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UNA MIRADA AMPLIA Y PRECISA DE LA ANSIEDAD SOCIAL

Las relaciones interpersonales son una dimensión fundamental e imprescindible de la


vida del ser humano, ya que somos seres sociales por naturaleza. El hecho de pertenecer y
estar dentro de un grupo, de conversar, reunirse, actuar, argumentar, cuestionar y bromear
suelen ser espacios agradables de compartir, por lo que el individuo normalmente buscará y
reforzará estas experiencias placenteras. Sin embargo, estos espacios no siempre causan
placer y podrían ser evitados por algunas personas. Esto se debe a que temen verse en
situaciones humillantes o embarazosas, pues sienten que están siendo evaluados, observados
y se anticipan a posibles resultados negativos. Las personas que sufren de esta patología son
diagnosticadas con “trastorno de ansiedad social o fobia social” y en los casos más severos
de esta enfermedad mental les generará un malestar significativo e importante que afecta
todas las dimensiones de su vida.

El DSM-5 define al trastorno de ansiedad social o fobia social como un “miedo o


ansiedad intensa en una o más situaciones sociales en las que el individuo está expuesto al
posible examen por parte de otras personas” (APA, 2013). Así mismo, establece que los
criterios diagnósticos del TAS son: el individuo tiene miedo de actuar de cierta manera o de
mostrar síntomas de ansiedad que se valoren negativamente, las situaciones sociales casi
siempre le provocan miedo o ansiedad y se evitan o resisten; además el miedo o la ansiedad
son desproporcionados a la amenaza real y son persistentes con una duración típica de seis
meses o más.

El TAS puede originarse por el temor o ansiedad a diversas situaciones sociales o a


unas situaciones muy particulares. Frente a ello, las últimas investigaciones han encontrado
cinco factores básicos que constituyen la estructura fundamental del TAS. Estos son: a)
Hablar en público/interacción con personas de autoridad; b) Interacción con desconocidos;
c) Interacción con el sexo opuesto; d) Quedar en evidencia o en ridículo; y e) Expresión
asertiva de molestia, desagrado o enfado (Caballo, Salazar, Irurtia, Arias y Equipo de
Investigación CISO-A, 2010). De esta misma manera, estos individuos se caracterizan por
su inhibición comportamental y la evitación de situaciones sociales. Si ya se encuentran en
estas situaciones (de forma real o anticipándose a ellas), tienden a mostrarse ansiosos por el
temor a ser evaluados negativamente.
Según los estudios epidemiológicos de la APA (1994, 2000), este trastorno tiene una
prevalencia de 3 a 13% en la población mundial convirtiéndose en una de las enfermedades
mentales más frecuente. No hay estudios de prevalencia de este trastorno en el Perú, los más
cercanos a nuestra realidad latinoamericana son los hechos en Colombia en el año 2008 en
los que se observa una prevalencia del TAS del 5% a lo largo de la vida de los colombianos.
En cuanto al sexo, la OMS (1992) afirma que el TAS tiene la misma prevalencia en varones
y mujeres. La edad de inicio puede oscilar entre 12 a 18 años y en la mayoría de los casos
proviene de una infancia con inhibición social o timidez; aunque también puede ser
provocada o acentuada por una experiencia altamente estresante, embarazosa o humillante.
Su curso es crónico, aunque su gravedad disminuiría durante la adultez y gracias al
tratamiento psicoterapéutico y farmacológico.

Al igual que en otros trastornos también se desconoce la exactitud de la etiología de


la ansiedad social, sin embargo, se han logrado identificar algunas variables biológicas,
psicológicas y sociales. Stein, Jang y Livestey (2002) encontraron una correlación de 48%
de heredabilidad del miedo a la evaluación negativa vinculado a la sumisión, la ansiedad y la
evitación social. Estos mismos autores descubrieron que la vulnerabilidad del sistema
nervioso autónomo (SNA) contribuye a la aparición de este trastorno por la elevada
producción de adrenalina y noradrenalina. Las otras variables argumentan que la separación
de los padres por bastante tiempo durante la infancia y adolescencia, las experiencias de
abuso psicológico y/o sexual, el condicionamiento vicario, el reforzamiento de la asociación
entre un objeto fóbico y una experiencia aversiva a través de la evitación y escape, la
carencia de habilidades sociales, la crianza de los padres y alguna experiencia traumática
terminan configurando patrones cognitivos, afectivos y conductuales de este trastorno.

A nivel conductual las características clínicas del trastorno de ansiedad social son las
siguientes: las personas tienen pocas y muy pobres habilidades sociales, así como una alta
evitación de relaciones interpersonales y situaciones sociales, su comportamiento es poco
asertivo, su grupo de amigos es reducido, miran y hablan escasamente, demuestran
intranquilidad en situaciones de miedo, están vigilantes y alertas ante las posibles amenazas
sociales, creen percibir las expresiones de rechazo y desaprobación, se distancian y aíslan en
situaciones sociales, y les es muy difícil iniciar y mantener una conversación amena.

Los aspectos cognitivos y afectivos que se han logrado identificar en las personas
con fobia social son: difícilmente expresan emociones cálidas y tienen problemas para
describirlas se focalizan en información sobre el fracaso social, tienen una percepción
exageradamente negativa de su propia conducta y sobre sí mismos lo que determina una baja
autoestima, ostentan patrones elevados de evaluación, poseen diálogos internos negativos,
subestiman sus logros, se preocupan mucho por la crítica y la imagen que tienen los demás
de él, desean la aprobación de los demás, enfatizan y perciben con mayor agudeza sus
fracasos y síntomas de ansiedad, se anticipan a las situaciones humillantes o vergonzosas, no
asumen riesgos, creen que son incapaces de satisfacer las expectativas sociales, se sienten
indefensos frente a la desaprobación, identifican con facilidad emociones “negativas” (ira,
miedo, asco y tristeza), se sienten solos y tristes, tienen altibajos emocionales y temen hacer
el ridículo o decir algo inapropiado en público.

Además de las características clínicas a nivel conductual, cognitivo y afectivo, es


sumamente importante describir las reacciones fisiológicas del TAS, tales como: las
palpitaciones, la sudoración, las náuseas, la visión borrosa, el temblor, el sonrojo o rubor, “el
nudo en la garganta”, el “hormigueo”, la sensación de cosquillas o vacío en el estómago y
los escalofríos. Normalmente las personas que sufren de este trastorno temen que los demás
noten estos síntomas en situaciones sociales, es más, ya Barlow sentenciaba que “la
conducta se deteriora sólo cuando los demás les están observando”, pues ello podría llevar a
una evaluación negativa.

El trastorno de ansiedad social tiene una alta comorbilidad con otros trastornos y en
muchos casos los antecede en un 70 y 80%. Se ha encontrado una comorbilidad con el
trastorno de pánico en un 50%, con la ansiedad generalizada en un 41%, con el episodio de
depresión mayor en un 40%, con el trastorno obsesivo compulsivo en un 26% y con la
agorafobia en un 16% (Faverlli, Zucchi, Viviani, Salmonia y Perone, 2000). En relación con
el trastorno de personalidad por evitación (TPE) se ha observado que muchos pacientes con
TAS también poseen TPE y viceversa; en ese mismo sentido aparentemente sería redundante
añadir el TAS al diagnóstico de TPE (Caballo, 2009).

Finalmente, resulta de vital importancia prestar mucha atención al trastorno de


ansiedad social pues puede ser bastante incapacitante por el temor intenso a situaciones
sociales en las que el individuo se siente evaluado y por toda la sintomatología que se
presenta. Las personas que sufren de esta enfermedad mental tienen un grave deterioro
social, académico y laboral, lo que a su vez conlleva a mermar su calidad de vida.
Lamentablemente muy pocas personas buscan un tratamiento o lo hacen cuando ya existe
una comorbilidad con otro trastorno, por lo que el problema no solo afecta al individuo sino
a la sociedad. Es por ello que, a través del análisis funcional, las entrevistas y las medidas de
autoinforme se puede diagnosticar a un paciente con este trastorno y posteriormente darle un
tratamiento psicoterapéutico y farmacológico para normalizar las funciones neurológicas,
psicológicas y comportamentales del individuo en favor de él y de su entorno tal como lo ha
demostrado la evidencia científica.
Bibliografía:

1. Caballo, V., Salazar, I. y Carrobles, J. (2011). Manual de psicopatología y trastornos


psicológicos (Segunda Edición). España: Pirámide.
2. Asociación Estadounidense de Psiquiatría (2014). Manual diagnóstico y estadístico
de los trastornos mentales (DSM-5) (Quinta edición). Madrid: Editorial Médica
Panamericana.
3. Jarne, A., Talarn, A., Armayones, M., Horta, E. y Requena, E. (2006)
Psicopatología. España: UOC.
4. Barlow, D. (2018) Manual clínico de trastornos psicológicos. México: Manual
Moderno.

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