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El

Patrón de Occidente [Por Eugenio Carutti].


Si observamos la evolución humana podemos distinguir en ella la presencia de un


patrón que se repite hasta nuestros días. Todas las sociedades se edificaron mediante la
apropiación de los cuerpos y las conciencias de sus miembros. De una manera u otra las
mujeres fueron destinadas a la procreación y los varones a la guerra. Cada cultura
desarrolló creencias diferentes, pero todas ellas fueron inculcadas de manera
igualmente férrea en sus hijos. A través de los milenios el cuerpo humano ha
pertenecido siempre a lo colectivo. Y el precio pagado por aquellos que se atrevieron a
percibir el mundo de un modo diferente al de su sociedad fue muy alto. Esto llegó a su
máximo en las grandes civilizaciones. Sus proezas tecnológicas absorbieron la energía
de millones de humanos. Admiramos las pirámides de Egipto, la Gran Muralla china, el
Taj Mahal pero olvidamos como fueron construidas. No queremos recordar que la
esclavitud ha sido algo normal para nosotros hasta hace muy poco tiempo. Poseer
absolutamente a otros por el supuesto bien de la sociedad nos ha parecido algo muy
legítimo. ¿Existe algún sentido en esta gigantesca y milenaria apropiación social de la
energía? Quizás esta fue la única manera de domesticar los impulsos más brutales de
nuestra especie. A través del control social, las creencias religiosas y los ideales morales
nuestra energía psíquica ascendió progresivamente hacia la cabeza. El control social de
la vitalidad permitió el desarrollo de nuestra poderosa mente, idealista y racional. Este
es el logro del patrón ascendente de la energía. Religiones e Imperios, descubrimientos y
guerras, sacerdotes, políticos, científicos o intelectuales, todos ellos han contribuido por
igual a este proceso. Nuestro mundo de templos, rascacielos y misiles es el reflejo de
este poderosísimo impulso ascendente en el que la mente sueña con escapar del
cuerpo. Hace muy poco tiempo que una parte de la humanidad -a través de la psicología
moderna- ha empezado a comprender que la idealización y el control no resuelven
realmente nuestros problemas. Que los pulsos reprimidos afloran súbitamente y hacen
estallar las más bellas construcciones de nuestra mente. Pareciera que aún no nos
hemos percatado que los horrores del nazismo ocurrieron en la cuna de los más
grandes filósofos y teólogos, de los más sublimes músicos y científicos de occidente.

Los humanos somos parte de los bellísimos seres de la tierra, junto a los cristales de
cuarzo y las mariposas, los árboles, las ballenas o los jaguares. Todas formas diferentes
del mismo y hermoso planeta azul que gira junto a los otros en el océano de las
estrellas. Este tiempo que vivimos contiene la oportunidad de que madure en nosotros
una conciencia planetaria; que los humanos nos sintamos realmente terrestres. La
transición será seguramente larga y quizás dolorosa porque las barreras que hemos
construido para aislarnos los unos de los de los otros deben caer y aún estamos
demasiado identificados con ellas. Con ellas también el patrón ascendente llega a un
punto de crisis. Es imposible que nos sintamos seres planetarios si los cuerpos siguen
contraídos, llenos de miedo, resistiendo el pulso de la vida, sometidos al control de
nuestras construcciones mentales separativas.

El tiempo que vivimos trae un gigantesco aumento en la circulación de la energía en


todos los campos y esto se manifiesta también en nuestros cuerpos. Simultáneamente,
abre la posibilidad de que el control social sobre los individuos disminuya de una
manera jamás vista en la historia. Todos podemos observar las grandes
transformaciones en relación a la sexualidad. De que manera la mujer, al desatarse de
sus ataduras ancestrales, se ha convertido en un poderosísimo factor de cambio en
todas las sociedades. Vivimos una incesante búsqueda de nuevas formas vinculares que
alteran los modelos básicos de organización social que nos fueron útiles durante
milenios. Estas búsquedas son y serán desordenadas al principio. Miles de años de
control de la vitalidad y apropiación social de los cuerpos generan inevitablemente su
opuesto de trasgresión y simple anhelo de descarga. Los arquetipos trascendentes y
luminosos parecen dejar paso a otros oscuros y puramente materiales. Pero en esta
oscilación muchos podemos descubrir una nueva y auténtica vitalidad. Nos vamos
dando cuenta que el corazón no puede abrirse en cuerpos rígidos y fríos, llenos de
miedo, anestesiados por milenios de control que solo nos permiten sentir a través de
estímulos mentales. La Tierra necesita seres humanos con una sensibilidad real y
concreta -que no provenga del idealismo- para complementar el inevitable desarrollo
de la mente científica. Por eso debemos comprender que el pensamiento y todas sus
construcciones son una actividad del cuerpo; que su calidad depende de como
respiramos, de la forma en que nos alimentamos, de cuanto seamos capaces de sentir y
vibrar.

Fuente: CASA XI, Escuela de Astrología.

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