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El Jugar de Winnicott
El Jugar de Winnicott
Paula Larotonda
Epígrafe
Cuenta Clare Winnicott sobre su esposo Donald, que la capacidad de jugar fue
central tanto en su obra como en su vida. Relata1: Hace varios años, un amigo
que pasaba unos días con nosotros miró en torno de él, pensativo, y nos dijo:
“Usted y Donald juegan”. Desde luego, nunca habíamos decidido jugar; no había
en nuestra conducta nada deliberado...Jugábamos con las cosas reordenándolas,
tomándolas, apartándolas, según nuestro estado de ánimo. Jugábamos con las
ideas haciendo con ellas malabarismos al azar, a sabiendas de que no teníamos la
menos necesidad de estar de acuerdo...Ambos poseíamos la capacidad de extraer
placer, lo cual podía intervenir en las circunstancias más inverosímiles y llevarnos
a imprevisibles hazañas. Con posterioridad a la muerte de Donald, un amigo
norteamericano escribió, a propósito de nosotros: “Dos seres locos que se
encantaban uno al otro y encantaban a sus amigos...”
Esta capacidad de jugar juntos era lo que -como psicoanalista- Winnicott
pretendía del vínculo con sus pacientes, en los tratamientos que llevaba
adelante. Para él, un tratamiento psicoanalítico se daba en ese lugar donde se
superponen dos áreas de juego: la del paciente y la del psicoanalista. Y si esto no
era posible, el trabajo de este último debía tender a llevar al paciente de aquel
estado en el que no era capaz de jugar, a un estado en que sí fuera capaz de
hacerlo...
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En Donald D. Winnicott, Editorial Trieb, Buenos Aires, 1978.
de un mecanismo por el cual se representa la sexualidad infantil y el
atravesamiento por el complejo de Edipo, y se procura el cumplimiento de un
deseo infantil.
Pfeifer anticipaba así algunas ideas de Melanie Klein, para quien las fantasías
sexuales encontraban representación y abreacción en el juego. Melanie concebía
al juego como una traducción deformada de las fantasías, (al igual que los
pensamientos del sueño se expresan en imágenes). De este modo, cuando existía
una represión exagerada de las fantasías sexuales, se producía una inhibición en
el juego de los niños. Entonces, en los tratamientos de chicos, ella trataba a los
juegos como equivalentes de las asociaciones de los adultos. Los niños jugaban,
ese era el lenguaje que podían hablar, y ella, como adulta-analista, mantenía una
neutralidad absoluta respecto del juego, aportando solamente interpretaciones
verbales, interpretando las fantasías que subyacían en dichos juegos.
Esto significa que, para la técnica kleiniana lo que tomaba relevancia era, en
tanto producciones del inconciente de sus pequeños pacientes, los contenidos del
juego que los mismos desarrollaban en las sesiones, su trama argumental;
Melanie les agregó la interpretación, ubicándolos así dentro del campo
estrictamente psicoanalítico.
Melanie Klein inventó, entonces, una técnica del juego, que describió en su texto
de1953, “La técnica psicoanalítica del juego”2. Empero se dice que dicha técnica
fue de algún modo impuesta por una paciente de 3 años que se propuso
espontáneamente jugar en las sesiones. Así fue que Melanie se limitó a aceptar
los juegos de la niña y a interpretarlos y sólo en lo sucesivo utilizó este esquema
en forma deliberada.
Más adelante veremos que Winnicott dirá que los bebés, incluso antes de su
nacimiento, juegan espontáneamente...y esto será la base para pensar al juego de
los niños como proceso que se desarrolla en condiciones normales y no como
producto a interpretar...
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“La resistencia surge de la interpretación ofrecida fuera de la zona de superposición entre el paciente y el analista que
juegan juntos. Cuando aquel carece de capacidad para jugar, la interpretación es inútil o provoca confusión. Cuando hay
juego mutuo, la interpretación, realizada según principios psicoanalíticos aceptados, puede llevar adelante la labor
terapéutica. Ese juego tiene que ser espontáneo, no de acatamiento o aquiescencia...”
Lo que suceda a partir de esa experiencia, entonces, será la matriz por la cual el
sujeto irá construyendo una vida a partir tanto de sus deseos, como de la
resignación que implica el compartir los deseos de los demás, ya que el bebé sólo
podrá crear ese objeto (dijimos la teta), en la medida que la madre se lo presente
oportunamente, y en ese proceso habrá siempre desfasajes que limitarán la
ilusión del bebé en el sentido de que ese objeto no es sólo producto de su
creación. En ese espacio transicional que la madre construye, entonces, se
suscita el jugar; y, en tanto implica soportar la tensión entre lo subjetivo y lo
objetivo, es un logro en el desarrollo emocional del bebé.
Del mismo modo, las intervenciones de un psicoanalista deberían poder ubicarse
en ese punto en el que el paciente llega a ellas como resultado de su propio
proceso de elaboración, recreando con ellas un “crear lo dado”
Cito a continuación algunas notas de DWW acerca del jugar de los adolescentes:
“Lo característico del juego de la adolescencia es que los “juguetes” son los
asuntos mundiales: (los adolescentes)
“juegan” con la política mundial, y se posesionan, o bien
“juegan” a que son padres o madres, en el sentido de mantener relaciones
amorosas, etc.
“juegan” mediante construcciones imaginativas en las que se convierten, o
aprenden lo necesario para convertirse en artistas, músicos, filósofos, etc.,
“juegan” a juegos reglados, volviéndose profesionales o compitiendo por
campeonatos mundiales
“juegan” a la guerra haciendo cosas que terminan envolviéndolos en verdaderos
riesgos, si son delincuentes, “juegan” a los ladrones convirtiéndose en ladrones, o
No consiguen jugar por haber perdido la capacidad para ello y entonces recaen
en:
Sin embargo, nos preguntamos, cómo se manifiesta el jugar de los adultos en los
procesos terapéuticos? Dice Winnicott: “En mi opinión, debemos esperar que el
jugar resulte tan evidente en los análisis de los adultos como en el caso de
nuestro trabajo con chicos. Se manifiesta, por ejemplo, en la elección de las
palabras, en las inflexiones de la voz, y por cierto que en el sentido del humor”.
Así, entre el jugar de la infancia y el de los adultos no existiría ruptura, sino
transición...
Epílogo
Cierta vez me consultó una seria muchacha de veinte años, estudiante de artes y
expresión corporal, por una importante inhibición para desarrollar sus
actividades, así como para desplegar su existencia en relación a sus pares...Sobre
todo poseía una incapacidad manifiesta para dialogar y comunicarse en general...
Durante las sesiones caía repentinamente en silencios prolongadísimos, bajaba la
cabeza y quedaba así larguísimos momentos ensimismada en sus pensamientos.
Cuando yo le preguntaba ¿en que se había quedado pensando?, ella respondía
con un hilo de voz: -en nada...
Con el correr de las entrevistas ensayé diversas estrategias, hasta que introduje
una variante por la cual, cuando ella caía en esos estados, le susurraba su
nombre, como llamándola desde lejos, y le preguntaba donde estaba en ese
momento, como gritándole a media voce...finalmente, le hablaba tan despacio que
ella no entendía lo que le decía y me pedía que hablara más fuerte...Comenzó a
reírse. De a poco, entonces, aprendimos ambas a habitar los silencios, de modo
que ya no incomodaran, sino que eran sugerentes preámbulos de un juego.
Un día, en medio de uno de “nuestros” silencios, me preguntó: “En qué estas
pensando?” Con sorpresa, reaccioné diciéndole lo que realmente pensaba, a pesar
de que nada tenía que ver con el tratamiento. Desde allí, en un marco de
intimidad y confianza mutua, conquistamos silencios y confesiones, y el juego se
instaló, posibilitando que finalmente ella comenzara a poner sus pensamientos
“afuera” y a tolerar que estos fueran diferentes de aquellos que poseía
“adentro”...
Este fue un proceso de aproximadamente dos años de tratamiento. Fue el tiempo
necesario para que esta paciente pudiera comenzar a jugar, esto es, aprender a
tolerar que sus ideas como sus silencios fueran tanto suyas como de los otros,
aceptando la pérdida de la omnipotencia propia y las fallas de los demás.
paularot@datamarkets.com.ar