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CATEQUESIS 9:

LA ACTITUD DE PARTICIPAR

El sínodo diocesano es una misión que nos toca a todos

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que todos los cristianos debemos tener muy
presente que dentro de nuestro compromiso bautismal está el llamado a la participación en la
costrucción del Reino de Dios en la sociedad 1. “La participación es el compromiso voluntario y
generoso de la persona en los intercambios sociales. Es necesario que todos participen, cada
uno según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien común. Este
deber es inherente a la dignidad de la persona humana. La participación se realiza ante todo
con la dedicación a las tareas cuya responsabilidad personal se asume: por la atención
prestada a la educación de su familia, por la responsabilidad en su trabajo, el hombre participa
en el bien de los demás y de la sociedad 2. Los ciudadanos deben cuanto sea posible tomar
parte activa en la vida pública. Las modalidades de esta participación pueden variar de un país
a otro o de una cultura a otra. «Es de alabar la conducta de las naciones en las que la mayor
parte posible de los ciudadanos participa con verdadera libertad en la vida pública»3. La
participación de todos en la promoción del bien común implica, como todo deber ético, una
conversión, renovada sin cesar, de los miembros de la sociedad. El fraude y otros subterfugios
mediante los cuales algunos escapan a la obligación de la ley y a las prescripciones del deber
social deben ser firmemente condenados por incompatibles con las exigencias de la justicia. Es
preciso ocuparse del desarrollo de instituciones que mejoran las condiciones de la vida
humana4. Corresponde a los que ejercen la autoridad reafirmar los valores que engendran
confianza en los miembros del grupo y los estimulan a ponerse al servicio de sus semejantes. La
participación comienza por la educación y la cultura. «Podemos pensar, con razón, que la
suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las
generaciones venideras razones para vivir y para esperar»5.

Lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la participación del cristiano para el
bien común y social, es que es indispensable que tomemos en cuenta la responsabilidad de
ejercer esta libre y consciente participación como actores de la sociedad, cada uno según su
área, sin esperar a que otros nos faciliten el trabajo. Es un llamado a dejar el indiferentismo, la
comodidad y el ausentismo, creyendo que todo se solucionaría on solo orarlo o desearlo pero
sin involucrarnos, y esto no es así. Dios nos ha dotado con una serie de carismas y talentos por
los cuales al final de la vida nos pedirá cuentas de cada uno de ellos 6, y si los pusimos al
servicio de los demás7 o si los escondimos al no participar en la construcción del Reino de Dios
y el fomento del bien común.

Esto nos lleva a reflexionar nuestra propia participación en este Sínodo Diocesano. Cuál y cómo
debe ser mi participación, puesto que el Sínodo Diocesano es una misión que nos toca a todos,
tal y como nos ha recordado nuestro Obispo y Pastor. Cómo desde mi identidad laical, de vida

1
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, nn. 1914-1917
2
Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica “Centesimus Annus” (01-05-1991), n. 43: AAS 83 (1991) 846
3
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia en el mundo actual “Gaudium et Spes”
(21-12-1964) n. 31: AAS 58 (1966) 1027
4
Cf. Íbid. n. 30:
5
Íbid. n. 31:
6
Cf. Mt 25, 14-30
7
Cf. 1 Pe 4, 10-11
consagrada o clerical puedo participar, cómo puedo invitar a otros a hacerlo y qué necesita de
mí la Iglesia Diocesana para la realización del Sínodo. Leíamos desde la primera de estas
catequesis preparativas que el Sínodo Diocesano implica discernir un caminar juntos, donde
todas las voces necesitan ser escuchadas y donde juntos descubramos la voz de Dios para
tomar la dirección pastoral a la que nos llama el Señor como Diócesis. Es por ello que no
podemos eludir la responsabilidad de participar, ya sea de forma activa como miembros
sinodales o forma pasiva como Pueblo orante que también está llamado a ser escuchado en las
asambleas parroquiales y sinodales.

Una metodología que garantice la plena participación

La metodología sinodal es la de la escucha, el diálogo y el discernimiento común, pero en


todos estos pasos debe existir un proceso que garantice la plena participación de cada fiel,
independientemente de su formación cristiana o capacidad humana, de su condición social o
de su vocación en la vida eclesial. Cada bautizado que está integrado a nuestra Iglesia
Diocesana tiene por derecho a ser escuchado y tiene por deber orar por el fruto de este
Sínodo. La metodología a la que quizás muchos cristianos estén acostumbrados es a ser sujetos
pasivos de la realidad eclesial, puesto que los dogmas y enseñanzas de fe y moral ya les fueron
dadas por sus pastores y poco o nada pueden decir o hacer. Pero esto no se aplica en toda la
vida eclesial. La realidad pastoral y la planificación evangelizadora debe ser discernida de todo
el Pueblo de Dios, porque todos hemos recibido en el día de nuestro bautismo el llamado a
compartir la experiencia de fe y a evangelizar, está en la naturaleza de la Iglesia y de cada
bautizado.

Esta metodología sinodal que conlleva a una participación de todos los fieles, fue parte de las
reflexiones del estudio que la Comisión Teológica Internacional llevó a cabo a lo largo de cinco
años y permitió la redacción del Documento “La sinodalidad en la vida y en la misión de la
Iglesia”. Estas reflexiones nos aportan una luz sobre el papel de los laicos en la sinodalidad
eclesial, puesto que el papel de los clérigos y los consagrados está más asociado a la toma de
decisiones pastorales y parece que al laico, aun cuando lo ha resaltado anteriormente el
Concilio Vaticano II y la Exhortación apostólica postsinodal “Christifideles laici” de 1987 sobre
la responsabilidad del laico en la dinámica pastoral y evangelizadora de la Iglesia. La Comisión
Teológica Internacional afirma lo siguiente: “Resulta esencial la participación de los fieles
laicos. Ellos constituyen la inmensa mayoría del Pueblo de Dios y hay mucho que aprender de
su participación en las diversas expresiones de la vida y de la misión de las comunidades
eclesiales, de la piedad popular y de la pastoral de conjunto, así como de su específica
competencia en los varios ámbitos de la vida cultural y social.

Por eso es indispensable que se los consulte al poner en marcha los procesos de discernimiento
en el marco de las estructuras sinodales. Es entonces necesario superar los obstáculos que
representan la falta de formación y de espacios reconocidos en los que los fieles laicos puedan
expresarse y obrar, y de una mentalidad clerical que corre el riesgo de mantenerlos al margen
de la vida eclesial. Esto exige un compromiso prioritario en la obra de formación de una
conciencia eclesial madura, que en el nivel institucional se debe traducir en una práctica
sinodal regular.

Se valoriza además con decisión el principio de la co-esencialidad entre los dones jerárquicos y
los dones carismáticos en la Iglesia sobre la base de la enseñanza del Concilio Vaticano II. Esto
implica la participación en la vida sinodal de la Iglesia de las comunidades de vida consagrada,
de los movimientos y de las nuevas comunidades eclesiales. Todas estas realidades, surgidas a
menudo por el impulso de los carismas otorgados por el Espíritu Santo para la renovación de la
vida y de la misión de la Iglesia, pueden ofrecer experiencias significativas de articulación
sinodal de la vida de comunión y dinámicas de discernimiento comunitario puestas en práctica
en el interior de ellas, junto a estímulos para individualizar nuevos caminos de evangelización.
En algunos casos, también proponen ejemplos de integración entre las diversas vocaciones
eclesiales en la perspectiva de la eclesiología de comunión (…).

Este compromiso requiere una atenta escucha del Espíritu Santo, fidelidad a la doctrina de la
Iglesia y al mismo tiempo creatividad para detectar y hacer operativos los instrumentos más
adecuados para la participación ordenada de todos, el intercambio de los respectivos dones, la
lectura incisiva de los signos de los tiempos, la eficaz planificación de la misión. Con este fin, la
puesta en práctica de la dimensión sinodal de la Iglesia debe integrar y «aggiornare» el
patrimonio de la antigua ordenación eclesiástica con las estructuras sinodales nacidas por el
impulso del Vaticano II y debe estar abierta a la creación de nuevas estructuras (…).

La participación de “todos” se activa a través de la consulta en el proceso de preparación del


Sínodo, con el fin de reunir todas las voces que son expresión del Pueblo de Dios en la Iglesia
particular. Los participantes en las asambleas y sínodos, por elección o por nombramiento
episcopal, son los llamados “algunos”, a quienes se les confía la tarea de celebrar el Sínodo
Diocesano o de la Asamblea eparquial. Es esencial que en su conjunto, los sinodales ofrezcan
una imagen significativa y equilibrada de la Iglesia particular, reflejando la diversidad de
vocaciones, de ministerios, de carismas, de competencias, de extracción social y de
proveniencia geográfica. El Obispo, sucesor de los Apóstoles y Pastor de su grey, que convoca y
preside el Sínodo de la Iglesia particular, está llamado a ejercer el ministerio de la unidad y de
guía con la autoridad que le es propia 8.

Vencer con esperanza la apatía y la indiferencia

Quizás uno de los obstáculos que impiden la plena participación de los fieles en la vida activa
de la Iglesia sea la apatía. La acedia o la apatía espiritual es un cansancio más allá de lo
razonable por actividades que parecen excesivas que son mal vividas, sin las motivaciones
adecuadas, sin una espiritualidad que las impregne; se trata de un cansancio tenso, pesado,
insatisfecho, no aceptado; la acedia no sabe esperar y quiere dominar el ritmo de la vida
evitando la participación, atrayendo más bien un ritmo de vida negativo, pesimista y
derrotista.

“Cuando más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos
sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de
escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre. Hoy se ha vuelto muy
difícil, por ejemplo, conseguir catequistas capacitados para las parroquias y que perseveren en
la tarea durante varios años. Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con
obsesión su tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan
imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera
un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y
nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión
y quedan sumidos en una acedia paralizante. El problema no es siempre el exceso de
actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin
una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen
más de lo razonable, y a veces enfermen. (…) Así se gesta la mayor amenaza, que «es el gris
pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con

8
COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (02-03-2018) nn.
73, 76 y 79
normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad». Se
desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de
museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante
tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como
«el más preciado de los elixires del demonio». Llamados a iluminar y a comunicar vida,
finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que
apolillan el dinamismo apostólico9.

Si hay apatía espiritual se debe a que se pone el corazón en otras cosas muy distintas a la vida
espiritual. “Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón” 10. Es por ello que el corazón
debe llenarse de esperanza, de una posibilidad y cambio real por la gracia y fuerza divina
manifestada en aquellos que creen y buscan a Dios de todo corazón. Cuando se tiene
esperanza todo es posible. La participación vuelve a cobrar sentido, pues hay una razón
esperanzadora para hacerlo. Madre Teresa de Calcuta lo entendió muy bien y al observar que
su vida estaba en peligro al poder caer en la apatía espiritual, se lanza a mirar cara a cara a los
pobres donde descubre el rostro de Cristo. Nosotros también debemos recobrar el sentido de
participar activamente en la Iglesia con la esperanza de encontrar en ello el rostro de la
misericordia de Dios.

Otro obstáculo que impide la participación es la indiferencia personal y comunitaria. La


Exhortación Tertio Milennio Adveniente, hacía referencia a la indiferencia que lleva a muchos
hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga,
incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia 11. Esta
indiferencia se manifiesta principalmente en las expresiones de fe comunitarias y en la
participación activa en las actividades de la Iglesia, generalmente motivados por el respeto
humano y por el afán de comodidad, evitando así el compromiso y la responsabilidad
evangelizadora y misionera. El bautizado no puede permanecer indiferente a su fe, y es por
medio de un encuentro con Jesús vivo por el que recobrará la esperanza para servirle y amarle,
participando activamente en la vida eclesial.

Los fieles cristianos, ya sean laicos, consagrados o clérigos no podemos permanecer


indiferentes ante el llamado de Cristo de edificar juntos el Reino de Dios, puesto que la acción
que realizamos todos dentro de la Iglesia no es indiferente para el Señor. Nuestra participación
no es indiferente ni debe reducirse a la recepción de los sacramentos, antes bien, debe ser
muy activa de forma que ayudemos a que todas las realidades humanas sean invadidas por el
espíritu del Evangelio. Por lo tanto, la familia, la profesión, el trabajo, el apostolado, y
cualquier otra atividad que desempeñemos, todo, absolutamente todo lo que conforma
nuestra vida es una oportunidad para manifestar nuestra fe. Esta es la participación activa del
fiel creyente. Pero esta será posible sólo si nos dejamos empapar de la esperanza que nos trae
la Buena nueva de Jesús por medio de su Espíritu. El Sínodo Diocesano será un momento más
en la vida de los fieles que permanezcan indiferentes, pero será un hito trascendental para
aquellos que escuchen el llamado del Señor a servirle en la participación orante y activa para
discernir juntos el camino.

A toda participación corresponde el compromiso y la actuación

9
FRANCISCO, Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” sobre el anuncio del Evangelio en el mundo
actual (24-11-2013) nn. 81-83: AAS 105 (2013), 1153-1154
10
Mt 6, 21
11
Cf. JUAN PABLO II, Carta Apostólica “Tertio Milennio Adveniente” como preparación del Jubileo del año
2000 (10-11-1994) n. 36: AAS 87 (1995), 27
Hablar del compromiso en el ámbito de la vida eclesial es una cosa muy seria. Es el culmen de
la participación. Porque podemos participar una vez, o unas cuantas veces, pero tomar la firme
decisión y libre determinación de comprometernos a participar activamente en la vida pastoral
de la Iglesia, es algo que supone un análisis serio y responsable, pues implica un acto de la
voluntad y el afecto hacia lo que queremos hacer. Comprometernos no es fácil, aunque se diga
fácil. Supone de antemano una renuncia y una disciplina, pues un compromiso real sólo puede
lograrse a base de sacrificio y entrega. Pero cuando reconocemos que no hay mayor alegría
que en la de comprometer el maravilloso don de nuestro tiempo, nuestros carismas y nuestra
vida misma por el Evangelio, comprendemos bien aquellas palabras del Señor: “Alégrense y
muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo” 12.

Compromiso es una gran palabra, pero también muy desprestigiada y manipulada.


Aprovechando la invitación que nos hace la Diócesis a participar activamente en el Sínodo,
debemos hacer un planteamiento serio sobre este tema de nuestro compromiso cristiano en
todas las áreas de nuestra vida. Ser cristiano de verdad significa vivir en compromiso. O dicho
de otra manera, creer es comprometerse. Amar es comprometerse. Si de verdad creemos no
podemos permanecer indiferentes ante la llamada al compromiso. Si no hay compromiso el
amor se queda en pura teoría y el ser cristiano en un buen deseo pero nada más.

Esta misión de anunciar y testimoniar la fe afecta a toda nuestra vida: personal, familiar y
parroquial. El cristiano ha sido llamado ante todo a comprometerse con Jesús y su Iglesia,
aunque muchas veces no es consciente. Ahora bien, el compromiso o la vocación cristiana la
suscita el Señor en favor de la comunidad. Uno no es cristiano a título personal, sino que lo es
en nombre de Cristo y en comunión con toda la Iglesia. El compromiso con la Diócesis lo ha
vivir acogiendo todas las iniciativas y proyectos pastorales que nos propone la Diócesis en sus
organismos pastorales. Por tanto, el creyente en Cristo se siente enviado por una comunidad
de hermanos para hacer a los demás participes de la riqueza que proviene de Jesús. Esperamos
que el compromiso de cada uno de nosotros se reavive por medio de la participación en el
Sínodo Diocesano. Que sea una efusión del Espíritu para nuestro compromiso fiel como
creyentes en Cristo Jesús, nuestro Salvador.

La palabra de Dios nos ilumina

Tener una actitud de participar en la Iglesia siendo luz y sal (Mt 5, 13-16)
Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué
se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un
monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone
sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Que de igual manera brille la luz
de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a
su Padre, que está en los cielos”.

Para meditar:
“Jesús nos invita a ser un reflejo de su luz, a través del testimonio de las buenas obras (…).
Estas palabras subrayan que nosotros somos reconocibles como verdaderos discípulos de Aquél
que es la Luz del mundo, no en las palabras, sino de nuestras obras. De hecho, es sobre todo
nuestro comportamiento que —en el bien y en el mal— deja un signo en los otros. Tenemos
por tanto una tarea y una responsabilidad por el don recibido: la luz de la fe, que está en
nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo, no debemos retenerla como si

12
Mt 5, 12
fuera nuestra propiedad. Sin embargo estamos llamados a hacerla resplandecer en el mundo,
a donarla a los otros mediante las buenas obras. ¡Y cuánto necesita el mundo de la luz del
Evangelio que transforma, sana y garantiza la salvación a quien lo acoge! Esta luz debemos
llevarla con nuestras buenas obras. La luz de nuestra fe, donándose, no se apaga sino que se
refuerza. Sin embargo puede disminuir si no la alimentamos con el amor y con las obras de
caridad. (…) La sal es un elemento que, mientras da sabor, preserva la comida de la alteración
y de la corrupción —¡en la época de Jesús no había frigoríficos!—. Por lo tanto, la misión de los
cristianos en la sociedad es la de dar “sabor” a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha
donado, y al mismo tiempo tiene lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo, de la envidia,
de la maledicencia, etc. Estos gérmenes arruinan el tejido de nuestras comunidades, que
deben, sin embargo, resplandecer como lugares de acogida, de solidaridad, de reconciliación.
Para unirse a esta misión, es necesario que nosotros mismos seamos los primeros liberados de
la degeneración que corrompe de las influencias mundanas, contrarias a Cristo y al Evangelio;
y esta purificación no termina nunca, se hace continuamente, ¡se hace cada día!” 13

Preguntas para el estudio y la reflexión:

1. ¿He descubriendo la importancia de tener una actitud de participación en este


Sínodo Diocesano? ¿Creo que mi participación aún puede mejorarse en la vida de la
Iglesia?
2. ¿Cómo estoy dispuesto a participar en este Sínodo Diocesano? ¿Cómo puedo invitar
a otros a participar?
3. ¿Qué creo yo que impide a mi familia o comunidad el comprometernos más en la
vida de la Iglesia? ¿Estoy dispuesto a dar un paso adelante en mi compromiso como
cristiano? ¿A qué me compometo?

Canto:

Cesáreo Gabaráin
“Iglesia somos”
https://youtu.be/FGavuewIFyc

13
FRANCISCO, Palabras durante el rezo del Ángelus (05-02-17)

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