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INTRODUCCION.
La represión del estado tomó una nueva dimensión tras el asesinato del
comunario Primitivo Curaca en Sorata. La violencia por parte del estado fue
desmedida, sobre esto el intelectual aymara Pablo Mamani comentó que:
La violencia provocada por militares y policías desató que los indios declararan
el estado de sitio y lo que Mamani define como la existencia de un “gobierno
indígena”. La declaración de los comunarios reunidos en Warisata, mostró
además de una capacidad de organización autónoma y claridad política, la
vitalidad de una larga memoria arraigada emanada de episodios históricos en
los que la participación del indio fue silenciosa para la historia oficial del país,
pero que se mantuvo reservadamente en los aprendizajes de la localidad. La
memoria cultural y política del pueblo se avivó durante la represión y la lucha.
Incluso la muerte encendió la chispa del recuerdo cuyo soporte fue a veces la
materialidad de los viejos fusiles. Así lo recuerda Mamani,
Hay una indignación generalizada que penetra en las entrañas más profundas
de la vida social indígena… Se velan los muertos, entre ellos una niña de 8
años. Al calor y dolor por la pérdida de sus seres queridos, los indígenas de
Warisata declaran una “guerra civil” al gobierno de Gonzalo Sánchez de
Lozada empuñando sus viejos fusiles máuser heredados por los abuelos con
su participación en la guerra del Chaco y en la revolución de 1952 (Mamani,
2003).
Los reclamos de “gas para los bolivianos” quedaron avalados como “herencia
social” (García Linera, 2004) por la memoria que hace recordar que en la
Guerra del Chaco los indios se incorporaron a las filas del ejército y murieron
más de 50 mil, la mayoría aymaras del Altiplano boliviano:
Desde la década de los veinte del siglo pasado, no solamente en el país andino
sino también en toda América Latina, lo educativo fue un mecanismo clave
para el forjamiento de los estados nacionales bajo leyes y reformas liberales
constitucionales aferradas a la modernización y al progreso que enaltecen el
derecho individual. En esa dinámica, las zonas rurales se contemplaron como
el tronco principal del atraso nacional y el llamado “problema del indio” hubo
que erradicarlo pero no desde una visión estructural, de trabajo forzado y
saqueo de tierras, sino desde parámetros raciales darwinistas donde una
minoría k´ara determinaba lo rescatable y lo desechable de lo indio (Elortegui,
2012). De esta manera, la educación indigenal se consideró en Bolivia el
método más eficaz para que el indio se acondicionara a la ciudadanía y a las
aparentes formas de democracia e igualdad porque alfabetizados se
integrarían al escenario nacional y abandonarían sus formas de propiedad
comunitaria consideradas arcaicas y que atropellaban al desarrollo del país.
Lo revelador es que desde los años veinte, la llamada educación indigenal dio
un giro radical cuando se concibió como una herramienta de lucha para los
indios en el esfuerzo por recuperar las tierras históricamente usurpadas por la
oligarquía que se alternaba en el poder entre conservadores y liberales. Se
daría lugar a lo que dice Brooke Larson : “una emergente lucha legal que daría
a los indios acceso directo a las leyes criollas, a documentos antiguos y títulos
de tierra…” (2007: 28) Así, la “lucha legal” se reforzó en una red clandestina
expandida por provincias del altiplano de La Paz y Oruro por los caciques-
apoderados. En entrevista con Larson, Tomasa Siñani de Wilka señala que las
escuelas clandestinas de dominaban “escuelas pitanza” porque “sus maestros
cobraban sumas insignificantes provenientes de sus propias comunidades”
(2007:30).
El cambio de percepción de lo educativo desde la mirada india se consideró
una actividad insurreccional. A pesar de que la constitución aboliera el trabajo
forzado se dio paso a la impunidad de terratenientes y autoridades municipales
que recurrían a mecanismos represivos contra las personas que tuvieran la
osadía de aprender a leer y escribir. Brooke Larson recoge del Archivo del
Taller de Historia Oral Andina (THOA) testimonios de las tácticas para intimidar
a los niños e impedirles ir a la escuela: “hacen consentir a los indígenas que lo
que van a aprender a leer y escribir es para ser castigados y que sus miembros
serán mutilados y reventados sus ojos, y con esas mentiras quieren sembrar la
discordia entre nosotros y todo para aprovechar del trabajo indígena” (2007:
34)
Por su parte, los talleres eran de dos clases: “los destinados a la construcción
de la escuela y las viviendas: carpintería, herrería, fabricación de adobes,
hornos para ladrillos, tejas, estuco, etc.; y los que producían renta: sastrería,
costura, hilados, tejidos, alfarería, curtiduría, talabartería, zapatería,
sombrerería. El medio debía imponer la actividad o industria principal: lana en
altiplano, madera en la floresta, lo que la naturaleza ofreciera con más
abundancia y facilidad” (Salazar, 2004: 93).
CONCLUSION.