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ANTOLOGÍA DE POESÍA:

DE LA SOLEDAD Y LAS PALABRAS.

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Primero está la soledad.


En las entrañas y en el centro del alma:
ésta es la esencia, el dato básico, la única certeza;
que solamente tu respiración te acompaña,
que siempre bailarás con tu sombra,
que esa tiniebla eres tú.
Tu corazón, ese fruto perplejo, no tiene que agriarse con tu
sino solitario;
déjalo esperar sin esperanza
que el amor es un regalo que algún día llega por sí solo.
Pero primero está la soledad,
y tú estás solo,
tú estás solo con tu pecado original -contigo mismo-.
Acaso una noche, a las nueve,
aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina dentro ti,
y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso;
pero no olvides, especialmente entonces,
cuando llegue el amor y te calcine,
que primero y siempre está tu soledad
y luego nada
y después, si ha de llegar, está el amor.

José Manuel Arango


IV

La soledad
es dignidad -tal vez amorosa-
de quien sabe qué poco pueda dar

y también hosquedad
del que conoce
que la gente se traiciona:
¡ese acostumbrado anuncio del final!

La aventura de la alegría
hoy me niega.

Espejismo
que te llevará de bruces
a tu desolada condición.
Dos o tres certezas te acompañarán
       hasta el final
y antes de partir
te herirá una vez más la brevedad
       de las cosas
y el lugar en donde el azar
te entregó a tu propio destino.

Santiago Mutis Durán


Momento

Yo fuerte, yo exaltado, yo anhelante,

opreso en la urna del día,

engreído en mi corazón,

ebrio de mi fantasía,

y la Eternidad adelante...

adelante...

adelante...

Porfirio Barba Jacob


Pequeña elegía

Ya para qué seguir siendo árbol

si el verano de dos años

me arrancó las hojas y las flores

Ya para qué seguir siendo árbol

si el viento no canta en mi follaje

si mis pájaros migraron a otros lugares

Ya para qué seguir siendo árbol

sin habitantes

a no ser esos ahorcados que penden

de mis ramas

como frutas podridas en otoño

Raúl Gómez Jattin


Nunca es tarde

No le tengo confianza

a mis palabras.

Flotan muertas ahora

ante sus ojos,

simulan decir

quieren hablar

intentan parecer.

Acceden a los sueños

de cada uno, los míos,

los suyos: diez mil

espejos a la vez,

putas generosas

sirven a dios y al diablo.

Me he cansado

de mis palabras,

se las presto.

Para el caso, es lo mismo.

María Mercedes Carranza


Una palabra

Cuando de repente en mitad de la vida llega una palabra jamás antes


pronunciada,

una densa marca nos recoge en sus brazos y comienza el largo viaje entre la
magia recién iniciada,

que se levanta como un grito en un inmenso hangar abandonado donde el


musgo cobija las paredes, entre el óxido de olvidadas criaturas que habitan un
mundo en ruinas, una palabra basta,

una palabra y se inicia la danza pausada que nos lleva por entre un espeso
polvo de ciudades,

hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece el hollín
y anidan densas sombras,

húmedas sombras, que dan vida a cansadas mujeres.

Ninguna verdad reside en estos rincones y, sin embargo, allí sorprende el


mudo pavor

que llena la vida con su aliento de vinagre-rancio vinagre que corre por la
mojada despensa de una humilde casa de placer.

Y tampoco es esto todo.

Hay también las conquistas de calurosas regiones donde los insectos vigilan la
copulación de los guardianes del sembrado que pierden la
voz entre los cañaduzales sin límite surcados por rápidas acequias y opacos
reptiles de blanca y rica piel.

¡Oh el desvelo de los vigilantes que golpean sin descanso sonoras latas de
petróleo

para espantar los acuciosos insectos que envía la noche como una promesa de
vigilia!

Camino del mar pronto se olvidan estas cosas.

Y si una mujer espera con sus blancos y espesos muslos abiertos

como las ramas de un florido písamo centenario,

entonces el poema llega a su fin, no tiene ya sentido su monótono treno

de fuente turbia y siempre renovada por el cansado cuerpo de viciosos


gimnastas.

Sólo una palabra.

Una palabra y se inicia la danza

de una fértil miseria.

Álvaro Mutis
El Desdichado

No tenemos sino este planeta

hermoso y triste.

No tenemos sino esta única vida

hermosa y triste.

No tenemos sino este corazón

que recorre un fantasma a veces transparente,

otras veces siniestro. Y esta punzada de la música.

Y este sorbo de vino soñador.

No tenemos sino este pan terrestre,

infernal o celeste de amar y de esperar

o morir...

Yo no tenía sino una campana

que llama y llama ahora para nadie

y la llave que abría aquella hermosa puerta

que ya no existe.

No tenemos sino eso: es decir nada.

Mejor dicho: no tengo nada. Y punto.

Si tocas las palabras anteriores

te quedará la mano ensangrentada

Eduardo Carranza
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Caigo de mí

hacia mí

¿Dolor? no

¿Angustia? no

¿Qué pues?

vacío que me espera

Anuncios de la muerte

Raúl Gómez Jattin


El exilio

El hombre entristecido mira

Caer vehemente la luz a su ventana:

Distraído contempla la distancia

De espumas como olas, lejanías.

Leves despiertan a su nostalgia

Los reflejos de otros días,

Y es ocio y congoja de una tarde

Por gracia de este cielo,

Que a su imagen

Es mar azul, playas doradas, islas,

Regresar desde la claridad de unas nubes

En el desmayo ávido del instante

Hacia la antigua soledad remota.

Mas no puede la frente melancólica

Soñar con esperanza sus recuerdos.


Volver a la tierra perdida

sería también deslumbramiento amargo:

Un sol ajeno se levanta

Como espada en mano enemiga

Y su deseo es apenas

La pasión lánguida de la adolescencia en olvido,

Un indolente jardín o una calle,

Su deseo es apenas un aire,

Si nocturno, de borrosas estrellas,

Si de fulgor o nieve,

Si de sol sangriento en el ocaso.

Sin testigo,

La oscuridad del rostro en los cristales,

Bajo la luz que anochece punzante a la ventana

Sus miradas entonces se obstinan,

Frías, tenaces de silencio,

Más allá,

Entre vagas nubes o mares.

Puñal siempre en el pecho es la memoria.

Callar consuelo ha sido.

Mejor será

Morir secretamente a solas.

Fernando Charry Lara


Los poetas, amor mío, son unos hombres horribles

unos monstruos de soledad. Evítalos siempre

comenzando por mí

Los poetas, amor mío, son para leerlos,

léelos. Mas no hagas caso a lo que hagan

en sus vidas

Raúl Gómez Jattin

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