Está en la página 1de 86

Celso Román

CLAUDE
,
VERICEL
a AMIGO DE LOS ANIMALES

rlustraciones
Silvia Gómez

.
COI.CIENCIAS
,,


Celso Román

'CLAUDE VÉRICEL
EL AMIGO DE LOS ANIMALES

Ilustraciones
Silvia Gómez

COLCIENCIAS

1
COL.CIENCIAS

Director : Fernando Chaparro Osorio


Subdirector do Programas Estratég icos: Hernán Jaramillo Salazar
Asesor de la Subdirección de Programas Estratégicos: Jesús Maria Álvarez
Coordln,,clón edito rial: Julia Pal ricia Aguirm

Dirección editoria l: Car los Nicolás Hernández


Tres Culturas Editores Ltda.

Díseño general: Silvia Gómez, Carlos Adolfo Mollna,


Carlos Nicollls HernAndez
Ilustraciones y Fotomontajes: Silvia Gómez
Autoedición : Anacella Blanco SuArez

Pre-Prenso Sectr6nico: GoodColor Grophics

Primera edición: Enero de 1997


ISBN: 958-9037-48-8

O Derec hos reservados : Colc iencias


Fax: 6251788
Ema il, inlo@colclencias .gov.co
Transv. 9A No. 133·28
Santafé de Bogotá, D. C.
Colombio · Suroméric,,
Impresión: Panamericana Formas e Impresos S.A.
Hecho en Colombia
Prinled in C, iombi<>• Soulh Ameria,

2
Dedicatoria
Al doctor Gustavo Román Bazurto, Médico
Veterinario, mi padre, de quien aprendí el
amor por la vida en todas sus formas.

A 19eneral revolucionario Ce/so Román,


Comandante en Jefe de las Guerrillas
Liberales del Tequendama, mi abuelo.
forjador de sueños e ilusiones .

Agradecimientos
El autor desea expresar su sincero sentimiento de
gratitud a tas siguientes personas:
Ricardo Sáenz Vargas , Investigador en Ciencias Socia les. a C>JI'()
cargo estuvo la delialda labor de recopilación de información bá-
sica.
Dr. Gonzalo Luque Forero, Médico Veterinario , exdecano de la
Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Naciona l de
Colombia, decano de Medicina Ve te rinaria de la Universidad de
la SaUe.
Dr. Luis Carlos Villamil, Médico Veterinario , exdecano de la Fa·
cultad de Medicina Veterinaria de la Unlverslclad Naciona l de Co-
lombia.
Dr. Ornar Garcia, Méd ico Veteñnañ o, decano de Medlc:LltaVete-
rinaria de la Fundación Universitaria San Martín.
Dra. Maria Trebert , Médica Veterinaria , adalid de la memoria de
Claudia Véricel.
Dr.Gonzalo TéUezlregw, Médico Veterinario. decano de la Facultad
de Medicina Veterinaria de la Unmrsidad Nacional de Colombia.

3
Dra. Nohra Martlnez, vicedecana de la Facultad de Medicina Veteri·
noria de la Universidad NacionaJ de Co lombia.
Maria Fernanda Gómez Ahumada, microbióloga, golondrina cono-
cedora del ciclo que se abre ante lo lente del microscopio.
Dr. Carlos Augusto Hemándcz, asesor elela Rectoría de la Univer-
slcloo Nacional de Colombi<>p<>raAsuntos Internacionales.
Dr. Carlos Sanmartín Barberi, director de la Sociedad Colomb iana
de Historia de la Medicina.
Susana Dlaz, amab le funcionaria de la Academia Nacional de Medi·
cina y de la Sociedad Co lomb iana de Historia de la Medicina.
Dr. Gabriel Toro, pató logo, Instituto Naciona l eleSalud .
Dr. Gustavo Román Campas, neurólogo, San Antonio, Texas.

Especlolíslmo reconoclmlertro al equipa de apoyo en


Francia, tierra natal de Vérlcel, que tuvo lo gentileza
de documentar el posado del clentlflco y de sus
lugOTe$de estudio en Lyon ,

Dr. Pierre Oément, profesor de didáctica de la Biologia, Unlversi·


dad Claude Bernard, Lyon.
Gabriel Ca2orla y Fabien Miche l, estudiantes investigadores .

4
Contenido

Pág.9 Pág. 13
El arribo de Nace un niño
Paysan que amará los
animo/es

Pág. 19
Pág. 27
.
• .•
·~P'
. ~e
Lo Infancia
o el reino Un alumno
~ .,........
..........
..,. t•
de los seres distinguido
Imaginarlos •

Pág. 35 Póg.43
Noticia de un Los Andes
lejano pafs tienen el color
de lo primavera

5
Pág. 51 Pág. 59
Colombia es mi Lo construcción
palomar de la ciencia

Pág. 67 Pág. 73
El maestro y El desarrollo de
sus alumnos la ciencia

6
I

El amigo de los animales


Inmersa en el espíri tu divulgativo que ha inspirado esta co lee·
ción, ofrecemos a niños y jóvenes la vídamaravillosadel doctor Claude
Véricel, pio nero de la Medicina Veterinaria en Colombia.

Véricel arriba al país en 1884, aceptando la invitación de ve·


nir a reso lver el en igma de una serle de extrañas malformaciones
en los intestino s de las reses que se estaban sacrificando en Bogo-
tá y sus electos en la salud pública. Su prestigio académico hizo
que la Universidad de Lyon Jo recomendara ante nuestro cónsul en
Francia, el gran botánico José Gerónimo Triana, quien, a su vez, por
so lícitud de l ministro de lnsln, cción Pública de aquel entonces, don
Juande Dios Carrasquilla, tenía bajo su responsabílídad aque.lladeli-
cada misión.

Para fortuna nuestra, su viaje profesional a este país de palo-


mas que amó como el suyo, en el que la medicina veterinaria era
una ficción y la investigación bacteriológica algo menos que una
quimera, se convirtió en encuentro con una realidad que lo sedujo
a tal punto que todo su conocimiento y toda su vida los dedicó a
hacer escuela entre los jóvenes co lombianos. Organizó la Escuela
Veterinaria, en donde abrió las fronteras de un mundo nuevo y le
enseñó a sus alumnos a luchar contra los enemigos de la vida, hasta
que la sombra fatídica de la Guerra de los Mil Días cayó sobre ella,
que lue cerrada indefinidamente.

Pero para quien el amor a los an imales es la misma cara de l


amor a la vida del semejante, la ciencia no tiene limite que se opon -

7
ga ni dificultad que la doblegue . Abrió su consultorio Spei Domus
(La casa de la Esperanza) y a él retornaron sus Jóvenes dlscipulos,
entre quienes figuraba el doctor Feder ico Lleras Acosta. La gue·
rra minó un espacio del saber, pero la escue la prosiguió trabajan·
do en torno de las enfermedades tropicales que afectan a los an i-
ma les e inciden en el hombre .

El camino trazado en la búsqueda de l conocimiento hizo posi-


ble que por Ley 44 de 1920 se fundara la Facultad de Medicina
Veterinaria, en la Universidad Nacional de Colombia, como una
prolongación de la Escuela que desde el siglo anterio r ilumina su
espíritu de investigador científico. Allí salvó vidas, amainó el dolor
de quienes no pueden ver por sus dolencias y dictó cátedra hasta
el final de su vida.

Coincide este periodo de la historia de la medicina veterinaria


en Colombia con los valiosos trabajos de investigación del labora -
torio Samper-Martínez, que sirvió de base para el actua l Instituto
Nacional de Salud.

Le corresponde , por fortuna , escribir la vida poética de Véricel


a un médico veterinario, escritor consumado de obras para niños y
Jóvenes, al escultor de caballos, Celso Román.

Acaso el amor por Jeanne , su esposa fallecida antes de partir


rumbo a Colombia , el amor profesado a su pequeña Jeannette y
a su pastor Collle Paysan (Campesino), que lo acompañaron en el
viaje interoceánico de la vida, y los afectos encarnados en la geogra-
fía humana de la Sabana de Bogotá, trazaron el destino del joven
científico de la Universidad de Lyon. Pero quizás también Claude
Véricel, atado al hilo de los afectos encontrados, encargó a Celso
Román la noble tarea de recobrar la memoria de su perro Paysan
y la nobleza de sus actos.

Jesús María Aloorez

8
< P1QJOrOO)IOrde
Bogot6 (de<alle/.
1846. A(.uorefos de
Mo,k, Lllogro/fo
Am,, Bogotd JB92

r.

El arribo de Paysan
n el apac ible sur occidente de la ciu-
,,,_ dad de Bogotá, en el antiguo Quin-
'- to Distiito - parroquia de San ta
Bárbara, entre el rlo San Agustín y la que-
bradl\ San Juanito- , para nadie fue raro
ver circúlar un hermoso perro pastor Co-
llie esa n1añana limpia de l 15 de agosto de
1938.
-Ha de ser un paciente que se salió
del consultorio del vete1inario dijeron al-
gunos de los vecinos y los transeú ntes que
vieron el bello animal de noble mirada.

Lo único extraño era que su pelaje parecía despedi r un deste-


llo maravilloso, una especie de brillo que no era de este mundo.
Con total tranquilidad recorrió la calle plena de sol y se detuvo
frente a una casa de la Carrera 12 con Calle 4a, muy cerca de la
vía hacia Tunjuelo y Soacha. El Collie miró con atención la placa
de bronce en la pared:
SPEI DOMUS (Casa de la Esperanza) Consultorio Veterinario

9
Dr. Claude Véricel. Universidad de Lyon,
Francia. SPEI DOMUS
Era la res idencia del fundador de la
medicinaVeterinariaen Colombia, un vene-
rable sabio de 82 años, activo e inquie-
to, quien aún tenia intacta su capacidad 1)1', CIAlOf VflUCB
de asombro con las cosas maravillosas que
le deparaba la vida.
La luz del hermoso animal atravesó la ' RANO\
puerta, siguió por el zaguán que comuni- "
caba a otra contrapuerta, que a su vez se
abria a un patio al cual daban las habita-
ciones; una de ellas había sido usada como consultorio y laborato-
rio durante los últimos 33 años. Hacia atrás otro pas illo llevaba a
un gran solar donde durante mucho tiempo estuvieron los esta-
blos y las caballenzas para alojar a los an imales en fermos. En el
centro, clavado como la abstracta silueta de un hombre con los
brazos alzados hacia el cielo, aún estaba el botalón de corazón de
guayacán, madero usado para amarrar los caballos y acollarar las
reses en el mo,nento de hacerles las curaciones .
El aire del lugar aún conservaba el olor a estiércol pisado y re-
mojado, mezclado con el aroma de yerbabuena y po leo en una at-
mósfera de alcohol y yodoforino, incorifundible per fume de clínica
veterinaria .
Las tapias de l patio estaban tapizadas por la en redadera enor-
me de un curubo - la fruta preferida de Véricel desde el instante
que probó por primera vez un espeso sorbete-. Una descuidada
mata de mora de Castilla habia invadido los rincones y la hierba
sabanera ocultaba la tumba de un perro igual al que llegaba. La
maleza llenaba las junturas del piso empedrado y los recintos ce-
rrados tenían aspecto de abandono .
. El anciano científico anotaba cada día las observacio nes de los
casos interesantes que sus discípulos y sus amigos - los ganaderos

10
de la Sabana, conocidos como orejones- compartían con él. Sus
apuntes casi llenaban una pesebrera, adecuada como depósito.
Allí también se conservaban, juiciosamente catalogados y rotula-
dos, centenares de huesos de diversos aníma les con las huellas de
la enfermedad o el dolor.
-En ellos puede estar la clave para evitar que otros padez-
can este sufrimiento que quedó grabado como con un hierro al
rojo; por eso no apaguemos hoy la pequeña luz que nos puede
alumbrar mañana un nuevo camino -so lia decir al tratar de des-
cifrar los misterios que se ocultaban en los detalles, tal como lo
habla aprendido de su admirado maestro, el científico francés Louis
Pasteur.
El perro recorrió en diagonal el patio pasando por entre el per-
fume de las rosas, el color de los geranios y el verde húmedo de los
frondosos helechos. Bordeó una fuente y entró en la habitación
donde el profesor Véricel hacía su reposo hacía el final de la mal'\a-
na, después del almuerzo tempranero. Miró en las paredes las con·
decoraciones francesas y colombianas otorgadas al clentlflco, se
acercó y lo despertó poniéndo le una mano sobre el regazo . Véri·
cel abrió los ojos y lo reconoció de inmediato:
- ;Hélas Paysan, mon ami! (;Hola Campesino, amigo mio!)
-Vengo por ti, ha llegado la hora de emprender un viaje mara-
villoso. 11est ten1ps de partir (Es hora de pa1tir) -le dijo en su
idioma natal.
-Estoy listo, aún a mi edad todo puede ser una agradable sor-
presa. Vamos.
El profesor, con una agilidad inusitada para su edad, se dirigió
a su paragüero de caoba y de aUItomó una vieja correa de cuero.
En ella pendla, como una meda lla, la plaqueta de plata con la
inscripción del nombre: Poyson.
-La guardé todos estos años, pues sabía que volvería a cami-
nar contigo. Allons (Vamos).

11
Salieron al patio de los rosa les y el aire de la ciudad estaba más
transparente que nunca. el cielo parecía redondo de lo azul. La
ciudad, arrullada por el canto breve y nítido de los pajaritos cope·
tones, reposaba adormi lada bajo la sombra de los aleros y la ca l·
ma de los patios con palmas de cera , cerezos y duraznos . Una luz
maravillosa los envo lvía cuando trasmontaron las altas montañas,
el enorme rlo Magdalena y el ancho mar de Colón , hasta llegar a
una Europa dormida bajo el manto del invierno. Volaron sobre
Francia y se detuvieron en Lyon, el 11 de diciembre de 1856 , cuan·
do iba a nacer un niño a quien llamarlan Claudio y habría de ser un
gran amigo de los ani,nales.

12
"" ' ""
,,-~.-"'· .~robado.del molecóll
• I < ~ SadnF,,L\"'n•

~
V Coso<<>4óh<k
Ctoud•\1-l, •n
Lyon.

Nace un niño que amará


los animales
s hora de volver a casa, retorna ·
... remos para mirar la vida -dijo
'- Paysan con el feliz Véricel asido
a la correa de cuero. Se deslizaron sobre
el aire quíeto de Lyon, la antigua capital
de las galias, que los romanos llamaron
Lugdunum, ciudad de leones, por el ar·
dor con que los celtas defendieron su tie·
rra. Eran pueblos hábiles en el manejo de
armas de bronce y hierro, que amaban
los ganados de largos cuernos y pieles hir·
sutas. Claudio heredarla ese afecto por los seres que nos sirven de
alimento regalándonos su vida.

Con un giro sobre el paisaje nevado en la confluencia de dos


nos enormes, descendieron con delícadeza de ánge les frente a la
casa número 1 de la Place Neuve Saint Jean.
-¡Pero qué es esto, mi querido Paysan, si aqul fue donde yo
nací! -(!xclamó asombrado al reconocer el lugar, que parecia
pintado por Vincent van Gogh con los trémulos tonos del invier-

13
no a las tres de la tarde. La luz pegaba en los cristales. diluyéndo-
se y cabrilleandoen los mil reflejosde los copos de nieve.

En ese momento llegóun coche tirado por un caballodel color


de los tordos. que al respirar dejaba en el aire nubecitasde vapor.
Enél 1.'C?nla
el doctor Julien. ml,dicode la lamilia.quien habla segui-
do el embarazoy ahora llegaba a atender el parto de la )ovenseno-
ra Marie·Fram;olseAnier.espos3de Jean-ClaudeVérlcel.Vestid:.u
abrigo grueso de invierno. un sombrero alto de copa y llevaba el
cuello protegido por una bufanda de lana.

Véricely Paisanse hicierona un lado para dejarloseguir,teme-


rosos de que fuera a chocar con ellos. pero el doctor Julien estaba
en el espacio terrestre y no pudo verlos.Sin embargo, al pasar tan
cerca de las lucessin tiempode los dos amigos, su corazón se llenó
de tma alegríainmensay en su cara se dibujótma sonrisa, rubricada
por el brillode los ojos.

-Será un niño capaz de lograr grandes cosas -se dijo míen·


tras esperaba que le abrieran la puerta. Miróel cielo azul encima
de Lyon. sin saber que tenía acomodados los astros en el signo de
Sagitario. el centauro capaz de sentir por iguallas ilusionesde los
seres humanos y los sueños de los animales.

La puerta se abrió y fue recibidocon alegria por el joven pa·


dre. Véricelel viejoy Pdy>dnCdminoronpor lo nieve ~inde)drhue·
lla en ella. dirigiéndosehacia el resplandor que se asomaba por la
ventana de la alcoba principal en donde Ibaa nacer el bebé. Jean ·
Claude tenla 35 anos y Marie-Fran~oise27. Él tenla un pequeño
café en el centro de la ciudady las salidasdespués de medianoche
durante varios años minaron su salud. Nunca verla los laurelesde
su hijo.

No estaban solos ese día ClaudioVéricely Paysan. En el silen·


cio de la tarde del ndcln1leulollegoro,1 desde el fondo del tiempo
otros visitantes.Cubiertoscon pielesde lobo y deoso, con susdagas
de bronce al cinto y sus rubios cabellostejidos en largas trenzas,

14
llegaron los pastores celtas a la casa donde ya se escuc haba el llan-
to del recién nacido.

-Vinimos a verte nacer y a darte sabiduría para cuidar los an i-


males en tierras lejanas, donde llevarás nuestro mensaje -decían
los pastores de ojos claros.

Alrededor de la cuna se fueron colocando y llenaron con su luz


el recinto, cuando el nacimient o de l nh'lo, cargado de estre llas, de
soles y de lunas, repetía el milagro de l amor.

Entraron luego a la casita los dioses tutelares de los ríos que


guardaban la ciudad de Lyon: el Ródano y el Saona, vinieron lue·
go los espíritus de las montañas alpinas y del macizo central. Des-
de ese momento lo consagraron para ser bienvenido por los ríos
fragorosos y las altivas montañas de América, donde habría de
dejar su huella al dedicar su trabajo al servicio de la más justa de
las causas: el amor a la vida. Los jóvenes padres del rec ién nacido
sentían la inmensa fuerza que llenaba la habitación . En ese instan -
te el nombre del niño quedó decidido cuando hab ló su padre:

-Se llamará Claudio, como el emperador que escribió la his-


toria de su familia.

-Y amará los anima les, estará siempre de l lado de la vida y


esa será la historia que escribirá -dijo Marie-Fran~oise.

Los pastores y los espíritus le acariciaron los dedos y le deja-


ron en la frente las luces que habrían de ayudar le a luchar contra
la enfermedad y el dolor.

Véricel y Paysan, muy emocionados, se acercaron al lecho don-


de el bebé movía lentamente las manitos, dando sus primeras bra-
zadas como el primer pececito en el estanque de la vida. Claud io,
el anciano de barba blanca venido de la lejana Colombia, se mira·
ba a sí mismo en el primer instante , contemp laba en ese pequeño
serel milagro de su propia existencia. Leyó en él sus propios ras-

15
..
Postor Cofllc

gos, su porvenir y en ese momento ent ró


un pequeñísimo fulgor en el rincón más
alejado de su memoria .
Recordó que siendo muy pequeño veia
la cara de un homb re de barba blanca y
ojos inquisidores -que con el tiempo se le
antojaron tristes, acompañado de un pe-
rro de mirada nob le, de la raza de los ove-
jeros Collies- . Ocurría cuando sus ojos se
abrian para reconocer el mundo desde la
cuna , mírando los nenúla res que proyec-
taban en el techo los reflejos de luz del
verano lrancés , cuando la luz que se cola-
ba por la ventanita pegaba de lleno en la palangana con agua al
lado de la jofaina.
- Allí aprendi que ustedes los animales sonrien con los gestos
del cuerpo, con el brillo de los ojos, la inclinación de la cabeza y la
luz de su alegria -dijo Véricel a Paysan, al recordar lo que veía-.
Siempre pensé que ese viejito era mi ánge l de la guarda, y que tal
vez yo era diferente a los otros niños po r tener un ángel anciano y
acompañado por un perro. pero ahora entiendo que era yo mismo
mirándome en el espejo del tiempo.

16
-Es el premio que te da la vida, amigo
mío. Ya lo entenderás en este viaje, pero
por el momento mira esecuadro en la habi·
!ación de tus padres y nos vamos caminan·
do por allíunas primaveras n1ás.
Véricel levantó la mirada y vio un pe -
queño lienzo con los apuntes de una esce-
na campesina: dos mujeres pobres , vestí·
das corno su madre , recogfan las espiga,;
rezagadas de l trigo recién cosechado. A
un lado de l trigal abrevaban las vacas re-
frescándose dentro del rio, a la sombra
amplía de las grandes hayas en lo más cá·
lido del verano.
Algún día pasó por allí un pintor camino de Barbizon en ple-
no verano y pidió por caridad de Dios un vaso con agua. La se·
nora embarazada , Madame Véricel, fue atenta con él e incluso le
invitó a compartir la mesa de la familia. Al proseguir su camino , el
artista le extendió un lienzo doblado y fue exp lícito:
-Reciba esto señora, es lo único que tengo para demostrarle
· mi agradecirniento .

17
La tela estaba firmada por Jean Fran~is Millet, poeta de la
vída campesina. La mirada de Véricel entró por las pinceladas
que guardaban el instante que plasmaba el cansancio de esa seño-
ra embarazada, Marie-Fran~oise Aníer, que cargaba en su víentre
el planeta de la vída.
Véricel y Paysan , caminando por entre los campos dibujados y
recorriendo los cam inos más allá de las carretas cargadas de gra-
no, se desp lazaron por el tiempo 8 años más, cuando el pequeño
Claudio conoció de cerca esa sensación terrible de vacio que deja
la muerte de un ser querido. A lo largo del camino hacia el futuro
se detenlan de vez en cuando a mirar el niñito en su cuna, acom-
pañándolo en sus primeros pasos y espantando los miedos de la
noche .

18
La infancia o el reino de los
seres imaginarios

e on Paysan atado del collar con la


placa que brillaba como una es-
trella, los dos dieron saltos en el
camino del tiempo, hasta que Vérícel se
vió a sí mismo como un niño de ocho años.
Eraun pequeño de mirada inquisidora, que
no perdía detalle alguno del mundo. Por
ello eran frecuentes los regaños de la
mamá cuando él llegaba de la escuela con
su maleta rep leta de escarabajos , de pie-
dritas diversas, de flores y hasta de ranas
y culebritas de Jardín, que convivían con los cuade rnos y las carti-
llas de las primeras letras.

-Si señor, me acuerdo perfectamente que yo conoda los lu-


gares donde an idaban las alondras, las guar idas de los conejos
en el campo y estaba atento a la llegada de las cigüeñas en la
primavera. Desde muy pequeño recorrí los campos intrigado por
la vida ...

Mientras Véricel el viejo reflexionaba mirando con interés su ma-

19
leta escolar, Paysan correteaba por el jardín haciéndole gambetas
al nii\o que le persegula riéndose a carcajadas. El perro, con gesto
noble, se dejaba abrazar del pequeño a pesar de las caricias brus-
cas de ese amor inicial que todavia no era capaz de controlarse a
si mismo. En ese momento la luz de los recuerdos volvió a su
mente: Paysan era su amigo imaginario, su compañero en esa in-
fancia que de pronto , por un giro del destino, se hada difícil.
Mientras tanto, la casa era presa de una triste agitación. Desde
hacía varios días venía con más frecuencia el doctor Julien, el mis-
mo que habla atendido a la señora Véricel durante el nacimiento de
Claudio. El caballitoque arrasll'aba su coche tenla encima el peso de
los ai\os y su color había pasado de tordillo a blanco por las canas.
Esta tarde de primavera hablan venido algunos parientes y los
vecinos iban y venían con caras largas. El pequeño Claudio no
sabia por qué se acercaban a él y le abrazaban con afecto dicién-
do le que debía ser fuerte y comportarse como un valiente, pues él
iba a ser el hombre de la casa. Allí estaban sus padrinos: el tene-
dor de libros sieur Jean Louis Maton , un viejito ya de 61 a1'\os,
que le ensenó a amar el conocimiento encerrado en los textos
como las piedras preciosas en el cofre de un tesoro , y sieur An·
toine Darbe , un hombre maduro , que lo estrechó con la fuerza
franca de los albai\iles. Los dos eran grandes amigos de los Véri-
cel y vecinos de los números 8 y 5 en la Rue du Boeuf (Calle del
buey).
Con una ligera crispación, Claudio el viejo Cly6los gritos que ve-
nían de la casa. Hubo luego llantos desencajados y a través de la
pared de la habitación salió su padre, convertido en una silueta de
luz y acompai\ado por una dama vestida de gris, de rostro muy
pálido, que le ayudaba a caminar sosteniéndo lo del brazo, como
se lleva a los enfermos.
Al verla, Paysan gruñó mostrándole los colmillos, porque era
la misma mujer que acompai\aba a los lobos rabiosos . a las aguas
putrefactas que transmitían la peste, ella andaba con las plagas,
con los cazadores, con los ejércitos que incendiaban pueblos. Era

20
.
la muerte misma y Claudio el niño y Claudio el viejo sintieron el
escalofrío horrible del miedo en el aire helado que la acompañaba
siempre.
Ella se detuvo un instante para dar la oportunidad a ese hom-
bre de 43 años, con la sonrisa lívida de los muertos de tisis, para
que dijera adiós a su hijo. Le acongojaba irse a destiempo de esta
Tierra, pero se llevaba algo que la dama de grises vestiduras jamás
podría quitarle: el amor a la vida que sembraba en su hijo y que
ahora veía realizado en ese hombre que asumió el reto de dispu-
tarle la felicidad a la muerte .
- Me sie,,to orgulloso de ti, hijo, porque si fui vencido por la
enfermedad , sé que esta dama te tendrá miedo. Lleva mi bendi-
ción y mi amor para que te den fuerza en el camino que escogis -
te. Sigo viviendo en 11... adiós.

Paysan no dejaba de gruñir y los dos Claudios entendieron que


ella seña siempre su gran rival. Muchas señan las batallas que ha-
brían de librar en el futuro y tal vez por eso los miró con el despre -
cio de sus ojos sin bñllo, y dijo palabras de poeta:
- Ya nos volveremos a ver, car l'amour et la mort n'est qu'une
meme chose (pues el amor y la muerte son la misma cosa), son las
dos caras de la misma moneda ...

El niño empezó a llorar al ver que su padre se alejaba. Claudio


el viejo lo tomó en sus brazos y se consoló a si mismo diciéndo le
que la muerte le llene miedo a la vida. En ese instante , cuando la
noche ya habla cubierto la tarde de primavera con un manto de
estrellas , y como si la vida refrendara la promesa de amor jurada
por los dos Claudios y su perro Paysan, las hadas descendieron al
jardín de mayo a cantar entre las flores.

La familia, ocupada en el ajetreo de velar el cadáver y organi-


1.arel entierro, se había olvidado de l pequeño Claudio . Cuando su
madre salió a buscarlo, lo encontró en un nido de llores en medio
'del jardín , plácidamente dormido y arrullado po r las hadas, con

21
una sonrisa en la boca y un escarabajo
color esmeralda entre la manito cerrada.
La señora Véricel no vio que el niño repo·
saba en el regazo del abuelo Véricel, de él
mismo casi 80 años después. Y tal vez por-
que a los seres humanos nos está vedado
ver otros mundos dentro de éste, lampo·
co vió el perro de luz hecho un ovillo a los
pies del niño.
Cuando la señora Marie-Fran~oise lo
entró a la casa, las palomas currucutea·
ron en los palomares de toda Francia, re·
pletos con el afán de vida que trae mayo.
El aire se llenó con aroma de flores nuevas, como una señal de
calma después de la tormenta.
-Colombes ... (Palomas ... ) -musitó Véricel- . Quizás esta
fue mi primera señal de que viajarla a un país en cuyo nombre
están las palomas: Colombia, tíerra de palomas ...
Los dos amigos esperaron el amanecer, acompañaron el en·
tierro modesto hasta el cementerio de Lyon y Claudio el viejo pu-
do·verse a sí mismo como el niño que durante la ceremonia estu·

22
vo más atento a la vida que a la muerte. Al vuelo de las go londri·
nas que revoloteaban alrededor de la torre. al afán de los ruiseño ·
res que preparaban sus nidos, al canto de las alondras que gorjea·
ban llamando el amor, a los insectos embriagados de néctar y a
todas las seña les que garant izan la vida en primavera .

En su corazón tenía la pron1esa de las hadas y la presencia del


viejito de barba blanca y el perro pastor. que como un par de
ángeles de la guarda, le permitieron sobrevivir en la dura infancia
de los niños huérfanos .

La señora Véricel debió emplearse en


oficios domésticos que la agotaron len·
lamente, ajándole el rostro y las manos,
de manera que lue pareciéndose más y
más a la campesina cansada del cuadro
de Míllet.Su imagen en la pintura lue en·
veJecléndose con ella, cambiando de po·
sición al recibir el peso de los años, has·
ta que finalmente, el dia de su muerte, la
campesina desapareció de la escena y lue
reemplazada por las dos pinceladas de
una cruz sobre una modesta tumba en el
campo.

<Clovdc Monct,
Comillc Mo,,e, e.n el
lechodemucne.Óleo
• , J879,
,oh.., llern:o
M"""'dc Or,oj,, Porls.

23
En ese camino del pasado, el profesor revivió el país de su
infancia con nosta lgia -ese privilegio de dulce do lor de quienes
han sabido soñar en la vida-. Se vio a sí mismo cuando en el
modesto hogar ayudaba a conseguir unas monedas extras con
una cría de conejos gigantes y bonachones de Flandes, alimentan-
do las palomas y llorando cuando era necesario sacrificar un gan -
so para la cena de navidad o una gallina para el sustento diario. El
viejito de barba blanca y el perro pastor Collie le conso laban sus
pequeñas tristezas:

- Debes entender que cuando un an i-


mal da la vida para nuestro sustento , él no
muere, se vuelve parte de nuestra vida para
que ella pueda continuar. Nos queda la res-
ponsabilidad de disfrutar por cada uno de
los seres que nos permiten la existencia
--oecia el viejo.

-S i comes una trucha, cuando te ba-


ñes en el río es tu deber deleitarte para ella
en el placer del agua , o si mamá te prepa-
ra un caldo de paloma debes regocijarte con
el viento en la cara como si volaras, pues esa

24
es la alegría de las aves. O cuando en tu plato la vida te ofrezca la
car rera de l co nejo, la algarabia feliz de los gansos o la hwnildad
de los corderos, debes gozar la vida que te regalan -decía muy
serio Paysan.

En este viaje Claudio el viejo recordó sus horas de infancia en


los bosques a la orilla del río donde se encontraba con los cazado-
res celtas que caían en el tiempo de l ni,10, preguntándole si acaso
no había pasado por aUíun ciervo de alta cornamenta o un jabalí
erizado por la premura de la huida. Pero
sus mejores a1nigas en la infancia fueron
las hadas y seguirian siéndo lo a lo largo
de toda !;U vida. Gracias a ellas Véricelsiem-
pre encontró lados amables a su existen-
cía. Por eso y para que Je visitaran, siem-
pre tuvo flores en su lugar de trabajo.

Así continuaron hasta encontra r el


niño subiendo po r la esca lera de la vida
en el rellano de la ado lescenc ia, a las puer-
tas de l Liceo de Lyon o Gran Colegio, que
tenía ya 300 años cuando Véricel estudió
en sus claustros. Había sido fundado en

••

25

1519 como Colegio de la Trinidad, luego pasó a llamarse Gran


Colegio, y finaln1entefue estrenado co,no Liceo de Lyon en 1858.
Para entonces ya estaba situado en la antigua propiedad Vincent
de Vangelas, en Saint Rambert l'i!e Barbe, 17 años antes de que
Claudio se graduara.

Claudio el viejo y Paysan lo respaldaron el dia que llegó tarde


a clase, en el salón de Ciencias Naturales, cuando ingresó con el
esqueleto de una gallina perfectamente armado. Había pasado
largas horas deshuesándolo, blanqueándolo en agua con cal y ar-
mando otra vez la estructura. Había dibujado cuidadosamente la
disposición natural de los huesos, en una prefiguración de lo que
serian sus notas de científico en la vida futura.

- ¿Señor Véricel, cón10 explica su llegada a esta hora? - pre ·


guntó el profesor.

-Tuve que esperar a que el espíritu de la gallina me autorizara


a usar sus huesos - respondió con la inocencia de sus 15 años,
en medio de las risas de sus compañeros.

Era cierto. Sus amigos tuvieron que hacer un gran esfuerzo


para convencer al espíritu de la gallina, pidiéndole a esa lucecita
suspendida sobre el cuerpo inerte, que permitiera al joven cam-
biar el destino de los huesos. Le rogaron aprobar que su fuerza no
fuera a enriquecer un caldo que después llenara con el roclo de su
energia la vida de quienes lo bebieran, sino que permanecieran
armaditos, para que los estudiantes comprendieran los secretos
de esa arquitectura ,naravillosa.

Estaba convencido de que el conocimiento era otra forma del


alimento, junto con el afecto y la comida. Así se preparó para in-
gresar a la Escuela Imperial Veterinaria de Lyon.

26
. !'• - ... • .,...

Un alumno distinguido
..
os griegos se establecieron en -
C, el sur de Francia,en la actual
Marsella,que luego fue la /\1as·
saliade losromanoo.Deesosdos pueblos
heredamos un lenguaje que, mezclado
con nuesrroanrlguo celia,formó el Idio-
maque nos da alaspara movemos en el
mundo, deda en su examen de griego y
lalinal finaldelLiceoelalumnoVéricelOau-
dio. Amaba esas lenguas, que llegó a do-
minar en profundidad.Descubrióen ellas
••
la magia de construir con significados para dar sentido a una
palabra, cuando su profesor le reveló que al decir hip6dramo, se
describíaa hippos, el caballo y dromoo, la carrera, para que en la
mente se dibujara el lugar en donde corren los caballos.

Le apasionaba saber que el latln sirviera para darle a las pala·


bras un respaldo que se volv!apoéUco.porque conociendo la ralz.
la mente podia definir un objeto, un paisaje o un sueño. Amaba
saber que de mar.maris, el mar. surgieran tánlas cosas bellas. Allí
eslaba la marismoel amplioterritorio. bajoy pantanoso de la Camar·

27
gue, en el delta de su amado rio R6dano, recorrido por caballos
blancosde larguísimascrines y por toros negrosde enormescuer-
nos bravíosque bufaban tratando de compelir en su carrera con
las hadas. Ellas habitaban las orillas del mar, donde vivían
stel/an1arls. la estrellade mar. y marls ·luclos, la merluza. el pez
que tiene lucll. las luoescomo de estrella íugaz del íondo de las
aguas.semejantea un tesoro de ultramar. el otro lado del mun·
do. donde estabael continente que este Jovende 18 años alguna
vez visitarla.
Sabiaque el francés había heredadodel griego la ra!z pteros
que significa ala. y por eso un ser áptero es alguien privado de la
capacidadde volar: un arquíptero. es uno de alas primitivas. por
cuanto la ralz arcl,olos ~ignifica antiguo Encambio un coleópte-
ro. de la ralz colé<>s.que significa estuche.esaquel insectoque. al
igual que ciertas hadas. cuando no vuela guarda sus alas de seda
en un colreelllo que llcv.i a la espalda. decoradocon las iridisc<?n-
clasdel arcoiris.
Si la que vienea embellecerel ala es lepldos, que significa<><;ca
·
ma, nos invade en los camposde primavera una bandadade ma·
riposas. que son lepidópteros, es decir, que líenen sus alas cu·
biert;)Sde un fino polvillo. a manera de escamasde ionos colori·
dos, metalizados,inverosímiles. Lo podemoscomprobar si mira·
mos un ala de mariposaal microscopio , que viene de micros, pe·
querioy scoµef,mir.ir, pueses el aparato para mlror lo pequeñoasi
como el telescopio es el de mirar en la distancia, teles, allá arriba
en el cielo estrelladoencima de la Francia, que celebra la gradua·
clón del Liceo del a.lun,no distinguido.capazde hablar con el espl·
ritu de las cosas.de los animalesy las plantas.
Claudlo el viejo y el perro Pay,,c,ndC01n¡x,11drOn
di Jown t,.,.
chillera presentarsuexamende admisióna la EscuelaImperialVete·
rlnaria que tenla, como una ench1agala, profundas raíces. El 4 de
agostode 1761, un acuerdodel Consejo, propuesto por el Senor
Bertin. Ascal de Ananzasy antiguo Intendentede la Generalidad
Lionesa.autorizabaa Claudio Bourgelatpara estableceren LYon
una escuelapara la curación de animales. Abrió sus puertasel 1°

28
de enero del año siguiente en las instalaciones de la Hostería de
lo Abundancia, sobre la gran ruta del Mediodía, que posterior-
mente pasaría a ser la gran vía de la Guil!otiére. En 1796 la escue -
la fue transferida al antiguo convento de las damas de Santa Isa-
bel, llamado Claustro de los dos Arnontes . Con algunas dificulta-
des continuó creciendo hasta alcanzar en 1840 sus limites definiti-
vos, cuando víno su remodelación a cargo del arquitecto Chabrol, a
quien le sucedió Sainte Marie Perrin que finalizó la obra de su cole-
ga a partir de 1868 , exactamente 10 años antes de que Claudio
Véricel se graduara .

-Por aquí voy con mi corazón estremecido -dijo Claudío el


víejo atravesando el Patio de Hospitales , un amplio espacio rec-
tangular con una fuente y jardineras que dibujaban para las palo-
mas -<¡ue miran desde arriba- las iniciales E V. Alrededor, en tres
costados, estaban las pesebreras y los establos de donde salían
ocasionalmente relinchos, estornudos y mugidos lánguidos de los
animales enfermos . En el otro costado estaban los servícios de pa-
tología médica y quirúrgica de los hospita les.

-Pothos la enfermedad, logos el conocimiento , es daro: son


lugares para el estudio de los males que afectan a los seres vívos
-pensaba el joven Vérlcel, que a pesar de ir con el alma en la
mano, tuvo la suficiente claridad mental, el tiempo de las hadas y
el amor de sus ángeles de la guarda para obtener el primer puesto
en el examen de admisión. Empezó así una nueva etapa de su
vida: la de estudiante universitario, urgido por saber siempre más.
En ese entonces los jóvenes vivían en la Escuela, internos y con
un régimen monacal.

- En invíerno nos levantaban a las seis de la mañana, y en


verano una hora más temprano. Elvelador hada sonar la campana
en todos los momentos importantes del día: la salida de las habita-
ciones y la entrada a las aulas de clase, la hora del almuerzo, la cena
a las siete y finalmente la extinción de las luces en las habitaciones
a las 10 de la noche, cuando todos debíamos dormir en santa
paz ...

29
-Ck~ro que no tod<>!'porque habla algunos que no ocultaban
su alegria ¿Si o no? - Preguntó con picardía el perro Paysan.

Claudio el viejo sonrió recordando la noche del 29 de mayo de


1875. Después de haber apagado las luces reinaba el silencio en
los dormitorios hasta que el estridente canto de un gallo estreme·
ció los pasillos. Nad.>se oyó cu.indo el velooor, con suschinelas y
su gorro de dormir recorrió enojado loscorredores. pero tan pronto
se fue. el gallo volvió a cantar. finalmente fingió que entraba a su
hdbitdción y se devolvió en punt<1sde pi~ y c.ipturó al Cdntor: era
el alumno V~ricel Oaudio, regis1radocon
la matricula número146. admitido el 16
de octubre de 1874 y capaz de Imitar a la
perfección las voces de los animales.

Esto motivó que en su hoja de Vidaque·


clararegistradoal día slgulenleen la sección
Motivos de Cosllgo: "Uno conslgnoci6n
-que era col'no se llamaba la pérdida del
derecho de salida- por haberse co,npor·
todo de n1a11eroIndecente con sus com·
pañeros de habitación·.

- Indecentees no conocer el lenguaje

J
30

. • •.

de los animales para asl poder hablar con


ellos y preguntarles dónde les due le, a lo
mejor seríamos mejores veterinarios -dí ·
jo ante el senor Director, quien a lo largo
de la carrera debió hacer otras anotacio-
nes como la del 8 de n1arzode 1876 cuan·
do escribió:

"Una consignación:ha faltado a la lla-


mada hecha a la anatomía de la disec·
ción ".

-Ese día no aguantaba la mirada del


caballo muerto que íbamos a descuartizar
y tuve que salir a contemplar la orilla de l río hasta que mis amigos
el viejito, el perro pastor y varias hadas de los jardines me explica·
ron por milésima vez que algunos morian para que otros se salva·
ran, pero me fue lan dílícíl aceptarlo ...

Tan difícilsería, que un mes más tarde le anotaron: •·uno con ·


signoción: entrada con un retraso de 20 minutos ", y esta vez el
director no le creyó cuando dijo que habla encontrado un hada de
· ternura tal, que con sus besos le había elevado sobre un prado de

31
primavera temprana y no podía bajarse de los esca lones de perfu-
me que le regalaron las flores.

Yasi. a lo largo de los cuatro años de estudio le reprocharon sus


"respuestas de manera impertinente", "el ruido en las reuniones
sacras" o "el 1/euarel vestido sucio en la reulsta de l domingo··.
porque de sus bolsillos siempre salían pétalos, o hahía un mendru-
go para los perros callejeros o un ramito de poemas en griego y
latín para las hadas disfrazadas de mujeres que solía encontrarse a
la salida de la escuela, y que con una sonrisa lo llevaban a los más
altos paraísos de las riberas de l Ródano .

A pes.,r de eso y n1uchds cosas 1nb-s, se graduó con lodos los


honores. Para la muestra estaban el diploma y el perro Paysan.
Fue durante el último año en la Escuela de Veterinaria cuando un
campesino llevó a la clínica una hermosa perra de la raza Pastor
Collie; el anima l tenía prob lemas de parto. con un cachorrito atra-
vesado que complicaba el nacimiento del resto de la camada. El
doctor Tísse rand, profesor de clínica obstétrica propuso el sacrifi-
cio de l feto para salvar la perra y las demás crías. Eljoven alumno
Claude Véricel optó por la vida y pidió al profesor intentar la ma-
nipulación de l pequeño animal. Con la sensibilidad que ha bía des-
arro llado en las manos escribiendo poemas, acariciando sonrisas
y reconociendo el mundo desde esos otros ojos que son las yemas
de los dedos logró acomoda r la cría para un nacimiento norma l,
de manera que salvó a la mad re y a sus siete perritos.

Desde la distancia mágica de la luz que los envo lvía, Paysan


contempló su propio nacimiento , gracias al amor de ese joven de
quien ya no se separaría jamás y a qu ien acompañaría a un país
de magia. Claudia Véricel, sin una 1noneda en los bo lsillos, pero
con el aplomo de su compromiso con la vida, ofreció al campesi·
no comprar le el perrito salvado. El hombre de campo, macizo y
rosado como un druida celta, emoc ionado por la buena noticia de
la salvación de la hermosa Sonatine, obsequió el cachorro al jo-
ven estudiante. Lo bautizó Paysan (Campesino), como un home-
naje al dueño de la perra.

32
8 perro fiel llegó casi al tiempo con el Diploma que quedó
asentado el 30 de julio de 1878 bajo el número 1871 en el regis·
tro 3, Folio 37. La entrega del diploma fue el 29 de octubre y lo
firmaba el director, Dr. Chaveau, quie,1 lo abrazó diciéndole que
mantuviera ese espiritu maravilloso que hacia de él una persona
tan especial.
-Gracias señor Director, de ahora en ade lante no más consig-
naciones, sólo mantener en alto el nombre de la Escuela -respo n-
dió el Joven doctor Claudio Véticel, de 22 años.
Con un hilo de nostalgia uniéndoles el corazón a Claudio el viejo
y a Paysan, aslslleron a la ceremonia de grdduación, en tiempos
de un hombre -modelo digno de imitar- que Iluminaba la Francia,
Louls Pasteur, el científico que le ganó tántas partidas a la muer·
te. Para esos años era el biólogo que se había instalado entre
1865 y 1870 en Alais, centro de grandes ctiaderos de gusanos de
seda, que se encontraban afectados por vanas enfermedades. Al-
gunos detenían su crecimiento y desarrollo como si la dama de
gris los tocara con el dedo arrancándo les la luz de la vida; los que
llegaban a término producian seda defectuosa.
Pasteur lo que hizo fue observar minuciosamente, atender a
los detalles que indican el camino incorrecto de una vida. Así des-
cubtió que los gusanos padecían de una pébrlne o "enfermedad
de los corpúsculos" que era hereditaria y se podia evitar seleccio-
nando solan1ente huevos sanos para la reproducción . Laotra enfel'-
medad, -la flacherie-, que los mataba antes de empezar a hacer el
capullo, era adquirida por contami nación de ejemplares enfermos
en contacto con los sanos; la solución fue aislarlos.
-Con esa manera aparentemente simple de mirar lo natural
bu..'lCándolesu magia secreta, el maestro nos enseñó a observar
el mundo de una nueva forma -dijo Claudio el viejo. Más adelan·
te volverían a encontrarse con el maestro, por el momento , en la
vida del joven veterinario se abría un camino de cinco años de
trabajo en un pueblito cercano a Lyon, con un nombre que parecía
· el redoble de un tambor tocado por un niño, Tarare.

33
34
<Ee1gcnloPe,lo.
Lo sabana. Óleo.
1992 , &cuelo do lo
So9.0na,
Eduot111.,
N
~ l!Jt-o-
·--
_'}<\~dcl<!,;>!o. ~. .,...,..
lli>rJc>NI,
J 9!1(1
,'-=
V óom,do floñ,;fn.
Haciendoel Congre-
so, "1'1ede Tét1}o,-
Cu,,di,,~mol"CO
Fotografío·
Cario$ Molino

Not icias de un lejano país

V
amoscaminodeTarare-<lijoPay-
san halando la trailla.

Dieron un salto sobre los anos y encon-


traron al doctor Véricel instalado en un pe-
quel\o laborator io, con su 1nlcroscoplo. El
joven veterinario ya tenia en la mirada el
fuego del científico capaz de descubrir los
detalles para resolver los misterios. La vida
allí era sencilla, casi bucólica: las vacas le-
cheras de ojos dulces, los pacientes bue-
yes y los pacíficos caballazos de tiro eran
sus pacientes ocasionales. En Tarare se materializó el an1or que
siempre le perseguía cuando se encontraba con la ternura de las
hadas. Una n1ai\ana de mayo. entre un zumbido de abejas enlo-
quecidas por el exceso de flores, llegó a buscarle sieur Jean Jac ·
ques. un campesino angustiado:

- Doctor Véricel, mi Violeta se muere-dijo el hombre , de cuer·


po menudo y bigotes largos como los que Claudio solía ver cuando
·en la infancia se le aparecían los cazadores celtas.

35
-En ese caso necesita consultar un jardinero - respondió Vé·
rice( tratando de tranquilizarlo y sin ninguna intención de burlar·
se.
-Por favor, doctor, venga conmigo, Violeta es mi vaca lechera.

Claudio Véricel tomó su ma letín de emergencias donde siem ·


pre cargaba elixires para calmar los dolores, ungUentos antllnfla ·
matorios, vendas y tablillaspara lijar fracturas, algunos instrumentos
básicos de cirugía y el fonendoscopio . Siempre le maravilló la inte·
resante descripción encerrada por el griego en este aparato: pho-
né, era oír, endos, por dentro y scopéi, mirar; gracias a ello era
posible "ver en la mente el paisaje de lo que se escuchaba por
dentro". Para Claudia Véricel era como si contemplara, gracias a
los sonidos reproducidos por la membrana vibratoria del aparato
en contacto con la piel y llevados hasta sus oídos por los auricula-
res, la in1agen de los emisarios de la dama gris deteniendo el paso
normal de las palpitaciones de un corazón, o bloqueando la circula·
ción del aire en un pulmón, o retorciendo con el dolor de un cóllco
los intestinos de los animales enfermos.

Violeta enamorada se había salido de su establo en la madru·


gada de primavera probando la libertad. Un gran toro celta la lla·
maba con el mugido ronco del macho desesperado de tánto po-
len y hadas y mariposas en el aire, que le pedían a gritos dejar su
semilla en un vie.ntre femenino. Violeta escuchó el reclamo y por
dentro sintió en su cuerpo que ella era la elegida para que entre
los dos crearan un nuevo ser que disfrutara primaveras. La vaqui·
lla dijo "sí".

Con sus cachitos redondos, abrió las portezuelas de su esta·


blo, aún bajo la vigilancia de las últimas estrellas y el primer canto
de los gallos. Salió al camino, en busca de la co lina donde brama·
ba su enamorado. 8 toro romp ió la cerca y lue a su encuentro aspi·
rando el aire con la nariz levantada y bebiendo en él los aromas
primitivos que la brisa le traía, junto con e.l po lvillo de amor que
,¡sparcen las hadas con la sal de lejanos mares , la dulzura de las
flores y la orquesta de todos los pájaros cantándole al amor .

36
Hasta mediodla se regocijaron en los retozos de primavera cuan-
do llegó el dueño del toro , espantó la vaca, reparó la cerca y devol-
vió su animal al establo llevándolo de la nariguera. Violeta estaba
tan Uena de amor y tan embriagada por la libertad, que se sintió
capaz de cualquier cosa cuando su cuerpo le recordó que tenia ham-
bre. Pasó por una casita donde no había nadie; solamente unas
piezas de ropa se agitaban en las cuerdas del patio balanceándose
llenas de po len y de inquietas mariposas que bailaban con la brisa.
Entró a la huerta atraída por los retoños de las hortalizas que cre-
cian en las eras con toda la fuerza con que la tierra canta a la vida
después del silencioso y dormido espacio del invierno. Violeta co-
mió hasta que I<?<?ntr6mi<?doal V<lrque anoch<?ciay <?ntonc<?s, con
un terrible sentimiento de culpa, salió de nuevo al camino y se fue
en busca de su casa . Cuando llegó, ya las primeras estrellas pinta -
ban en el cielo y su panza empezaba a dolerle.
¡Cómo mugió la pobre Violeta durante toda la noche! Al ama ·
necer , su vientre estaba como un tambor a punto de reventar y no
se podía levantar, los ojos enrojecidos se crispaban ante la pre-
sencia de la señora de gris parada en la puerta del establo, con
esa paciencia que la suele caracterizar , diciendo que el an1or y la
muerte eran la misma cosa.
Síeur Jean ·Jacques , con la primera luz del dia se fue a buscar
al nuevo doctor de animales que le dijeron había llegado hacia
pocos días a Tarare. Con él volvió en su cochecito arrastrado por
un viejo caballazo de tiro, que ga lopó Incansable a la ida y al regre-
so , no sólo por el cariño que tenia a su amiga Violeta , sino porque
había visto la dama gris en la puerta del establo.
Eso indicaba la gravedad de la cosa y consideró que si la vaqui·
lla había sido llamada por el amor, no merecía morir. El aire del
estab lo estaba helado por la presencia de la muerte. Véricel en·
tró, examinó la vaca con el vientre a punto de reventar y diagnos -
ticó:
-Estás timpanizada , Violeta. Debes haber asaltado alguna huer·
ta y todo lo que comiste ha hecho una fíesta de gases dentro de tí.

37
Claudia el víejo, sentado arriba del es-
tablo, entre las pacas de heno , con su fiel
amigo Paysan echado a su lado, lo recor-
daba perfectamente, porque ese día tam-
bién la primavera le había puesto un hilo
de oro en el corazón . Pero antes iba a
tener una batalla.
En efecto, el joven Veterinario abrió su
n-.aletíncomo si luera un duelista escogien-
do arma para batirse en esa mañana tem -
pranera de mayo . Miró su instrumental y
sacó un estilete alargado y hueco , levantó
la mirada y percibió el escalofrío que Je co-
rre por el espinazo a la muerte cuando siente que va a perder una
víctima.
-Agua y jabón , vamos a limpiar el costado de Violeta y la des -
inllamos -dijo el duelista mirando a los ojos a la dama vestida de
gris, sin miedo , porque no era la primera vez que la enfrentaba .
Sleur Jean Jacques se asomó a la puerta de l establo y transmitió
la orden . Minutos más tarde apareció Jeanne y el corazón de Clau·
.dio dió un brinco de amor. Estaba también lleno de po len, de alas
de mariposas y polvillo de estrellas abundantemente regado, ha -

38
• •

, --
bía pr imavera con generosidad esparcida
sobre su corazón y sobre el de esa rubia prin-
cesa de largas trenzas y clara piel de un
pueblo pastor celta , embrujo de las galias .
La mue1te no tuvo otra opcíón que la
retirada cuando el doctor Véricel buscó con
manos hábiles la fosa ilíaca izquierda de
Violeta, ese triángulo que se forma entre
la última costilla, los bordes de las vérte-
bras lumbares y el ala del hueso de la ca-
dera . Allí lavó la píel, afeitó un espacio del
ta.maño de una moneda grande. con el bis-
hni hizo una incisión de dos centímetros y
aplicó la afilada punta de l trócar -que era como se llamaba su esti-
lete-.

-Aguanta Víoleta , que todo tíene un prec io .. . -Y con un


so lo movimiento ágil empujó el alma del instn,mento , que atrave -
só las envo lturas in testinales y penetró en la panza , donde los
gases hacían una dolorosa presión . 8 aire del estab lo se llenó con
ese olo r a h ierbas machacadas y fermentadas que tiene por den -
tro la panza de las vacas y Víoleta se desin fló como un globito
pínchado, quedándose del lado de la vida por muchos años más.

39
El doctor le formuló un elixir para normalizar la función del
intestino y evitar la presencia de más gases y le dijo a sieur Jean
Jacques que vendría al día siguiente a verificar el estado del ani-
mal. Regresó como la había prometido , con 1.,absoluta seguridad
de que Violeta estaba bien, pues realmente iba era a visitar a
Jeanne. Fue a formularle poemas en griego y en latín, a decirle
que durante toda la noche las hadas de la primavera no lo habían
dejado dormir pensando en ella y que no iba descansar hasta el
fin de sus días si ella no lo aceptaba, pues sus amigas de los bos-
ques le habían revelado que ella era un hada celta escondida en la
piel y las trenzas de la campesina de Tarare. Las visitas se formali-
zaron y Claudio y Jeanne se casaron. Casi al tiempo y cerca del
comienzo de año, nacieron Violetina, la hija de Violeta y el gran
toro galo, y Jeannette , la híja de Claudia y Jeanne , el hada celta.

La niña tenía cinco años y ya amaba los animales y se comuni-


caba con ellos como lo hacía su padre, cuando vino al consultorio
un hombre delgado, sabio conocedor de las plantas de diversas
latitudes, que hablaba el francés con un dejo académico y elegante,
pero que dejaba transparentar en la diccíón su origen americano .

-José Gerónimo Triana, botánico, cónsul de Colombia en Fran-


cia -s e presentó.

-Ah, Colombia, tierra de palomas -fue el primer pensamiento


que se le vino a la cabeza, mientras hablaban de las hierbas que
causan el sueño, como mimosa púdica, la adormidera, la tímida
que se cíerra al toca.ria y es capaz de inducir el sopor; de bellado-
na, la bella señora de los campos con flores acampanadas, que
pueden calmar los dolores del cólico. Finalmente, en el espacio
de un silencio mutuo, expresó la razón de su visita:

-Vengo a extenderle una cordial invitación a nuestro pals, en


misión oficialde mi gobierno, donde no existe la medicina veterina-
ria. Usted me ha sido recomendado por la Escuela de Lyon, donde
tuve la oportunidad de ver la excelencia de su desempeño académi-
co. Por otra parte, me informa el director de la Escuela que es usted

40
una persona particularmente interesada en la investigación bacte·
riológica.

El cónsul Triana expllcó a Claude Véricel que había recibido ins·


trucciones de carácter urgente de don Juan de Dios Carrasquilla,
Ministro de Instrucción Pública de Colombia. Era imprescindible
conseguir un investigador veterinario para aclarar una incertidum ·
bre referente a la salud pública.
- De un tiempo para acá se han presentado una serie de extra·
ñas malformaciones en los intestinos de animales sacrifícados para
el consumo de los habitantes en la capital. Algunos médicos sospe-
chan que puedan ser nódulos de la tan temida tisis, la tuberculosis.
¿Vendria usted a nuestro país, doctor Véricel a Intentar resolver el
enigma?

-El pri.mer sentimiento que llegó a mi corazón, ahora lo re·


cuerdo con claridad, íue el de unds in,nensas ganas de viajar por
ese mundo desconocido que el señor Triana me describla, hacién·
dome ver con claridad las verdes montañas del trópico , los rios
torrentosos , turbulentos y bordeados de selvas, en cuyas orillas
dormitaban ahítos los caimanes -deda Claudia el viejo mirándo-
se a sí mismo en el momento en el cual Véricel el joven aceptaba
el ofrecimiento y decidía emprender viaje.

-Cuente conmigo, sleur Triana , para ir a ese lugar de palomas


silvestres.

-Conmlgo también puede contar -afirmó el perro Paysan lle-


no de luz.

41
Gonzalo Arizo, Camino de Son Jauier, Acuarela 1967.
Forogroflo: Osear Monsof11e

42
a . . : .s '!br.,... _...,._
- .... ·.t.:..,- .

Los Andes tienen el


color de la primauera

e !audio Véricel preparó concienzu·


dan1ente su equipaje. Empacó su
microscopio, el ins1rumentalde di-
agnóstico, recipientes y laminillasde vidrio
para la toma de muestras y los colorantes
para fijarlas - verde de malaquita. violeta
de metilo, azul de gram, la celeste fuschi-
na y la roja eosina-. Llevó además algu·
nos libros básicos de ciencia veterinaria .

El viaje a Colombia se le presentaba como lllla oportunidad de sa·


carse del ruma lll1 dolor profundo, causado por la pérdida de Jeanne ,
su hada campesina de Tarare, quien falleció cuando su pequeña hija
tenia apenas tres años de edad. Estuvo listo para partir cuando el
invierno era loclavia un paisaje de árboles deshojados y campos
solitarios recorridos por el tren que atravesó la Francia en un lige·
ro arco desde Lyon hasta el puerto de Saint Nazaire, sobre el Atlán·
tico. Allise embarcaron Claudio, su hijita Jeannette y el fiel Paysar,.

-Já, recuerdo mi cara de perro desamparado flotando en

43
medio de l Atlántico; si no fuera por tu mano tranquila y los abra -
zos de Jeannette , no habría podido soportar la travesía.

-Asf es , alll van1os -dijo Claudlo el viejo caminando tran-


quílamente, agarrado de la correa de Paysan , al lado de la espesa
columna de humo negro del transatlf1ntico que cubría la ruta Saint
Nazalre-Pointe-á-Pílre, en la Guadalupe . A los 15 días divisaron un
mar de tonos verde esmeralda , aguamarina y naranjas de cobres
derretidos al atardecer. Brisas tibias tralan músicas nuevas y des-
conocidas. A finales de mayo llegaron a un enorme río de aguas
amarillas cuya desembocadura formaba una colosal rompiente
contra las olas azules del Caribe. donde se deslizaban raudas las ale-
tas de gigantescos tiburones ahítos de comer desechos en medio
de la palizada flotante. Los espíritus del Ródano y el Saona se da ·
bñn la mano con los dioses indígenas del Magdalena y de l Cauca .
Se saludaban y ponían bajo su protección aquel hombre de cora-
zón enamorado que comprendía que había llegado para dejar huella
y cumplir grandes designios. Aguas arriba llegaron a una ciudad
levantada sobre los barrancos que mordían la corriente y le daban
su nombre: Barranqullla, también llamada La Arenosa debido a las
frecuentes e incómodas ráfagas que levantaba el viento al soplar en
torbellino por las calles destapadas, sumidas en un sopor infinito.

-Recuerdo que aqui dije que íbamos a tener mucho trabajo


cuando vimos cómo trataban los burritos -dijo Claudio el viejo,
mirando con extrañeza de primera vez la gente montada con las
piernas cruzadas, puyando los animales con una varita que termi-
naba por hacer les profundas heridas. Allíle empezó un desencan ·
to en el alma, que fue creciéndole a lo largo del viajey que solamente
podrla quitarse con la ayuda de sus amlgos de luz, que ahora se
dirigían hacia el embarcadero de las naves íluviales. Enseguida trans-
bordaron al vapor Victoria, que los llevaría hasta Honda en un
recorr ido de varios dias. El capitán los recibió con simpatía, ha-
blando un francés de puerto , aprendido con los viajeros galos que
venían en viajes de negocios a estas recién nacidas repúblicas.

·-¡Ah! Cómo recuerdo el Victoria-dijo Paysan mirando des-

44
de arriba uno de los barcos más rápidos y lujosos de cuantos na-
vegaban el Gran Río. Eran vapores de tres pisos: en el primero
estaban las cocinas, el alojamiento de la tripulación , el depósito
de leña , la caldera y las máquinas que hacían girar las inmensas
ruedas de paletas que movían la nave. En el siguiente piso esta-
ban los camarotes y el comedor para los pasajeros. En la tercera
cubierta, estaba la cámara del capitán y el cuarto del timonel, con
su enorme rueda de timón.

-Los vapores podían ser hermosos , pero eran bestias que de-
voraban los bosques de las orillas de los rios -a firmó Claudio el
viejo, recordando con un esca lofrío aquellas paradas tan frecuen-
tes a recoger la madera que les servia de combustible. El buen
observador comentó al capitán del barco que ese exagerado con-
sumo de troncos acabaría con las selvas,ocasionando el desmadre
del río.

-Nunca va a pasar, América es inagotable. No importa cuánta


leña se saque. siempre habrá selva -respondió el viejo lobo de río.

Véricel se quedó en silencio, pues no entendía cómo en este


continente tan lleno de vida la dama gris se manifestara con tanta
fuerza destructiva. Cada dos horas el barco se detenía a devorar
como una bestia insaciable los bosques talados, en forma de leña
para alimentar la caldera. En zonas inundadas la recolección se
hada con el agua a la cintura y era frecuente encontrar víboras
entre las astillas y rayas en el barro, que causaban dolorosas heri-
das y terribles infecciones.

-En estas latitudes se muere con la misma despreocupación


con que se vive -pensaba Véricel contemp lando los marineros
adormilados por la fiebre al lado de las hornallas alimentadas por
los candeleros que entonaban las cadenciosas canciones hereda-
das de los esclavos negros. La salud estaba en peligro constante,
no solo por la posibilidad de adquirir las liebres transmitidas por
las picaquras de los mosquitos, sino por el contagio de la dísente-
ria. A los viajeros se les recomendaba calmar la sed con agua her-

45
vida o licor, pero sin abusar, para mantener un espíritu sereno.

- ¡Qué dificil fue habitua rnos a la comida! -Dijo Paysan re-


cordando ese potaje espeso. llamado sancocho, donde todo estaba
revue lto: carne sa lada y dura junto con lentejas, fríjoles y plátano
asado. coc ido, frito en medallones llamados patacones. o en tojo·
das.

La pequeña Jeannette se volvió la conse ntidá de los marineros,


quienes en las noc hes le mostraban las mágicas luces de los duendes
y las candilejas, que ven\an a visitarlos via-
jando con las estrellas fugaces. las noctilu-
cas del Caribe, las lucién1agas y los cocu-
yos de las cantarinas selvasamericanas. Esos
hombres recios, de sonrisa constante impre-
sionaron a Véricel. Susp ieles brillantes, que
forraban una muscu latura digna de los
bronces de Rodin, eran capaces de sopor -
tar sin inmutarse las nubes de mosquitos.
Dormían desnudos sobre la cubier1a,en me-
dio delsopo r de la noche húmeda, sín per-
der ni un ápice de su alegria y su sonrisa
franca de comedores de pescado. Han ad-

'

..

46
:

quirido la resistencia, en sus cuerpos debe


haber algo que los protege de las fiebres,
anotaba en su cuaderno de viaje.

Remontaron lentame nte el Gran Río


de la Magdalena, cuya vegetación parecla
competir en busca de la luz. trepándose
tallos, ramas. bejucos y enredaderas en una
carrera hacia el sol. Mil pájaros cantaban
a la vida. desde los melódicos turpiales que
parecían destilar oro en la garganta, has-
ta las destemp ladas guacharacas y las es-
tridentes guacamayas multicolores, con co-
lores de bandera, de cielos y de soles.

-Canto de vida por todas partes, centenares de años en órbo·


les Inm ensos, en caracolíes como catedrales, en cedros gigan·
tescos, en altivas palmeras y esbeltas guaduas de follaje sutil
como s i fuesen enormes plumas vegetales. Descubro este mun·
do maravilloso a medida que aprendo sus nombres e indago
acerca de su descripción, pero entre m6s parece lucir la vida.
más se obstinan estas gentes en tratar de acabarla, anotó en su
tuade rno de viaje.

47
Véricel, el joven veterinario , se refería al macabro espectáculo
del paso del barco de vapor por las proximidades de los playones
donde dormitaban ahitos los caimanes, atragantados de peces en
la época llamada de subiendo. Era un desfile rio arriba, hacia los
afluentes cristalinos, donde desovaban las hembras en una danza
de la fertilidad. Esa columna de vida alimentaba nutrias, zorros y
hasta jaguares que manoteaban desde la orilla hartándose de los
bocachicos que brincaban desesperados en la arena caliente. En
esos playones los saurios recibían el sol con las fauces abiertas
mientras diminutos pájaros inquietos les limpiaban los dientes.

- Entonces pasaba el barco con una


carga de muerte innecesaria , deteniéndo-
se frente a la playa -decía Véricel el vie-
jo a Paysan de luz. viviendo otra vez el ins-
tante que tanto le había horrorizado cuan -
do lo contempló por primera vez. El ca-
pitán del barco ordenaba detener la mar-
cha y pedía a su segundo de a bordo que
instalara la mesa en la tercera cubierta,
lo cualconsistiaen colocar las armas a man ·
teles para el macabro polígono. Desde la
nave disparaban con carabinas Winches·

48
. ,

ter, Spence r y Remington hacia una pla-


ya de arena blanca donde reposaba n los
caimanes adormilados, desconcerta dos
con los que, nonazos que llenaban la playa
de cadáveres.

- iEslán locos!-Exclamaba Véricel-.


¡Cómo pueden ser capaces de semejante
atentado a la vida! Si ni siquiera aprove-
chan las pieles. Un día van a desaparecer
los caimanes.

-Eso no se acaba n doctor, América es


inagotable y además son una plaga: se con1en los pescadores -
respondía el capitán del barco sin dejar de disparar.

Claudio el viejo comp rendió que esa ceguera enrumbaba todo


un país por mal camino . Paysan gruñó y mostró los dientes en un
gesto de furia cuando vio a la dama de gris en medio de la cai-
manera seña lando a los que morirían antes de cump lir todo su ciclo
de vida. Los señaló a todos, para dolor de Véricel. Esa noche des-
cendieron luces fatuas a llevarse los espíritus de los anima les muer·
tos y la selva los Doró con el silbido de los tap ires. el quejido de los

49
uúnos y la ronca rabia del Jaguar. La madremonte y el mohán
perdieron desde entonces la sonrisa y prefiguraron un futuro tris·
te para las selvas de l Gran Río.

Así prosiguieron el viaje hasta que el Magdalena empezó a en·


cajonarse entre las montañas donde se asienta Honda. AJII se for·
maban los chorros, rápidos violentos que debían ser pasados con la
máxima presión de la caldera. Remontaron los chorros de Gua1in6
y El Mesuno frente a Caracolí, hasta alcanzar en la margen dere·
cha las bodegas de Bogotá, punto final del viaje por el río. Ha ·
bían gastado quince dias desde Barranquilla y todavía les faltaba
un tramo largo por tierra.

Colmdndel mc19dolc110
Acuaretas de Mark , Lrtogro/fa Arro. 8ogol6 , 1992

50
<Ptlénte .sobre cJ rlo
Guolf, en honda.
Acuarelasde Mork,
Arco.
l.,.lrogm/lcr
Bo¡¡o16,J992

de "1~mpru.
Ca,t~~
<feHt,'SÍd~
Colombiav t.knczue-
lo, Tomo 11,VI/legas
&//rores.8ogot6.
1994

,·r
Co lom bia es m i pa lomar '
• •1,;•
\• ¡.''.
an Bartolomé de las Palmas de

S Honda habla sido consagrada por


la Corona Española como ciudad
muy noble y muy leal. Conservaba ras-
'r \. '
.,_ ' ..
'' J•

gos de plaza fuerte enclavada en la con-


fluenciadel rio Gualícon el Magdalena. Sus
casas se trepaban en la montaña forman-
do un laberinto de recovecos propios para
la emboscada en caso de una defensa des·
esperada . Vérlcel el vieío se adelantó para
subir la empedrada Calle de las Trampas
hacia la fresca ca·sona de don Alberto Ro·
driguez y su esposa doña Oiga Rojas, quienes hablan sido enco-
mendados personalmente por el minislTopara atender al científico
como a uno de la famil ia.
La casa tenía su frente hacia una calle del barrio E/ Alto, mien·
tras la parte trasera miraba hacia el borde de la loma donde reci·
bia la brisa que mante nla frescas las habitaciones. Dos grandes mir·
tos sombreaban un palio interior. fresco espacio de conversación
donde los helechos y las orquídeas se encargaban de hacerlo aú n
más agrada ble. Se ntados en mecedoras de Mompox, conversa ·

51
ron mientras calmaban la sed con fresca limonada preparada con
agua de tinaja , filtrada en una piedra porosa llena de musgo. Ex-
celentes anfitriones, don Alberto y doña Oiga le tenían preparada
una habitación a Claudia y a la niña , así como un cuero de res a
Paysan para que pasara la noche.
En Honda reposaron dos dias para recobrarse del fatigoso via-
je . Recorrieron los alrededores de la ciudad, que resplandecía de
vida en los colores inverosímiles de las veraneras y las frutas de
sabores siempre nuevos, que conquistaron el corazón del Joven sa-
bio. A la madrugada deldía siguientecruzaron el ríoen canoa, cargados
con todo el equipaje, para iniciar la travesía en mula hacia la capital.
Lasbestias estaban listas desde muy temprano y la primera impre -
sión que tuvo el joven veterinario al contemplar el conjunto de
anima les de orejas caídas y cabeu,s gacha~. era que hablan sido
amansadas a palo, quebrantadas sus voluntades a rejo. Sabia sen -
tirlo en el aire, como si le fuera dado contemplar el aura de los
seres vivos y parcibir el sufrimiento.
-¡Ah! Todavla recuerdo que en ese momento mi venida al
pals se puso en peligro - recordó Claudia el viejo, sentado arriba
de la talanquera del corra l empedrado donde dormitaban las acé-
milas. Cuando me dieron la mula Medalla, según mi costumbre, yo
le revisé no solo los aperos sino su estado ganeraJ. De inmediato
sentí el olor acre de las heridas infectadas . Enormes moscas azu-
les zumbaron cuando levanté la gualdrapa debajo de la silla de
montar y vi la huella nítida de los dedos de la dama vestida de gris
en ese pobre animal. Puse el grito en el cielo. Dije que no sopor-
taba la inhumana forma de tratar las bestias. Desde Barranquilla
me do lía el alma por los pobres burros , por los caimanes y ahora
ésto! ¡No más misión oficial! Grité que me regresaba a Francia.
Don Alberto ordenó de Inmediato conseguir bestias frescas de
su propia hacienda y garantizó peones de su entera confianza
para que las cabalgaduras fueran bien tratadas. Véricel mientras
tanto curó no sólo al animal herido sino a todos los de la partida
que se enc-0ntraban en estado semejante. Después de eso decidió
continuar el viaje.

52
1 - Fuimos nosotros quienes redlmente hichnos Cd1nulc1rde
parecer di doctor -dijo Paysan con una sonrisa a Claudio el viejo,
cuando ayudaron al azar a convertirse en destino. Transformados
en la luz secreta de la vida. los dos amigos entraron en el corazón
del joven científico y le mostraron cuán grande era el camino que
debía recorrer. No sólo para dejar una huella en la vida, sino por ·
que su ausencia significaría demasiado dolor e infinita tristeza: seria
como dejar el campo a merced de la dama vestida de gris que ace-
chaba la vida. Claudio el joven leyó la súplica en la mirada de los
animales Indefensos ante la crueldad de los arrieros , el azote de
los zurríagos, la ardiente marca de los rejos y el golpe de los bor·
dones de durísimo guayacán que llamaban perreros .

Ya reconciliados con la vida, Iniciaron el viaje por los empe-


drados caminos de herradura, que hablan sido las .:intiguas rulas
comerciales de los indigenas . Por esta senda los feroces pijaos Inter·
cambiaban algodón, pescado, pieles y carne de anima les montara ·
ces por la ,,.,1y las es,nc,aldas de los pacifico:. c.hilx:h"" del c11li¡)ki
·
no. Los indígenas cayeron bajo el hierro de la espada española y
sus caminos eran ahora transitados por las caballerías europeas .

Ascendieron la cordmera lentamente , al paso cuidadoso de las


,nulasde linos cascos. Desdela montaña del Alto de la Mona se divi·
saba majestuoso el río Magdalena como una cinta que reflejaba el
sol en los anchos meandros de su recorrido por el fértil valle vigi·
lado por altivos volcanes nevados, rodeados de selvas Infinitas.

Hicieron un a lto para descansar en un lugar sombrío llamado


El Consuelo . i,~nas un sucio rancho techado en hoja de palma ,
con un circulo interior que servia de anfiteatro Aavio para las pe-
leas de gallos finos, donde la sangre corría violenta, no sólo entre
las aves sino entre los espectadores. cuando a la menor desavenen ·
cla plateaban a l aire los cuchillos de los arrieros y los ,nachetes de
los caminantes. Rumbo a Guaduas la vegetación selváUca forma·
ba un toldo unido e impenetrable sobre el comino, con la hun-.e·
dad constante de las cascadas que bajaban de la monta,,a entre
piedras tapizadas de helechos y de musgos .

53
Eran lugares propicios para las hadas y los seres fantásticos
que llenaban el continente a1nerícano. Extraño país este, pensaba
Véricel, donde en los barrizales del camino se encontraban cara-
vanas de indios llevando un piano europeo, que a veces se desba-
rrancaba -con estrép ito de resortes y clavijas- hasta el fondo de los
abismos donde se amontonaban en el silencio los huesos de hom-
bres y animales.

Descendieron hacia el 1rctl le donde se asenldbd Guc1duc1s,ciu·


dad trazadaa la española, sobre una cuadñcula a partir de una plaza
cenba l, ainplia, desprovista de árboles y con
una fuente púb lica en el centro. Alrededor
de la plaza estaban la iglesia, la alcaldía, el
cuartelillomilitar y las casas de los notab les.
Pasaron una noche agradable en el Hotel
del Valle y al día siguiente retomaron ca-
mino hacia Villeta y Agualarga . Enel Alto
del Roble divisaron por primera vez la saba-
na de Bogotá, como un inmenso lago pre-
histórico que cambiara sus aguas por el ver-
de manto de los pastos y los bosques.

De ahí en adelante el camino hacia la

54
ciudad fue directo, en medio del agradabl e clima de un sabanero
día despejado . Ese 12 de junio de 1884 Véricel se maravilló con
los mil verdes tonos de la vegetación, la sumisa dulzura de los
campesinos del altiplano y el aire transparente que se le antojó
semejante al de su Francia natal, con la ventaja de tenerlo durante
todo el año. Sintió que había encontrado un hogar y que su vida
tenia un sentido: servir a la humanidad .

Claudio el viejo y su perro de luz estaban felices al ver la felici-


dad de Claudio el joven , pues desde el mo,nento de su llegada los
anima les salieron a mirarlo: los caballos
de arrastrar el carromato de pasajeros lla-
mado el autobús, los uncidos en parejas a
coches de las familias elegantes , las mulas
de carga , los pacíficos bueyes que arrastra-
ban pesadas carretas de ruedas enormes,
los burritos feos y velludos de los aguate-
ros, los perros finos de los cazadores , los
gozques de los muladares , los caballos alti-
vos que tascaban, espumoso, el freno de los
hacendados orejones , las vacas lecheras ,
los ganados cimarrones de la Conejera,
los cerdos zungos que caminaban por la

Rptiiórr ÍOl"re8 /\
Ménde8.;
'Comíoodtt montaña .
C.rbon<lllo y t<lpl•
!:-....
,\~~1~r - 1orlal
~~6 .&j .
., ,:,¡ .
RotE"'1
· 1'1
·1om,s >
Bc1r¡ero. Corbon
·
. ciltb ópl• .de.POlo<
Cuacl ~ con!'ilum~ .. .
' • bre.scolom~Orl0$ , •'
14it1<1tiot
Cl'fl'JI!>{. •
Sb{¡o16,,.¡.
·-
55
selva aprovechando la frescura de la n1añana y la sabiduría del
porquero.

Volvían la mirada hacia el camino, desde la alta distancia de las


montañas. las ovejas de los páramos, las cabras de los eriales y las
monturas de los ejércitos que ollan la muerte en la guerra ... todos
los animales vieron pasar a Claudio y a Paysan como mensajeros
de la vida y le dieron las gracias por haber venido y por eso a su
paso cantaban con estruendo los gallos anunciando que ahí iba el
hombre que era su amigo, que era el hermano de todos ellos:

-¡Ahí va Claudio, es el amigo de los anima les! ¡Lo anuncian


las hadas, los esp íritus del ria y la montaña, le da la bienvenida el
hojarasquin de monte, le regala su luz la candileja!

Y se arremolinaron los rebaños acercándose curiosos a la ori·


lla del ca,nino Real que iba desde Facatalívá -donde yacían los
zipas en un cercado de piedras sagradas-, hasta la ciudad de don
Gonzalo Jiménez de Quesada, fundada hacía casi 350 años.

Entraron por Puente Aranda y San Victorino. La calle estaba


llena de indios y en la fuente del centro de la plaza las mujeres re·
cogían agua usando una cana hueca con un cuerno en el extremo.
Casi todos vestian lo mismo: camisa blanca de hilo, falda de paño
oscuro llamada sayay sombrero de paja, los hombres usaban pon·
cho corto y pantalones anchos. Bogotá ~ra una ciudad de calles
estrechas, rectas, de piedras sin pulir, con un canal en el centro por
donde corria un arroyo que arrastraba las basuras y los excremen·
tos hasta un caño más grande, donde se amontonaban las basuras
y en ellas los gallinazos. Vieron casas con balcones de clara heren·
cia granadina y andaluza , con puertas enormes de madera tosca.
Pasaba gente transportada en sillas de manos, bajo la luz de faroles
de ace ite, que eran encendidos por la tarde, haciéndolos descender
al soltar una cuerda anudada a una argolla.

La plaza principal era un cuadrado de una manzana de exten·


sión, sin un árbol, sin bancos, frío y desierto. En el centro había

56
una estatua de Bolívar, que Claudio Véricel, el joven veterinario se
quedó mirando por un insrnnte y le pareció que en las adustas
líneas de su frente había algo que tenía que ver con la soledad del
poder y la ausencia de los sueños. Claudio el viejo, con su perro
de luz atado de la trailla sí podía entender ahora lo que ese dla de
1884 fue apenas un ramalazo de tristeza:
- Es cierto, estoy solo y estoy triste -d ijo Simón Bolívar sa-
liendo como una silueta de luz de su propia imagen de bronce ven·
go de visitar el futuro y me parece que la patria ton1ó u11rumbo que
no es el que yo habla soñado para ella.
-Excelencia, cuente co11nosotros para contribuir a no dejar
,norir sus sueños, cuente con la vldd, cuente con todos aquellos que
han de venir para construir un mundo mejor, donde la patria que
usted soñó sea pan en cada boca, sonrisa en cada niño y futuro en
cada hombre -r,ispond ió Claudio el viejo, poniéndose la mano
derecha sobre el corazón.
-Gracias doctor , ya tuve un patr iota Véricel entre los volunta·
rios franceses que apoyaron mi causa y ahora llega usted a conti·
nuar ese amor en esta tierra. Le nombro desde este momento
Gran Mariscal de los Andes y le otorgo mi fuerza para la lucha
que muy pronto ha de librar contra los enemigos de la vida -dijo
Bolívar en el francés perfecto que habla aprendido en los elegantes
salones de Parls. Con un abrazo se despidieron y el perro Paysan
de lu1.haló la traílla rumbo a la pensión de la señora Margare! Price
de Bowclen, situada arriba de la plaza, donde los funcionarios del
Ministerio de lrlstrucción Pública habían arreglado el alojamiento
del doctor Véricel. Quedó instalado en una cómoda habitación en
el segundo piso, cuyas ventanas daban a la calle.
El sol del ocaso ti.ñó el cielo con el arrebol de los venados. Clau
dio Véricel contempló el lento declinar de la luz, alzó en sus brazos
a la pequeña Jeann ette, acarició el cuello de Paysan y les dijo bue-
no, hemos llegado.
-S í señor, aquí estamos todos -d ijeron al tiempo y suspiran-

57
do Claudio el viejo y su perro fiel, los dos hechos de luz, los dos
con fundidos con los últimos rayos del sol bogotano. Suspiraban
porque sólo ellos podían ver que el espectro de la guerra tomaba
forma , opacando al esplritu de la ciencia.

Entr(!doa Bogotó por &m Vfcrorfno,Monvel Mor(oPo~. 1855. La rutode Humboldt


Colombia v \knauetn, Tomo 11, Villegas Fdltores , l3ooo16. l 994

58
< Gustln,
El Humllfadero ,
la \krocru~ v Son
Fmncisoo. en Bogo,<!,
As~1.rola sobre~~l. ~
lll.(_6. Museo ~ru e
de :Jvllo, ~ "l!
~! ,.,'("
)
V Cloude Vérlq~I
orendtendoo sus .,.
cl{tmtc:,u11to CllukO
~ lerinarlo ~

La const .rucción
. de la
crenc ra
... - sta es la quinta De Ninguno Por·
- te, aqul en la carrera 12 con calle
'- 4a, mi estimado doctor , nos la
arrendó don Alfredo Valenzuela. Como ve,
liene un pequeño patio interior -haced pa·
tlo, y si os queda espacio, haced casa-, de-
cían los españoles. A él dan las habltac lo·
nes y luego hay un zaguán hacia otro so lar
más grande, con estab los y caba llerizas,
que muy bien podrían servir como hosp i-
tal veterina rio. ¿Qué tal, m.i doctor?

- Para mí estaba perfecto el sitio -dijo Claudio el viejo a su


perro de luz. mirando desde los altos aleros de tejas de barro- ,
este barrio de Santa Bárbara era el limite de la ciudad, muy cerca de
los cam inos que ya se abrlan al campo, de manera que no sólo era
fácil salir a la campiña sino que facilitaba el acceso de los animales
enfermos a la clínica .

Véricel el joven agradeció al doctor Ju an de Dios Carrasquilla,


· ministro de Instrucción Pública , ese lugar en donde eíe rcer prime -

59
ro que todo la actividad de investigación y luego la docente. El
país necesitaba formar veterinarios, pues la salud pública esta ba
al garete, a merced de los avatares con que la dama gris le hacia
zancadillas a la vida.
Una vez instalado, el doctor Véricel aprend ió las palabras que
sin tener raíz griega o latina se incorporaron a su corazón con el
sello de América: botalón, la horqueta enorme donde se amarran
los animales para librarlos del do lor a pesar del miedo que sien-
ten; la palabra coyunda, que es la cuerda de lique, cuero o crin
trenzada, que acompaña el .cabestro de las cabalgaduras y sirve
para dejarlas amarradas cuando el jinete se detiene en medio de
su jornada, a la sombra de un árbol de tierra caliente que se llama
campano y que suena con el tañido de las chicharras durante el
dla y alumbra con la luz de la luciérnagas du rante las noc hes del
trópico.
Aprendería palabras traídas desde las lejanas llanuras de orien-
te donde se criaban los ganados cimarrones, que se llamaban cochi·
lapos cuando no tenían marca de hierro al rojo, que sesteaban en
las n,atas de monte donde florecían árboles de nombres nunca
an tes oídos con10 guarataro, merecure , camoruco y cara-caro.
Un universo nuevo para todos los sentidos, un campo abierto pa-
ra la vicia.
Claudio el viejo y su perro de luz recordaron con un poquito de
nostalgia aquellos dias en los cuales el viajero francés sintió una
pena profunda, que por entonces en su diario llamó lo tristeza,
paradójico, de los hermosos lugares.
-No podías entender por qué estabas triste en un país tan her-
moso y fue por eso que tuvimos que estar los dos metidos en tus
propios suenos para darte fuerza y hacerte entender que en la vida
ninguna lucha es fácil -<l ijo Paysan halando suavemente de la co-
rrea para sacar a Claudio el viejo de ese resplandor opaco de los
recuerdos tristes que querían quitarle la sonrisa al revivir los duros
tiempos de estar solo y no conocer del todo el idioma para comun i-
car ·sus sentin1ientos.

60
La violencia parecla tener hondas raíces y eso a Véricel, un ami -
go de la vida, le llenaba de pena el corazón . El mis1no año de su
arribo -1884 - llegaron a la capital noticias de trastornos en Santan·
der. 0.mdinamarca y Panamá. que parectan un eslabón 1nás de la
larga cadena que venia desde los tiempos en que los indlgenas cari ·
bes guerreaban con los ch ibchas del altiplano, después la cruel con·
quista españo la, Juego el conllicto de independencia y aho ra los
continuos alzamientos entre liberales y conservadores, las faccio-
nes en que se dividiero n los herederos de Bolivar y Santande r.

-76 guerras Paysan -dijo Claudio el viejo co n su cabeza incli·


nada, desde 1820 esta tierra padeció por lo rnenos 76 revolucio -
nes o intentos de rebelión. Nos ha tocado vivir ~orno a tocios los
hombres, tienipos difíciles-. corno si cada cierto número de años la
muerte despertara de la embri<19uezde su Íeslín anterior con hambre
renovada. Recuerda. el periodo ,nt,s largo de paz interior nos tocó a
nosotros, entre 1886 y 1895, antes de que el país se desangrara el
aJ,na en la insurr<.-"CCi611
civil que e11frent6 hermanos contrd herma·
nos en la locura inexplicab le que se llamó la Guerra de los Mil días.

-Asi es Claudlo. nueve al'ios de paz. como si la fuerza de !u


corazón hubiera estab lecido una tregua entre los ríos de sang re
que recorren a Co lombia. una tregua para la vida y su herrna11a.
la ciencia.

Paysan de luz se refería al período siguiente al soíocamiento


- por p,irte de l gob ierno de l presidente Núñez - del al7.ilmlento
liberal entre 1885 y 1886, que metió las ideas revolucionarias
debajo del tapete e Impuso lo Jdeologla conservadora con lo fuer ·
za de las armas. En ese tien,po V éricel aprendió el espa tiol, insta-
ló s11loborotorlo y organ izó una primera Escuelo <le Veterinaria ,
un poco a solas porque los asun tos de Estado daban prioridad a
resolver los problemas de lo guerr" . Eron tiempos de sangre fácil ,
cuando se fonnaban ejérci tos de campesi nos que debían ser arrea-
dos o los combates poro Impedir que desertaran, obligándo los a
1natarse a n1achete y a luchar sin sabe r n1uy bien por qlté, tan sólo
porque el polrón se nutono,nbroba oflclol y se lb.~ a la bolollo .

61
-.... ~
•• r •

I
.. .. ? r "

••

t rl ..

} . .. ,.1
,Ml,p¡;f¡/los 'V
(dfdaqilorvcl, .. ••
/..,,rólo:f¡epdcrtoY.
',
'¡ •. ,

- Recuerdolaciudadde entonces como


una villade doce cap illas y 19 iglesias, con
el Capitolio sin tenn inar su construcc ión,
semejante a las ruinas de un temp lo griego
-dijo Véricel el viejomirando la ciudad des-
de una nube.
-Como desde una nube se ve con el
,n icroscopio cuando las lentes amplían el
universo de lo diminuto permit iéndonos el
acceso a un mundo completamente nuevo,
donde vamos a entrar en franca lid contra
los enem igos de la vida -decía el joven
pro fesor Véricel en su recién inskiladd Es·
cuela de Veterinaria, la primera del país,
que funcionaba anexa a la Facultad de Medicina y Ciencias Natura-
les de la Universidad Nacional.

La quinta De Ninguna Parte había sido sabiamente distribuida


como una miniatura de la Escuela de Lyon, donde el gran solar de
atrás era equivalente al Patio de Hospitales con los establos, pe -
rreras y caballerizas de los anima les en tratamiento. El pr imer pa-
tio era análogo al área de pato logía médica y quirúrgica, con el
laboratorio para la toma de muestras, el aná lisis microscópico y un
espacio bien ventilado, de techo alto, paredes encaladas y piso de

62
ladrillo donde se realizaban las clases de disección anatómica.

En el primer grupo de jóvenes alumnos Véricel vio su propia


historia . Recordó sus tiempos de novel estudiante. inquisidor. In·
quieto, ávido de conocimien tos y trató de llenar siempre las ex·
pectalívas de sus alumnos , pero sobretodo , de imbuir en ellos su
espiritu investigador.

-¡Qué ramillete 1naravilloso aquel! - recordaban Claudio el


viejo y Paysan de luz caminando por las instalaciones de la Escue·
la recién inaugurada donde esos alumnos
recién salidos de la adolescencia apren·
dian de su maeslTo a ser capaces de soñar
despiertos para construir luturo.

Alli estaban, portando con orgullo la


blusa blanca Marcelino Andrade, lligenio
R6rez, Moisés Echeverrla. Ismael G6mez
Herrán, Eplíanlo Forero. Amddeo Rodrl·
guez. Jeremías Riveros, Federico Lleras
Acosla, Dellín Licht. Juan de la Cruz He-
rrera. Ignacio Rórez L. y José Maria Gullé-
rrez. Se lorrnaban a la usanza de la disci·
plina francesa, aprendiendo, además de las

63
asignaturas propias de la Medicina Veterinaria, griego y latín, di-
bujo y literatura.
-El Veterinario debe ser un hombre de su tiempo, un conoce-
dor de los caminos del arte y la literatura, para apreciar la hermo-
sura de l mundo y los frutos de la mente humana. Vamos a hacer
historia, señores míos, pon iéndonos de l lado de la vida.
Con estas palabras cargadas de emoción pedla a sus alumnos
desarrollar la sensibilidad con que nacemos todos ahora que se
encontraban en la mesa de disección de la escue la frente al miste-
rio que lo había traido al pals: extrañas formaciones semejantes a
nódulos presentes en las vísceras de un novillo peludo criado en
las cercanías del páramo de Guasca.
-Los veterinarios tene1nos en nuestras 1nanos la responsab i-
lidad de velar por la salud humana , debemos tener la mente alerta
para anticiparnos al ataque del mal - afírmaba Claudio el viejo,
envuelto en su luz fuera del tiempo, siguiendo con atención los
movimientos seguros de las hábiles manos de Claudio el joven,
que con gran precisión abría los nódulos y extraía muestras de las
extrañas carnosidades.

Un ladrido de alerta de l perro Paysan de luz, sus colmillos en


guardia, centelleantes, hizo entender a Véricel que la dama vesti-
da de gris se encontraba en las proximidades de la Escuela de Vete-
rinaria, dispuesta a impedir que se debelara el secreto de aquel extra-
ño mal. Una inquietud en la mente de Claudio el Joven. un titu-
bear de su mano tomando las muestras, incluso un daño del micros-
copio transportado tan cuidadosamente y desde tan lejos. podrían
cambiar todo el panorama imRídiendo saber la verdad. La enemi -
ga se había encargado de desesperar un toro sabanero, de gran-
des cuernos andaluces, alebrestándolo con el hedor de la sangre .
Le había puesto en la mente la obsesión de soltarse del botalón
del patio reventando el rejo que lo ataba, desgarrándose la ranilla
con el aro de la nariguera, atravesar los patios y meterse en el salón
· de disección arrollando al doctor Véricel contra la pared encalada .

64
El gran toro ya bufaba a punto de liberarse cuando Paysan de
luz y Paysan de carne y hueso atacaron a la dama de gris hacién-
dola retirar del oído de l toro, persiguiéndola mientras huía por
encima de la tapia marchitando los cogo llos de los curubos hasta
salir volando a las oriUas de l río donde tenía sus cuarteles en me-
dio de las Inmundicias que destilaba la ciudad.

Claudio el viejo de luz, mientras tanto trataba de calmar el toro


enloquecido, atado al botalón con el rejo temp lado como una cuer·
da de guitarra. El animal no obedecía y tuvo que llamar a las hadas.
Hizo una guirnalda de rosas y claveles, de no-me-olvides, de pen-
samientos, de violetas lilas perfumadas, de siemprevivas, de or·
quídeas, de ílores de l bosque andino y de las selvas de América y
la puso en la frente de l torazo . A ese jardin llegaron ellas y le
cambiaron las ideas de muerte por las del amor. La bestia calmó
su corazón, se le suavizó la pelambrera de l n1orrillo, dejó de sudar
y babear. Sequedó quieta.

-Es tamos haciendo historia, señores - rep itió Claudio el jo-


ven colocando en un frasco con alcohol la muestra de tejidos. Su
mano estaba firme, su pulso seguro, el miedo repentino cesó cuan·
do el toro dejó de bramar en el bota lón.

-Estuvimos cerca. -dijo Claudio el Viejo lleno de luz a su


perro Paysan , que dejaba que esa nube de hadas le acariciara su
largo pelo de pastor ovejero.

-Fue un acierto aquel descubrimiento : era un parásito llama-


do Oesophagostomum colombianum, el primer gran hallazgo,
que permitía descartar de plano la temida tuberculosis . Los resul-
tados se presentaron en el Primer Congreso Médico de Bogotá,
en 1893 -recordaba Véricel el viejo de luz, encerrado en la lam-
parilla del laboratorio.

65
Ricardo G6mez Campuzono , l 9 I 7. 1\foseo
Desofacl6n (delalle}. Óleo sobl'd ltc11zo
Gómei: Campu.umo , 8ogo16.

66
' ..
.,,..

....

El maestro y sus alumnos


a salud pública es un hermoso des·

L tino, mi querido Ismael, es una es·


pecle de construcción d e futuro ,
ueo en tí y en tu obra el mejor fruto de mi
labor. Con estas palabras , el profesor Véri·
cel daba su aprobación al compendio ela·
borado por su discípulo el doctor Ismael Gó-
mez Herrán , quien consagró su vida a la
higiene de alimentos y dictó normas sobre
ese tema, contribuyendo a mejorar la cali-
dad de vida de los ciudadanos.
Desde el dia mismo de su llegada a Bogotá, Claudio Véricel
con1prendió que había tremendos problemas de salubridad públi-
ca. Las calles estaban en mal estado y en su declivedel centro corria
un caño lleno de inm undicias, que hacia de alca ntarillado cuando
los desechos eran llevados por los aguaceros, que formaban ver-
daderos torrentes de montaña.
- Todavía me acuerdo con do lor de los dos ríos principales, el
Arzobispo y el San Agustín. Con un pensamiento de vida diferente
· podrían ser para la ciudad un corazón en forma de cinta verde y

67
plata -ele vegetación y agua pura-; pero hoy son cloacas máximas,
contenidas por dos híleras de ranchos que a lo largo del cauce avan·
zan hacia el centro de la ciudad -decia Claudio el viejo mirando las
aguas muertas. En invierno se volvian un torrente oscuro y en vera·
no eran hilos de aguas muertas , incapaces de llevarse las malolien·
tes basuras. A veces los presos, con horcas de cabo largo empuja·
ban la porquería a la corriente. En el perímetro de la ciudad los
gallinazos abrían las alas como si adoraran a la dama vestida de grís
que arrojaba de sus manos las infecciones de tifus, cólera y disente·
ría que mataban por épocas a los ciudadanos retorciéndo les los
intestinos en espantosos dolores.

- Tienes razón al entristecerte por los ríos, pero recuerda qué


difícil ha sido que estos ciudadanos miren con respeto a sus her·
manos, mucho menos lo harán con nosotros los animales, con
la selva o con los ríos -respond ía el Paysan de luz caminando
sobre la ciudad que a finales del siglo llegaba a la encrucijada de
una nueva guerra clvil.

-Esos locos de enfermedad deben ser controlados si quere-


mos ganar esta batalla, queridos amigos -decia el profesor Véri·
ce! a sus alumnos distinguidos, reunidos en ese te,nplo de la cíen·
cia veterinaria en que se convirtió la Escuela. AIIIestaban lligenlo
Flórez, autor de un Manual de Veterinaria , Delfín Lícht , Jorge
Lleras Parra y Federico Lleras Acosta, su discipulo predilecto, quien
se encaminó hacía la bacterio logía. Se congregaban en un labora-
torio donde, actuando como auténticos pioneros, se inventaron
aparatos para procesar muestras de tejidos y de parásitos, alum-
brados por una humllde lamparilla de aceite, construyendo cien·
cía en una consagración constante.

-Doc tor, nos están tragando las garrapatas -pa recían decir
los animales que se llevaban de tierra fría a los climas cálidos donde
se afiebraban, adelgazaban y empezaban a orinar sangre hasta que
terminaban muertos, empujados a tierra por el dedo infame de la
muerte . Hacia las garrapatas enfiló Claudio Vérícel la lente de su
microscopio buscando las causas del mal.

68
Tomaba muestras a los anima les enfermos y en ellas viajaba
observando cuidadosamente , como un astronauta navegando por
los universos de los glóbulos rojos, atento a las formaciones extra·
ñas y empezó a encontrar los causantes de piros. la fiebre. el fue·
go dentro de plasma , el líquido de la sangre.

As( logró identificar a Píroplasma bouis y anaplasma margina·


le, parásitos en forma de granitos redondos homogéneos situados
en las márgenes de los glóbulosrojos, que invadíanlasangre abriéndo-
le el camino a la muerte. Fue una segunda gran victoria, también
presentada en el congreso médico, donde suscitó admiración por lo
serio y metódico de su trabajo.

Así como había visto que los marineros del río Grande de la
Magdalena soportaban sin enfermarse picaduras de insectos, y
siguiendo las investigaciones de su maestro Pasteur, que había
logrado atenuar los agentes causantes de ciertas enfermedades y
luego generado resistencia al inocularlos a los animales nunca
antes expuestos al mal, Véricel ensayó generar inmunidad. En el
n1atadero tomó muestras de sangre de animales calentanos e inocu-
ló pequeñas dosis a ganado de tierra fria que se.ria llevado a tierra
cálida y de garrapatas. Logró generar resistencia, sobretodo en una
época en la cual empezaban a llegar ganados europeos para me·
jorar las razas criollas.

De Inglaterra llegaron los flemáticos Shorthorn y el Hereford


de las colonias Británicas de Trinidad; de la Francia, incluso por
recomendación de Véricel mismo, los ganados de la Normandia,
dulces vacas campesinas, manchadas y de pequeños cuernos -tan
buenas para producir carne con10 para leche- y los grandes loros
blancos de la provincia de Charol conocidos como Charolaise, tan
altivos como los dioses galos que protegían a Claudio. Su amigo el
ministro Juan de Dios Carrasqullla importó ganados blanquine·
gros de Holanda, las lecherisunas vacas Holstein-Friesian, que mar·
caron con sus pieles manchadas todas las ganaderías de tierra fria.
Sus estudios permitieron que muchas de esas razas finas pudieran
llegar a renovar las sangres nativas en los cHmas cálídos, rece-

69
l&ordo G6mc,
Compuzono.
Ganadode lo Vlf91:
nin Óle,, ""bre
,,.,,,o.
1912, MUN!O
G6~ Compviono.
Bogo ró.

Garropata. V

mendando siemp re conservllr las va~.as


criollas que aportaban al cruce la resisten-
cia, la rusticidad y la capac idad de super·
vivencia, casi de animales de monte, de las
razas adaptadas al t~ópico después de más
de 300 años de haber llegado con los
conquis tadores.

Los aplausos en el Congreso Médico


ence ndieron de merecido orgullo la luz de
Claudio el viejo que observaba cómo Clau·
dio el pro fesor era ya un homb re de casi
cuarenta años, con todo el aplomo del hom ·
bre de ciencia, con un cuidado bigote y los primeros cabellos blan-
cos sobre temporal is, los huesos do nde se ma rca tempus, el tiem-
po. De esa época en adelante el cien tífico continuó su vuelo de
escrutadora águila que no pierde un so lo deta lle en el campo visual
de su microscopio por un universo de exlraf,as fom ,as de parási ·
tos y bacterias que invadían caba llos , perros, gatos , el ganado y
los cerdos. Pacientemente fijaba las muestras con los co lorantes
que le permitían reconocer galaxias do nde su espíritu ap rendió a
ser libre por horizontes azules de metilo, verdes de ma laquita, rojos
de la eosina y violetas de la safranina.

70
.
< Caballos , Haciendo

.g . i,
s •,!'fAd a \';
~lr
.
...
Qirl
.
, ,~
. ...
Moll,-a
) "'
".- , ... ......
.... -,
,}


t '

..
• •
• '
"
'

Enlargas noches indinado sobre su mi-


croscopio, el sabio Véricel, acompañado
en silencio por el ánimo siempre optimis·
ta de Claudio el viejo y su perro Paysan
de luz, desenredaron las cintas de la tenia
del perro y miraron de frente ese mons·
truo que es la cabeza de dragón que se fija
al intestino robándo le la vida; vieron los
alargados strongyloides del caballo, las fas·
ciolas del higado de las ovejas vecinas de
los pantanos, las ostertagias del ganado,
las lombrices de todo tipo que invadían
los intestinos de los seres vivos... Allí es·
taba el científico, como un iluminado re-
velando secretos , tomando cuidadosas notas con hermosos dibu-
jos que le daban un aire de Leonardo da Vinci en una ciudad de
las altas montañas del trópico .
-Paysan, estoy feliz -s olla decir a su perro cuando lograba
descifrar los misterios. El perro lo ,niraba inclinando a un lado la
cabeza , como si viera un astronauta que acabara de llegar de un
viaje espacial.

- Estábamos felices quitándo le talanqueras a la vida para que

71
pudiera caminar tranquila --decía el perro Paysan de luz refren-
dando la alegria de su amo. Pero pareciera que la da,na gris, la
portadora del sueño del cual nadie despierta, volviera po r sus fue-
ros: se preparaba una nueva guerra, que habría de durar mil días
y en su salvaje torbellino de muerte habria de conta r entre sus
víctimas la primera Escuela Oficial de Veterinaria de un desangra -
do país de palomas rojas llamado Colombia.

en fo Guerrade Los Mil Otos.


Nlrl0$c:ombotíc:ntC$
rotogro/fo , l..'llu~lrotion, de Parrs, julio de. 1902

72
<Ricardo Borrct0.
Alrededoresd<t"Bo-
got6. Ólí..'O
sobre
modera,1910, E.scue·
la de la Sobona.
de Att4 Modt#",
Mu.$t!O
~ ...... 8ogo16, 1990
~
..'"..
)

~-':"•
.C-
.
NhfD~
V /li,n,6n To""' ..,._
d.,.¿/¡/,
Joul .

~-

E l desar rollo de una


ciencia
•-• 1 primer aviso lo dio una epide·
t: mia de viruela, enfermedad que
parecia despertar cada cierto tiem·
po, pues ya en la Santafé de Bogotá de
1566 se presentó el mal y arrasó la po·
blación indígena, carente de defensas con-
tra la infección traída de Europa. A prin-
cipios del siglo XVIII,unos 200 años des· .;,
pués de la primera, otra causó 7000 vic·
timas. En 1815, durante el sitio de Carta-
gena, la peste llegó con los soldados es-
pañoles que entraron a saco en la ciudad heroica y quienes no
fueron fusilados murieron a causa de la enfermedad. Ahora que
Véricel se encontraba en Bogotá como un baluarte de la vida,
volvía el mal, en pleno año de 1897 . Uno de sus alumnos prefe-
ridos, el doctor Jorge Lleras Parra, llegó a buscarle a una alta
hora de la noche , con la frente cubierta por el aperlado rocio de la
angustia.
-Profesor Véricel, vengo a solicitar su ayuda en nombre de la
Junta Central de Higiene de Bogotá, esta mos en una situación de

73
cinturón de pobreza que rodea la ciudad, en la salida de los ríos ...

La ayuda fue inmediata y desinteresada, como deben ser las ayu-


das de verdad. Esa misma noche el cientlfico facilitóuna habitación
limpia, bien ventilada, que shviera de laboratorio, y dos pesebreras
para los caballos con cuya sangre habria de atenuarse el virus para
que al ap licarlo a los seres humanos, produjera inmunidad. Esa mis-
ma noche, con su elegante caligrafía francesa, sobre una tabla pin-
tada de blanco escribió Parque de Vacunación, que era como se
llamaría esa dependencia de la Junta Central de Higiene.

El cinturón de casas pobres en la periferia adquirió el aspecto


macabro de las epidemias. La bandera amarilla de la peste ondea -
ba en las carretas de bueyes usadas por los presos para recoger
los cadáveres blanqueados por la cal para llevarlos a la losa co-
mún. Era una triste romería desde los hospitales improvisados
por donde la muerte se paseaba con desgano. Apenas levantó su
trapo amari llo cuando vió llegar a Véricel y a Lleras Parra con las
vacunas que poco a poco le cerraron el paso hasta sacarla de la
ciudad. Paysan volvió a ,nostrarle los colmillos a su enemiga cuan-
do se retiraba con las banderolas enrolladas. pero se volteó y trató
de fulminarlos con una mirada:

- lodavia me queda la guerra -<lijo y desapareció para que


brillara un sol de vida.

Desde su llegada a Colombia Véricel entendió con claridad que


los gobiernos se manejaban con evidentes intereses del partido
Conservador tratando de contener el lmpetu de los liberales que
con facUidadse iban a la rebelión. Para la épocade la epidemia de
viruela, el presidente Miguel Antonio Caro entregó el poder al doc-
tor Manuel Antonio Sanclemente, un viejito olvidadizo de más de
80 años, que gobernaba el pais aba nicándose desde una mecedora
en la cálida Anapoima, porque el clima de Bogotá le sentaba mol.

Los liberales se levantaron el 18 de octubre de 1899 en una re-


belión con muchos argumentos, pero que en última instancia era

74
por el poder. Era otra guerra de terratenientes que recogían sus
arrendatarios a la brava, los llevaban amarrados como presos y
para que combatieran, los embriagaban con una mezcla de aguar-
diente y pólvora, dándoles el título de soldados voluntarios.
El senUSanclemente fue derrocado por José Manuel Marroquín
el 31 de julio de 1900 cuando el pals Uevabacasi un año hundido en
ese torbellino de muerte que duraría mil dias en los cuales se sobre·
pasaron todas las atrocidades anteriores. Los fondos del gobierno
se fueron a los frentes de batalla y muy pronto los centros de educa·
ción superior cerraron sus puertas por falta de presupuesto y por la
simple sustracción de materia que significó el que los estudiantes
se enrolaran en uno u otro ejército. Con una mirada extraña, mez-
cla de satisfacción y alegría morbosa , la dama vestida de gris se que·
dó un buen rato contemp lando el cierre de la primera Escuela Ofi-
cial de Veterinaria, cuando Claudia Véricel, con un dolor profundo
en su corazón recibió la notificación oficial que alegaba situaciones
de guerra que nos obligan a sacrificios que usted sobró entender.
-Jamás los vamos a entender, ni tenemos por qué entender ·
los si estamos del lado de la vida --oijeron con voz firme Claudia
el viejo y su perro de luz a la ene1niga que, sin dejar de sonreír,
retrocedía ante los colmillos de Paysan.
Esa misma noche, desafiando el toque de queda, algunos de
los alumnos, que al día siguiente se incorporarian a las filas revolu·
donarías, tomaron brandy francés con su maestro y lloraron con él
porque seguramente no volverían a verlo. Sabían de antemano que
deberían dedicar sus conocimíentos para tratar de salvar los caba·
llos que agonizaban en el barro de las trincheras con las patas par·
tidas por la metralla, o curar las mulas que se desollaban el lomo
cargando las pesadas cajas de municiones, o aliviar el dolor de los
bueyes que se derrengaban arrastrando las cureñas de los cañones
que vomitaban la muerte. Claudia el viejo también lloraba y su pe·
rro Paysan aullaba a la luna llena del nuevo siglo que empezaba con
la aparente victoria del imperio del dolor.

-Yo, que los educaba para la vida, debo decir les adiós, pero

75
lleven en su corazón el amor que hizo sur-
gir esta Escuela que hoy se cierra.

Al amanecer se despidió de cada uno


con un fuerte y sincero abrazo. Eran jó-
venes que crelan ir a un juego romántico ,
movidos por el entusiasmo de las decla-
raciones de los líderes de uno u otro ban-
do. Muy pronto se dieron cuenta que la
guerrcl los hundía en el dolor y I.1miseria .
Por donde pasaban los ejércitos no que -
daba otra cosa que el reguero de lágri-
mas de una violencia creciente. La da,na
vestida de gris miraba fijamente y señala-
ba dónde los cirujanos debian amputar un brazo o una pierna en
los hospitales de sangre de los campos de batalla, pero a los alum-
nos de Véricel dio la orden de no dejarlos vivos. Ninguno regresó
de la guerra y la escuela se cerró para siempre.

Para Véricel esos años de violencia cotidiana fueron de postra -


ción y su cabello emblanqueció con una tristeza grande.
Continuó atendiendo a sus amigos ganaderos y ejerciendo la
consulta particular en la misma quinta donde funcionara la escuela ,

76
que con el tiempo le compró al señor Alfredo Valenzuela. Una vez
firmadas las escrituras. lo primero que hizo Véricel fue cambiarle el
nombre De Ninguna parte por el latino Spei Damus: Casa de la
Esperanza.
El pres idente Marroquln tuvo que consagrarse exclusivamente a
concluir con esa incalificable rebelión que engendró en Co lombia
un vandalismo nunca visto en las guerras anteriores. Y como si qui-
siera matar el fuego con el fuego, decretó la guerra a muerte . El 28
de Febrero de 1902 , el ministro Aristldes Femández previno a Juan
MacAllister, guenillero de Cundinamarca,
que si en el térm ino de 20 días no liberaba
los coroneles conservadores que tenía
como prisioneros, fusilaria los libera les que
estaban en su poder en el Panóptico Na-
cional. la pr incipa l prisión del Gob ierno.
Los dias transcurrieron y la ciudad estaba
a la expeclaliva de los fusilamientos de los
comandantes liberales de la guerrilla del
Tequendan,a EmilioAngel, Juan de la Rosa
Barrios, Victor Julio Zea y Celso Ro,nán.
La noche anterior al macabro espectácu-
lo, Véricel se encontraba profundamente
triste no sólo por la morbosa expectativa

\ _/\ t'etsoRM1dr-;el
gene111f
de lo uuerro
clulf. Fotogro{ia: •.
AU{1U.ltfo,S.:Mm,:,1-,,,

......
. " ;, I ..
.,._
• • J -

.,..::'l~\.:ft:.
a."'~,··-\' ."~ -
J-• , .... . ~ .. .-,,;:; . .,. : ... : .

<!kd•Nou.,111!
" ,~-
.. 4 Loawluff1orJ0&.
FabulousCotomblo~~...
Geography .

77
que habían generado los fusilamienlos, sino porque su querido pe-
rro Paysan agon izaba, cargado de años - más de 20- casi ciego y
sin dientes. Tuvo una muerte plácida en los brazos de su amo , a la
hora del sol de los venados. cuando el crepúsculo dejaba asomar las
p rimeras estrellas . El profesor se quedó en silencio, como si rezara ,
al lado del cadáver de su amigo y a medianoche decidió encender
una lámpara , tomar una pala de las caballerizas y enterrar lo en el
patio al pie de los curubos que enredaban en la tapia de l solar.

En ese momento , en med io del silencio frío de la noche bogota -


na , oyó ruidos entre el follaje y escuc hó el deslizarse de un cuerpo.

- ¿Quien anda por ahí? - preguntó el doctor Véricel levantan -


do la lámpara y con la pala empuñada en la otra mano , advertido
de que la m iseria de la guerra había llenado la ciudad de ladrones y
saqueadores .

-U n fugitivo del régimen , un prisionero que iba a ser fusilado


- respondió un hombre saliendo a la luz de la lámpara . Se trataba
de Ce lso Román , un joven general liberal que había logrado esca-
par. junto con los otros prisioneros, por las cloacas de l Panóptico
Naciona l, que evacuaban la inmundicia de la prisión al río El Arzo-
bispo.

Evadiendo las patrul las y siguiendo e l camino del sur, que debía
llevarle al Tequendama, buscó refugio en el único lugar que conocla
bien en esta parte de la ciudad : la clínica veterinaria donde tantas
veces acompañara a su padre a traer caba llos de paso montado o
lo orejón sabanero por e l camino de Soacha. Llegaban envueltos en
una nube de po lvo luciendo el traje de viaje ros: sombrero suaza de
alas anchas y copa alta, pañuelo de seda al cuello , poncho -una rua-
na de paño azul e impermeable-- zamarros de cuero de tigre, estribos
moriscos de bronce y espue las orejonas de larga estrella de plata.

- Prim ero que todo camine se baña , que si no lo mata el go-


bierno , lo 111atala lnfecclón, monsleur - le dijo Véricel.

.:....
Esanoche nació una am istad que compensó la pena de mi

78
muerte ~ijo Paysan de luz, pues el joven general sería en el
futuro un asiduo visitante del consultorio y un próspero comer-
ciante de ganados, que calzaba novíllos con zapatones de cuero
crudo de res, para que pudieran trepar desde el llano por el cami-
no de Cáqueza sin destrozarse las pezuñas. Luego administraría el
Matadero Central, donde impuso una paz de fuego entre los ma-
tarifes. Incluso un hijo del general, Gustavo, sería veterina rio, como
si hubiera heredado de su padre el amor por la vida y la adm ira-
ción que sentla por Véricel.
En novíembre de 1902, a bordo del navío de guerra norteame-
ricano Wisconsin se firmó por fin la paz. Colombia perdió a Pana-
má y se inició la reconstrucción de l país, que habla quedado en la
miseria. Poco a poco volvíó la normalidad a las ciudades y al cam-
po: los ganados desperdigados volvieron a ser reunidos en la paz
de los potreros. Los hacendados buscaron otra vez al doctor Véri-
cel para pedirle su asesoría. Don Ulpiano Valenzuela, entre otros
que siguieron su consejo, importó en 1904 ganado Normando para
su hacienda San Marino, en la sabana de Bogotá .
Véricel habla infundido el espíritu invesligativo en su alumno
Federico Lleras Acosta . Con él cont inuó trabajando en el peque-
ño laboratorio de la antigua escue la -ya alumbrado por una bom -
billa de energía eléctrica, slmbolo del progreso de los tiempos-,
que se convírtió en consultorio particular. Allí continuaron la ca-
cería de las bacterias causantes de las enfermedades y sentaron
las bases de la bacteriología para las ciencias médicas del pais.
En 1905 surgió el carbón sinlomátíco , qu<?s<?manifestaba con
una súbita cojera de las reses jóvenes, acompañada de inflamacio-
nes bajo la piel que crepitaban al tocarlas por los gases de muerte
que producia la pro liferación de las bacterias. Los dos dentificos ,
como caballeros andantes se enfrentaron a ese nuevo enemigo. Vé-
ricel descendió por la lente de su microscopio al campo de batalla
de los cuerpos afiebrados, describió los daños en los tejidos y el
fragor de la batalla en las células. Lleras Acosta, a su lado, logró aislar
el agente causante, C/ostridium chauvei, y pudo preparar la pri-
mera vacuna contra la enfermedad. Hablan ganado la batalla.

79
El tiempo continuó su transcurrir y un día la nostalgia se posó
como una paloma en el corazón de Véricel. En sueños vinieron a
visitarlo la hermosa Jeanne, pastora de ganados. la de las trenzas
de color de oro, los dioses del Ródano, de los Alpes y del Macizo
Central y los guardianes de los rebaños celtas. Claudia se miró al
espejo y vio el rostro de un hombre de 66 años, solo en el mundo.
pero que habla vivido una vida plena. Ahora se parecla al vlejlto
de luz que llegaba acompañado de un perro pastor Collle igual a
Paysan.

Sintió que debía retornar a Lyon a ver


las hadas que lo elevaban sobre las pri·
,neras flores de mayo en las primaveras
de su juventud. Por eso llamó a su queri·
do discipulo Ismael Gómez Herran :

-lsmaelito, encárgate de esta vaina


-le dijo, señalando el consultorio, los pa ·
tios, las caballerizas y los establos-. sien·
to que tengo que ir a mi tierra a recoger
,nis pasos .

80
El 12 de íunio de 1912 se fue para Francia. Deshaciendo el ca -
mino de hacía tantos años, casi 30 , pudo comprobar lo que había
predicho al capitán del barco: ya no había caimanes en el rio y la
mayor parte de los bosques había desaparecido.

Al llegar a Lyon encontró su ciudad con el tiempo detenido en


los edificios, pero ninguna cara era conocida. Elcafé que fuera de
su padre ya no estaba . Los descendientes de sus padrinos apenas
tenían memor ia del señor que se había ido a ultramar, no sabían
bien si a la Indochina o al África. Lasúnicas raíces que le quedaban
estaban en los bosques de las orillas del
Ródano donde las hadas le amaban , pero
la ciudad había crecido llevándose los ár-
boles. Tarare , donde encontró el amor , es·
taba lleno de fábricas. En un parque esta·
bansushadas, sonriendo corno siempre , con
el rostro fresco y rosado porque no las afec-
ta el tie1npo de los hombres. Les llevó Oc-
res y se despidió de ellas. Sint ió la diferen -
cia entre el verano de Francia y la eterna
primavera del trópico y comprendió que
de pronto sus huesos -acostumbrados al
ca lor y al desorden de América- no aguan ·
..,.

81
larian un invierno con nieve y dec idió aceptar que su corazón esta-
ba en Colomb ia a pesar de las guerras y el desamor que parecla
existir en tantas cosas.
-¿Pero si no es uno el que po ne el amor quién lo pone? Vol-
vamos --s e dijeron al mismo tiempo los dos Claudíos , que para
entonces ya parecla n hern,anos geme los como suele suceder con
todos los viejos. Emprendieron el regreso cuando el otoño des ho-
jaba los árboles de Lyon. Sedespidieron de la casita donde habían
nacido, en la Place Neuve Sa int Jean Nº 1, y luego atravesaron
po r última vez el patio de su amada Escuela de Veterinaria, y re-
tornaron al Caribe.
Aquí le esperaban los honores de su patria y de la tierra que lo
acogió. En el curso de los años siguientes sus discípulos obtuvie-
ron auto rización del gobierno para fundar la Facu ltad de Medicina
Veterinaria -creada med iante la ley 44 de 1920 , que sería la co n·
tinuación de su primera Escuela- . El doctor Véricel fue nom brado
profeso r honorario y co ntinuó ejerciendo la doce ncia junto con la
investigación particular, de manera que, como un ermitaño de la
ciencia veterinaria , fue llenando una caballeriza completa con es·
peclmenes curiosos de las autops ias y una montaña de notas de
cuidadosa caligrafía y primorosos dibujos.
Francia le otorgó la Cruz de la Legión de Honor, la Medalla de l
Mérito Agrícola y la Cruz de las Pa lmas Académicas, a ese hijo que
dejó tan alto el nombre de la patria en Ultramar. Colombia lo exaltó
con su máxima condecorac ión: la Gran Cruz de Boyacá, en el gra-
do de Caballero y la Alcaldía de Bogotá le dió su meda lla de l Cuarto
Cente nario de la fundación de la ciudad. Las academias de Medici-
na y de Medicina Veterina ria lo distinguieron como miembro Ho-
norario. En Spe i Domus, La Casa de la Esperanza permaneció
los últimos años cuidado por su amada hija Jeannette, que tenia su
prop ia quinta en Chía - la población sabanera consagrada por los
chibchas a la diosa de la luna- donde criaba conejos y gallinas y
hacia obras de caridad en la Legión de Maria.

· Así llegaron , recogiendo ese hilo de vida por un camino de luz a

82
la mañana del 15 de agosto de 1938, en una ciudad que habla
crecido enormemente a partir de l gobierno de Pedro Nel Ospina,
gracias a los 25 millones de dólares recibidos de los Estados Unidos
como indemniwción por la pérdida de Panamá. Pero también cre-
cía la agitación social en las petroleras de Barrancabermeja, en los
puertos de l Magdalena, los ferrocarriles y las bananeras, donde la
muerte volvió a poner su mano en una espantosa matanza, obsti·
nada en cerrarle el paso a la vida y a los sueños.

- Ahí estás - le dijo Paysan, y ahi está ella ClaudJo.

Véricel se vio a si mismo descansando en paz en su sillón, en la


siesta del almuerzo tempranero, con los ojos cerrados y una expre-
sión de tranquilidad en su rostro. A su lado, en otra silla como una
confidente estaba la dama de gris con quien mantuviera un duelo
de toda la vida. Claudio Véricel se reconcilió con ella, hablaron y él
aceptó que los ciclos debían cerrarse; por eso estaba dispuesto a
terminar el camino de su vida y lo hacía con gran tranquilidad,
porque su existencia habla sido plena, abundante, bendecida por
las hadas y los espíritus de la vida.

-No la niego, señora, lo que le disputo es su odiosa manera de


cortar las vidas a mitad de camino.

-Piense, doctor Véricel que tal vez me confundió todo el tíem-


po, es posible que yo sea apenas un instrumento de la vida para
que ella vuelva a e,npezar. Que algunos hombres me utilicen para
sus prop ios intereses, eso es otra cosa. Déme usted la mano.

Claudio Véricel la extendió y su espíritu de luz salió del cuerpo


como una mariposa que emerge del capullo. En ese mismo instan-
te se abrían mil crisálidas en los jardines de la Escuela de Veterinaria
de Lyon en la lejana Francia y una nube de mariposas color azul
cielo intenso, las bellas lepidópteras de Muzo -las de pteros, las
alas, cubiertas de lepidus , las diminutas escamas tornasoladas -,
volaron sobre la facultad remontándose en busca de su dueño , que
con su perro Paysan , iba por el camino infinito del universo, por
encima del horizonte , hacia donde brillan todas las estrellas.

83
-Be llo es, después de morir, seguir viviendo -dijo el perro
Paysan a su amo, que ya se encontraba con todos aquellos seres a
quienes su ciencia había beneficiado, mil estrellas más entre los
astros de la vida.
-Así es Paysan, valíó la alegría, porque la pena ya no existe
-dijo Claudio Véricel, otra vez en la flor de su vida.

A su encuentro venían Jeanne, los pastores cellas, Pasteur y


sus amadas hadas.

84
I

CeJso Román nació en Bogotá, en


1950. Optó el titulo de médico veteri·
narlo, en la Universidad Nacionalde Co-
lombia. Posteriormente estudió pintura
en la misma universidad y escultura en
los Estados Unidos. Su obra literaria la
ha venido realizando paralelamente. En
1980 recibe el premio ENKA de Litera-
tura Infantily Juvenil,con su maravilloso
relato Los amigos 'tlel hombre.

Acaso el amor por Jeanne, stl espo-


sa fallecidaantes de partir rumbo a Co-
lombia, el amor profesado a su pequeña
Jeannette y a su pastor Collie Paysan
(Campesino),que lo acompañaron en el
viaje interoceánico de la vida, y los afec-
tos encam¡¡dos en la geografia humana
de la Sabanade Bogotá, trazaron el des·
tino del joven cienlllicode la Universidad
de L"S)On. Pero quizástambién ClaudeVé-
ricel, atado al hilo de los afectos encon·
trados, encargó a Celso Román la noble
tarea de recobrar la memoria de su pe-
rro Paysan y la noble2a de sus actos.

. 111
1111111

También podría gustarte