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Angel de Jesús Rodríguez Salazar

Marco Tulio Cicerón nació en el año 106 a.C. Orador, político y filósofo
latino. Perteneciente a una familia plebeya de rango ecuestre, desde muy joven se
trasladó a Roma, donde asistió a lecciones de famosos oradores y jurisconsultos
y, finalizada la guerra civil (82 a.C.), inició su carrera de abogado, para convertirse
pronto en uno de los más famosos de Roma. Posteriormente se embarcó rumbo a
Grecia con el objetivo de continuar su formación filosófica y política.
Fue discípulo del epicúreo Fedro y del estoico Diodoto, siguió lecciones en
la Academia y fue a encontrar a Rodas al maestro de la oratoria, Molón de Rodas,
y al estoico Posidonio. De vuelta en Roma, prosiguió su carrera política, y en el
lapso de trece años consiguió las más altas distinciones. Empezó como cuestor en
Sicilia en el 76 a.C., y en el 70 a.C. aceptó defender a los sicilianos oprimidos por
el antiguo magistrado Verres, para quien sus alegatos, supusieron la condena, lo
cual lo hizo muy popular entre la plebe y contribuyó a consolidar su fama de
abogado.
Su carrera política fue fulgurante: en un año fue elegido edil, en el 66 a.C.
pretor, cargo desde el que propulsó un acercamiento entre caballeros y senadores
(concordia ordinum), y dos años después obtuvo la elección de cónsul del Senado.
Desde esta posición, hizo fracasar la reforma agraria propuesta por Rullo, hizo
frente a los populares, liderados por Craso y Julio César, y llevó a cabo una de las
batallas más dramáticas y peligrosas de su carrera: su oposición a la conspiración
de Catilina. Derrotado en las elecciones, Catilina se disponía a promover
levantamientos para instaurar una dictadura. Los cuatro discursos (Catilinarias)
pronunciados por Cicerón ante el Senado a fin de conseguir la ejecución de los
conspiradores constituyen la muestra más célebre de su brillante oratoria, de gran
poder emotivo. Sin embargo, su actuación acabó por significarle el exilio años más
tarde, cuando Clodio, elegido tribuno de la plebe (58 a.C.) gracias a César,
consiguió el reconocimiento de una ley que sancionaba con la pena de muerte a
todo ciudadano romano que hubiera hecho ejecutar a otro sin el previo
consentimiento del pueblo.
Tras buscar, sin éxito, el apoyo de Pompeyo, Cicerón marchó al exilio.
Regresó a Roma apenas un año y medio más tarde, pero para entonces su
carrera política estaba prácticamente acabada, situación que pareció hacerse
definitiva con la dictadura de Julio César (48-44 a.C.). Sólo cuando Julio César fue
asesinado, Cicerón volvió a la escena política para promover la restauración del
régimen republicano.
Cicerón fue apresado y ejecutado. Formado en las principales escuelas
filosóficas de su tiempo, Cicerón mostró siempre una actitud antidogmática y
recogió aspectos de las diversas corrientes. La originalidad de sus obras
filosóficas es escasa, aunque con sus sincréticas exposiciones se convirtió en un
elemento crucial para la transmisión del pensamiento griego. Al final de su De
Republica contrasta su probabilismo con una exaltación religiosa de signo
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neoplatónico. Como literato, se convirtió en el modelo de la prosa latina clásica,


con un estilo equilibrado y de largos y complejos períodos, aunque perfectamente
enlazados (De divinatione).
Las obras retóricas menores
Sus obras retóricas menores, escritas entre los años 86 y 44 a. C., son
 De inventione (86 a. C.)
 De optimo genere oratorum (46 a. C.)
 Topica (44 a. C.)
 Partitiones oratoriae (45 a. C.)

Las obras retóricas mayores


La contribución ciceroniana más importante a la Retórica abarca la trilogía
formada por:
 De Oratore (55 a. C.)
 Brutus (45 a. C.)
 Orator (46 a. C.)
 De Oratore es, según la opinión de la mayoría de los críticos, la obra
maestra de la retórica ciceroniana. Dedicada a su hermano Quinto, está
redactada en forma de diálogo y sus interlocutores principales son Licinio
Craso y Marco Antonio.
Comprende tres libros dedicados, respectivamente, al orador, a la
invención y a la disposición, y a la elocución. Los teóricos valoran, sobre todo,
su original interpretación de la noción de historia, la importancia que concede a
la «simpatía» como capacidad de identificación emocional, las agudas
explicaciones sobre la fuerza persuasiva del humor, la identificación entre el
bien pensar y el bien decir, el aprecio de la novedad como valor estético, la
atención que presta a la cadencia rítmica, y, sobre todo, la pulcritud del estilo
en que este libro está redactado.
Por la importancia que concede a la fundamentación teórica, esta obra
es generalmente considerada como la frontera que marca la transición entre la
concepción normativa y el planteamiento filosófico de la Retórica. Cicerón
defiende que ciencia y elocuencia, conocimiento y palabra (el sapere y el
dicere), son dos aspectos complementarios e inseparables de la competencia
oratoria. Craso, portavoz de Cicerón (en los libros primero y tercero), considera
que la preparación intelectual del orador que pretenda intervenir con eficacia
en la vida política y social de su tiempo es imprescindible. El carácter
pragmático de la Retórica hace teóricamente inaceptable la separación entre
res («contenido») y verba («expresión»).
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En el libro segundo, Cicerón desarrolla sus ideas sobre la inventio, la


dispositio y la memoria, y, al explicar las cualidades que deben adornar al
orador, expresa su preferencia por el ingenium (la predisposición innata) y por
la diligentia (la atención a la causa y a sus circunstancias). Concede una
importancia secundaria al conocimiento de la teoría y a la aplicación de las
normas. Aquí defiende que «enseñar», «conmover» y «deleitar» constituyen
los fines, no sólo de todo el discurso sino, también, de cada una de sus partes
(«exordio», «proposición» o «narración», «argumentación» y «conclusión»).
Siguiendo a Aristóteles, reconoce la fuerza de la comicidad en determinadas
situaciones oratorias.
En el tercer libro de esta obra, trata de la elocutio y de la pronuntiatio.
Insiste en que el conocimiento adecuado de los contenidos (res) es tan
necesario como el dominio de la expresión (verba): sólo sabemos es su teoría
lo que somos capaces de expresar mediante palabras. Cicerón reformula en
esta obra los rasgos que deben caracterizar a la «elocución» oratoria y se
detiene especialmente en los elementos que constituyen el ornatus (tropos y
figuras) del discurso.

Catilinarias (fragmento)
"Lo que a vosotros toca, ciudadanos, es defender vuestras casas, como
antes dije, con guardas y vigilantes, que en cuanto a la ciudad, ya he tomado
las medidas y dado las órdenes necesarias para que, sin turbar vuestro reposo
y sin alboroto alguno, esté bien guardada. Todas vuestras colonias y
municipios, a quienes ya he dado cuenta de la correría de Catilina, defenderán
fácilmente sus poblaciones y territorios. Los gladiadores, con quienes Catilina
proyectaba formar el cuerpo más numeroso y seguro, aunque mejor
intencionados que algunos patricios, serán contenidos en nuestro poder.
Quinto Metelo, a quien, en previsión de lo que pasa, envié al Piceno y a la
Galia, o vencerá a ese hombre o le atajará en sus movimientos y designios.
Respecto a lo que falta ordenar, apresurar o precaver, daré cuenta al Senado
que, como veis, acabo de convocar.
En cuanto a los que permanecen en la ciudad y dejó en ella Catilina
para la ruina de Roma y de todos vosotros que habitáis en ella, aunque son
enemigos, como nacieron conciudadanos nuestros, quiero hacerles y repetirles
una advertencia: mi lenidad, que acaso haya parecido excesiva, ha esperado
hasta que saliera a luz lo que estaba encubierto. En lo sucesivo no puedo
olvidar que ésta es mi patria; que soy cónsul de éstos, y que con ellos he de
vivir o morir por ellos. Nadie guarda las puertas de la ciudad, nadie les acecha
en el camino; si alguno quiere salir, yo puedo tolerarlo. Pero el que se
proponga alterar el orden en Roma, el que yo sepa que ha hecho o proyecta
hacer o intenta algo en daño de la patria, conocerá a costa suya que esta
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ciudad tiene unos cónsules vigilantes, excelentes magistrados, un Senado


fuerte y valeroso, armas y, finalmente, cárcel, que para el castigo de estos
grandes y manifiestos crímenes la establecieron nuestros antepasados.
Y todo esto se realizará, ciudadanos, haciendo las más grandes cosas
con el menor ruido, evitando los mayores peligros sin alboroto alguno y
terminando una guerra intestina y doméstica, la mayor y más cruel de que los
hombres tienen memoria, sin más general ni jefe que yo, un hombre de toga. Y
me he de gobernar en esta guerra de tal modo, ciudadanos, que, si es posible,
ni uno solo de los perversos sufra en esta ciudad el castigo de sus crímenes.
Pero si la audacia, acudiendo públicamente a la fuerza, o el peligro inminente
de la patria me impiden continuar en la vía de clemencia a que mi corazón se
inclina, haré, al menos, una cosa que en tan grande y traidora guerra apenas
parece que se puede desear, y es que no muera ninguno de los buenos y que
con el castigo de unos pocos se logre al fin salvar a todos vosotros. "

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