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Límites del recurso de apelación y facultades de las Cámaras

Citar ABELEDO PERROT Nº: AP/DOC/3946/2012


PROCESO PENAL (Recursos) ~ Recurso de apelación ~ Trámite ante la Cámara ~ Facultades del tribunal

Autor: Ziffer, Patricia S.


Título: Límites del recurso de apelación y facultades de las Cámaras
Publicado: RDP 2008-11-1935
Sección: DERECHO PROCESAL PENAL Y GARANTÍAS CONSTITUCIONALES

Comentario a:

- C. Nac. Crim. y Corr., sala 4ª, 13/03/2008 Tiglio, Pablo S., #

SUMARIO:

I. El fallo. II. La cuestión: ¿podría objetarse que la Cámara de Apelaciones dicte auto de procesamiento?. III. La
privación de instancia. IV. Los límites del recurso de apelación: a) El exceso de jurisdicción: la decisión ultra
petita; b) Los límites de la competencia de los tribunales de alzada; c) Las particularidades de la apelación de las
actos de la instrucción. V. Las facultades ordenatorias del procedimiento: ¿pueden las Cámaras Penales ordenar
o "sugerir" medidas de prueba?. VI. La pérdida de la imparcialidad de la Cámara de Apelaciones. VII.
Conclusión: una distorsión injustificada de la función de la Cámara de Apelaciones

I. EL FALLO

La sala 4ª la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, al conocer de un recurso de


apelación interpuesto por la Fiscalía, resolvió en lo que aquí interesa revocar la decisión del juez de instrucción
que disponía el sobreseimiento parcial del imputado. Dispuso, asimismo, decretar auto de procesamiento por el
delito de robo simple, "el cual deberá concurrir en forma real con los delitos por los que ya se dictara igual
temperamento en el... auto impugnado"(1). El dictado de las medidas cautelares "pertinentes", en cambio, fue
dejado en manos del juez de primera instancia.

II. LA CUESTIÓN: ¿PODRÍA OBJETARSE QUE LA CÁMARA DE APELACIONES DICTE AUTO DE


PROCESAMIENTO?

A primera vista, la resolución sintetizada no parece presentar mayor interés. Que la Cámara de Apelaciones, en
el marco de un recurso del Ministerio Público, decida dictar auto de procesamiento, o bien disponer o "sugerir"
diferentes medidas instructorias, no parece sorprender a nadie: sucede todos los días.

Sin embargo, no obstante la consolidación de la práctica, el procedimiento seguido por la Cámara no está exento
de objeciones. Así, inmediatamente surgen las críticas, vinculadas, en lo fundamental, a una posible privación
de instancia y al exceso en el ejercicio de la jurisdicción apelada, como así también a la pérdida de la
imparcialidad por parte del tribunal de alzada.

También existen, por cierto, argumentos que llevarían a apoyar este tipo de prácticas procesales, y ellos se
relacionan, básicamente, con criterios de economía y de celeridad de los procedimientos. Las decisiones que se
adoptan en la instrucción, por otro lado, tienen carácter precario y meramente "preparatorio". Cabría
preguntarse, por lo tanto, si cualquier posible error en esa etapa, o incluso posibles lesiones constitucionales, en
definitiva, no podrían ser suficientemente subsanados al llegar al momento del juicio. Y cabría preguntarse,
también, si una reparación que aguardara al debate no sería, quizá, insuficiente y tardía.

III. LA PRIVACIÓN DE INSTANCIA

El agravio más evidente y directo que la decisión de la Cámara de dictar auto de procesamiento le causa al
imputado es la imposibilidad práctica de impugnar un fallo de aquellos que el Código de Procedimientos
expresamente declara apelable (2). Toda vez que el tribunal competente para conocer de tales recursos de
apelación es, justamente, la Cámara de Apelaciones, si es ella misma la que dicta el auto de mérito, la
posibilidad de interponer recurso de apelación, en principio, queda frustrada de hecho. El carácter no definitivo
de la resolución, por otro lado, torna improcedentes las vías del recurso de casación o del recurso extraordinario
federal. Hipotéticamente, al imputado le quedaría la posibilidad de invocar la frustración del derecho a la doble

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instancia legalmente prevista y reclamar, cuando menos, que otra sala, de la misma Cámara, revisara, y
eventualmente revocara, la decisión de su par (3). Sin embargo, más allá de las escasas o nulas perspectivas de
éxito que, en la práctica, enfrentaría un planteo de esta suerte, ello presupone exigir que la "otra" sala realice
una construcción pretoriana destinada a subsanar el agravio concreto de la privación de instancia. Pero aun si se
hiciera lugar al recurso de apelación, de todos modos ello sucedería a costa de duplicar indebidamente la
intervención de la Cámara de Apelaciones. Así, si una sala actúa como "Cámara de instrucción" en algún
momento, otra deberá asumir la función de tribunal revisor de los agravios generados por la instrucción. Es
decir que el agravio del imputado es finalmente revisado, pero aquello que se hizo en nombre de la celeridad y
la eficiencia, al distorsionar las funciones legalmente asignadas, en definitiva, entorpece y atrasa el proceso. Ya
la necesidad misma de tener que recurrir a un remedio excepcional, que "invente" un tribunal no previsto,
debería ser argumento suficiente para demostrar que se trata de una situación procesal a la que no se debería
haber llegado.

Desde otro punto de vista, también podría sostenerse que nada obligaría a la Cámara a conceder el recurso de
apelación en estas condiciones, pues el "derecho al recurso" no alcanza los autos interlocutorios (4). Pues aun
cuando respecto de buena parte de los autos procesales dictados en el proceso penal no se discuta la vigencia de
la regla "La doble instancia no es garantía constitucional", reiterada en innumerables fallos de la Corte Suprema
(5), dicha jurisprudencia aun antes de la incorporación constitucional del derecho al recurso fue ilimitada por la
exigencia de que la "privación de instancia" no se produjera en contra de lo dispuesto en las leyes procesales.
Así, con apoyo en que la inviolabilidad de la defensa en juicio requiere que se dé al litigante oportunidad de ser
oído y, además, que se le permita el ejercicio de sus derechos en la forma y con las solemnidades que establecen
las leyes procesales (6), la regla mencionada fue complementada, en el sentido de que "la doble instancia no es
requisito constitucional de la defensa en juicio, pero la integra cuando está instituida por la ley"(7). En
consecuencia, la privación de instancia producida en el caso no podría ser seriamente discutida, en tanto la
apelación del auto de procesamiento está "instituida por la ley".

Desde otro punto de vista, se podría intentar sostener que, de todos modos, respecto del auto de procesamiento,
la privación del recurso de apelación no le provoca al imputado ningún perjuicio real, dada la naturaleza
provisional de dicho auto. El hecho de que él haya sido dictado por la Cámara no podría alterar la
caracterización que la ley hace a su respecto, con lo cual el juez, más allá de lo resuelto por la Cámara, conserva
intacta su potestad de revocar de oficio el auto en cuestión durante la instrucción.

Esto, en parte, es así. Incluso si el dictado del auto de procesamiento hubiera constituido un exceso de
jurisdicción de la Cámara, el juez de instrucción, una vez devuelto el expediente, no podría, sin más ni más,
revocar el auto de procesamiento por no compartir el criterio de la alzada. La potestad de revocar de oficio el
auto de procesamiento no puede ser ejercida arbitrariamente. Sólo se podría llegar a una revocación, en todo
caso, si como resultado de la investigación posterior, la fuerza de convicción de las pruebas en las que la
Cámara fundó su decisión se diluyera sensiblemente. Con lo cual la situación para el imputado sigue siendo la
misma: a pesar de que la ley le reconoce el derecho a apelar, el auto de procesamiento, tal como fue dictado,
quedó sin posibilidad de revisión.

IV. LOS LÍMITES DEL RECURSO DE APELACIÓN

a) El exceso de jurisdicción: la decisión ultra petita

Una dificultad adicional se plantea en los casos en los que el fiscal, en su recurso de apelación, no reclama
específicamente que sea la propia Cámara quien dicte, ella misma, el auto de procesamiento. Esto es lo que
parece haber sucedido en la decisión que se comenta. En efecto, en ella sólo se consigna que la Fiscalía se
agravió en contra del sobreseimiento dictado por el juez de instrucción en razón de la errónea valoración de la
prueba testimonial y la falta de agotamiento de la investigación, y con relación a este punto, la recurrente habría
circunscripto su pretensión a la solicitud de revocatoria del sobreseimiento. Nada se dice en cuanto a que
hubiera pedido expresamente que el tribunal dictara el procesamiento, ni mucho menos que hubiera indicado al
tribunal cuáles eran los argumentos decisivos para fundar un auto de mérito. Desde esta perspectiva, el apelante
quedó en mejor situación aún que lo que él mismo pretendía en su apelación. El objeto de su reclamo era que la
investigación no se clausurara; no sólo logró esto: además, obtuvo un auto de procesamiento más rápidamente
que si hubiera debido esperar a que lo resolviera un juez aparentemente renuente a adoptar este temperamento.
Y como si eso fuera poco, sin tener que correr el riesgo de una revocación provocada por la apelación del
imputado.

Pero, entonces, si un auto de procesamiento directamente dictado por la Cámara coloca al fiscal en una situación
ideal, ¿por qué no pidió esto en su apelación? Si se descarta la alternativa de la "inadvertencia", las respuestas
posibles parecen ser dos: o bien consideró que la Cámara no estaba facultada para hacerlo, o bien estimó que,
siguiendo los usos forenses, de todos modos, si el tribunal lo consideraba pertinente, así lo haría; esto es, de

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hecho, lo que parece haber sucedido en el caso. No obstante, existe, al menos, una tercera posibilidad: el fiscal
prefería insistir en la estrategia de que fuera el juez de primera instancia el que dictara el auto de mérito, y, en su
caso, lograr que la resolución tuviera, además, el aval adicional de una confirmación por parte de la alzada. Esta
última alternativa, por cierto, nada tendría de particular. En la práctica judicial una decisión "confirmada por
Cámara" suele tener un peso específico mayor, y ello no sólo por razones de pura autoridad; con frecuencia, la
decisión de la alzada de confirmar una decisión aporta a la discusión fundamentos nuevos o mejor formulados
que aumentan la solidez argumental de la resolución. En contra de esto, se podría decir que, de todos modos,
sólo se trata de un auto de procesamiento, no de una sentencia definitiva. Pero esto sería desconocer la
significación teórica del auto de mérito como valoración racional de la suficiencia de la prueba producida en la
investigación preparatoria. Es cierto que los errores del auto de procesamiento no son definitivos (8) y que, en
principio, todo podría ser subsanado en el debate mediante la producción de la prueba definitiva, o, llegado el
caso, mediante la absolución. Pero esto es sólo un aspecto parcial del problema que desconoce la importancia
procesal real de un auto de procesamiento bien elaborado. Cuando lo que se discute es, como en el caso
comentado, el robo del estéreo de un automóvil, la cuestión, por cierto, pierde buena parte de su relevancia.
Pero en causas más complejas la definición jurídica del objeto procesal que se produce en el auto de
procesamiento tiene efectos prácticos decisivos. El auto de mérito, de hecho, tiene la virtud de sellar la suerte de
una investigación preparatoria, orientándola hacia la apertura del juicio en forma eficiente, al "adelantar" la
especificación clara y precisa del hecho exigida por la acusación, o, en caso contrario, puede ser el preludio de
una confusión sin rumbo que sólo concluya con la prescripción de la acción. En este sentido, la importancia del
auto de procesamiento no reside tanto en una enumeración presuntamente completa de la prueba preparatoria,
sino, antes bien, en una valoración suficiente de dicha prueba, en orden a la definición concreta de los hechos
por los que se habrá de producir, en su momento, la elevación a juicio.

No obstante, aun cuando el fiscal no percibiera agravio alguno en que el tribunal de alzada se apresurara al
dictado veloz de un auto de procesamiento irrecurrible para el imputado, aún resta dilucidar si, al actuar de este
modo, la Cámara realmente ha actuado con exceso de jurisdicción.

b) Los límites de la competencia de los tribunales de alzada

La competencia de las Cámaras de Apelaciones está fijada en el art. 445 Ver texto , CPPN., que limita el
conocimiento del proceso a "los puntos de la resolución a que se refieren los motivos del agravio". Por su parte,
los recursos interpuestos por el Ministerio Fiscal "permitirán modificar o revocar la resolución aun a favor del
imputado". Es decir que sólo el imputado cuenta con la protección de la reformatio in peius (9), con lo cual la
ley autoriza al tribunal de apelaciones a apartarse de los límites del recurso interpuesto por el fiscal.

En general, la apelación se caracteriza por ser un recurso ordinario, esto es, un recurso amplio, sin restricciones
en cuanto a los motivos por los cuales puede ser interpuesto; sus únicas limitaciones y recaudos son aquellos
que comparte con todos los demás medios de impugnación en general (10). Su efecto devolutivo tiene como
consecuencia que la cuestión impugnada ya no queda en manos del juez a quo, sino que el nuevo examen y la
consiguiente decisión quedan funcionalmente en manos del tribunal de alzada (11).

Cuando la apelación se produce en el marco de la investigación preparatoria, dado su carácter esencialmente


escrito, el efecto devolutivo del recurso tiene como consecuencia el hacer posible una verdadera segunda
instancia, que ofrece la posibilidad fáctica de producir un reexamen completo del proceso. Sin embargo, ni la
amplitud característica del recurso de apelación ni su efecto de "devolver" la jurisdicción pueden ser entendidos
en el sentido de que el tribunal de alzada puede producir una revisión del caso, incluso más allá de lo que el
recurso autoriza.

En efecto, es característico del procedimiento recursivo en general su carácter facultativo y meramente eventual,
en tanto sólo se lleva a cabo cuando alguno de los afectados por la decisión se considera agraviado por ella,
como así también la vigencia plena de la igualdad, idéntica a la del proceso de partes. Al igual que éste, el
procedimiento recursivo se encuentra regido, casi sin limitaciones, por el principio dispositivo (12). Es decir que
aunque se trate de un recurso como el de apelación, en principio, ilimitado, de todos modos el recurrente
conserva su potestad básica de restringir su alcance. De allí el dogma forense con el que se suelen definir los
límites de la competencia de la alzada: "Los agravios constituyen la medida del recurso", o bien en la expresión
latina "Tantum devolutum quantum appellatum" (13).

Esta regla también rige para las Cámaras de Apelaciones en materia Penal, respecto de las cuales es la
impugnación la que marca, en principio, el límite del conocimiento de la alzada. Como consecuencia, "las
cuestiones resueltas y contra las cuales el recurrente no se ha alzado quedan firmes y no pueden volver a
tratarse; el tribunal tampoco podrá considerar puntos no propuestos a la decisión que se impugna... Cuando se
falla no respetando estos límites se puede incurrir en `exceso' que puede ser ultra petita (más de lo pedido y

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controvertido), citra petita (por fuera de lo requerido y propuesto) o infra petita (por menos de lo reclamado y
contrapuesto en el juicio)"(14).

Del mismo modo que los tribunales de primera instancia se encuentran limitados por el "objeto procesal"(15), el
conocimiento del tribunal de apelaciones se encuentra condicionado por la congruencia objetiva de segunda
instancia en cuanto al límite del recurso (que incluye la prohibición de reformatio in peius), por la congruencia
subjetiva de la alzada (derivada del sistema de la personalidad de la apelación, conforme al cual el recurso
deducido, en principio, aprovecha únicamente a la persona que lo ha interpuesto) y, finalmente, por los hechos
que fueron sometidos a discusión (16).

No se trata, por lo demás, de una disposición procesal más o menos contingente. La prohibición legal a los
tribunales de alzada de resolver ultra o extra petita tiene estrecha vinculación con aquellos derechos
constitucionales que pueden verse afectados por una interpretación más generosa de las facultades de las
Cámaras. Así, la Corte Suprema ha censurado este proceder en numerosas oportunidades, vinculando la
necesidad de congruencia entre lo peticionado y lo decidido con el derecho de defensa en juicio (17).

c) Las particularidades de la apelación de las actos de la instrucción

Ahora bien, si el efecto central de limitar la competencia del tribunal del recurso a los agravios del apelante (18)
es el de preservar la firmeza de todo aquello que la contraparte no haya impugnado, en el ámbito de los recursos
interpuestos contra decisiones tomadas durante la investigación preparatoria, esta noción no podría regir sin
algunas precisiones. En el caso del auto de procesamiento o de las medidas cautelares la ausencia de recurso del
imputado en nada modifica el carácter provisorio de tales resoluciones. Estrictamente, ellas no producen "cosa
juzgada", pues sólo perduran en tanto no se alteren los fundamentos que las sostienen. En todo momento, la
aparición de prueba de descargo o la modificación del riesgo procesal pueden llevar al juez de instrucción a
revocarlas. De este modo, una de las afectaciones características de que el tribunal se exceda en su jurisdicción
apelada no se produciría.

Algo similar sucede con el derecho de defensa y el dictado del auto de procesamiento. En principio, dicho
derecho habría quedado suficientemente satisfecho con la declaración indagatoria. Desde este punto de vista, y
teniendo en cuenta el carácter actuado de la instrucción, la Cámara no parecería estar en una posición diferente
de la del a quo en cuanto a las posibilidades de valoración de la prueba o de las defensas invocadas por el
imputado.

Sin embargo, esto sólo es así formalmente. Ya desde un punto de vista temporal, los plazos previstos para el
trámite de un recurso colocan a la Cámara en situación de desventaja para ubicarse a la par del juez instructor en
cuanto al conocimiento del expediente (19). Pero incluso si esta situación se pudiera compensar de algún modo
carácter colegiado del tribunal, menor cantidad de expedientes que un juzgado, etc., la posición en la que queda
colocado el imputado en uno y otro caso es bien diferente.

Aun cuando el derecho a ser oído quede satisfecho con la declaración del ímputado, cuando el auto de
procesamiento es dictado por la Cámara, ello es el producto de que el fiscal ha abierto la instancia de apelación
con determinados agravios, esto es, con argumentos que el imputado tiene ocasión de responder en el marco del
trámite del recurso. Desde este punto de vista, la circunstancia de que el fiscal no haya solicitado expresamente
que sea la Cámara la que dicte el auto de procesamiento no puede ser irrelevante. Se podría decir que, en todo
caso, la pretensión del fiscal en esta dirección está implícita en el recurso mismo, y que, salvo algún supuesto
marginal, ello no le podría producir sorpresa alguna al imputado. Pero cualquiera sea la entidad que se le asigne
a la vulneración del derecho de defensa que provoca el apartamiento de lo pretendido por el único recurrente, es
innegable que, además, se produce una alteración del sentido del procedimiento recursivo tal como fue
delineado por la ley. Si la Cámara no tiene que sujetarse a los agravios del fiscal, ¿qué sentido tiene darle la
oportunidad al imputado de que los conteste? Y ¿para qué exigir que el propio recurrente exprese los motivos de
sus agravios? Afirmar que el recurso de apelación tiene carácter amplio no puede conducir a entender que lo que
se amplía es la jurisdicción de las Cámaras; éstas siguen estando sujetas a la pretensión de los recurrentes. Por
otro lado, si el tribunal no está circunscripto a lo manifestado por los apelantes, la expresión de los motivos
exigida por la ley en algunos casos, por cierto, de formulación muy trabajosa queda convertida en una especie
de "colaboración" contingente con la actividad de las Cámaras, que pueden decidir por sí mismas si les resulta
más conveniente ceñirse a la pretensión tal como fue formulada, o, si les parece más oportuno, considerar que la
habilitación de la instancia a través del recurso les concede facultades para decidir no ya acerca de la adecuación
a derecho de lo resuelto por el juez de instrucción, sino qué es lo que debe hacerse en la investigación, cómo
conviene proceder y cuáles son las pruebas y argumentos jurídicos relevantes para sostener los cargos en contra
del imputado. El sentido de la intervención de la alzada, en esta concepción, no sería otro que el de devolverle la
decisión de la causa, finalmente, a su verdadero dueño (20): el "superior", que sabe mejor que el fiscal y el juez

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de instrucción cómo se debe conducir una investigación penal. Una visión jerárquica que difícilmente encuentre
algún sustento normativo, sea constitucional o legal.

V. LAS FACULTADES ORDENATORIAS DEL PROCEDIMIENTO: ¿PUEDEN LAS CÁMARAS


PENALES ORDENAR O "SUGERIR" MEDIDAS DE PRUEBA?

Desde una posición más pragmática, y en favor de una concepción flexible de la competencia recursiva, se
podría decir que ella fomenta la eficiencia y la celeridad de la instrucción. Si el tribunal de alzada, por su mayor
distancia con la investigación, advierte que ésta va perdiendo su rumbo, y se dirige irremediablemente al
fracaso, ¿por qué razón negarles a los jueces de Cámara la facultad de "reorientar" el proceso investigativo hacia
sus verdaderos fines? En esta misma dirección, si en virtud del recurso los camaristas ya han tomado
conocimiento amplio del expediente y tienen a la mano todos los elementos de prueba necesarios para el dictado
de un auto de procesamiento que estiman procedente, ¿qué sentido tiene esperar? De todos modos, por vía de
una apelación ulterior, casi con seguridad se terminará imponiendo su criterio. En esas condiciones, ¿por qué no
merituarlos ellos mismos, y, en todo caso, dejar en manos de la instancia anterior la decisión, eventualmente con
más injerencia, relativa a las medidas cautelares?

La posibilidad de que los jueces eviten que el proceso pierda el norte, sea por el exceso de celo o por la
ineficiencia de las partes, por lo demás, es admitida incluso en el procedimiento civil, mucho más atado al
principio dispositivo y menos emparentado con actuaciones judiciales oficiosas que el proceso penal. En rigor,
es el propio Código Procesal Civil y Comercial Nacional Ver texto el que pone en manos de los jueces las
"facultades ordenatorias" que suelen invocarse en los pocos casos en los que se intenta dar algún apoyo
normativo a que las Cámaras Penales extiendan su competencia al dictado de decisiones no solicitadas por las
partes y ordenen o bien "sugieran" la conveniencia de que se realice tal o cual medida de prueba, o que la
investigación se dirija en una determinada dirección.

Las facultades "ordenatorias e instructorias" del procedimiento civil (21) son consideradas una limitación al
principio dispositivo que rige en esa materia. Ellas son el producto de la evolución jurisprudencial de la
concepción jurídica según la cual "la renuncia consciente a la verdad no es compatible con el adecuado servicio
de justicia"(22). En esta línea, se afirma que "el proceso civil no puede ser conducido en términos estrictamente
formales, pues no se trata ciertamente del cumplimiento de ritos caprichosos sino del desarrollo de
procedimientos destinados al establecimiento de la verdad jurídica, que es su norte; concordemente con ello,
con arreglo a la ley procesal vigente, los jueces cuentan, en cualquier estado del juicio, con la facultad de
disponer las medidas necesarias para esclarecer los hechos debatidos"(23). Pues "si bien los jueces deben fallar
con sujeción a las reglas y principios de forma según las circunstancias de hecho que aducen y acreditan las
partes, nada excusa su indiferencia respecto de la objetiva verdad en la augusta misión de dar a cada uno lo
suyo"(24).

Desde esta perspectiva, si la determinación de la verdad objetiva constituye un argumento central en la


formulación de restricciones al principio dispositivo en aquellos procesos que están "naturalmente" regidos por
él, ¿cuál podría ser la razón que habría justificado que precisamente en el ámbito penal se aplicara un criterio
diferente, y las Cámaras miraran pasivamente cómo las "partes" pierden el rumbo?

Sin embargo, el traslado de estos principios a la actividad de las Cámaras de Apelación en lo Criminal no es tan
sencillo ni está exento de problemas. De hecho, si es que puede afirmarse que han existido avances en materia
procesal penal, en todo caso ellos están estrechamente vinculados con la desconfianza y el escepticismo frente a
la invocación de la averiguación de la "verdad objetiva" como una necesidad imperiosa para la realización de la
justicia.

Por otra parte, las mentadas facultades ordenatorias e instructorias, insertas en el marco de las facultades del
juez de dirigir el proceso (25) ya en su contexto específico, generan diversos cuestionamientos (26), y el ámbito
de aplicación que se les reconoce, por lo demás, tampoco es demasiado extenso. Así, ellas se ven limitadas, en
particular, por la necesidad de preservar la igualdad entre las partes y por el derecho de defensa (27). Esto
significa, en concreto, que a los jueces les está vedado, en el ejercicio de dichas facultades, acordar ventajas a
una de las partes en desmedro de la otra. Se entiende que esto sucedería, por ejemplo, si en el ejercicio de las
facultades instructorias los jueces viniesen a suplir la negligencia en que ha incurrido una de las partes en la
producción de la prueba (28), y se subsanase la desidia de quien no ofreció prueba realizando medidas que ni
siquiera fueron sugeridas (29). Se trata, en síntesis, de limitaciones que tienden a mantener el carácter dispositivo
de un procedimiento de partes, que de otro modo quedaría completamente difuminado.

A esto se agrega otro aspecto significativo, vinculado con quién tiene legalmente a su cargo la "dirección del
proceso". Así, por vía de principio, el ejercicio de las facultades mencionadas recae en manos del juez de
primera instancia, no en las de las Cámaras. Su competencia sigue estando limitada por la extensión del recurso,

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pues el thema decidendum en la alzada es autónomo del que se discute en la instancia inferior, y él queda fijado
por los actos procesales idóneos producidos ante la instancia revisora, especialmente en cuanto hayan sido
materia de expresión de agravios (30).

VI. LA PÉRDIDA DE LA IMPARCIALIDAD DE LA CÁMARA DE APELACIONES

Aun cuando fuera posible construir por vía interpretativa algún apoyo normativo para el ejercicio de facultades
ordenatorias e instructorias por parte de las Cámaras de Apelación en lo Penal, el punto conflictivo seguiría
siendo el de su extensión y alcances. Salta a la vista que un reconocimiento demasiado generoso de la potestad
de actuar de oficio, que admita la injerencia activa de las Cámaras en la investigación, no sólo desnaturaliza su
función específica como tribunal de alzada, sino que incluso compromete seriamente su imparcialidad.

Esto es lo que sucede cuando el ad quem asume el dictado del auto de procesamiento. No es posible pensar en
un auto de mérito como si fuera una especie de acción declarativa, en la que el tribunal se puede limitar a
examinar objetivamente las pruebas acumuladas en el expediente, sumarlas aritméticamente y llegar al resultado
"hay elementos de convicción suficiente para estimar que el hecho delictivo ha existido y que ha sido cometido
por el imputado". La argumentación jurídica es mucho más compleja, y no sólo en cuanto a la subsunción
normativa del hecho. La propia determinación de cuáles son los datos relevantes en el expediente presupone una
selección valorativa en el caso, orientada desde una perspectiva de cargo en la que están presentes los
argumentos que justifican la inclusión u omisión de un cierto elemento y la ponderación de su relevancia
específica.

No se trata de discutir aquí cuál es el alcance que debería tener el principio acusatorio durante la etapa
instructoria, ni tampoco de cuestionar quién debe tener a su cargo el manejo de la investigación preparatoria: si
el Poder Judicial o el Ministerio Público. Mucho es lo que se ha discutido entre nosotros sobre estas cuestiones,
que, por cierto, están estrechamente vinculadas con lo que aquí se plantea. Pero, a pesar de ello, el núcleo del
problema puede ser examinado sin entrar en el debate ¿investigación a cargo de jueces o de fiscales? En efecto,
sea cual sea la posición que se adopte frente a esa alternativa, la pregunta aquí es, en realidad, mucho más
modesta: si, de lege lata, se ha establecido algún órgano independiente que tenga a su cargo la revisión de
aquellas decisiones que son susceptibles de provocar agravios irreparables a las partes durante la etapa
preparatoria del juicio.

Si la cuestión es examinada desde esa perspectiva limitada, no parece haber demasiadas dudas sobre este punto.
Aun cuando la interpretación de la ley presente inconsistencias en relación con cuál es la distribución del poder
de dirección de la investigación preparatoria entre fiscales y jueces, lo que sí está claro es que si hay alguien que
no tiene a su cargo la investigación preparatoria es la Cámara de Apelaciones. Su inserción legal nada tiene que
ver con "colaborar" con una investigación preparatoria eficiente ni con apresurar decisiones de mérito sobre la
prueba producida por fuera de los agravios de las partes.

A esto se agrega el elemento constitucional a esta altura, de amplio reconocimiento de que la función particular
de un tribunal necesariamente debe ser ejercida con imparcialidad. Un objetivo cuyo cumplimiento no puede ser
garantizado cuando se confunden las funciones de acusador y juzgador (31). En este sentido, los excesos de
jurisdicción que se manifiestan en decisiones de la Cámara, o incluso en meras expresiones, dirigidas a producir
un "reencauzamiento" del expediente orientadas a "mejorar" la investigación, o a lograr mayor eficiencia en una
instancia que no es la propia, no sólo pueden afectar el derecho de defensa de las partes, sino que también
comprometen seriamente el ejercicio imparcial de su función legal como tribunal de apelaciones.

No se postula aquí, por lo demás, una interpretación original. La necesidad de que exista un tribunal imparcial
en todas las etapas procesales, incluida la instancia de apelación de la instrucción, ha sido reconocida
expresamente por la Corte Suprema en el caso "Quiroga" Ver texto (32), al examinar la validez constitucional del
art. 348 Ver texto , CPPN. Si bien en ese caso jugaba un papel decisivo el alcance interpretativo del principio
nemo iudex sine actore, la garantía de imparcialidad del tribunal constituyó uno de los argumentos decisivos del
fallo. En este sentido, la decisión no sólo destacó la vigencia de la garantía de imparcialidad durante todo el
proceso. Además, enfatizó la importancia básica que tiene para la efectiva vigencia de la garantía que el tribunal
a cargo del control de la investigación se mantenga ajeno a ésta (33).

El peso del precedente para limitar las facultades instructorias de las Cámaras de Apelaciones es indudable. No
se puede perder de vista que la discusión del caso citado estaba circunscripta a la decisión de la Cámara de
provocar la elevación a juicio a pesar del desinterés del Ministerio Público en esta dirección. Una alternativa
jurídica que, por cierto, bien podría ser considerada una inclinación del tribunal de apelación en favor de la
acusación de bastante menor intensidad que el liso y llano volcar la balanza en contra del imputado por medio
de la elaboración del auto de procesamiento.

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Por otro lado, la proximidad con la clausura de la etapa instructoria que se plantea en la mayoría de los casos en
que entra en consideración el procedimiento previsto por el art. 348 Ver texto , CPPN. permite, al menos, un
consuelo temporal. Por el estado mismo de la causa, el afectado puede conservar la esperanza de que el tribunal
sospechado de parcialidad, en breve, deje de intervenir en el caso. Pero no ocurre lo mismo al menos, no con la
misma frecuencia cuando la Cámara de Apelaciones es la que asume la dirección de la investigación y decide
qué medidas de prueba deben realizarse, o bien, directamente, resuelve valorar la prueba ya incorporada al
sumario y dicta el procesamiento. En efecto, dicho auto no necesariamente lleva a la clausura inmediata de la
investigación sin más ni más, especialmente en procesos complejos. De ese modo, la continuación de la
producción de prueba conlleva el "riesgo" de que surjan elementos de descargo que decidan al juez a dejar sin
efecto el auto de mérito ya dictado (¡por la Cámara!). En ese supuesto no es de descartar que se presente la
paradoja de que el juez de primera instancia termine siendo quien "revise" la sustentabilidad de la decisión de la
Cámara, y que ésta deba decidir, en definitiva, si sus propios argumentos descalificados por el a quo se
mantienen. Un ejemplo paradigmático de aquellas situaciones en las que, objetivamente, no cabe esperar una
decisión imparcial por parte de los jueces.

Inconvenientes similares se plantean frente a las medidas de prueba ordenadas o meramente sugeridas por la
alzada. Si el juez y el fiscal no comparten el criterio de la Cámara relativo a la dirección que corresponde darle a
la investigación, y consideran las medidas sugeridas u ordenadas dilatorias o inconducentes, y no las realizan,
toda nueva intervención de la alzada se verá perturbada por la reticencia a proceder en el sentido que el tribunal
indicó. Y donde hubo voluntad de eficiencia sólo queda el riesgo de que las discrepancias entre los diversos
directores de la investigación dilaten o traben definitivamente la solución del caso, sea en favor o en contra de la
imputación.

Por cierto, también aquí la posible afectación a la garantía de imparcialidad provocada por una intervención de
la Cámara de estas características podría subsanarse, llegado el caso de una nueva intervención, por medio de la
excusación de los jueces y su reemplazo por otros no contaminados. Pero es evidente que ésta no es la mejor
solución, ni tampoco la solución prevista en la ley. En definitiva, sólo se generan dilaciones y costos procesales
innecesarios, y ello, como consecuencia de que quienes debían ejercer una función legal delimitada no se
circunscriben a ella.

VII. CONCLUSIÓN: UNA DISTORSIÓN INJUSTIFICADA DE LA FUNCIÓN DE LA CÁMARA DE


APELACIONES

Ya por las características particulares de la investigación preparatoria se vuelve prácticamente imposible que
ella sea llevada adelante con imparcialidad. Quien tiene a su cargo la instrucción se compromete con la
definición del objeto del proceso y se ve obligado a tomar, de oficio, decisiones relativas a la existencia y
características del hecho delictivo investigado y a la probable culpabilidad del imputado (34). Frente a ello, la
importancia de que, al menos, el órgano judicial que tiene a su cargo el control de dicha etapa se mantenga
ajeno a los intereses característicos de la "averiguación de la verdad" resulta evidente. De otro modo, esto es, si
la Cámara de Apelaciones decide convertirse en un instructor más, de la garantía de imparcialidad, en esta
etapa, ya no queda nada. Pero no sólo los derechos del imputado quedan completamente desamparados frente a
injerencias indebidas o excesivas. Además, se produce una triplicación de funciones procesales en cuyo marco
rápidamente surge la pregunta ¡también económica! relativa a la racionalidad de mantener a tantos magistrados
y funcionarios judiciales haciendo todos lo mismo.

Sin duda, la imparcialidad del tribunal, la inviolabilidad de la defensa o el principio dispositivo en materia
recursiva no tienen un carácter ilimitado o absoluto. Son principios que funcionan en interrelación con otros que
los limitan o los contrabalancean. Establecer cuál es alcance que cabe asignar a cada uno de tales principios,
dentro de lo tolerable constitucionalmente, queda en manos del legislador. Una afirmación que, desde mi punto
de vista, resulta tan obvia que casi suena trivial. Sin embargo, el fallo comentado un mero ejemplo de una
práctica forense muy difundida demuestra que esa afirmación no necesariamente se refleja en los hechos de los
jueces. No corresponde analizar aquí las razones psicológicas o políticas por las cuales los jueces de Cámara
deciden actuar más allá de lo que su función, en rigor, les impone. En general, en las decisiones judiciales en las
que se reformula o reinterpreta el esquema procesal vigente se invocan las mejores intenciones e, incluso,
concepciones más acordes con el espíritu constitucional. Pero se trata, finalmente, de reconstrucciones
pretorianas contra legem, y ello, por sí mismo, las descalifica. La experiencia indica, además, que ni siquiera los
argumentos pragmáticos permiten defenderlas, pues, en el final, tampoco están en condiciones de garantizar la
eficiencia que prometen ni, mucho menos, igualdad ante la ley.

(1) El punto no parece haber estado alcanzado por el recurso de apelación.


(2) Art. 311 Ver texto , CPPN. (LA 1991-C-2806): "Los autos de procesamiento y de falta de mérito podrán ser

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revocados y reformados de oficio durante la instrucción. Contra ellos sólo podrá interponerse apelación sin
efecto suspensivo; del primero, por el imputado o el Ministerio Público; del segundo, por este último y el
querellante particular".
(3) Acerca de los recursos "horizontales" conf. Maier, Julio, "Derecho Procesal Penal", t. I, Buenos Aires,
1996, p. 793 y ss., en especial p. 800.
(4) Se deja aquí de lado la cuestión de si esta afirmación también alcanza, sin más, a los llamados "autos
equiparables a sentencia definitiva", y, en particular, a la prisión preventiva.
(5) Conf., entre muchos otros, Fallos 203:215 [J 6.8237]; 235:276 [J 6.16644]; 263:72 [J 6.26742]; 305:112 [J
5.14861].
(6) Conf. Fallos 207:293 [J 6.8273].
(7) Así, ya en Fallos 232:664 [J 6.13027]: "Si bien la Constitución Nacional Ver texto (LA 1995-A-26) no
requiere la doble instancia judicial, la privación injustificada de la que instituyen las leyes es violatoria de la
defensa, y por ello carece de validez la sentencia dictada por el tribunal de alzada, si el apelado, luego de ser
notificado del fallo del juez que le fue favorable, se vio privado de toda intervención en segunda instancia, sin
mediar razón atendible para tal procedimiento". En el mismo sentido, Fallos 303:1929 [J 5.10140]; 307:966 (JA
1986-I-658) Ver texto , entre otros.
(8) Como es evidente, la cuestión se vuelve mucho más problemática, por sus consecuencias prácticas, cuando
el auto de procesamiento cumple la función adicional de definir y valorar la prueba suficiente de la autoría del
hecho requerida como base para el dictado de la prisión preventiva.
(9) Conf. art. 445 Ver texto , párr. final, CPPN.
(10) Así Ayán, Manuel, "Recurso de apelación", en Ayán, Manuel y otros, "Medios de impugnación en el
proceso penal", Córdoba, 2007, p. 43 y ss., en especial p. 48.
(11) Ayán, Manuel, "Recurso de apelación" cit.
(12) En este sentido, Maier, "Derecho Procesal Penal" cit., t. I, p. 580.
(13) Conf. referencias doctrinarias en Ayán, Manuel, "Recurso de apelación "cit., p. 81.
(14) Así fue formulado, expresamente, en el dictamen del procurador general en Fallos 327:1532, al que
remitió la Corte Suprema.
(15) Se trata de un límite que también rige para los tribunales de primera instancia, aun cuando no tenga las
exigencias más rígidas que se plantean respecto del tribunal de juicio. En este sentido, acerca de la extensión del
principio de congruencia conf. Ledesma, Ángela, "¿Es constitucional la aplicación del brocardo iura novit
curia?", en Baigún, David (dir.), "Estudios sobre justicia penal. Homenaje al profesor Julio B. J. Maier", Buenos
Aires, 2005, p. 357 y ss.
(16) En sentido similar, De los Santos, Mabel A., "Flexibilización de la congruencia", LL 2007-F-1278.
(17) "Los tribunales de alzada no pueden exceder la jurisdicción que les acuerdan los recursos concedidos ante
ellos, pues si prescinden de esa limitación y resuelven cuestiones ajenas a las pretendidas por las partes, se
afecta la garantía constitucional de la defensa en juicio" (Fallos 329:3757; en el mismo sentido, Fallos
330:2658, 5251, 159; 329:5368, 3757, 899, 513; 327:3560, 2781; 326:2126 Ver texto ; 325:2803 Ver texto ;
294:410 [J 5.3586]; 261:193 [J 6.27591], entre muchos otros).
(18) Acerca de esta limitación de la competencia de la Cámara y su relación con la exigencia legal de
motivación del recurso conf. Ayán, Manuel, "Recurso de apelación" cit., p. 66 y ss.
(19) Aquí se omite el análisis de la cuestión acerca de si el principio de inmediación juega en este caso algún
papel y si el carácter escrito de las actuaciones producidas ante el juez de instrucción es suficiente para que la
Cámara pueda valorar la prueba en paridad de condiciones. Pero aun cuando se restrinja la exigencia de
inmediación a un principio imprescindible sólo respecto del debate y a la prueba "definitiva", el sentido mismo
de dicho principio se vincula con la presunción de que quien toma contacto directo con la prueba está en mejor
situación para conocer los hechos. Es decir, el juez de instrucción (o bien el fiscal), no la Cámara.
(20) Acerca de las raíces históricas de una interpretación semejante, vinculada con la "devolución" del poder
jurisdiccional al monarca, conf. Maier, Julio, "Derecho Procesal Penal" cit., t. I, p. 705 y ss. En el mismo
sentido, Ayán, Manuel, "Recurso de apelación" cit., p. 47 y ss.
(21) Los "deberes y facultades ordenatorias e instructorias", a ser ejercidos por los jueces "aun sin
requerimiento de parte", están previstos en el art. 36 Ver texto , CPCCN.
(22) Fallos 238:550 Ver texto ; 287:153 [J 5.478]; 288:55 [J 5.3591] (JA 23-1974, índice 19, sum. 2); 304:1915 [J
5.16464]; 304:1537 [J 5.16454]; 308:533 (JA 1987-II-35) Ver texto ; 310:2456 (JA 1988-III, síntesis) [J 4.14714];

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319:1577 (JA 1998-IV, síntesis) Ver texto ; 320:402 (JA 2000-II, síntesis) [J 04_320V1T061]; 322:1526 [J
04_322V2T050]; 326:1395 Ver texto ; 327:5970, entre muchos otros.
(23) Fallos 329:755: 308:533 [J 5.19744]; 287:153 [J 5.479].
(24) Fallos 330:4226; 327:5970; 326:1395 Ver texto ; 320:402 [J 04_320V1T061], entre otros.
(25) Conf. art. 34 Ver texto , inc. 50, pto. c, CPCCN.
(26) Acerca de la relación entre estas facultades y los límites al iura novit curia conf. referencias doctrinarias en
Bastons, Jorge y Eliades, Analía, "La reconducción de las pretensiones procesales en el fuero contencioso
administrativo bonaerense", LL 2006-D-255. Con respecto a los problemas que plantea la inapelabilidad de las
medidas y la necesidad de sujetarlas a límites conf. Falcón, Enrique M., "Inapelabilidad de las medidas
ordenatorias e instructorias", LL 1995-E-271.
(27) Conf. referencias doctrinarias en De los Santos, "Flexibilización de la congruencia" cit.
(28) En este sentido, Palacio, Lino, "Derecho Procesal Civil" [D 2505], Nº 2505/001662.
(29) Así, por ejemplo, Jaén, María E. y Sáenz, Luis R. J., "Los deberes y facultades del juez y la renovación de
su rol protagónico", LL 2002-II-2055.
(30) En sentido similar, Bastons y Eliades, "La reconducción de las pretensiones..." cit.
(31) Sobre este tema conf., por todos, Sancinetti, Marcelo, "La violación de la garantía de imparcialidad del
tribunal", Buenos Aires, 2001.
(32) Fallos 327:5863.
(33) Conf. en particular los votos de los jueces Petracchi y Highton de Nolasco (consids. 18 y 19) y el voto del
juez Zaffaroni (consids. 16, 17 y 18).
(34) En este sentido, García, Luis, "El caso `Quiroga' Ver texto o el primer golpe de demolición al actual sistema
de enjuiciamiento criminal en el orden nacional. Reconstruyendo entre las ruinas hasta que se acuerde un plan
de construcción alternativo", en Pitlevnik, Leonardo (dir.), "Jurisprudencia penal de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación", t. II, p. 182 y ss., en especial p. 231.

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