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Castorina HelmanLos Derechos en La Escuela, Libro Tono4
Castorina HelmanLos Derechos en La Escuela, Libro Tono4
educativas
Mariela Helman
Introducción
Que el niño contara con una serie de derechos propios, si bien tiene su historia,
no resulta una novedad. Sin embargo, tradicionalmente esta titularidad de derechos
reconocidos no involucraba una capacidad de obrar, y en consecuencia, el niño no era
titular de derechos públicos subjetivos tales como la libertad, la libre expresión, etc. A
partir de la Convención los ordenamientos jurídicos reflejan y, al mismo tiempo,
instalan una modificación en la concepción social del niño: éste no es solo un sujeto en
desarrollo y titular de derechos pasivos respecto de las prestaciones de los adultos sino
que cuenta con derechos activos tales como la libertad de conciencia, pensamiento y
religión, o la intimidad y la vida privada, así como la libertad de expresión e
información o de reunión, etc.
Tenemos por tanto un niño que es reconocido como un sujeto con posibilidades
de participación y decisión reales en distintos ámbitos de su vida. Sin embargo, estas
posibilidades enunciadas desde los ordenamientos, no se encuentran consolidadas en
los hechos. En general, el plano normativo señala el ámbito del deber ser, que nunca se
corresponde totalmente con la realidad de las prácticas sociales, que constituye el plano
del ser. Esto supone aceptar que siempre existe una distancia entre los enunciados y los
hechos, aunque los primeros constituyan horizontes hacia donde ir. Sin embargo,
cuando decimos que la Convención refleja una concepción novedosa de infancia,
queremos destacar que algunos de sus derechos resultan controvertidos. Para decirlo de
otro modo, los derechos referidos a la satisfacción de necesidades básicas tienen un
consenso generalizado, pero hay otros que no han alcanzado socialmente la misma
aceptación puesto que sitúan a los niños no solo en el lugar de aquellos a quienes debe
protegerse sino de sujetos que tienen voz propia que demanda ser escuchada. Más
adelante (ver apartado…) veremos cómo estas tensiones se escenifican cotidianamente
en la escuela.
Ahora bien, ¿Cómo podemos entender los derechos de los niños? Algunos rasgos que
comparten los derechos humanos en general, servirán para aproximarnos a la idea de
derechos de los niños.
Los derechos humanos pueden entenderse como criterios de actuación ética y política
(Gil, Jover y Reyero, 2001). Consisten en expectativas que los individuos o grupos de
individuos tienen respecto del debido comportamiento de otros individuos o grupos de
individuos. Se trata de creencias respecto de las libertades propias y respecto de los
tratos o bienes que corresponde recibir de otros. Provienen de criterios históricos que,
como tales, pueden variar o modificarse. Aunque la condición de un derecho como tal
no se desprende simplemente por estar recogido en una ley, el que estén sancionados
legalmente tiene un peso importante: es un símbolo de cierto reconocimiento social.
Dicho de otro modo, la ley expresa lo que la sociedad entiende y respalda
simbólicamente como expectativa de trato deseable (Leiras, 1994). El objetivo de los
derechos en general, y en particular los de los niños, es cumplir con la tarea
fundamental de proteger a sus titulares. Postular que la condición de niño acredita la
titularidad de una serie de derechos coloca un límite exterior a los ejercicios de
autoridad sobre los niños. Una de las particularidades de los derechos de los niños
consiste en que los titulares de estos derechos no participan de su declaración. Otros, no
los niños directamente, asumen esta tarea como representantes de los mismos. Por otra
parte, los derechos no tienen condiciones: son un dato, un punto de partida que marca
los límites de lo que se considera justo que ocurra más allá de lo que alguien diga o
haga. En nuestro caso, no hace falta que un niño haga nada en especial para acceder a la
titularidad de lo que la sociedad en que vive reconoce como derechos de los niños; todo
lo que hace falta es que sea niño, es decir que disponga de los atributos socialmente
establecidos para ser reconocido como tal. En este sentido, involucran un
reconocimiento social general e incondicionado (Leiras, op. cit.)
En el estudio se trabajó con dos muestras: la primera con sujetos de clase media y la
segunda con niños de clase baja. Los chicos de ambos sectores asisten a escuelas
primarias de gestión pública de la Ciudad de Buenos Aires (una situada en el barrio de
Flores y otra en el barrio de La Boca). Se seleccionaron niños que cursaran 3º, 5º y 7º
grado. Los datos se recogieron mediante la realización de entrevistas clínico-críticas. Se
seleccionaron tres derechos sobre los cuales preguntar a los niños: el derecho a la
intimidad, el derecho a la educación y el derecho a la libre expresión. Para cada uno de
ellos se elaboraron narrativas1, como la que transcribimos al inicio de este apartado, a
partir de las cuales indagar y luego una serie de preguntas análogas a propósito de cada
situación para poder luego establecer comparaciones.
Dos de los problemas que abordamos en la investigación fueron:
2) Si lo reconocen, ¿lo hacen de modo incondicionado, tal como es por definición o, por
el contrario, se adjudican ciertas condiciones para gozar del derecho?
“Uh, que hay que portarse bien en clase, no hay que hacer lío, no hay que...
pasarse papelitos, hay que quedarse ahí estudiando, haciendo lo que la maestra
hace, bah o las tareas en clase.”
1
Las distintas narrativas se situaban en el contexto del aula y en todas ellas estaba en juego la
vulneración hipotética o real de un derecho infantil. En algunas estaba involucrado un mal
comportamiento previo de los alumnos y en otras no.
En las muestras de ambas clases, la mayoría de los niños interpretan inicialmente la
narrativa según el mal comportamiento del alumno implicado y la acción del docente no
resulta un observable. Es decir, en la lectura de la situación es más relavante para ellos,
por ejemplo, que las alumnas de la narrativa se estuvieran portando mal que el hecho de
que la docente vulnerara un derecho.
Por el contrario, la minoría de sujetos que logra dar rápidamente una interpretación de
la situación centrada en el accionar de la maestra justamente es la que la cuestiona desde
el principio.
Esta centración en los actos de los alumnos, lleva incluso a la invención de observables
por parte de los sujetos. Por ejemplo, para indagar el derecho a la educación se trabajó
con la siguiente narrativa:
En el aula los chicos están resolviendo un ejercicio en sus cuadernos. Uno de los chicos
no sabe cómo hacerlo, no le sale. Entonces se acerca al escritorio de la señorita y le
dice: “seño, no entiendo, ¿me lo explicás?”. La maestra le responde: “no, yo ya lo
expliqué dos veces”.
Cuando preguntamos sobre esta situación a los chicos, fue sistemática la alusión a que
el alumno estaba “haciendo lío” o se encontraba distraído y por eso la docente se niega
a explicarle nuevamente. Nuevamente, el acento está puesto en lo que hacen los
alumnos (aún cuando no lo hacen: en este caso no había una transgresión a la normativa
y los sujetos la “crean”) y no en lo que harían los adultos.
Ahora bien, ¿a qué se debe que varios sujetos piensen y “vean” las conductas de los
alumnos y no las de los docentes? Desde la perspectiva de los niños, tal como lo
entendía Piaget en su obra “El criterio moral en el niño” (1932), la autoridad
heterónoma parece ser crucial ya que dispone de cierta inmunidad y sus decisiones son
casi incuestionables. La necesidad por parte de los niños de justificar a la autoridad
escolar y encontrar racionalidad en sus actos es un rasgo que ha sido encontrado en
otros estudios (Castorina, Lenzi, 2000)
Lucas (10,2):
”Está bien, (la maestra) la perdona, pero si es otra vez, le dice que no lo haga más y lo
hace otra vez...(...) se lo tiene que sacar y leerlo (...) Porque, primero, la primera vez
que lo hace lo tiene que perdonar pero después lo hace otra vez lo deja sin recreo luego
lo vuelve , lo vuelve, lo vuelve y insiste la seño se harta y lo lee”.
Se le contraargumenta que él había planteado que el papel era privado y contesta: “Lo
lee para que aprenda que hay que hacerlo solo una vez y si está mal dejar de hacerlo”
(...) “Lo tiene que leer, aunque sea privado para castigarla, así”
Nuevamente, desde las respuestas infantiles, aparecen los derechos como premios que
se ganan y no como garantías con las que se cuenta.
En esta problemática se ponen en juego dos planos a los que ya hemos hecho referencia
y cuya diferenciación resulta muy compleja para los chicos: el deber ser y los hechos.
Según nuestra hipótesis, el “peso” del plano de los hechos resulta destacable dado el
nivel de implicancia del propio niño con el objeto. Vale la pena considerar que el chico
no está reflexionando y atribuyendo significados a un objeto de conocimiento con el que
mantiene cierta distancia o que le resulta de algún modo ajeno, sino que él mismo es
parte de este objeto.
Esta característica tan frecuente en las argumentaciones infantiles –es decir, el derecho
fuertemente condicionado al acatamiento de las normas escolares- nos advierte, en
primer lugar, que la noción de derecho no se encuentra del todo consolidada; si así lo
estuviera, se sostendría de modo incondicionado, es decir, “resistiría” aun a los malos
comportamientos. En segundo lugar, una vez más esta particularidad nos muestra el
impacto de la acción institucional sobre las ideas que producen los sujetos.
Así como Piaget planteaba que la presión adulta participa activamente en la producción
de una configuración moral heterónoma, en este caso podemos plantear hipotéticamente
que la presión institucional dificulta -aunque de ningún modo suprime- la posibilidad
de que los niños consoliden una idea más objetiva de sus derechos en la escuela. Sin
embargo, más allá de mostrar de qué manera la presión institucional participa de la
producción cognitiva, no queremos dejar de enfatizar que la última no es reductible a la
primera. En otras palabras, dicha presión marca la actividad intelectual de los sujetos
pero no la anula. A modo de ejemplo, en el siguiente fragmento de protocolo podemos
observar cómo el sujeto intenta sostener un espacio de intimidad y, al mismo tiempo,
condicionar el derecho al cumplimiento de la normativa escolar:
Agustín (8,3):
“E: Entonces, cómo es, Agustín, para vos? Si está el papelito...y la maestra lo quiere
leer..., ¿está bien o está mal?
A: Está bien porque...porque así (la nena) no se distrae leyendo las cosas que escriben
en un papelito y no estudiando. (en esta respuesta el niño parece centrarse en que
como la nena presenta un bajo rendimiento escolar, la maestra puede leer el papel)
E: Ahora vos me dijiste hace un rato que estaba mal, porque podían ser cosas
personales, cosas privadas...que no está bien leer las cosas de los otros...
A: Sí, pero primero le tienen que preguntar a ver qué es. (este fragmento parece
indicar que el niño vuelve a centrarse en el derecho a la intimidad)
E: Sí...¿Y si la nena le dice “mire, esto es algo que yo no quiero que usted lea porque es
algo privado”?
A: No, si tiene bajas notas sí. (de acuerdo a esta respuesta, el niño vuelve a centrarse
en el bajo rendimiento escolar)
Podemos ver, por tanto, las diferentes oscilaciones del sujeto entre sostener la
privacidad y justificar la intromisión adulta. En sus intentos, parece resolver estas
tensiones elaborando una solución de compromiso que, una vez más, permite inferir el
carácter constructivo de la actividad intelectual infantil:
“E: -¿Igual no tiene que leerlo o sí tiene que leerlo, cómo te parece...?
A: Y...pero si es así...como una cosa mala que le está mandando a otro...ahí sí que lo
tiene que leer. (...) Lo tiene que leer cuando es una nena mala.”
Ciertas oscilaciones en las respuestas de los niños, la invención de observables como los
que hemos mencionado anteriormente, evidencian el impacto de las prácticas escolares
pero, al mismo tiempo, la actividad constructiva de los sujetos.
Por último, nuestra indagación muestra que el cuerpo propio resulta un límite
infranqueable para todos los niños. Este límite sí se concibe de modo absolutamente
incondicionado a partir de cierta edad: las autoridades escolares no pueden pegar, no
importa cuán mal se hayan portado los chicos. Este rasgo ya ha sido encontrado en el
estudio de Kohen Kohen (2000) Ahora bien, los niños de clase media señalan también
como límite incondicionado los malos tratos por parte de los adultos de la escuela; esto
incluye cualquier práctica humillante. Sin embargo, resulta llamativo que los sujetos de
clase baja aceptan que los docentes puedan insultar a un niño. Así como pegarles no
pueden “porque no son sus padres”; sí los podrían insultar si los alumnos se portaran
mal sin que esto acarree demasiadas consecuencias.
A lo largo de estas páginas hemos caracterizado algunas de las ideas infantiles sobre los
derechos en la escuela. Hemos hecho referencia a la intervención de la acción
institucional escolar sobre el modo de concebir los derechos. Dicho de otra manera, la
condicionalidad que le atribuyen los niños a los derechos no es una cuestión meramente
intelectual sino que estas ideas revelan algo de la práctica escolar cotidiana. En este
apartado analizaremos por un lado, algunos rasgos característicos de la escuela como
institución y, por el otro, distintos modos en que la escuela se ha hecho cargo del
mandato social de formar ciudadanos en nuestro país. Estas consideraciones tienen lugar
porque creemos que sus particularidades enmarcan la producción infantil sobre el
campo de los derechos.
En el trabajo que da título a este apartado, los autores (Pineau, P.; Dussel, I, y Caruso,
M. ,2001) intentan responder a la cuestión de cómo fue posible la expansión de la
escuela como agencia educativa por excelencia, inhabilitando otras posibles formas de
educación masiva. Sobre todo considerando que antes del siglo XIX la escuela era una
institución extraña para la mayoría dado que los más pobres no la conocían y los más
ricos contaban con dispositivos privados o individuales de enseñanza. La hipótesis que
elaboran los autores para explicar el “triunfo” de la escuela por sobre otras modalidades
de educación es la siguiente: “La escuela moderna nació como una “máquina de
educar”: una tecnología replicable y masiva para aculturar grandes capas de la
2
El subtítulo corresponde al texto de Pineau, P.; Dussel, I, y Caruso, M. (2001) La escuela como máquina
de educar. Tres escritos sobre un proyecto de la modernidad. Paidós Cuestiones de Educación.
población, similar a las máquinas tejedoras que empezaban a producir textiles en
masa. Aunque no todas las pedagogías del siglo XIX coincidieron en la metáfora
industrial o tecnológica para hablar de la escuela (…), sin embargo todas
compartieron el hecho de concebirla como un artefacto o invención humana para
dominar y encauzar la naturaleza infantil” (p22) Como se advierte, desde sus
momentos fundacionales la escuela no fue pensada particularmente como un espacio
donde se aprende y se vive la diversidad. También podemos pensar que la masividad, el
dominio y la intervención total sobre la naturaleza infantil son rasgos que entrarían en
conflicto con la concepción de infancia que la Convención supone.
De igual forma, los teóricos que trabajan con la noción de curriculum oculto (Jackson,
1968; Eggleston, 1997; Perrenoud, 1990) incluyen dentro de la misma el aprendizaje de
rutinas escolares cotidianas que permiten que los alumnos se adapten a la vida en
ambientes superpoblados, a ser juzgados sistemáticamente por otros (profesores y
compañeros) y a obedecer a quienes detentan poder. En particular, Eggleston (op.cit)
destaca algunos aprendizajes que se logran en la experiencia escolar y que, según
nuestra opinión, irían a “contramano” del resguardo de ciertos derechos que hemos
indagado. Según el autor, entre otras cosas, en la escuela se aprende a “vivir dentro de
una masa”. La alta concentración de individuos en un espacio pequeño supone, a su vez,
una intimidad débil y vivir siempre bajo la mirada de los demás. Al mismo tiempo, se
aprende a “dejarse evaluar por los otros”: la escuela constituye uno de los lugares en los
que más estamos expuestos a los juicios de los otros sin que sea factible estar por fuera
de éstos. Por eso aprendemos a ser evaluados de forma tal que se nos moleste lo menos
posible.
Por otra parte, un breve recorrido por las distintas demandas sociales en relación con la
formación de ciudadanos (Siede, 2007) también permite esclarecer ciertos mandatos que
la escuela ha asumido como propios y que se contraponen con la consideración de
determinados derechos que, aunque controvertidos, hoy se reconocen como básicos.
Los primeros momentos de la revolución que dio lugar a la independencia política de la
colonia, teñidos por el ideal iluminista de la igualdad, incluyeron la necesidad de un
dispositivo escolar que oficiara de puente entre la ignorancia y el conocimiento. El
sentido político de la escuela era justamente garantizar la igualdad y la libertad de los
hombres. Siguiendo el recorrido histórico que propone Siede (op. cit), vemos que la
primera enunciación de la tarea pedagógica corresponde al lema sarmientino de
“civilizar a los bárbaros”. El proceso de civilización incluye tareas muy diversas que
tienen tanto una faceta material como simbólica: la configuración de un nuevo sujeto
que habite el territorio argentino y el espacio de la deliberación pública. El sujeto
“civilizado”, como producto de la operación pedagógica, es al mismo tiempo,
disciplinado. “En la matriz civilizadora, para domesticar al otro, primero hubo que
vencerlo en batalla y luego fue necesario “ningunearlo”, verlo como irracional y
asocial. Por eso, civilizar ha sido, al mismo tiempo, una posibilidad de provisión y
expropiación, donde todo lo que la escuela ha posibilitado descansa sobre lo que
imposibilitó” (p.73)
El proceso civilizatorio incluyó la convocatoria a la población europea para que habitara
nuestro país con la ilusión de introducir un aluvión cultural que borrara las marcas de la
“barbarie”. Sin embargo, la desilusión ante los europeos que respondieron a la
invitación a fines del siglo XIX, las mezclas lingüísiticas, y el temor de que ciertas ideas
políticas se reprodujeran en nuestras tierras, van dibujando desde la clase dirigente la
necesidad de desarrollar políticas de fortalecimiento indentitario de la nación, siendo la
escuela una herramienta fundamental de este proceso. El mandato social que le
corresponde a la escuela, toma la forma del lema pedagógico de “asimilar al
extranjero”. Una vez más, el “otro” aparece como figura peligrosa cuya diferencia debe
ser borrada. La escuela aparece entonces como herramienta para la homogeneización,
considerando a las distintas tradiciones como inferiores e indeseables. “A los
inmigrantes les esperaba una integración entendida como asimilación, como despojo de
los rasgos identitarios de origen para dar lugar al “sello de argentinidad” que la
escuela impondría en las subjetividades” (p.78).
En esta tarea de homogeneización, la escuela no está sola sino que otras organizaciones
públicas como el hospital y la asistencia social suman sus esfuerzos en la misma
dirección. En particular, el surgimiento del higienismo, como estrategia de reafirmación
de la autoridad central del Estado y como vertiente del pensamiento social, va a
configurar una serie de argumentos y estrategias que renuevan la negación del otro
como sujeto. Para esta corriente, apoyada en el discurso médico-hospitalario, la
diferencia será sinónimo de “anormalidad” y el mandato social consistirá en
“normalizar al diferente”. Para poder hacerlo, es necesario estudiar al niño en
profundidad, intervenir sobre sus particularidades diferenciando claramente al niño
normal de quien no lo es. La tarea pedagógica, por tanto, consistirá en corregir,
enderezar, volver a poner en el camino de la normalidad al diferente. Orientar el
desarrollo de los sujetos en un sentido normativo. El discurso hegemónico, va dictando
también los márgenes de la masculinidad y la feminidad como parte del proceso de
subjetivación. “La diversidad ya no solo era vista como peligrosa, sino como desvío de
la recta senda, pues la escuela y el hospital asumían un criterio único y homogéneo
acerca de cómo es correcto vivir la vida, y lo transmitían con enorme eficacia” (p.82)
Como podemos ver, resulta interesante considerar al higienismo a la luz de nuestro tema
de indagación sobre derechos tales como la privacidad, la identidad, pues claramente
sus premisas básicas de total intervención en la vida del niño entran en tensión con el
reconocimiento de espacios personales, ajenos a la intromisión escolar (también, Horn y
Castorina, capítulo… en este libro)
A lo largo de estas líneas hemos señalado algunos elementos propios de la escuela como
institución así como también, la variedad de significados que ha tenido la tarea escolar
de formar ciudadanos. Resulta pertinente advertir que este recorrido nos muestra un
panorama bastante desalentador respecto de determinados derechos infantiles: todo lo
que hemos señalado parece atentar contra ellos. Pero está claro que estas notas no
agotan de ningún modo los rasgos fundamentales de lo que es la escuela y,
principalmente, de lo que puede ser. Sin embargo, nos parece interesante plantear estas
particularidades; por un lado, porque desde la investigación psicológica nos
preguntamos cómo los niños producen conocimiento sobre sus derechos en una
institución con estas características. Y de hecho encontramos una solidaridad entre
algunas de las ideas de los niños y estas marcas institucionales. Pero también, porque
desde el campo pedagógico, podemos pensar otros sentidos de la experiencia escolar a
la luz de los nuevos mandatos sociales.
3
El fragmento está tomado del texto “Disciplina” de Di Pietro, S y Pineau, P. (2008)
Tal vez se podrá contraargumentar que este principio cuya enunciación es tan simple
que resulta casi obvia, tampoco se cumple por fuera de la escuela y que, por tanto, es
desmedido pedirle lo que la sociedad no ha logrado instalar. Es cierto. Sin embargo,
este estado de cosas no disminuye la validez del principio sino que, por el contrario, lo
torna más necesario. Justamente porque muchos de nuestros alumnos -en particular los
de sectores populares- sufren una vulneración sistemática de sus derechos, es que la
escuela debe respetarlos, tenerlos en cuenta, velar por ellos y considerarlos en cada
gesto institucional que realice.
El alumno llegó corriendo hasta donde estaba su maestra, hecho una furia. Sus mejillas
estaban coloradas no solo por el golpe que había recibido de su compañero, sino
también por la bronca. “Diego me pegó, me dio un trompazo que me dejó mareado”.
La maestra lo escuchaba atentamente. Él sabía que ella era “piola” porque les hablaba
utilizando casi las mismas palabras que ellos usaban en sus charlas.
-Macho, ajo y agua. Estuviste todo el día jodiéndolo…En mi barrio el que las hace las
paga- dijo ella.
-Sabe lo que pasa, seño? Que acá no estamos en su barrio; estamos en la escuela.4
4
Situación relatada por una docente en una instancia de capacitación.
ser humano, al margen de las buenas o malas conductas5. Por otro lado, la escuela
produce situaciones de injusticia que le son propias y que no son un espejo de lo que
ocurre fuera de ella. Del mismo modo, los intentos que la escuela realice en vistas a
constituirse como un espacio justo, no tendrán un efecto inmediato en la sociedad.
Sin embargo, la participación en el espacio público que es la escuela permite que los
niños vayan construyendo ideas acerca de lo justo y lo injusto, los derechos y las
responsabilidades, lo igual y lo diferente; nociones todas que resultarán relevantes para
su inserción en el ámbito público (Siede, ob cit). La escuela es entonces un lugar
privilegiado para crear otras imágenes de lo público, otras experiencias más justas con
lo público. Experiencias en las que los derechos sean algo más que bonitas
declaraciones de principios o que dependan del humor o la buena voluntad de algún
docente. Probablemente este intento, el de constituirse como espacio público que aspira
a ser justo, sea una de las promesas más relevantes que la escuela pueda asumir para
favorecer la formación política de los niños.
Bibliografía
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digital en http://www.iigg.fsoc.uba.ar/carli/Carli_LaConvencionylaconcepcion.pdf
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Investigaciones psicológicas y perspectivas educativas. Barcelona. Gedisa.
5
Para ampliar este debate, se recomienda la lectura de la nota periodística Los derechos
humanos de los delincuentes de Gargarella, R. (2009) Página 12
-Castorina, J.A; Faigenbaum, G.; Zerbino, M.; Kohen Kohen, R.; Tabush, C. y Clemente, F.
2001. “El conocimiento social de los niños y las prácticas institucionales”. Revista IRICE.
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derechos. Revista del Instituto de Ciencias de la Educación. IICE; Miño y Dávila; Facultad de
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-Siede, I. (2007) La educación política. Ensayos sobre ética y ciudadanía en la escuela. Buenos
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