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rancisco de Asís (Ü 1226) se había casado con la Dama Pobreza.

Él propuso que la pobreza no fuera solamente un asunto personal, sino


colectivo. La congregación entera debía de ser pobre, imitando a Cristo y sus apóstoles (Regla del 1223).
Dada su calidad, los papas escogieron a los franciscanos como obispos y funcionarios eclesiásticos importantes. Ahora los franciscanos
desempeñaban cargos con acceso a inmensos recursos.
A este respecto, la orden se dividió: de un lado, los que veían como necesario usar de recursos dados los nuevos cargos desempeñados y
del otro, los llamados franciscanos espirituales, lo que querían mantener la pobreza estricta de Francisco. El papa Nicolas III (1277 -
1280) creyó resolver el asunto mediante la bula Exit qui seminat del 1279. Establecía que los franciscanos tenían derecho a usar de lo
necesario, pero seguían siendo pobres, pues sus bienes pertenecían a la Iglesia. Esta solución no satisfizo a los espirituales.
La década de los 1290 fue testigo de un agrio enfrentamiento entre la facción de los espirituales y el resto de la orden, conocida como la
comunidad. El piadoso Celestino V, durante los meses que fue papa, creó en 1294 los Ermitaños pobres del Papa Celestino. Hasta le
nombró al Cardenal Napoleone Orsini como su protector. Ahora los franciscanos espirituales podían vivir la estricta pobreza en un
grupo aparte, dejando a la Comunidad llevar adelante su estilo. Pero para la Navidad del 1294, mandaba otro papa, el canonista Bonifacio
VIII quien dio marcha atrás a todo el asunto. El sucesor de Bonifacio VIII, Benedicto XI, era dominico y no duró mucho. Le sucedió
Clemente V, quien mediante la bula Exivi de paradiso, del 6 de mayo del 1312 trató de reconciliar ambas facciones franciscanas. El papa
les proponía a toda la comunidad una pobreza más estricta, lo cual molestó a la comunidad franciscana, pero no fue lo suficientemente
severa como hubieran deseado los espirituales, quienes también se molestaron.
Y llegamos así al papado del energético Juan XXII (1316 - 1334). Ya para ese entonces, algunos franciscanos espirituales enseñaban que si
un papa mandaba algo contrario al voto, se le podía desobedecer.
En 1317 y siguiendo el consejo del superior de los franciscanos, Miguel de Cesena, Juan XXII colocó a todos los espirituales bajo la
obediencia de la comunidad y les prohibió seguir vistiendo su hábito más corto. A cuatro reacios los mandó quemar vivos como herejes. A
Fray Ubertino da Casale, franciscano rebelde con padrinos poderosos, se le permitió cambiarse a los benedictinos.
Los franciscanos de ambos bandos conocían que el papa afilaba una bula en su contra. Miguel de Cesena reunió al capítulo general de la
orden el 1 de junio de 1322. Allí declararon, el 4 de junio de 1322, que ni Cristo, ni los apóstoles poseyeron nada ni como particulares, ni
como grupo. Varios provinciales franciscanos lo firmaron.
Juan XXII, el 8 de diciembre del 1322, mediante la bula Ad conditorem, estableció que la Santa Sede no era la dueña de los bienes de los
franciscanos, sino ¡ellos mismos! Los espirituales protestaron que Juan XXII no podía anular lo establecido por Nicolás III. Y Juan XXII
les ripostó: ustedes vivían más preocupados por los bienes, cuando decían no tenerlos, que ahora que disponían de ellos. Además, no se
puede separar permanentemente el uso de la propiedad.
Hasta la facción franciscana enemiga de los radicales protestó. Así lo hizo vehementemente Fray Bonagrazia el 14 de enero de 1323. El 12
de noviembre de 1323, Juan XXII ya tenía preso a Bonagrazia y con la bula “Cum inter nonullos” condenó como hereje a todo el que
dijera que ni Cristo ni los Apóstoles habían tenido propiedad, ni como individuos, ni como grupo. Hasta aquí las bulas, ahora las plumas y
las espadas.

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