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* Una primera versión de este ensayo fue publicada en Nexos, núm. 371, México,
noviembre de 2008.
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Aquellos que responden con la estrategia del olvido y el per-
dón se instalan en la solución política de reconciliar y estabili-
zar aquellos Estados que salían de dolorosas dictaduras y que
habían dividido a grandes sectores de la población. Pensemos,
por ejemplo, en las transiciones de España, Sudáfrica, Chile y
Argentina. Por el contrario, aquéllos que apelan a la estrategia de
la memoria y el castigo aducen, entre otros argumentos, que
desde el fin de la segunda guerra mundial el mensaje. que los
aliados quisieron enviar a los militares nazis, a partir del juicio
de Nurenberg, fue el de cumplir con el punto de vista moral, con
toda la fuerza del derecho, es decir, con el castigo a los culpa-
bles. En otros términos, la estrategia del olvido y el perdón se
dirige hacia el futuro, con el noble propósito de construir ins-
tituciones democráticas justas; la estrategia de la memoria y el
castigo se dirige hacia el pasado con el noble propósito de hacer
justicia a las víctimas. Una versión renovada de la confrontación
weberiana entre la ética de la responsabilidad y la ética de la
convicción.
El propósito de este ensayo, que se inscribe en el ámbito de
lo que se ha denominado "justicia transicional", es defender la
alternativa de la memoria . y el castigo garantista, sin que esta
defensa me conduzca a institucionalizar la venganza y el retomo
a un primitivismo moral y jurídico, que poco tiene que ver con
la defensa de un Estado social y democrático de Derecho. Diré
algunas palabras sobre la memoria y el olvido y, asumiendo la
necesidad de la primera, pasaré al análisis y crítica de algunas
alternativas posibles como son la tolerancia, el perdón, la recon-
ciliación y el castigo prudencial o ejemplarista.
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tiga o a quién debe tolerar o con quién debe reconciliarse. Sim-
plemente hay que mirar hacia el porvenir. Así lo entendió Luis
Maira, un antiguo colaborador de Allende, de quien no podemos
dudar de sus buenas intenciones:
I Citado por Sandrine Lefranc, Políticas del perdón, Madrid, Cátedra-PUY, 2004, p. 105.
21dem.
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heridas? Están abiertas; la única manera de cerrarlas es alcanzar una
verdadera reconciliación nacional basada en la verdad y la justicia de
lo que pasó. El simple paso del tiempo no bastar[a para curar la infección
que sufre Uruguay, en la medida en que la pena sigue en la conciencia
nacional mientras que no la tratemos correctamente. Cerrar las heridas y
reconciliarse no es 0lvidar. 3
J lbid, p. 125.
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· birla, precisamente porque carece de convicciones. De igual ma-
nera, la tolerancia no se confunde con la resignación. El resignado
se caracteriza precisamente por carecer de competencia. El tole-
rante siempre debe poder rechazar u obstaculizar las acciones que
violentan sus convicciones, pero decide abstenerse por motivos,
prudenciales o morales, que justifican dicha abstención. 4
Ahora bien, puede existir una tolerancia sensata, que es aqué-
lla que ofrece buenas razones para ser tolerante, o una tolerancia
insensata, apoyada en malas razones. Esta última sería la to-
lerancia indiscriminada que consolida las desigualdades y, en el
límite, termina negándose a sí misma eliminando toda posible
regulación del comportamiento humano.
Las buenas razones para la tolerancia, en cambio, son aquéllas
que se apoyan en la consideración de los derechos de los demás
en tanto seres autónomos, capaces de formular planes de vida
respetables en la medida en que no violen el principio de daño
o no sean expresión de una incompetencia básica que dé lugar a
formas de patemalismo éticamente justificables. Los límites de
la tolerancia vienen dados, precisamente, por el reconocimiento
de los derechos humanos.
Es verdad, como sostiene Walzer, que el debate serio entre
los filósofos hoy en día no se refiere al problema de la existencia
de los derechos humanos. Existe un gran consenso en cuanto a
su reconocimiento. Sin embargo, tal consenso está muy lejos de
ser una demanda minimalista. Muy por el contrario, el recono-
cimiento de los derechos humanos y su flagrante violación, rei-
tero, son un límite al ejercicio de la tolerancia. El propio Walzer
parece reconocerlo cuando sostiene que "los actos y prácticas
que 'producen shock en la conciencia de la humanidad' son, en
principio, intolerables", por ejemplo, la "crueldad, opresión,
misoginia, racismo, esclavitud o tortura".5 Esta afirmación es
lo que permite tomar distancia de posiciones neoconservadoras,
que no dudarían en mediatizar los derechos humanos en aras de
intereses holistas. Como un botón de muestra de estas posicio-
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nes "neocons" considérese el siguiente testimonio con relación
al tema de la tortura:
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sino una finne intervención dentro de los cauces legales estable-
cidos en el marco de un Estado democrático y social de Derecho.
Es claro que no se trata de justificar la violencia bélica en aras
de salvaguardar o instrumentar los derechos humanos. La per-
versidad de esta justificación ha quedado expuesta nítidamente
durante la guerra y ocupación de Irak. De lo que se trata, más
bien, es de practicar una acción comunicativa, de compromisos y
estrategias, que pennitan el reconocimiento paulatino de los de-
rechos a través de negociaciones pacíficas.
Llego a una conclusión obvia, pero no por eso intrascendente:
mientras más fortalecida se halle una sociedad en la vigencia de
los derechos, menos necesario resultará el ejercicio de la toleran-
cia. La persistencia de la tolerancia, sin límites precisos, es una
señal inequívoca de la debilidad estatal para instrumentar y hacer
prevalecer los derechos humanos.
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tamiento supererogatorio que, por lo tanto, no puede ser considerado
como un deber moral. 7
Algunos, con gran torpeza, nos exigen que les pidamos perdón. ¿A quién
vamos a pedir perdón? ¿A quienes trataron de matamos, a quienes tra-
taron de liquidar la patria? ¿A quién? ¡Son ellos los que deben pedimos
perdón¡ [ ... ] Las fuerza armadas no tienen que pedir perdón de nada
[... ] Si alguien quiere pedir perdón, que lo pida. No pediré perdón para
mi institución en ningún momento [... ] Hubo unos excesos en ambas
partes. 8 [Augusto Pinochet.]
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de Bonafini: "El perdón es algo divino para los que todavía creen
en Dios, pero nosotros no perdonamos". 10
Si de lo que se trata es de imponer un perdón recíproco, la
estrategia se conoce como reconciliación. Esta estrategia es
la que inspira el proceso de transición democrática en España
o las acciones de la South African Truth and Reconciliation
Commision y de la Bosnia and Herzegovina Truth and Recon-
ciliation Commision. La reconciliación supone la aceptación de
una culpabilidad recíproca "nadie es inocente" y, por supuesto,
relaciones simétricas. Con respecto a esta última, en un sistema
autoritario, por definición, no cabe la reconciliación ya que estos
sistemas suponen un sistema asimétrico de ofensas. Necesaria-
mente habrá víctimas inocentes.
La reconciliación se presenta como una limitación o sustituto
de la justicia. En todo caso, lo que las víctimas oponen y exi-
gen es una "verdadera reconciliación", la que sólo puede darse
después, no antes, del restablecimiento de la justicia a partir de
una acción decidida y eficaz por parte del Estado. De no ser así,
la reconciliación estaría apelando a una suerte de "pacto de si-
lencio" entre las partes en la que todas ellas asumirían la viej&
frase evangélica: "el que esté libre de culpa que arroje la primera
piedra". A este respecto son ilustrativas las frases de Viceny Na-
varro:
Estos y otros hechos -el autor alude al olvido de los asesinados, de-
tenidos, torturados, desaparecidos y expulsados durante la dictadura
franquista- han quedado olvidados en lo que parece ser un pacto de si-
lencio resultado de una transición que llevó a España a una democracia
vigilada donde las fuerzas democráticas tuvieron miedo de analizar y
recordar un pasado que podría provocar a la derecha. 11
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3.4. ¿Castigo prudencial o castigo garantista?
12 Carlos S. Nino, Introducción al análisis del derecho, Buenos Aires, Astrea, 1980,
pp. 430-431.
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Con respecto al castigo prudencial o selectivo, esta teoría
sostiene que la calidad de un sistema de justicia penal no puede
ser juzgada desde el punto de vista cuantitativo y que, dado el
gran número de culpables, es aconsejable "seleccionar" algunos
y aplicar sólo a ellos las penas correspondientes. La selección no
afectaría los efectos preventivos de la pena y permitiría contar
eventualmente con la colaboración de quienes tan sólo se limi-
taron a obedecer órdenes. Ésta es la posición que se asumió en
la Argentina bajo la presidencia de Raúl Alfonsín en los juicios
contra las juntas militares y sus agentes tras la sanción de la
llamada "Ley de obediencia debida". Por el contrario, desde un
punto de vista ético-normativo, parece correcto sostener que to-
dos los culpables deben ser condenados. El criterio cuantitativo
no ofrece una razón normativamente concluyente.
Por lo demás, sabemos que la situación en Argentina no con-
cluyó en tal castigo prudencial, sino que con el tiempo se favo-
reció con el indulto a aquellos militares previamente juzgados y
condenados. Pero, como afirma Garzón Valdés, el indulto no es
sino un "legado del Absolutismo reservado a los jefes de Estado
y no siempre fácil de justificar.,,\3 El autor se apoya en un texto
de Kant:
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aceptar el hecho de que la suma de dos males dé como resul-
tado un bien. En este sentido, las siguientes preguntas resultan
pertinentes: ¿qué sino el resentimiento y el deseo de venganza
explica esta preferencia por un estado del mundo en que los ma-
les se multiplican, sin atender a la posibilidad de algún efecto
benéfico para alguien? ¿No es acaso la demostración más clara
del fetichismo ante las reglas propias del formalismo moral toda
esta idea de que los criminales deben ser penados cualesquiera
que sean las consecuencias?, "aunque perezca el pueblo", como
decía Kant.
Sin embargo, sus desventajas no nos deben impedir ver sus
bondades, por ejemplo, excluir la posibilidad de penar a un ino-
cente, exigir sólo la penalización de acciones voluntarias, pres-
cribir penas más severas para los hechos más graves, determinar
que un acto intencional sea más severamente penalizado que
uno negligente; aspectos todos ellos que corresponden también
a nuestras convicciones intuitivas de justicia.
Por ello, desde la perspectiva de una ética retribucionista mo-
derada del castigo, la única posibilidad que queda es la aplica-
ción del Código Penal a los culpables, con todas las garantías
de un Estado constitucional democrático y social de Derecho,
es decir, un castigo garantista. Esto significa asumir que en si-
tuaciones extremas, que resultan aberrantes, contrarias al más
elemental sentido de justicia, se deben hacer valer los derechos
humanos con toda su universalidad y objetividad y las institucio-
nes jurídicas que garanticen en sociedades modernas los míni-
mos básicos de seguridad y convivencia sociales.
¿Se justifica, entonces, la intransigencia o intolerancia ante
los violadores de los derechos humanos (los dictadores nazis, los
Videla, los Pinochet, los Milosevic, y una lista interminable de
perpetradores de males radicales) y la defensa de tribunales in-
ternacionales que hacen valer una jurisdicción supranacional tra-
tándose de delitos de lesa humanidad, de genocidio y de críme-
nes de guerra, como se propone con la Corte Penal Internacional
(ePI) a partir de la entrada en vigor del Tratado de Roma? Pienso
que sí. Ante tales violadores de los derechos humanos y sus su-
bordinados no caben la tolerancia, el perdón y la reconciliación,
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ni el castigo selectivo, para que, desde una razón prudencial o
estratégica construyamos de cara al futuro una democracia justa.
No hay negociación política alguna que justifique su impunidad.
Más bien lo que se exige es el juicio y el castigo garantista. En
este sentido, constituye un paso importante, en la dirección co-
rrecta, la reciente solicitud de arresto por parte del fiscal en jefe
del ePI, Luis Moreno Ocampo, contra el presidente de Sudán,
Ornar Rassan Al Bachir, por lo delitos arriba señalados contra
las etnias "fur", "masalit" y "zaghawa" en Darfur.
A las preguntas iniciales de este trabajo, espero haber dado
buenas razones para justificar mi opción por la memoria y el
castigo garantista. Agrego sólo un par de razones más que, creo,
pueden desprenderse de lo ya dicho. La primera de ellas, como
sostiene Thomas Scanlon, porque: "La gente cuyo sentimiento
de haber sido dañada no es reconocido y afirmado por la ley
tiene menos respeto y menos entrega a la ley".15 La segunda, en
palabras de Ernesto Garzón Valdés:
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