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TRABAJO FINAL DE LA ASIGNATURA: MÉTODOS Y TÉCNICAS DE INVESTIGACIÓN

HISTÓRICA I

Itinerario: HISTORIA ANTIGUA

CURSO: 2020-2021

Profesor responsable: Fernando Bermejo Rubio

Alumno: David Manuel Vera Fernández

Centro Asociado: Sevilla C/Jericó Nº 10

EMAIL: dvera49@alumno.uned.es

Teléfono: 623 11 60 14
ÍNDICE

-Comentario crítico referente a la obra de Luciano De Samósata “Como se debe escribir la


historia” p 2-14

-Recensión crítica del artículo de Carlo Ginzburg: “Indicios. Raíces de un paradigma de


inferencias indiciales”. p 15-22

-Bibliografía p 23-24

Webgrafía p 24-25

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COMENTARIO CRITICO REFERENTE A LA OBRA DE LUCIANO DE SAMÓSATA :
TRATADO SOBRE COMO SE DEBE ESCRIBIR LA HISTORIA INCLUIDA EN EL
VOLUMEN DE OBRAS III DE LA BIBLIOTECA GREDOS.

El título de esta obra indica de manera directa las intenciones del autor con respecto a la misma pues
se trata de un tratado histórico titulado “Como debe escribirse la historia” en griego “Πώς δεῖ
ἱστορίαν συγγράφειν”. El estilo del texto se puede adjudicar sin lugar a dudas a Luciano de Samósata,
referente de la segunda sofistica y conocido por el uso de la sátira en sus escritos además de ser un
gran crítico que no descuidaba los aspectos morales en sus textos a pesar de que estos fuesen
plasmados con un contundente estilo sarcástico sin olvidar el cometido didáctico o filosófico,
evidenciando una perspectiva académica cuyo objetivo era aportar su visión o “grano de arena”
como menciona en la obra que nos ocupa. Se trata de un Tratado Histórico, aunque hay quienes
sostienen o debaten el carácter histórico del mismo así como la originalidad de Luciano a la hora de
escribirlo, pero es una cuestión que abordaré más adelante.

Luciano es originario de Samósata, una antigua ciudad que se localizaba en el margen occidental del
Éufrates, en la frontera oriental del Imperio Romano. Fue una ciudad fortificada e importante por su
localización, favorable en la ruta para el comercio terrestre entre Oriente Medio y Antioquia. Hoy
día es una región de Turquía, aunque el lugar desgraciadamente quedó inundado tras la construcción
de la presa de Atalturk entre 1983 y 1990. Las fechas sobre el nacimiento del autor así como las de su
muerte deben ser tomadas con prudencia pues no hay certezas sobre las mismas, aunque se toman
como orientativo los años 120-121 d. C para situar su nacimiento y el 180 d. C aproximadamente
para su muerte aunque también se postula el año 192 d. C. Se desconocen las causas de su
fallecimiento. De cualquier manera, la vida de Luciano puede quedar circunscrita sin margen de duda
al siglo II d. C. La secuencia cronológica sobre los acontecimientos que describen su vida son en
base a los escritos que se conservan de él pero se debe de mencionar que la confusión es
característica en la cronología de su producción literaria así como las fechas que rodean su
nacimiento y muerte, aspectos ya mencionados. Como decía, es en sus escritos donde podemos
conocer periodos concretos de su vida como menciona en su obra autobiográfica “El sueño o vida de
Luciano” donde siendo un adolescente, entró a formar parte como aprendiz en un taller de escultura
que pertenecía a su tío.

La mala relación con este favoreció que abandonase el taller y se marchara a Asia Menor donde
aprendió a dominar la literatura después de familiarizarse con los escritos de Homero, Platón además
de los escritos de los poetas cómicos. Recorrió Grecia, hecho que probablemente influyera en su
perfecto dominio de la cultura y lengua griegas a pesar de que su lengua natal era el arameo. Tras
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esto, se desplazó a Italia llegando incluso a la Galia para en el año 159 presentarse como embajador
de Samósata en Roma.

Luciano evidencia una personalidad polivalente siendo capaz de dominar varias disciplinas, además
de la escritura, como la escultura y la abogacía. Evidentemente es en la escritura donde destacó al ser
capaz de abordar numerosos géneros e incluso llegando a crear uno nuevo: Los Diálogos Satíricos
donde se observa la simbiosis entre la comedia caricaturizada con los diálogos platónicos. Se piensa
que sobre el año 162 d. C se trasladó a Antioquia hasta el 169 d. C, acompañando a Lucio Vero en su
campaña militar contra los Partos y sobre tal época procede el tratado que nos ocupa donde lanza
duras críticas a la hipócrita perspectiva intelectual que le rodea, la cual se ha manifestado en la
aparición de numerosos historiadores que se limitaban a elogiar la gloria y despreciar la derrota sin
abandonar el carácter ficticio o los adornos retóricos en tales escritos. El estilo que evidencia
Luciano en su narración pone de manifiesto la madurez del autor además de su experiencia a la hora
de abordar un tema tan complejo y a la vez polémico como es la labor de relatar sucesos históricos,
lo que sitúa a Luciano como figura sobresaliente en la cultura griega posclásica llegando a
convertirse en un referente de la sátira en Europa y un autor en tendencia en el Renacimiento y en el
siglo XVIII por el carácter metodológico de este tratado y la riqueza de toda su producción literaria.

Con el texto, Luciano nos transporta al año 161 d. C a un conflicto bélico conocido como la guerra
contra los partos, donde Roma se enfrentó al Imperio Parto y el cual se vio dilatado en el tiempo al
ver su origen en el año 53 a. C llegando a alcanzar al siglo III, concretamente al año 218 d. C.
Obviamente no fue una contienda continua sino que tuvo un carácter intermitente al sucederse
épocas de tregua y paz con campañas de guerra. El antagonismo de ambos contendientes se ponía de
manifiesto en una tendencia que se convirtió en constante: Normalmente, los persas efectuaban una
ofensiva y ocupaban Siria y Armenia. De manera casi inmediata, se sucedía la contraofensiva
romana donde recuperaban el territorio invadido y vuelta a empezar. El objetivo de tales campañas y
de ambos rivales era el control de Oriente Próximo pues los objetos de valor como las especias y los
animales exóticos provenían de la India y la ruta que Roma mantenía con esta región preocupaba, por
lo que su control era de extrema necesitad para los romanos.

La guerra contra los partos se sucedió a través de numerosas campañas militares pero De Samósata
se refiere en su tratado a la campaña efectuada por Marco Aurelio entre los años 161 al 165 d. C. El
emperador Antonio Pio muere en el año 161 d. C lo que trajo consigo un ambiente oscuro contrario
al pacifismo y prosperidad que habían caracterizado su gobierno debido al problema sucesorio que se
inició a su muerte. La incertidumbre y el desorden se impusieron precipitando la situación al caos
donde comenzaron a sucederse sublevaciones a las que habría que sumar la amenaza bárbara en las
lindes del imperio y los ya mencionados persas, cuyo rey Vologases IV al recibir la noticia de la

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muerte del emperador, decidió invadir Siria y Armenia. El Imperio Parto aprovechó su coyuntura
sociopolítica y económica que, al contrario por la que atravesaba Roma donde se impuso la desunión,
se contraponía con la reunificación y dinamismo que demostraban en todos los ámbitos los persas.

El punto de tensión con Roma (Siria y Armenia) había sido invadido y esto significaba la primera
gran campaña militar de importancia para el flamante nuevo emperador Marco Aurelio poco
familiarizado con el ámbito militar y al mismo tiempo propenso al uso de una excesiva falta de
control con las tropas traducida en severidad excesiva que llevaron al emperador a poner al frente de
la campaña a su hermano y co – emperador Lucio Vero. Tal decisión proporcionó éxitos en el 162 d.
C cambiando el sentido de la contienda a favor de Roma y orientándola a un éxito de tal magnitud al
conquistarse Armenia, el norte de Mesopotamia y Csifonte.

La mala perspectiva del último cuarto del siglo II puede llevar a malpensar en que tal siglo fue una
época de crisis si aplicáramos el término a un contexto económico pero nada más lejos de la realidad.
Es cierto que a partir del 166 d. C se desató una peste que diezmo a la población durante décadas
pero en general, podemos afirmar que el siglo II fue una época de contrastes. Roma vivió su máxima
extensión al llegar a cubrir la costa mediterránea que le permitió gozar de una época de esplendor
que inició el emperador Trajano en el 98 d. C. Se invirtió en caminos, acueductos para favorecer el
flujo comercial y a la vez mejorar la salubridad urbana. Se consagraron monumentos con el objetivo
de inmortalizar a los emperadores además de impulsarse las artes, la literatura y disciplinas como el
derecho. Será cuando llegue Marco Aurelio al poder que tal época de prosperidad o edad de oro
comenzará a ensombrecerse pues por un lado, la amenaza en el exterior que constituían los barbaros
cobraba fuerza y en el interior se vivía un momento de crisis de valores espirituales donde se sucede
una remodelación de los viejos dioses romanos que daban paso a un sin número de creencias y
religiones de origen oriental. Por su parte y a pesar de las persecuciones sufridas por sus seguidores,
el cristianismo vivía un momento de auge.

Sería pertinente comenzar el análisis haciendo un breve resumen de “Como se debe escribir la
historia”. Ante los numerosos historiadores que surgen a raíz de los reveses sufridos por Roma en
Armenia y en la guerra contra los partos, De Samósata se ve en la obligación de aportar su visión de
una manera didáctica y en un primer momento, de manera más exaltada, expone los errores que
cometen los escritores a la hora de narrar los sucesos llevados a cabo por el hombre. En una segunda
parte de este tratado y evidenciando una actitud más didáctica aunque sin abandonar la sátira,
enumerará una serie de reglas a seguir por los historiadores que decidan llevar a cabo una narración
histórica con el objetivo de que estos se limiten a narrar lo verídico.

La intención del autor del tratado es evidente: Desposeer a la narración de hechos históricos de
rasgos ficticios o hiperbolizados con el fin de rechazar el sensacionalismo que busca producir
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emociones en el lector con ánimo de embaucarlo. Luciano divide su tratado en tres partes bien
diferenciadas donde en un primer momento expondrá la intención de su trabajo a modo de
introducción. Luego pasa a enumerar a diversos escritores contemporáneos enfatizando el discurso
ante las faltas o errores cometidos por tales historiadores. En la tercera parte del texto y de manera
más sosegada, a partir del párrafo 37, comienza la crítica constructiva y positiva. Hay que tener
presente que Luciano usa el sarcasmo y la sátira de manera magistral al exponer estos errores de los
historiadores para así ir enumerando una serie de reglas o directrices sobre cómo abordar el discurso
histórico. Al inicio del tratado y destacando siempre su tono burlesco, observamos una comparación
efectuada por Luciano donde compara la proliferación de historiadores con una enfermedad virulenta
que arrasó Abdera. Con semejante símil podemos hacernos una idea del tono contundente del autor
además de servirnos como anestesia para lo que describirá a continuación. Según Luciano, tal
alumbramiento histórico y retórico responde a la coyuntura social, política, económica y militar que
se desarrollaba entonces como el ya mencionado desastre de Armenia y las posteriores victorias. El
autor se propone elaborar un discurso que evidencie esta tendencia a escribir historia como si de una
moda se tratase surgida a raíz de una coyuntura socio-política determinada y que responde más a la
necesidad de satisfacer demandas personales que en exponer la verdad sobre los hechos.

Luciano no puede evitar no comparar o mejor aún, señalar como reproductores o plagiadores a estos
nuevos historiadores con cronistas históricos anteriores como Heródoto, Tucídides o Jenofonte y
recitando a Heráclito, Luciano resume a la perfección la causa de tal tendencia: “La guerra es el
padre de todas las cosas”, argumentando así que un conflicto bélico es el caldo de cultivo perfecto
para abordar el suceso histórico de una manera poética o ficticia. El autor dará explicación sobre el
cometido al escribir su tratado al verse obligado por las circunstancias ante tal distorsión del
panorama. No será un relato de sucesos históricos sino que enunciará una serie de argumentos donde
además de exponer sus ideas, plasmará la senda a seguir para la elaboración de un relato histórico en
base a la verdad evitando caer en partidismos, vicios o tentaciones que nada o casi nada aportan a la
realidad.

En esta primera parte del tratado además de introducirnos a la obra, Luciano enumera una de sus
tesis fundamentales. Usa el término “edificio” como ejemplo para referirse a la construcción
histórica. Por lo que el autor está afirmando que el cometido de su obra no es otro que aportar su
visión, participando de esta manera con sus semejantes en la construcción de la historia como si de la
construcción de un edificio se tratase. El autor es consciente también de que despertará recelos por lo
escrito sobre todo en aquellos historiadores que ya hayan publicado sus obras por lo que establece
una primera idea: La “meditación” como concepto que permita digerir de manera coherente y crítica
la acumulación de datos que nos informen sobre aquello que se pretende escribir. Tras declarar sus
intenciones, el autor se embarca en la tediosa tarea que por su manera sarcástica de abordarla, la hará
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más llevadera. Desde su punto de vista irónico, analiza todos y cada uno de los errores cometidos por
los historiadores de su tiempo y enumera los rasgos que no tienen cabida en el relato histórico. Para
sostener sus argumentos, establece una separación teórica entre la poesía y el relato histórico. Para
ello enumera una serie de razones para que comprendamos su teoría y explica que embellecer de
manera excesiva el relato, además de que se corre el riesgo de que cause el efecto contrario del
esperado, puede inducir a la equivocación o mala interpretación de los hechos por parte del receptor
de la obra. Otro efecto que podría conllevar tal embellecimiento sería el de embaucar al lector de la
misma, el cual se dejará llevar por el texto y abandonaría toda perspectiva que le condujera a
reflexionar de manera crítica sobre lo leído. Es necesario puntualizar que Luciano no pretende
erradicar los elogios en los escritos sino que estos deben ser insertados en la narración cuando esta
así lo requiera ajustándolos a la realidad de lo acontecido. La forma del texto que llegará al lector así
como la actitud del mismo a la hora de afrontar la obra no serán los únicos aspectos que Luciano
destacará con respecto a los lectores. De manera contundente, hace una distinción de lectores e
induce al receptor de la obra (Filón, probablemente otro historiador) de que el relato histórico debe
elaborarse con vistas de que no sea asequible para todo el mundo. Es decir, la muchedumbre según
De Samósata, es propensa y maleable, se tragará todo lo que reluzca y elogiará, o por el contrario
condenará, todo aquello que el autor exponga. Por otra parte, Luciano afirma que la historia debe
estar dirigida a un público más preparado y con una mentalidad crítica pues de lo contrario, tal
minoría podría mofarse de lo expuesto en un compendio histórico sin rigor alguno. Partiendo de tales
planteamientos, Luciano comienza a enumerar una serie de escritores como ejemplos para sostener
sus argumentos y cuyas obras son el referente perfecto de lo que no se debe de hacer a la hora de
acometer un relato histórico.

Es obvio que el plagio es el primer dardo que Luciano lanza a aquellos autores que en cuyas obras
abusan del uso de la llevada a cabo por Tucídides. Para ello usa como contexto el desastre acontecido
en Armenia y las campañas de Marco Aurelio contra los partos. Se mofa sin pudor alguno del
nombre de un autor que se limitó a describir los aspectos militares como armas, lugares estratégicos,
aspectos insustanciales que bien podrían contribuir a otra clase de escritos. Luciano enlaza otra idea;
la costumbre de ciertos historiadores de enfocarse en lo secundario del suceso ignorando la
relevancia de lo que verdaderamente tendrá repercusión histórica en el futuro. A pesar de que su
lengua natal era el arameo, Luciano aprendió a la perfección el griego ático por lo que también se
permite el lujo de señalar errores a la hora de redactar el texto. Un tal Calpurniano usa el ático en sus
escritos aunque de manera descabellada para Luciano, este autor intercala palabras latinas en el texto
con la intención de adornar sin necesidad el discurso, pues según De Samósata, la obra ya carece de
interés histórico por si misma al centrarse su contenido en aspectos intrínsecos desde el punto de
vista histórico.
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Lo escueto del discurso será otro error enumerado por De Samósata así como aquellas descripciones
geográficas exhaustivas. Un relato cuyo título sea más largo que su contenido es motivo de burla
para Luciano quien afirma que componer un relato y adjudicarle veracidad con tan solo 500 palabras
es imposible sin mencionar que el resultado del mismo será insatisfactorio. Se puede observar la
inversa de este caso referente a aquellos autores que basan el discurso en extensas descripciones de
ciudades, montañas o ríos que para la perspectiva lucianesca, no otorgarán ni relevancia ni veracidad
al relato. Ahora bien, si además de tales descripciones se le otorga a la narración la misma extensión
que tales descripciones, podría ser válido al establecerse un equilibrio que de no existir, sería una
carencia que evidenciaría la exposición histórica. Luciano interpreta la carencia de tal equilibrio
como fruto de la ignorancia de que es relevante relatar pues al intentar ahondar en lo sucedido, se
resaltarán las carencias intelectuales de quien está al frente de la obra. Con semejante compendio de
pifias a la hora de afrontar la tarea de narrar historia, Luciano nos expone un esbozo de lo que será la
segunda parte de su tratado. Tras los errores expuestos, cuyo objetivo del autor es establecer la
necesidad de un equilibrio entre los aspectos que se quieren exponer, el autor sirio deja claro que
tales errores son propios de carencias expresivas o de conocimiento y afirma que tales limitaciones
son minucias si se comparan con la tergiversación de un suceso o testimonio o de las mentiras
incluidas en las obras de carácter histórico.

A partir del párrafo 37 y a pesar de que seguirá usando el mismo sarcasmo, Luciano procederá a
realizar su crítica positiva o constructiva y de manera sistemática, pronunciara una serie de
cualidades cuyo conjunto otorgarían más veracidad al proceso de escribir historia. No se debe
confundir el objetivo de Luciano con respecto a este tratado. De Samósata no pretende traspasar a
nadie la labor de historiador ni amaestrar a nadie en su metodología para abordar tal disciplina. Su
cometido pretende alcanzar un sentido más didáctico que otorgue a personas cultivadas una serie de
aptitudes que le harán llegar a la coherencia, de manera que el historiador que actúe bajo las pautas
que expone Luciano podrá contribuir con una serie de enseñanzas adquiridas cuyo fin será que tales
conocimiento adquiridos y expuestos de manera lógica, sean usado en el futuro. Esta idea se puede
enlazar con la expuesta con respecto a la intención de relatar historia en favor de los lectores futuros
más que en los contemporáneos pues los lectores venideros tendrán una perspectiva distinta que
facilitará un juicio más crítico y menos partidista además de que serán los que más beneficio
extraigan de lo relatado.

La palabra “aconsejar” envuelve esta segunda parte del tratado donde Luciano expresa su intención
didáctica. Aun así, lejos de confiar en la buena voluntad del escritor que decida narrar la historia,
Luciano establece dos rasgos fundamentales: Inteligencia política y capacidad de expresión. La
primera de ellas es un don natural según De Samósata mientras que la capacidad de expresarse queda
englobada como un rasgo que puede adquirirse por medio de la dedicación. Tal capacidad de
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expresión puede relacionarse con la libertad a la hora de escribir, es decir, es necesario que la labor
de relatar sucesos pasados se aborde sin miedo a las consecuencias, positivas o negativas, que el
relato en si pueda acarrear. Junto a tales consejos, Luciano expone otro aspecto a tratar en torno a la
integridad del escritor. Para ello, el historiador debe ser recto al abordar los sucesos de manera que
evite hacer juicios personales o decantarse hacia un bando u otro; en definitiva y a modo de juez
imparcial, el historiador deberá impartir justicia a los hechos usando siempre la balanza de la verdad.
Para lo propio deberá evitar acicalar el texto con alabanzas y se limitará a exponer los hechos tal y
como ocurrieron además de exponer de manera objetiva los mismos. Poseer tal característica sería
señal de falta de lealtades hacia reyes o generales permitiéndose de esta manera el historiador poder
aplicar una actitud justa al relato y evitar omisiones o por el contrario, exageraciones en el mismo.
Pero para poder aplicar estos consejos, el historiador previamente deberá llevar a cabo la tarea de
investigar de manera exhaustiva, recopilando toda aquella información relevante para su trabajo. Este
paso vendría continuado de la ordenación del material para evitar el caos a la hora de su exposición.
El historiador tendrá más fácil la tarea si el relato es sobre un suceso que él mismo presenció o en su
defecto, se deberá de valer de testimonios de personas que si presenciaron el hecho o participaron en
el mismo. Es entonces cuando el historiador deberá ser perspicaz y saber distinguir la nota
discordante en el relato y saber detectar el exceso de elogios o la falta de los mismos así como una
posición neutral o partidista del testigo que relata lo acontecido. Podemos pues resumir que la
intención de Luciano a la hora de abordar la narrativa histórica es la de distinguir los vicios y
virtudes que hay que tener presente si se quiere hacer un análisis equilibrado de lo ocurrido. Es
necesario para ello una capacidad reflexiva y objetiva derivada de la documentación previamente
recopilada para acometer una labor tan compleja de una manera equitativa y evitando partidismos o
lealtades hacia personajes, ejércitos o lugares. En definitiva, la labor de escribir los hechos históricos
debe responder a un único objetivo, el de narrar la verdad.

El la reflexión que supone el “Como se debe escribir la historia “ de Luciano, tras una breve
introducción que llega al párrafo 7 donde deja claras sus intenciones, el autor de una manera lógica
argumenta una recopilación de imperfecciones que cometen los historiadores de su época a la hora de
ejecutar un relato histórico. Luciano se vale de ejemplos y usa paralelismos los cuales expresa de
manera satírica y directa sin omitir nada. El resultado es que nadie queda libre al juicio de Luciano a
pesar de que en ningún momento en el texto él busca imponer su metodología sino que va dejando
caer tales directrices de una manera sutil persuadiendo al lector que al llegar al párrafo número 37 se
verá embaucado por las palabras y el estilo de Luciano. A partir de tal párrafo, el autor aborda su
crítica positiva donde el tono será más moderado sin abandonar la ironía, aspirando el autor a un
sentido más didáctico que lo anterior escrito. En resumen, Luciano pretendía dejar posos suficientes
en aquellos que decidieran embarcarse en la laboriosa tarea de relatar la historia.
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A día de hoy, podemos confirmar este tratado de Luciano como material historiográfico que se nos
ha legado de la Antigüedad. Se trata de un ejemplar único de metodología historiográfica que se ha
conservado aunque probablemente existieron otros similares en su época. Además, expone datos de
la campaña de Lucio Vero contra los partos siendo este conflicto poco documentado por la escasez
de las fuentes. Podemos pues adjudicar una doble función al tratado de Luciano: Didáctica e
informativa desde el punto de historiográfico.

Entre las numerosas características que debe poseer un historiador, De Samósata menciona dos que
particularmente han llamado mi atención: Por un lado, se debe ser experto en materia militar y por
otro, ser capaz de escribir con la intención de agradar a una minoría más crítica disipando de esta
manera el riesgo de satisfacer a una mayoría más ignorante y maleable esquivando así que ese sector
reducido dirija sus burlas hacia el texto. A mi modo de ver, Luciano se contradice en ambos aspectos
pues con respecto a la experiencia militar, en la primera parte del tratado señala como un error el
centrarse en descripciones amplias sean del ámbito que sean. Es cierto que afirma también el echar
mano de tales descripciones de forma prudente para describir batallas y hazañas siempre que se
ajusten a la verdad; por lo que tener un conocimiento extenso de lo militar me parece algo
incoherente si se trata de un requisito indispensable para narrar hechos históricos. La otra cuestión,
que engloba a quien dirigir tales textos también resulta debatible. El autor expresa ser proclive a
dirigir el escrito histórico hacia un número reducido de lectores mientras que más adelante en el texto
asegura que el historiador, además de ser libre y hábil en el manejo de la política sin olvidar la
destreza al expresarse, deberá hacerlo de manera clara y directa evitando florituras y textos
embellecidos mediante un texto legible y actual. En resumen, Luciano es incongruente a la hora de
afirmar que solo un número reducido de personas será crítico con la historia y a la vez, aconsejar al
historiador a ser sencillo a la hora de escribir. Obviamente Luciano se refiere a aquel autor que
intercalaba palabras latinas en un texto escrito en griego ático con el objetivo de adornar el mismo,
pero a mi modo de ver me ha resultado algo contradictorio tales incoherencias en el discurso de
Luciano pues al inicio de su tratado y de manera exaltada, denuncia la pomposidad que adornan los
escritos o el uso abusivo de la poesía en los mismos.

Otro aspecto a resaltar es como Luciano compara la construcción del relato de sucesos históricos con
la edificación de un edificio. Además usará el término “edificio” para expresar su deseo de colaborar
con su tratado de metodología negándose a participar en la “inscripción”. Creo que Luciano
nuevamente está lanzando un dardo a aquellos personajes que plasmaron sus hazañas durante sus
gobiernos en la antigüedad. Tales inscripciones contenían un pronunciado carácter propagandístico
que en la mayoría de ocasiones no se ajustaba por completo a la realidad. Se me ha ocurrido explicar
tal concepto con lo ocurrido en Qadesh, durante el Imperio Nuevo Egipcio gobernado por Ramsés II
y el Imperio Hititia de Muwatalli II. La batalla no fue favorable para ninguno de los dos monarcas
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pero Ramsés, lejos de aceptar las tablas, fue elogiado y celebrado como vencedor al regresar a Egipto
e inscribió su “victoria” en los muros de diversos templos siendo a día de hoy posible rememorar su
relato el cual no es cierto del todo pues ningún soberano pudo sacar provecho de tal conflicto.

A la hora de hacer una comparativa de la obra de Luciano, surge un paralelismo con la obra de Casio
Dion (155-235 d. C). Este militar e historiador romano de época Severa, relató la guerra civil
conocida como “El año de los cinco emperadores” en el 193 a. C, desatada en Roma tras la muerte de
Publio Heblio Pertinax (125-193 d. C). Al igual que sucedió con la guerra contra los partos, un gran
número de historiadores y poetas surgieron a raíz de tales sucesos y que narrarían la guerra cuya
victoria recaería en Septimio Severo (146-211 d. C) quien fuera Emperador Romano entre 193 al año
de su fallecimiento el 211 d. C. Nuevamente, se toma la guerra como telón de fondo para impulsar el
brote de relatos históricos además de la aparición de historiadores que no dudarían en abusar de la
adulación. Pero de tal amanecer de autores podemos sacar del saco de tales aduladores a Casio Dion
quien afirmó que relataría lo acontecido con el objetivo de que ningún lector echase en falta algún
suceso. Además, la visión de Casio fue un paso adelante al afirmar que relataría también lo que
aconteciera en aquellos periodos de paz lejos así de satisfacer a sus semejantes contemporáneos que
no veían en tales periodos nada con la suficiente relevancia para ser contado.

Me ha resultado interesante comparar las intenciones de Luciano en “Como se debe escribir la


Historia” con las que tuvo a la hora de escribir su otra obra “Relatos Verídicos”. Al contrario de lo
que hizo en su tratado historiográfico, en “Relatos Veridicos” Luciano desde el inicio de la obra
advierte al lector sobre lo que va a leer, que no son otra cosa que una mentira tras otra mentira
contadas vilmente y que hará bien en no creerle. A pesar de que Luciano pretendía entretener con
esta obra (catalogada como la primera obra de ciencia ficción) a través de la narración de mentiras,
personajes imposibles y situaciones improbables para la época, se evidencia el doble objetivo de De
Samósata; el de denunciar a los poderes de su tiempo donde el fanatismo religioso alcanzó altas
cotas derivado del uso de tales poderes ejercido sobre la religión con el fin de obtener beneficios. De
nuevo Luciano lleva a cabo una denuncia en favor de la verdad y de la perspectiva crítica siempre
desde su punto de vista cómico y satírico que no indiferente a las cuestiones morales de su época.

Es una certeza que la obra “Como se debe escribir la Historia” es un material historiográfico de
abundante valor por la veracidad de datos que aporta ante la escasez de los mismos del conflicto
contra los partos durante el gobierno de Marco Aurelio. Pero, la obra de Luciano recoge un centenar
de títulos producidos por el autor sirio siendo este tratado el único material de carácter histórico que
se ha conservado de la Antigüedad y el único de estas características en la producción lucianesca.
Esta última afirmación podría estar en entredicho pues se cuestiona la supuesta originalidad de
Luciano al escribir este tratado la cual está cuestionada por autores especialistas que afirman que

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Luciano simplemente reformula reglas enunciadas con anterioridad por otros historiadores
contemporáneos. Otros cuestionan el género literario al que pertenece el tratado sosteniendo que no
es un tratado de crítica historia como tal y que el autor pretende persuadir al lector al invitarle a
llevar a cabo un tipo de historia con connotaciones más clásicas con respecto a la exposición de los
hechos que el estilo que era tendencia en la época del autor.

Independientemente de tales aspectos, Luciano crítica los estilos usados por autores coetáneos que se
dedicaban a escribir historia y supuso el punto de partida para renovar la Historiografía la cual, hasta
la llegada de Luciano, la visión histórica de componía de labores como la búsqueda, averiguaciones,
comprobaciones y ordenación de los datos. Tal proceso lo llevaban a cabo individuos conocidos o
llamados por Tucídides “Logógrafos”, que era el nombre que se adjudicaba a aquellos historiadores
anteriores a Heródoto. Este sistema de recopilación se veía incompleto pues en los textos se
evidenciaba un rasgo característico de su tiempo: La animadversión existente entre griegos y persas a
la hora de plasmar los sucesos históricos por lo que los textos quedaban incompletos con respecto a
su contenido histórico.

Pero será tras los reveses sufridos por Roma en Armenia y las victorias posteriores, cuando Luciano
decide exponer su criterio convirtiéndose en un referente que creara tendencia en el Humanismo
Renacentista donde sus obras serán muy apreciadas llegando a inspirar a autores europeos tan
importantes como Erasmo, Quevedo o Voltaire entre otros. Antes de explicar la recepción de obras
de Luciano en España es conveniente saber que la historiografía define sus rasgos durante la época
humanística al entrar en contacto con otras especialidades como la filosofía. Surgió un movimiento
historiográfico en el siglo XIV en Italia amparados por autores como Petrarca y Boccacio cuya labor
estableció los principios básicos de la escuela florentina. Pero la difusión de las obras de Luciano se
sucede en tal siglo, cuando el humanista Giovanni Aurispa, de Sicilia, trajo de Constantinopla una
serie de códices griegos. La tendencia que surge es una cuyos autores vuelven la vista hacia autores
clásicos entre los que se encontraba Luciano y alejándose de las supersticiones típicas de la Edad
Media. En España, Luciano no será mencionado antes del siglo XV aunque, será durante el XVI y
XVII cuando el grueso de la obra del autor sirio sería traducido a latín y castellano. Este aumento de
la presencia Lucianesca se explica por la atracción de los Helenistas, cuyo auge se vio impulsado por
la importancia que atrajeron tales estudios en España durante tales siglos siendo esta tendencia la que
condicionó la aparición de las obras de De Samósata. El interés por este autor es en respuesta a la
tarea de los helenistas que comienzan a interesarse por tales obras cuyo contenido historiográfico era
evidente además de filosófico y crítico. El tratado “Como debe escribirse la historia” cobra
importancia al ajustarse a la obra humanística y, más que presentar teorías sobre la historia o
desencadenar debates sobre el conocimiento de la misma, se empiezan a establecer una serie de
pautas sobre cómo abordar la tarea de escribir la crónica histórica convirtiéndose Luciano en un
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referente al compartir objetivo común con la Historiografía Humanística: Obviar las ficciones y la
ayuda de entes superiores y limitarse solo a narrar lo acontecido siempre en favor de la verdad.

Al igual que el prestigio envolvió a los estudios griegos, este lo abandonó en el siglo XVII donde
tales especialidades pasan a ser residuales debido al escaso valor otorgado por los monarcas Austrias.
Quizá la estrecha relación de Erasmo, un gran estudioso de la obra de Luciano, con la Reforma y el
protestantismo favorecieron los factores sociales e ideológicos que propiciaron el declive de tales
estudios. De cualquier forma, de todos los autores que tomaron como referente a Luciano, me he
decidido a hablar del hasta entonces desconocido para mi Johannes Sambucus (1531-1584) por las
similitudes de su discurso con el propuesto por Luciano. Sambucus, que entre otras disciplinas
ejerció de historiador imperial de Matthias Corvinus (1458-1490), Rey de Hungría y Croacia. Su
labor mantiene similitudes con la de Luciano al serle adjudicada a Sambucus la tarea de editar una
obra historiográfica e inacabada de Antonio Bonfini (1427-1434), un humanista renacentista italiano.
La obra se titulaba “Décadas” y al estar incompleta, comenzaron a circular numerosos textos
históricos paralelos a la historia húngara creando confusión y debates en torno a la realidad histórica
húngara. Bonfini evidenció en su edición un sentimiento anti-Habsburgo en el discurso que otorgaba
a la obra cierto carácter político. Tal evidencia se equilibraba con los excesivos elogios a la figura de
Corvinus por lo que Sambucus vio en tal labor un reto. Agregó contenido a la obra ampliando sus
volúmenes, que originalmente se componían de 30, del volumen 31 al 40 además de diverso material
historiográfico como fuentes escritas, descripciones de batallas y cronologías. Sambucus se encargó
de matizar la animadversión de Bonfini hacia los Habsburgo en un prólogo donde cuestionó la
verdad histórica y su finalidad así como la relación de la historia con otras disciplinas como la poesía
o la retórica.

Pero la labor de Sambucus no acaba aquí; en dicho prólogo hace una comparativa entre historiadores,
poetas y oradores usando tal y como lo haría Luciano de un tono irónico y burlesco. Al poeta lo
encasilla como un imitador (imitator) haciendo referencia a que la creación del poeta se construye
por acciones inventadas de individuos donde la producción o el uso de fábulas se entremezclan con
la realidad histórica y cuyo objetivo es el de acumular la atención y buscar la aprobación de la
audiencia.

Respecto a los historiadores, Samcucus evidencia la influencia de Luciano al usar términos incluidos
en el tratado que nos ocupa como “Synesis” (comprensión, sentido para entender) y “Dynamis
hermenautiki”(capacidad de interpretar), que nos proporciona una lista de atributos de los que se
debe valer un historiador. Enfatiza la idea que expuso Luciano de prestar atención a los testimonios
de los testigos que hayan presenciado el hecho aunque Sambucus establece una jerarquía para
diferenciar entre tales testimonios y lo que uno presencia por si mismo. Otro rasgo en los que

12
coinciden ambos autores es en el uso de un lenguaje claro y sencillo además de permanecer fiel a la
realidad para evitar las exageraciones aplicadas al relato que nada aportaran al mismo. El objetivo de
escribir historia con animo a que sean las generaciones posteriores las que más jugo extraigan del
texto es otro aspecto a destacar de las similitudes en el discurso que tanto De Samósata como
Sambucus expusieron, de hecho, este último parafrasea a Tucídides :

“La narración histórica es provechosa para generaciones futuras cuando es fidedigna y esto no solo se logra por medio de
la cronología, sino por la crítica filológica para establecer nombres de pueblos y familias de la antigüedad, especialmente
para transcribir nombres de griego a latin,”

Claramente se aprecia como ambos autores mantienen la influencia tomada de la obra de Tucídides
para abordar la narración histórica y tanto Sambucus como Luciano ven en la producción de la
misma la necesidad de recrear las acciones llevadas a cabo por el ser humano. Tales acciones
deberán ser investigadas en un proceso de acumulación de documentación con el objetivo de
atestiguar tales acciones. Ambos autores ponen énfasis en el uso de la verdad en el discurso histórico
y ejercen una labor didáctica a la hora de establecer unas reglas para que quien se sienta en la
necesidad de relatar los hechos pasados no cometa una serie de errores con el fin de otorgar a lo
narrado veracidad con respecto al hecho acontecido.

A modo de conclusión y tras haber estudiado las palabras de Luciano De Samósata; se puede afirmar
que lo escrito por el autor puede ser usado, de la misma manera que lo usaron autores de corrientes
posteriores, para ser aplicado en la realidad en lo que se refiere a plasmar la veracidad sobre algún
hecho. Hoy día y tal como expuse con el ejemplo de Ramsés en lo que respecta a la narrativa en la
Edad Antigua, la información tiende a mostrar una serie de rasgos que la alejan de la verdad o en su
defecto, la distorsionan. A modo de como hizo Luciano, la falta de rigor histórico o los excesivos
enaltecimientos sobre determinadas figuras evidencian que la información responde a una serie de
intereses que lejos están del verdadero cometido de lo que supone el informar: Relatar la verdad
aplicando una perspectiva crítica y capacidad de imparcialidad para no influir en la información y no
otorgar a la misma un carácter político o propagandístico. El historiador y su labor deben responder a
una serie factores que despojen al discurso histórico de partidismos hacia un bando u otro y que éste
se limite meramente a la narración de lo acontecido mostrando equilibrio en la narrativa. A pesar de
la sensación de actualidad que puede dar el tratado de Luciano “Como se debe escribir la Historia”,
su desconocimiento parece nutrir una información que se alimenta del fenómeno conocido como
“Fakenews” el cual, traslada esta falta de rigor informativo a otros ámbitos como el de la historia
donde se puede observar, por poner un ejemplo, las decenas de versiones existentes sobre un mismo
hecho histórico que como decía anteriormente, lejos de la labor que supone informar, tales versiones
alejadas o distorsionadas responden a intereses políticos, sociales o ideológicos en vez de cumplir
con lo didáctico de la cuestión y su repercusión se beneficiará por lo descrito por De Samósata en el
13
siglo II o por Sambucus en el XVI con respecto a la labor de oradores y poetas; embaucar al lector y
desposeerlo de sentido crítico, justo y objetivo

14
RECENSION CRÍTICA DEL ARTÍCULO: INDICIOS. RAÍCES DE UN PARADIGMA DE
INFERENCIAS INDICIALES. DE CARLO GINZBUR.

Nos encontramos ante un artículo titulado: “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias


indiciales” incluido en la obra “Mitos, emblemas, indicios, morfología e historia” en italiano
“Miti,emblemi ,Spie”. Esta recopilación de artículos fue publicada por la editorial Gedisa en
Barcelona en el año 1989 y consta de 288 páginas. La traducción de la misma corrió a cargo de
Carlos Catroppi.

La obra es originaria del año 1986 y consta de siete artículos escritos entre la década de sesenta al
año 1984, los cuales fueron recopilados por Carlo Ginzburg, siendo el hilo conductor de tal
compendio la relación entre morfología e historia. Ginzburg es originario de Turin (Italia) y nace en
el año 1936 en una familia de reconocido prestigio intelectual. Se doctoró en Filosofía en la
Universidad de Pisa en 1961. Su interés abarcó desde el Renacimiento a la Historia Moderna de
Europa siendo su trabajo un gran aporte a la metodología histórica al establecer el conocido como
“método indiciario” del cual el historiador italiano es un máximo exponente. En dicho método,
Ginzburg se preocupó por aquellos procedimientos que llevaban a conclusiones concretas o a los
pequeños detalles que permitían a través de los mismos llegar a importantes deducciones. Anterior a
esta obra, en 1976 Ginzburg en su libro “El queso y los gusanos” dejaría entrever las características
de dicho método.

El “método indiciario” o “Paradigma indiciario” puede considerarse como una herramienta a la hora
de abordar una investigación histórica. Para sostener su teoría, Ginzburg basa su propuesta en tres
personajes que basaron sus investigaciones en prestar atención a lo minucioso para llegar a un
conocimiento más completo: Giovanni Morelli, Sigmund Freud y Arthur Conan Doyle. Cada uno de
estos ejemplos mencionados basó el desarrollo de su especialidad en prestar atención a aquellos
detalles insignificantes a primera vista pero que sin embargo podían albergar multitud de claves o
pistas para obtener la verdad, la cual permanece siempre inaccesible al aplicar otros métodos de
investigación. De esta manera, Morelli examinaba los detalles más irrisorios de los cuadros
pictóricos como los lóbulos de las orejas o la forma de las uñas con la intención de descubrir que
cuadro pertenecía al pintor o cual era una falsificación del mismo. Freud por su parte, era favorable a
interpretar aquellos elementos que quedan en un segundo plano, es decir, aquellos datos residuales
que pueden mostrarse muy reveladores si una dedica un poco de atención a sus detalles. Por último
está el ejemplo de Arthur Conan Doyle y el personaje creado por él: Sherlock Holmes. Este famoso
detective basaba la investigación de sus casos en meros aspectos para nada destacables como la
ceniza de un cigarro o el color de un lápiz de labios o como el suceso de la mantequilla derretida en
la que tal detalle le ayudó al perspicaz detective a poner en pie el caso. En los tres ejemplos podemos

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deducir una tendencia a la observación de lo minucioso por la que se puede concluir que no se trata
de una casualidad pues cada uno de los ejemplos expuestos por Ginzburg además de exponentes en
pintura, psicoanálisis y producción literaria, eran médicos, por lo que la observación detallada de los
síntomas que pueden observarse a simple vista recoge las directrices de una metodología usada en
medicina que se encarga del análisis de los indicios que muestra el paciente y que permitirán llegar a
una conclusión firme.

Un indicio, del latín “Indictum” (signo aparente y probable) es una señal que puede conducir a una
evidencia si tal “señal” o indicación resulta tener relación con un hecho en concreto. ¿Podría
entonces este método indiciario ser aplicado al estudio de la Historia Antigua? No podría afirmar ni
desmentir rotundamente nada al respecto aunque es evidente que el método indiciario tiene como
objetivo el de reconstruir la historia y para ello es preciso encontrar la dirección que los aspectos
culturales que los habitantes de aquellas civilizaciones, cuyo paso por la historia fue efímero o mal
documentado, dejaron para que sean recompuestos.

Dicho de otra manera, es preciso prestar atención a ciertos comportamientos en base al análisis
llevado a cabo sobre un documento, lugar geográfico o persona. Para esto, se puede tomar como
referencia las afirmaciones del propio autor de este artículo, el cual enfatiza sobre el uso del archivo
histórico en una investigación y hace un símil bastante acertado al establecer una comparativa entre
el archivo histórico con un yacimiento de materias primas cuyo recursos no han sido aún lo
suficientemente explotados. Se puede tomar como ejemplo para indagar un poco más en mi
explicación en lo expuesto en la obra “El queso y los gusanos” donde Ginzburg nos sumerge en la
Edad Moderna y muestra aspectos que voy a usar para argumentar la cuestión del uso del método
indiciario en el estudio de la Historia Antigua.

En “El queso y los gusanos” el historiador italiano comenzó a evidenciar la teoría relativa al método
indiciario. Para ello, en tal obra relata la historia de un molinero llamado Doménico Scandella
conocido por sus contemporáneos como Menocchio. Este molinero se enfrentó a dos procesos
inquisitoriales en el siglo XVI, concretamente en los años 1589 y 1597. Finalmente fue condenado y
quemado en la hoguera por orden del Papa Clemente VIII en el año 1601.

Ginzburg no dedicó su investigación a esclarecer los motivos que habían llevado a Doménico a la
hoguera sino que fue un paso más allá. Se preocupó de aquellos rasgos más personales que envolvían
al molinero, es decir, se interesó por las influencias que repercutieron en el trágico fin del molinero
así como con las personas con las que conversó este y los libros que usó. También investigó sobre los
lugares que el molinero habría visitado a lo largo de su vida llegando a la conclusión de que más que
viajar, Doménico vivía en una localización (Friuli) del norte de Italia de gran tránsito de personas
por lo que la comunicación con viajeros y peregrinos pudieron influir en las ideas de Menocchio
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hasta el punto de conducirle a la hoguera. No se debe olvidar el contexto donde se desarrolla este
relato donde el protestantismo y la contrarreforma católica ocupaban gran parte de las esferas de
discusión siendo la ideología la herramienta usada para imponer la autoridad.

El objetivo de Ginzbur al cuestionarse aspectos tan poco reveladores sobre la vida del protagonista
de su relato era desentrañar la historia de una persona, en este caso Menocchio, que no supo en su
momento que estaba participando con su historia en la elaboración de la misma. Una cosa si está
clara, el molinero fue conducido a la hoguera por albergar determinados pensamientos y la difusión
de los mismos pero la investigación de la microhistoria llevada a cabo por Ginzburg puso de
manifiesto una ingente cantidad de datos que fueron consecuencia de la investigación llevada a cabo
sobre la figura del molinero. Tales datos otorgan una magnitud verídica importante a “El queso y los
gusanos” al centrar Ginzburg los esfuerzos de su investigación en aspectos particulares que le
condujeron a un conocimiento mucho más ampliado de la realidad histórica de aquel tiempo.

Se puede pues afirmar y teniendo en cuenta lo expuesto por Carlo Ginzburg que el método indiciario
o el ejercicio denominado “microhistoria”, al hacer uso de los síntomas menos evidentes o indicios
aparentemente menos importante, permite la realización de una serie de conjeturas o de alcanzar
conocimientos más generales. Bien es cierto que la idea de alcanzar una totalidad con respecto al
conocimiento que se desea esclarecer no debe ser descartada.

Tres ciencias son tomadas como sub-métodos aplicables a la investigación histórica: La cronología,
la geografía y la etnología. Otras ciencias serán denominadas como “auxiliares” de la investigación
histórica como la Paleografía, la arqueología, epistemología, iconografía, etc. La historia
principalmente se nutre para su conocimiento de documentación escrita (fuentes escritas, literarias) y
de testimonios (fuentes orales). Hay que tener en cuenta que ambos modelos de fuentes no deben
tomarse como paradigma o como verdad establecida pues en lo que se refiere a la Historia Antigua
podrían albergar componentes ideológicos o propagandísticos o simplemente no estar la información
que muestra completa. Es decir, tales fuentes en su momento pudieron estar contextualizadas en
periodos de alabanzas hacia un determinado personaje que lo que buscaban era la promoción del
mismo. También encontramos relatos elaborados en torno a la vida de personajes destacables cuya
información podría darnos las líneas generales de la historia en cuestión pero no aspectos más
particulares y propios de un ejercicio de microhistoria. Por otro lado hay documentación
concerniente a los rituales funerarios y su metodología. Tales pruebas pueden otorgarnos una visión
más amplia de las costumbres heredadas por generaciones de una determinada civilización pudiendo
a la vez constituir un gran aporte a la historia.

Respecto a la aplicación de tal método en la Historia Antigua, podría afirmar desde mi punto de vista
que el paradigma indiciario nos proporcionaría una metodología que no siempre puede ser aplicada a
17
una investigación histórica. Se trata más bien de una herramienta de la que echa mano el historiador
a la hora de investigar determinado suceso o periodo histórico. Como he indicado, la historia se
beneficia de la aplicación de otras ciencias cuyos resultados constituyen un todo en la que las
distintas especialidades se complementan entre sí. La Historia Antigua proporciona abundante
material arqueológico que a día de hoy ponen en la palestra nuevas revelaciones desconocidas hasta
su hallazgo o que bien ponen en entredicho hallazgos o teorías enunciadas con anterioridad. La
documentación escrita que nos ha llegado y que componen la Historia Antigua es en la mayoría de
los casos insuficiente y no muestra información completa siendo la mayoría de las veces imposible
reconstruir un hilo conductor que permita recomponer el rompecabezas que supone el hecho
histórico que se investiga.

Se puede incidir en que para aprovechar al máximo el conocimiento que tales fuentes nos pueden
aportar, debemos someter la investigación a un primer paso que consiste en el análisis de dichos
documentos y restos que nos permitirá alcanzar el método de investigación conocido como el
hermenéutico. Tal método nos permite después de efectuar de manera exhaustiva un proceso
analítico sobre las fuentes, una interpretación sustentada en el examen previo a la documentación
acumulada, siendo tal interpretación un elemento que nos arrojará más luz sobre la cuestión a
investigar. Como ya he mencionado, no siempre habrá datos que nos permitan llegar a buen puerto
cuando se investiga la Historia Antigua pero es cierto que en determinados periodos, la información
legada nos permite hacer esbozos de aspectos más complejos como la economía, la política o la
sociedad de una determinada cultura o civilización y tales aspectos son deducidos gracias a la
observación de datos más particulares.

Aplicar el método adecuado a la hora de abordar una investigación histórica es una cuestión que
también debe valorarse. Como ejemplo expondré los problemas que pueden surgir a la hora de
establecer el método cronológico en una investigación. Tal método es muy recurrente entre los
historiadores e investigadores pero entraña dificultades que pueden orientar la investigación hacia
callejones sin salida. La razón de tal problema radica en las miles de versiones existentes sobre un
mismo suceso o bien, las contradicciones en lo relativo a fechas de reinados de diversas dinastías o
determinados periodos que componen la Historia Antigua y que a día de hoy permanecen aún en la
oscuridad. La datación de fechas resulta imprescindible para la recomposición lógica de la historia
ayudando de esta manera a su interpretación. La Geografía por su parte nos proporciona suficiente
información para recomponer la historia de un país así como los movimientos migratorios que se
sucedieron a lo largo de un determinado periodo o los recursos de los que se beneficiaban
determinada cultura o población. Su aplicación se puede complementar con el uso de la etnología
que permitirá poner en pie un relato de los sucesos por orden de pueblos.

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Por otro lado, se debe tener en cuenta el objetivo del estudio de la Historia Antigua que no es otro
que arrojar un poco de luz a los sucesos acontecidos en aquellas civilizaciones que poblaron la
extensión de tierra entre los ríos Tigris y Éufrates conocida como Mesopotamia (País entre ríos) y los
hechos ocurridos en el mundo greco romano y su ámbito contiguo. El proceso para la investigación
de estos periodos se lleva a cabo a partir de un planteamiento íntegramente histórico. Es decir, es
necesario hacer una pausa e intentar comprender los acontecimientos y las situaciones del periodo
que nos transmiten las fuentes. Este planteamiento nos lleva a exponer que la investigación de tal
rama de la historia precisa de cierta actividad de autorreflexión y de justificación científica.

Surge un problema a la hora de ajustar tal justificación a la investigación, la cual se verá limitada por
tres factores que limitan el análisis de los hechos de la Edad Antigua. El primero de ellos es el que
supone la problemática de las fuentes y le siguen los métodos usados para la investigación y el
enfoque histórico otorgado a la misma. Tales factores inciden en la manera de percibir que se obtiene
al investigar la verdadera realidad histórica pues, con respecto a las fuentes, estas condicionan
nuestro estudio debido al estado que puedan presentar las mismas y a la cuestión de si exponen los
hechos o datos con la suficiente veracidad para ser tomados en cuenta. Otra cuestión es si tales
fuentes de la Antigüedad (literarias, epigráficas, papirológicas, numismáticas y arqueológicas) son
completas o por el contrario, están fragmentadas y como consecuencia no exponen el hecho en su
totalidad. También pueden contener información sesgada, manipulada a posteriori o se puede dar el
caso de que la fuente no sea verídica y haya sido fabricada posteriormente a los sucesos que expone.
Si se dan algunas de estas opciones a la hora de someter a examen la fuente, será una tarea difícil la
de reconstruir con totalidad el hecho histórico plasmado en la misma pues las conclusiones que
extraigamos de dicho estudio no nos permitirán arrojar conjeturas completas o bien contendrán
elementos que favorecerán el debate o se evidenciaran sospechas sobre la autenticidad de la misma.
Otro problema que plantean las fuentes son las numerosas interpretaciones realizadas sobre un
mismo documento histórico. Este hecho produce que surjan multitud de teorías fruto de las distintos
puntos de vista que los historiadores exponen al investigar un mismo suceso en base a una misma
fuente documental. Esto complica aún más la labor de reconstrucción de determinado periodo o
suceso.

Otra problemática que plantea la investigación de la Historia Antigua reside en las diversas
especialidades que deben poseer los historiadores de tal disciplina. Estos detectives de la antigüedad
deberán poseer conocimientos en epigrafía y numismática pues las fuentes literarias constituyen solo
unas líneas generales sobre la investigación y tales especialidades podrían arrojar más datos a la
investigación. Otro elemento a tener en cuenta es que investigar la Historia Antigua exigirá como
requisito el aporte por parte del investigador de nuevas fuentes. Es por ello que no se pueden usar las
fuentes como una guía definitiva que permita la aplicación del método indiciario pues la
19
fragmentación de las mismas y su carácter incompleto más el gran numero existente de ellas y sus
diversos caracteres (político, ideológico, económico) junto con el buen empleo de las mismas,
dificulta la labor del historiador a la hora de aplicar un ejercicio de microhistoria que le permita
alcanzar un conocimiento más global en base a datos irrisorios. Difícilmente podremos aplicar la
teoría de alcanzar un conocimiento general partiendo de lo particular si a la hora de abordar la
investigación histórica no poseemos datos suficientes como para determinar el periodo del que
queremos obtener una microhistoria.

Desde mi perspectiva, la aplicación del método indiciario responde a determinados factores en


relación con el carácter de las fuentes, el estado de las mismas y el grado de garantías con respecto a
su veracidad más que en la cantidad de las mismas. Evidentemente no todos los períodos de la
Historia Antigua están documentados o se tienen noticias de ellos. Otro problema es, que dentro de
un determinado período, hay sucesos, reinados o lugares que a día de hoy permanecen en la
oscuridad y que al no estar documentados o que simplemente, los datos que evidencian no están del
todo claros, no permiten reconstruir una secuencia cronológica completa y fiable por lo que
dificultaría la labor del investigador. Esta carencia que muestran las fuentes a la hora de ser
estudiadas suponen un lastre que impide que se prosiga la investigación a imagen y semejanza de un
muro infranqueable por los historiadores al no existir metodología o fórmulas mágicas que permitan
esbozar una interpretación derivada de la carencia de dichas fuentes y que en cierta medida pueda
sustituir al conocimiento que pudiera otorgarnos una fuente en óptimas condiciones de ser analizada.

Para concluir con la cuestión de si el método indiciario es aplicable a la rama que estudia los hechos
y civilizaciones de la antigüedad, se debe mantener cierta consciencia sobre la importancia de las
fuentes ya que el historiador solo podrá llevar a cabo un ejercicio de autorreflexión sobre el
conocimiento que muestren la documentación al ser analizada. De esta manera, el historiador podría
arrojar algo de luz a la investigación a raíz de su interpretación de los acontecimientos. Es entonces,
cuando las fuentes a nuestra disposición nos ofrecen un abundante material documental del que
extraer información y ahí es cuando quizá podamos aplicar el método indiciario combinándolo con
otros métodos de investigación, con el objetivo de alcanzar una visión de la realidad de los
acontecimientos más completa.

Por otra parte, se debe tener presente que método de investigación histórica que aplicará el
historiador y si es el adecuado a la hora de ejecutar un análisis sobre los hechos. De no aplicar el
método adecuado o no ejecutarlo en su metodología óptima, se podría correr el riesgo de distorsionar
la realidad histórica. El uso de métodos historiográficos está estrechamente vinculado con el modo de
proceder del historiador. El historiador mantiene similitudes con los detectives que resuelven casos
delictivos en base a la búsqueda de pistas que le lleven a la solución y uno de tales rasgos es que

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ambos tienen un objetivo en común: Comprender a la hora de investigar un hecho. A modo de
detective, el historiador tratará de buscar pistas e indagar sobre las evidencias y hallazgos que lleve a
cabo y que le permitan alcanzar una serie de conclusiones. Obviamente tales pistas son las huellas
dejadas por los sucesos históricos a lo largo de los tiempos. Estas “huellas” constituyen las fuentes
ya mencionadas y de las que el historiador se deberá de valer para efectuar su investigación e
interpretación posterior. Desde que existe la Historiografía y la ciencia como tal, las fuentes
constituyen el arma principal a usar en cualquier tentativa historiográfica pero como arma, puede
volverse contra el historiador. Otro rasgo, como iba diciendo, relacionado con los contras que pueden
presentar las fuentes historiográficas es el bucle que puede suponer el investigar la realidad de un
suceso acontecido tiempo atrás. La investigación siempre estará lejos de concluir al ser tal realidad
inabarcable o plantear nuevos aspectos que la modifican o expanden al ser descubiertas nuevas
fuentes que podrían dar al traste con investigaciones e interpretaciones anteriores o bien podrían
reformular los planteamientos y teorías enumeradas hasta entonces.

Pero mostrar interés por las fuentes para reconstruir el pasado puede no resultar suficiente a veces. El
historiador debe poseer ciertos rasgos como la sensibilidad ante los sucesos ocurridos en el tiempo
además de encontrar cierto cometido útil a la labor reconstructora. Es en este punto donde el
historiador/investigador deberá ser capaz de discernir sobre datos relevantes o que podrían aportar
cierto interés a la conclusión final de los que no. Tal disciplina a la hora de organizar o más bien,
clasificar la documentación, responde a una necesidad casi instintiva y social de entender, a partir de
reconstrucciones, lo acontecido en épocas pasadas para poder extraer algún tipo de clave, referencia
o enseñanza que puede repercutir para bien en nuestro presente. Podríamos entonces definir la labor
del historiador a semejanza de un detective que investiga la historia como un ejercicio de
autorreflexión que deriva a su vez de una práctica llevada a cabo por ellos basado en el conocimiento
de lo propio y lo ajeno. Tal visión global podría otorgar una perspectiva que entrañe un conocimiento
más complejo y a la vez completo que nos proporcionará una serie de respuestas o en su defecto,
nuevas cuestiones que podrían complicar aún más la labor al distorsionar nuestra perspectiva sobre
algún suceso al ser revelado nuevo conocimiento sobre el mismo.

Se podría tener la imagen del historiador como aquel detective que actúa en las sombras, es decir, al
estar desprovisto de la vista y permanecer en la oscuridad (representada por la falta de conocimiento)
este deberá palpar con la finalidad de encontrar algún indicio en la oscuridad que además de
otorgarle sentido a la investigación, permita explicar la misma o al menos, sacar una serie de
conjeturas que arrojen luz a la cuestión. En este punto es preciso tener claro que supone un “indicio”
el cual puede suponer el más certero de los datos que permita aclarar la situación a simple vista,
particular y extraña. Por otro lado, no se debe dejar que el indicio nuble el raciocinio y las posibles
explicaciones que la pista pueda evidenciar, en definitiva, se estaría cometiendo un tremendo error si
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se diera por valido la primera prueba que se obtiene pudiendo significar nuestro fracaso o lo que es
peor; volver al punto de partida que originó la investigación. Sería lo propio entonces plantearse una
serie de cuestiones sobre el indicio como “¿Quién dijo o lo hizo?”, “¿Por qué?”, “¿Qué beneficio o
perjuicio se obtuvo?”. Estas cuestiones no siempre podrán ser respondidas al abordar una
investigación sobre la antigüedad por las lagunas respecto al conocimiento existente sobre la misma.
Otra cuestión sería la capacidad de desconfiar o la actitud de recelo que posea el historiador a la hora
de investigar una fuente. Al no aceptar cualquier cosa como válida, el historiador estará evidenciando
una actitud crítica con respecto al testimonio o la fuente del pasado. De no evidenciar tal actitud, el
historiador podría pasar por alto componentes propagandísticos o bien no percatarse de que la
información plasmada en tal documento podría estar incompleta o manipulada o lo que es peor,
haber sido fabricada en épocas posteriores.

Se puede deducir que el historiador/investigador que aborde el estudio de la Historia Antigua, se


verá limitado con respecto a desarrollar el trabajo de aportar conclusiones definitivas en la mayoría
de los casos. Además de que deberá poseer conocimientos en otras especialidades, documentar la
Edad Antigua responderá a un ejercicio de conocimiento y reflexión que conducirá a una
interpretación de lo estudiado. Pero la escasez documental no nos permitirá en multitud de ocasiones
elaborar una correlación de datos fiable y que muestren deducciones más generales o complejas que
hayan sido obtenidas por medio del estudio de lo particular. Esto es debido a que en la mayoría de las
veces las fuentes literarias históricas solo nos muestran en líneas generales el suceso en cuestión
siendo imposible ante tantas lagunas plasmar una serie de conocimientos que vayan más allá de tales
líneas. Por su parte, el conocimiento epigráfico, numismático o geográfico podrá complementar
nuestro estudio al permitirnos arrojar a tales líneas generales de investigación una serie de datos
cronológicos, económicos o políticos que nos den una visión más completa del periodo, personaje o
suceso que se investigue.

22
BIBLIOGRAFÍA

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https://www.redalyc.org/jatsRepo/279/27957772001/html/index.html

https://www.fce.com.ar/ar/autores/autor_detalle.aspx?idAutor=2600

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https://eldiariodesalud.com/catedra/el-paradigma-indicial-del-historiador-carlo-ginzburg-y-la-
semiologia

https://antonioberthier.jimdofree.com/méxico-cultura-y-sociedad/cronologia-de-auguste-
comte/ginzburg/

https://www.redalyc.org/jatsRepo/219/21946206008/html/index.html

https://maestriadicom.org/audioteca/2018/5577/

https://www.uv.es/jserna/hiatoriautor.htm

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