Está en la página 1de 13

3

MEMORIA, PERDÓN Y CASTIGO·

Las dictaduras militares impiden pensar y prohíben hablar.


convirtiendo a los ciudadanos en sordomudos.
Pero no existe ninguna alfombra tan grande
que pueda tapar los crímenes cometidos.
EDUARDO GALEANO

Los crímenes de; guerra, los asesinatos políticos, los geno-


cidios han permanecido, en lo general, fuera del alcance de la
justicia. Lo que se observa más bien es que los responsables de
los gobiernos democráticos instalados después de un periodo
de dictadura o de terrorismo de Estado a menudo escogen no
perseguir a sus predecesores. Se recurre, entonces, a leyes de
amnistía, decretos presidenciales de gracia, medidas simbólicas
que pretenden restaurar la "dignidad" de las víctimas, o comi-
siones de la verdad y la reconciliación, que a menudo parecen
sustituir la misma verdad judicial. ¿Debe aplicarse la estrategia
del olvido y del perdón de cara al futuro y en aras de lograr una
conciliación y pacificación?; o bien, ¿debe insistirse una y otra
vez en el recuerdo, voltear la mirada al pasado, y aplicar el casti-
go a los culpables con el fin de remediar o compensar en parte el
dolor de las víctimas?

* Una primera versión de este ensayo fue publicada en Nexos, núm. 371, México,
noviembre de 2008.

65
Aquellos que responden con la estrategia del olvido y el per-
dón se instalan en la solución política de reconciliar y estabili-
zar aquellos Estados que salían de dolorosas dictaduras y que
habían dividido a grandes sectores de la población. Pensemos,
por ejemplo, en las transiciones de España, Sudáfrica, Chile y
Argentina. Por el contrario, aquéllos que apelan a la estrategia de
la memoria y el castigo aducen, entre otros argumentos, que
desde el fin de la segunda guerra mundial el mensaje. que los
aliados quisieron enviar a los militares nazis, a partir del juicio
de Nurenberg, fue el de cumplir con el punto de vista moral, con
toda la fuerza del derecho, es decir, con el castigo a los culpa-
bles. En otros términos, la estrategia del olvido y el perdón se
dirige hacia el futuro, con el noble propósito de construir ins-
tituciones democráticas justas; la estrategia de la memoria y el
castigo se dirige hacia el pasado con el noble propósito de hacer
justicia a las víctimas. Una versión renovada de la confrontación
weberiana entre la ética de la responsabilidad y la ética de la
convicción.
El propósito de este ensayo, que se inscribe en el ámbito de
lo que se ha denominado "justicia transicional", es defender la
alternativa de la memoria . y el castigo garantista, sin que esta
defensa me conduzca a institucionalizar la venganza y el retomo
a un primitivismo moral y jurídico, que poco tiene que ver con
la defensa de un Estado social y democrático de Derecho. Diré
algunas palabras sobre la memoria y el olvido y, asumiendo la
necesidad de la primera, pasaré al análisis y crítica de algunas
alternativas posibles como son la tolerancia, el perdón, la recon-
ciliación y el castigo prudencial o ejemplarista.

3.1. ¿Olvido o memoria?

La estrategia del olvido excluye, por definición, la acción de


tolerar, de perdonar, de reconciliarse o de castigar. Quien olvida
pretende eliminar aquello que mantiene vivo el recuerdo. Si lo
logra no sabe, entonces, qué es lo que tiene que perdonar o con
respecto a qué debe pedir perdón, o con respecto a qué se le cas-

66
tiga o a quién debe tolerar o con quién debe reconciliarse. Sim-
plemente hay que mirar hacia el porvenir. Así lo entendió Luis
Maira, un antiguo colaborador de Allende, de quien no podemos
dudar de sus buenas intenciones:

Muchos consideran a Pinochet como un accidente en la historia del


país; yo no lo creo. Este hombre modificó profundamente la sociedad
chilena a todos los niveles. Consiguió imponer un modelo económico,
una mentalidad. Debemos hoy aprender a vivir con todo esto y tratar
de cambiar con el tiempo. Sin olvidar por eso todo lo que pasó, hoy no
sirve para nada mirar atrás, hay que pensar en el porvenir [... ] Había que
juzgar con la carta de la continuidad, preservar la estabilldad, no tomar
el riesgo de caer en una grave recesión económica. I

Siempre cabe la simulación, pero una condición de posibilidad


para lograrla es mantener vivo el recuerdo, con el fin de ocultarlo
o negarlo ante terceros o, mejor, ante la opinión pública en aras
de las propias ambiciones personales. Cito las palabras de uno de
sus representantes, Carlos Menem:

El pasado no tiene nada que enseñarnos [... ] Debemos mirar adelante,


con los ojos puestos en el futuro. A menos que aprendamos a olvidar,
vamos a transformarnos en estatuas de saI.2

La alternativa más radical es la negación de la memoria y la


cancelación del provenir. Ni comisiones de la verdad, ni justicia,
simple y llanamente, el cinismo. Éste ha sido al parecer el recur-
so del ex presidente mexicano Luis Echeverría, instalado en lo
que se ha llamado una "amnistía de jacto".
La verdad y la memoria histórica son las únicas vías para abrir
las puertas del pasado, de cara a cualquier alternativa posible ha-
cia el futuro. El informe Uruguay, nunca más es muy explícito
en este sentido:

Algunos dicen que insistir en los acontecimientos pasados llega a reabrir


viejas heridas. Pero debemos preguntarnos: ¿cuándo se cerraron estas

I Citado por Sandrine Lefranc, Políticas del perdón, Madrid, Cátedra-PUY, 2004, p. 105.
21dem.

67
heridas? Están abiertas; la única manera de cerrarlas es alcanzar una
verdadera reconciliación nacional basada en la verdad y la justicia de
lo que pasó. El simple paso del tiempo no bastar[a para curar la infección
que sufre Uruguay, en la medida en que la pena sigue en la conciencia
nacional mientras que no la tratemos correctamente. Cerrar las heridas y
reconciliarse no es 0lvidar. 3

Si partimos del recuerdo y excluimos el olvido caben entonces


las siguientes posibilidades: la tolerancia, el perdón, la reconci-
liación y el castigo.

3.2. La tolerancia y sus límites

Pienso que sólo puede hablarse de un acto de tolerancia si se


experimenta una lesión en una convicción relevante, es decir, la
lesión de ideas o creencias que ocupan un lugar importante en el
sistema personal de valores y reglas del sujeto tolerante. Cuanto
mayor sea la importancia de la convicción, tanto mayor podrá
ser el grado de tolerancia, y según sea el tipo de convicción que
puede ser lesionada también lo será el tipo de tolerancia a ma-
nifestar. Existen convicciones estéticas, sociales, convicciones
basadas en prejuicios, convicciones religiosas y, por supuesto,
convicciones morales.
Asimismo, tolerante es aquel que tiene el poder de tratar de
suprimir o prevenir (o, al menos, de oponerse u obstaculizar) lo
que le resulta lesivo. La persona tolerante debe poseer, entonces,
la competencia o facultad que le permita fácticamente intervenir
en contra de una acción que lesiona sus convicciones. Esto su-
pone, por supuesto, que el estado de cosas que se tolera pueda
ser controlable: una catástrofe natural, en este sentido, puede ser
soportada o no, pero resulta absurdo pensar que es objeto de to-
lerancia.
La tolerancia se distingue de la indiferencia. El indiferente,
que parte de una posición escéptica o relativista, no tiene elemen-
tos para rechazar una acción ni puede tener la tendencia a prohi-

J lbid, p. 125.

68
· birla, precisamente porque carece de convicciones. De igual ma-
nera, la tolerancia no se confunde con la resignación. El resignado
se caracteriza precisamente por carecer de competencia. El tole-
rante siempre debe poder rechazar u obstaculizar las acciones que
violentan sus convicciones, pero decide abstenerse por motivos,
prudenciales o morales, que justifican dicha abstención. 4
Ahora bien, puede existir una tolerancia sensata, que es aqué-
lla que ofrece buenas razones para ser tolerante, o una tolerancia
insensata, apoyada en malas razones. Esta última sería la to-
lerancia indiscriminada que consolida las desigualdades y, en el
límite, termina negándose a sí misma eliminando toda posible
regulación del comportamiento humano.
Las buenas razones para la tolerancia, en cambio, son aquéllas
que se apoyan en la consideración de los derechos de los demás
en tanto seres autónomos, capaces de formular planes de vida
respetables en la medida en que no violen el principio de daño
o no sean expresión de una incompetencia básica que dé lugar a
formas de patemalismo éticamente justificables. Los límites de
la tolerancia vienen dados, precisamente, por el reconocimiento
de los derechos humanos.
Es verdad, como sostiene Walzer, que el debate serio entre
los filósofos hoy en día no se refiere al problema de la existencia
de los derechos humanos. Existe un gran consenso en cuanto a
su reconocimiento. Sin embargo, tal consenso está muy lejos de
ser una demanda minimalista. Muy por el contrario, el recono-
cimiento de los derechos humanos y su flagrante violación, rei-
tero, son un límite al ejercicio de la tolerancia. El propio Walzer
parece reconocerlo cuando sostiene que "los actos y prácticas
que 'producen shock en la conciencia de la humanidad' son, en
principio, intolerables", por ejemplo, la "crueldad, opresión,
misoginia, racismo, esclavitud o tortura".5 Esta afirmación es
lo que permite tomar distancia de posiciones neoconservadoras,
que no dudarían en mediatizar los derechos humanos en aras de
intereses holistas. Como un botón de muestra de estas posicio-

4 Véase Annette Schmitt, "Las circunstancias de la tolerancia", en Doxa, núm. 11,


Alicante, 1992.
5 Michael Walter, On Tolera/ion, Yale University Press, 1997, p. 21.

69
nes "neocons" considérese el siguiente testimonio con relación
al tema de la tortura:

El 4 de marzo de 2003, el jurista de la Universidad de Harvard, Alan M.


Dershowitz, se refirió a la tortura en un programa de CNN en Jos siguien-
tes términos: 'No podemos saber si un preso es un terrorista operacional
mientras no nos dé informaciones [... ] No pienso en tortura mortal. Pien-
so, por ejemplo, en una aguja esterilizada que se introduce debajo de
la uilas. Claro, eso no seria conforme a los convenios de Ginebra. Pero
ustedes saben que en todo el planeta hay países que violan los tratados
de Ginebra. Lo hacen en secreto, como lo hicieron los franceses en Ar-
gelia.'6

Sobre la tortura practicada por los paracaidistas franceses en


Argelia, tristemente paradigmática en muchos sentidos, vale la
pena recordar las palabras de uno de los capellanes militares
para confortar a ias turbadas almas de los oficiales:

Si la ley permite, en interés de todos, suprimir a un asesino, ¿por qué se


pretende calificar de monstruoso el hecho de someter a un delincuente,
reconocido como tal y por ello pasible de la muerte, a un interrogatorio
penoso, pero cuyo único fin es, gracias a las revelaciones que hará sobre
sus cómplices y sus jefes, proteger a inocentes? En circunstancias ex-
cepcionales, recursos excepcionales. [Louis Delarue.]

Por supuesto, las citas podrían multiplicarse. Lo que intento


dar a entender con ellas es que si estas acciones merecen el califi-
cativo de intolerables es porque atentan, no contra los valores de
una comunidad o contra los intereses de una nación, sino contra la
autonomía y la dignidad de los individuos que las integran. Ante
la violación de los derechos humanos básicos, ante el vandalismo
de los actos de tortura y, por supuesto, de genocidio, no cabe la
resignación, la indiferencia, las justificaciones consecuencialistas,
ni la tolerancia, sino una actitud de franca intolerancia.
No tiene sentido, entonces, plantearse la posibilidad de ser to-
lerante ante individuos o grupos que atentan contra los derechos
básicos. La violación de los mismos exige, no una abstención

6 A. M. Mergier, "Ideología de la tortura", en Proceso. México, 23 de mayo de 2004,


pp. 56-58.

70
sino una finne intervención dentro de los cauces legales estable-
cidos en el marco de un Estado democrático y social de Derecho.
Es claro que no se trata de justificar la violencia bélica en aras
de salvaguardar o instrumentar los derechos humanos. La per-
versidad de esta justificación ha quedado expuesta nítidamente
durante la guerra y ocupación de Irak. De lo que se trata, más
bien, es de practicar una acción comunicativa, de compromisos y
estrategias, que pennitan el reconocimiento paulatino de los de-
rechos a través de negociaciones pacíficas.
Llego a una conclusión obvia, pero no por eso intrascendente:
mientras más fortalecida se halle una sociedad en la vigencia de
los derechos, menos necesario resultará el ejercicio de la toleran-
cia. La persistencia de la tolerancia, sin límites precisos, es una
señal inequívoca de la debilidad estatal para instrumentar y hacer
prevalecer los derechos humanos.

3.3. Perdón y reconciliación

La estrategia del perdón presupone el reconocImIento por


parte del culpable del delito cometido. Pero no sólo ello, sino
también la responsabilidad que conlleva y el arrepentimiento del
mismo. Si estas actitudes no se manifiestan el perdón es gratuito,
y exigirlo a una víctima del delito sería imponerle una acción
altruista injustificada. Como afinna Ernesto Garzón Valdés:

En las transiciones argentina y chilena -si se prescinde de casos ex-


cepcionales como el del ex capitán Alfredo Scilingo quien confesó
arrepentido en 1995 su participación en los llamados "vuelos de la
muerte"- ello no ha sucedido. Por el contrario, los autores y actores del
terrorismo de Estado reiteran hasta hoy su convicción de estar libres de
culpa y cargo y de haber actuado en una "guerra justa". La concesión
de perdones gratuitos --como ha sido el caso de las leyes de amnistía
en el caso argentino- ha servido tan sólo para reforzar la impunidad,
con el consiguiente agravio para las víctimas. Esto por lo que respecta a
lo que podría llamarse "perdón institucional". En el caso de la víctima
individual, exigirle la concesión del perdón sería imponerle un compor-

71
tamiento supererogatorio que, por lo tanto, no puede ser considerado
como un deber moral. 7

Con respecto al perdón gratuito no parece haber mucha vo-


luntad de arrepentimiento de quien se expresa con las siguientes
frases:

Algunos, con gran torpeza, nos exigen que les pidamos perdón. ¿A quién
vamos a pedir perdón? ¿A quienes trataron de matamos, a quienes tra-
taron de liquidar la patria? ¿A quién? ¡Son ellos los que deben pedimos
perdón¡ [ ... ] Las fuerza armadas no tienen que pedir perdón de nada
[... ] Si alguien quiere pedir perdón, que lo pida. No pediré perdón para
mi institución en ningún momento [... ] Hubo unos excesos en ambas
partes. 8 [Augusto Pinochet.]

Por lo que hace a la posible imposición de acciones altruis-


tas a las víctimas, vale la pena citar el testimonio de una de las
sobrevivientes del holocausto, Simone Veil, con ocasión de los
sesenta años de la liberación del campo de concentración de
Auschwitz:

Jóvenes del mundo, ustedes se preguntarán si he perdonado a mis ver-


dugos. Mi respuesta es: ¡No¡, nunca, jamás. Para mí la cuestión no se
plantea en términos de perdón. Yo estoy viva, sobrevivÍ. No soy la que
debe perdonar cuando se trata de 6 millones de judíos exterminados.
No se puede perdonar globalmente lo que ya fue. [... ] Exterminar a
todos los judíos por el solo hecho de ser judíos, ¿piensan que es perdo-
nable? ¿Cómo puede perdonarse la masacre de millones y millones de
niños?¿Cómo puedo perdonar que mi padre y mi hermano hayan desa-
parecido? ¿Qué mi madre haya muerto inútilmente, que mi hermana
haya padecido en Ravensbruck? ¿Perdonar? No se puede. Lo único es
tratar de que nunca más suceda una cosa sÍ. Nunca más. 9

Parece que el perdón no es una estrategia correcta. Como de-


cía una de las líderes de las madres de la Plaza de Mayo, Hebe

7 Ernesto Garzón Valdés, "Terrorismo de Estado y justicia", en Estudios, núms. 56-

57, México, ¡TAM, 1999, p. 10.


8 Citado por Sandrine Lefranc, op. cit., p. 129.
9 Simone Veil, "Jóvenes del mundo", París, enero de 2005, en suplemento "El Án-

gel", Reforma, México, 30 de enero de 2005.

72
de Bonafini: "El perdón es algo divino para los que todavía creen
en Dios, pero nosotros no perdonamos". 10
Si de lo que se trata es de imponer un perdón recíproco, la
estrategia se conoce como reconciliación. Esta estrategia es
la que inspira el proceso de transición democrática en España
o las acciones de la South African Truth and Reconciliation
Commision y de la Bosnia and Herzegovina Truth and Recon-
ciliation Commision. La reconciliación supone la aceptación de
una culpabilidad recíproca "nadie es inocente" y, por supuesto,
relaciones simétricas. Con respecto a esta última, en un sistema
autoritario, por definición, no cabe la reconciliación ya que estos
sistemas suponen un sistema asimétrico de ofensas. Necesaria-
mente habrá víctimas inocentes.
La reconciliación se presenta como una limitación o sustituto
de la justicia. En todo caso, lo que las víctimas oponen y exi-
gen es una "verdadera reconciliación", la que sólo puede darse
después, no antes, del restablecimiento de la justicia a partir de
una acción decidida y eficaz por parte del Estado. De no ser así,
la reconciliación estaría apelando a una suerte de "pacto de si-
lencio" entre las partes en la que todas ellas asumirían la viej&
frase evangélica: "el que esté libre de culpa que arroje la primera
piedra". A este respecto son ilustrativas las frases de Viceny Na-
varro:

Estos y otros hechos -el autor alude al olvido de los asesinados, de-
tenidos, torturados, desaparecidos y expulsados durante la dictadura
franquista- han quedado olvidados en lo que parece ser un pacto de si-
lencio resultado de una transición que llevó a España a una democracia
vigilada donde las fuerzas democráticas tuvieron miedo de analizar y
recordar un pasado que podría provocar a la derecha. 11

10 Hebe de Bonafini, en The New York Times, 25 de marzo de 1995.


11 Vicen9 Navarro, Bienestar insuficiente, democracia incompleta, Barcelona,
Anagrama, 2002, p. 187. En los últimos años la situación en España ha comenzado a
revertirse y buena prueba de ello es la publicación en el BOE de 27 de diciembre de 2007,
de la Ley 52/2007, "por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas
a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dic-
tadura". Para un análisis del proceso que condujo a la ley y de la ley misma véase José
Antonio Martín Pillán y Rafael Escudero Alday (eds.), Derecho y memoria histórica,
Madrid, Trotta, 2008.

73
3.4. ¿Castigo prudencial o castigo garantista?

Queda la alternativa del castigo y aquí todavía debemos


distinguir dos tipos, que llamaré: castigo prudencial y castigo
garantista. El primero, se une al perdón y a la reconciliación de
cara al futuro y se justifica desde una perspectiva utilitarista. Se
habla también de castigos ejemplares o selectivos. El segundo se
justifica a partir de un retribucionismo moderado con apego a la
ley, en el marco de un Estado democrático y social de Derecho.
Para el utilitarismo el castigo no se justifica moralmente por
el hecho de que quien lo recibe haya hecho algo malo en el pa-
sado, sino para promover la felicidad general de cara al futuro.
Lo que se propone ahora es no mirar al pasado, poner al margen
la pasión y olvidar la retribución. De lo que se trata es de actuar
racionalmente y, en consecuencia, ponderar la utilidad de la con-
ducta presente medida por sus consecuencias futuras.
Las principales críticas que se formulan a los utilitaristas
podrían resumirse en las siguientes: no se asegura bajo esta
concepción la exigencia de actitudes subjetivas -intención o
negligencia- para la responsabilidad penal; existe la posibilidad,
como consecuencia contraintuitiva, de justificar el castigo de un
inocente cuando esto sea necesario para evitar un mal mayor;
pero, sobre todo, el problema no está sólo en la posibilidad de pe-
nar a los inocentes, sino también en el castigo de los culpables.
Porque, como afirma C. S. Nino:

como según el utilitarismo, esa culpabilidad es irrelevante (salvo por ra-


zones de eficacia) para justificar la pena, los que han delinquido podrían
legitimamente protestar: "¿Por qué hemos de ser sacrificados nosotros
en aras del mayor beneficio del resto de la sociedad, o sea, en definitiva,
de otros hombres? No nos digan que porque hemos cometido delitos,
porque eso, según ustedes es tan moralmente irrelevante como nuestro
color de piel. Ustedes nos están usando sólo como medios en beneficio
de otros".12

12 Carlos S. Nino, Introducción al análisis del derecho, Buenos Aires, Astrea, 1980,
pp. 430-431.

74
Con respecto al castigo prudencial o selectivo, esta teoría
sostiene que la calidad de un sistema de justicia penal no puede
ser juzgada desde el punto de vista cuantitativo y que, dado el
gran número de culpables, es aconsejable "seleccionar" algunos
y aplicar sólo a ellos las penas correspondientes. La selección no
afectaría los efectos preventivos de la pena y permitiría contar
eventualmente con la colaboración de quienes tan sólo se limi-
taron a obedecer órdenes. Ésta es la posición que se asumió en
la Argentina bajo la presidencia de Raúl Alfonsín en los juicios
contra las juntas militares y sus agentes tras la sanción de la
llamada "Ley de obediencia debida". Por el contrario, desde un
punto de vista ético-normativo, parece correcto sostener que to-
dos los culpables deben ser condenados. El criterio cuantitativo
no ofrece una razón normativamente concluyente.
Por lo demás, sabemos que la situación en Argentina no con-
cluyó en tal castigo prudencial, sino que con el tiempo se favo-
reció con el indulto a aquellos militares previamente juzgados y
condenados. Pero, como afirma Garzón Valdés, el indulto no es
sino un "legado del Absolutismo reservado a los jefes de Estado
y no siempre fácil de justificar.,,\3 El autor se apoya en un texto
de Kant:

El derecho de gracia (ius aggratiandi) para el criminal, sea suavizando el


castigo sea eximiéndole totalmente de él, es el más equívoco. de los de-
rechos del soberano, pues si bien prueba la magnificencia de su gran-
deza, permite, sin embargo, obrar injustamente en alto grado. 14

El comportamiento de Carlos Menem no fue la excepción y


no resultó ser un claro ejemplo de la "magnificencia de su gran-
deza".
Si nos situamos en el punto de vista de la ética normativa o
retribucionista del castigo no debemos ocultar sus posibles des-
ventajas, que pueden sintetizarse en la idea de que es muy dificil

13 Ernesto Garzón Valdés, "Respuesta a la violencia extraordinaria", en Jorge Malem,


La profesionalidad judicial, Cátedra Ernesto Garzón Valdés 2009, México, Fontarnara,
2009.
14 Immanuel Kant, La metaflSica de las costumbres (trad. de Adela Cortina y Jesús

Conil), Madrid, Tecnos, 2002, p. 174.

75
aceptar el hecho de que la suma de dos males dé como resul-
tado un bien. En este sentido, las siguientes preguntas resultan
pertinentes: ¿qué sino el resentimiento y el deseo de venganza
explica esta preferencia por un estado del mundo en que los ma-
les se multiplican, sin atender a la posibilidad de algún efecto
benéfico para alguien? ¿No es acaso la demostración más clara
del fetichismo ante las reglas propias del formalismo moral toda
esta idea de que los criminales deben ser penados cualesquiera
que sean las consecuencias?, "aunque perezca el pueblo", como
decía Kant.
Sin embargo, sus desventajas no nos deben impedir ver sus
bondades, por ejemplo, excluir la posibilidad de penar a un ino-
cente, exigir sólo la penalización de acciones voluntarias, pres-
cribir penas más severas para los hechos más graves, determinar
que un acto intencional sea más severamente penalizado que
uno negligente; aspectos todos ellos que corresponden también
a nuestras convicciones intuitivas de justicia.
Por ello, desde la perspectiva de una ética retribucionista mo-
derada del castigo, la única posibilidad que queda es la aplica-
ción del Código Penal a los culpables, con todas las garantías
de un Estado constitucional democrático y social de Derecho,
es decir, un castigo garantista. Esto significa asumir que en si-
tuaciones extremas, que resultan aberrantes, contrarias al más
elemental sentido de justicia, se deben hacer valer los derechos
humanos con toda su universalidad y objetividad y las institucio-
nes jurídicas que garanticen en sociedades modernas los míni-
mos básicos de seguridad y convivencia sociales.
¿Se justifica, entonces, la intransigencia o intolerancia ante
los violadores de los derechos humanos (los dictadores nazis, los
Videla, los Pinochet, los Milosevic, y una lista interminable de
perpetradores de males radicales) y la defensa de tribunales in-
ternacionales que hacen valer una jurisdicción supranacional tra-
tándose de delitos de lesa humanidad, de genocidio y de críme-
nes de guerra, como se propone con la Corte Penal Internacional
(ePI) a partir de la entrada en vigor del Tratado de Roma? Pienso
que sí. Ante tales violadores de los derechos humanos y sus su-
bordinados no caben la tolerancia, el perdón y la reconciliación,

76
ni el castigo selectivo, para que, desde una razón prudencial o
estratégica construyamos de cara al futuro una democracia justa.
No hay negociación política alguna que justifique su impunidad.
Más bien lo que se exige es el juicio y el castigo garantista. En
este sentido, constituye un paso importante, en la dirección co-
rrecta, la reciente solicitud de arresto por parte del fiscal en jefe
del ePI, Luis Moreno Ocampo, contra el presidente de Sudán,
Ornar Rassan Al Bachir, por lo delitos arriba señalados contra
las etnias "fur", "masalit" y "zaghawa" en Darfur.
A las preguntas iniciales de este trabajo, espero haber dado
buenas razones para justificar mi opción por la memoria y el
castigo garantista. Agrego sólo un par de razones más que, creo,
pueden desprenderse de lo ya dicho. La primera de ellas, como
sostiene Thomas Scanlon, porque: "La gente cuyo sentimiento
de haber sido dañada no es reconocido y afirmado por la ley
tiene menos respeto y menos entrega a la ley".15 La segunda, en
palabras de Ernesto Garzón Valdés:

porque si las personas consideran que no se toma en serio su condición


de víctimas, se producen dos efe.ctos inaceptables: a) se sienten doble-
mente dañadas porque no sólo han sufrido la acción del agresor sino
que, además, sufren el daño psicológico de sentirse indefensas frente al
agresor real o potencial; y b) pueden verse impulsadas a ejercer justicia
por cuenta propia. En el primer caso se viola el principio de equidad, en
el segundo el principio de seguridad ciudadana, y ambos principios son
constitutivos de un Estado democrático y social de Derecho. 16

15 Thomas Scanlon, "Punishment and the Rule of Law", conferencia en memoria de


Carlos s. Nino, Yale Law School, 24 de septiembre de 1994.
16 E. Garzón Valdés, "Terrorismo de Estado y justicia", en op. cit., p. 16.

77

También podría gustarte