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PROFESIONAL
Profesional de la Abogacía. Ana María
Marcos del Cano y Narciso Martínez
Morán. 2ª edición.
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
1. CONCEPTO DE NORMA
“Las normas se caracterizan porque no son una descripción de la realidad, de lo que es, de lo que acontece.
No se sitúan en el plano del ser (lo que es) sino en el plano del deber ser (ideal). En este sentido, se diferencian
de lo que serían las leyes de la naturaleza, las leyes de la física, que describen hechos, fenómenos y que son
fundamentalmente expresión de una relación causa-efecto que se produce en el orden natural de forma
inexorable” – Ana María Marcos del Cano.
Existe un determinado tipo de leyes, normas o reglas que regulan el mundo de la técnica y de las artes. Tienen
mucho que ver con las leyes de la naturaleza, pero las consecuencias no acaecen inexorablemente, sino que
dependen de actividades provocadas o realizadas voluntariamente por los seres humanos.
En la mayoría de las reglas de la técnica subyacen problemas matemáticos, físicos o químicos, relacionados
con las leyes físicas, pero su puesta en marcha depende de la actividad humana, es decir, de su voluntad y
no dependen de la relación causa-efecto, sino de una incorrecta aplicación de las normas que regulan cada
técnica. Es obvio que este tipo de reglas técnicas, aunque regulan actividades humanas, se diferencian
claramente de aquellas que denominamos normas de la conducta en las que está en juego la valoración ética,
cívica o jurídica de las conductas.
Uno de los autores que mejor ha explicado la cuestión es LUIS RECASENS SICHES, para quien los fenómenos
de la naturaleza se explican por sus causas y sus efectos, y carecen de toda significación valorativa. Más aún,
los fenómenos de la Naturaleza son explicables, pero no son comprensibles, como lo son los hechos humanos.
Lo que significa que la Moral, las Reglas de Trato Social y el Derecho tienen un propósito: el de realizar
determinadas finalidades, al servicio de lo cual crea una normatividad, que expresa un deber ser. Por el
contrario, los fenómenos físicos de la Naturaleza son manifestaciones de la causalidad y acaecen
necesariamente como consecuencia de la relación causa-efecto. Son una expresión del ser, no del deber ser.
Tanto en el mundo de la Naturaleza como en el ámbito de los comportamientos humanos hablamos de leyes,
pero las de la Naturaleza son leyes causales, mientras que las leyes de la conducta son leyes normativas.
Las leyes físicas, o de causalidad, no poseen una significación, no responden a un propósito ni pretenden la
realización de valores. Son sencillamente nexos necesarios entre fenómenos, indiferentes a los valores y
carentes de finalidad y expresividad, porque la Naturaleza física no tiene una intimidad que expresar. Por el
contrario, en el terreno de lo humano, advertimos que la conducta de ésta está impregnada de significaciones
comprensibles. Los seres humanos distinguen entre lo bueno y lo malo, entre lo justo y lo injusto, entre lo
conveniente y lo inconveniente, entre lo útil y lo inútil. Y, guiados por juicios o intuiciones de valor, establecen
como propósito la realización de ciertos comportamientos que le conducen a la obtención de resultados que
estiman como valiosos. Es decir, los seres humanos establecen fines concretos que les mueven a realizar
determinadas conductas y buscan los medios adecuados, que ponen en práctica, para la consecución de los
fines propuestos.
Podemos afirmar que la conducta humana está determinada por la consecución de fines que le permitan
satisfacer bienes o valores deseados. Para ello se sirve de una normatividad específica, presidida por el deber
ser.
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La palabra ley se emplea tanto en las Ciencias de la naturaleza (física, matemáticas, astronomía…) como en
las disciplinas de los comportamientos humanos (Usos Sociales, Moral, Derecho, Deontología), pero con
significaciones completamente diferentes en ambos ámbitos. En el reino de la Naturaleza, por ley se entiende
la expresión de unos nexos inexorables de la causalidad que se realizan siempre de modo necesario. Las leyes
son la descripción o expresión de los nexos constantes entre fenómenos en una relación permanente de causa-
efecto.
Para MIGUEL REALE, “Las palabras guardan el secreto de su significado. Así acontece con el término “regla”,
que proviene del latín regula y que puede indicar tanto una dirección en el plano físico como una directriz en
el plano cultural. Por otro lado, la palabra norma nos sugiere inmediatamente lo que es normal, y traduce la
previsión de un comportamiento que, a la luz de la escala de valores dominantes en una sociedad, debe ser
normalmente esperado, querido como comportamiento normal de sus miembros.
Las normas no expresan la realidad de unos hechos, ni el modo en que estos hechos acontecen, sino que
expresan el deber ser, es decir, prescriben, mandan u ordenan la realización de determinadas conductas como
debidas. Las normas no nos dicen lo que ha sucedido, ni lo que sucede ni lo que sucederá con toda certeza,
sino que determinan lo que debe ser cumplido, aunque en la realidad no se cumpla, ni se vaya a cumplir,
puesto que, de hecho, es posible infringir la norma.
La violación de la norma no afecta a su validez pues, como dijo ROSMINI, filósofo del Derecho italiano, las
normas éticas brillan con esplendor insólito en el instante mismo en que son violadas, pues la norma
transgredida continúa siendo válida y fija al mismo tiempo la responsabilidad del transgresor.
Cuando se dice que una norma ha sido violada o quebrantada no quiere decir que la norma como tal se
destruya. Ni siquiera que quede dañada o debilitada. No quiere decir que sufra o desaparezca su validez. Tan
solo quiere afirmarse que la conducta del sujeto se ha desviado de la norma y que, probablemente, tal
infracción provocará unas determinadas consecuencias establecidas por la misma norma. Pero, aunque violada
y, a pesar de que haya sido incumplida, la norma sigue siendo norma con toda su validez, su potencialidad,
su imperatividad y su obligatoriedad en los comportamientos por ella reglados.
Las normas no pretenden expresar cómo es efectivamente esa realidad, sino cómo debe ser, es decir, tratan
de prescribir una conducta que debe realizarse, aunque la realización o no depende de la voluntad libre de los
sujetos obligados. Pues toda norma está formulada sobre el presupuesto esencial de la libertad que tiene su
destinatario para obedecer, o no, sus dictámenes.
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Los seres humanos nos movemos y actuamos, no sólo como miembros de una sociedad sino también en otra
dimensión, en la que realizamos las conductas por nosotros mismos, de manera privada e individual, por lo
que su repercusión se queda en la individualidad e inmanencia del sujeto que realiza la acción.
Las normas morales son, por tanto, aquellas normas que regulan la dimensión individual de la vida humana y
de los comportamientos humanos.
Para que cualquier sociedad funcione, todas las relaciones sociales deben comportar una mínima unidad de
acción entre todos los miembros que integran el grupo social.
Para BENITO DE CASTRO, dicha unidad de acción exige una cooperación básica y una común participación en
todos aquellos elementos sobre los que se sustente la propia vida social.
Para que la convivencia se establezca de manera ordenada, en paz, seguridad y libertad es necesario que las
conductas que realizamos en relación con los otros se rijan por normas, ya que sería inimaginable una
convivencia permanente sin un orden social y sin unas normas de conducta que delimiten los ámbitos de
actuación de cada individuo dentro del grupo social.
Existen modelos o pautas de conducta que realizamos continuamente: saludamos a las personas conocidas,
nos comportamos en la mesa con unos modales determinados, vestimos de una cierta manera según los
lugares donde vayamos, aplaudimos al finalizar un concierto…
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Socialidad o alteridad: Los Usos Sociales están dotados de la característica de la socialidad, ya que los Usos
Sociales o Reglas de Trato Social siempre regulan conductas de los individuos dentro del grupo social.
Generalidad: Las Reglas de Trato Social se observan por la mayoría de los miembros del grupo al que afectan
y, cuando alguno no las sigue o se resiste a su observancia, es rechazado por el grupo, se le tacha de mal
educado, insociable, incívico o incluso recibe la reprobación y el rechazo del grupo.
Impersonalidad: La impersonalidad se refleja en un doble sentido. Por un lado, en cuanto al origen, pues
los Usos Sociales se generan y van arraigándose de forma espontánea dentro de los grupos sociales sin que
sean creados por ningún legislador concreto. Por otra parte, las Reglas de Trato Social se manifiestan a través
de comportamientos no atribuibles a una persona en concreto, a nadie en particular, sino difusamente al grupo
como conjunto.
Irracionalidad: Los Usos Sociales no nacen de un proceso racional intencionado. No nacen dentro del grupo
social como consecuencia de factores sociológicos que operan espontáneamente dentro del seno del grupo.
Sectoralidad: Las Reglas de Trato Social se manifiestan y actúan en sectores sociales, en grupos concretos
determinados por la edad, por la profesión, por el lugar geográfico…
Algunos Usos Sociales están tan arraigados en todas las sociedades que llegan a tener rango de usos
universales, como es el caso del saludo, el cual se practica en todos los países y lugares, aunque se realice de
forma diferente.
Diferente grado de presión: No todos los Usos Sociales vinculan con la misma intensidad, por lo que
ORTEGA Y GASSET distinguía entre usos fuertes y usos débiles.
Ante los usos fuertes, los miembros del grupo social se sienten muy vinculados y difícilmente los
contravendrán.
Ante los usos débiles, los miembros del grupo social generan un sentimiento de obligación más tenue, por lo
que son fácilmente vulnerables.
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En la vida cotidiana realizamos constantemente actos que están regulados por normas jurídicas. Por ejemplo,
cuando, al salir de casa por las mañanas, nos trasladamos a nuestro trabajo en autobús, en tren o en metro,
o cuando viajamos en avión para disfrutar de unas vacaciones, estamos llevando a la práctica un contrato de
transporte público y cuando tomamos un taxi realizamos un contrato de arrendamiento de servicios.
Alguna vez en nuestra vida otorgamos testamento, nos casamos, demandamos o somos demandados…
Socialidad o alteridad: Las normas jurídicas se caracterizan por la socialidad al regular conductas de los
individuos dentro del grupo social. Otra de sus características es la alteridad, al realizarse dichas conductas en
relación con otro u otros.
Heteronomía: Las normas jurídicas son heterónomas por dos motivos. El primero en cuanto al origen, ya
que no las crea el propio individuo, sino que le vienen impuestas por otros. El segundo porque los sujetos
obligados por la norma no se someten a la misma o dejan de obedecerla por su propia voluntad. Las normas
jurídicas obligan a sus destinatarios independientemente del juicio que éstas les merezcan.
Coercitividad: Las normas jurídicas se imponen siempre, esté o no de acuerdo el sujeto obligado. Implica
que las normas jurídicas no dejan al libre albedrío del sujeto la decisión de cumplir o no la obligación
establecida. El cumplimiento de la norma incluso se realiza por la fuerza.
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1.º Individualismo-Socialidad: Las Normas Morales son de carácter individual, mientras que las Reglas de
Trato Social y las Normas Jurídicas son de carácter alternativo.
Mientras que la Moral enjuicia las conductas humanas desde la perspectiva de los valores individuales o
personales, en cuanto que afectan solo al sujeto que realiza la conducta, las Reglas de Trato Social y las
Normas Jurídicas enjuician el comportamiento humano desde el punto de vista de las repercusiones de
ésta sobre otras personas, con el fin de ordenar la convivencia y la cooperación social.
2.º Intimidad-Exterioridad: La Moral regula las conductas internas del sujeto, mientras que las Reglas de
Trato Social y las Normas Jurídicas se circunscriben a la regulación de conductas externas de los seres
humanos.
Algunos autores establecen que la Moral es una normatividad subjetiva y unilateral o unidireccional porque
frente al sujeto obligado no existe ninguna otra persona legitimada para exigir el cumplimiento del deber
establecido en la norma moral. Sin embargo, el Derecho es objetivo y bilateral, ya que las Normas Jurídicas
no sólo imponen la obligación de un sujeto, sino que también establecen la facultad de exigencia del
cumplimiento por parte de otro.
3.º Autonomía-Heteronomía: La Moral es constitutivamente autónoma porque es el propio sujeto quien
establece el umbral de la moralidad y la norma de comportamiento. Las normas morales solo existen para
el individuo si éste les confiere su reconocimiento, es decir, si se siente obligado a su cumplimiento. La
Moral es autónoma porque depende de la libre voluntad del sujeto al adherirse o no a la norma, al aceptar
o no dicha norma como un código de conducta que le vincula.
El Derecho es heterónomo, ya que las Normas Jurídicas no son creadas por el propio individuo, le vienen
impuestas por otros. La obligación de su cumplimiento no depende de su voluntad, sino de la voluntad de
la sociedad que, a través del legislados, viene establecida en la propia norma.
4.º Coercibilidad-Incoercibilidad: Las Normas Morales son incoercibles ya que el cumplimiento del deber
impuesto depende de que el sujeto acepte o no dicha norma o la obligación que ella contiene.
Las Normas Jurídicas son coercibles, pues tanto la creación de la norma como los deberes que ella
establece vienen exigidos desde fuera y no dependen del libre albedrío del sujeto obligado.
En cuanto a las Reglas de Trato Social, aunque las sanciones vienen impuestas por el grupo social, en la
actualidad muchas de las sanciones que impone el grupo a los infractores de las reglas no son percibidas
como tales por los sujetos, no viéndose afectados por ellas.
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Las corrientes teleológicas son aquellas que fundamentan la bondad de las conductas en los fines que
persigue. Las corrientes teleológicas no consideran que haya acciones buenas o malas en sí, que deban ser
hechas o evitadas por sí mismas: ante la elección debemos preferir las acciones que produzcan mayor felicidad.
En las corrientes deontológicas el fundamento de la Ética es el deber. La conducta será buena cuando
concuerda con el deber previamente establecido por la norma moral.
Al margen de esto, para toda la persona los valores son los mismos con independencia del contexto en que
realicen sus conductas, por lo que su comportamiento debe ser ético tanto en el contexto público como en el
privado.
La Moral Pública regula los actos que tienen una dimensión social pública, bien se realicen por servidores
públicos o por ciudadanos particulares, cuando su conducta tiene, en alguna medida, una dimensión pública.
4. ÉTICA PROFESIONAL
4.1. LA PROFESIÓN
Las profesiones desempeñan un papel fundamental para el funcionamiento de la vida diaria de los ciudadanos
y para el progreso y desarrollo económico de las sociedades, contribuyendo de manera decisiva al bienestar
de la comunidad.
En las sociedades premodernas destacaban tres grandes profesiones por su importancia y excelencia, que
trataban de garantizar el orden divino (religioso), el orden y bienestar social (político) y el orden y bienestar
individual (la salud corporal). De ello se encargaban tres profesionales fundamentales que sobresalían sobre
otras profesiones menores: el sacerdote, el jurista y el médico, que asumían sus responsabilidades mediante
juramentos en los que prometían obedecer las reglas propias del ejercicio de su profesión.
Por profesión se entiende “el empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el que recibe una
remuneración”.
Una profesión es la actividad especializada del trabajo dentro de la sociedad y a la persona que la realiza se
le denomina profesional.
Toda actividad profesional, para su ejercicio, requiere conocimientos especializados que le permitan adquirir
una capacitación adecuada para el desempeño de la profesión de que se trata, por lo que “se entiende por
profesión la facultad o capacidad adquirida por un sujeto, para realizar un trabajo especializado, tras un
proceso de enseñanza-aprendizaje en un campo de conocimiento determinado”.
MAX WEBER definía la profesión como “la actividad especializada y permanente de un hombre que,
normalmente, constituye para él una fuente de ingresos y, por tanto, un fundamento económico seguro de su
existencia”.
Para JUAN MANUEL COBO, la profesión es “una actividad que se desarrolla mediante unos conocimientos
teóricos y prácticos, competencias y destrezas propias de ella misma, que requieren una formación específica
(inicial y continua)”.
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ADELA CORTINA afirma que profesión es “una actividad social cooperativa, cuya meta interna consiste en
proporcionar a la sociedad un bien específico e indispensable para su supervivencia como sociedad humana,
para lo cual se precisa el concurso de la comunidad de profesionales que como tales se identifican ante la
sociedad”.
Para VICTORIA CAMPS “la profesionalidad será una virtud pública en la medida en que sirva a los intereses
comunes de la sociedad, no en la medida en que sirva sólo al mantenimiento y conservación de los roles,
funciones y corporaciones existentes. Y será una virtud privada en la medida en que ayude al individuo a serlo
realmente, a ser autónomo y no esclavo de sus actividades”.
Para MACINTYRE “toda práctica profesional conlleva virtudes sin las cuales tales prácticas pueden
corromperse, entendiendo las virtudes como cualidades adquiridas necesarias para realizar los bienes internos
de las prácticas. Su carencia impediría lograr tales bienes”.
Todas las definiciones coinciden en una serie de elementos comunes que están presentes en toda profesión:
a) Se trata de una actividad social institucionalizada.
b) Las profesiones proporcionan bienes y servicios necesarios para la sociedad.
c) Se requiere de una formación especializada y reconocida para ejercerla.
d) Existen colectivos profesionales que definen normas aceptables para el ejercicio de la profesión,
generalmente a través de códigos éticos.
Para resumir y en la línea de AUGUSTO HORTAL, se entiende por profesión “toda actividad pública en la que,
de forma institucionalizada, se presta un servicio específico a la sociedad por parte de un colectivo de personas,
a las que se denomina profesionales por su dedicación estable y permanente a dicha actividad. Del ejercicio
de su trabajo profesional obtienen unos beneficios como medio de vida y forman con otros, que se dedican a
la misma actividad profesional, un colectivo que ejerce el control y monopolio del ejercicio de tal profesión. Y
para acceder a la misma y obtener la acreditación o licencia para ejercer dicha profesión, se necesita un largo
proceso de formación teórica y capacitación práctica”.
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Todo profesional, además de poseer unos conocimientos técnicos y estar obligado por determinadas normas
jurídicas en el desempeño de su profesión, debe someterse a normas que garanticen su honor, su
responsabilidad, su integridad, su honestidad, su dignidad en el ámbito personal y en todo aquello que afecta
a su profesión.
La Ética Profesional implica el análisis y la reflexión sobre los principios y las reglas que constituyen los pilares
de la moralidad en el ejercicio de la actividad profesional.
Desde la Ética Profesional se reflexionará y se analizará por qué algo es bueno y deseable para una profesión
y, por tanto, debe ser realizado.
Entre los principios de la Ética Profesional, comunes a todas las profesiones, se encuentran: el principio de no
maleficencia; el principio de beneficiencia; el principio de autonomía; el principio de justicia y los principios de
objetividad, transparencia, honestidad, responsabilidad, eficiencia, solidaridad, equidad, confidencialidad, etc.
Estos principios pretenden asegurar que todos los profesionales desempeñen su actividad de manera
responsable, honesta y ejemplar.
La principal intención de la Ética Profesional es crear actitudes para que los profesionales actúen con libertad
y responsabilidad.
Quienes no cumplen las reglas de la Ética Profesional reciben sanciones de los clientes, de la sociedad, de las
autoridades o de los Comités de Ética establecidos por los Colegios Profesionales para velar por el cumplimiento
de las normas establecidas en los Códigos Deontológicos.
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El estudio de los valores ha dado lugar a la llamada “Teoría de los Valores” o “Axiología”, encargada de
reflexionar sobre la naturaleza, concepto, caracteres del valor y de los llamados juicios de valor.
En el campo de la ética, con el término valor, nos referimos a la cualidad o conjunto de cualidades que hacen
que una persona o una cosa sea apreciada o estimada.
Los valores son cualidades que caracterizan a la persona, las acciones o los objetos y son considerados
positivos, útiles, apreciables y, por tanto, deseables. Los valores constituyen un estímulo que impulsa a los
seres humanos a actuar en aras de la realización de los mismos y conseguir sus intereses y fines para realizarse
plenamente como personas. La presencia de los valores configura el modo de ser y de actuar de cada individuo
y determina la forma en que desea vivir, pues los valores constituyen una fuente de motivación y condicionan
la toma de decisiones en el ámbito de las acciones humanas.
Entre los valores más destacables se encuentran los valores religiosos, éticos y morales, familiares,
profesionales… Todos ellos se pueden jerarquizar en función del ámbito, cultura, sociedad, situación o
creencias en que han de establecerse.
Los seres humanos observamos el mundo a través de los valores, pues no nos contentamos solamente con
describir las situaciones u objetos (juicios de hecho) sino que también los valoramos (juicios de valor).
Entendemos por juicio toda proposición u oración gramatical en la que se afirma o se niega algo de un sujeto
o de una realidad.
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Según el filósofo LOTZE, los valores “no son” sino que “valen”. Sin embargo, destacados representantes de la
filosofía de los valores (MAX SCHELER y NIKOLAI HARTMANN) reconocen que los valores son entes.
Las teorías más importantes sobre la fundamentación de los valores son el subjetivismo axiológico, el
objetivismo axiológico y el relativismo axiológico.
Subjetivismo axiológico: Para el subjetivismo el hombre es el creador de los valores. Las teorías subjetivas
defienden que no existen cosas valiosas en sí mismas, pues son los seres humanos los que dan valor a las
cosas según sus preferencias personales. Según esta visión subjetiva, las cosas no son valiosa en sí mismas,
ya que es el ser humano quien les da su valor.
El principal defensor de esta teoría es NIETZCHE, para quien los valores morales son apreciaciones subjetivas
que dependen de las preferencias individuales y colectivas y se encuentran sometidos a modas y caprichos
humanos.
Objetivismo axiológico: El objetivismo axiológico entiende que los valores constituyen esencias puras y
objetivas. Defiende que los valores son independientes a las personas. Los valores son propiedades reales de
las cosas y el ser humano no es descubridor de valores, los reconoce, pero no los crea.
Los valores son objetivos, no dependen de la persona que valora ni de la sociedad en la que se vive o se
desarrollan, son ellos mismos en sí.
Los principales defensores de esta teoría son MAX SCHELERR y NIKOLAI HARTMANN.
Relativismo axiológico: Según el relativismo axiológico, cada época, cada cultura, cada pueblo tienen sus
propios valores, lo que le lleva a la conclusión de que no podemos hablar de valores sino sólo de mis valores
o de nuestros valores, puesto que pueden variar según el espacio o tiempo o cultura en que se desarrollan.
Por consiguiente, todo lo que nos parece bien a mí y a mi grupo es bueno y correcto ahora y aquí, pero puede
no serlo mañana o en otro lugar o cultura.
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Los principios se encuentran entre los valores y las normas pues, por un lado, pretenden orientar nuestra
conducta y, por otro, su pretensión es que realicemos conductas valiosas.
Para F.J. DE LA TORRE un principio es “una proposición que expresa un juicio de valor sobre lo bueno”.
Para Kant, los principios son proposiciones que contienen la idea de una determinación general de la voluntad
que asume determinadas reglas prácticas de conducta, denominándolos máximas si son subjetivos o leyes si
son objetivos.
Desde la perspectiva moral son numerosos los principios de referencia. Por ejemplo:
▪ El principio de honestidad.
▪ El principio de honradez.
▪ La presunción de inocencia.
Tales principios son verdades profundas, convicciones de aplicación universal, tanto en el ámbito de la
conducta individual como en el ámbito de la sociedad, de la familia, de los colectivos deportivos o del ejercicio
profesional.
Las normas también prescriben conductas que contienen valores considerados convenientes y beneficiosos,
pero mientras que los principios son entendidos como normas de regulación genérica de la conducta, las
normas son concreciones de las indicaciones genéricas contenidas en los principios.
Las normas representan la concreción de los principios, llevando el contenido de los principios a la regulación
de las conductas concretas de los individuos. Los principios, a su vez, encarnan una concreción de los valores.
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1. LA DEONTOLOGÍA
1.1. ¿QUÉ ENTENDEMOS POR DEONTOLOGÍA?
La Deontología es una rama particular de la Ética referida al estudio de los deberes y las obligaciones morales
que tienen las personas en el ejercicio de una profesión concreta, excluyendo, por tanto, todas aquellas
conductas morales que no pertenezcan al ámbito estricto de la profesión de que se trate en cada caso.
Primer sentido: Deontología Profesional como Ética Aplicada. La Deontología Profesional es una Ética
Aplicada que investiga las normas morales que afectan particularmente a los miembros de una profesión, y lo
hace guiándose por la razón práctica.
Por Ética debe entenderse la filosofía moral, el uso de la razón práctica para alcanzar un conocimiento fundado
y fiable sobre lo bueno y lo malo en general.
Desde esta perspectiva, la Deontología se ocuparía de los deberes morales que pueden reconocerse
racionalmente, es decir, se trataría de una moral ideal.
Tercer sentido: Deontología como Derecho. Los Códigos Deontológicos que comienzan siendo una reflexión
ética de algunos profesionales sobre las responsabilidades inherentes a los actos de su actividad profesional,
terminan finalmente concretándose en un acuerdo corporativo sobre los deberes exigibles a todos los
integrantes de la profesión y, de modo natural, estos deberes acaban siendo exigibles no sólo socialmente
sino también jurídicamente.
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La Ética Profesional es una disciplina que estudia los contenidos normativos de cada colectivo profesional.
Su objeto es el estudio del bien o lo bueno Su objeto es el estudio del deber o los deberes
Es considerada como una parte de la Ética Apli- Por su carácter normativo se ubica entre la Moral y
cada. el Derecho.
El objetivo de todas ellas es el mismo, regular la conducta de una profesión para obtener conductas rectas,
honestas y éticas.
Lo que sucede, por tanto, es la existencia de una Deontología común y múltiples Códigos Deontológicos, en
cuanto que los códigos son la explicitación de las normas concretas de la Deontología, adaptadas y aplicadas
a las profesiones concretas en lugares y circunstancias diferentes.
La Deontología tiene un carácter mucho más amplio y puede incluir normas que no figuren en ningún otro
código particular.
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En relación con las profesiones jurídicas, MANUEL SANTAELLA afirma que “la deontología jurídica ha de
comprender y sistematizar, inspirada en una Ética Profesional, el status de los distintos profesionales y sus
deberes específicos aplicados a la luz de los criterios y valores previamente decantados por la Ética Profesional.
Para ello, hay que distinguir los principios deontológicos de carácter universal (probidad, desinterés, decoro)
y los que resultan vinculados a cada profesión jurídica en particular (la independencia e imparcialidad del juez,
la libertad en el ejercicio profesional de la abogacía, la promoción de la justicia y la legalidad, etc.)”.
Toda colectividad profesional debe adquirir el compromiso de mantener determinados niveles de exigencia,
de competencia y de calidad de sus miembros, por lo que debe controlar y supervisar la integración de nuevos
miembros y el correcto y honesto ejercicio de las actividades propias de su profesión.
Debemos tener en cuenta que las normas establecidas en los Códigos Deontológicos no siempre se cumplen
y, aunque se respeten, a veces no queda claro quién está encargado de velar por su cumplimiento ni cuáles
son las sanciones para quienes los vulneren, ni quién debe imponerlas.
En el artículo 5 de la Ley 2/1974, de 13 de febrero sobre Colegios Profesionales, se establecen las funciones
de dichos Colegios, entre las que se encuentran (apartado i) “… ordenar la actividad profesional de los
colegiados, velando por la ética, dignidad profesional y el respeto debido a los derechos de los particulares y
ejercer la potestad disciplinaria en el orden profesional y colegial”.
Por todo ello, los códigos de ética profesional o Códigos Deontológicos son elaborados y aprobados por los
Colegios Profesionales que, tal como los define la Ley “son corporaciones de derecho público, amparadas por
la ley y reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y plena capacidad para el cumplimiento de
sus fines, entre los que se encuentra la ordenación del ejercicio de las profesiones”.
Las normas dictadas en el Código Deontológico son previamente pactadas y aprobadas de manera común y
unánime por todos los miembros de la profesión para que se elaboran.
Son pautas de conducta a seguir cuyo objetivo es realizar el trabajo profesional de forma correcta, adecuada,
eficiente y honesta tanto éticamente como desde el punto de vista meramente técnico.
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1.ª Fijar una serie de criterios, de carácter científico-funcional, para el ejercicio de la profesión de que se
trate al objeto de dar operatividad y eficacia a las actividades ejercidas en el ámbito cubierto por las
normas establecidas. Esta función es hoy muy poco relevante.
3.ª La posibilidad de imponer sanciones disciplinarias a los colegiados que incumplan los dictados de
los códigos deontológicos. Esta función confiere a los códigos relevancia jurídica estatal. Los Códigos
Deontológicos desempeñan otras funciones. Por ejemplo:
Fijan, por un lado, los límites de la libertad y, por tanto, la responsabilidad de los actos de carácter
profesional.
Cumplen una función preventiva ante el temo de los profesionales a ser sancionados si incumplen los
principios éticos que inspira la actividad de la profesión.
Ante el incumplimiento de los deberes éticos, el usuario puede acudir al Colegio Profesional a
denunciar los hechos o interponer una queja que sería difícil sustanciar jurídicamente.
Si se trata de incumplimientos de tipo jurídico, los usuarios se ven más amparados acudiendo al
Colegio Profesional, dada la lentitud de la justicia. Cuestión diferente es que, en última instancia,
determinas conductas tengan que terminar en vía judicial por tratarse de conductas delictivas.
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En el terreno de la Deontología existen principios orientadores comunes y válidos para todas las profesiones.
Estos son el principio de beneficencia, el principio de autonomía y el principio de justicia.
a) No maleficencia: Se trata de “no dañar”, principio que impone cualquier profesión. La primera
obligación de todo profesional es no dañar ni provocar perjuicio alguno a los individuos, ni en su
persona ni en sus bienes, causado o provocado por su actuación profesional.
b) Beneficencia: Se trata de “hacer el bien”. En esto consiste el principio que se fundamenta en que
todos los individuos son en sí mismos valiosos y dignos.
2.º Principio de autonomía: Principio por el que se considera que los individuos pueden y deben tomar
decisiones en todas aquellas cuestiones que le afecten. El cliente no es un mero objeto o destinatario de
servicios. Es un sujeto de derechos que tiene el derecho de decidir y decir la última palabra. Por ello, el
profesional ya no es el único que interpreta y decide sobre lo que se va a hacer, sino que informa al
usuario, dialoga con él, toma en consideración sus puntos de vista y establece con él unos pactos acerca
de su actuación profesional. El profesional tiene que hacer el bien que conviene al cliente, no lo que es
bueno para el profesional.
3.º Principio de justicia: El principio de justicia pretende establecer unas prioridades para hacer frente a
las desmesuradas demandas de los profesionales (más medios y mejores honorarios) y usuarios (más
prestaciones y gratuitas), olvidando, unos y otros, que los recursos son limitados. El principio de justicia
se ocupa principalmente del problema de la distribución de recursos y de la igualdad de oportunidades.
Este principio puede plantearse de diversas formas y desde puntos de vista muy diferentes.
4.º Otros principios: Algunos autores hablan de otros principios que completan los anteriormente referidos.
Por ejemplo, SANTAELLA incluye tres principios deontológicos que tienen carácter universal. Son el
principio de probidad, el principio de desinterés y el principio de decoro.
a) El principio de probidad: Este principio exige a todo profesional la honradez u honestidad en el ejercicio
de su actividad profesional y puede extenderse también a la vida privada. Un profesional con
comportamientos deshonestos sería un mal ejemplo para sus clientes y para su profesión.
b) El principio de desinterés: A través de este principio, el profesional debe interponer el interés del
usuario o cliente al suyo propio.
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Los Derechos Humanos constituyen el fundamento deontológico de los comportamientos de todo profesional.
Entre la Deontología Profesional y los Derechos Humanos existe un cierto paralelismo: inicialmente los
Derechos Humanos constituyen un postulado ético; en un segundo momento se produce un consenso social
sobre una serie de principios que se traduce en declaraciones de Derechos Humanos y finalmente se reconocen
e incorporan a las constituciones como normas jurídicas que garantizan su cumplimiento e incorporan a las
constituciones como normas jurídicas que garantizan su cumplimiento, pues constituyen obligaciones jurídicas.
El impacto de los Derechos Humanos sobre la Deontología Profesional es, en primer término, de tipo moral,
pues los Derechos Humanos son percibidos por muchos, aunque no unánimemente, como un contenido
mínimo de la moral ideal o crítica, como elementos básicos de la moralidad prescrita por la razón práctica. Y,
en su acepción estricta, como postulados de la moral crítica, las exigencias éticas proporcionan las razones
últimas para guiar la conducta humana, aquellas razones sobre las que no tiene sentido preguntar si hay razón
para atenderlas.
Al afirmar que los Derechos Humanos son exigencias éticas, estamos afirmando que proporcionan razones
para guiar y evaluar conductas que se sobreponen a todas las demás razones no éticas que podamos
considerar relevantes para actuar o valorar actuaciones. Es decir, la obligación de respetar los Derechos
Humanos es una razón decisiva para justificar la obediencia o la desobediencia a las normas sociales y jurídicas,
y a la Deontología Profesional regulada por ellas.
Los Derechos Humanos establecen el umbral de la conducta correcta. Sólo es conducta correcta la que respeta
los Derechos Humanos, por lo que éstos se convierten en fines o metas en cuanto que presentan un ideal
moral que debe ser perseguido.
Los Derechos Humanos tienen impacto en la Deontología Profesional. De un lado, delimitan la conducta
profesional exigible moralmente y, de otro lado, orientan la conducta profesional correcta. Los Derechos
Humanos son relevantes para la deontología profesional no sólo por su impacto moral, sino también por su
evidente influencia social y jurídica.
Los Derechos Humanos también tienen una significativa influencia jurídica sobre la Deontología Profesional,
pues no son sólo ideas éticas y convicciones sociales, sino que también son derechos subjetivos de naturaleza
jurídica, es decir, facultades para hacer valer pretensiones que el Derecho ampara y regula.
Los Derechos Humanos protegidos por el Derecho, en lo que atañe a la Deontología Profesional, son una
evidente fuente de deberes en el ejercicio de cualquier profesión, por cuanto este ejercicio está
necesariamente sometido al ordenamiento jurídico.
Cualquier profesional, en el ejercicio de su actividad, tiene que respetar los derechos de los individuos y la
dignidad humana y, de manera especial, deben hacerlo los profesionales del derecho a quien se exige, además
del deber general de respetar los Derechos Humanos, el deber de facilitar el acceso a la justicia (tutela judicial
efectiva), con todas las connotaciones que este debe llevar consigo.
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Ni siquiera el nuevo Estatuto General de la Abogacía Española, que entró en vigor el 1 de julio de 2021,
establece ningún tipo de formación en Deontología para los profesionales de la Abogacía. Es cierto que dedica
el Título VIII (artículos 62 al 65) a la formación y explicación de los profesionales de la Abogacía, pero se
refiere exclusivamente a la formación continua de las Escuelas de práctica jurídica para la capacitación técnica
y especializada en el ejercicio de la profesión.
Tan sólo en el punto 2.f del artículo 63 establece entre las obligaciones de los tutores de las prácticas externas
“Transmitir al alumno sus conocimientos, métodos y usos de trabajo así como los principios de la Abogacía,
con especial atención a sus valores deontológicos”.
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Es necesario el establecimiento de unos principios éticos y deontológicos rigurosos, que determinen un marco
de comportamiento más amplio que el estricto marco jurídico y más exigible desde instancias externas que la
difusa exigibilidad abandonada exclusivamente a la ética individual.
▪ Porque posibilitan, a las diversas profesiones, asumir compromisos éticos importantes que serán
plasmados en normas por los propios profesionales permitiéndoles establecer por sí mismos los parámetros
de ética pública a los que deben someterse todos los profesionales.
▪ Porque elevan a categoría de normatividad exigible las conductas éticas relacionadas con el ejercicio de
la profesión, sustrayendo las mismas a la decisión ética puramente individual.
▪ Porque las conductas profesionales son autorreguladas, controladas y exigidas por el propio colectivo
profesional.
▪ Porque permite a los profesionales velar por su prestigio y honorabilidad en momentos de pérdida de
prestigio de alguno de sus profesionales. En general, la mayoría de los profesionales admiten que los
Códigos Deontológicos contribuyen a la buena imagen de la profesión.
La existencia de Códigos Deontológicos y la posibilidad de una aplicación efectiva dentro del círculo profesional
o por la organización corporativa, tiene una gran importancia. La sanción moral opera quizá con mayor fuerza
que las sanciones jurídicas. En este sentido, ADELA CORTINA ha escrito que “las leyes, aún las democráticas,
son un mal menor necesario para poner freno a los irresponsables, pero no resuelven los problemas a largo
plazo, porque la gente las considera siempre como algo que viene de fuera. Sólo la convicción de los
profesionales de que su actividad es un servicio a la sociedad y no sólo una mercancía; sólo la moralización
de las profesiones desde dentro puede brindar una solución duradera”.
Los comportamientos de un grupo profesional deben estar sujetos y regulados por valores ético-morales en
Códigos Deontológicos, que son fundamentales para su funcionamiento, ya que proporcionan cohesión moral
al grupo, a los individuos y a las instituciones. Y, en muchas ocasiones, son la única garantía de defensa de
los ciudadanos afectados por los comportamientos de un profesional.
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La Organización Médica Colegial de España promulgó su primer Código de Ética y Deontología Médica en 1978
al amparo de la Constitución de ese mismo año, que establece el reconocimiento y la necesidad de regular los
colegios profesionales y el ejercicio de los profesionales titulados. Dicho Código ha sido actualizado
posteriormente en 1990, 1999, 2011 y 2018, atendiendo al compromiso de la profesión médica con la sociedad,
a la evolución científico-médica y al Derecho.
Deontología del Periodismo: La primera regulación deontológica del periodismo nace en Kansas (Estados
Unidos) en 1910, aunque el verdadero impulso de la deontología profesional del periodismo tiene lugar en
1923, con la aprobación del Código de Cánones del periodismo.
En Europa, a propuesta del Sindicato Nacional de Periodistas profesionales, se aprobó en Francia en 1918 la
Carta de deberes profesionales de los periodistas. Una de las regulaciones más importantes fue la establecida
en los “Principios Internacionales de Ética Profesional del Periodismo”, aprobados por la UNESCO en 1983.
España fue uno de los países europeos que más tardó en incorporarse a la regulación deontológica del
periodismo. En 1993 se aprobó el Código Deontológico de la profesión periodística de la Federación de
Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), actualizado por la Asamblea General, celebrada en Mérida el
12 de abril de 1917. En 2011 se creó la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo.
Lo que pretenden los Códigos de Deontología Profesional del periodismo es el respeto a la verdad, a la
objetividad de los hechos, contrastando los datos con cuantas fuentes sean precisas y enfrentando las
diferentes versiones existentes sobre los hechos; diferenciar claramente lo que es información de lo que es
opinión; respetar siempre la presunción de inocencia y rectificar las informaciones erróneas.
Deontología del Psicólogo: En su reunión de 22 se mayo de 1987, la Junta de Gobierno del Colegio Oficial
de Psicólogos de España ratificó el Código Deontológico del Psicólogo, culminando su sometimiento a refrendo
por la Asamblea General del Colegio Oficial de Psicólogos el 27 de marzo de 1993.
El psicólogo deber tener siempre presentes como principios de actuación los principios de beneficencia y no
maleficencia; fidelidad y responsabilidad; integridad; justicia y respeto a los derechos humanos y dignidad de
las personas.
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Dentro de la Deontología Jurídica, que comparte unos principios deontológicos comunes, pueden existir, a su
vez, diferentes campos de actuación, dando lugar a otras tantas regulaciones deontológicas profesionales:
Deontología Profesional de los Abogados, Deontología Profesional de la Magistratura, Deontología Profesional
de los Fiscales, Deontología Profesional de los Registradores, de los Notarios, de la Función Pública, de los
Gobernantes, etc.
Los abogados españoles están obligados a respetar los principios éticos y deontológicos de la profesión
establecidos en el “Estatuto General de la Abogacía Española”, aprobado por Real Decreto 135/2021 de 2 de
marzo (BOE Nº 71 de 24 de marzo de 2021), que ha entrado en vigor el 1 de julio del presente año 2021, en
el “Código de Deontología de los Abogados de la Unión Europea” y en el “Código Deontológico de la Abogacía
Española, aprobado por el Pleno del Consejo General de la Abogacía Española el 6 de marzo de 2019.
Asimismo, los abogados españoles están obligados a cumplir las normas deontológicas que hubieren aprobado
el Consejo de Colegios de la Autonomía, y los del concreto Colegio al que esté incorporado cada abogado.
Así viene establecido en el artículo 1 del Código Deontológico de la Abogacía Española de 2019, actualmente
vigente:
“1. Los hombres y mujeres que ejercen la Abogacía están obligados a respetar la Deontología inspirada en los
principios éticos de la profesión. Las fuentes principales de la Deontología se encuentran en el Estatuto General
de la Abogacía Española, en el Código Deontológico de la Abogacía Europea, en el presente Código, aprobado
por el Consejo General de la Abogacía Española y, en los que, en su caso, tuvieren aprobados los Consejos
Autonómicos de Colegios”.
“2. Las normas deontológicas son aplicables también, en lo pertinente, a quienes sean no ejercientes y a
quienes estén inscritos con el título de su país de origen”.
“3. Cuando se actúe fuera del ámbito del Colegio de residencia, dentro o fuera del Estado español, se deberá
respetar las normas deontológicas vigentes en el ámbito del Colegio de acogida o donde se desarrolle una
determinada actuación profesional”.
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En el Código Deontológico de la Abogacía Española se recogen como principios fundamentales del ejercicio de
la profesión de abogado, la independencia, la dignidad, la integridad, el servicio, el secreto profesional y la
libertad de defensa.
▪ La independencia del abogado está íntimamente ligada con el principio de libertad de defensa (de
elección) y de expresión. El abogado, en su ejercicio profesional, debe actuar con total libertad e
independencia, sin otra servidumbre que el ideal de justicia. En ningún caso debe actuar coaccionado ni
por complacencia.
Quienes ejercen la Abogacía tienen el derecho a la plena libertad de defensa y el deber de defender y
asesorar libremente a sus clientes. El abogado es libre de asumir la dirección de un asunto y el ciudadano
lo es también de encomendar sus intereses a un abogado de su libre elección y cesar en la relación
profesional en el momento que lo crea conveniente. Esta absoluta libertad no puede poner en riesgo el
propio derecho de defensa. Por ello, debe evitarse que, entre la actuación profesional de un abogado y la
de su sustituto, se produzca un vacío y, si se produjera, se procurará una información suficiente al abogado
sustituto en beneficio siempre de los intereses objeto de defensa y del cliente.
La libertad de expresión no legitima el insulto ni la descalificación gratuita.
▪ La confianza e integridad: La relación con el cliente se fundamenta en la recíproca confianza y exige
una conducta profesional íntegra, honrada, leal, veraz y diligente. La honradez, probidad, rectitud, lealtad,
diligencia y veracidad son virtudes que deben adornar cualquier actuación del abogado.
▪ El secreto profesional y la confidencialidad: Son deberes y a la vez derechos del abogado. Todo
aquello que le sea revelado por su cliente, con todas sus circunstancias, más todo aquello que le sea
comunicado por otro abogado con carácter confidencial, deberá mantenerlo en secreto. El abogado
actuará siempre con honestidad y diligencia, con competencia, con lealtad al cliente y respeto a la parte
contraria, guardando secreto de cuanto conociere por razón de su profesión.
El abogado no puede poner en riesgo su libertad e independencia, su lealtad al cliente, ni el secreto profesional
y, por ello, el Código Deontológico le prohíbe desarrollar funciones que, de modo directo o indirecto, le creen
cualquier tipo de presión física o anímica que pueda poner en riesgo su independencia, o la revelación de
cualquier secreto que no solo podría perjudicar intereses particulares de los clientes sino que, además,
afectaría gravemente a la confianza de los ciudadanos en el derecho de defensa y, por extensión, a todo el
sistema de garantías.
En cuanto a la publicidad personal del abogado, ésta habrá de respetar los principios de dignidad, lealtad,
veracidad y discreción, salvaguardando en todo caso el secreto profesional y la independencia del abogado.
El abogado sólo podrá encargarse de un asunto cuando esté capacitado para asesorarlo y defenderlo de una
forma real y efectiva, y ello le obliga a adecuar e incrementar constantemente sus conocimientos jurídicos, y
a solicitar el auxilio de los compañeros más expertos, cuando lo precise.
También se regula la tenencia de los fondos de clientes, manteniéndolos identificados, separados de los
propios del bufete, y siempre a su disposición, lo que contribuirá a la transparencia en la actuación del
abogado, fortaleciendo la confianza de su cliente.
Se incluyen normas deontológicas reguladoras de las obligaciones y relaciones del abogado con el Colegio,
con los Tribunales, con los compañeros o con los clientes.
En relación con los clientes, se concretan las obligaciones de información, se incrementan las precauciones
para evitar el conflicto de intereses protegiendo la responsabilidad e independencia del abogado, estableciendo
mecanismos que permitan identificar claramente el comienzo y el final de su actuación y, por tanto, de su
responsabilidad y, sobre todo, insistiendo en el reconocimiento de su libertad para cesar en la defensa cuando
no desee continuar en ella.
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Tiene la misión de evitar cualquier tipo de fraude relacionado con los registros de viviendas y otras
propiedades.
Los “Estatutos Generales del Colegio de Registradores de la Propiedad y Mercantiles de España” quedaron
aprobados por Real Decreto de 14 de abril de 1997.
Al señalar los fines y funciones de los Registradores se precisa “coordinar el ejercicio de la actividad profesional
de los Registradores, velando por la ética y dignidad profesional y por el correcto ejercicio de sus funciones”
y “procurar la permanente mejora de las actividades profesionales… necesarias para la actualización y
modernización de dichas actividades”.
En abril de 2013 el Consejo General del Notariado de España aprobó el Código de Deontología Notarial
actualmente vigente y puso en marcha una comisión de régimen disciplinario y deontología. Dadas las
características y la función del notariado, en el Código se resalta, sobre todo, la obligación del secreto
profesional y la confidencialidad.
Los notarios españoles se rigen también por los Principios de Deontología Notarial de la UINL (Unión
Internacional del Notariado Latino) aprobados en el XXII Congreso Internacional Latino, celebrado en Buenos
Aires del 27 de septiembre al 2 de octubre de 1998. Además, existe el Código Ético de Deontología Notarial
revisado por la Asamblea de 2009, y los nuevos Principios de Deontología Notarial de la Unión Internacional
del Notariado Latino (que integra a unos 90 países) a la que pertenece el Notariado español, que fueron
aprobados en Lima (Perú) en octubre de 2013.
La profesión notarial también cuenta con una serie de principios o reglas propiamente deontológicas en el
ámbito europeo. Estas reglas o principios vienen recogidos en el Código Europeo de Deontología Notarial,
aprobado en distintas Asambleas de la CNUE (Consejo de Notarios de la Unión Europea) en Nápoles los días
3 y 4 de febrero del año 1995; en la Asamblea de Graz el 20 y 21 de octubre del mismo año; en la Asamblea
de Bruselas el 17 y 18 de marzo de 2000, en la Asamblea de Múnich de 9 de noviembre de 2002. Por último,
la Asamblea del Consejo de Notariados de la Unión Europea aprobó el 11 de diciembre de 2009 su Código
Ético Revisado de Deontología Notarial, que ha sido ratificado por numerosos países, entre ellos España.
Este Código persigue, por un lado, adaptar las normas morales al ejercicio de la profesión en Europa y, por
otro lado, potenciar el valor de los servicios que proporciona el notario a las empresas y ciudadanos que
operan en el mercado interior comunitario.
Los Colegios Notariales y el Consejo General del Notariado son los que han de velar por la ética y dignidad en
la actuación de los Notarios, bajo la consideración de que la actividad notarial es un servicio público y, por
tanto, debe inspirarse en la primacía de los intereses generales.
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Es preciso que los notarios actúen siempre con ciencia y conciencia, lo que supone, por una parte, que deben
estar dotados de conocimientos amplios y suficientes para el cometido fundamental de su ejercicio y, por otra
parte, de todas aquellas cualidades éticas que le permitan velar por la legalidad y la seguridad jurídica en el
ejercicio de la “fe pública”.
Los notarios tienen el deber de veracidad, imprescindible en el ejercicio profesional del notario, que consiste
en dar fe pública de la veracidad de los documentos y los hechos en que interviene, el deber de diligencia y
eficacia, el deber de secreto, el deber de imparcialidad, el deber de rectitud, el deber de respeto a los clientes,
a los compañeros y a sus superiores, el deber de compañerismo, solidaridad y lealtad, el deber de conservación
de los documentos, el deber de claridad, el deber de establecer honorarios justos y adecuados, el deber de
estudio y formación continua, etc.
Si incurrieren en incumplimiento de sus deberes, los Órganos de Gobierno del Notariado aplicarán las normas
deontológicas, activando no sólo las medidas sancionadoras sino también las de seguimiento, recordatorio y
reflexión continua sobre los deberes en el ejercicio de la función.
La Deontología Profesional del Notario tiene un fuerte carácter jurídico, así lo establece la conclusión 8ª del
Código de la UINL que afirma que “Se hace preciso reafirmar la naturaleza de norma jurídica de la regla
deontológica y su pertenencia al sistema jurídico, caracterizada por su contenido ético, y su dependencia de
las leyes, tanto constitucionales como ordinarias de cada Estado”.
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1. OBJECIÓN DE CONCIENCIA
1.1. LIBERTAD DE CONCIENCIA Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA
1º) ¿Qué entendemos por conciencia? Se puede tener una idea más o menos clara de lo que es la
conciencia, pero resulta difícil definirla, pues se trata de un término cuyo contenido puede ser diverso. Lo
cierto es que no hay unanimidad a la hora de definir la conciencia y esa falta de unanimidad dificulta su
definición y comprensión. Para no situarnos en la posición de los que consideran que es imposible definirla,
intentaremos acercarnos al sentido de la misma y definirla desde los estudios de algunos expertos.
Conciencia: se trata de un término complejo que se utiliza indistintamente para aludir a dos campos muy
concretos y distintos entre sí: el campo de lo psicológico y de lo ético o moral.
▪ La conciencia ética o moral: aunque presupone la existencia del elemento psicológico añade un
nuevo elemento: el “compromiso”. Ya no es suficiente que nos demos cuenta sino que la conciencia
moral exige, además, adoptar una postura, el compromiso.
Pero, cuando se habla de la moralidad de los actos, verdad y bien se identifican. La real academia española
define la conciencia como el conocimiento interior del bien y del mal, en sintonía con la definición de virtud:
“saber del bien para obrar el bien”. La conciencia, una vez que conoce la verdad de los bueno y lo malo, queda
atrapada en la obligación que le impone su propia norma de moralidad: hacer el bien y evitar el mal.
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Desde esta perspectiva la conciencia moral se convierte en un juicio en orden a la acción. Su saber no es
desinteresado, sino que se orienta a la realización concreta del yo. La conciencia moral se manifiesta, por
tanto, como un proyecto de vida, en cuanto que añade a la conciencia psicológica el carácter de obligación
que compromete al yo personal.
Uno de los aspectos más importantes de la conciencia es su manifestación como normatividad moral.
Por ello, el juicio que realiza “es la norma interiorizada de la moralidad” que es tanto como afirmar que la
conciencia tiene fuerza normativa (Marcial Vidal – importante en esta materia). Es desde esta perspectiva
desde la que se plantea la objeción de conciencia, en cuanto que su normatividad (la representada por la
conciencia) puede oponerse a otra normatividad (la jurídica).
Consecuencias:
▪ Que la conciencia es la fuente de donde fluye la moralidad de nuestra vida, por lo que adquiere una
importancia decisiva en el obrar humano.
▪ Que la conciencia es el núcleo más íntimo y secreto del hombre, por lo que ninguna autoridad puede
ni debe introducirse en la propia conciencia y profanar esa intimidad.
▪ Que la conciencia debe ser formada, pues el deber moral más fundamental del hombre es formas su
propia conciencia para que pueda, en cada momento, orientar sus decisiones hacia las conductas
rectas.
2º) ¿Qué entendemos por objeción? Es inevitable hacer alguna precisión sobre lo que entendemos por
objeción, pues los propios términos con que denominamos las realidades nos acercan a la idea de la realidad
que pretendemos definir. En este sentido la real academia entiende por objeción cualquier inconveniente que
un sujeto intenta oponer frene a algo.
▪ Si se trata de objeción a una idea o argumento diríamos que es la “razón que se propone o
dificultad que se presenta en contra de una opinión o designio, o para impugnar una proposición”.
Por ello cuando la objeción la asociamos con la conciencia entenderemos que la objeción de conciencia consiste
en la negativa a realizar actos o servicios invocando motivos éticos o religiosos.
De lo dicho, lo primero que puede deducirse es que el término objeción contiene en sí mismo una actitud de
rechazo. La persona que objeta se está oponiendo a otra, a una idea, a un sistema, a una norma. Y, por
consiguiente, es obvio establecer una intima relación y vinculación con todo aquello que signifique
desobediencia. Para nuestro análisis objetar es desobedecer, por lo que objeción y desobediencia son
sinónimos.
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3º) La libertad de conciencia: ha sido en los tiempos modernos cuando los países democráticos
occidentales de carácter liberal han reconocido a los ciudadanos ciertos derecho y libertades entre los que se
encuentran, la libertad de conciencia, la libertad religiosa y de culto y la libertad de pensamiento.
De este modo la libertad de conciencia se configura como uno de los derechos de libertad, correspondiente a
los derechos de primera generación (derecho a la vida, a la libertad, propiedad). Se trata de un espacio de
libertad, de autodeterminación moral referida a códigos morales, ideológicos o religiosos.
La libertad de conciencia hace referencia a es reducto íntimo del hombre donde se encuentran sus convicciones
más profundas (religiosas, morales, ideológicas, filosóficas y políticas), fuera del alcance de cualquier poder
público.
Por ello se produce cierta confusión entre libertad de conciencia y libertad religiosa. No obstante, aunque
tengan un campo coincidente sus contenidos no son idénticos, pues el conceto de libertad de conciencia es
más amplio. Se podría decir que la libertad religiosa es parte integrante de la libertad de conciencia. Cuando
nos referimos al derecho a la libertad de conciencia estamos afirmando que todos los seres humanos poseen
la libertad de profesar libremente una religión (o ninguna), culto, opinión o ideología. Estas libertades son
poseídas tanto por los individuos como por las comunidades, sin más limitaciones que las necesarias para el
mantenimiento del orden publico protegido por la ley.
4º) Contenido y dimensión del derecho a la libertad de conciencia: del análisis doctrinal de
declaraciones y convenios internaciones se afirma que la libertad de pensamiento, conciencia y religión casi
siempre se presentan juntas. La frontera entre los tres conceptos es difícil, pues los tres se implican
mutuamente y se complementan. Abarcan las siguientes dimensiones:
▪ Comprende los derecho de libertad de culto, derechos de difusión e información religiosas, derecho
de formación, educación y enseñanzas religiosas y derechos de reunión y asociación con fines
religiosos.
¿Qué entendemos por objeción de conciencia? En la vida es frecuente encontrarnos ante situaciones de
conflicto entre la Ley y la conciencia. Esto sucede cuando determinadas personas o instituciones se sienten
agredidas en su conciencia al verse obligadas a practicar conductas contrarias a sus principios religiosos,
morales o ideológicos.
La objeción de conciencia se podría definir como “aquel impedimento que oponemos ante algo o alguien
en aplicación de nuestra propia norma interiorizada de moralidad”.
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Para ALFONSO LLANO “tal derecho entra en acción cuando se presenta un conflicto entre la ley y la conciencia.
Cuando la conciencia percibe que una obligación emanada de la ley le impone un deber contrario a sus
principios religiosos o deberes morales, tiene el derecho, que nace de la naturaleza misma de su libertad
política de oponerse al cumplimiento de la ley. Este conflicto se da entre dos actores: la ley y la conciencia. La
objeción no se opone a la ley como tal ni pretende que sea abolida, sino al cumplimiento de ella en un caso
particular. Se trata de un conflicto particular entre la ley y la conciencia que se espera resolver no por vía de
hecho sino de derecho…”.
ROSANA TRIVIÑO define la objeción de conciencia como “el incumplimiento de un deber jurídico, pacífica y
moralmente motivado, que tan solo procura salvaguardar la propia integridad moral frente a un imperativo
heterónomo que se juzga injusto, pero que en modo alguno supone un empeño de que los demás se adhieran
a las creencias o practiquen las actuaciones del objetor”.
SUÁREZ PERTIERRA entiende la objeción de conciencia como “la resistencia a obedecer un imperativo jurídico
invocando la existencia de un dictamen de conciencia que impide sujetarse al comportamiento prescrito”.
PECES BARBA define la objeción de conciencia como “es una desobediencia regulada por el derecho, con lo
cual deja de ser desobediencia para ser un derecho subjetivo o una inmunidad y supone una excepción a una
obligación jurídica, que puede ser, incluso, fundamental”.
MARINA GASCÓN y LUIS PRIETO SANCHÍS definen la objeción de conciencia como “una insumisión a la norma
por motivos de conciencia, que se justifica por la presencia de un deber moral de desobedecer a un Derecho
cuya legitimidad general no se pone en duda, al menos en principio, pero al que se considera, en un caso
concreto, demasiado injusto como para merecer nuestra adhesión”. De donde se deduce que la objeción de
conciencia se caracteriza:
1. Porque la objeción de conciencia no se dirige contra todo el sistema jurídico de una sociedad, ni siquiera
contra determinadas instituciones.
2. Que se trata de una actitud particular de algunos sujetos que se niegan a cumplir determinadas
obligaciones impuestas por una norma, es decir, que la desobediencia debe ir dirigida contra una norma
perteneciente al ordenamiento jurídico o contra un mandato de la autoridad.
3. Que la desobediencia debe responder a motivaciones nacidas de la conciencia del individuo (dictamen de
conciencia).
4. Que la desobediencia objeto de la objeción de conciencia propiamente dicha debe estar establecida en
una norma jurídica, es decir, debe estar reconocida en alguna norma del ordenamiento jurídico cuyo
mandato se pretende desobedecer, pues de no estar reconocida se trataría, sin más, de desobediencia
civil u otra categoría de desobediencia al Derecho que acarrearía las sanciones establecidas en la ley por
el incumplimiento de la norma correspondiente.
Resumiendo, podríamos definir la objeción de conciencia como la oposición o resistencia de un individuo o un
colectivo, regulada por el Derecho, al cumplimiento de un imperativo jurídico, cuando se le presenta un
conflicto entre la ley y la conciencia, invocando la existencia de un dictamen de conciencia que, por motivos
ideológicos o religiosos, impide sujetarse al comportamiento prescrito.
Para que exista objeción de conciencia deben concurrir
1.º) Un deber jurídico
2.º) Un deber de conciencia
3.º) Un conflicto entre la ley y la conciencia (entre el deber jurídico y el deber de conciencia)
4.º) Un reconocimiento legal del conflicto y de la exención de obedecer un mandato jurídico, es decir,
reconocimiento legal de la conducta objetable.
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El delincuente común no elige intencionadamente una norma para violarla, sino que elige una conducta que
quiere realizar, cuya conducta es contraria a las normas. Pero el objetivo de esta conducta no es infringir una
o varias normas, sino conseguir algo que está prohibido por ellas y, a pesar de todo, actúa para conseguir lo
que pretende, aunque para ello tenga que incumplir el Derecho. Y, en todo caso, intentará, si puede, eludir
las sanciones que le puedan ser impuestas.
Por el contrario, el desobediente civil conoce perfectamente la ley que desobedece y la elije precisamente
porque considera que es injusta y debe cambiarse. No pretende con sus actos conseguir ventajas personales.
Más aún, es consciente y acepta que puede ser sancionado por su actitud de desobediencia, asumiendo las
consecuencias.
2º) La desobediencia revolucionaria se dirige contra toda la legalidad en cuanto que pretende cambiar
los principios jurídicos fundamentales, que constituyen la estructura básica de una comunidad política. Lo que
pretende es la modificación de un sistema político desde fuera del sistema. Un buen ejemplo puede ser la
desobediencia al sistema jurídico español por parte de los políticos catalanes que se rebelan contra el orden
jurídico establecido, desobedeciendo las leyes y la Constitución para crear un sistema político nuevo desde
fuera de la legalidad.
Por el contrario, la desobediencia civil ordinaria nada tiene que ver con el terrorismo, pues ni atenta contra el
sistema jurídico-político ni se lleva a cabo perpetrando actos violentos.
4º) El derecho de resistencia al poder ilegítimo: Mientras en la desobediencia civil está ausente la
violencia, la resistencia al poder ilegítimo puede efectuarse con manifestaciones violentas. Mientras que la
desobediencia civil intenta objetar o cuestionar la justicia de una o varias normas concretas, el derecho de
resistencia pretende hacer frente a los ataques que pueda sufrir el Ordenamiento jurídico vigente en su
totalidad.
5º) Desobediencia civil: El profesor GARCÍA COTARELO entiende por desobediencia civil “un acto de
quebrantamiento público de la norma por razones de conciencia y por medios pacíficos, con aceptación
voluntaria de las sanciones que dicho quebrantamiento lleve”.
Al contrario de lo que sucede con la objeción de conciencia, la desobediencia civil no está permitida por el
derecho, por lo que implica la aceptación de las sanciones derivadas del incumplimiento de la norma
desobedecida. Mientras que, en la objeción de conciencia, al estar reconocida directa o indirectamente por el
derecho, no existen sanciones.
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Durante mucho tiempo, tan sólo se hablaba de la objeción de conciencia al servicio militar, dado que es la
única que explícitamente se reconoce en nuestra Constitución.
1.º Desde la perspectiva del contenido y objeto de la objeción, se podrían establecer tres tipos:
a) La objeción al servicio militar: Aparece reconocida en el artículo 30.2 de la Constitución Española. “La
ley fijará las obligaciones militares de los españoles y regulará, con las debidas garantías, la objeción
de conciencia, así como las demás causas de exención del servicio militar obligatorio, pudiendo
imponer, en su caso, una prestación social sustitutoria”.
b) Objeciones de conciencia de carácter profesional: dos vías de cobertura: una constitucional en los art.
16 y 20.1.d CE donde se reconoce y protege el derecho a comunicar o recibir libremente información
veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al
secreto profesional.
b. Al amparo del art. 16 pueden establecerse otros tipos de objeción de conciencia de carácter
profesional, fundados en el derecho a la libertad de conciencia. Así se podría hablar del dº a la
objeción de conciencia de médicos a practicar o colaborar en abortos, eutanasia, suicidio
asistido…; de farmacéuticos a vender píldoras abortivas; de maestros y profesores a divulgar ideas
contrarias a la verdad histórica o creencias religiosas…
c. En tales casos los profesionales pueden objetar las exenciones jurídicas a su deber profesional
cuando las conductas reguladas en la ley violen sus creencias y atenten contra la libertad de su
conciencia.
a. La objeción fiscal indirecta es una objeción derivada de otro tipo de objeción y respondería a la
siguiente argumentación: Puesto que soy objetor de conciencia a la prestación del servicio militar
o a las actividades militares en general, no quiero contribuir con mis impuestos al sostenimiento
del ejército. O este otro argumento: Puesto que soy objetor de conciencia a la práctica de abortos
o de la eutanasia, no quiero que con mis impuestos se abonen los gastos de estas prácticas en la
sanidad pública.
b. La objeción fiscal directa se fundamenta en que el Estado Social de Derecho debe encaminarse
a la realización de los fines establecidos por la sociedad, pero puede suceder que el poder político
desvíe fondos de los tributos de los ciudadanos para otros fines diferentes, incluso de carácter
ilegal, es decir, para actividades contrarias a la legalidad vigente. Ante esta situación, los
ciudadanos podrán objetar, alegando que el poder está defraudando a la sociedad al desviar los
fondos de los tributos para fines diferentes a los que deben ser destinados.
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2.º En una segunda clasificación podríamos hablar de la objeción de conciencia individual y objeción de
conciencia colectiva o institucional:
La libertad de conciencia es un derecho humano fundamental pues así se establece en muchas Declaraciones,
Pactos, Tratados y Convenios internacionales de Derechos Humanos. En la CE se encuentra reconocido en los
art. 16 y 20, que son partes de la sección de derechos fundamentales y libertades públicas. A pesar de que
los Tratados Internacionales ni las legislaciones nacionales reconocen la objeción de conciencia como un
derecho fundamental, podemos afirmar que sí es un derecho fundamental.
▪ Art. 18 DUDH 1948: “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de
religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencias, así como la libertad de
manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en publico como en privado,
por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
▪ El Pacto Internacional de Derechos Civiles y políticos 1966: toda persona tiene derecho a la
libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de tener o
adoptar la religión o las creencias de su elección, así como la libertad de manifestar su religión o sus
creencias, individual o colectivamente, tanto en publico como en privado, mediante el culto, la
celebración de ritos, las prácticas y la enseñanza. Y nadie será objeto de medidas coercitivas que
puedan menoscabar su libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección. Esta
libertad estará sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la ley que sean necesarias para
proteger la seguridad, el orden la salud o la moral públicas, o los derechos y libertades fundamentales
de los demás.
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▪ Convención Americana sobre Derechos Humanos: toda persona tiene derecho a la libertad de
conciencia y de religión, añadiendo que este derecho implica la libertad de conservar su religión o sus
creencias, o de cambiar de religión o de creencias, así como la libertad de profesar y divulgar su
religión o sus creencias, individual o colectivamente, tanto en público como en privado.
▪ Convención de los Derechos del Niño 1989: cumplimiento obligatorio para todos los países que
lo ratifiquen, manifiesta: los Estados Parte respetarán el derecho del niño a la libertad de pensamiento,
de conciencia y de religión.
Son muchas las legislaciones estatales que reconocen, explicita o indirectamente, la objeción de conciencia,
pues, al reconocer el derecho a la libertad de conciencia, queda reconocida implícitamente el derecho a la
objeción de conciencia en cuanto que la existencia de ésta es la única forma de garantizar el ejercicio de
aquella.
Es el caso del art. 30 CE que solo reconoce directamente el derecho a la objeción de conciencia al cumplimiento
del servicio militar obligatorio. Sin embargo, del reconocimiento del derecho a la libertad ideológica, religiosa
y de culto del art. 16 CE, se deduce que para garantizar el ejercicio de dicha libertades necesariamente su
reconocimiento debe incluir el derecho a la objeción de conciencia, pues ha de tenerse en cuenta que dichos
artículos no se limitan a reconocer, sino que incluyen la garantía de las libertades mencionadas. Lo mismo se
puede afirmar del art. 20 CE que lleva implícito el reconocimiento del derecho a la objeción de conciencia.
Los Tribunales, incluido el TC, ha avalado en numerosas ocasiones diferentes manifestaciones de objeción de
conciencia al amparo de los arts. 16 y 20 CE.
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Es cierto que, en los Tratados y Convenios Internacionales más importantes se protege jurídicamente el
derecho a la libertad de conciencia garantizando al individuo no solo el derecho a tener las creencias de su
elección sino a actuar de acuerdo con ellas.
Es aquí, en este nivel, en el derecho a actuar de acuerdo con las proprias creencias, donde se encuentra la
protección jurídica, aunque no de forma expresa, de la objeción de conciencia, generando la exención del
cumplimiento del deber jurídico.
Sin embargo, este derechos, como cualquier otro derecho o libertad, no es absoluto, pudiendo quedar limitado
tanto por otros derecho y libertades fundamentales, como por la seguridad, el orden, la salud y la moral
públicas.
3. En el ámbito de la jurisprudencia
1º. En los Tratados Internacionales: los Tratados y Convenios Internacionales obligan jurídicamente a
todos los estados que ratifican. Por consiguiente, todos los Estados Parte en Tratado o Convenios
Internacionales que reconocen Derechos Fundamentales están obligados a respetar y garantizar tales
derechos, estableciendo los mecanismos jurídicos e instrumentos procesales para que tales derechos sean
protegidos y garantizados en su territorio.
▪ Convenio Europeo para la Protección de los derechos del Hombre y de las Libertades
Fundamentales 1950: la libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de
más restricciones que las que, prevista por la ley, constituyen medidas necesarias, en una sociedad
democrática, para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la
protección de los derechos o las libertades de los demás.
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o Actualmente no existe ningún mecanismo que supervise la Convención, los Estado que la han
ratificado deben enviar un informe cada 2 años a la Secretaria General de la Organización
Iberoamericana de la Juventud.
2º. En el ámbito de las legislaciones estatales: las que han firmado tratados o convenios en que directa
o indirectamente se reconoce la objeción de conciencia tienen un mandato que les obliga jurídicamente a
garantizar el derecho a la objeción de conciencia. Si nos fijamos en las legislaciones estatales de todo el mundo
cabe señalar tres posiciones:
1. Rechazo total a la objeción de conciencia: las legislaciones que niegan la objeción de conciencia
se basan en que cualquier norma jurídica ha de ser cumplida siempre para asegurar la estabilidad del
sistema. Entienden que un ordenamiento, en el que se permita quebrantar la normas, carecería de
eficacia alguna y no cumpliría ninguna función social. Por consiguiente, el Derecho debe regular su
propia permanencia y perseguir todas las conductas que se dirijan a quebrantarlo.
En España se regulan y protegen directamente la objeción de conciencia en algunos casos. Lo primero que
cabe afirmar es que existe una protección directa de la objeción de conciencia ne la CE. En efecto el derecho
a la objeción de conciencia al servicio militar obligatorio que se recoge en el art. 30.2 CE.
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El derecho a la objeción de conciencia en otros ámbitos, en especial por lo que se refiere a la libertad
ideológica, religiosa y de culto, es decir a la libertad de conciencia, de los individuos y las comunidades, así
como el desempeño de algunas profesiones se reconoce y garantiza en los art. 16 y 20 CE, que se encuentra
en la Sección 1ª del Capítulo II del Título I de la CE, donde se reconocen y garantizan los derechos
fundamentales y las libertades públicas.
Este hecho es transcendental por cuanto a ellos les afecta la especial protección que la CE establece para los
derechos fundamentales y libertades públicas en el art. 53.2 que establece: “cualquier ciudadano podrá
recabar la tutela de las libertades y derechos reconocidos en el art. 14 y la Sección 1ª del Capítulo II ante los
Tribunales ordinarios por un procedimiento basado en los principio de preferencia y sumariedad y, en su caso,
a través del recurso de amparo ante el TC. Esta último recurso será aplicable a la objeción de conciencia
reconocida en el art. 30”. El art. 53.1 CE establece que los derechos y libertades reconocidos en el Capítulo II
del presente Titulo vincula a los poderes públicos”.
La CE remite a las leyes para la regulación del ejercicio de los derecho y libertades, cuyas leyes han de
respetarse en todo caso el contenido esencial de dichos derechos. En nuestra legislación se encuentran
regulados determinados supuestos del derecho a la objeción de conciencia.
▪ La objeción fiscal no ha sido reconocida en nuestras leyes y el TC considera que el pago de tributo
no afecta a la libertad ideológica.
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3º. Garantías en el ámbito de la jurisprudencia: es imposible reflejar en los OJ todas las posibles
situaciones de objeción de conciencia. Ni es posible enumerarlas ni es posible regularlas anticipadamente en
la legislación pues los ciudadanos podrían objetar de manera ilimitada el incumplimiento de leyes, basándose
en objeciones de conciencia. Por esta razón los legisladores se han dedicado a legislar sobre los supuestos
más habituales (servicio militar, aborto…).
Desde esta perspectiva podemos afirmar que corresponde a la jurisprudencia la interpretación de la legalidad
de cada caso concreto de objeción de conciencia que se le presente. Así está sucediendo en la mayoría de los
estado democráticos.
1º) Conciencia individual y conciencia colectiva: es un hecho que cada día se da más importancia y se
valora más la conciencia no solo de los individuos sino también de las instituciones o conciencia colectiva y se
solicita de los poderes públicos que la tengan en cuenta e incluso que la protejan.
En un programa organizado por la Universidad Complutense sobre la objeción de conciencia, decía: “la
conciencia individual reclama, cada vez de forma más acuciante, un respeto que va desde el derecho a
incumplir la norma hasta el requerimiento de la soluciones legislativas alternantes, capaces de garantizar que
nadie se verá obligado a obrar en contra de sus más intimas convicciones. Es un campo por el que el derecho
apenas ha comenzado a caminar y que cada día se abre a nuevas perspectivas: la persona y no el estado
aspira a ser el protagonista del Derecho”.
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La negativa a reconocer la objeción de conciencia a las instituciones de enseñanza cuando se les impone
contenidos contrarios a su ideario, o a las instituciones sanitarias cuyos profesionales están obligados a
practicar abortos, eutanasia u otras prácticas médicas, contrarias a sus creencias religiosas y morales, es decir,
que violentan su propia conciencia, no tiene sentido, puesto que los Tratados Internacionales, las
Constituciones nacionales, la Jurisprudencia, incluso el TEDH y la doctrina avalan el reconocimiento y
protección de la objeción de conciencia de los individuos y de las instituciones al reconocer el ejercicio del
derecho individual o colectivamente.
2º) Interés general: es lo que mueve el derecho en todas la sociedades democráticas. Habitualmente el
derecho cumple una función de interés publico y todos deben cumplirlo.
Pero hablar de interés general nos sitúa ineludiblemente en el ámbito de los límites al ejercicio del derecho a
la objeción de conciencia. En este sentido las constituciones y leyes que regulan determinados tipos de
objeción de conciencia, tiene muy claro que no existen derecho ilimitados ni aquellos calificable como
fundamentales cuyos límites pueden encontrarse explícitamente en la propia constitución o establecerse en
otras leyes reguladoras de la objeción de conciencia en la medida en que es necesario proteger o preservar
otros derechos constitucionales u otros bienes protegidos siempre mediando proporcionalidad.
Existen derechos o supuestos derechos de terceros que se arguyen como interés general que no pueden
argumentarse frente al derecho de libertad de conciencia. Será necesaria a conciliación entre ambos criterios:
el de la conciencia y el interés público.
3º) Conclusión: Armonizar los derecho de todos: ¿Qué hacer cuando la ley impone a un profesional una
prestación que implica un servicio publico pero al mismo tiempo la conducta que debe realizar choca
radicalmente con sus convicciones morales o religiosas, es decir, contravienen los imperativos de su
conciencia? quizá la solución esté en la búsqueda a través del Derecho de soluciones que intenten respetar
los derecho de la conciencia salvaguardando, en la medida e lo posible, el interés general. Solamente en el
caso de que un servicio público de interés general que lesiona gravemente los derecho o que ponga en riesgo
la vida de terceras personas, sin que existan otros profesionales que puedan y quieran prestar un servicio
público, al que los ciudadanos tienen derecho, podría limitarse la objeción de conciencia.
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En tales casos hay que armonizar ambos derechos, el de los ciudadanos a recibir las prestaciones a las que
tiene derecho y además están reguladas por la ley y el respeto al derecho de los profesionales que están
obligaos a seguir los imperativos de su conciencia y tiene derecho a ello.
En general los poderes públicos son reacios a admitir la objeción de conciencia, a pesar de que esté reconocida
en las constituciones. Y suelen hacerlo alegando razones de servicio público e interés general. Por eso la
primera tentación del Estado es imponer a los individuos y a los profesionales la realización de las prestaciones
de servicio publico establecidas en la ley, aunque, para ello, haya que violentar la conciencia. así se ha
intentado en más de una ocasión:
Primer ejemplo: Suecia no reconoce a una comadrona su derecho a la objeción de conciencia al aborto. La
clínica le rescindió su contrato de trabajo como comadrona cuando comunicó que no participaría en la práctica
de abortos por razones de conciencia y por se incompatible con su fe cristiana. No le reconocen la objeción
de conciencia porque la política del país respecto al aborto estipula que “siempre es primero la necesidad del
paciente”.
▪ A la comadrona Ellinor le denegaron trabajo en otras clínicas de Suecia por objetar al aborto, el tribunal
sentenció que solo cabe examinar la cuestión de la libertad de conciencia si la persona no es religiosa.
Tercer ejemplo: objeción de conciencia de alcaldes franceses a celebrar matrimonios entre homosexuales.
En 2013 Francia legalizaba los matrimonios homosexuales y les daba derecho a adoptar menores. El portavoz
de la plataforma Alcaldes por la infancia advirtió que: “se negaran a celebrar matrimonio entre dos personas
del mismo sexo, ante la aprobación del mal llamado matrimonio gay en el país, renunciando incluso al cargo
si les obligaban a celebrar dichos matrimonios.
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Cuarto ejemplo: objeción de conciencia de los farmacéuticos en España (STC). El demandante es cotitular
de una oficina de farmacia en la ciudad de Sevilla y fue sancionado por resolución en 2008 del delegado
provincial de salud en Sevilla de la Junta de Andalucía como consecuencia de que el establecimiento carecía
de existencias de preservativos y de la píldora del día después (medicamento con principio activo
levonorgestrel).
▪ El demandante recurrió en amparo ante el TC sosteniendo, en primer lugar, que las resoluciones
impugnadas han vulnerado su derecho a la objeción de conciencia, como manifestación de la libertad
ideológica reconocida en el art. 16.1 CE, al haber sido sancionado por actuar en el ejercicio de su
profesión de farmacéutico siguiendo sus convicciones éticas que son contrarias a la dispensación de
los medicamentos con dicho principio, debido a sus efectos abortivos e invoca en apoyo de su
planteamiento otras sentencias del TC y del TS, doctrina de la que resulta que el contenido
constitucional de la objeción de conciencia forma parte de la libertad ideológica, sin necesidad de
regulación especifica legal.
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Quinto ejemplo: violación del derecho a la objeción de conciencia al servicio militar. Los testigos de jehová,
por motivos de conciencia, no pueden realizar el servicio militar ni participar en guerras. Vahan, un joven
armenio, a los 16 años se bautizó como testigo de jehová, pero según la legislación de Armenia el servicio
militar es obligatorio para todos los varones a partir de los 18 años. Si se niegan a realizar este servicio se les
puede encarcelar hasta 3 años.
▪ En 2002 Vahan fue detenido y acusado de evadir el servicio militar. El Tribunal le condenó a 30 meses
de cárcel escuchan la petición del fiscal, que argumentaba que la objeción de conciencia era infundada
y peligrosa. Vahan recurrió la decisión ante el Tribunal de Casación de Armenia, que en 2003 confirmó
el fallo del tribunal de apelación. De inmediato se transfirió a Vahan a una prisión junto a asesinos,
traficantes y violadores.
▪ Sin embargo, Armenia es, desde 2001, miembro del Consejo de Europa, por lo que sus ciudadanos
pueden apelar al TEDH cuando hayan agotado todos los recurso judiciales disponibles en su país.
Vahan alegó que su encarcelamiento por negarse a servir en el ejercito violaba el art. 9 del CEDH. En
2009 el Tribunal emitió su fallo. Basando en casos anteriores y en la definición de la liberad de
conciencia de dicho artículo dictaminó que no protege la objeción de conciencia la servicio militar.
▪ Vahan decidió elevarlo a la Gran Sala del Tribunal Europeo de Derecho Humanos. La Gran Sala aceptó
su petición y en 2011 emitió su veredicto, destacando en su argumentario sobre la postura de los
Testigo de jehová con relación a la objeción de conciencia: “No hay razón para dudar de que la
objeción al servicio militar del demandante se debió a sus creencias religiosas las cuales profesa con
sinceridad y se encuentra en grave e irreconciliable conflicto con la obligación de realizar el servicio
militar”. 16 de los 17 jueces dictaminaron que Armenia había violado el derecho a la libertad de
conciencia de Vahan al condenarlo y encarcelarlo por ser objetor de conciencia.
▪ El fallo marcó un hito en la historia del TEHD puesto que fue la primera vez que se reconoció en el
art. 9 del CEDH amparaba el derecho a la objeción de conciencia al servicio militar. Ahora el tribunal
considera que, en una sociedad democrática, en encarcelar a un objetor de conciencia es violar un
derecho fundamental.
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Pero, sin duda, se trata de un vacío legal que, tanto la doctrina como el TC han colmado y que, al igual que
otras profesiones alcanza al ejercicio de la abogacía. De este modo podemos afirmar que, junto a la objeción
de conciencia al servicio militar, pueden producirse otros tipos de objeción de conciencia, fundamentadas en
los arts. 16 y 20 CE, entre las que se encuentras la objeciones de carácter profesional, en cuyo ámbito se
incluye la objeción de conciencia del abogado.
Es cierto que “todas las persona tiene derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales… sin que,
en ningún caso, pueda producirse indefensión” (art. 24 CE). Y no es menos cierto que la abogacía juega un
papel fundamental en el engranaje de la defensa de los derecho e intereses legítimos de los ciudadanos que
requieran sus servicios. Pero también es cierto que “la independencia de quienes ejercen la abogacía es una
exigencia del estado de derecho” (art. 2 CD) y que “quienes ejercen la Abogacía tiene el derecho a la plena
libertad de defensa y el deber de defender y asesorar libremente a sus clientes” (Art. 3 CD). En el mismo
sentido, el art. 47.1 EGAE dice: “La independencia y libertad son principios rectores de la profesión que deben
orientar en todo momento la actuación del profesional de la Abogacía, cualquiera que sea la forma en que
ejerza la profesión. El profesional de la Abogacía deberá rechazar la realización de actuaciones que puedan
comprometer su independencia y libertad”.
De los textos citados se deduce la libertad de la que ha de gozar el abogado para decidir sobre los asuntos
que desea defender y los que, en su caso, prefiere rechazar. No se imponen excepciones a la libertad de
defensa del abogado, por lo que ésta incluye también los casos que provienen del turno de oficio. Tan solo se
impone la condición de que “no se produzca indefensión”. Sin embargo, entiendo que la indefensión por
rechazo de un profesional de la defensa de un caso en prácticamente imposible, pues habrá miles de abogados
dispuestos a la defensa.
El problema de la objeción de conciencia de los abogados se debe centrar en los instrumentos jurídicos que
tienen disponibles para hacerla efectiva. Pues, aunque algunos supuestos son neutros por su problemática,
en los tiempo actuales pueden darse multitud de situaciones de rechazo a la defensa por razones de conciencia,
ideológicas, morales o religiosas. Y en estos casos, al igual que sucede en otras profesiones, también la
objeción de conciencia de la abogacía tiene una cobertura y tutela Constitucional y jurisprudencial.
Es obvio que la profesión de abogado, como la de médico, periodista, farmacéutico o psicólogo, se enfrenta a
veces a situaciones en las que debe defender determinados tipos de delitos cuya defensa se opone
radicalmente a sus creencias religiosas, morales o ideológicas y para cuya defensa debe utilizar argumentos
que contradicen sus convicciones. En estos casos está justificada la objeción de conciencia del abogado de
carácter profesional sobre la que ya existe amplia jurisprudencia nacional e internacional.
Por ello, aunque en nuestro ordenamiento no exista un reconocimiento expreso de la objeción de conciencia
de alcance general, su fundamentos legales se anclan en el art. 16 CE que garantiza la libertad ideológica y
religiosa, y en el art. 20 CE reconoce la libertad de pensamiento. Y, partiendo de ellos, de la aplicabilidad
directa de la CE en materia de derechos fundamentales y, como concreción de la libertad ideológica, religiosa
y de pensamientos, hemos de concluir que la objeción de conciencia es una conclusión lógica para impedir el
violentar la propia conciencia y las libertades en reconocidas en dichos artículos.
Es cierto que la libertad ideológica y religiosa en el ejercicio de la profesión del abogado reviste una especial
complejidad por la función publica que desempeña, pero no es más compleja que la situación de un médico y
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sí tiene reconocido el derecho a la objeción de conciencia. en definitiva, entiendo que al abogado también se
le presume el derecho a actuar conforme a sus valores y creencias éticas personales y a los valores
deontológicos propios de la profesión entre los cuales está la libertad e independencia.
Es más, en ocasiones considero que la objeción de conciencia del abogado, además de un derecho puede
constituir un deber en beneficio de la defensa de un acusado por determinados delitos. Pues ¿con qué
argumentos o convicciones puede realizar un abogado la defensa de aquellos delitos que se oponen
radicalmente a sus creencias o convicciones? lo mejor que puede y debe hacer es dejar que otro letrado
defienda tales causas. Eso beneficiará la argumentación de la defensa. Se trata de una cuestión de Ética y
Deontología Profesional, para no perjudicar con su defensa al abogado.
▪ Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos 1966 en el art. 18.1: “toda persona tiene derecho
a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”. Y dice “toda persona” sin excepciones,
también están incluidos los abogados como personas que son.
▪ Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales
1950 establece la libertad de pensamiento de conciencia y de religión.
No hay duda, por tanto, que la protección y tutela explícita de la objeción de conciencia afecta a todos, sin
excepción, por lo que no tiene sentido excluir del reconocimiento solo a los abogados.
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Ahora nos ocuparemos de la corrupción en el ámbito público. Desde esta perspectiva podemos entender por
corrupción “toda conducta que es contraria a los deberes morales inherentes al ejercicio de la función pública,
siempre que dicha conducta sea realizada por consideraciones ajenas al servicio e interés público, tales como
ánimo de lucro personal, familiar o de amistad”. Habitualmente se entiende por corrupción toda conducta que,
contraviniendo los deberes en el ejercicio de la función pública, o de una función de carácter público, perdiga
obtener beneficios para sí o para otros, ya sean económicos o de cualquier otro tipo.
Son innumerables los autores que definen la corrupción desde diversos puntos de vista y aunque con matices
diferentes todos vienen a coincidir en que puede calificarse de corrupción a todo acto de un servidor público
cuya conducta supone una desviación de sus funciones institucionales para beneficiarse él o beneficiar a otras
personas.
Para HERNÁNDEZ GÓMEZ, la corrupción es “toda violación y/o acto desviado, de cualquier naturaleza, con
fines económicos o no, ocasionada por la acción u omisión de los deberes institucionales, de quien debiera
procurar la realización de los fines de la administración pública y que en su lugar los impide, retarda o dificulta”.
Cabría analizar la corrupción desde otra perspectiva que es la estrictamente jurídica. Desde este punto de
vista jurídico el concepto de corrupción viene determinado por las normas del Código Penal, y dado que las
regulaciones en los Códigos de los diferentes países son muy variadas y los casos de corrupción son muy
diferentes, las definiciones jurídicas de la corrupción también serán diferentes y discrepantes.
Desde la perspectiva legal podríamos aportar una definición genérica que nos permita acoger los sentidos de
la corrupción en todas las legislaciones. Se entenderá por corrupción “todo acto u omisión de una conducta
contraria a la ley, realizada por empleado público, a cambio de un beneficio para sí mismo, para familiares,
amigos o colectivos allegados, o a cambio de dañar intencionadamente a terceras personas o entidades”. De
gran importancia considero el que no solo sean castigadas las acciones positivas si no también las omisiones
de un deber legalmente establecido.
Los actos de corrupción no siempre tienden a un enriquecimiento económico personal. Podríamos hablar de
actos corruptos como valerse de información privilegiada para tomar decisiones en beneficio propio, de amigos
o familiares; sobornar o dejarse sobornar haciendo dejación de las obligaciones propias del cargo o realizando
conductas contrarias o diferentes a las debidas; actos de prevaricación, en que servidores públicos dicten una
sentencia (juez) o una resolución administrativa arbitraria a sabiendas de que dicha resolución es contraria a
la ley.
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Es obligado decir que las definiciones legales de corrupción no son ni mucho menos suficientes y, con
frecuencia son inadecuadas pues, con el ánimo de tipificar con precisión los tipos delictivos de corrupción,
dejan fuera de su ámbito muchas conductas corruptas.
En cualquier caso, hablar de corrupción desde el punto de vista legal implica necesariamente la realización de
actos de corrupción contrarios a la legalidad vigente, lo que supone necesariamente la comisión de un delito.
▪ Exceso de regulaciones para desarrollar actividades productivas idénticas que pueden dar lugar a
desigualdades y discriminaciones entre ciudadanos españoles, dependiendo de la región en que vivan.
▪ El exceso de trámites y requisitos para solucionar una licencia de obra, un permiso o un servicio
prestado por parte de una oficina pública exaspera con frecuencia a los ciudadanos hasta la
indignación.
▪ La débil legislación sobre responsabilidades de los servidores públicos en los casos de corrupción. La
arbitrariedad debe ser considerada y sancionada adecuadamente como un acto de corrupción
administrativa y/o penal en su caso.
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▪ El relativismo moral y ético de muchas sociedades que son excesivamente tolerantes con el goce de
privilegios, permitiendo que, entre sus gobernantes y servidores públicos prevalezca una inmoralidad
del lucro y enriquecimiento privado sobre la honestidad pública.
▪ La existencia de modelos de convivencia carentes de valores sociales y la carencia de una cultural del
compromiso que los empleados públicos contraen con los ciudadanos.
▪ La obsesión por el éxito personal y empresarial lleva con frecuencia a prácticas corruptas que
proporcionan un mayor rédito retributivo que el sencillo pero honesto ejercicio de servicio público.
▪ Hay países en que el soborno, la mordida, la propina a funcionarios, policías… forman parte de su
cultura social.
▪ La quiebra general de los valores morales, tanto personales como profesionales de los políticos, el
funcionariado, y de algunos colectivos profesionales así como la pérdida del sentido del deber de
servicio público.
▪ Salarios bajos y descendentes en buena parte del sector público que no pueden competir con los del
sector privado.
▪ Baja responsabilidad, escaso interés y falta de conciencia de que se está realizando una actividad de
servicio público.
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En España hay muchos hábitos para conseguir una ventaja respecto a otros y ha existido siempre la cultura
del regalo que nada de malo tiene cuando es una expresión de agradecimiento o felicitación como en Navidad.
La corrupción privada está en la mayoría de lo casos ligada a la corrupción pública hasta el punto de que cabe
preguntarse si existe una corrupción privada que al mismo tiempo no sea pública.
Corrupción pública y corrupción política no coinciden exactamente. En efecto, la vida pública está compuesta
por diferentes sectores: unos que son exclusivamente políticos, como las Cortes, otros radicalmente separados
de la política como el Poder Judicial, que se supone es independiente.
Respecto al problema de la corrupción, tema que ahora nos ocupa, puede afirmarse que la corrupción pública
es un género con dos especies, la corrupción política y la corrupción administrativa.
Es frecuente distinguir a los políticos y a los funcionarios, los primeros son seleccionados con criterios políticos
y actúan de acuerdo con dichos criterios, sin embargo, los funcionarios son seleccionados con arreglo a sus
méritos y capacidades y actúan con arreglo a criterios de eficacia y legalidad. Los actos de corrupción
realizados por los políticos y los gobernantes se enmarcan en el ámbito de la llamada corrupción política y los
actos realizados por funcionarios públicos se enmarcan en lo que puede denominarse corrupción
administrativa.
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Cuando hablamos de corrupción penal nos referimos exclusivamente a todas aquellas conductas que el
legislador ha tipificado como tales en el Código Penal. Es decir, que lo esencial de la corrupción penal es la
tipificación jurídica en el Código, por lo que no puede darse un delito de corrupción que no esté legalmente
tipificado. Y dado que no toda conducta corrupta está tipificada en el Código Penal, no toda corrupción puede
ser considerada como delito. Si solo fueran corruptas las actividades tipificadas en el Código Penal, nadie
podría ser tachado de corrupto mientras su conducta no apareciera descrita literalmente en la ley. “No habría
en definitiva, más que delincuentes o inocentes”.
Desde el punto de vista de la motivación de su autor son hechos de corrupción los cometidos en provecho
propio.
Otras tipologías tienen en cuenta los diversos sectores y niveles donde el fenómeno se manifiesta, las funciones
ejercidas en la administración pública por determinadas personas relevantes al servicio del Estado o las
actividades llevadas a cabo por dichas personas.
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▪ También se considera corrupción la mentira de los gobernantes que para llegar al poder mienten a los
ciudadanos y cuando llega la ocasión se desdicen con los hechos de sus afirmaciones y promesas,
actuando en beneficio propio.
▪ Perdida de credibilidad y desconfianza hacia los dirigentes y los propios partidos políticos, al mismo tiempo
la corrupción contribuye al deterioro de las instituciones públicas.
▪ Causa problemas de gobernabilidad y reduce la efectividad de las políticas públicas ante el desprestigio
de quienes no tienen autoridad moral para gobernar.
▪ Se agravan las diferencias entre los ciudadanos y la falta de equidad en la distribución del ingreso y
la riqueza desviando ilegítimamente los recursos destinados a la reducción de la pobreza, a servicios
sociales, servicios de salud y bienestar de la población.
▪ En los países en desarrollo, especialmente en las regiones más pobres del mundo, los países
económicamente más fuertes se han volcado con ayudas humanitarias de todo tipo, pues muchas de
estas ayudas no llegan a su destino, muchas son confiscadas directamente por los gobernantes o los
ejércitos, otras desvían su destino para favorecer a determinados grupos o individuos.
Por todo ello, hoy la mayoría de los ciudadanos consideran que la corrupción es un desvalor, una conducta
antisocial, una lacra de la sociedad, que debe ser castigada y quienes la practiquen deben recibir el rechazo y
la reprobación moral, social y política.
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5. ABOGACÍA Y CORRUPCIÓN
5.1. LA CORRUPCIÓN EN EL EJERCICIO PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA
Los abogados tanto en sus conductas individuales como en las públicas están expuestos a la realización de
actos no éticos, que pueden calificarse como “corrupción”. Pero a veces no se habla de ello o se quiere ocultar,
lo que se considera un grave error en opinión de la autora, ya que solo se puede luchar contra ella, para
erradicarla, cuando se reconoce.
Existe una cierta tendencia en algunos colectivos a negar la corrupción, pero ésta en la abogacía existe. Hay
muchos ciudadanos que tienen una percepción de que los abogados son poco objetivos y arbitrarios, en
algunos sectores de la sociedad se percibe al abogado como un profesional dispuesto a retorcer hábilmente
la legalidad con el fin de solucionar (ganar) el caso de su cliente, entidad o empresa a la que representa. A
todos nos resulta familiar la expresión “abogado del diablo”, respecto de aquel que es capaz de realizar actos
incluso contrarios a sus propias convicciones y su propia conciencia.
Un dato interesante es que en Colombia el Tribunal de Ética de la Profesión condenó entre 2017 y 2018 a más
de 1.400 abogados.
Ahora veremos los ámbitos en los que un abogado puede resultar involucrado den casos de corrupción.
▪ Ejercicio de la profesión como abogado individual: El abogado ejerce y pone en práctica su profesión
siempre que realiza cualquier trabajo jurídico en defensa de intereses de unos particulares frente a otros
particulares y las autoridades judiciales o administrativas. En el ejercicio individual de la profesión existen
muchas conductas que atentan contra la Ética Profesional. Entre las prácticas más reprochables podemos
citar algunas como el tráfico de influencias, estafa, falsificación de documentos, cohecho, revelación de
secretos, prácticas dilatorias dentro de los procesos, apropiarse del dinero de sus clientes sin hacer la
gestión para la que fueron contratados, manipular indebidamente bienes o dinero recibido en desarrollo
de su gestión y aconsejar a sus clientes para realizar actos fraudulentos contra particulares o el Estado
etc.
ALGUNOS EJEMPLOS:
Trafico de influencias:
2. Un abogado era amigos de un juez, que resultó inhabilitado mucho tiempo, por esta causa u otras/s
y le pidió, para llegar a un acuerdo, que archivara una causa penal para su cliente. La causa se archivó,
fue recurrida y la AP ordenó su reapertura. Finalmente hubo juicio y su cliente (un policía) está
condenado por revelación de secretos, aunque la sentencia está recurrida.
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Estafa/apropiación indebida:
1. Abogado que recibe a nombre de su cliente una indemnización derivada de un accidente de tráfico,
ocultándoselo por dos años, para luego darle 1/3 de lo recibido.
2. Abogado que tramita una herencia, cobrando parte de lo que le correspondía a su cliente. Pasan los
años y cuando de reclama judicialmente, se presentan unas facturas que elabora al momento y que
no justificaban el trabajo prestado.
3. Abogado que pacta con su cliente (narcotraficante) la entrega mensual de un dinero para una
“inversión”. Cada mes, al recibir el dinero para la inversión, le da los “presuntos intereses”. Así, durante
años…el cliente fallece y el abogado se queda con todo.
Cohecho:
1. El abogado ofrece dinero al Juez para que dicte un auto de archivo y sobreseimiento de la causa,
favoreciendo a su cliente, el investigado.
2. En otro caso, el ofrecimiento fue para un juez instructor, para que dejara inactiva la causa y conseguir
prescripción.
3. Abogado que es amigo del médico de un Centro Penitenciario, y le pide la realización de un informe
favorable para la excarcelación de su cliente. Lo hizo y el condenado fue excarcelado (la tónica entre
abogado y médico era hacerse favores mutuos…).
Blanqueo de capitales:
1. Abogado que ayuda a un cliente a blanquear dinero, ocultándolo incluso en su despacho y pactando
un % de beneficio, constituyendo empresas, etc. (todos los de la trama fueron detenidos, incluido el
Abogado (de reconocido prestigio).
Falsificación:
1. Abogado que se le pasa presentar una demanda (culpa extracontractual) y presenta al cliente una
resolución judicial falsificada (fechas) para justificar su negligencia.
Revelación de secretos:
1. Abogados (algunos muy conocidos) que revelan secretos de causas penales a periodistas, a cambio
de favores personales (entrevistas o publicidad de asuntos).
Estafa procesal:
1. Abogado que para demorar pago en tasación de costas (divorcio en su contra9 impugna una minuta,
aportando una factura “falsa” nunca realizada por la parte contraria. El asunto fue a penal. Finalmente
perdió el juicio pero tuvo a la parte contraria dos años sin cobrar.
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En la misma encuesta el 80% de los entrevistados percibe a los abogados externos como un importante
foco de riesgo en materia de corrupción y el 60% de las empresas consideran que sus abogados externos
concitan un gran riesgo como consecuencia de su relación con el poder judicial.
No faltan abogados de despachos colectivos o de grandes empresas que desarrollan su labor profesional
como intermediarios de grandes transacciones donde se generan actividades de corrupción por lo que los
propios despachos o las empresas, para no incurrir en responsabilidad, tienen que adoptar medidas
formando parte de colectivos o firmando estrategias anticorrupción en la abogacía y en la administración
de justicia. Podemos citar la Guía práctica del Programa anticorrupción de Ética y cumplimiento para las
empresas. El compromiso anticorrupción Judicial, iniciativa promovida entre 2010 y 2013 por la
International Bar Association, es un documento que engloba diecisiete compromisos para prevenir y
erradicar las prácticas de corrupción, cuya premisa principal es que la “actuación de los distintos
operadores jurídicos estará orientada a mantener la confianza de la ciudadanía en el sistema de justicia”.
Prohíbe también el uso de influencias indebidas en el ejercicio público y establece la tolerancia cero frente
a la corrupción en la justicia.
En España los abogados analizaron los riesgos y amenazas de la corrupción. “La International Bar
Association (IBA) junto a la OCDE, en colaboración con la Abogacía española han desarrollado la vigésimo
segunda edición de unas jornadas de formación que pretenden dar respuesta a si el profesional del
Derecho está cumpliendo el papel que le corresponde en la corrupción, el soborno internacional y el
blanqueo de capitales. Se trata de unas jornadas que vienen desarrollándose por todo el mundo.
Es esencial que el Abogado conozca las sanciones que se le impondrían por prácticas corruptas o prácticas
relacionadas con actividades corruptas.
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La abogacía debe llevar a cabo un análisis autocrítico reconociendo su responsabilidad en esta materia, ya que
la corrupción en el Poder Judicial no puede entenderse ni atajarse señalando solamente a jueces y funcionarios
judiciales. Cuantos más abogados estén comprometidos en establecer políticas de cero corrupción utilizando
la ley como único mecanismo para agilizar los trámites dentro de los tribunales y que sus argumentos basados
en la verdad sean los únicos mecanismos que les permitan conseguir resoluciones favorables, podremos dar
un primer paso hacía un sistema verdaderamente justo y equilibrado.
Para concluir podemos afirmar que la educación de los profesionales del Derecho de hoy y de mañana debe
ser un pilar de la estrategia anticorrupción de cada Colegio de Abogados. Los profesionales del Derecho,
debidamente formados, deben tener muy claro que su única finalidad es contribuir al imperio de la justicia por
medio de la ley éticamente aplicada, sin ningún otro tipo de mecanismo fraudulentos o corruptos.
Al mismo tiempo, estarán contribuyendo al fortalecimiento de la Democracia, y del Estado del Derecho, con
un Poder Judicial Independiente, fuerte, eficaz y honesto sin influencias políticas ni manipulaciones por parte
del Poder Ejecutivo.
Pero también son muchos y variados los instrumentos a nuestro alcance para luchar contra la corrupción,
dificultándola o impidiéndola. La única medida que sería eficaz y suficiente para eliminar la corrupción sería
aquella que fuera al fondo, a la raíz del problema. Consistiría en atajar la corrupción pública desde los propios
Poderes del Estado. Son los gobernantes y políticos, los legisladores y los Jueces, con la colaboración de
algunos abogados, quienes deberían tomar medidas eficaces contra la corrupción por ellos mismos practicada.
Descartada la posibilidad de que estos se comprometan a erradicar real y totalmente la corrupción, sólo nos
resta proponer algunas medidas concretas que sean más realistas. La lucha contra la corrupción implica dos
enfoques diferentes. El primero debe centrarse en combatir los actos de corrupción consumados, mientras
que el segundo es aquel que se centra fundamentalmente en acciones preventivas. Entre las primeras se
encuentran por ejemplo la represión de los actos de corrupción desde la ley o la persecución judicial de los
mismos. Entre las medidas preventivas podemos citar la transparencia, la educación en valores éticos y
democráticos, la existencia de Códigos Deontológicos de los servicios públicos etc.
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El estado puede y debe atajar la corrupción legislando y castigando las prácticas corruptas. A través del Código
Penal y otras disposiciones específicas pueden y deben castigarse las conductas tipificadas como corruptas.
Ya existe legislación internacional para perseguir la corrupción y son cada vez más los países que están
dictando leyes muy estrictas para perseguir la corrupción. También en España se ha reformado el Código
Penal.
Para que las leyes sean realmente eficaces deben complementarse con la actuación de los tribunales que
sentencien e impongan penas ejemplares.
A ellos corresponde exigir el cumplimiento de las leyes y reprimir la corrupción, aplicando las normas. Para
que los jueces puedan llevar a cabo esta función se requiere inevitablemente la reforma de Leyes Orgánicas
que devuelvan al Poder Judicial la independencia perdida y doten a la magistratura de medios adecuados para
mejorar su funcionamiento y perseguir la corrupción adecuadamente.
No es menos cierto que, si la justicia es independiente y si a nivel institucional y en la justicia se tiene una
posición firme atenta respecto a la persecución de los distintos tipos de corrupción, ésta se verá acorralada y
terminará disminuyendo considerablemente.
3. Prevención:
La mejor política anticorrupción es la prevención, pues combatir la corrupción sólo con represión es un grave
error. Entre otras razones porque supone esperar a que se produzca. Por ello entendemos que la mejor forma
de combatir la corrupción es la prevención. Hay que reducir, eliminar si fuera posible, las situaciones que
propician la corrupción.
También constituye otro peligro para la corrupción la falta de delimitación entre lo público y lo privado.
Hay que reducir el exceso de trámites y requisitos para solucionar una licencia de obra, un permiso o un
servicio prestado por parte de una oficina pública…
Y hay que ejercer un mayor control en el acceso a puestos de la administración y funcionariado, especialmente
a puestos de niveles de responsabilidad sin la preparación y cualificación técnica adecuada. Hay que prohibir
y eliminar los nombramientos a dedo para evitar el nepotismo de algunos políticos.
4. Control:
Encaminadas a conocer e identificar las prácticas corruptas y realizar un seguimiento de las mismas para
denunciarlas o proponer medidas sancionatorias. El control puede ejercerse de muchas formas.
Existe un control político que es ejercido por el Defensor del Pueblo, por el Tribunal de cuentas o por las
propias Cortes a través de Comisiones de Investigación. Existe un control policial cuya misión es descubrir a
quienes hayan incurrido en actos de corrupción, pero de manera especial conocerlos antes de que se
consumen. Existe un control técnico ejercido por funcionarios especializados como los inspectores de hacienda,
por ejemplo. Y un control de los medios de comunicación que está siendo el más eficaz, son los que han
descubierto y mostrado a la opinión pública la mayoría de los graves casos de corrupción que se han producido
en los últimos tiempos. Los medios de comunicación son radicalmente partidistas, por ello habría que
establecer las reformas necesarias para que exista una prensa libre, independiente, crítica, ecuánime y justa.
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5. Auditorías:
Todas las actuaciones de la Administración Pública deberían estar sometidas a auditorías periódicas para
garantizar la adecuada utilización de los fondos y la limpieza y justicia en la adjudicación de obras y
contrataciones.
Deben establecerse procedimientos abiertos y transparentes en relación con la administración y el manejo del
dinero y la realización de transacciones financieras nacionales e internacionales, incluyendo el uso del llamado
dinero telemático de tal manera que sea posible y fácil el seguimiento del destino del dinero.
Otra de las claves de encuentra en la transparencia del manejo de los fondos públicos en todas las
administraciones del Estado, con exigencia de responsabilidad. Y a quien no esté capacitado para administrar
los bienes públicos relevarle inmediatamente de sus cargos.
Debería garantizarse la transparencia en la financiación de los partidos políticos, de las campañas electorales,
de los sindicatos y de otras entidades públicas. Más aún debería prohibirse por ley la financiación pública de
partidos políticos, sindicatos, campañas electorales etc. Y debería exigirse a los gobiernos absoluta
transparencia a la hora de realizar gastos, desembolsos, promesas de financiación etc. Igualmente debería
prohibirse por ley disponer de fondos o partidas económicas u otras dádivas de carácter político para beneficio
exclusivo de quien gobierna sin que estos sean previamente conocidos e incluso aprobados por las Cortes. Los
ciudadanos deberían conocer con transparencia a cambio de qué se compran determinados votos en el
parlamento porque eso es corrupción política y grave.
Es importante que existan organismos nacionales e internacionales que controlen y publiciten los niveles de
corrupción y transparencia de los Estados tal como sucede con Transparencia Internacional, con sede en
Berlín, que presenta un informe anual estableciendo un listado de todos los países por orden de corrupción.
Entre ellos está el valor de la honestidad, el respeto a los bienes de los demás y a los bienes comunes, aprender
a respetar lo ajeno, el rechazo a la corrupción y la denunciade los corruptos. Sin duda alguna la clave para
erradicar la corrupción se encuentra en el fortalecimiento de los valores éticos del tejido social-institucional.
La educación en valores puede llegar a ser uno de los pilares más fuertes frente a la corrupción.
Para todos aquellos que desempeñan cargos públicos, que incluyan una declaración de bienes así como la
prohibición expresa de aceptar dinero, regalos y favores por el ejercicio de las funciones públicas.
10. Y ante todo, el esfuerzo personal y la voluntad decidida de cada funcionario, político, gobernante o servidor
público de ser honesto tanto en la vida personal como en el ejercicio de la función pública o de su profesión.
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1. EL PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA
1.1. DEFINICIÓN
En virtud del artículo 542.1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, “Corresponde en exclusiva la denominación
y función de abogado al licenciado en Derecho que ejerza profesionalmente la dirección y defensa de las
partes en toda clase de procesos, o el asesoramiento y consejo jurídico”.
Así mismo, el artículo 544.2 de dicha Ley recoge el principio de colegiación obligatoria para los abogados para
poder actuar ante los Juzgados y Tribunales.
Según el artículo 4 del Estatuto General de la Abogacía Española, en su apartado 1, “Son profesionales de la
Abogacía quienes, estando en posesión del título oficial que habilita para el ejercicio de la profesión, se
encuentran incorporados a un Colegio de la Abogacía en calidad de ejercientes y se dedican de forma
profesional al asesoramiento jurídico, a la solución de disputas y a la defensa de derechos e intereses ajenos,
tanto públicos como privados, en la vía extrajudicial, judicial o arbitral”. El apartado 2 añade que “Corresponde
en exclusiva la denominación de abogada y abogado a quienes se encuentren incorporados a un Colegio de
la Abogacía como ejercientes”.
El Estatuto General de la Abogacía Española, en su artículo 1.4, requiere que “Los profesionales de la Abogacía
deben ser personas de reconocida honorabilidad y, en consecuencia, han de observar una trayectoria de
respeto a las leyes, a los principios rectores y valores superiores de la Abogacía, a las normas deontológicas y
a las buenas prácticas profesionales”.
La normativa estatutaria viene recogida por el Real Decreto 135/2021, de 2 de marzo, por el que se aprueba
el Estatuto General de la Abogacía Española.
La Directiva 2006/123/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 12 de diciembre de 2006, relativa a los
servicios en el mercado interior, estableció una serie de principios de aplicación general para la normativa
reguladora del acceso a las actividades de servicios y su ejercicio dentro de la Unión Europea.
En el caso de España, fue la Ley sobre el Libre Acceso a las Actividades de Servicios y su Ejercicio la que
incorpora a nuestro ordenamiento jurídico dicha Directiva. Sin embargo, para la mejora del marco regulador
del sector servicios no resultaba suficiente el establecimiento mediante dicha Ley de disposiciones y principios
generales, y fue necesario llevar a cabo en una norma posterior la modificación en unos casos y derogación
en otros de la normativa preexistente.
Dichas modificaciones y/o derogaciones se realizaron a través de la Ley de modificación de diversas leyes para
su adaptación a la Ley sobre el libre acceso a las actividades de servicios y su ejercicio (en adelante, Ley
Ómnibus). Según indica en su Preámbulo, uno de los objetivos de dicha ley era el de adaptar la normativa
estatal “de rango legal” a lo dispuesto en la Ley 17/2009.
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En esta reforma del marco normativo fue esencial la Ley sobre el Acceso a las Profesiones de Abogado y
Procurador de los Tribunales, que en lo que a la Abogacía atañe tiene por objeto regular las condiciones de
obtención del título profesional de abogado, como colaborar en el ejercicio del derecho fundamental a una
tutela judicial efectiva, con el fin de garantizar el acceso de los ciudadanos a un asesoramiento, defensa
jurídica y representación técnica de calidad.
En cuanto a las formas de prestación de servicios, la Ley de Sociedades Profesionales había posibilitado la
aparición de una nueva clase de profesional colegiado, la propia sociedad profesional, mediante su constitución
con arreglo a dicha ley e inscripción en el Registro de Sociedades Profesionales del Colegio Profesional
correspondiente.
A través del Real Decreto 1331/2006, de 17 de noviembre, se regula la relación laboral de carácter especial
de los Abogados que prestan servicios en despachos de Abogados, individuales o colectivos.
El 6 de marzo de 2019, el Pleno del Consejo General de la Abogacía Española, aprobó el vigente Código
Deontológico de la Abogacía, cuya entrada en vigor tuvo lugar el 8 de mayo de 2019.
En el ámbito internacional, la progresiva integración de la Unión Europea y del Espacio Económico Europeo y
la intensificación de la actividad transfronteriza del profesional de la Abogacía en el interior de estas áreas
hicieron necesario definir unas normas comunes aplicables a todo profesional de la Unión Europea y del Espacio
Económico Europeo en su actividad transfronteriza, cualquiera que sea el Colegio de la Abogacía al que
pertenezca.
El Conseil des Barreaux Européens (CCBE), máximo órgano representativo de la Abogacía ante las instituciones
de la Unión Europea, adoptó en la sesión plenaria celebrada el 28 de octubre de 1988, el Código de Deontología
de los Abogados Europeos, posteriormente modificado durante las sesiones plenarias del CCBE celebradas el
28 de noviembre de 1998, el 6 de diciembre de 2002 y el 19 de mayo de 2006.
Dentro del ámbito del asesoramiento y consejo jurídico, los actos que se efectúan en el ejercicio de la Abogacía
son la consulta, el consejo y el asesoramiento legal al cliente; así como la elaboración de dictámenes jurídicos
y la redacción de contratos y otros documentos para formalizar actos y negocios jurídicos.
Por cuanto se refiere a la concordia y defensa de los intereses jurídicos, el concepto amplio de tutela no sólo
comprende la intervención del profesional de la Abogacía ante cualquier clase de órganos jurisdiccionales y
administrativos de España, sino también las actuaciones profesionales tendentes a evitar el proceso mediante
fórmulas preventivas y compositivas. De esta forma, el profesional de la Abogacía podrá intervenir en la
solución amistosa de conflictos a través de la negociación, la conciliación o la transacción; así como intervenir
en cualesquiera otros métodos alternativos a la jurisdicción, tales como el arbitraje y la mediación, no sólo
como interviniente, sino incluso como árbitro o mediador.
En cuanto a las funciones de defensa, corresponde de forma exclusiva al profesional de la Abogacía la dirección
y defensa de las partes en toda clase de procesos, ejercitando todas las acciones necesarias ante los diferentes
órdenes jurisdiccionales.
El profesional de la Abogacía podrá ejercer su profesión ante los órganos jurisdiccionales internacionales o
supranacionales cuyas normas reguladoras lo permitan.
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Esta norma, en su Preámbulo, señala que este régimen de acceso es una exigencia derivada de los artículos
17.3 y 24 de la Constitución, ya que tanto los abogados como los procuradores son colaboradores
fundamentales en la impartición de justicia, y la calidad del servicio que prestan redunda directamente en la
tutela judicial efectiva que nuestra Constitución garantiza a la ciudadanía.
En la Ley sobre el Acceso a las profesiones de Abogado y Procurador de los Tribunales se subraya la
importancia de la formación práctica con el fin de quedar garantizada, de forma objetiva, su capacidad
profesional, como colaborar en el ejercicio del derecho fundamental a la tutela judicial efectiva.
Para obtener el título profesional de Abogado es necesario estar en posesión del título universitario de
licenciado en Derecho, o del título de grado que lo sustituya, y seguir un proceso de capacitación profesional
que comprende la realización de una formación reglada, así como la superación de una prueba de evaluación
de la aptitud profesional.
El curso comprenderá la realización de un período de prácticas externas en actividades propias del ejercicio
de la abogacía, que deberá constituir la mitad del contenido formativo, quedando como parte integrante del
mismo. Las prácticas se realizarán bajo la tutela de un profesional de la Abogacía con un ejercicio profesional
superior a cinco años.
Superada la formación práctica, el proceso de capacitación profesional culmina con la evaluación de la aptitud
profesional, que tiene por objeto acreditar, de modo objetivo, la formación práctica suficiente para el ejercicio
de la profesión, así como el conocimiento de las normas deontológicas y profesionales. Esta evaluación tiene
lugar mediante una prueba de contenido único para todo el territorio español y su convocatoria tendrá una
periodicidad mínima anual, no pudiendo establecer un número limitado de plazas.
El título profesional de abogado será expedido por el Ministerio de Justicia y su obtención es requisito
imprescindible para la colegiación en el correspondiente colegio profesional y para el desempeño de la
asistencia letrada en aquellos procesos judiciales y extrajudiciales en los que la normativa vigente imponga o
faculte la intervención de profesional de la Abogacía y, en todo caso, para prestar asistencia letrada o
asesoramiento en Derecho utilizando la denominación de abogado.
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2.2. LA COLEGIACIÓN
La incorporación a un Colegio de la Abogacía puede tener lugar en calidad de colegiado profesional de la
Abogacía o de colegiado no ejerciente.
La categoría de colegiado profesional de la Abogacía se encuentra regulada en el artículo 7 del Estatuto General
de la Abogacía Española que también emplea para referirse a la misma la expresión de “Abogado colegiado”.
En otros preceptos estatutarios se utilizarán expresiones análogas como “colegiado ejerciente” o “abogado” o
“abogada”.
La Ley Orgánica del Poder Judicial, en su artículo 544.2, manifiesta que “La colegiación de los Abogados,
Procuradores y Graduados Sociales será obligatoria para actuar ante los Juzgados y Tribunales en los términos
previstos en esta Ley y por la legislación general sobre colegios profesionales, salvo que actúen al servicio de
las Administraciones públicas o entidades públicas por razón de dependencia funcionarial o laboral”.
El artículo 7 del Estatuto General de la Abogacía Española declara que “El título oficial que habilite para el
ejercicio de la profesión de la Abogacía y la incorporación al Colegio del domicilio profesional, único o principal,
serán requisitos imprescindibles para el ejercicio de la Abogacía […] La colegiación como ejerciente habilita
para ejercer en todo el territorio del Estado”.
Únicamente podrá estar incorporado como residente a un solo Colegio, que será el del domicilio profesional
único o principal. Se presumirá como domicilio principal el del lugar donde se encuentre el despacho
profesional principal o único en territorio español o, en su defecto, el de su domicilio personal en España.
La incorporación a otros Colegios distintos del de residencia será libre, pero el solicitante deberá acreditar en
cada incorporación que figura como profesional de la Abogacía en el Colegio de su residencia.
En el supuesto de que, por cualquier circunstancia, un colegiado causase baja en el Colegio de residencia, o
no constare esta, se entenderá que le corresponde la condición de residente en el Colegio en el que estuviera
colegiado, y si estuviese en más de uno, en el que figure colegiado con más antigüedad.
En cuanto a la categoría de colegiado no ejerciente, la misma se encuentra prevista en el artículo 8 del Estatuto
General de la Abogacía Española. “Aquellas personas en posesión del título oficial que habilite para el ejercicio
de la profesión de la Abogacía podrán colegiarse en la categoría de colegiados no ejercientes”. “Se considerará
que el colegiado no ejerciente reside en el Colegio de la Abogacía al que se adscriba; si estuviera incorporado
a varios, se le considerará colegiado en aquel que coincida con el del lugar en que tiene su domicilio particular
o, en su defecto, en el que está colegiado con más antigüedad, salvo indicación en contrario”.
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El Estatuto General de la Abogacía Española, en su artículo 7.1, recoge este principio señalando que “El título
oficial que habilite para el ejercicio de la profesión de la Abogacía y la incorporación al Colegio del domicilio
profesional, único o principal, serán requisitos imprescindibles para el ejercicio de la Abogacía. Se presumirá
como domicilio principal el del lugar donde se encuentre el despacho profesional principal o único en territorio
español o, en su defecto, el de su domicilio personal en España. La colegiación como ejerciente habilita para
ejercer en todo el territorio del Estado”.
De igual forma, el artículo 14 del Estatuto declara que “El profesional de la Abogacía incorporado a cualquier
Colegio de la Abogacía de España podrá prestar sus servicios profesionales libremente en todo el territorio del
Estado, en el resto de los Estados miembros de la Unión Europea y en los demás países con arreglo a las
normas, tratados o convenios internacionales aplicables”.
De este modo, la colegiación en el Colegio de residencia habilita al profesional de la Abogacía para ejercer en
todo el territorio del Estado, de la Unión Europea y demás países según la normativa vigente. Con ello se
facilita la movilidad profesional al permitir el libre ejercicio sin necesidad de trámites añadidos y se potencia la
libre elección de profesional de la Abogacía por parte del cliente.
Para colegiarse como profesional de la Abogacía deberán cumplirse los siguientes requisitos:
a) Ser mayor de edad y tener nacionalidad española o de algún Estado miembro de la Unión Europea o del
Espacio Económico Europeo o de terceros países, sin perjuicio de lo dispuesto en tratados o convenios
internacionales y del cumplimiento de los requisitos recogidos en la normativa sobre extranjería respecto
del derecho de los extranjeros para establecerse y acceder al ejercicio profesional en España.
b) Poseer el título oficial que habilite para el ejercicio de la profesión de la Abogacía, salvo las excepciones
establecidas en normas con rango de Ley.
d) Satisfacer la cuota de ingreso, que no podrá superar los costes asociados a la tramitación de la inscripción.
e) Carecer de antecedentes penales por delitos que lleven aparejada la imposición de penas graves o la
inhabilitación para el ejercicio de la Abogacía.
f) No haber sido condenado por intrusismo en el ejercicio de la abogacía en los tres años anteriores mediante
resolución firme, salvo que se hubiesen cancelados los antecedentes penales derivados de esta condena.
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i) Formalizar el alta en el Régimen de Seguridad Social que corresponda o, en su caso, el ingreso en una
mutualidad de previsión social alternativa al Régimen Especial de la Seguridad Social de los Trabajadores
por Cuenta Propia o Autónomos, de conformidad con la legislación vigente.
Para incorporarse como colegiado no ejerciente deberán cumplirse los siguientes requisitos:
a) Ser mayor de edad y tener nacionalidad española o de algún Estado miembro de la Unión Europea o del
Espacio Económico Europeo o de terceros países, sin perjuicio de lo dispuesto en tratados o convenios
internacionales y del cumplimiento de los requisitos recogidos en la normativa sobre extranjería respecto
del derecho de los extranjeros para establecerse y acceder al ejercicio profesional en España.
b) Poseer el título oficial que habilite para el ejercicio de la profesión de la Abogacía, salvo las excepciones
establecidas en normas con rango de Ley.
d) Satisfacer la cuota de ingreso, que no podrá superar los costes asociados a la tramitación de la inscripción.
e) Carecer de antecedentes penales por delitos que lleven aparejada la imposición de penas graves o la
inhabilitación para el ejercicio de la Abogacía.
f) No haber sido condenado por intrusismo en el ejercicio de la abogacía en los tres años anteriores mediante
resolución firme, salvo que se hubiesen cancelados los antecedentes penales derivados de esta condena.
h) No estar incurso en causa de incapacidad o prohibición para el ejercicio de la Abogacía, lo que se acreditará
por medio de certificado expedido por el Consejo General de la Abogacía Española.
Las solicitudes de incorporación serán aprobadas, suspendidas o denegadas por la Junta de Gobierno de cada
Colegio, previas las diligencias e informes que proceda, mediante resolución motivada contra la que cabrán
los recursos previstos en el propio Estatuto.
Los Colegios de la Abogacía no podrán denegar el ingreso en la corporación a quienes reúnan los requisitos
establecidos en el Estatuto.
La denegación de incorporación como ejerciente adoptada por un Colegio impedirá la incorporación a otro
cuando se trate de causa insubsanable o que no haya sido debidamente subsanada.
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Todos los colegiados podrán examinar las cuentas del Colegio durante los quince días hábiles anteriores
a la fecha de celebración de la Junta General u órgano que haya de aprobarlas, de conformidad con el
artículo 84.2 del texto estatutario.
Podrán solicitar la convocatoria de Junta General extraordinaria para la censura a la Junta de Gobierno oa
alguno de sus miembros, un mínimo del 20 por 100 de los colegiados ejercientes incorporados al menos
con tres meses de antelación. En los Colegios con más de cinco mil ejercientes bastará el 15 por 100 y en
los de más de diez mil ejercientes, bastará el 10 por 100, en virtud del artículo 81 del Estatuto General de
la Abogacía Española.
Todo Colegiado ejerciente de cualquier Colegio de la Abogacía de España tiene derecho a presentar su
candidatura al cargo de presidente del Consejo General de la Abogacía Española.
Asimismo, profesionales de la Abogacía de reconocido prestigio con más de quince años de ejercicio
profesional podrán presentar su candidatura a ocupar uno de los doce cargos de Consejeros electivos.
En ambos casos la votación será secreta, votando todos los miembros del Pleno del Consejo, salvo en la
elección del presidente en la que solo tendrán derecho de voto los Decanos de todos los Colegios de la
Abogacía de España, todo ello en virtud del artículo 100 del Estatuto.
b) Recabar del Colegio el amparo de su dignidad, independencia y lícita libertad de actuación profesional.
Este derecho compete tanto a la corporación profesional a la que se encuentre incorporado el profesional
de la Abogacía como a todo Colegio de la Abogacía cuando se lleven a cabo actuaciones profesionales en
su ámbito territorial.
Entre las funciones de los Colegios de la Abogacía, en su ámbito territorial, se encuentra la de velar por
la deontología y la dignidad profesionales.
En las actuaciones profesionales que lleve a cabo el profesional de la Abogacía en el ámbito territorial de
otro Colegio distinto al de incorporación, dicho Colegio protegerá su libertad e independencia en la
defensa.
El artículo 58.1 del Estatuto señala que “En su actuación ante los Juzgados y Tribunales, los profesionales
de la Abogacía son libres e independientes, gozarán de los derechos inherentes a la dignidad de su función
y podrán solicitar ser amparados en su libertad de expresión y defensa, en los términos previstos en las
normas aplicables”.
En sentido análogo, el artículo 3.5 del Código Deontológico dispone que “Se debe ejercer las libertades de
defensa y expresión conforme al principio de buena fe y a las normas de la correcta práctica profesional,
procurando siempre la concordia, haciendo uso de cuantos remedios o recursos establece la normativa
vigente, exigiendo tanto de las Autoridades, como de los Colegios, todas las medidas de ayuda en su
función que les sean legalmente debidas”.
El artículo 58.2 del Estatuto reconoce que “Si el profesional de la Abogacía considerase que la autoridad,
juez o tribunal coarta la independencia y libertad necesarias para cumplir sus deberes profesionales, o que
no guarda la consideración debida a su función, podrá hacerlo constar así ante el propio juzgado o tribunal
y dar cuenta a la Junta de Gobierno. La Junta, si estimare fundada la queja, adoptará medidas activas
para amparar la libertad, independencia y dignidad profesionales”.
En un sentido similar, el artículo 10.2.f del Código Deontológico recoge que “Son obligaciones para con
los órganos jurisdiccionales mantener la libertad e independencia en el ejercicio del derecho de defensa,
con absoluta corrección, poniendo en conocimiento del Tribunal correspondiente y del Colegio cualquier
injerencia”.
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El artículo 97 del Estatuto declara que “El Consejo General de la Abogacía Española promoverá la adopción
por parte de los órganos y Administraciones competentes de cuantas acciones resulten precisas para hacer
eficaz la conciliación de la vida familiar y profesional de todos los profesionales de la Abogacía”.
Ser informados de los acuerdos adoptados por los órganos colegiales que les afecten.
Se reconoce el derecho de los colegiados a ser informados de los acuerdos adoptados por los órganos
colegiales que les afecten.
Los Estatutos particulares del Colegio, las normas aprobadas por sus órganos y los acuerdos de interés
general deberán figurar, debidamente actualizados, en la página web del Colegio y en las dependencias
colegiales a disposición de quien lo solicite.
d) Los demás derechos que les confieran los Estatutos particulares de cada Colegio.
Es deber del colegiado “Cumplir las normas estatutarias y deontológicas, así como los acuerdos adoptados
por los órganos corporativos”.
En el mismo sentido, el Código Deontológico señala en su artículo 9.1 que el colegiado debe “Cumplir lo
establecido en el Estatuto General de la Abogacía Española, en los Estatutos de los Consejos Autonómicos
y en los de los Colegios en los que se ejerza la profesión, así como la demás normativa de la profesión y
los acuerdos y decisiones de los órganos de gobierno en el ámbito correspondiente”.
El artículo 9.7 del Código Deontológico indica que “Las relaciones con el Colegio comportan la obligación
de realizar las intervenciones profesionales que se establezcan por ley o, en supuestos extraordinarios y
de urgente necesidad, por los Colegios de Abogados, en garantía de la defensa de los derechos y libertades
y en cumplimiento de la función social de la Abogacía”.
Cuando se actúe fuera del ámbito del Colegio de residencia, dentro o fuera del Estado español, el
profesional de la Abogacía estará sujeto y deberá respetar las normas de actuación, deontología y régimen
disciplinario vigentes en el ámbito del Colegio de acogida o donde se desarrolle una determinada actuación
profesional. Así lo señalan el artículo 14.3 del Estatuto General de la Abogacía Española y el artículo 1.3
del Código Deontológico.
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b) Obligaciones de respeto a los órganos de gobierno, sus miembros y personal del Colegio.
El profesional de la Abogacía, en virtud del artículo 9.2 del Código Deontológico, estará obligado a respetar
a los órganos de gobierno y a los miembros que los componen.
El artículo 9.3 del Código Deontológico establece que el profesional de la Abogacía deberá atender con la
máxima diligencia las comunicaciones y citaciones emanadas de tales órganos o de sus miembros, en el
ejercicio de sus funciones, salvo que se trate de las que se reciban en el marco de un expediente
disciplinario o una información previa para una eventual depuración de la responsabilidad.
El Estatuto General de la Abogacía Española, en su artículo 125 g), tipifica como infracción grave la falta
del respeto debido o la incomparecencia injustificada a las citaciones efectuadas, bajo apercibimiento, por
los miembros de los órganos corporativos o de gobierno de la Abogacía en el ejercicio de sus funciones.
El Estatuto General de la Abogacía Española, en su artículo 87 b) determina que “Los colegiados deben
estar al corriente en el pago de las cuotas colegiales ordinarias y extraordinarias”.
La falta de pago de doce mensualidades de las cuotas obligatorias se sanciona con la pérdida de la
condición de colegiado, en el artículo 12.1 c) del Estatuto. Sin embargo, el colegiado podrá rehabilitar sus
derechos pagando lo adeudado y sus intereses al tipo legal incrementado en dos puntos, cumpliendo, en
su caso, los requisitos establecidos en los respectivos estatutos colegiales sobre este trámite de
rehabilitación.
El artículo 125 f) del Estatuto General de la Abogacía tipifica como infracción grave la falta de pago de las
cuotas colegiales, sin perjuicio de la baja en el Colegio por dicho motivo.
Por cuanto se refiere a las obligaciones de previsión social, el artículo 87 c) del Estatuto General de la
Abogacía Española establece que el colegiado profesional de la Abogacía ha de estar al corriente en el
pago de las cuotas de previsión social, sea cual sea el régimen al que esté adscrito, que puede tratarse
del Régimen de Seguridad Social que corresponda o, en su caso, el ingreso en una mutualidad de previsión
social alternativa al Régimen Especial de la Seguridad Social de los Trabajadores por Cuenta Propia o
Autónomos.
El impago de las cuotas del régimen de previsión social correspondiente no dará lugar a la pérdida de la
condición de colegiado. De dicho impago tampoco se derivará responsabilidad disciplinaria.
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d) Obligación de denuncia.
El artículo 87 d) del Estatuto General de la Abogacía Española establece que “Son obligaciones de los
colegiados denunciar ante el Colegio todo acto de intrusismo o ejercicio ilegal que llegue a su
conocimiento, ya sea debido a falta de colegiación, por suspensión o inhabilitación del denunciado, o por
incurrir en supuestos de incompatibilidad o prohibición”.
A su vez, el artículo 9.4 del Código Deontológico recoge el deber de poner en conocimiento del Colegio
todo acto de intrusismo y los supuestos de ejercicio ilegal, extendiendo además dicho deber de denuncia
a las actuaciones de las que tenga conocimiento el profesional, constitutivas de infracciones deontológicas,
incluso no siendo el afectado por las mismas.
El artículo 124 d) del Estatuto General de la Abogacía Española manifiesta que “Es una infracción muy
grave de los profesionales de la Abogacía la colaboración o el encubrimiento del intrusismo profesional”.
Por último, el artículo 57 del Estatuto General de la Abogacía Española establece que “Los profesionales
de la Abogacía esperarán un tiempo prudencial sobre la hora señalada por los órganos judiciales para las
actuaciones en que deban intervenir, transcurrido el cual sin causa justificada formularán la pertinente
queja ante el mismo órgano.
Asimismo, deberán denunciar el retraso ante la Junta de Gobierno del correspondiente Colegio para que
pueda adoptar las actuaciones pertinentes”.
Este deber estatutario también se recoge en el Código Deontológico, cuyo artículo 10.2.i) recoge la
obligación de cumplir los horarios en las actuaciones judiciales y poner en conocimiento del Colegio
cualquier retraso injustificado de los Juzgados y Tribunales superior a media hora.
El artículo 87 f) del Estatuto establece que “Son obligaciones del colegiado mantener despacho profesional
abierto, propio, ajeno o de empresa, en el territorio del Colegio al que esté incorporado como ejerciente”.
Asimismo, los artículos 87 e) del texto estatutario y el 9.5 del Código Deontológico establecen que el
colegiado ha de comunicar al Colegio al que esté incorporado el domicilio, el de su despacho profesional
principal y los eventuales cambios del mismo.
De conformidad con el artículo 126 e) del Estatuto General de la Abogacía Española, “Es una infracción
leve el no comunicar oportunamente al Colegio el cambio de domicilio profesional o cualquier o cualquier
otra circunstancia personal que afecte a su relación con aquel”.
En otro orden, el artículo 9.9 del Código Deontológico establece que el profesional de la Abogacía ha de
“Acreditar estar de alta como residente en el Colegio que corresponda al lugar donde tenga fijado su
domicilio profesional único o principal cuando solicite su adscripción como no residente en otro Colegio”.
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f) Obligación de información.
Según establece el artículo 9.5 del Código Deontológico “Se ha de comunicar al Colegio las circunstancias
personales que afecten al ejercicio profesional, tales como cambios de domicilio, número de teléfono,
dirección de correo electrónico y supuestos de enfermedad o invalidez por largo tiempo que le impidan
atender el cuidado de sus asuntos”.
En virtud del artículo 10.2.i) del Código Deontológico “Se habrá de poner en conocimiento del Colegio
cualquier retraso injustificado de los Juzgados y Tribunales superior a media hora”.
Según lo previsto en el artículo 11.2 del Código Deontológico, “Cuando el profesional de la Abogacía
pretenda iniciar una acción, en nombre propio o de un cliente, por posibles responsabilidades derivadas
del ejercicio de la Abogacía, ha de comunicarlo previamente al Colegio por si se considera oportuno realizar
una labor de mediación. Esta labor de mediación queda sujeta al deber de confidencialidad y al de guardar
secreto profesional”.
Asimismo, tal y como exige el artículo 6.3 del Código Deontológico, en su publicidad el profesional de la
Abogacía debe indicar el Colegio de la Abogacía al que pertenezca.
La Ley de Asistencia Jurídica Gratuita, en su artículo 22, establece que el Consejo General de la Abogacía
Española y los Colegios de la Abogacía regularán y organizarán, a través de sus Juntas de Gobierno, los
servicios obligatorios de asistencia letrada.
Ello comporta algunas obligaciones para el profesional adscrito a dichos servicios en relación con su
Colegio.
Así, el profesional de la Abogacía adscrito a los servicios del turno de oficio ha de cumplir con la normativa
del turno de oficio y en especial con la regulación de la asistencia al detenido, según dispone el artículo
9.10 del Código Deontológico.
El profesional de la Abogacía designado de oficio que sea sustituido en la defensa por otro compañero de
libre designación deberá comunicar al Colegio dicha sustitución, conforme indica el artículo 8.6 del Código
Deontológico, en relación con las previsiones del artículo 28 de la Ley de Asistencia Jurídica Gratuita.
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El Estatuto no concreta qué circunstancias vendrían a constituir un impedimento que por su naturaleza o
intensidad no permita el cumplimiento de la misión de defensa.
Los Colegios de Abogacía han establecido que estos impedimentos serían las circunstancias determinantes
de incapacidad física o mental declarada judicialmente por sentencia firme.
Para este precepto debemos acudir al Código Penal, el cual establece que la pena de inhabilitación ha de
concretarse expresa y motivadamente en la sentencia, privando al penado de la facultad de ejercer la
profesión durante el tiempo de la condena.
Son varios delitos los que contemplan la pena de inhabilitación especial para el ejercicio de la Abogacía,
entre otros, el delito de revelación de secretos; el delito de presentación a sabiendas de testigos falsos o
peritos o intérpretes mendaces; el delito de falta de comparecencia voluntaria y sin justa causa, ante un
juzgado o tribunal en proceso criminal con reo en prisión provisional, provocando la suspensión del juicio
oral; el delito de destrucción, inutilización u ocultación de documentos o actuaciones; y el de revelación
de actuaciones procesales declaradas secretas por la autoridad judicial.
Para estos tipos penales se contempla la pena de inhabilitación especial pata el ejercicio de la Abogacía
por un período de entre uno a seis años, junto a penas de prisión o multa.
c) Las sanciones disciplinarias firmes que lleven aparejada la suspensión del ejercicio profesional o la
expulsión de cualquier Colegio de la Abogacía, que tendrá eficacia en todo el territorio nacional.
Dichas sanciones se aplicarán a las infracciones deontológicas recogidas en los artículos 124 a 126 del
Estatuto General de la Abogacía Española.
La incapacidad, por cualquiera de las causas anteriores, no conlleva la pérdida de la condición de colegiado,
pero supondrá el pase autonómico a la condición de colegiado no ejerciente del profesional de la Abogacía a
quien afecte, mientras la circunstancia determinante de incapacidad para el ejercicio profesional subsista.
El artículo 11 del Estatuto General de la Abogacía Española, en sus apartados 2 y 3, señala que la incapacidad
desaparecerá cuando cese la causa que la hubiera motivado que, en el caso de la sanción de expulsión incluirá
la rehabilitación del profesional de la Abogacía en los términos del artículo 13 del citado Estatuto.
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a) Por fallecimiento.
c) Por la falta de pago de doce mensualidades de la cuota obligatoria, a cuyo pago viniera obligado.
d) Por condena firme que lleve consigo la pena principal o accesoria de inhabilitación para el ejercicio de la
profesión.
e) Por sanción de expulsión del Colegio acordada por resolución firme en expediente disciplinario.
La pérdida de la condición de colegiado será reconocida en el caso de fallecimiento y acordada por la Junta
de Gobierno del Colegio en resolución motivada en el resto de supuestos y, una vez firme, será inmediatamente
comunicada al Consejo General de la Abogacía Española y, en su caso, al Consejo de Colegios de la Comunidad
Autónoma correspondiente. Esta previsión responde a la necesidad de mantener actualizado el censo de los
profesionales de la Abogacía españoles, función que corresponde al Consejo General de la Abogacía Española,
según el artículo 90.1 k) del Estatuto.
Con excepción del supuesto referido al fallecimiento del colegiado, en los demás casos el interesado podrá
volver a causar alta en el mismo o en otro Colegio de la Abogacía, aunque no en todos los supuestos de
manera inmediata como sí puede tener lugar tras haber causado baja voluntaria.
Cuando la pérdida de la condición de colegiado se ha producido por la falta de pago de doce mensualidades
de la cuota obligatoria, el interesado podrá rehabilitar sus derechos pagando lo adeudado y sus intereses al
tipo legal incrementado en dos puntos, cumpliendo, en su caso, los requisitos establecidos en los respectivos
estatutos colegiales sobre este trámite de rehabilitación.
Cuando la causa que motiva la pérdida de la condición de colegiado sea la condena firme que lleve consigo la
pena de inhabilitación para el ejercicio de la profesión, no será suficiente haber cumplido dicha pena para
causar alta de nuevo en un Colegio de la Abogacía como colegiado ejerciente, sino que será necesario además
que se haya producido la cancelación de los correspondientes antecedentes penales, ya que el Estatuto
General de la Abogacía Española exige, a través de los artículos 9.1.e) y 9.2, como requisito para incorporarse
como colegiado, entre otros, el de carecer de antecedentes penales por delitos que lleven aparejada la
imposición de pena de inhabilitación para el ejercicio de la Abogacía.
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Así, la rehabilitación del profesional de la Abogacía expulsado exigirá el transcurso de un plazo de cinco años
desde que la sanción de expulsión hubiese sido ejecutada y la acreditación de haber superado las actividades
formativas que en materia de deontología profesional establezca cada Colegio con carácter general, así como
no haber incurrido en causa de indignidad o desprecio de los valores y obligaciones profesionales y
deontológicas.
La rehabilitación se solicitará a la Junta de Gobierno del Colegio que impuso la sanción de expulsión.
b) Trascendencia de los daños y perjuicios derivados de la comisión de la infracción sancionada, así como,
en su caso, su falta de reparación, atendida la naturaleza de aquellos.
c) Cualquiera otra relativa a su relación con los clientes, los compañeros, las autoridades y la organización
profesional corporativa que permita apreciar la incidencia de la conducta del profesional de la Abogacía
sobre su futuro ejercicio de la profesión, para lo cual se tendrán en cuenta denuncias o quejas recibidas
con posterioridad a la expulsión, siempre que no estuvieran prescritos los hechos a que se refieran.
Las resoluciones de los Colegios por las que se deniegue la rehabilitación solicitada deberán ser siempre
motivadas.
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3. EJERCICIO DE LA ABOGACÍA
3.1. ÁMBITO TERRITORIAL DE ACTUACIÓN
Como ya se ha mencionado anteriormente, cuando una profesión se organice por colegios territoriales, como
es el caso de la Abogacía, bastará la incorporación a uno solo de ellos, que será el del domicilio profesional
único o principal, para ejercer en todo el territorio español.
El artículo 14.1 del Estatuto General de la Abogacía se pronuncia estableciendo que todo profesional de la
Abogacía incorporado a cualquier Colegio de la Abogacía de España podrá prestar sus servicios profesionales
libremente en todo el territorio del Estado. Añade que el profesional de la Abogacía incorporado a cualquier
Colegio de la Abogacía de España también podrá ejercer en el resto de los Estados miembros de la Unión
Europea y en los demás países, con arreglo a las normas, tratados o convenios internacionales aplicables. Así
como que los profesionales de la Abogacía de otros países podrán hacerlo en España conforme a la normativa
vigente al efecto.
El artículo 3.3 de la Ley sobre Colegios Profesionales y el artículo 14.2 del Estatuto General de la Abogacía
Española indican que los Colegios de la Abogacía no podrán exigir a los profesionales que ejerzan en un
territorio diferente al de colegiación comunicación, ni habilitación alguna, ni el pago de contraprestaciones
económicas distintas de aquellas que exijan habitualmente a sus colegiados por la prestación de los servicios
de los que sean beneficiarios y que no se encuentren cubiertos por la cuota colegial.
El artículo 3.3 de la Ley sobre Colegios Profesionales indica que en los supuestos de ejercicio profesional en
territorio distinto al de colegiación, las competencias de ordenación y potestad disciplinaria corresponden al
Colegio del territorio en el que se ejerza la actividad profesional.
Las sanciones impuestas por el Colegio del territorio en el que se ejerza la actividad profesional surtirán efectos
en todo el territorio español.
El artículo 14.3 del Estatuto General de la Abogacía Española es quien declara que en las actuaciones
profesionales que lleve a cabo en el ámbito territorial de otro Colegio distinto al de incorporación, el profesional
de la Abogacía estará sujeto a las normas de actuación, deontología y régimen disciplinario del mismo. Dicho
Colegio protegerá su libertad e independencia en la defensa y será competente para la tramitación y resolución
de los expedientes disciplinarios a que hubiere lugar, sin perjuicio de que la eventual sanción surta efectos en
todos los Colegios de España.
El artículo 1 del Código Deontológico, en sus apartados 3 y 4, señala que cuando el profesional de la Abogacía
actúe fuera del ámbito del Colegio de su residencia, dentro o fuera del Estado español, deberá respetar,
además de las normas de su Colegio, las normas éticas y deontológicas vigentes en el ámbito del Colegio de
acogida o en el que desarrolle una determinada actuación profesional.
En el mismo sentido, el artículo 6 de la Directiva 98/5/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 16 de
febrero de 1998, destinada a facilitar el ejercicio permanente de la profesión de abogado en un Estado
miembro distinto de aquel en el que se haya obtenido el título, señala que independientemente de la normativa
sobre la profesión y las normas deontológicas a las que esté sujeto en su Estado miembro de origen, el
profesional de la Abogacía que ejerza con su título profesional de origen quedará sujeto a las mismas reglas
profesionales y deontológicas que rijan para los profesionales que ejerzan con el título profesional pertinente
del Estado miembro de acogida, con respecto a todas las actividades que ejerzan en el territorio de dicho
Estado.
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A tales efectos, los Colegios de la Abogacía comunicarán al Consejo General de la Abogacía Española la lista
de sus profesionales de la Abogacía, con expresión de las altas y bajas producidas, tal y como prevé el artículo
15 del Estatuto General de la Abogacía Española.
En esa lista constarán los datos profesionales de los profesionales de la Abogacía, tales como nombre y
apellidos, número de colegiación, títulos oficiales de los que estén en posesión, domicilio profesional y situación
de habilitación profesional, número de teléfono y dirección de correo electrónico.
El secretario del Colegio remitirá anualmente la lista de los profesionales de la Abogacía incorporados al Colegio
a todos los Juzgados y Tribunales de su territorio, así como a los Centros Penitenciarios y de Detención, lista
que se actualizará periódicamente con las altas y bajas. El envío de esta lista podrá sustituirse por un acceso
directo a la página web en la que figuren los datos debidamente actualizados.
3.3. INCOMPATIBILIDADES
El artículo 2.5 de la Ley sobre Colegios Profesionales determina que “En todo caso, los requisitos que obliguen
a ejercer de forma exclusiva una profesión o que limiten el ejercicio conjunto de dos o más profesiones, será
sólo los que se establezcan por ley”.
Esta redacción impone la reserva de ley a la regulación de los requisitos que obliguen a ejercer de forma
exclusiva una profesión o limiten su ejercicio conjunto con otras, es decir, al régimen de incompatibilidades
entre profesionales.
Ello ha derivado en que las normas de inferior rango, como es el Estatuto General de la Abogacía Española,
no puedan establecer por sí mismas un régimen de incompatibilidades sin contar, en cada caso, con el
correspondiente respaldo de una norma con rango de ley.
Así, el Estatuto General de la Abogacía Española, en su artículo 18, recoge el régimen de incompatibilidades
de la Abogacía, con previsión expresa de que tales supuestos de incompatibilidad habrán de encontrarse
recogidos en una norma con rango de ley.
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a) Con el desempeño, en cualquier concepto, de cargos, funciones o empleos al servicio del Poder Judicial,
de las Administraciones estatal, autonómica o local y de las Entidades de Derecho Público dependientes o
vinculadas a ellas, cuya normativa reguladora así lo imponga.
c) Con cualesquiera otras actividades que se declaren incompatibles por norma con rango de ley.
El profesional de la Abogacía que incurra en alguna de las causas de incompatibilidad deberá cesar de
inmediato en el ejercicio de una de las dos actividades incompatibles.
En el caso de hacerlo en el de la abogacía, deberá formalizar su baja como ejerciente en el plazo máximo de
quince días, mediante comunicación dirigida a la Junta de Gobierno de su Colegio.
El artículo 124 e) del Estatuto establece que el ejercicio de la profesión estando incurso en causa de
incompatibilidad está tipificado como infracción muy grave, y podrá ser sancionado con la expulsión del Colegio
de la Abogacía o la suspensión del ejercicio de la Abogacía por plazo superior a un año sin exceder de dos, de
conformidad con lo dispuesto por el artículo 127.1 del Estatuto.
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3.4. PUBLICIDAD
El Estatuto General de la Abogacía Española en sus artículos 19 y 20, y el Código Deontológico en el artículo
6 regulan las bases de la publicidad conforme a los principios fundamentales de la Abogacía.
Esta normativa establece el principio de publicidad libre que establece que los profesionales de la Abogacía
podrán realizar libremente publicidad de sus servicios, con pleno respeto a la legislación sobre publicidad,
sobre defensa de la competencia y competencia desleal, así como del Estatuto General y de los Códigos
Deontológicos que resulten aplicables.
La publicidad respetará en todo caso la independencia, libertad, dignidad e integridad como principios
esenciales y valores superiores de la profesión, así como el secreto profesional; y habrá de ser objetiva, veraz
y digna, tanto por su contenido como por los medios empleados.
a) La revelación directa o indirecta de hechos, datos o situaciones amparados por el secreto profesional.
e) La referencia a clientes sin su autorización escrita, salvo las menciones que, en su caso, puedan hacerse
cuando se participa en procesos de contratación pública y sólo para ellos.
f) La utilización de emblemas institucionales o colegiales y de aquéllos otros que por su similitud pudieran
generar confusión, salvo disposición contraria contenida en los estatutos particulares y de aquellos
símbolos que se aprueben para distinguir la condición profesional.
El incumplimiento de dichos requisitos será constitutivo de infracción disciplinaria. Con carácter general y de
conformidad con el artículo 125 b) del Estatuto General de la Abogacía Española, este incumplimiento se
considera infracción grave, salvo la oferta de servicios profesionales a víctimas directas o indirectas de
accidentes o desgracias en momentos o circunstancias que condicionen la elección libre de profesional, que
es constitutivo de infracción muy grave, según lo previsto en el artículo 124 n), en relación con el artículo
20.2.c) del Estatuto.
Las menciones que a la especialización en determinadas materias incluyan los profesionales de la Abogacía en
su publicidad deberán responder a la posesión de títulos académicos o profesionales específicos sobre las
materias de que se trate, a la superación de cursos formativos de especialización profesional oficialmente
homologados o a una práctica profesional que las avalen.
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Quienes ejerzan con su título profesional de origen y se publiciten deberán hacerlo con mención expresa de
tal circunstancia, debiendo utilizarse en cualquier caso la denominación que corresponda de conformidad con
lo dispuesto en las normas aplicables, prohibiéndose en uso de los títulos de “Abogado” o “Abogada”
expresados en cualquiera en cualquiera de las lenguas oficiales de España para la debida protección de los
consumidores de los servicios jurídicos.
Cuando la denominación del título profesional sea coincidente en más de un Estado se añadirá al título
profesional una mención expresa del país de origen.
Quienes ejerzan la Abogacía no podrán traducir su título español a otro idioma cuando esa traducción
corresponda a una categoría profesional determinada en otro país.
No se permitirá la publicidad encubierta, debiendo hacerse constar en sitio visible y de modo perfectamente
comprensible que se trata de contenido publicitario.
En el apartado 3 de dicho artículo se establece que “Son actos contrarios a la lealtad profesional todos aquellos
que contravengan las normas tanto estatales como autonómicas que tutelen la leal competencia y, en especial,
los siguientes:
b) Toda práctica de captación directa o indirecta de clientes que atenten a la dignidad de las personas o a la
función social de la Abogacía.
c) La utilización de terceros como medio para eludir las obligaciones deontológicas. Se considerará
responsable al favorecido por la publicidad que realice un tercero, salvo prueba en contrario.
d) La oferta de servicios en apariencia gratuitos cuando no lo sean y puedan generar confusión a los
consumidores, dada la asimetría en la relación profesional”.
En otro orden, en materia de fijación de la retribución o compensación económica por los servicios prestados,
la normativa deontológica centra su atención en la regulación de los supuestos de partición y distribución de
honorarios, así como en el pago por captación de clientela.
Así, el artículo 26 del Estatuto General de la Abogacía Española y el artículo 14.1 del Código Deontológico
indican que la cuantía y régimen de los honorarios será libremente convenida entre el cliente y el profesional
de la Abogacía, con respeto a las normas deontológicas y sobre defensa de la competencia y competencia
desleal.
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Este principio permite incluso la fijación de honorarios conforme a un convenio de cuota litis en sentido estricto,
entendiéndose por tal el acuerdo entre el profesional de la Abogacía y su cliente, previo a la terminación del
asunto, en virtud del cual este se compromete a pagarle únicamente un porcentaje del resultado del asunto,
independientemente de que consista en una suma de dinero o cualquier otro beneficio, bien o valor que
consiga el cliente por el asunto.
En cuanto a la partición y distribución de honorarios, el artículo 14.2 del Código Deontológico establece que
“Los honorarios han de ser percibidos por quien lleve la dirección del asunto, siendo contraria a la dignidad de
la profesión la partición y distribución de honorarios excepto cuando:
Conforme al artículo 14.3 del Código Deontológico, “Está prohibido compartir honorarios con persona ajena a
la profesión, salvo los supuestos de convenios de colaboración con otros profesionales, suscritos o con sujeción
al Estatuto General de la Abogacía Española, o salvo que se informe al cliente de esta circunstancia”.
El artículo 18 del Código Deontológico establece que “No se podrá pagar, exigir ni aceptar comisiones, ni
ningún otro tipo de compensación a terceros por haberle enviado un cliente o recomendado a posibles clientes
futuros, salvo que se informe al cliente de esta circunstancia”.
El pago, cobro, exigencia o aceptación de comisiones u otro tipo de compensación de otro profesional de la
Abogacía o de cualquier persona, infringiendo las normas legales sobre competencia o las reguladoras de la
deontología profesional es constitutivo de infracción deontológica grave, según prevé el artículo 125 o) del
Estatuto General de la Abogacía Española.
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
En este sistema, la gestión de los servicios de asistencia letrada y de defensa gratuitas corresponde a los
Colegios de la Abogacía que regularán y organizarán los mismos, a través de sus Juntas de Gobierno,
garantizando, en todo caso, su prestación continuada y atendiendo a criterios de funcionalidad y de eficiencia.
Los Colegios de la Abogacía serán los encargados de proceder a la designación del profesional de la Abogacía
que haya de asumir cada asunto, ejercerán el control de su desempeño, y asumirán las facultades de
corrección para la exigencia de las responsabilidades disciplinarias a que hubiere lugar, correspondiéndoles el
establecimiento de las normas y requisitos a que hayan de atenerse los profesionales de la Abogacía en la
prestación de los servicios correspondientes.
La Ley de Asistencia Jurídica Gratuita prevé que el Ministerio de Justicia establecerá los requisitos generales
mínimos de formación y especialización necesarios para prestar los servicios de asistencia jurídica gratuita,
con objeto de asegurar un nivel de calidad y de competencia profesional que garantice el derecho
constitucional a la defensa.
Se da cumplimiento a dicho mandato con la Orden de 3 de junio de 1997 por la que se establecen los requisitos
generales mínimos de formación y especialización necesarios para prestar los servicios de asistencia jurídica
gratuita.
El artículo primero de la Orden establece como requisitos generales mínimos exigibles a los profesionales de
la Abogacía para prestar los servicios de asistencia jurídica gratuita los siguientes:
a) Tener residencia habitual y despacho abierto en el ámbito del colegio respectivo y, en el caso de que el
colegio tenga establecidas demarcaciones territoriales especiales, tener despacho en la demarcación
territorial correspondiente, salvo que, en cuanto a estén último requisito, la Junta de Gobierno del Colegio
lo dispense excepcionalmente para una mejor organización y eficacia del servicio.
c) Estar en posesión del diploma del curso de Escuela de Práctica Jurídica o de cursos equivalentes
homologados por los Colegios de la Abogacía, o haber superado los cursos o pruebas de acceso a los
servicios de turno de oficio y asistencia letrada al detenido, establecidos por las Juntas de Gobierno de los
Colegios de la Abogacía. Excepcionalmente, la Junta de Gobierno de cada colegio podrá dispensar
motivadamente el cumplimiento de este requisito si concurrieren en el solicitante méritos y circunstancias
que acreditasen su capacidad para la prestación del servicio.
Los profesionales de la Abogacía que presten el servicio obligatorio de justicia gratuita desarrollarán su
actividad con libertad e independencia de criterio, con sujeción a las normas deontológicas y a las normas que
disciplinan el funcionamiento de los servicios colegiales de justicia gratuita. El régimen disciplinario se regirá
por las mismas reglas establecidas con carácter general para el desempeño de la Abogacía, si bien con
determinadas especialidades que serán objeto de estudio en el tema 11.
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
Tal y como señala el artículo 34 del Estatuto, tanto los profesionales de la Abogacía visitantes como los
profesionales de la Abogacía inscritos deberán actuar concertadamente con un profesional de la Abogacía
colegiado en España, en los términos previstos en las normas aplicables.
Como regla general, estos profesionales podrán prestar asesoramiento jurídico por sí solos. Sin embargo, en
lo que respecta a las actividades de defensa, cuando en aplicación de la legislación española sea preceptiva la
intervención de profesional de la Abogacía para las actuaciones ante Juzgados y Tribunales o ante organismos
públicos con funciones jurisdiccionales, así como la asistencia, o comunicación y visitas a detenidos y presos,
deberán actuar concertadamente con un profesional de la Abogacía colegiado en un Colegio español. También
será necesario este concierto cuando, aun no siendo preceptiva la intervención de profesional de la Abogacía,
la ley exija que, si el interesado no interviene por sí mismo o ante el órgano judicial, no pueda hacerlo otra
persona que no sea abogado.
El concierto con el profesional de la Abogacía española deberá ser comunicado en cada caso al Colegio de la
Abogacía ante cuyo Decano se haya presentado el profesional de la Abogacía visitante o donde el profesional
de la Abogacía inscrito figure registrado, mediante escrito firmado por ambos profesionales.
La existencia de concierto también deberá hacerse constar en todas las actuaciones profesionales a que afecte.
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
Este artículo señala que no se perderá la condición de profesional de la Abogacía que ejerce como titular de
su propio despacho individual cuando el profesional se limite a compartir locales, instalaciones, servicios u
otros medios con otros profesionales de la Abogacía, manteniendo la independencia de sus bufetes y sin
identificación conjunta ante los clientes; ni cuando concierte acuerdos de colaboración para determinados
asuntos o clases de asuntos con otros profesionales de la Abogacía o despachos colectivos, nacionales o
extranjeros, cualquiera que sea su forma.
En esta modalidad de ejercicio profesional los honorarios a cargo del cliente se devengarán a favor del titular
del despacho, aun en el caso de que las actuaciones fueran realizadas por otros profesionales de la Abogacía
con delegación o sustitución del mismo.
Dicho titular del despacho responderá personalmente de los honorarios debidos a los profesionales de la
Abogacía a los que encargue o en los que delegue actuaciones aun en el caso de que el cliente dejase de
abonárselos, salvo pacto escrito en contrario.
El artículo 36 del Estatuto General de la Abogacía Española establece que el profesional de la Abogacía
colaborador actuará con plena independencia y libertad y que deberá conocer la identidad del cliente, respecto
de quien deberá cumplir todos sus deberes deontológicos.
En las actuaciones que realice el colaborar deberá hacer constar, en su caso, que actúa por sustitución o
delegación del despacho con el que colabore.
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
El artículo 5.2.a) de dicho Real Decreto reconoce a estos profesionales de la Abogacía el derecho de poder
actuar, en todo momento, de acuerdo con los principios, valores, obligaciones y responsabilidades que
imponen a los mismos las normas que rigen la profesión, incluidas las éticas y deontológicas.
El artículo 6.2 establece que los titulares de los despachos podrán ejercer el poder de dirección que les
corresponde respetando, en todo caso, los principios y valores que son inherentes al ejercicio profesional de
la Abogacía y preservando en todo momento el cumplimiento de las obligaciones y responsabilidades que
imponen a los profesionales de la Abogacía las normas que rigen el ejercicio de la profesión. En particular, los
titulares de los despachos deberán respetar la libertad y la independencia profesional en el ejercicio de la
profesión.
Los titulares de los despachos, en el ejercicio de su poder de dirección, no podrán dar órdenes o instrucciones
ni encomendar asuntos a los profesionales de la Abogacía que trabajan en los despachos que impliquen la
realización de actividades que sean legalmente incompatibles, o que vulneren las obligaciones de no actuar
en defensa de intereses en conflicto o de guardar el secreto profesional.
Uno de ellos es el ejercicio en forma societaria, regulado en el artículo 41 del Estatuto General de la Abogacía
Española y el otro el ejercicio en forma no societaria, que se rige por el artículo 42 del Estatuto.
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
Las sociedades profesionales se regirán por los dispuesto por la Ley de Sociedades Profesionales, por sus
normas de desarrollo y por la normativa autonómica que corresponda, resultándose de aplicación igualmente
las previsiones específicas del Estatuto General de la Abogacía Española y de los Estatutos particulares de
cada Colegio de la Abogacía.
Por cuanto se refiere a la Ley de Sociedades Profesionales, el régimen que establece esta norma tiende a
asegurar la flexibilidad organizativa, optando el legislador por permitir que las sociedades profesionales se
acojan a cualquiera de los tipos sociales existentes en nuestro ordenamiento jurídico.
A este respecto, la sociedad profesional se inscribirá en el Registro de Sociedades Profesionales del Colegio
de la Abogacía que corresponda a su domicilio social.
El artículo 41.3 del Estatuto establece que “El Colegio de la Abogacía en que se encuentren inscritas ejercerá
sobre la sociedad profesional las mismas competencias que le atribuye el ordenamiento jurídico sobre los
profesionales de la Abogacía, en especial por lo que se refiere a la deontología profesional y al ejercicio de la
potestad sancionadora”.
Las causas de incompatibilidad o de inhabilitación para el ejercicio de la Abogacía que afecten a cualquiera de
los socios se harán extensivas a la sociedad y a los restantes socios profesionales, salvo que se proceda a la
exclusión del socio inhabilitado o incompatible.
Así, la Ley de Sociedades Profesionales, en su artículo 14, prevé que todo socio profesional deberá ser excluido
cuando haya sido inhabilitado para el ejercicio de la actividad profesional, sin perjuicio de su posible
continuación en la sociedad con el carácter de socio no profesional si así lo prevé el contrato social.
El socio profesional, aparte de por las causas previstas en el contrato social, también podrá ser excluido cuando
infrinja gravemente sus deberes para con la sociedad o los deontológicos, perturbe su buen funcionamiento o
sufra una incapacidad permanente para el ejercicio de la actividad profesional.
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
En cuanto a la resolución de conflictos en el seno de las sociedades profesionales, el artículo 41.1 del Estatuto
General de la Abogacía Española establece que “Las sociedades profesionales podrán prever en sus estatutos
o acordar en un momento posterior que las controversias que surjan entre los socios, entre éstos y los
administradores y entre cualquiera de ellos y la sociedad, incluidas las relativas al funcionamiento, separación,
exclusión y determinación de la cuota de liquidación, se sometan a arbitraje colegial”.
No obstante, de las deudas sociales que se deriven de actos profesionales propiamente dichos, responderán
solidariamente la sociedad y los profesionales de la Abogacía, socios o no, que hayan actuado, siéndoles de
aplicación las reglas generales sobre la responsabilidad contractual o extracontractual que correspondan. A
este respecto, las sociedades profesionales deberán estipular un seguro que cubra la responsabilidad en las
que estas puedan incurrir.
Cabe recordar que la actuación a través de una sociedad profesional no podrá servir para eludir las
responsabilidades deontológicas de los profesionales intervinientes, en virtud del artículo 22 del Código
Deontológico.
Sin perjuicio de la responsabilidad personal del profesional de la Abogacía actuante, la sociedad profesional
también podrá ser sancionada en los términos establecidos en el régimen disciplinario que corresponda. El
artículo 119.1 del Estatuto declara que “Los profesionales de la Abogacía y las sociedades profesionales en
que participen o presten servicio están sujetos a responsabilidad disciplinaria”.
El régimen disciplinario de las sociedades profesional se encuentra previsto en los artículos 128 y siguientes
del Estatuto General de la Abogacía Española.
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
El artículo 42 del Estatuto prevé que la agrupación deberá constituirse por escrito, habrá de tener como objeto
exclusivo el ejercicio profesional de la Abogacía y estar integrada exclusivamente por profesionales de la
Abogacía, sin limitación de número, permitiendo en todo momento la identificación de los mismos.
En las intervenciones profesionales que realicen, en las hojas de encargo que suscriban y en las minutas que
emitan, los profesionales de la abogacía deberán dejar constancia de su condición de profesionales de la
Abogacía agrupados en un despacho colectivo.
Se extenderán a todos los miembros del despacho colectivo el deber de secreto profesional, las
incompatibilidades que afecten a cualquiera de sus integrantes y las situaciones de prohibición de actuar en
defensa de intereses contrapuestos con los patrocinados por cualquiera de ellos.
En cuanto a los honorarios profesionales, estos corresponderán al colectivo sin perjuicio del régimen interno
de distribución que hayan convenido. No obstante, las actuaciones correspondientes a la asistencia jurídica
gratuita tendrán carácter personal, aun cuando podrá abonarse la retribución a nombre del despacho colectivo,
que deberá emitir la correspondiente factura o documento que la sustituya.
En cuanto a la resolución de conflictos en el seno de la agrupación, para la mejor salvaguarda del secreto
profesional y de las relaciones internas, las reglas del despacho colectivo podrán someter a arbitraje colegial
las discrepancias que pudieran surgir entre sus miembros a causa del funcionamiento, separación o liquidación
del despacho.
La responsabilidad civil que pudiese corresponder al despacho colectivo se exigirá conforme al régimen jurídico
general que corresponda a la forma de agrupación utilizada. Todos los profesionales de la Abogacía que hayan
intervenido en un asunto responderán civilmente frente al cliente con carácter personal, solidario e ilimitado.
Asimismo, si el ejercicio colectivo adoptara forma societaria, sin constituirse en sociedad profesional, de las
deudas sociales que se deriven de los actos profesionales responderán solidariamente la sociedad y los
profesionales, socio o no, que hayan actuado.
La actuación profesional de los integrantes de los integrantes del despacho colectivo estará sometida a la
disciplina del Colegio de la Abogacía en cuyo ámbito se efectúa, respondiendo personalmente el profesional
de la Abogacía que la haya efectuado.
También cabe recordar aquí que la actuación a través de cualquier forma asociativa no podrá servir para eludir
las responsabilidades deontológicas de los profesionales intervinientes, tal y como establece el artículo 22 del
Código Deontológico.
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Las asociaciones en régimen de colaboración multiprofesional han de cumplir las siguientes condiciones:
a) Que la agrupación tenga por objeto la prestación de servicios conjuntos, entre los que deberán incluirse
necesariamente servicios jurídicos que se complementen con los de las otras profesiones.
c) Que se cumplan las condiciones establecidas en el artículo 42 del Estatuto para el ejercicio colectiva en
forma no societaria, en lo que afecte al ejercicio de la Abogacía, salvo lógicamente la previsión referida al
objeto exclusivo de la Abogacía.
Cuando se cree una sociedad que tenga por objeto el ejercicio profesional de varias actividades profesionales,
siendo una de ellas la Abogacía, ésta deberá constituirse como sociedad profesional e inscribirse en el registro
de sociedades profesionales del Colegio de la Abogacía de su domicilio social o estatutario, según prevé el
artículo 44 del Estatuto General de la Abogacía.
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INTRODUCCIÓN
En una sociedad como la actual, constituida y activada con base en el Derecho que proclama como valores
fundamentales la igualdad y la Justicia, el profesional de la Abogacía, experto en leyes y conocedor de la
técnica jurídica y de las estrategias procesales, se erige en elemento imprescindible para la obtención de la
Justicia garantizando la información y el asesoramiento, la contradicción, la igualdad de las partes tanto en el
proceso como fuera de él, y encarnando el derecho de defensa, que es requisito imprescindible de la tutela
judicial efectiva. Por ello, hoy, el Abogado precisa, más que nunca, de unas normas de comportamiento que
permitan satisfacer los derechos propios y los del cliente, pero también respetando la defensa y consolidación
de los valores superiores en los que se asienta la sociedad y la propia condición humana. Y ese es,
precisamente, el ámbito de las normas deontológicas, las cuales no deben contemplarse como un simple
tratado de normas de buena conducta, sino como una verdadera estructura normativa de obligado
cumplimiento, cuyo objeto es la ordenación de la actuación profesional.
Como toda norma, la deontológica se inserta en el universo del Derecho, regido por el principio de jerarquía
normativa y que exige, además, claridad, adecuación y precisión, de manera que cualquier modificación de
hecho o de derecho en la situación regulada, obligue a adaptar la norma a la nueva realidad legal o social.
Tanto el Estatuto General de la Abogacía como el Código Deontológico, establecen las normas básicas de
aplicación uniforme a todo Abogado del Estado Español, respetando las competencias de los Consejos
Autonómicos y de los Colegios de Abogados a quienes corresponderá, en su caso, adaptar las normas
deontológicas a las especificidades propias de sus respectivos ámbitos territoriales, divulgando su
conocimiento, vigilando su cumplimiento y corrigiendo disciplinariamente su falta de observancia para
garantizar la buena ejecución de la alta misión que nuestra sociedad ha confiado al profesional de la Abogacía,
tarea en la que desempeñamos una verdadera función pública, para la que el Estado ha dotado a los Colegios
de facultades normativas y disciplinarias también públicas.
En las citadas normas, perviven como principios fundamentales en el ejercicio profesional de la Abogacía la
independencia, la libertad, la dignidad e integridad, así como el respeto del secreto profesional.
En dichos principios se fundamentan otras virtudes generales que deben tutelar cualquier actuación del
Abogado, tales como la honradez, probidad, rectitud, lealtad, diligencia y veracidad. Ellas, non la causa de las
necesarias relaciones de confianza Abogado-cliente, y la base del honor y de la dignidad de la profesión. El
profesional de la Abogacía debe actuar siempre íntegra y diligentemente, con competencia, con lealtad al
cliente, respecto de la parte contraria y guardando secreto cuanto conociere por razón de su profesión, de tal
manera que, si cualquier profesional de la Abogacía así no lo hiciere, su actuación individual afecta al honor y
dignidad de toda la profesión.
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La dignidad, como modo de comportamiento, debe impregnar todas las actividades profesionales de quienes
ejercen la Abogacía, ya que ésta está al servicio del ser humano y de la sociedad. Por eso, debe preservar no
sólo la propia, sino la de sus clientes, de sus compañeros y de los contrarios, tratándoles con distinción,
deferencia y respeto, sin olvidar que sus actuaciones repercuten en la profesión entera.
La Abogacía es pieza esencial en el funcionamiento del poder judicial y en la satisfacción del derecho
fundamental a obtener la tutela efectiva lo que acredita la relevancia constitucional de los intereses
involucrados en su ejercicio.
El reconocimiento y amparo legal de dicho conjunto de principios y derechos junto con el cumplimiento de las
obligaciones y deberes establecidos en el desempeño de la actuación profesional, constituyen el marco, tanto
ético como jurídico de control deontológico de la Abogacía.
Del mismo modo, tiene una vocación universal pues, tal como establece el artículo 2 del Código Deontológico,
para poder asesorar y defender adecuadamente los legítimos intereses del cliente, debe mantenerse el derecho
y el deber de preservar la independencia frente a toda clase de injerencias y frente a intereses propios o
ajenos.
La independencia debe ser preservada frente a presiones o exigencias que limiten o puedan limitarla, sea
respecto de los poderes públicos, económicos o facticos, de los tribunales, del cliente, sea respecto de los
colaboradores o integrantes del despacho.
La independencia permite no aceptar el encargo o rechazar las instrucciones que, en contra de los propios
criterios profesionales, pretendan imponer el cliente, los miembros de despacho, los otros profesionales con
los que se colabore o cualquier otra persona, entidad o corriente de opinión, debiendo cesar en el
asesoramiento o defensa del asunto cuando se considere que no se puede actuar con total independencia,
evitando, en todo caso, la indefensión del cliente.
De lo expuesto, cabe interpretar que la independencia funcional del Abogado se establece en dos planos:
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▪ Derecho a aceptar o rechazar asuntos, así como a renunciar a los mismos en cualquier fase del
procedimiento, siempre que no se produzca indefensión al cliente.
▪ Derecho a la independencia frente al propio cliente y frente a terceros, permitiéndole rechazar las
instrucciones que, en contra de sus propios criterios profesionales, pretendan imponerle.
En cuanto al ejercicio de la independencia frente a las presiones o injerencias del propio cliente, es obligación
del defensor hacerle ver los intereses objetivos, en función de la naturaleza real del encargo planteado, pues
de lo contrario, no estaría cumpliendo con lealtad la defensa encomendada.
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Como deber, la libertad comprende la obligación de defender y asesorar libremente al cliente, sin utilizar
medios ilícitos, ni el fraude como forma de eludir las leyes, así como conforme al principio de la buena fe y a
las normas de la correcta práctica profesional, procurando siempre la concordancia, haciendo uso de cuantos
remedios o recursos establece la normativa vigente, atendiéndose a las exigencias técnicas y deontológicas
adecuadas a la tutela jurídica del asunto.
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3. SECRETO PROFESIONAL
Elevado a principio fundamental de la Abogacía, se encuentra regulado en los artículos 542.3 de la LOPJ,
artículos 21 a 24 del EGAE y el artículo 5 del Código Deontológico (CD), los cuales establecen la prevalencia
del mismo con los demás principios éticos, incluso los fundamentales, con un régimen de excepciones
absolutamente restringido y tasado.
Nacido destinado a proteger la función de defensa, impone al profesional de la Abogacía el deber y le confiere
el derecho de «guardar secreto respecto de todos los hechos o noticias que conozca por razón de cualquiera
de las modalidades de su actuación profesional, sin que pueda ser obligado a declarar sobre los mismos». Por
tanto, y al igual que sucede con las prerrogativas de independencia y libertad, el secreto profesional se
configura en una doble naturaleza de derecho-deber.
El ciudadano precisa del profesional de la Abogacía para conocer el alcance, la trascendencia de sus actos, y
para ello, debe confesarle sus circunstancias más íntimas. El Abogado se convierte así en custodio de la
intimidad personal de su cliente y de su inalienable derecho a no declarar contra sí mismo. El secreto
profesional y la y la confidencialidad son deberes y, a la vez, derechos del Abogado que no constituyen sino
concreción de los derechos fundamentales que el ordenamiento jurídico reconoce a sus propios clientes y a la
defensa como mecanismo esencial del Estado de Derecho.
En su faceta de derecho, el secreto sería un derecho negativo, a no declarar, y solo se ejercita cuando se insta
al abogado a revelar informaciones o prestar declaración sobre hechos conocidos en su actuación profesional.
Como deber, cabe traer aquí a colación el acuerdo de la junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Abogados de
Madrid, de 19 de junio de 2012, que declaraba que la obligación de sigilo no puede ser soslayada con
argumentos basados en puntuales intereses del diente, o del propio abogado, que solo puedan ser defendidos
con la introducción en el debate de documentos o informaciones amparados por el secreto, pues la reserva
estatutaria tiene su fundamento en la protección de la función de defensa, frente al aludido interés particular,
incluso en supuestos en los que, aparentemente, parecen darse situaciones de suma injusticia de no poder
desvelarse la confidencia. Se trata, en definitiva, que los letrados puedan actuar con total libertad y garantía
a la hora de exponer sus posturas negociadoras en orden a la solución extrajudicial preventiva del pleito.
El código deontológico regula el deber de secreto profesional tanto en el uso de las tecnologías de la
información y la comunicación (artículo 21 CD), como cuando la actuación se produce a través de una sociedad
profesional o cualquier otra forma asociativa (artículo 22 CD).
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Centrando la atención en el secreto profesional en sentido genérico -sin efectuarse consideraciones sobre el
grado de intensidad o alcance del secreto propiamente dicho (como información trasmitida por el cliente) o
de la confidencialidad, no objeto de reflexión en esta nota, todo abogado debe conocer y cumplir:
▪ Que el letrado no debe declarar como testigo en un procedimiento (incluso finalizada la relación
profesional), por hechos conocidos en virtud de dicha relación incluso si es llamado por el propio juzgado
o tribunal (sin perjuicio de su obligación de atender la llamada judicial), ni puede ser obligado a ello. Por
dicho motivo, será obligatorio abstenerse de pedir la declaración testifical del Abogado sobre hechos
relacionados con su actuación profesional.
▪ Que el deber y derecho al secreto profesional comprende todas las confidencias y propuestas del cliente,
las de la parte adversa, las de los compañeros, así como todos los hechos y documentos de que haya
tenido noticia o haya remitido o recibido por razón de cualquiera de las modalidades de su actuación
profesional. El secreto profesional ampara las comunicaciones y negociaciones orales y escritas de todo
tipo, con independencia del medio o soporte utilizado.
▪ El secreto profesional no ampara las actuaciones del profesional de la Abogacía distintas de las que le son
propias de su ejercicio profesional y, en especial, las comunicaciones, escritos y documentos en los que
intervenga con mandato representativo de su cliente y así lo haga constar expresamente.
▪ El profesional de la Abogacía no podrá aportar a los Tribunales, ni facilitar a su cliente, las cartas
documentos y notas que, como comunicación entre profesionales de la Abogacía, mantenga con el
profesional de la Abogacía de la otra parte, salvo que este lo autorice expresamente. Esta prohibición no
alcanza a las cartas documentos y notas en que intervenga con mandato representativo de su cliente y
así lo haga constar expresamente.
▪ Las conversaciones mantenidas con los clientes o con los contrarios, de presencia o por cualquier medio
telefónico o telemático, en que intervengan profesionales de la Abogacía solo podrán ser grabadas con la
previa advertencia y conformidad de todos los intervinientes, quedando en todo caso amparadas por el
secreto profesional. Están igualmente amparadas por el secreto profesional, las grabaciones realizadas
por el cliente, no conocidas por su profesional de la Abogacía, incluso si este no lo era o no intervino en
dicho momento, de conversaciones en la que intervenga profesional de la Abogacía de la otra parte.
▪ El deber de secreto profesional en relación con los asuntos profesionales encomendados, o en los que
intervenga cualquiera de los miembros de un despacho colectivo, se extiende y vincula a todos y cada uno
de ellos. En todo caso, quien ejerce la Abogacía deberá hacer respetar el secreto profesional a sus
colaboradores y asociados, así como al personal correspondiente y demás personas que cooperen con él
en su actividad profesional.
▪ El Abogado quedará relevado de este deber sobre aquello que solo afecte o se refiera a su cliente, siempre
que este le haya autorizado expresamente.
▪ No se aceptará el encargo cuando se haya mantenido con la parte adversa una entrevista para evacuar
una consulta referida al mismo asunto y ésta afecte a su deber de secreto profesional.
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▪ El uso de las tecnologías de la información y la comunicación no exime de cumplir las normas deontológicas
que regulan la profesión ni las obligaciones que imponen las reguladoras de la sociedad de la información.
En especial, en las comunicaciones, aplicaciones, webs y servicios profesionales prestados por medios
electrónicos deberá:
a) Identificarse con su nombre y, en su caso, el de la sociedad profesional titular del servicio, Colegio de
adscripción y número de colegiación.
b) Asegurarse de la recepción de las comunicaciones privadas por la persona destinataria y sólo por ella.
c) Abstenerse de reenviar correos electrónicos, mensajes o notas remitidos por otros profesionales de la
Abogacía sin su expreso consentimiento.
▪ La actuación a través de una sociedad profesional o cualquier otra forma asociativa no podrá servir para
eludir las responsabilidades deontológicas de los profesionales intervinientes.
▪ Actuaciones distintas de las que le son propias de su ejercicio profesional y, en especial, las
comunicaciones, escritos y documentos en los que intervenga con mandato representativo de su cliente y
así lo haga constar expresamente.
▪ Contenidos que solo afecten o se refieran a su cliente, siempre que este le haya autorizado expresamente.
▪ Comunicaciones entre profesionales de la Abogacía en las que conste autorización del abogado emisor
(artículo 23 EGAE y artículo 5.3 CD). Como quiera que debe ser expresa, es obvio que debe poderse
constatar de forma fehaciente, es decir, por escrito.
▪ La concurrencia de causa grave, previa autorización por la Junta de Gobierno del Colegio competente en
los términos previstos en el artículo 5.3 del Código Deontológico.
▪ Solamente podrá hacerse uso de hechos o noticias sobre los cuales se deba guardar el secreto profesional
cuando se utilice en el marco de una información previa, de un expediente disciplinario o para la propia
defensa en un procedimiento de reclamación por responsabilidad penal civil o deontológica.
▪ Las derivadas de la Ley 10/2010, de 28 de abril, sobre Prevención del Blanqueo de Capitales y de la
financiación del terrorismo, u otra legislación de contendido análogo, y siempre que no se vengan referidas
al ejercicio de la estricta defensa de la posición jurídica de un cliente.
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A los Abogados de Empresa les resulta de aplicación los principios fundamentales del sistema regulatorio del
ejercicio profesional, tales como independencia, libertad y secreto profesional.
Así, la Ley Orgánica del Poder Judicial (nótese su reforzado rango normativo) prevé que en su artículo 542,
apartados 2º y 3º, que «(...) en su actuación ante los juzgados y tribunales, los abogados son libres e
independientes, se sujetarán al principio de buena fe, gozarán de los derechos inherentes a la dignidad de su
función y serán amparados por aquéllos en su libertad de expresión y defensa», así como que «(...) deberán
guardar secreto de todos los hechos o noticias de que conozcan por razón de cualquiera de las modalidades
de su actuación profesional, no pudiendo ser obligados a declarar sobre los mismos».
Por su parte, el EGAE y el CD prevén igualmente el amparo de esos derechos en diversos preceptos. Así, en
cuanto a la libertad e independencia del abogado, cabe recordar:
▪ En su actuación ante los juzgados y tribunales los profesionales de la Abogacía son libres e independientes,
gozarán de los derechos inherentes a la dignidad de su función y podrán solicitar ser amparados en su
libertad de expresión y defensa, en los términos previstos en las normas aplicables (art. 58.1 EGAE).
▪ Mantener la libertad de independencia en el ejercicio del derecho de defensa, con absoluta corrección,
poniendo en conocimiento del Tribunal correspondiente y del Colegio cualquier injerencia (art. 10.2 f CD).
▪ Son derechos de los colegiados: (…) b) Recabar del Colegio el amparo de su dignidad, independencia y
lícita libertad de actuación profesional… (art. 86 b EGAE).
En cuanto al secreto profesional, el art. 24 EGAE señala que Los Decanos de los Colegios; quienes
estatutariamente les sustituyan o quienes para tal fin fueran designados por el Decano, asistirán a petición
del interesado a la práctica de los registros en el despacho profesional de un profesional de la Abogacía y a
cuantas diligencias de revisión de los documentos, soportes informáticos o archivos intervenidos en aquel se
practiquen, velando por la salvaguarda del secreto profesional y, especialmente, por que el registro así como
el resto de actuaciones, a los que también asistirán, se limiten exclusivamente a la investigación del ilícito por
razón del cual fueron acordados…
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
Art. 50.1 EGA: “El profesional de la Abogacía tendrá plena libertad para aceptar o rechazar la dirección de
cualquier asunto que le sea encomendado”. Esta afirmación se matiza con supuestos en que el abogado debe
por obligación asumir o renunciar a un caso.
Sin embargo, el profesional de la Abogacía debe abstenerse de conocer un asunto en los supuestos de
concurrencia de conflicto de intereses, falta de competencia o capacitación profesional para dirigir el asunto.
Por otro lado, tiene la obligación de asumir la defensa de asuntos designados por el turno de oficio.
Y el art. 2.1 CD comenta al respecto: “La independencia de quienes ejercen la Abogacía es una exigencia del
Estado de Derecho y del efectivo derecho de defensa del justiciable y de la ciudadanía por lo que constituye
un derecho y un deber”.
En este mismo sentido, el art. 12.7 CD señala que: “ No deberá aceptarse el encargo de un asunto cuando la
parte contraria o un colega de profesión le haya realizado una consulta referida al mismo asunto en virtud de
la cual haya adquirido una información que pueda poner en peligro su independencia… ”
1
OJO, en el libro pone art. 4.2 del CD por error
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La lealtad hacia el cliente es el principio fundamental de la Abogacía, por lo que no podrá desempeñar la
defensa o el asesoramiento de intereses contrapuestos con otros que esté o haya estado defendiendo el
abogado, o con los propios del letrado.
El profesional de la Abogacía deberá abstenerse de actuar para un nuevo cliente cuando exista riesgo de
vulneración del secreto profesional por la información suministrada por un antiguo cliente.
En ningún caso podrá asumir un encargo profesional que implique actuaciones contra un anterior cliente en
el seno de un procedimiento en el que haya actuado en su defensa ni en procedimientos que deriven de éste.
Tampoco se deben asumir actuaciones contra un antiguo cliente en cualquier procedimiento salvo que no haya
peligro para el secreto de las informaciones obtenidas o cuando el nuevo cliente no pudiera resultar beneficioso
de ninguna manera de esas informaciones. Se tendrá en cuenta el tipo de asunto y el tiempo transcurrido.
Otro motivo para abstenerse se da cuando la parte contraria o un colega de profesión nos haya hecho una
consulta referida al mismo asunto y eso ponga en peligro la independencia, secreto profesional o deber de
lealtad.
El profesional de la Abogacía no podrá intervenir en el mismo asunto por cuenta de dos o más clientes si existo
riesgo de conflicto de intereses, salvo autorización escrita y expresa de todos ellos, y si el asunto es de
naturaleza no litigiosa. Sí podrá actuar como mediador de todas las partes y en la preparación de documentos
contractuales, manteniendo la neutralidad.
En cuanto a los despachos colectivos, el art. 4.3 del CD señala: “ En los casos de ejercicio colectivo o en
colaboración con otros profesionales, quienes ejercen la Abogacía tendrán el derecho y la obligación de
rechazar cualquier intervención que pueda resultar contraria a los principios de confianza e integridad o que
pueda implicar conflicto de intereses con otros clientes del despacho, cualquiera que sea el que los atienda ”.
En este sentido, el art. 51.1 EGA y el 12.C.7 CD señalan que cuando se practique la profesional de forma
colectiva las normas señaladas sobre conflictos de intereses afectan a todos los profesionales.
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DEONTOLOGÍA Y RÉGIMEN PROFESIONAL DE LA ABOGACÍA – 2021/22
De este modo, el art. 64.1 EGA señala el derecho y el deber que tienen los profesionales de la Abogacía de
seguir la formación continua que les capacite para el ejercicio profesional.
El art. 12.B.4 CD señala que “no debe aceptarse ningún asunto si uno no se considera apto para dirigirlo, a
menos que se colabore con quien lo sea, informando al cliente, con carácter previo, de la identidad del
colaborador.”
El art. 12.B.2.k dice que se debe poner en conocimiento del cliente incluso “ la posibilidad de colaboración de
otro profesional cuando las características o complejidad del asunto lo requiera ”.
Así, el art. 50.4 EGA señala que: “La asistencia jurídica gratuita y el turno de oficio se regirán por su propia
normativa específica”. En el mismo sentido, el art. 12.A.6 del CD.
La constitución del mandato por designación del turno de oficio tiene lugar por imperativo legal, resultando
del todo ajena a la autonomía de la voluntad de pacto entre cliente y abogado, quedando el profesional sujeto
al mandado expresamente recogido en la designación, sin poder apartarse, ejercer acciones distintas o
rechazar ese mandato proveniente de la Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita.
Será una infracción grave la falsa atribución de un encargo profesional (art. 125.r) del EGA).
El art. 47.2 del EGA indica que: “La relación del profesional de la Abogacía con el cliente debe fundarse en la
recíproca confianza”. En el mismo sentido, arts. 4.1 y 12.A.1 del CD. Por este motivo, la hoja de encargo
profesional no resulta obligatoria para formalizar la relación profesional, aunque sí que resulta recomendable
para facilitar la relación abogado-cliente. El art. 15 CD regula su contenido mínimo.
También el EGA hace referencia a ella como recomendable para establecer la relación profesional e incluso
recoge la previsión de que los Colegios de la Abogacía establezcan modelos para promover y facilitar su uso.
▪ Actuaciones concretas a realizar. Referencia a otras que puedan surgir y no forman parte del
presupuesto.
▪ Consecuencias de la finalización anticipada por renuncia, allanamiento, pérdida sobrevenida del objeto
u otras causas.
Al margen de la obligación deontológica, también se refiere a esta obligación la Ley de Prevención de Blanqueo
de Capitales y Financiación del Terrorismo.
El fin de esta obligación es el asumir el profesional de la Abogacía las responsabilidades civiles, penales y
deontológicas que, en su caso, correspondan. Arts. 16.2, 48.1 y 2 EGA y 12.B.1 CD.
Conforme a estos preceptos, el abogado debe facilitar al cliente su nombre, su número de identificación fiscal,
Colegio al que pertenece y número de colegiado, domicilio profesional y medio para ponerse en comunicación
con él o con su despacho, incluyendo la vía electrónica.
Cuando se trate de una sociedad profesional o un despacho colectivo deberá informar al cliente de su
denominación, forma, datos de registro, régimen jurídico, código de identificación fiscal, dirección o sede
desde la que se prestan los servicios y medios de contacto, incluyendo la vía electrónica.
Si el encargo requiere la participación de varios profesionales de una misma sociedad, el cliente tendrá derecho
a conocer la identidad de todos ellos, el Colegio al que pertenecen y, si se tratara de sociedades profesionales,
si son o no socios, así como el profesional que asume la dirección del asunto.
Si el servicio se ofrece por consulta telefónica o informática, también deberán identificarse los profesionales
de la Abogacía.
El incumplimiento del deber de identificación del abogado constituye una infracción grave conforme al art.
125.c) del EGA.
Cuestiones que deben ponerse en conocimiento del cliente antes del inicio de la actuación del profesional:
▪ Viabilidad del asunto. El profesional procurará disuadir al cliente de promover conflictos o ejercer
acciones judiciales sin fundamento y le aconsejará, en su caso, sobre las vías alternativas para la
mejor satisfacción de sus intereses.
Los arts. 14.3 y 18 del CD exigen informar al cliente de la circunstancia de compartir honorarios con
persona ajena a la profesión, salvo los supuestos de colaboración con otros profesionales suscritos
con sujeción al EGA; así como las circunstancias de pagar, exigir o aceptar comisiones u otro tipo de
compensación a terceros por hacerle enviado al cliente. Ello porque tales pagos, comisiones o servicios
están expresamente prohibidos según señalan esos preceptos, salvo que se informe al cliente de los
mismos.
▪ Derecho de asistencia jurídica gratuita.
▪ Consecuencias de una eventual condena en costas.
▪ Cuestiones que pudieran afectar a la independencia del profesional de la abogacía . Por ejemplo, rela-
ciones familiares, de amistad, económicas o financieras con la parte contraria o sus representantes.
▪ Colaboración con otros profesionales. Se informará de la posibilidad de solicitar la colaboración de
Además de todo ello, el art. 49 EGA señala que, si el cliente lo pide, se pondrá a su disposición:
▪ Referencia a las normas de acceso a la profesión de la Abogacía, así como los medios necesarios para
acceder a su contenido.
▪ Referencias de sus actividades multidisciplinares.
▪ Posibles conflictos de intereses y medidas adoptadas para evitarlos.
▪ Códigos deontológicos o de conducta a los que se encuentra sometido, así como la dirección en que
dichos Códigos pueden ser consultados.
La citada información complementaria se pondrá a disposición del cliente en el lugar de prestación del servicio,
por vía electrónica o bien en cualquier tipo de documento informativo que se facilite al cliente presentándole
los servicios de forma detallada.
En todo caso, la información referida a las actividades multidisciplinares, posibles conflictos de intereses y
medidas adoptadas para evitarlos deberá figurar siempre en todo documento informativo en el que el
profesional de la Abogacía presente detalladamente sus servicios al cliente.
Por último, el incumplimiento del deber de información que se recoge en los arts. 48 y 49 EGA constituye una
infracción grave conforme al art. 125.c) del propio Estatuto.
El profesional de la Abogacía, experto en leyes y conocedor de la técnica jurídica y de las estrategias judiciales,
habrá de actuar diligentemente informando a su cliente de su posición jurídica, de los distintos valores que se
ponen en juego en cualquiera de sus acciones u omisiones, asesorándole y proveyéndole de la defensa técnica
de sus derechos y libertades, garantizándole la contradicción, la igualdad de las partes tanto en el proceso
como fuera de él, encarnando su función el derecho a la defensa.
Cabe recordar aquí lo ya visto anteriormente sobre la actuación competente del abogado, que solo se podrá
encargar de un caso si está capacitado para ello y solicitar ayuda de otro profesional cuando lo precise, y la
obligación del secreto profesional.
2.1. DILIGENCIA
El deber de diligencia profesional exige al profesional de la Abogacía el desempeño de la función de
asesoramiento y defensa de los intereses de su cliente con el necesario rigor técnico y competencia profesional.
Se encuentra recogido en los arts. 47.3 y 31.1 EGA y 12.A.8 del CD.
Así, el art. 47.3 del EGA señala: “[El profesional de la Abogacía] deberá cumplir con la máxima diligencia la
misión de asesoramiento o defensa que le haya sido encomendada, procurando de modo prioritario la
satisfacción de los intereses de su cliente.”
Y el art. 12.A.8 del CD indica: “Se asesorará y defenderá al cliente con el máximo celo y diligencia asumiéndose
personalmente la responsabilidad del trabajo encargado sin perjuicio de las colaboraciones que se recaben.
Siempre se deberá intentar encontrar la solución más adecuada al encargo recibido, debiéndose asesorar al
cliente en el momento oportuno respecto a la posibilidad y consecuencias de llegar a un acuerdo o de acudir
a instrumentos de resolución alternativa de conflictos.”
Sobre esto último, el art. 12.A.1 dice que siempre se procurará la conciliación de los intereses en conflicto sin
llegar al litigio.
El TS tiene declarado que se impone “al Abogado actuar con diligencia, cuya exigencia debe ser mayor que la
propia de un padre de familia dados los cánones profesionales recogidos en su Estatuto y que sirven de buena
y estricta medida de actuación.”
La jurisprudencia también recoge que la relación entre abogado y cliente es un contrato de gestión, que
contiene elementos del arrendamiento de servicios y del mandato, en el que el deber de asesoramiento y
defensa implica como regla general una obligación de medios y no de resultado. Es decir, no hay falta de
diligencia por no conseguir el resultado querido si se ha seguido la “lex artis” general y las adaptadas al caso
concreto.
Conviene recordar aquí la independencia que tiene el letrado para desarrollar una determinada línea de
defensa conforme a su criterio, salvo que exista una manifiesta falta de conocimiento de la técnica jurídica
empleada. Esto no ampara, claro está, la dejación de funciones, la preclusión de trámites procesales, el error
técnico o la impericia por desconocimiento de la técnica jurídica. (Art. 47.4 EGA em este sentido).
La práctica permite identificar cuatro ámbitos del ejercicio profesional a los que alcanza el deber de diligencia.
1.º) Sobre la diligencia profesional, comunicación con el cliente para que en todo momento sepa cómo
transcurre el procedimiento, en qué le pueda afectar cada fase del mismo y pueda tomar las decisiones
correspondientes.
3.º) En cuanto a los aspectos procesales, se exige la observación escrupulosa de las leyes procesales. Será
falta de diligencia profesional la omisión de actuaciones necesarias o la preclusión de trámites.
Sin perjuicio de la responsabilidad civil o penal que corresponda, son supuestos de vulneración del deber
deontológico de diligencia profesional y son sancionables los siguientes:
▪ La falta de inicio de actuaciones una vez aceptado el encargo profesional. La falta de pago de provisión
de fondos no será excusa, aunque sí motivo para apartarse de la defensa.
▪ La omisión de actuaciones que den lugar a la prescripción o caducidad de acciones y derechos.
▪ La formulación de pretensiones de manera notoriamente incorrecta en la interpretación del derecho
sustantivo y su interpretación jurisprudencial.
▪ La presentación de escritos procesales y recursos sin reunir los requisitos formales requeridos por las
normas procesales, dando lugar a la pérdida de la posición procesal del cliente.
▪ La inobservancia de plazos procesales por presentación extemporánea de escritos u omisión de
trámites relevantes.
▪ La incomparecencia injustificada a un señalamiento.
▪ La renuncia, allanamiento, desistimiento o transacción efectuados por el profesional sin el
consentimiento expreso del cliente.
▪ La falta de interposición de recursos frente a resoluciones desfavorables a los intereses del cliente,
salvo instrucción expresa en contrario de éste.
▪ La pérdida de documentos.
▪ La falta de información al cliente sobre resoluciones trascendentes en el pleito.
▪ La simulación de la celebración de juicio u otras actuaciones judiciales y la existencia de sentencia o
acuerdo extrajudicial, con el objetivo de ocultar al cliente la falta de interposición de la demanda,
entre otras conductas.
Como ya se dijo, el profesional deberá identificarse, así como el Colegio al que pertenece, antes de la
prestación del servicio y de pedir contraprestación alguna.
El profesional de la Abogacía deberá adoptar las medidas necesarias para garantizar el secreto profesional,
obtener del cliente acreditación suficiente de su identidad y la restante información necesaria para prestar un
adecuado servicio.
Las comunicaciones confidenciales deberán enviarse encriptadas y con firma electrónica, siempre que las
circunstancias del cliente lo permitan.
Los servicios se considerarán prestados en el lugar donde se encuentre la sede del Juzgado en el caso de
actuaciones judiciales o en el lugar donde se encuentra colegiado el profesional de la Abogacía en el caso de
asesoramiento. Este tema es importante para saber cuál es el Colegio competente para ejercer la potestad
disciplinaria de ser necesario.
▪ Evolución del asunto y resoluciones relevante. El incumplimiento es una infracción muy grave (art.
125.c) EGA).
▪ Viabilidad de recursos u otras acciones contra resoluciones que pongan fin al proceso. Está relacionado
con el deber de diligencia profesional.
▪ Cuenta detallada de los fondos recibidos por el cliente o para este . Este deber es exigible, aunque el
cliente no lo solicite, cuando haya cesado la relación profesional. Es conocido como el deber de
rendición de cuenta. Art. 1720 CC, 14.1 y 19.6 CD.
Toda la información deberá proporcionarse por escrito al cliente si así lo solicita éste (art. 12.B.2 in fine CD),
respetando la confidencialidad de las comunicaciones, conversaciones y negociaciones con otros profesionales
de la Abogacía, salvo autorización de éstos (art. 5.3 CD sobre secreto profesional).
El incumplimiento del deber de los deberes de información recogidos en los arts. 48 y 49 EGA constituyen una
infracción grave del art. 125.c).
2. Los profesionales de la Abogacía deberán dar respuesta a las reclamaciones que se presenten en el plazo
más breve posible y, en todo caso, antes de un mes contado desde que se hayan recibido ”.
En cualquiera de los casos, el profesional de la Abogacía tiene que desplegar una conducta profesional íntegra,
honrada, leal, veraz y diligente en la finalización del encargo profesional.
El deber de diligencia profesional exigirá en los casos de finalización anticipada que se evite la indefensión o
la pérdida de derechos del cliente, que el profesional avise con la anticipación necesaria al cliente y al órgano
judicial o administración. Deberá informar al cliente de la situación del asunto, proporcionar al compañero los
datos e informaciones que le sean necesarios y asegurar la situación procesal o sustantiva del cliente antes
de poner fin a la relación profesional.
El art. 12.A.4 señala “la libertad de defensa comprende la de aceptar o rechazar el asunto en que se solicita
la intervención, sin necesidad de justificar su decisión”.
El EGA y el CD recogen causas concretas por las que el profesional puede cesar su labor. Así, el art. 12.A.5
CD y el art. 50.2 EGA señalan que la libertad de la defensa comprende la abstención o cesación en la
intervención cuando surjan discrepancias con el cliente. Por otro lado, el art. 16.3 CD indica que la falta de
pago de la provisión de fondos autoriza a cesar el encargo profesional.
Los límites a esta libertad del profesional estarían en el mandato por designación del turno de oficio y la
prohibición de provocar indefensión.
Ya se vio que el profesional no es libre para aceptar o rechazar un asunto que le llega por el turno de oficio.
De igual manera, no es libre para cesar unilateralmente la defensa del asunto. Recuerdan el art. 50.4 EGA y
12.A.6 CD que en estos casos la aceptación, rechazo, abstención o cese habrá de acomodarse a las normas
sobre asistencia jurídica gratuita. El profesional no podrá apartarse del asunto ni siquiera por causar baja en
el turno de oficio, salvo que no continúe en el ejercicio profesional.
En cuanto a la indefensión, el art. 50.3 EGA señala: “El profesional de la Abogacía podrá renunciar a la defensa
procesal que le haya sido confiada en cualquier fase del procedimiento, siempre que no se cause indefensión
al cliente, estando obligado a despachar los trámites procesales urgentes”.
En el mismo sentido, el art. 12.A.6 CD: “El que renuncie a la dirección letrada de un asunto habrá de notificarlo
por escrito y de forma fehaciente al cliente y realizar los actos necesarios para evitar su indefensión y la
pérdida de derechos. (…) La renuncia deberá hacerse siempre con tiempo suficiente para que la sustitución
en la defensa o en el asesoramiento se ejerza con total garantía”.
A esto hay que sumar el deber de información necesaria con el cliente y el posible nuevo profesional.
La causa de indefensión es una infracción muy grave recogida en el art. 124.g) del EGA.
En cuanto a la forma, el art. 12.A.11 del CD indica que: “ Se comunicará la renuncia a la defensa o al
asesoramiento de forma fehaciente, cualquiera que sea su causa, por escrito dirigido al cliente y, en su caso,
al órgano judicial o administrativo ante el que hubiere comparecido ”.
Hay que recordar que incumbe al profesional de la Abogacía el deber de preservar la independencia frente a
presiones o exigencias externar de los poderes públicos, económicos o fácticos, de los tribunales e incluso de
otros miembros del despacho. Si no es posible, deberá cesar en el encargo.
En cuanto al secreto profesional, el abogado deberá cesar en su intervención cuando éste se vea comprometido
por las circunstancias. La vulneración del secreto profesional es una infracción muy grave (art. 124.f) EGA).
En cuanto al conflicto de intereses, el art. 51.3 EGA señala: “Cuando surja un conflicto de intereses entre dos
clientes el profesional de la Abogacía deberá dejar de actuar para ambos, salvo autorización expresa por
escrito de los dos para intervenir en defensa de uno de ellos”. En el mismo sentido, art. 12.C.2 CD.
Cuestión distinta es la recogida en el art. 12.C.3 del CD: “ Sin embargo, se podrá intervenir en interés de todas
las partes en funciones de intermediación o en la preparación y redacción de documentos de naturaleza
contractual, debiendo mantenerse en tal supuesto una estricta y exquisita objetividad ”.
El art. 12.C.6 prohíbe ocuparse de un asunto de un conjunto de clientes afectados por una misma situación
cuando surja un conflicto de intereses, exista riesgo de vulneración del secreto profesional o pueda estar
afectada la libertad de independencia.
Los arts. 42.4 y 12.C.8 recuerda que, en el caso de despachos colectivos, las normas son aplicables a todos
sus miembros. No podrá continuarse con un asunto si se produce un conflicto de intereses entre distintos
miembros del despacho.
Las infracciones por conflicto de intereses son faltas graves recogidas en los arts. 125 i) y j) del EGA.
En todos los supuestos de renuncia obligada, el profesional habrá de evitar la indefensión y la pérdida de
derechos del cliente. Tendrá que comunicarle el cese de manera fehaciente, por escrito y con tiempo suficiente,
poner a su disposición la información necesaria y realizar la comunicación necesaria, en su caso, al órgano
judicial o a la administración.
La sustitución viene regulada en los arts. 60 del EGA y 8 del CD y se ve en profundidad en el tema 10. Aquí
vemos las cuestiones que incumben al profesional de la Abogacía sustituido en orden al cierre de la relación
profesional con su cliente.
Esta comunicación (venia) viene a establecer el momento en que cesarán las responsabilidades de uno y
comenzarán las del otro. Por eso se impone al profesional sustituido la obligación de acusar recibo de la misma
al compañero en la mayor brevedad.
Se impone al profesional de la Abogacía sustituido el deber de poner a disposición del sustituto la información
y documentación relativa al asunto que obre en su poder, así como proporcionarle los datos e informaciones
que le sean necesarios. El no hacerlo es una infracción grave recogida en el art. 125.a).vi EGA.
Si el profesional sustituido era del turno de oficio y el sustituto es de libre designación, el letrado de oficio
deberá comunicárselo al Colegio de Abogados.
En asuntos ante órganos judiciales, el profesional sustituido lo puede comunicar y el sustituto lo debe
comunicar.
Para terminar, asiste al profesional de la Abogacía sustituido el derecho al cobro de honorarios por los servicios
prestados, para cuya gestión puede recabar la ayuda del sustituto, que deberá informar de ello al cliente.
El profesional de la Abogacía siempre debe tener a disposición del cliente su documentación, no pudiendo
retenerla ni con la excusa del pago pendiente de honorarios (art. 12.A.10 CD).
La petición del cliente puede ser por la finalización de la relación profesional o porque necesite la
documentación para otros usos.
No entra en este derecho del cliente lo documentos aportados en sede judicial. El desglose de estos
documentos se podrá pedir al juzgado bien directamente por el cliente, bien por su representación procesal.
No hay retención del letrado.
Es recomendable que el profesional pida que le firme un recibí al cliente cuando le devuelva su documentación
para documentar el cumplimiento de su obligación.
El letrado podrá conservar copia de los documentos y en ningún caso entregará copia de las comunicaciones
entre profesionales de la Abogacía, pues están amparadas por el secreto profesional (art. 5.6 CD).
El profesional de la Abogacía deberá entregar una factura al cliente, que cumpla los requisitos legales y fiscales
correspondiente, donde desarrollará los conceptos de honorarios y gastos (art. 28 EGA en relación con el art.
14 CD).
El retraso a realizar la liquidación de honorario es una infracción grave recogida en el art. 125.p) del EGA.
Los Colegios Profesionales pasaron de fijar honorarios mínimos a fijar honorarios orientativos, regulándose el
principio d libertad en la fijación de honorarios. Éstos se fijarán libremente entre abogado y cliente respetando
las normas deontológicas y sobre competencia desleal. Se prohíbe el pacto de cuota litis en sentido estricto
(ahora ha desaparecido esa prohibición).
En 2009 se reforma nuevamente la Ley sobre Colegios Profesionales, dado que las normas colegiales podían
propiciar restricciones de la competencia contrarias al objetivo liberalizador de la Directiva 2006/123/CE del
Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a los servicios del mercado interior.
Con la reforma, los Colegios Profesionales y sus organizaciones colegiales no podrán ya establecer baremos
orientativos ni ninguna otra orientación, recomendación, directriz, norma o regla sobre los mismos.
Únicamente podrán elaborar criterios orientativos a los exclusivos efectos de la tasación de costas y jura de
cuentas, igualmente válido para el cálculo de la tasación de costas en asistencia jurídica gratuita.
El vigente Estatuto General de la Abogacía Española recoge estas previsiones en el art. 29: “Los Colegios de
la Abogacía podrán elaborar criterios orientativos de honorarios a los exclusivos efectos de la tasación de
costas y de la jura de cuentas de los profesionales de la Abogacía así como informar y dictaminar sobre
honorarios profesionales, pudiendo incluso emitir informes periciales, en los términos del artículo 5.o) de la
Ley 2/1974, de 13 de febrero, sobre Colegios Profesionales. Los citados criterios serán igualmente válidos para
el cálculo de honorarios que correspondan a los efectos de tasación de costas en asistencia jurídica gratuita.”
Por otro lado, en el 2001 se regula por primera vez la tenencia de fondos del cliente y en 2019 el Código
Deontológico profundiza en la misma, pues el ejercicio colectivo y multidisciplinar de la profesión, junto a las
técnicas que ofrecen las entidades financieras, aconsejaban insistir en esa regulación, manteniendo los fondos
de los clientes identificados, separados de los propios del bufete y siempre a disposición de aquellos, lo que
contribuye a la transparencia en la actuación del profesional de la Abogacía, fortaleciendo la confianza con el
cliente.
La compensación económica del profesional de la Abogacía podrá asumir la forma de retribución fija, periódica
o por horas e incluso desde 2008 queda autorizado el cobro de honorarios en función de un porcentaje sobre
el resultado del encargo (“cuota litis” en sentido estricto), algo hasta entonces prohibido.
Se consideraba que este acuerdo, en cuanto a asociación y participación del cliente en el resultado del pleito,
ponía en riesgo la independencia y la libertad del letrado, que dejaba de ser defensor para convertirse en
socio de su cliente, lo que, además de adulterar la función de defensa podía provocar el desamparo o
discriminación de ciudadanos que han de reivindicar derechos de escasa entidad patrimonial o cuya tutela
resulta dificultosa. En embargo, en el año 2008 el Tribunal Supremo (recurso de casación 5837/2005, de 4 de
noviembre de 2008) supera esta interpretación y autoriza esta práctica.
De este modo, en la actualidad la normativa deontológica regula la libertad de fijación de honorarios, sin
limitación alguna, salvo el respeto a la propia legislación deontológica y sobre la defensa de la competencia y
competencia desleal.
La trasposición de la citada Directiva tiene lugar en nuestro país por medio de la Ley sobre libre acceso a las
actividades de servicios y su ejercicio (Ley 17/2009) (Ley Paraguas) y la promulgación de la correlativa Ley de
modificación de diversas leyes para su adaptación a dicha norma (Ley 25/2009) (Ley Ómnibus), que introduce
importantes reformas en la regulación de los Colegios Profesionales.
Esta Ley es la suprime la función de establecer baremos orientativos en materia de honorarios. Su art. 14
indica: “Los Colegios Profesionales y sus organizaciones profesionales no podrán establecer baremos
orientativos ni cualquier otra orientación, recomendación, directriz, norma o regla sobre honorarios
profesionales.”
No obstante, la Ley Ómnibus añade una Disposición Adicional Cuarta a la Ley sobre Colegios Profesionales:
“Los Colegios podrán elaborar criterios orientativos a los exclusivos efectos de la tasación de costas y de la
jura de cuentas de los Abogados. Dichos criterios serán igualmente válidos para el cálculo de honorarios y
derechos que correspondan a los efectos de tasación de costas en asistencia jurídica gratuita.”
Esta Disposición respondía a la necesidad de dejar a salvo las competencias que a los Colegios de Abogados
atribuye la vigente legislación procesal en orden a facilitar a los órganos judiciales un informe técnico-pericial
de valoración para la fijación definitiva de los honorarios tras el correspondiente procedimiento de tasación de
costas o jura de cuentas cuando hay discrepancias.
En la práctica se confunden con cierta frecuencia los baremos de honorarios profesionales y los criterios
orientativos a los efectos de tasación de costas y juras de cuentas. Se trata de dos conceptos distintos.
Los baremos constituían una lista de tarifas elaborada por los Colegios de Abogados para el cálculo de los
honorarios profesionales en todo tipo de actuaciones, ya fuera actuación judicial o extrajudicial (ej: salidas de
despacho, reuniones…).
Por su parte, los criterios constituyen un conjunto de reglas conforme a las cuales se establece un juicio o se
toma una determinación sobre los honorarios profesionales, viniendo referidos exclusivamente a actuaciones
judiciales, en tanto que su elaboración obedece a la emisión de dictámenes sobre honorarios profesionales
que sean requeridos por los órganos judiciales a los Colegios de Abogados, ya sea en los procedimientos de
tasación de costas o cuando se plantee litigio sobre tales honorarios en las denominadas juras de cuentas.
En la actualidad el art. 29 del EGA recoge la previsión de que los Colegios de la Abogacía podrán elaborar
criterios orientativos de honorarios a los exclusivos efectos de la tasación de costas y jura de cuentas de los
profesionales de la Abogacía, así como informar y dictaminar sobre honorarios profesionales, pudiendo incluso
emitir informes periciales, todo ello en los términos de la Ley sobre Colegios Profesionales. Igualmente serán
válidos para calcular los honorarios a los efectos de tasación de costas en asistencia jurídica gratuita.
También se hará saber las consecuencias que puede tener una eventual condena en costas y su cuantía
aproximada. El art. 15.c) del CD no dice nada de esto último, pero también es recomendable ponerlo en la
hoja de encargo.
Para hacer efectiva su remuneración, el profesional de la Abogacía deberá entregar factura o minuta al cliente,
la cual debe cumplir los requisitos legales y fiscales correspondientes, donde expresará detalladamente tanto
los conceptos determinados de los honorarios y la relación de los gastos efectuados y pendientes de
reembolso, como los que prevea. Se recomienda utilizar factura electrónica.
Por otro lado, el CD indica que podrá emitirse una factura proforma, mediante la cual se notificará de antemano
al cliente sus honorarios sin exigir su pago.
En los supuestos de ejercicio individual de la profesión como titular del propio despacho profesional, indica el
art. 35.2 EGA que los honorarios a cargo del cliente se devengarán a favor del titular del despacho, aun en el
caso de que las actuaciones fueran realizadas por otros profesionales de la Abogacía por delegación o
sustitución. Dicho titular del despacho responde de los honorarios debidos a los profesionales de la Abogacía
a los que encargue o delegue actuaciones, incluso aunque el cliente dejase de abonarlas, salvo pacto escrito
en contrario.
En cuanto al ejercicio colectivo en forma no societaria, prevé el art. 42.3 EGA que los honorarios
corresponderán al colectivo sin perjuicio del régimen interno de distribución que hayan convenido conforme a
las normas de funcionamiento del despacho.
Por lo que respecta al ejercicio colectivo en forma societaria, según se infiere del art. 28 del Estatuto, la
obligación de emitir y entregar factura al cliente corresponde a la sociedad profesional.
El art. 14.3 CD añade: “Igualmente está prohibido compartir honorarios con persona ajena a la profesión,
salvo los supuestos de convenios de colaboración con otros profesionales, suscritos con sujeción al Estatuto
General de la Abogacía Española, o salvo que se informe al cliente de esta circunstancia ”.
Al respecto señala el art. 68.l) del EGA como una de las funciones de los Colegios de Abogados: “Intervenir,
previa solicitud de los interesados, en vías de conciliación, mediación o arbitraje en las cuestiones que por
motivos profesionales se susciten entre los colegiados o entre estos y sus clientes. Especialmente, les
corresponde resolver las discrepancias que puedan surgir en relación con la actuación profesional de los
colegiados y la percepción de sus honorarios, mediante laudo al que previamente se sometan de modo expreso
las partes interesadas.”
Desde la entrada en vigor de la Ley 5/2012, de 6 de julio, de mediación en asuntos civiles y mercantiles, un
importante número de Colegios de Abogados han constituido sus propios servicios de mediación, abarcando
algunos de ellos la mediación en servicios profesionales, en materia deontológica y de turno de oficio, así
como de posibles responsabilidades derivadas del ejercicio de la abogacía, según lo previsto en el art. 11 CD.
Se distinguen dos tipos de fondos: De un lado, los pagos a cuenta de honorarios profesionales y, de otro, las
provisiones a cuenta de gastos (suplidos), es decir, aquellos destinados para atender a gastos por cuenta del
cliente que se generen en la tramitación del asunto (derechos del procurador, notaría, registros, burofax…).
Los pagos a cuenta de honorarios vienen regulados en los tres primeros apartados del art. 16 CD:
“1. Se podrá solicitar la entrega de cantidades en pagos a cuenta de honorarios tanto con carácter previo
como durante la tramitación del asunto.
2. Su cuantía deberá ser acorde con las previsiones del asunto y el importe estimado de los honorarios
definitivos.
3. La falta de pago autorizará a renunciar o condicionar la aceptación del encargo profesional o a cesar en él.”
La obligación de rendir cuentas de estas provisiones se encuentra recogida en el art. 14.1 , in fine, del CD, que
indica que será obligatorio emitir la oportuna liquidación de honorarios y de la provisión de fondos recibida y
poner a disposición del cliente el importe sobrante, en su caso, en el plazo más breve posibles desde que cese
la defensa del asunto.
La rendición de cuenta se habrá de realizar en la propia factura o minuta donde se liquiden los honorarios
profesionales.
En cuanto a la provisión de fondos a cuenta de gastos suplidos, los mismos aparecen recogidos en los
apartados 4 y 5 del art. 16 CD.
“4. Igualmente, se podrá solicitar en concepto de provisión de fondos una cantidad para atender los gastos
suplidos que importe el encargo, debiendo cumplirse con lo previsto en el artículo 20 de este Código ”
(tratamiento de fondos ajenos).
La obligación de rendir cuentas de estas provisiones de fondos a cuenta de gastos se encuentra recogida en
el art. 19.6 CD: “Los fondos recibidos o su saldo, salvo excepciones debidamente justificadas, deberán
devolverse o acreditarse a quien los proveyó, con la correspondiente rendición de cuentas.”
A este respecto resulta importante indicar que está prohibida la detracción, compensación y autoliquidación
de estos fondos, o su sobrante, con honorarios profesionales del abogado, salvo autorización expresa y escrita
del cliente para llevarlo a efecto.
Finalmente, el art. 16.5 del CD indica que de todas las provisiones de fondos recibidas, ya sean a cuenta de
honorarios profesionales o destinados al pago de gastos, se extenderá el correspondiente justificante. Aquí
conviene recordar que los pagos a cuenta de honorarios profesionales deberán cumplir con la obligación de
emitir factura y las demás que imponga la legislación fiscal, como la del devengo del IVA.
Durante la ejecución del encargo, el profesional puede recibir dinero o valores de clientes o de terceros
(cantidades consignadas por la parte contraria para la entrega al cliente, bienes muebles o valores en
cumplimiento de un acuerdo transaccional…). Asimismo, las provisiones de fondos recibidas del cliente para
atender a gastos o las sumas entregadas por éste para constituir una fianza, para su aportación como capital
social, etc.
El art. 19 del CD trata este tema. Se impone al profesional de la Abogacía obligaciones de identificación de
quien se las entrega, de individualización y depósito de los mismos, contabilización y registro, así como
prohibición de pagos con cargo a ellos, incluida la detracción de honorarios del propio abogado y la obligación
de rendición de cuentas, todo ello en aras de la mayor transparencia en la actuación del profesional de la
Abogacía.
En cuanto a la obligación de identificar a la persona que entrega los fondos, el 19.5 CD dice que deberá
siempre comprobarse la identidad exacta de quien entrega dichos fondos, siendo esta obligación recogida por
las normas de prevención de blanqueo de capitales.
En cuanto al depósito e individualización de los fondos, indican los apartados 1 a 3 que, cuando se esté en
posesión de dinero o valores de clientes o de terceros, concurre la obligación de mantenerlos depositados con
disposición inmediata en una cuenta específica abierta en un banco o entidad de crédito. No cabe por tanto
su depósito a plazo.
Asimismo, los depósitos de estos fondos no podrán ser concertados ni confundidos con fondos propios o del
bufete y deben estar vinculados directamente con los clientes y con las actuaciones que le han sido
encargadas. Los fondos depositados en dicha cuenta deberán ser individualizados de manera separada y clara,
preferiblemente mediante subcuentas, correspondientes a los diversos procesos o asesoramientos que asuma
el profesional, de forma que puedan identificarse los movimientos de entrada y salida, su finalidad y la
utilización que se haya hecho de tales fondos. Los movimientos de fondos entre subcuentas están prohibidos,
salvo casos justificados, no pudiendo presentar ninguna de tales subcuentas un saldo deudor.
El art. 19.1 señala que deberá llevarse la contabilidad y registro de tales cantidades.
Por lo que se refiere a la prohibición de pagos, el apartado 4 señala que, salvo mandato legal, judicial o
consentimiento expreso del cliente o del tercero por cuenta de quien se haga, queda prohibido cualquier pago
efectuado con dichos fondos. Esta prohibición incluye la detracción de los propios honorarios del profesional
de la Abogacía, salvo autorización expresa y escrita.
Por último, en los apartados 6 y 7 se impone un deber de rendimiento de cuentas de los fondos recibidos o
su saldo, los cuales, salvo excepciones, debidamente justificadas, deberán devolverse o acreditarse a quien
los poseyó, con la correspondiente rendición de cuentas, no pudiendo retenerse más tiempo que el
estrictamente necesario, incluso si adeudan honorarios profesionales, quedando prohibida la compensación y
autoliquidación, salvo autorización expresa y escrita.
Art. 18 CD: “No se podrá pagar, exigir ni aceptar comisiones, ni ningún otro tipo de compensación a terceros
por haberle enviado un cliente o recomendado a posibles clientes futuros, salvo que se informe al cliente de
esta circunstancia.”
Conviene recordar que el pago, cobro, exigencia o aceptaciones de comisiones u otro tipo de compensación
de otro profesional de la Abogacía o de cualquier persona, infringiendo las normas legales sobre competencia
o deontológicas es constitutivo de infracción grave (art. 125.o) EGA).
En cuanto a honorarios profesionales y gastos incurridos, cabe destacar la negativa o retraso injustificado a
rendir cuentas del encargo profesional o a hacer la correspondiente liquidación de honorarios y gastos exigida
por el cliente. Es una infracción grave recogida en el art 125.p) del EGA.
Por lo que respecta a la rendición de cuentas de fondos ajenos, pueden existir las siguientes infracciones:
Compensación de honorarios con fondos del cliente que no fueron recibidos como provisión, sin su
consentimiento (infracción grave del art. 125.q) EGA), la retención o apropiación de cantidades
correspondientes al cliente y recibidas por cualquier concepto (infracción muy grave del art. 124.K) EGA) y la
retención de documentos del cliente bajo el pretexto de tener pendiente el cobro de honorarios (infracción
grave del art. 125.a).v del EGA).
En otro orden, en los supuestos de cambio de profesional de la Abogacía por sustitución en la defensa a
instancia del cliente y en los de renuncia del profesional a proseguir la defensa, pueden ser objeto de sanción
la falta injustificada de toda gestión para el pago de los honorarios devengados por el compañero sustituido
(infracción grave del art. 125.u) del EGA en relación con el art. 8.4 CD), la inducción injustificada al cliente a
no abonar los honorarios devengados por un compañero (infracción grave del art. 125.a).iv del EGA) y la
impugnación reiterada e injustificada de los honorarios del letrado que le ha precedido en la defensa instando
juras de cuentas (infracción leve del art. 126.c) EGA en relación con el art. 17 CD).
Por último, en materia de asistencia jurídica gratuita, la indebida percepción de honorarios, derechos o
beneficios económicos por los servicios derivados de la Ley de Asistencia Jurídica Gratuita será una infracción
muy grave (arts. 42.a) de la mencionada Ley y 124.j) del EGA).
INTRODUCCIÓN
Los derechos y obligaciones referidos a esta cuestión están regulados tanto en el Estatuto General de la
Abogacía Española [EGAE] (arts. 59, 55-58 y 53) como en el Código Deontológico de la Abogacía Española
[CD] (arts. 10, 11 y 13).
Los principios fundamentales que inspiran la actuación profesional de la Abogacía son, igualmente, la base
sobre la que se regulan las relaciones de dichos profesionales con los distintos grupos con los que debe
relacionarse en el ejercicio de su actuación profesional.
▪ Respecto a los contactos a mantener con los compañeros que ejercen la Abogacía, cabe recordar que las
reuniones se celebrarán en lugar que no suponga situación privilegiada para ninguno de ellos. Del mismo
modo deber recibir siempre y con la máxima urgencia máxima urgencia al compañero que le visite en su
despacho por asuntos profesionales y con preferencia a cualquier otra persona que guarde espera, sea o
no cliente, y en caso de imposibilidad de inmediata atención dejará momentáneamente sus ocupaciones
para saludarle y justificar la demora. Por cuanto se refiere a las comunicaciones escritas o telefónicas
recibidas de otros compañeros, debe atenderlas el Abogado inmediatamente y estas últimas además debe
hacerlo personalmente (art. 7, 8 y 9 CD).
▪ En las disputas sobre honorarios profesionales el Abogado deberá procurar la solución extrajudicial de las
reclamaciones de honorarios propias o de otros compañeros ya sea mediante la transacción, la mediación
o el arbitraje del Colegio (art. 11.6 CD). Igualmente, es reprobable la reiterada e injustificada impugnación
de las minutas de otros profesionales de la Abogacía (art. 126 c) EGAE y art. 17 CD).
▪ En relación al deber de secreto profesional debemos recordar que, de manera genérica y con las
excepciones legalmente previstas, ha de mantenerse como materia reservada cualquier tipo de
comunicación entre profesionales de la abogacía, con prohibición de revelarla, aportarla a los tribunales o
darle cualquier uso, sin autorización expresa del remitente y destinatario, o cuando el remitente deje
expresa constancia de que no están sujetas a secreto profesional. La citada confidencialidad debe
extenderse igualmente a las comunicaciones mantenidas con abogados extranjeros que deben ser
consideradas también de carácter confidencial o reservado, siendo recomendable que se requiera del
colega extranjero igual tratamiento (art. 11.11 CD).
2.1. Cuando le conste que cuenta con asistencia letrada, el profesional de la abogacía no podrá entrar
en contacto directo con la parte contraria y solo se podrá relacionar con ella a través de su profesional de la
abogacía, salvo que este lo autorice expresamente (art. 53.1 EGAE y art. 13.1 CD). Por lo que respecta a la
constancia sobre la existencia de asistencia letrada, no resulta necesaria que la misma sea expresa, bastando
con que sea deducible de la situación del contrario (como puede ser en el caso de existencia de proceso
judicial), si bien la primera e inicial toma de contacto, a efectos de recabar información y con consulta sobre
la existencia de defensa letrada, suele ser comúnmente admitida.
De lo anteriormente expuesto, resulta que la falta de autorización, o negativa expresa, del defensor de una
de las partes para establecer contacto con su cliente, supone, de hecho, una prohibición de contacto para el
abogado contrario, con independencia de su valoración sobre los hechos que pudieran justificar la misma.
La finalidad de dicha norma, limitando el contacto del profesional de la abogacía con la parte contraria a la
defendida, no es otro que la defensa de la dignidad del ejercicio profesional, al tratar de evitar, para el
profesional encargado de la defensa de una de las partes, el compromiso derivado de la recepción por su
cliente de una comunicación directa del abogado contrario, conminándole, requiriéndole, o simple- mente
recomendándole alguna actuación concreta, sin que su propio abogado pueda hacer nada por impedirlo. Es
por ello que la propia norma prevé la existencia de una excepción, o dispensa, a dicha limitación en el
establecimiento de contacto directo con la parte contraria, en el caso de autorización expresa del defensor de
la misma.
2.2. Por su parte, si la parte contraria no estuviese asistida por profesional de la Abogacía, el
interviniente deberá evitarse toda clase de abuso y abstenerse de cualquier acto que determine una lesión
injusta. En todo caso, le recomendará que designe profesional de la Abogacía (art. 53.2 EGAE y art. 13.2 y 3
del CD).
Respecto al contenido y delimitación del concepto de lesión injusta, a falta de una definición para la misma
por parte de la normativa aplicable, doctrinalmente se ha interpretado esta como un perjuicio, ya sea material
o moral, innecesario o con causa ilícita. En tal sentido, la doctrina mayoritaria considera como elementos
constitutivos del tipo de la infracción de lesión injusta de la parte contraria: la falta de justificación de la misma
(al resultar la lesión innecesaria, o no guardar relación directa con el objeto del encargo), su objetividad
(viniendo determinada por su propia naturaleza y circunstancias, y no por lo que subjetivamente considere la
parte ofendida), el carácter alevoso (generando indefensión a la parte contraria) y su apreciación palmaria
(sin necesidad de tener que revisar pormenorizadamente la actuación facultativa del profesional de la
Abogacía).
Las dos infracciones descritas, el contacto directo con la parte contraria y la lesión injusta a la parte contraria,
son independientes no siendo necesaria la concurrencia de la segunda de ellas para que la primera pueda
perfeccionarse y ello pues, como se ha explicado anteriormente, el bien jurídico protegido por ambas normas
es independiente, siendo la dignidad en el ejercicio de la profesión en el primer caso y la evitación de un daño
injusto a un tercero en el segundo.
Asimismo, establece que en su intervención ante los órganos jurisdiccionales, el profesional de la Abogacía
deberá atenerse en su conducta a la buena fe, prudencia y lealtad. La forma de su intervención deberá guardar
el debido respeto a dichos órganos y a los profesionales de la Abogacía defensores de las demás partes (art.
55.2 EGAE).
En todo caso se atenderá a las indicaciones que, en su ejercicio de la policía de estrados, pueda adoptarse
por el órgano judicial.
Asimismo, deberán denunciar el retraso ante la Junta de Gobierno del correspondiente Colegio para que pueda
adoptar las actuaciones pertinentes.
Los Colegios establecerán protocolos de actuación para que ante la reiteración de retrasos injustificados se
presente la correspondiente denuncia ante el Consejo General del Poder Judicial.
3.3.2. En relación al cumplimiento por parte del profesional de la Abogacía de los horarios en las actuaciones
judiciales, en caso de no poder cumplir dicho horario deberá comunicar con la debida antelación tanto al
Juzgado o Tribunal como a los compañeros que intervengan, cualquier circunstancia que le impida a él o a su
cliente acudir puntualmente a una diligencia. Dicha norma merece una especial atención, por la dificultad que,
en ocasiones, supone su estricto cumplimiento, tanto por la acumulación de señalamientos como por los
incumplimientos de horarios y dificultades en los traslados. En tal sentido, debemos recordar que la
incomparecencia injustificada a cualquier diligencia judicial, siempre que cause un perjuicio a los intereses
cuya defensa le hubiere sido confiada, supone, con independencia de las consecuencias procesales que
pudieran derivarse, la comisión de una infracción grave de las previstas en el art. 125 ñ) del EGAE.
Asimismo, ha de conceder a los demás profesionales de la Abogacía que intervienen en el asunto un plazo
prudencial de espera para la celebración de actuaciones si, en su caso, el Tribunal lo autoriza para evitar la
indefensión del adversario.
3.4.1. En su actuación ante los Juzgados y Tribunales son libres e independientes, gozarán de los derechos
inherentes a la dignidad de su función y podrán ser amparados en su libertad de expresión y defensa, en los
términos previstos en las normas aplicables.
3.4.2. Si el profesional de la Abogacía considerase que la autoridad, juez o tribunal coarta la independencia y
libertad necesarias para cumplir sus deberes profesionales, o que no se guarda la consideración debida a su
función, podrá hacerlo constar así ante el propio juzgado o tribunal y dar cuenta a la Junta de Gobierno. La
Junta, si estimare fundada la queja, adoptará las medidas activas para amparar la libertad, independencia y
dignidad profesionales.
3.4.3. Los Colegios notificarán los amparos concedidos a las autoridades, jueces o tribunales que hayan
coartado la libertad e independencia de los profesionales de la Abogacía y denunciarán dichas conductas,
cuando proceda, ante el consejo General del Poder Judicial y las instituciones pertinentes. Asimismo, los
Colegios de la Abogacía promoverán formulas para ser oídos ante las Salas de Gobierno de sus respectivos
Tribunales Superiores de Justicia en los expedientes gubernativos seguidos contra cualquier profesional de la
Abogacía y sus recursos.
3.4.4. Por su parte, los profesionales de la Abogacía habrán de guardar respeto a todos cuantos intervienen
en la administración de Justicia, exigiendo a la vez el mismo y recíproco comportamiento de estos respecto de
los Abogados; y exhortar a sus patrocinados o clientes a la observancia de una conducta respetuosa respecto
de las personas que actúan en los órganos jurisdiccionales (actuación tipificada como infracción grave en el
art. 125 e) EGAE).
Así mismo, en sus actuaciones y escritos, evitará toda alusión personal, oral, escrita o mediante gestos, sea
de aprobación o de reproche, al Tribunal y a cualquier persona relacionada con el mismo o que ante él
intervenga.
De igual modo, no podrá divulgar o someter a los tribunales una propuesta de arreglo amistoso hecha por la
defensa de la parte contraria, sin su autorización expresa. Dicha situación se puede encuadrar en la protección
genérica del deber de secreto profesional, si bien se ha querido destacar en función del especial ámbito en el
que se produce la vulneración del deber de secreto.
Por último, señalar que las normas deontológicas reguladoras de las relaciones con la administración de justicia
con igualmente aplicables a las relaciones con árbitros.
INTRODUCCIÓN
El derecho a la asistencia jurídica gratuita es un derecho constitucional (art. 119 CE) en virtud del cual “la
justicia será gratuita cuando así lo disponga la ley, y, en todo caso, respecto de quienes acrediten insuficiencia
de recursos para litigar”.
Su finalidad es la de garantizar el acceso efectivo a la justicia de todos aquellos que no dispongan de recursos
suficientes, materializando así el derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24 CE) como derecho fundamental.
La Ley 1/1996 de asistencia jurídica gratuita da respuesta a tal mandato constitucional para todo tipo de
procesos judiciales, incluidos los recursos de amparo, la vía administrativa previa cuando así se establezca en
la legislación específica, y así como el el asesoramiento previo al proceso, con vistas a asegurar que los
ciudadanos más desprotegidos puedan proveerse de los profesionales necesarios y ver adecuadamente
defendidos sus derechos e intereses legítimos.
Los Colegios de la Abogacía y los profesionales de la Abogacía cumplen en el sistema de asistencia jurídica
gratuita una importante labor de servicio público.
En cuanto a los Colegios de la Abogacía, velarán por que toda persona tenga accesos a la obtención de
asesoramiento jurídico, a la justicia y disponga de la asistencia de un profesional de la Abogacía para la defensa
de sus derechos e intereses legítimos, incluso auxiliándole para que designe profesional de la Abogacía de su
elección o de oficio, con o sin reconocimiento del derecho de asistencia gratuita (art. 6.3 EGAE).
Por lo que se refiere a los profesionales de la Abogacía, el art. 30 del EGAE afirma que corresponde a dichos
profesionales prestar los servicios obligatorios de asistencia letrada y de defensa gratuitas en los términos y
en los supuestos previstos en las leyes, así como el asesoramiento y defensa de quienes deseen ejercer sus
derechos ante cualquier jurisdicción o Administración, y no cuenten con profesional de la Abogacía que les
defienda o asesore, con la obligación de abonar sus honorarios.
La legislación hasta ese momento era muy dispersa, regulándose en distintas normas procesales (LEC 1881
en el orden civil, la LECRIM 1882 en el orden penal, la LPL en la jurisdicción social y en la Ley reguladora de
la Jurisdicción Contencioso-administrativa en el orden contencioso- administrativo).
En estas normas se configuraba un sistema de reconocimiento judicial del derecho con un reducido elenco de
beneficios, como el nombramiento de abogado y procurador sin obligación de pagarles derechos, y en el que
el interesado solicitaba la “declaración de pobreza” en el Juzgado o Tribunal que conociera el pleito o causa,
siendo considerado como un incidente del asunto principal (requería audiencia del litigante contrario, y del
MF, salvo en el orden laboral, en el que intervenía el Abogado del Estado).
Hasta el año 1986 el desempeño de la asistencia letrada al detenido o preso y la asistencia de abogado en
todo tipo de procesos se vino asumiendo de forma desinteresada por la Abogacía española. A partir de dicho
año, el legislador consideró que se hacía conveniente que el Estado subvencionara tales prestaciones,
autorizando al gobierno para regular el procedimiento necesario al efecto.
Con la entrada en vigor de la Ley 1/1996 de 10 de enero, se mantiene el carácter remunerado de la prestación
del servicio con cargo a los fondos públicos (art. 37), concretamente, las Administraciones Públicas
competentes subvencionarán con cargo a su dotaciones presupuestarias la implantación, atención y
funcionamiento de los servicios de asistencia jurídica gratuita por los Colegios de Abogaos y de Procuradores.
Además, la Ley 1/1996 configura un derecho más completo, ampliando su contenido material, añadiendo 6
nuevas prestaciones a los beneficios anteriormente consagrados, tales como el asesoramiento y la orientación
previos a la iniciación del proceso, la asistencia pericial en el mismo, y la reducción sustancial del coste para
la obtención de escrituras y documentos notariales y de aquellos documentos emanados de los Registros
Públicos que puedan ser precisos para las partes en el proceso.
Con la reforma se buscó también desjudicializar el procedimiento de reconocimiento, que pasará a dirimirse
en sede administrativa, al entender que valoración de la concurrencia de los requisitos legales para poder
disfrutar del derecho a a la asistencia jurídica gratuita no es en sentido estricto una función jurisdiccional. De
este modo se alivia de carga de trabajo de Juzgados y Tribunales a la vez que se agiliza la resolución de las
solicitudes de los ciudadanos
En este procedimiento administrativo serán los Colegios de la Abogacía quienes inicien con carácter previo la
tramitación ordinaria de las solicitudes, analizando las pretensiones y acordando las designaciones o
denegaciones provisionales que correspondan.
Por otra parte se crearon las Comisiones de Asistencia Jurídica Gratuita, como órganos administrativos
responsables de la decisión final (que no obstante, es susceptible de impugnación judicial) de modo que los
juzgados y Tribunales no quedan totalmente apartados del reconocimiento del derecho, pues la ley garantiza
su control judicial en vía de recurso.
Uno de los mayores obstáculos para el acceso a la justicia es el coste de la defensa y asesoramiento legal,
cuyo aseguramiento conlleva la garantía de acceso fundamental a la tutela judicial efectiva, que tal y como
determina el art 119 CE , la justicia será gratuita cuando así lo disponga la ley, y en todo caso, respecto de
quienes acrediten insuficiencia de recursos para litigar. Tal previsión Constitucional fue objeto de desarrollo
en la LO 6/1985, y remite a la ley ordinaria para la regulación del sistema de justicia gratuita.
En virtud de tal reserva de ley, el legislador ordinario ha dado cumplimiento al mandato constitucional y articula
un sistema de justicia gratuita a través de la ley 1/1996 para facilitar a quienes acrediten insuficiencia de
recursos para litigar con sus propios medios la obtención de asesoramiento en Derecho, y la disposición de
los medios materiales necesarios para acceder a la tutela judicial efectiva de sus derechos e intereses legítimos.
Esta ley recoge de forma completa el contenido material de la asistencia jurídica gratuita como un conjunto
de prestaciones asociadas al derecho contemplado en el art. 119 CE y define las normas generales a las que
debe sujetarse el procedimiento para su reconocimiento.
Establece, asimismo, las pautas generales de organización y funcionamiento de los servicios de asistencia
letrada, defensa y representación gratuitas, encomendando una parte fundamental de su gestión a los Colegios
de abogados y procurados y sus Consejos Generales, a la vez que fija las bases de su financiación con cargo
a fondos públicos.
El desarrollo vigente de la ley 1/1996 se realiza mediante el RD 141/2021 de asistencia jurídica gratuita para
el ámbito estatal y por la normativa reglamentaria que han llevado a cabo aquellas CCAA que hayan asumido
el ejercicio efectivo de las competencias en la materia de provisión de medios para la Administración de
Justicia.
Según establece el art. 22 LAJG los Colegios de la Abogacía regularán y organizarán a través de sus juntas de
Gobierno, los servicios de asistencia letrada y de defensa gratuita, garantizando en todo caso su prestación
continuada en atención a criterios de funcionalidad y eficiencia en la aplicación de los fondos públicos puestos
a su disposición.
Serán las Juntas de Gobierno de cada Colegio de la Abogacía las facultades para regular, en los términos
legalmente establecidos, el funcionamiento y las designaciones para prestar los servicios de asistencia jurídica
gratuita y turno de oficio.
En el ámbito de la UE se adopta la Directiva 2003/8/CE destinada a mejorar el acceso a la justicia en los litigios
transfronterizos mediante el establecimiento de reglas mínimas comunes relativas a la justicia gratuita para
dichos litigios. En su virtud se añadió un nuevo Capítulo VIII a la ley 1/1996 donde se regulan tanto las
especialidades derivadas del reconocimiento del derecho en los litigios transfronterizos como las nuevas
obligaciones que asumen las instituciones españolas como autoridad expedidora o receptora de las solicitudes
de justicia gratuita.
El consejo General de la Abogacía Española y los respectivos Colegios regularán y organizarán a través de sus
Juntas de Gobiernos el servicio de asistencia letrada y de defensa gratuita, garantizando, en todo caso, su
prestación continuada atendiendo a criterios de funcionalidad y eficiencia (llamado turno de oficio).
A través del turno de oficio, los colegios de la Abogacía procederán a la tramitación ordinaria de las solicitudes
de asistencia jurídica gratuita, ya sea a instancia del propio interesado o por requerimiento de designación del
órgano judicial que esté conociendo del proceso, o del órgano administrativo que tramite el expediente, y
acordarán la designación o denegación provisional de abogado, así como resolverán las solicitudes de
sustitución del profesional designado, la excusas de la defensa y analizarán las pretensiones que se informen
como insostenibles por los profesionales provisionalmente designados.
Además, a través del turno de oficio se elaborará y se pondrá a disposición de las comisiones de Asistencia
Jurídica Gratuita, la lista de colegiados ejercientes adscritos al servicio, con indicación de sus especialidades.
Los servicios prestados por los profesionales del turno de oficio solo serán gratuitos para quienes acrediten la
carencia de recursos económicos, en caso contrario, el justiciable habrá de hacerse cargo del pago de los
honorarios del profesional designado.
Los Colegios de la Abogacía contarán (salvo que por su reducida dimensión de actividad no sea necesario) con
turno de guardia permanente para la prestación del servicio de asistencia letrada al detenido y otro para
asesoramiento previo y de asistencia letrada para las víctimas de violencia de género, terrorismo, trata de
seres humanos y menores de edad y personas con discapacidad intelectual o enfermedad mental que sean
víctimas de abuso o maltrato.
Únicamente podrá quedar eximido de la misma en los supuestos de insostenibilidad de la pretensión del
justiciable, o cuando en el orden penal tenga lugar la excusa de la defensa por motivo personal y justo.
De este modo, cuando el profesional de la Abogacía designado para un proceso considere insostenible la
pretensión que ha de hacerse valer, deberá comunicarlo a la Comisión Central de Asistencia Jurídica Gratuita
o de la Comisión de Asistencia (o análoga de su CA) dentro de los 15 días siguientes a su designación, mediante
la presentación de un informe debidamente motivado en el que exponga los argumentos y motivos jurídicos
en los que fundamenta su decisión.
Transcurrido el plazo de quince días sin que se produzca tan comunicación, o sin que el profesional de la
Abogacía pida su interrupción por falta de la documentación necesaria para evaluar la pretensión, este queda
obligado a asumir la defensa.
Solicitada la interrupción del plazo por tal motivo, la Comisión requerirá al interesado para que la presente en
un plazo máximo de diez días, transcurrido el cual, sin que la aporte, la Comisión archivará la solicitud.
Presentada la documentación, esta se trasladará al profesional de la Abogacía, reanudándose el plazo para
analizar la viabilidad de la pretensión.
Si la Comisión estima que la documentación con la que cuenta el profesional de la Abogacía en el momento
de la solicitud es suficiente para analizar la viabilidad de la pretensión principal, inadmitirá la solicitud de
interrupción, reanudándose el plazo para la formulación de la insostenibilidad desde la notificación de la
resolución de inadmisión.
La solicitud de insostenibilidad ha de formularse por escrito en el que se expone tal circunstancia, con inclusión
de los motivos jurídicos en los que fundamenta su decisión, ha de estar, por tanto, jurídicamente
fundamentada.
El mismo procedimiento habrá de seguirse en el caso de los recursos que hayan puesto fin al proceso en la
instancia correspondiente si el abogado de la parte recurrente considerase inviable dicho recurso, que verá
suspendido el cómputo del plazo para su interposición hasta que quede resuelta materialmente la viabilidad
de la pretensión, debiéndose comunicar tal circunstancia al órgano jurisdiccional correspondiente a fin de
evitar la preclusión de dicho plazo.
La formulación de insostenibilidad abarca todo tipo de procedimiento judicial y todos los órdenes
jurisdiccionales, a excepción de los acusados o investigados en el orden penal, y de los condenados
en vía de recurso, en los que no cabrá formulación de insostenibilidad, ya que la LECrim garantiza
en su art. 29, en todo caso, el derecho a la defensa desde el mismo momento de la detención y así lo recoge
la propia LAJG en sus artículos 32 y 35.
A mayor abundamiento, el art. 118.2 LECrim indica que toda persona a quien se atribuya un hecho punible
podrá ejercitar su derecho a la defensa, sin más limitaciones que las expresamente previstas en la ley, desde
la atribución del hecho punible hasta la extinción de la pena. Tal derecho comprende la asistencia letrada de
un profesional de la Abogacía de libre designación, o en su defecto, de un profesional de la Abogacía de oficio.
Nada dice la ley en cuanto a la materia penitenciaria, por lo que ha de entenderse que si podrá formular tal
insostenibilidad cuando el justiciable no reúna los requisitos legales para obtener el derecho o beneficio
penitenciario pretendido.
Los Colegios de la Abogacía llevarán un registro especial en el que se dejará constancia de los expedientes
tramitados con motivo de la insostenibilidad de la pretensión formulada por los abogados.
La excusa deberá formularse por el letrado en el plazo de 3 dias desde la notificación de la designación,
justificando el motivo personal y justo que le impide asumir la defensa, correspondiendo el Decano del Colegio
apreciar la concurrencia de tal motivo y resolverla en el plazo de 5 días desde su presentación.
En el supuesto de atención a las víctimas de violencia de género la aceptación de la excusa en el orden penal
implicará el cese en los demás procedimientos y la designación de un nuevo letrado.
Admitida la excusa por el Decano del colegio, el profesional de la Abogacía que la ha formulado queda liberado
de la obligación de asumir la defensa, siendo el momento de tal admisión, y no antes el que pone fin al
mandato. Es ahí cuando debería ponerse en conocimiento del justiciable y del propio órgano judicial que
conozca el asunto.
Los motivos personales que pueden ser excusa de la defensa no están tasados legalmente, quedando su
valoración en manos del Decano del Colegio, si bien, pueden consistir en la relación familiar o de amistad
íntima con el justiciable que no permita que la defensa asignada se pueda llevar a cabo con la objetividad
necesaria, o, por el motivo contrario, la relación de amistad íntima o familiar con la víctima.
Otros supuestos a tener en cuenta serían el conflicto de intereses, la vulneración del secreto profesional o las
enfermedades graves cuyo tratamiento impidiera asumir la defensa con todas las garantías.
Asimismo, el desempeño de la asistencia y defensa alcanzará también la ejecución de las sentencias, si las
actuaciones procesales en esta se produjeran dentro de los dos años siguientes a la resolución dictada en la
instancia, transcurridos los cuales, algunos Colegios permiten que el letrado pueda solicitar su nueva
designación por tema conexo para continuar con la ejecución.
En el procedimiento especial para el enjuiciamiento rápido de delitos, el abogado de oficio prestará la asistencia
desde el momento de la detención o desde que se requiera dicha asistencia, y hasta la finalización del
procedimiento, incluido el juicio oral, y en su caso la ejecución de la sentencia.
En el supuesto de asistencia a las mujeres víctimas de violencia de género, o sus causabientes en el caso de
fallecimiento de la víctima, el abogado designado asumirá la orientación jurídica, defensa y asistencia desde
el momento en que se requiera, y abarcará todos los procesos- penales y civiles- y los procedimientos
administrativos que tengan causa directa o indirecta en la violencia padecida hasta su finalización, incluida la
ejecución de la sentencia.
En estos casos, además, el Abogado de oficio tendrá también habilitación legal para la representación procesal
de la víctima hasta la designación de procurador, en tanto la víctima no se haya personado como acusación,
debiendo cumplir el deber de señalamiento de domicilio a efecto de notificaciones y de traslados de
documentos.
En cuanto a las guardias, se organizan mediante un turno de guardia permanente, distribuido en su caso por
especialidades y materias dependiendo de cada Colegio de la Abogacía, con una duración de 24 horas, durante
las cuales el profesional de la Abogacía adscrito tendrá que estar localizable y a disposición del servicio de
guarida para cuando se precise su asistencia.
Si el detenido no hubiese designado abogado, o el elegido rehusase el encargo o no fuese hallado, el Colegio
de la Abogacía procederá de inmediato al nombramiento de un abogado del turno de oficio que acudirá al
centro de detención con la máxima premura, siempre dentro del plazo máximo de 3 horas desde la recepción
del encargo. En caso de incomparecencia, el Colegio de la Abogacía designará otro que deberá comparecer a
la mayor brevedad y siempre dentro del plazo indicado, sin perjuicio de la responsabilidad disciplinaria del
incompareciente.
Así, la defensa de oficio es indelegable, de modo que el profesional designado está obligado a asumir
personalmente el encargo profesional, sin que pueda en ningún caso delegarse en otro letrado, y ello incluye
tanto la tramitación y estudio del asunto como la atención al ciudadano. Solo excepcionalmente será posible
su sustitución por otro compañero para una actuación concreta cuya práctica resulte imposible al primero.
El profesional designado está obligado a ponerse en contacto inmediato con su cliente y a comunicar con él
cuantas veces sean necesarias para el ejercicio de su defensa, trasladándose cuando corresponda, al centro
en que se encuentre privado de libertad. Esta obligación resulta específica de la defensa de oficio, por
entenderse implícita en la obligación genérica de diligencia de la defensa particular, e implicará la inversión
de la carga de la prueba, pues corresponderá al abogado de oficio acreditar el contacto inmediato con el
cliente, o en su defecto, los intentos llevados a cabo al efecto.
Tras el contacto inmediato, el abogado de oficio dispone de 15 días para evaluar la pretensión, y en su caso
proceder a comunicar la insostenibilidad de la misma o a solicitar la interrupción de dicho plazo por falta de
la documentación.
Por otro lado, la sustanciación de la segunda instancia será una nueva designación previa comunicación al
Colegio, que se entenderá efectuada automáticamente al mismo letrado que dirigió la primera instancia si ha
de sustanciarse en el territorio del Colegio que efectuó la primera designación. En otro caso, el letrado deberá
presentar un escrito al órgano judicial anunciando su intención de recurrir y solicitando la suspensión de plazos
e interesando nuevo nombramiento de letrado a fin de evitar la indefensión del justiciable.
Por lo tanto, el abogado de oficio designado deberá preparar e interponer cuantos recursos sean procedentes
frente a la resolución que ponga fin a la primera instancia (con los que el justiciable no se muestre
expresamente conforme) independientemente de que dicha actuación constituya una nueva designación, pues
esta vendrá efectuada automáticamente al mismo letrado, de no hacerlo incurrirá en falta de diligencia
profesional.
En este sentido, las Normas reguladoras del turno de Oficio del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, para
la formalización del recurso de casación, señalan que el letrado que dirigió la segunda instancia deberá
preparar e interponer el recurso siempre que pertenezca al Turno de Casación (si no perteneciera, anunciará
por escrito al órgano judicial su intención de recurrir, solicitando la suspensión de plazos e interesando nuevo
nombramiento de letrado.
Cuando el profesional de la Abogacía designado solicite la baja en el turno de oficio, siempre continúe en el
ejercicio profesional, deberá terminar los asuntos para cuya defensa fue designado hasta la finalización de la
instancia.
Si al abogado de oficio le fueran abonados honorarios como consecuencia de rehabilitar su derecho al cobro
de honorarios, o bien de la parte contraria por mediar condena en costas, vendrá obligado a comunicar al
Colegio esta circunstancia, y reintegrar el importe que como consecuencia de la designación hubiera recibido
con cargo a fondos públicos, o en su caso, renunciar al cobro de dicho importe.
Dicha retribución tiene carácter indemnizatorio, no está sujeta a IVA y su devengo tendrá lugar una vez el
profesional de la abogacía acredite, dentro del plazo de un mes natural a contar desde su realización,
documentalmente la realidad de su intervención.
Así de un lado, el art. 33.2 LEC permite que el litigante que no tenga derecho a asistencia jurídica gratuita
pueda pedir que se le asigne abogado y/o procurador conforme a la LAJG y sin necesidad de acreditar el
derecho a obtener dicha asistencia, siempre que se comprometa a pagar los honorarios y derechos de los
profesionales que se le designen, cuando su intervención sea preceptiva o cuando, no siéndolo, la parte
contraria haya comunicado al Tribunal que actuará defendida por abogado y representada por procurador.
Por otro lado, En los casos de denegación o no reconocimiento del derecho a la asistencia jurídica gratuita,
en los casos de ´revocación de dicho derecho o de renuncia posterior del justiciable a la designación de
abogado, nos situamos ante supuestos de rehabilitación del derecho al cobro de honorarios profesionales
recogidos en la LAJG.
Para estos casos, la obligación deontológica que compete a todos los profesionales de la abogacía es la de
poner en conocimiento del cliente el importe aproximado de los honorarios, o de las bases para su
determinación, y las consecuencias que puede tener una condena en costas (ART. 12.b.2.b CD).
Los supuesto en los que el abogado de oficio ve rehabilitado el derecho al cobro de honorarios profesionales
de su defendido constituyen una excepción a la presunción de gratuidad, y se encuentran como venimos
diciendo legalmente regulados.
Para el cálculo de los honorarios profesionales se estará preferentemente al acuerdo entre el profesional de la
Abogacía y el cliente, y en su defecto, por aplicación analógica, a los criterios orientativos sobre honorarios de
cada Colegio vigentes en el momento de la sustanciación del proceso (establecidos a efectos de tasación de
costas y de jura de cuentas).
Una vez obtenido el pago de los honorarios, el abogado designado de oficio deberá devolver las cantidades
eventualmente percibidas con cargo a fondos públicos por su intervención en el proceso.
Dicha obligación viene recogida con carácter general en los art. 18 y 27 LAJG y de forma específica en el art.
36 del Reglamento, así como en el art. 33.3 LEC2000 para determinados supuestos de juicio verbal cualquiera
que sea su cuantía y que versen sobre determinadas materias (reclamación de cantidades por impago de
rentas y supuestos de recuperación de fincas por parte del dueño y otras personas con derecho a la posesión).
De igual manera, el art. 121 LECrim regula este asunto refiriéndose también, y de forma expresa, a los peritos
que informen a su instancia y las indemnizaciones de los testigos que presentaren, en los casos de que ambos
hubiesen formulado la pertinente reclamación ante el Juez o Tribunal.
La determinación alcanzada en todos estos preceptos es la misma, si el derecho a la asistencia jurídica gratuita
no fuera reconocido, la eventual designación de oficio realizada previamente quedará sin efecto, y por lo tanto,
el solicitante habrá de designa un abogado de libre elección. En tal caso, el peticionario deberá abonar los
honorarios ocasionados por los servicios prestados por el profesional designado provisionalmente,
correspondiente a las actuaciones efectivamente practicadas.
Dicha revocación puede tener lugar en dos casos, y ambos conllevan la obligación del pago por parte del
justiciable así como el reembolso de la cantidad equivalente al costo de las demás prestaciones obtenidas en
razón de dicha concesión.
De otro lado, si el órgano judicial que conociera la pretensión ejercitada por el beneficiario apreciase abuso
de derecho, temeridad, mala fe o fraude de ley en su ejercicio, en la resolución que ponga fin al proceso
revocará el derecho de justicia gratuita y le condenará a abonar los gastos y costas procesales devengadas a
su instancia, poniéndolo en conocimiento de la Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita a fin de que se proceda
al reembolso (en su caso por la vía de apremio) de las cuantías que correspondan.
En cuanto a las consecuencias que para el abogado de oficio tiene tal renuncia de cara a la rehabilitación del
derecho al cobro de honorarios al justiciable, hay quienes interpretan que la renuncia simplemente implica
que en los sucesivo, el justiciable tendrá que pagar al profesional que elija libremente, y que lo único que
pierde es esta prestación desde el momento en que renuncia a ella. La pérdida se produce, según esta postura
jurisprudencial, desde ese momento y para el futuro, sin efecto retroactivo, por lo que el justiciable no viene
obligado a abonar los servicios del profesional inicialmente designado.
Otra postura entiende que la renuncia por el beneficiario al profesional designado de oficio y el consiguiente
nombramiento voluntario de otro que le sustituya, conlleva que el inicialmente nominado tenga derecho a
percibir del cliente sus honorarios y derechos, pues la renuncia y la sustitución del segundo de oficio supone
que dicha designación queda sin efecto, y por tanto, que la parte que así actúa renuncia a la defensa gratuita,
perdiendo la gratuidad que tal nombramiento conlleva.
Esta última línea de interpretación es la recogida por el proyecto de la próxima LAJG, (texto aprobado por el
Consejo de Ministros para su remisión a las Cortes) el cual señala que si la renuncia se produce una vez
iniciado el proceso, la retribución del abogado o procurador será la que corresponda a las actuaciones
efectivamente realizadas hasta el momento de la renuncia. Así, los profesionales intervinientes percibirán de
sus defendidos los honorarios correspondientes a las actuaciones practicadas. No obstante, y hasta que no
se cuente con una norma expresa, habrá que estar a la interpretación jurisprudencial de cada caso.
La sustitución de un profesional designado de oficio por otro de libre elección está supeditada a la preceptiva
comunicación profesional (llamada venia). Asimismo, el abogado designado de oficio deberá comunicar al
Colegio de la Abogacía su sustitución por otro compañero de libre designación.
No debe confundirse este supuesto de renuncia con el regulado en el art. 21 bis LAJG que consiste en que la
persona beneficiaria de la asistencia jurídica gratuita solicita la sustitución del mismo por otro compañero del
turno de oficio, ya que aqui no se da renuncia alguna.
En este segundo caso, una vez quede debidamente justificado, el Colegio de la Abogacía designará a un nuevo
abogado de oficio. Así, permanece para el justiciable su derecho a la gratuidad de la prestación de asistencia
jurídica y no podrá tener lugar la rehabilitación del derecho al cobro de honorarios por el primer letrado que
queda apartado de la defensa (de ahí que no figure tal supuesto en el citado art. 21 bis).
d) Condena en costas:
Cuando hay un sujeto que debe hacerse cargo del pago de las costas, el art. 36.1 LAJG trata de evitar que
sea el erario público el que haya de pechar siempre con el pago de los honorarios, estipulando que si en la
resolución que ponga fin al proceso hubiera pronunciamiento sobre costas a favor de quien obtuvo el
reconocimiento del derecho a la asistencia jurídica gratuita, deberá la parte contraria abonar las costas
causadas en la defensa y representación de aquella.
En este primer supuesto rehabilita al abogado de oficio su derecho al cobro de honorarios profesionales con
cargo a la parte contraria que ha sido condenada en costas, sin que esta pueda oponer excepción alguna en
el sentido de que haya intervenido abogado de oficio, ya que el beneficio de asistencia jurídica gratuita es
personal del justiciable al que ha sido reconocido, y en modo alguno podría hacerse extensivo a la parte
contraria.
Asimismo, cuando en la resolución que ponga fin al proceso fuera condenado en cosas quien hubiera obtenido
el reconocimiento del derecho a la asistencia jurídica gratuita, este quedará obligado a pagar las causadas en
su defensa y las de la parte contraria, si dentro de los tres años siguientes a la terminación del proceso viniere
a mejor fortuna, quedando mientras tanto interrumpida la prescripción del art. 1967 CC.
Se considerará que ha venido a mejor fortuna cuando sus ingresos y recursos económicos por todos los
conceptos superen el doble del módulo previsto en el art. 3 LAJG o si se hubieran alterado sustancialmente
las circunstancias y condiciones tenidas en cuenta para reconocer el derecho conforme a dicha ley,
correspondiendo a la Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita tal declaración mediante resolución motivada y
previa audiencia del interesado, que podrá impugnarla (por lo que la rehabilitación del derecho de cobro de
honorarios no queda a la libre determinación del abogado de oficio).
El art. 36.3 LAJG señala que cuando la sentencia que ponga fin al proceso no contenga expreso
pronunciamiento en costas, venciendo en el pleito el beneficiario de justicia gratuita, deberá este pagar las
cosas causadas en su defensa siempre que no excedan de la tercera parte que en el haya obtenido. Si
excedieren, se reducirán al importe de dicha tercera parte, atendiéndose a prorrata sus diversas partidas tales
como honorarios de abogado, y derechos de procurador designados de oficio.
Este precepto es de fácil aplicación en la práctica en aquellos supuestos en los que hay una condena al pago
de una cantidad pecuniaria, sin embargo, no siempre resulta posible establecer claramente el quantum de lo
obtenido, y emitir la correspondiente minuta con el límite establecido en la norma.
En otras ocasiones, sin embargo, no siempre resulta posible establecer claramente el quantum de lo obtenido,
por ejemplo una sentencia sobre régimen de visitas de familia. En este sentido, la jurisprudencia mantiene
que la expresión “vencer en el pleito” es un concepto distinto de “mejor fortuna” y ha de entenderse como
obtención de liquidez y disponibilidad económica.
Por lo tanto, habrá obligación de pagar la minuta del abogado de oficio si en el pleito se ha obtenido dinero o
una prestación susceptible de evaluación económica, no dependiendo tal obligación de que lo obtenido pueda
considerarse como mejora de fortuna, ya que esta circunstancia no es tenida en cuenta por la norma.
De este modo, resulta posible rehabilitar el derecho al cobro de honorarios por parte del abogado de oficio en
aquellos casos en los que el justiciable obtiene liquidez o disponibilidad económica derivadas del
reconocimiento de un estado de incapacidad permanente en grado de gran invalidez y la correspondiente
pensión de incapacidad; de la división de la cosa común con la consiguiente obtención de una cantidad líquida
en la que se concretó ese derecho abstracto previo; e incluso en el reconocimiento de la cotitularidad de
determinados bienes inmuebles ya que en este caso, han ingresado en el patrimonio del justiciable y con ellos
puede hacerse el pago de los honorarios en cuanto resultan susceptible de traba o embargo.
Cuando se trate de supuestos de establecimiento de pensión de alimentos, pensión compensatoria, etc; los
órganos jurisdiccionales, tratando de evitar que los honorarios resulten desproporcionados respecto de lo
obtenido, vienen reconociendo el cobro de los mismos cuando el reconocimiento de aquellos derechos suponga
un cambio sustancial en la situación económica del beneficiario del derecho a la asistencia jurídica gratuita,
denegándolo en caso contrario.
Cabe señalar que el proyecto de ley de Asistencia Jurídica Gratuita según el texto aprobado por el Consejo de
Ministros excluye expresamente en este supuesto de vencimiento sin condena en costas el importe de las
pensiones de alimentos fijadas en favor de hijos, del cónyuge o pareja de hecho para el cálculo de honorarios.
Por lo tanto, hasta que no haya una norma expresa al respecto, la determinación de este asunto quedará al
análisis y decisión de los tribunales.
Finalmente, el art. 36.4 LAJG establece que cuando se reconozca el derecho a asistencia jurídica gratuita para
procesos en los que proceda la petición de litis expensa y estas fueran concedidas en resolución firme a favor
de la parte que litiga en tal derecho, el letrado y procurador intervinientes podrán exigir a esta el pago de sus
honorarios, hasta el importe total de la partida aprobada judicialmente para este concepto.
En cuanto a la Abogacía, la norma que regula la profesión prevé una fórmula en la que se da prioridad al
convenio entre las partes. A este respecto, el art. 26 EGAE indica que la cuantía de los honorarios será
libremente convenida entre el cliente y el profesional de la Abogacía, con respecto a las normas deontológicas
y sobre defensa de la competencia y competencia desleal, sin que haya previsión alguna para los supuestos
de ausencia de acuerdo, en cuyo caso, ha de entenderse la aplicación analógica de la normativa citada para
los casos de condena en costas.
Para la fijación de los honorarios se podrán tener en cuenta, como referencia, los criterios orientativos de
honorarios, a los exclusivos efectos de la tasación de costas y de la jura de cuentas de los profesionales de la
Abogacía elaborados por el colegio.
Así lo señalan distintas normas, como el art. 36.5 LAJG para los supuestos de condena en costas y varios
artículos del Reglamento de Asistencia Jurídica Gratuita (art. 17.3, art. 22.4 y 29.3).
Esta máxima calificación se justifica porque dicha conducta constituye un atentado contra la propia esencia
del sistema de justicia gratuita, cuya finalidad es la de garantizar el acceso a la Justicia en condiciones de
igualdad a todos los ciudadanos, y que sea accesible a aquellos que acrediten insuficiencia de recursos para
litigar, de forma que puedan ver adecuadamente defendidos sus derechos e intereses legítimos.
Las consecuencias que para el abogado que incurre en la comisión de esta infracción disciplinaria son muy
relevantes, pues la sanción prevista es, atendiendo a criterios de proporcionalidad, la expulsión del Colegio o
la suspensión del ejercicio de la Abogacía por plazo superior a un años sin exceder de dos; más la exclusión
de los servicios de asistencia jurídica gratuita por un plazo de entre uno y dos años (art. 127.1 y 4 EGAE y art.
42b) LAJG)
De ahí la importancia de determinar en cada caso cuando concurren los supuestos en los que resulta
procedente el cobro de honorarios por parte del profesional de oficio, no quedando a la libre apreciación del
profesional dicha concurrencia, sino sujeta al control de la Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita, de los
Colegios o de los órganos jurisdiccionales, según el caso, mediante resolución motivada y expresa.
El supuesto de desestimación del reconocimiento del derecho a la asistencia jurídica gratuita, la presunción
de gratuidad quedará destruida por la propia resolución de la Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita que
prevé el art. 17.2 LAJG por la que se deniega al justiciable el derecho a la asistencia jurídica gratuita, una vez
dicha resolución sea firme.
En el caso de revocación del derecho, si esta viniera motivada por la apreciación de abuso de derecho,
temeridad, mala fe o fraude de ley en el ejercicio de la pretensión por el beneficiario de la asistencia jurídica
gratuita, será entonces la resolución del órgano judicial que ponga fin al proceso la que declarará la revocación
del derecho, no siendo preciso en este caso pronunciamiento alguno de la Comisión de Asistencia Jurídica
Gratuita para que quede desvirtuada la presunción de gratuidad.
Por lo que respecta a la renuncia del justiciable a la prestación de asistencia y defensa letrada gratuitas tras
la designación de abogado de oficio, tal renuncia es una facultad del beneficiario que no requiere aceptación
por parte de la Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita o del colegio de abogacía, a los que solo se les debe
una comunicación.
De este modo, el profesional de la Abogacía de oficio no va a contar con una resolución expresa como en los
casos anteriores, pero teniendo en cuenta la necesidad de la preceptiva venia profesional, contará con la
correspondiente comunicación del compañero peticionario.
Asimismo, de conformidad con lo dispuesto en el art. 8.6 CD, deberá el profesional designado de oficio
comunicar al colegio de la abogacía su sustitución por un abogado de libre designación, pudiendo acompañar
a su comunicación copia de la venia recibida.
Por lo tanto, la Corporación profesional tendrá constancia de la renuncia a la prestación por pare del justiciable
a través de un doble cauce (la comunicación del propio justiciable y la del letrado saliente). Recordemos que
será necesario que el profesional de la abogacía conozca en estos casos el criterio de la Audiencia Provincial
en cuya demarcación haya intervenido antes de proceder a la emisión de la correspondiente minuta, ya que
como hemos visto hay dos líneas de interpretación jurisprudencial de estas.
En la normativa general reguladora de la asistencia jurídica no se prevé una obligación del letrado saliente de
solicitar a la Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita o al Colegio de la Abogacía autorización para el cobro
de honorarios en estos supuestos de sustitución en la defensa por un compañero de libre designación., sin
perjuicio de lo establecido por cada colegio, resultando siempre recomendable cursar una consulta al mismo
en caso de albergar alguna duda antes de proceder al cobro de honorarios, o incluso solicitar el auxilio del
Colegio para que informe expresamente al justiciable sobre la obligación del pago de honorarios.
Finalmente, en los casos de condena en costas del art. 36 LAJG, no ofrece dudas lo previsto en sus apartados
1 y 4 pues en ambos casos contará el profesional de la Abogacía con una resolución que ampare su derecho
al cobro de honorarios, una vez la misma alcance firmeza.
Así, en el primero de ellos, se estará a la resolución judicial que ponga fin al proceso que contenga el
pronunciamiento expreso sobre costas a favor de quien obtuvo el reconocimiento del derecho a la asistencia
jurídica gratuita.
En el segundo supuesto, habrá de atenderse a la resolución judicial firme que conceda la petición de litis
expensas a favor de la parte que litiga con el reconocimiento del derecho a asistencia, hasta el importe total
de la partida aprobada judicialmente para este concepto.
En cuanto al art.36.2 LAJG tampoco habrá dificultad para el letrado, pues contará con el pronunciamiento
expreso sobre costas a cargo de quien obtuvo el reconocimiento al derecho a la asistencia jurídica gratuita,
más la resolución de la Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita, apreciando haber venido el justiciable a mejor
fortuna.
En cambio, el art. 36.3 LAJG encierra un supuesto muy casuístico que para pronunciamientos de condena al
pago de cantidad líquida no genera dudas, pero que en otros casos requerirá la valoración y decisión sobre
procedencia o no al cobro de honorarios, y en caso afirmativo, su importe en caso de disconformidad del
justiciable con atender los mismos.
De un lado, dado que el Estado subvenciona la prestación del servicio de asistencia y defensa prestado por
los profesionales de oficio y del carácer constitucional del derecho a la justicia gratuita para quienes acrediten
insuficiencia de recursos para litigar, nos encontraremos con distingos tipos específicos de infracciones
disciplinarias.
Así, el art. 42.a) LAJG establece que la indebida percepción de honorarios, derechos o beneficios económicos
tendrá siempre la consideración de falta muy grave (en el mismo sentido que el art. 124 j) EGAE).
En otro orden, el incumplimiento injustificado del encargo contenido en la designación realizada por el Colegio
en materia de asistencia jurídica gratuita se tipifica como infracción grave por el art. 125 k) EGAE.
Por otro lado, la permanencia en el turno de oficio está sujeta a un desarrollo de la labor profesional
encomendada con la correcta y debida atención al cliente, diligencia y profesionalidad técnica. Por ello la
imposición de sanciones graves o muy graves, relacionadas con la designación de oficio llevará aparejada, en
todo caso, la exclusión del profesional de los servicios de asistencia jurídica gratuita (art. 42 b ) LAJG) con el
alcance temporal revisto en el art. 127.4 EGAE por un plazo mínimo de 6 meses y e inferior a un año si la
infracción fuera grave y de entre uno y dos años si fuera muy grave; si la infracción fuera leve podrá imponerse
también la exclusión del profesional de la Abogacía de dichos servicios durante un plazo no superior a 6 meses.
A tales efectos, según el art. 41 LAJG las comisiones de Asistencia Jurídica Gratuita darán traslado a los
profesionales correspondientes a su ámbito territorial de las quejas o denuncias formuladas como
consecuencia de las actuaciones de dichos profesionales, sin perjuicio de aquellas actuaciones judiciales que
resultaren procedentes.
Una vez incoado un expediente disciplinario como consecuencia de quejas o de denuncias, y cuando la
gravedad de los hechos denunciados así lo aconseje, podrá acordarse por el Colegio la separación cautelar del
servicio del profesional presuntamente responsable, por un período máximo de 6 meses y hasta que se
resuelva el expediente incoado (art. 43 LAJG y 127.4 EGA)
Por último, el art. 41 LAJG dispone que los Colegios de la Abogacía estarán obligados a comunicar a las
Comisiones de Asistencia Jurídica Gratuita las resoluciones y medidas adoptadas como consecuencia de los
expedientes disciplinados incoados, resoluciones que podrán ser recurridas por las comisiones.
1. RESPONSABILIDAD MORAL
Cuando hablamos de responsabilidad estamos refiriéndonos a una cualidad, a un atributo o un valor atribuido
a los seres humanos o a los grupos sociales en el ámbito de sus actos o de sus comportamientos. Dicha
cualidad pertenece al ámbito de la conciencia de la persona y permite a los individuos reflexionar, orientar,
valorar y decidir los actos a realizar así como medir las consecuencias de sus actos. Nos referimos al ámbito
de la moral.
La persona responsable es aquella que actúa conscientemente y que, por ello se convierte en la causa única
(directa o indirecta) de los actos por él realizados y de sus consecuencias, contrayendo la obligación de
responder por ellos.
Por analogía podemos predicar también la responsabilidad de aquel que cumple con sus obligaciones o se
esfuerza en realizar sus actos o cumplir sus obligaciones con la mayor perfección posible, prestando el máximo
cuidado y atención a lo que hace, decide o exige.
Desde otro punto de vista se define como responsable a la persona que tiene a su cargo la dirección en una
actividad, un departamento, una empresa etcétera.
En todas las perspectivas desde las que contemplemos la responsabilidad, siempre está presente su significado
etimológico: “responder, responder de algo o por algo, responder de nuestras acciones”.
El concepto de responsabilidad se fragua en el campo de la filosofía y por extensión se aplica en otros ámbitos
como el del Derecho. Para la filosofía kantiana la responsabilidad es una virtud de carácter individual que se
deriva de su concepción de una moral universalizable. Así podemos afirmar que la responsabilidad es una
virtud que se configura siguiendo formalmente al imperativo categórico kantiano: actúa de tal manera que
puedes elevar tu forma de conducta a norma de conducta universal.
Una de las cuestiones más importantes de la responsabilidad es su vinculación directa con la libertad. En
efecto, los actos humanos son aquellos que realizan los seres humanos siendo conscientes, voluntarios y libres.
A este tipo de actos se le denomina conductas. En consecuencia de la responsabilidad moral solo afecta
a las conductas, es decir a los actos conscientes, voluntarios y libres realizados por seres
humanos.
1. RESPONSABILIDAD JURÍDICA:
Es aquella que se contrae como consecuencia del incumplimiento de lo que establecen las normas jurídicas.
Por tanto, a toda conducta que infrinja un comportamiento establecido en normas de derecho se le atribuye
responsabilidad jurídica, que puede ocasionar sanciones, en el caso en que así lo determinen las leyes. Por
consiguiente la responsabilidad jurídica no surge de una imputación arbitraria sino de una norma jurídica
predeterminada que, a diferencia de las normas morales, procede de un órgano externo al sujeto (el Estado,
las Comunidades Autónomas, el Municipio ).
Dicha responsabilidad jurídica puede ser de varios tipos, dándose la circunstancia de que una misma acción
genera, a veces, diferentes responsabilidades porque, aunque las diversas responsabilidades son
independientes, pueden ser compatibles entre sí.
a) Responsabilidad penal
b) Responsabilidad civil
c) Responsabilidad administrativa
2. RESPONSABILIDAD POLÍTICA:
Existe una responsabilidad política qué, en los momentos difíciles que vive nuestra sociedad actual cobra
especial importancia debido al problema de la corrupción.
3. RESPONSABILIDAD MORAL:
Es la imputación o calificación que recibe una persona por sus acciones, responsabilidad que se fundamenta
unas veces en una teoría ética, otras en valores morales particulares y las más en valores asumidos por una
sociedad o cultura. De este modo podemos afirmar que la responsabilidad queda vinculada con las acciones y
se relaciona con su valor moral.
a) Por una parte la ética consecuencialista: desde este punto de vista la responsabilidad dependerá de las
consecuencias o resultados que provoquen las acciones o conductas humanas. El grado de responsabilidad
se mide por el daño causado a las personas o a las cosas, a los grupos humanos o a la sociedad entera
por las acciones o por las omisiones de conductas debidas de otros individuos o grupos. En el caso que
nos ocupa la responsabilidad de los abogados se correspondería con las consecuencias producidas por sus
actos o las omisiones de aquellas conductas que deberían realizar y han omitido.
b) Por otra parte la ética deontológica: desde este punto de vista, las acciones o conductas humanas tendrán
un valor objetivo e intrínseco, independiente de sus consecuencias. Son los principios y juicios éticos
compartidos por las corrientes filosóficas, las creencias culturales, religiosas y filosóficas las que
determinan si las conductas son correctas o incorrectas, morales o inmorales. Los principios y juicios éticos
generales son codificados a menudo por la sociedad o por los grupos culturales, convirtiéndose en pauta
de regulación del comportamiento de sus miembros, creando así una regulación o codificación ética en la
que los grupos sociales terminan prestando una amplia conformidad y los comportamientos a ellas
sometidos adquieren el rango de moralidad.
La responsabilidad moral, ocupa un lugar cada vez más importante en la opinión pública, especialmente
cuando es imposible la atribución de responsabilidad jurídica o es insuficiente para sancionar casos de
escándalos de corrupción ligados al ejercicio de la función pública, financiación ilegal de partidos políticos,
de campañas electorales, de cualquier tipo de corrupción política, o en aquellos casos en los que las
actuaciones de los jueces o de las abogados u otros profesionales están más a servicio de intereses
particulares que de la justicia de los clientes.
La responsabilidad jurídica por el contrario no se mide por las intenciones pues los procesos jurídicos no
son necesariamente procesos de intención, así por ejemplo en el caso de la prescripción de un delito por
el mero transcurso del tiempo puede invalidarse la responsabilidad jurídica sin invalidar la responsabilidad
moral. Las responsabilidades jurídicas afectan fundamentalmente al ámbito de las manifestaciones
externas de la conducta y no al de la intencionalidad, que, si no se exteriorizaba, difícilmente puede
conocerse, pues afirmar la intencionalidad de un acto es adentrarse en la inmanencia de los sujetos
convirtiéndose no pocas veces en un ejercicio de imaginación o suposición.
De los códigos deontológicos se derivan deberes profesionales, a veces de carácter cuasi jurídicos, a veces
estrictamente morales. El incumplimiento de estos deberes engendra responsabilidades (el engendro del
mal!!). Dichos deberes y consiguientes responsabilidades, en el campo de la ética profesional, del que se
deriva la deontología, estarán establecidos en los códigos deontológicos, en los usos y costumbres o en
los acuerdos y pautas de conducta que, en el ámbito de la deontología hayan sido acordadas y puestas
en práctica por colegios profesionales.
2. RESPONSABILIDAD DISCIPLINARIA
Los profesionales de la Abogacía y las sociedades profesionales en que participen o presten sus servicios están
sujetos a responsabilidad disciplinaria, tal y como establece el artículo 119 del EGAE, contando con facultades
disciplinarias tanto la autoridad judicial, respecto de la conducta que deban observar en su actuación ante la
Administración de Justicia, como los colegios profesionales respecto de la infracción de deberes profesionales
o normas éticas de conducta en cuanto afecten a la profesión.
La corrección disciplinaria judicial tiene su base en normas procesales que regulan la actuación de los
profesionales de la Abogacía ante juzgados y tribunales, mientras que la corrección disciplinaria colegial se
fundamenta en las normas deontológicas específicas que regulan la actuación profesional.
En la actualidad, en la mayoría de los supuestos, la revisión de la actuación profesional de los abogados suele
realizarse en el ámbito de la potestad disciplinaria colegial, al remitir la mayoría de órganos judiciales la
información sobre los hechos que consideren relevantes, reservándose la corrección disciplinaria judicial para
casos puntuales.
Si el Tribunal entendiere que la actuación contraria a la buena fe pudiera ser imputable a alguno de los
profesionales intervinientes en el proceso dará traslado de la de tal circunstancia a los colegios profesionales
respectivos por si pudiera proceder la imposición de algún tipo de sanción disciplinaria.
A estos efectos, los que perturbaren la vista de algún proceso, causa u otro acto judicial, dando señales
ostensibles de aprobación o desaprobación, faltando al respeto y consideraciones debidas a los jueces,
tribunales, Ministerio Fiscal, abogados, procuradores, secretarios judiciales, médicos o resto del personal al
servicio de la administración de Justicia, serán amonestados en el acto por quien presida y expulsados de la
sala o de las dependencias de la oficina judicial, si no obedecieren a la primera advertencia, sin perjuicio de
la responsabilidad penal en que incurran.
Cuando los hechos llegaren a constituir delito, sus autores serán detenidos en el acto y puestos a disposición
del juez competente.
1. Cuando en su actuación forense el abogado faltase oralmente, por escrito por obra, al respeto debido
a los jueces y tribunales, fiscales, abogados, secretarios judiciales o cualquier persona que intervenga
o se relacione con el proceso.
2. Cuando llamado al orden en las alegaciones orales no obedeciere reiteradamente a quien presida el
acto.
3. Cuando no comparezca ante el Tribunal sin causa justificada una vez citado en forma.
2.1.4. LAS SANCIONES QUE EL ÓRGANO JURISDICCIONAL PUEDE IMPONER POR LA COMISIÓN DE LAS
ANTERIORES INFRACCIONES (ARTÍCULO 554 LOPJ)
a) Apercibimiento.
b) Multa, cuya máxima cuantía será la prevista en el Código Penal como pena correspondiente a las faltas
(tras la reforma de 2015 del Código Penal a entenderse referido a la pena correspondiente a los delitos
leves)
La sanción podrá imponerse en los propios autos o en procedimiento aparte. El secretario hará constar el
hecho que motive la actuación correctora, las alegaciones del letrado y el acuerdo que se adopte por el juez
o por la sala. Contra el acuerdo de imposición de la corrección podrá interponerse, en el plazo de 5 días,
recurso de audiencia en justicia ante el secretario judicial, el juez o la sala, que lo resolverán en el siguiente
día (artículos 555 y 556 LOPJ)
Las sanciones o correcciones disciplinarias que impongan los tribunales al abogado se harán constar en su
expediente colegial siempre que se refieran directamente a normas deontológicas o de conducta que deban
observar en su actuación ante la administración de Justicia (art. 119 EGAE).
Corresponde a los colegios profesionales, en su ámbito territorial, el ejercer la facultad disciplinaria en el orden
profesional y colegial, de conformidad con lo establecido en la ley 2/74, de colegios profesionales, siendo los
órganos competentes para el ejercicio de la jurisdicción disciplinaria en el ejercicio de la Abogacía La Junta de
Gobierno del colegio en el que se desarrolle la actuación profesional, según establece el Estatuto General de
la Abogacía Española, en sus artículos 14.3, 68 h), 78 j) y 120.
Las facultades disciplinarias en relación con los miembros del Consejo General de la Abogacía, miembros de
las Juntas de Gobierno de Colegios de Abogados y de los Consejos Autonómicos competen al Consejo General
de la Abogacía, salvo que la legislación autonómica o las normas estatutarias establezcan competencia distinta.
Asimismo, el artículo 123 del citado EGAE establece que la imposición de cualquier sanción guardará la debida
adecuación entre la gravedad del hecho constitutivo de la infracción y la sanción aplicada. A tal fin se
considerará, en todo caso, la existencia de reincidencia y reiteración, teniendo en cuenta la naturaleza y
entidad de los perjuicios causados a terceros o a la profesión.
2.2.2. SANCIONES
Las sanciones aparecen reguladas en el artículo 12 del EGAE:
2. Multa pecuniaria.
▪ En el caso de las sociedades profesionales, podrán ser sancionadas con la baja del registro colegial
correspondiente, en los términos previstos en el EGAE.
▪ Las sanciones que podrán imponerse a los profesionales de la Abogacía que sean tutores de
prácticas externas de los cursos o másteres de acceso a la profesión, son las siguientes:
1. Reprensión privada.
2. Apercibimiento verbal.
4. Multa.
1. La condena en sentencia firme por delitos dolosos en cualquier grado de participación, como
consecuencia del ejercicio de la profesión.
2. La condena en sentencia firme a penas graves conforme al artículo 33.2 del Código Penal.
6. La vulneración del deber del secreto profesional cuando la concreta infracción no esté tipificada de
forma específica.
7. La renuncia o el abandono de la defensa que le haya sido confiada cuando causa indefensión al cliente.
8. La negativa injustificada a realizar Las intervenciones profesionales que se establezcan por ley,
conforme al artículo 17 del presente Estatuto general.
9. La defensa de intereses contrapuestos con los del propio profesional de la Abogacía o con los del
despacho del que formara parte o con el que colabore.
10. La indebida percepción de honorarios, derechos o beneficios económicos por los servicios derivados
de la ley 1/1996, de 10 de enero (de asistencia jurídica gratuita).
12. La apropiación o retención de documentos o archivos relativos a clientes del despacho en el que haya
estado integrado previamente, salvo autorización expresa del cliente.
14. La publicidad de servicios profesionales con incumplimiento de los requisitos del artículo 20.2. c) de
este Estatuto General.
2.2.3.2. Graves
Se encuentran recogidas en el artículo 125 EGAE, pudiendo imponerse por la comisión de las mismas la sanción
de suspensión en el ejercicio de la Abogacía por un plazo superior a 15 días, sin exceder de un año o multa
pecuniaria por importe de entre 1001 y 10000 euros, tal y como establece el artículo 127.2 del EGAE.
d) La inducción injustificada al cliente a no abonar los honorarios devengados por un compañero en caso
de sustitución o cambio de profesional de la Abogacía.
2. La publicidad de servicios profesionales con incumplimiento de los requisitos del artículo 20 de este Estatuto
General, salvo lo previsto en el artículo 124.n), en relación con el artículo 20.2. c).
6. La falta de pago de las cuotas colegiales, sin perjuicio de la baja en el colegio por dicho motivo.
7. La falta del respeto debido a la incomparecencia injustificada a las citaciones efectuadas, bajo
apercibimiento, por los miembros de los órganos corporativos o de Gobierno de la Abogacía en el ejercicio de
sus funciones.
8. La falta de cumplimiento de sus funciones como miembro de órganos de Gobierno corporativo que impida
o dificulte su correcto funcionamiento.
9. La condena penal firme por la comisión de delitos leves dolosos como consecuencia del ejercicio de la
profesión.
10. La defensa de intereses en conflicto con los de otros clientes del profesional de la Abogacía o despacho
del que forma parte o con el que colaborase, en vulneración de lo establecido en el artículo 51 del presente
Estatuto.
11. El incumplimiento injustificado del encargo contenido en la designación realizada por el Colegio de
Abogacía en materia de asistencia jurídica gratuita.
13. La relación o comunicación con la parte contraria cuando le conste que está representada o asistida por
otro profesional de la Abogacía, salvo su autorización expresa.
14. El abuso de la circunstancia de ser el único profesional de la Abogacía interviniente causando una lesión
injusta.
15. La incomparecencia injustificada a cualquier diligencia judicial, siempre que cause un perjuicio a los
intereses cuya defensa le hubiera sido confiada.
16. El pago, cobro, exigencia o aceptación de comisiones u otro tipo de compensación de otro profesional de
la Abogacía o de cualquier persona, infringiendo las normas legales sobre competencia o las reguladoras de
la deontología profesional.
17. La negativa o el retraso injustificado a rendir cuentas del encargo profesional o a hacer la correspondiente
liquidación de honorarios y gastos que les sea exigida por el cliente.
18. La compensación de honorarios con fondos del cliente que no hayan sido recibidos como provisión, sin su
consentimiento.
21. La falta de contratación de seguro o garantía cuando la obligación de contar con dicho régimen de garantía
para cubrir las responsabilidades por razón del ejercicio profesional así esté prevista por ley.
22. Los demás actos u omisiones que constituyan ofensa grave a la dignidad de la profesión y a las reglas
que la gobiernan, conforme a lo establecido en el presente Estatuto General y otras normas legales.
2.2.3.3. Leves
Se encuentran recogidas en el artículo 126 del EGAE, pudiendo imponerse por la comisión de las mismas la
sanción de apercibimiento por escrito o suspensión del ejercicio de la Abogacía por un plazo no superior a 15
días, o multa pecuniaria por importe de hasta €1000, tal y como establece el artículo 127.3 del EGAE. son las
siguientes:
4. No atender con la debida diligencia las visitas, comunicaciones escritas o telefónicas de otros
profesionales de la Abogacía.
7. No atender con la diligencia debida los asuntos derivados del Turno de Oficio, cuando el
incumplimiento no constituya infracción grave o muy grave.
2.2.4.2. Graves
Constituye infracción grave, tal y como establece el artículo 129 del EGAE, la falta de presentación para su
inscripción en el registro del colegio correspondiente, en el plazo establecido, de los cambios de socios y
administradores o de cualquier modificación del contrato social que deba ser objeto de inscripción, así como
el impago de las cargas previstas colegialmente. Dicha infracción podrá ser sancionada, atendiendo a criterios
de proporcionalidad, con percibimiento y multa pecuniaria por importe de entre 1501 y €15000, de
conformidad con lo dispuesto en el artículo 132.2 del EGAE.
2.2.4.3. Leves
Constituye infracción leve, tal y como establece el artículo 131 del EGAE, el retraso no superior a un mes, en
el cumplimiento de las obligaciones a qué se refiere el artículo anterior. Dicha infracción podrá ser sancionada,
atendiendo a criterios de proporcionalidad, con apercibimiento o multa pecuniaria por importe de 300 hasta
€1500.
▪ Las sanciones producirán efecto en el ámbito de todos los colegios de abogados de España, siendo
competentes para ejecutarlas el órgano que las imponga que tendrá perceptivamente que comunicarlas
al Consejo General de la Abogacía española para que éste pueda informar a todos los Colegios y Consejos
Autonómicos.
▪ Cuando la sanción haya sido impuesta por un colegio distinto del de incorporación, éste deberá prestarle
la colaboración precisa para la ejecución de la sanción. Esta colaboración podrá ser regulada por convenio
entre Colegios.
▪ La baja en el colegio no extingue la responsabilidad disciplinaria contraída durante el periodo de alta, sino
que se concluirá el procedimiento disciplinario y se acordará la sanción que corresponda. En el supuesto
de que la sanción no pueda hacerse efectiva, quedará en suspenso para ser cumplida si el sancionado
causase nuevamente alta en el colegio.
▪ El plazo de prescripción de las infracciones comenzará a contarse desde el día en que la infracción se
hubiera cometido. Interrumpirá la prescripción la iniciación, con conocimiento del interesado, del
procedimiento sancionador. En todo caso se reanudará el cómputo del plazo de prescripción si el
procedimiento permaneciera paralizado durante más de un mes por causa no imputable al colegiado.
▪ El plazo de prescripción de las sanciones comenzará a contar desde el día siguiente a aquél en que puedan
ser ejecutadas. Interrumpirá la prescripción la iniciación, con conocimiento del interesado, del
procedimiento de ejecución, volviendo a transcurrir el plazo si aquél está paralizado durante más de un
mes por causa no imputable al infractor.
o 1 año en caso de sanción de suspensión superior a 15 días sin exceder de un año o multa
pecuniaria entre 1001 y €10000;
▪ Con carácter general el contrato que vincula al abogado con su cliente es un contrato de arrendamiento
de servicios, regulado en los arts. 1583 a 1587 del CC, pero en determinados supuestos la relación jurídica
responde a la estructura del mandato.
▪ Por último debemos señalar los elementos esenciales, coincidentes con cualquier otro tipo de
responsabilidad civil, necesarios para el nacimiento de responsabilidad en el ejercicio profesional como
son:
o La causación de un daño.
o La relación de causalidad entre aquella y éste, es decir, que el daño sea consecuencia directa
de la acción u omisión antijurídica.
Nótese que las penas impuestas llevan aparejadas, con excepción del artículo 464 del Código Penal, como
pena accesoria la inhabilitación para el ejercicio de la profesión. Es más, por vía del artículo 124 b) del Estatuto
de la Abogacía española, el colegio correspondiente podría incoar expediente disciplinario al abogado que haya
sido condenado en sentencia firme a penas graves conforme al artículo 33.2 del CP, por la comisión de una
infracción de carácter muy grave, lo que llevaría aparejado, al margen del anterior ( pues no se produce non
bis in ídem ), la imposición de una sanción de las previstas en el artículo 127.1 del citado Estatuto general de
la Abogacía española.
La revisión de la responsabilidad profesional en el ámbito del derecho penal debe reservarse para supuestos
concretos de comisión de los tipos delictivos previstos, en aplicación de los principios de mínima intervención
y última ratio, debiendo utilizar preferentemente el ámbito de la revisión disciplinaria colegial ( al efecto de
revisar conductas ) o la reclamación en el ámbito civil ( a los efectos de efectuar reclamación patrimonial ).
En este sentido la STS 4 de marzo de 2013, establece que: “ el tipo penal no puede integrarse por el modo
como el letrado ejerce su encargo, salvo en casos límite, porque no es función del derecho penal controlar la
disciplina de trabajo de tal profesional, sino la causación de un perjuicio a su cliente, desde la vertiente de
colaborador con la Administración de Justicia, a tenor del bien jurídico protegido que ampara la sanción penal
y la ubicación del precepto en la sistemática del Código Penal.
Los abogados como miembros de una profesión que sirve al interés público de la justicia, tienen obligaciones
no solo frente al cliente, sus compañeros y otros profesionales del derecho, jueces y tribunales, poderes
públicos y colegios de Abogados, sino también frente a la propia sociedad.
La idea de fondo de la RSA es responder al imperativo de devolver a la sociedad parte de lo que los abogados
recibimos de ella y el modo de hacerlo es actuar en bien de la sociedad sin dejar de ser abogados promoviendo
y apoyando entre otros:
d) La cooperación con los órganos del Poder Judicial, representantes de la justicia institucional, otros
poderes públicos, universidades, escuelas de práctica jurídica, embajadas y oficinas consulares, y
ONGs.
e) El apoyo a las iniciativas de sus sociedades civiles inspiradas por valores de pluralismo político y de
participación ciudadana en los asuntos públicos, en especial las acciones encaminadas a mejorar la
calidad de la legislación, el buen Gobierno, la garantía de la igualdad de acceso e interlocución con las
administraciones públicas y la transparencia de sus instituciones y órganos.
Ejemplos de actividades que encajan en el concepto de RSA sería el trabajo pro bono, la acción social, la
orientación jurídica, el buen gobierno corporativo, la formación, la promoción de la diversidad, la conciliación,
la lucha contra la discriminación o las iniciativas solidarias medioambientales.
ANEXO I
La normativa deontológica básica, se encuentra regulada en tres textos normativos, a los que seguidamente
haremos mención. A las normas en ellos establecidas se sumarán luego, con carácter subsidiario, las normas
sectoriales de desarrollo, elaboradas por los Colegios de Abogados, los códigos de los Consejos Autonómicos,
acuerdos de las Juntas de Gobierno, etc.
Los textos normativos a los que nos hemos referido son los siguientes:
El Estatuto General de la Abogacía Española, es la norma principal que regula el ejercicio de la Abogacía en
España, estableciendo en su artículo 1.4 que los profesionales de la Abogacía “ han de observar una trayectoria
de respeto a las leyes, a los principios rectores y valores superiores de la Abogacía, a las normas deontológicas
y a las buenas prácticas profesionales”.
El artículo 1.1 del EGAE, defiende la Abogacía como una profesión libre e independiente que asegura la
efectividad del derecho fundamental de defensa y asistencia letrada y se constituye en garantía de los derechos
y libertades de las personas.
La Abogacía es una profesión vinculada a la defensa jurídica de los intereses públicos y privados y a la
colaboración con la administración de Justicia, recibiendo por ello un tratamiento especial en la Constitución
española. Artículos 24.2, 17.3 y 119 CE.
El desarrollo de la función y ejercicio de la Abogacía, viene dado por normas aprobadas por el Gobierno o el
Parlamento ( en especial la LOPJ), si bien los Colegios de Abogados se rigen por sus propios Estatutos,
ajustados a normas de rango superior, como la Constitución española, los Estatutos de Autonomía, las leyes
dictadas en materia colegial y, por supuesto, la norma básica, que es el EGAE, cuyo artículo 66.1 define a los
Colegios de Abogados como corporaciones de derecho público amparadas por la ley y reconocidas por el
estado con personalidad jurídica propia y plena capacidad para el cumplimiento de sus fines (art. 67) y para
el cumplimiento de sus funciones (art. 68).
El Estatuto dispone que los colegios de abogados quedan sometidos en cuanto a su Gobierno a los principios
de democracia, autonomía y transparencia, proyectándose su organización de forma respetuosa con el orden
constitucional de reparto de competencias, y bajo el amparo del Consejo General de la Abogacía Española
(integrador de todos los colegios de abogados de España) que tiene la misión de coordinarlos, representarlos
y defender con ellos los intereses de la Abogacía, en todos los órdenes y ante todas las instituciones,
introduciendo la obligatoriedad de que los consejos y colegios de la Abogacía ofrezcan una amplia difusión de
sus servicios y su trabajo a través de su página web.
El Estatuto, incorpora disposiciones comunitarias, de mercado y competencia, recogiendo la normativa sobre
Colegios Profesionales contenidos en la Directiva 2006/123/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 12
de diciembre de 2006, referida a los servicios en el mercado interior e incorporada a nuestro derecho interno
mediante Ley 17/2009, de 23 de noviembre, sobre el libre acceso a las actividades de servicios y su ejercicio,
y la ley 25/2009, de 22 de diciembre, de modificación de diversas leyes para su adaptación a la Ley sobre el
libre acceso a las actividades de servicios y su ejercicio.
Nuestro vigente Estatuto, actualiza la normativa que regula el funcionamiento interno de la profesión de la
Abogacía, adaptándola a la realidad social y modernizando sus figuras e instituciones, así como la propia
estructura colegial y sus formas de relacionarse con los colegios y aquellos que demandan la prestación de los
servicios de asesoría jurídica y defensa en general, destacando las normas sobre deontología profesional,
postulándose la independencia, dignidad, libertad e integridad, así como el secreto profesional, como los
principios rectores y valores superiores del ejercicio de la Abogacía (art. 1.3)
Como principio rector de la profesión, el Estatuto ha venido a regular por primera vez de forma exhaustiva el
secreto profesional, que constituye un deber para el abogado y un derecho para el cliente, protegiéndolo y
reforzándolo, con independencia del modo de ejercicio de la profesión, tanto en forma societaria como no
societaria, estableciéndose las disposiciones específicas respecto de las sociedades profesionales y
multidisciplinares; así, declara la importancia de la confianza y confidencialidad en las relaciones con el cliente,
la cual ampara todos los hechos, comunicaciones, datos, informaciones, documentos y propuestas que, como
profesional de la Abogacía, haya conocido, emitido recibido en su ejercicio profesional, reconociendo el deber
de secreto profesional incluso después de haber cesado en la prestación de los servicios al cliente, sin que se
encuentre limitado en el tiempo. La vulneración del deber de secreto profesional constituye una infracción
muy grave.
El vigente Estatuto incorpora una detallada regulación de las relaciones con los clientes, reconociendo sus
derechos, y especialmente el de acceso a la información relativa al caso encomendado, o sobre la viabilidad
del asunto debiendo disuadirles el profesional, de promover conflictos o ejercitar acciones judiciales sin
fundamento, así como de las vías alternativas para la mejor satisfacción de sus intereses.
Se desarrolla la materia relativa a los honorarios profesionales, se actualiza el régimen de publicidad de los
servicios profesionales, se incorporan cuestiones relevantes como el fomento de la formación y especialización,
refrendando el trabajo en las escuelas de práctica jurídica y reconociendo el derecho y deber de los abogados
de seguir una formación continuada que les capacite de forma permanente para el correcto ejercicio de su
actividad profesional, y en su caso para su especialización. También se incluyen medidas tendentes a
promocionar la conciliación de la vida familiar y laboral de los profesionales de la Abogacía.
El nuevo Estatuto apuesta por la modernización en todos los órdenes, comenzando con el uso de las nuevas
tecnologías, en un proceso de concurrencia con los avances en la digitalización de la justicia, constituyendo la
prestación de servicios jurídicos a través de internet, una forma de ejercicio de la profesión, quedando
igualmente sometida al Estatuto y al resto del ordenamiento jurídico, en la que se deberán tomar las medidas
necesarias para garantizar el secreto profesional, obtener del cliente acreditación suficiente de su identidad, y
garantizar la confidencialidad de las comunicaciones, que se deberán enviar encriptadas y con firma electrónica
segura en la medida de lo posible.
El Código Deontológico de la Abogacía Española, establece en su artículo 1 que los profesionales de la Abogacía
“están obligados a respetar la Deontología inspirada en los principios éticos de la profesión. Las fuentes
principales de la Deontología se encuentran en el Estatuto General de la Abogacía Española, en el Código
Deontológico de la Abogacía Europea, en el presente Código, aprobado por el Consejo General de la Abogacía
Española, y en los que, en su caso, tuvieran aprobados los Consejos Autonómicos de Colegios”.
Los principios deontológicos de la profesión, se abordan en las principales normas deontológicas, concretadas
en el Estatuto General de la Abogacía Española, en el propio Código Deontológico de la Abogacía Española y
en el Código Deontológico de la Abogacía Europea.
El Código Deontológico, cuyo ámbito de aplicación se extiende también a los colegiados no ejercientes y a los
inscritos con título de sus países de origen, regula las normas deontológicas que rigen las actuaciones de los
abogados en el ejercicio de su profesión que, por su función social, exige desempeñarla con honradez,
probidad, rectitud, lealtad, diligencia y veracidad, siendo las propiedades sobre las que asienta la dignidad de
la profesión, y estableciendo las obligaciones fundamentales que rigen su ejercicio, en las relaciones de los
profesionales con los Colegios, con los Tribunales, entre profesionales de la Abogacía con los clientes y con la
parte contraria.
Se trata de un texto legal en todos los Estados miembros, debiendo cumplir con el Código en sus actividades
transfronterizas de la Unión Europea, Espacio Económico Europeo y Confederación Suiza, así como con los
países asociados y observadores, todos los abogados miembros del Colegio de Abogados de estos países, ya
sean miembros plenos, asociados u observadores del CCBE.
El CCBE nació como respuesta a la diversidad de obligaciones del abogado y la necesidad de requisito de
independencia absoluta, exenta de cualquier presión, especialmente de aquella que surge de sus propios
intereses o de influencias exteriores, estableciendo unas normas comunes de actuación en el ejercicio
profesional transfronterizo en la Unión Europea o bien en el Espacio Económico Europeo y otras básicas que
representan las garantías mínimas exigibles para posibilitar el derecho de defensa de una forma efectiva.
Aunque pudiera plantearse la duda acerca del carácter normativo de este texto, atendiendo al hecho de que
emana de un Consejo Consultivo, y, por tanto, no habiendo sido aprobadas por órgano legislativo, lo cierto es
que se trata de una verdadera Norma, de obligado cumplimiento para todos los abogados españoles, al
haberse incorporado en nuestro derecho a través del código deontológico de la Abogacía española como
anuncia su preámbulo y recoge expresamente el artículo 1 estableciendo:
“Los hombres y mujeres que ejerzan la Abogacía están obligados a respetar la Deontología inspirada en los
principios de la profesión. Las fuentes Principales de la Deontología se encuentran en el Estatuto General de
la Abogacía Española, en el Código Deontológico de la Abogacía Europea, en el presente Código aprobado por
el Consejo General de la Abogacía Española y en los que, en su caso, tuvieran aprobados los Consejos
Autonómicos de Colegios”.
c) La prevención de los conflictos de interés, bien sea entre varios clientes o entre el cliente y él mismo.
g) La competencia profesional.
h) El respeto de la confraternidad.
j) La autorregulación de su profesión.
ANEXO II
RELACIÓN DE COLEGIOS DE ABOGADOS DE ESPAÑA Y SUS ESTATUTOS PROFESIONALES
El código deontológico de la Abogacía española establece en su artículo 1 que el abogado está obligado a
respetar los principios éticos y deontológicos de la profesión establecidos en el Estatuto General de la Abogacía
Española, en el Código Deontológico del Consejo de Colegios de Abogados de Europa y en el Código
Deontológico de la Abogacía Española.
Pero el propio artículo añade, también se han de respetar los principios éticos y deontológicos de la profesión
que, en su caso, tuvieron aprobados el Consejo de Colegios de la Autonomía y los del concreto Colegio al que
esté incorporado, así como las normas éticas y deontológicas vigentes en el ámbito del Colegio de acogida en
el que desarrolle una determinada actuación profesional, fuera de su propio Colegio.
En España contamos con 83 colegios de abogados, cuya función está sujeta al cumplimiento de la normativa
europea, estatal y autonómica, pero que pueden contar también con sus propios estatutos particulares, según
la función que les confiere expresamente el Estatuto General de la Abogacía en su artículo 68 b).