Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1. EL PODER REGIO
Durante las migraciones “bárbaras” el jefe militar del ejército, conformado por clanes
tribales, era la máxima autoridad de los visigodos. Los clanes estaban subordinados al
control de la aristocracia guerrera. Los primeros reges fueron Alarico I (395-410) y su
antecesor Atanarico (ca. 360-381). Su elección se daba dentro de un linaje lo que
facilitó su transmisión hereditaria. La monarquía visigoda se basaba en la tradición de
las grandes familias de la aristocracia y en la capacidad militar del dux. El rey tenía
funciones militares y judiciales.
Los monarcas visigodos reconocían la autoridad del Imperio y tenían plena autoridad
sobre su pueblo. Además, tenían cierta autoridad sobre la población romana. A partir de
Teodorico I (418-451) la sucesión dinástica se vuelve incuestionable. Cuando
desaparece el Imperio en Occidente, los reyes de Tolosa asumieron las competencias de
los funcionarios provinciales y sustituyeron el antiguo poder político romano. Eurico
(466-484) y Alarico II (484-507) recuperan parte de la tradición jurídica romana. La
actividad legislativa propició la no continuidad entre el reino de Tolosa y el reino de
Toledo. Las hasta entonces potentes clientelas desaparecen con el fin del reino de
Tolosa.
Los visigodos no tenían ninguna regulación para legitimar la sucesión al trono hasta el
Concilio IV de Toledo de 633. La “corona” no era hereditaria y podía heredarse
mediante la asociación al trono. Esta fórmula evitaba la aclamación popular y el visto
bueno de la aristocracia. Los aristócratas no podían ser candidatos mediante la elección.
Hubo muchos casos de asociación al trono como Luiva I con Leovigildo, Leovigildo
con sus hijos Hermenegildo y Recaredo o Suintila con su hijo Recimero.
La ciudad era como un cuerpo humano creado por la Providencia, a cuya cabeza que era
el rey, Dios le había encomendado el deber de regir al resto de los miembros. La salud
del rey era más importante que la de sus súbditos. El rey tenía la máxima protección y
autoridad política en el reino.
Tras la conversión al catolicismo en 589, las bases políticas del reino tienen como único
referente de legitimación a la Iglesia y su doctrina, que era el único y verdadero cuerpo
social del regnum. Se origina una societas fidelium Christi, un cuerpo de súbditos
unitario unido por su fe común. En el Concilio IV de Toledo de 633 los obispos
proclaman su unión por la fe en un mismo reino (una fides, un regnum).
Isidoro conforma una teología del poder con el rey como protector de la Iglesia. Se
establece un regnum Christi con enemigos como los judíos y los arrianos. Julián de
Toledo establece un “nacionalismo godo”. Es antifranquista, antigalicista y antijudío y
exalta al reino visigodo como sucesor del Imperio romano y como reunión de fieles en
Cristo.
Pudo iniciarse con Sisenando en 631. El rey se reviste de sacralidad por lo que los
padres conciliares tienen que protegerle. Un atentado contra el rey es también contra
Dios.
Si el rey se convertía en déspota o iba contra la Iglesia, la unción regia podía ser
revocada por el concilio. Los jerarcas de la Iglesia podían derrocarle y legitimar a otro
candidato sacramentalmente. Parece que esto sucedió con Ervigio.
Este juramento lo usó, se cree por primera vez, Teodorico el Grande quien obligó a los
jefes ostrogodos a utilizarlo hacia su sucesor y nieto Atalarico (526-534). Derrotado
Mirón, rey suevo, Leovigildo le obligó a prestarle este juramento. El juramento hacía
respetar al rey para propiciar la prosperidad del reino. Luego se añade la protección de
la familia del monarca.
El juramento de fidelidad ocupó la atención de los reyes hasta el final del reino. Se
promete fidelidad al rey prohibiendo cualquier atentado hacia él o hacia su poder
legítimo. Los dignatarios palatinos juraban ante el monarca. El resto de los hombres
libres lo hacían ante los funcionarios territoriales. Si te negabas al juramento, te
confiscaban los bienes. Los eclesiásticos también lo tenían que jurar, como los demás
fideles. Si no, eran excomulgados y perdían su honor y su cargo eclesiástico.
Los reyes visigodos tenían origen aristocrático y reunían las condiciones y virtudes que
exigía la Iglesia y los altos dignatarios de palacio. Eran los máximos benefactores y
protectores del pueblo y de la Iglesia y hacían donaciones periódicas y fundaban
basílicas y monasterios. Todo esto era posible gracias a un gran patrimonio del rey.
Continuando con el modelo evergético romano, el patrimonio era usado para realzar al
rey. Hubo ofrendas de “coronas” y cruces votivas a edificios religiosos que se
convirtieron frecuentes entre los reyes visigodos. Un ejemplo es el tesoro de Guarrazar.
En el Concilio III de Zaragoza de 691, las reinas estaban en la posición más elevada del
reino y gobernaban sobre todos. Muerto el rey, la vida de ellas y sus hijos estaba
protegida, se les prohibía volver a casarse y se les recomendaba retirarse a un
monasterio de vírgenes.
2. EL OFICIO PALATINO
2.1. El entorno del rey
El Officium Palatinum o Aula Regia era el órgano de gobierno central. Estaba formado
por los nobiles, un ordo selecto, en el entorno de la corte de Toledo. Había dos
categorías: los primates, optimates, maiores o seniores palatii, con los cargos y
dignidades más altos dentro del palatinum y los mediocres, en un nivel inferior. Había
también dentro del personal de palacio esclavos, servi y libertos, con funciones
administrativas, muchas muy importantes en la burocracia del Oficio Palatino.
Sus miembros más importantes, que acompañaban al rey a los concilios del reino, tenían
la condición de potentiores y pertenecían a la nobilitas, con una distinción honorífica de
origen tardoimperial de viri inlustres, spectabiles o clarissimi. Gobernaban el reino
junto con el rey. Como los miembros del viejo Consistorium imperial, eran consejeros
áulicos. Asistían al rey con su consilium y eran miembros del tribunal regio. Tuvieron
un papel importante en lo jurídico, muy determinante en la legislación antijudía.
Los nuevos reyes solían proceder del Oficio Palatino, como Wamba y Egica. Los cargos
más altos del Oficio Palatino tenían el título de comites. Los comites officii palatini y
los obispos elegían a los nuevos monarcas.
Había unos comites que formaban el Officium Palatinum, y tenían diferentes cargos.
Los nombres y funciones de los cargos de palacio reproducen los officia de la
administración tardorromana del Imperio.
Algunos magnates palatinos tenían el título de dux. Podía servir para realzar el honor
personal. El dux era el comandante de tropas. Este título otorgaba una preeminencia en
el entorno del monarca.
Isidoro de Sevilla, el mayor ideólogo eclesiástico del reino, preside e inspira el Concilio
IV de Toledo de 633. Este concilio autoriza al monarca sobre los asuntos divinos y
humanos. Esto exigía que el rey fuera investido con la majestad regia y con los
elementos sacros hacia su persona. Desde Recaredo, supuso que las decisiones del
monarca fueran sancionadas por los obispos mediante los concilios. A esto se añadía la
influencia y el dominio espiritual e ideológico de los poderosos obispos sobre él, como
Isidoro de Sevilla, Ildefonso de Toledo, Julián de Toledo o Braulio de Zaragoza.
Desde 589 hasta 702 dignatarios seglares participaron en los concilios y se regularon
asuntos no eclesiásticos. Estas reuniones tuvieron una gran importancia política, siendo
el segundo pilar del Estado. En estas asambleas se unían la potestad del rey y la
autoridad moral de la Iglesia. A los concilios se le dieron las funciones normativas más
altas del reino e intervenían en el ámbito político. Regularon la sucesión de los reyes por
medio de la elección, legalizaron usurpaciones y destronamientos, fijaron garantías
judiciales para la Iglesia y la nobleza, protegieron a la familia del monarca, hicieron
cumplir los juramentos de fidelidad, acordaron anatemas contra los conspiradores,
regularon a los jueces, protegieron los derechos de las personas, etc. Todas estas
medidas eran leges fundamentales del reino y se introducían en los cánones conciliares.
Muchas engrosaron los códigos legales. Las leges eran superiores en autoridad a la del
rey. Los monarcas reforzaban sus normas presentándolas al Concilio. Este era una
institución muy importante y un gran instrumento de control político. La Iglesia
intervino en las periódicas revisiones del Liber Iudiciorum, la legislación más
importante del reino.
Los obispos y los nobles eran las dignidades más altas del reino. Algunos laicos
entraban en el alto clero para lograr una posición importante. La Iglesia era contraria a
esto pero era difícil quitar de sus puestos a estos hombres. Se convirtió en una
costumbre muy extendida pero desautorizarlos ahora podría originar un conflicto grave.
Muchos formaban parte de la nobilitas. Hubo obispos que se rebelaron para usurpar el
poder del monarca. Los jerarcas eclesiásticos a veces intervenían en la esfera política
aprovechando su gran poder e influencia.
En la revuelta del dux Paulo participaron el obispo Gumildo y el abad Ranimiro. El alto
clero tenía muchos recursos económicos y un gran poder de control social. La Iglesia
seguía los vínculos de dependencia social con relaciones de poder fundamentadas en el
patrocinio que también se daban en otras esferas de la sociedad.
4. ADMINISTRACIÓN TERRITORIAL
El iudex o comes civitatis estaba al cargo del gobierno de la ciudad y su territorio, por
debajo del dux. Administraba justicia y recaudaba impuestos en su ámbito local y velaba
por el orden público. Tenía a su cargo a unos hombres que estaban acuartelados en su
praetorium. Como los duces, eran nombrados y pagados por el monarca. El cargo se
volvió hereditario.
Unos delegados asistían al comes civitatis. Estaban los vicarii, funcionarios delegados,
los numerarii, funcionarios fiscales, los vilici, administradores de fundi, los thiufadi,
que tenían el control de la fuerza militar local y los defensores civitatum, que defendían
al pueblo frente a los poderosos. Estos últimos, que tenían un origen tardorromano, con
el tiempo desaparecieron o perdieron poder judicial. Los iudices loci controlaban el
territorium de la ciudad, junto a los vilici. La institución curial perdió todo su peso
político gobernando las ciudades. Los curiales fueron sustituidos por los colaboradores
del comes civitatis y desempeñaron funciones menores.