia sexual en sí se considere en todo su carácter polifacético y en su
complejidad, lo que difícilmente permite llegar enseguida e inequivocablemente a un juicio
definitivo. En otras palabras, la instancia de una moral sexual dinámica refleja y replantea
la exigencia de asumir como regla formal en la que fundar el juicio el criterio de compensar
y sopesar los diversos valores que confluyen en la vivencia sexual y que pueden también
encontrarse en conflicto entre sí.
En el intento de cargar de contenido el criterio formal de la responsabilidad en que
se inspira este modelo ético, se trazan aquí algunas líneas orientativas.

9.2.1 El yo, llamado a ser persona.


La primera se refiere a la sexualidad en su aspecto de valor estructurante de
la persona. Respecto a sí misma, la persona tiene la responsabilidad de secundar y
promover el camino de maduración que hará de ella un ser adulto mediante la
integración del componente sexual dentro de la totalidad de la persona.
Pero la sexualidad puede convertirse también en el lugar en que van a
obstaculizarse y a bloquearse los impulsos de crecimiento y el camino hacia el
devenir-persona; puede constituir el lugar de parada o de regresión a fases
precedentes. En este nivel la instancia ética muestra la responsabilidad de salir de
estos bloqueos, que a menudo se expresan en formas involutivas de narcisismo, de
egocentrismo, y se traducen en conductas sexuales ipsísticas (piénsese en una cierta
fenomenología de la masturbación: l Autoerotismo) o en una búsqueda patológica
de seguridad. Hacerse persona quiere decir saber encontrar un justo equilibrio entre
componente pulsional y ejercicio de libertad. El que se abandona a los impulsos de
una sexualidad instintiva, sin meta, no inscrita en un proyecto de valores, en cierto
sentido esteriliza las valencias positivas de moralidad que la propia sexualidad
podría desarrollar bajo la guía moderadora de la libertad.
9.2.2 La persona del otro.
La índole dialogal y comunicativa de la sexualidad se estructura a partir de la
instancia ética del reconocimiento del otro como distinto de mí y como persona en
sí misma.
Una sexualidad egocéntrica no toma en serio la presencia del otro como
persona, sino que lo reduce fácilmente a objeto de consumo o de intercambio de
conductas sexuales. Hay que cultivar el respeto de la naturaleza propia y de las
exigencias que el otro manifiesta si se quiere vivir una sexualidad verdaderamente
sana y constructiva de relaciones interpersonales sanas. Esto obliga a la persona a
trabajar responsablemente en sí misma para resolver sus dinámicas de agresividad,
de posesividad, de explotación, y poder así establecer con el otro de verdad y con
sinceridad un encuentro auténtico.
Una conducta sexual marcada por factores de dominio y de abuso ignora la
instancia de la alteridad como punto de partida para la unión interpersonal. A
menudo se tiende a hacer al otro menos otro, más asimilado a uno mismo,
destruyendo la originalidad propia y exclusiva del otro como persona humana. Esta
búsqueda de servirse del otro para la propia autorealización destruye el germen de
verdad que debe expresar la relación.
La brutalidad con que nos acercamos y nos servimos del cuerpo del otro es
una condición de envilecimiento de la sexualidad y no se aviene con la índole
interpersonal de la unión. A este respecto la ética debería exigir una educación más
marcada en el sentido de la ternura, del l pudor, de la discreción, virtudes sin las
cuales la sexualidad no sería ya lugar de humanización de. las relaciones, sino
fuente de nuevas conflictividades. La violencia en el ejercicio de la sexualidad
reduce a esta última a algo inhumano, desvirtúa el gesto del encuentro, rebajándolo
a conducta indigna del hombre.
9.2.3 El hijo será una persona.
Son diversos los factores que hoy inducen a pensar en la transmisión de la
vida en un contexto de mayor responsabilidad. Sin embargo hay que subrayar que
también para esta función de los cónyuges es necesario inspirarse en la ética de la
responsabilidad, no sólo para decidir si y cuándo procrear [l Procreación
responsable], sino también para situarse frente al fruto de la procreación como una
persona.
El carácter central de la función reproductiva en la sexualidad humana, tal
como se afirmaba en el pasado, podía suponer el riesgo de una fijación de la
conducta sexual en la sola esfera genital. La superación de esta unilateralidad es hoy
posible gracias justamente ala consideración de la polivalencia de la sexualidad.
Pero también a la actitud de fondo que lleva a la decisión de procrear debe
reservársele gran atención y responsabilidad. A menudo aquí obran deseos
inconscientes de autorrealizarse en el hijo y mediante el hijo; a menudo el ser que
ha de nacer es investido ya en el seno materno de un carácter no originario, sino
funcional. El riesgo de cosificar, de despersonalizar la espera del hijo envilece la
vivencia sexual y el acto mismo por el que se llega a la procreación.
La necesidad de cargar de valencia ética la elección procreativa y el acto de
por sí apto a su realización lleva a ver, también desde otro punto de vista, lo
inadecuado de una ética sexual basada estáticamente en el criterio del acto. Éste
puede ponerse de manera de suyo correcta según las reglas de la naturaleza
biológica en el contexto de un matrimonio válido, y sin embargo puede estar
igualmente carente de niveles positivos éticos por la intención no justa -o sea, no
centrada en el verdadero bien del ser que ha de nacer- con que se realiza.

9.2.4 Ecología del cuerpo.


La corporeidad no es un atributo; es la modalidad de ser de la persona; por
eso pide que se la viva con responsabilidad, a fin de que pueda expresar verdades y
valores. Una sexualidad reducida a actos genitales ignora las exigencias más
profundas de la corporeidad, fuerza al cuerpo a convertirse en máquina productora
de satisfacción material y no en lugar de encuentro gozoso y fecundo con el otro.
El respeto del cuerpo es una categoría moral muy presente en la tradición,
sobre todo en continuidad con la afirmación positiva de la unidad cuerpo-alma-
espíritu del AT y con la predicación neotestamentaria sobre el cuerpo como templo
del Espíritu. Estas líneas de pensamiento es preciso descubrirlas hoy para llegar a
una ecología de la corporeidad en términos positivos.
10. CONCLUSIONES
- En el mundo de hoy la sexualidad no tiene un rostro único; la vivencia se escribe en
plural, puesto que en el contexto en el cual los hombres y las mujeres de hoy viven
su vida, y por consiguiente también su sexualidad, es pluralista.
- La revolución feminista permitió que se dé un modo más consciente de vivir la
sexualidad: su ejercicio, depurado de brutalidad y dominio, está más frecuentemente
incluido en un contexto de ternura y se concibe menos como pretensión por parte
del varón y más como deseo, como petición y desenlace en una nueva subjetividad
de la pareja.
- Una aportación decisiva para la comprensión de la sexualidad se deriva de las
ciencias psicológicas. Dentro de la inmensa variedad de escuelas y de corrientes, las
intuiciones de fondo sobre la función de la sexualidad en la estructuración de la
persona y en la dinámica de las decisiones morales ofrecen una nueva luz para la
interpretación de la realidad sexual.
- El comportamiento sexual no es simplista, ya que éste dependerá del contexto
sociohistórico y cultural en que se desarrolla y por lo que probablemente, en el
futuro, veamos otras formas de comportamiento sexual.
REFERENCIAS

Giddens, A. (1992). La transformación de la intimidad, Sexualidad, amor y erotismo en las


sociedades modernas. Madrid - España: Cátedra Teorema.

Elliot, A. (2009). Sexualidades: Teoría Social. Scielo, 185-212.

García Fernández, Á. (2013). La Homosexualidad en la Sociedad Actual. Obtenido de


https://uvadoc.uva.es/bitstream/10324/4252/1/TFG-L234.pdf

Vera-Gamboa., L. (1998). Historia de la Sexualidad. Revista Biomédica, 116-121.

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