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Colombia Pais Dividido y Sociedad Fragmentada
Colombia Pais Dividido y Sociedad Fragmentada
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r/y I Universidad de
I '] } lo s A n d e s
Facultad de Administración
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Marco Palacios (Bogotá, 1944) es aboga
do de la Universidad Libre de Colombia,
hizo estudios de maestría en Estudios
Orientales (área China) en El Colegio de
México y es doctor (D. Phil) en Politics de la
Universidad de Oxford. Ha sido rector de la
Universidad Nacional de Colombia en dos
oportunidades (1984-1988 y 2003-2005),
investigador del Centro de Estudios para el
Desarrollo de la misma institución y del
Instituto de Estudios Latinoamericanos de
la Universidad de Londres.
Actualmente es profesor-investigador del
Centro de Estudios Históricos de El Cole
gio de México y profesor de la Facultad de
Administración de la Universidad de Los
Andes.
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H is t o r ia d e C o l o m b ia .
P a ís f r a g m e n t a d o , s o c ie d a d d iv id id a
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MARCO PALACIOS
FRANK SAFFORD
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L
VÍA H ist o r ia d e C o l o m b ia .
P a ís f r a g m e n t a d o , s o c ie d a d d iv id id a
T ra d u c c ió n d e M a rc o P a la c io s,
_ -í e x c e p to el c a p ítu lo 10, tr a d u c id o p o r Á n g e la G a rc ía
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o
V Universidad de
n o los Andes
Facultad de Administración
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S afford , Frank R obinson, 1935-
H istoria d e C olom b ia. Pais fragm en tad o, so cied a d d iv id id a / Frank S afford , M arco P alacios;
tra d u cció n d e M arco P alacios, Á n gela García. — Bogotá: U n iv ersid a d d e los A n d es, Facultad
d e A d m in istración; E d icion es U n ia n d es, 2012.
596 p. : 17 X 23 cm .
ISBN 978-958-695-732-8
C D D . 986.1 SBUA
ISBN: 978-958-695-732-8
Ilu stración carátula: "Jeune Bogotaine en toilette" (Joi’en Bogotana en traje), A n d ré, Édouard, d iseñ o
d e E. R iou, con b ase en los d o cu m en to s del autor. G rabado. 11,8 x 16 cm , b lan co y negro.
P u b lica d o en: A n d ré, Édouard L 'A m ériq u e É q u in oxiale (C olom b ie-E q u ateu r-P erou ) Paris, H. Li
b rairie H achette, 1869, pag. 172.
El m aterial se en cu en tra en la sala d e L ibros Raros y M an u scritos d e la B iblioteca L uis Á ngel A rango.
T o d o s los d erech o s reservad os. Esta p u b licación n o p u e d e ser rep rod u cid a ni en su todo ni en su s
p artes, ni registrada en o trasm itida p or un sistem a d e recu p eración d e in form ación , en n in gun a
form a ni por n in g ú n m ed io sea m ecán ico, fotoq u ím ico, electrón ico, m a g n ético , electro-óp tico, por
fo to co p ia o cu alq u ier otro, sin el p erm iso p rev io por escrito d e la ed itorial.
F.'- ■
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C O NTEN ID O
P ág.
N o ta a la edición en español 7
Siglas y acrónirnos 9
PRIMERA PARTE
D esde la época p reh isp án ica hasta 1808 11
C A P ÍT U L O 1
C A P ÍT U L O 2
El trasfo n d o in d ígena 29
C A P ÍT U L O 3
La C o n q u ista 41
C A P ÍT U L O 4
C A P ÍT U L O 5
C A P ÍT U L O 6
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SEG U N D A PARTE
D esde c. 1808 hasta 1875 145
C A P ÍT U L O 7
C A P ÍT U L O 8
C A P ÍT U L O 9
C A P Í T U L O 10
TERCERA PARTE
D esde c. 1875 hasta el presente 347
C A P Í T U L O 11
C A P Í T U L O 12
C A P Í T U L O 13
C A P Í T U L O 14
C A P Í T U L O 15
índices 553
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NOTA A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL
Este libro ofrece una historia de Colom bia d e sd e los tiem p o s d e antes
d e l d e s c u b r i m i e n t o y c o n q u i s t a al p r e s e n t e .
El h ilo co n d u cto r de la n arrativ a es, de un lado, la fragm entación espacial
del país y, d el otro, las divisiones p ro fu n d as de la sociedad colom biana, ya sean
culturales, étnicas, de clase o de localidad, región, políticas e ideológicas. Vista
en un a p ersp ectiv a de m uchos siglos, la historia colom biana resulta un tejido
ab ig arrad o en el q ue se en trecru zan la geografía y la acción social que trata de
d o m in arla a lo largo del tiem po y d a un sen tid o peculiar a las divisiones de la
sociedad. U n tejido que, a su vez, form a p arte de la historia m u n d ial y del hem is
ferio occidental, au n q u e el texto acentúa las dificultades de integrar el país por
d en tro así com o de in corporarlo al m undo.
El libro es el resu ltad o de un esfuerzo conjunto de F rank Safford y M arco
Palacios. Las dos p rim eras partes, a cargo del profesor Safford, cubren un p e
riodo m ultisecu lar, d esd e las sociedades precolom binas hasta la década de los
años 1870. M arco Palacios tom a el relevo en este decenio y avanza en el últim o
cam bio d e siglo.
Escrito inicialm ente para la serie d e historia latinoam ericana de O xford
U niversity Press, apareció en inglés en junio del 2001. Esta versión en español,
au n q u e sig u e m uy de cerca la original, ex p an d e algunos tem as, incluye m ás
m apas e in tercala u n a serie d e textos ilu strativ o s con la intención d e ofrecerle al
lector un sen tid o m ás v ivido de los acontecim ientos.
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SIGLAS Y ACRÓNIM OS
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M IR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria
M O EC, Movimiento Obrero Estudiantil Campesino
M RL, Movimiento Revolucionario Liberal
oiT, Organización Internacional del Trabajo
ON G , organización(es) no gubernamental(es)
PA N , Programa de Alimentación y Nutrición
PC, Partido Comunista
PiB, Producto Interno Bruto
PNR, Plan Nacional de Rehabilitación
PRT, Partido Revolucionario de los Trabajadores
SAC, Sociedad de Agricultores de Colombia
UFCO, United Fruit Company
UP, Unión Patriótica
UTC, Unión de Trabajadores de Colombia
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PRIMERA PARTE
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Mapa 1.1. Mapa oficial de la República de C olom bia c. 2000.
Montería SUCRB
CORDOBA ÍOUVAg
O C ú c u ld
B u c a ra n u a g d
A N T IO Q U IA ^ A ra u c a
SAN TAN D ER ARAUCA
V O M ed e lh n
P u erto C a rreA o
: BO YACA
Cald as
; RISARALDA M íiB h I« CU.VDINAMARCA ^ 'o p a l
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QUINDÍc4,g^ Ò
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CAUCA h u il a '
P o p ayá n O
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caq u eta VAUPÉS
PU TU M AYO
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1
PAÍS FRAGMENTADO: CO NTINUIDAD Y CAMBIO
EN LA GEOGRAFÍA ECONÓMICA DE COLOMBIA
' D esd e la co n q u ista esp a ñ o la la capital d e C olom bia, al igu al q u e el país, ha recib id o d istin tos
n om b res. En la C olon ia se la co n o ció com o Santa Fe o Santafé, se g u id a d e B ogotá. En el p eriod o
rep u b lica n o se la llam ó sim p lem en te Bogotá. Sin con su ltar a n ad ie, lo s c o n stitu y e n tes d e 1991 resol
v iero n v o lv er al n om b re colon ial. En este texto la llam arem os Santa Fe d u ran te la C olon ia y B ogotá
d e s p u é s d e c. 1819.
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U M aku i P m .a c io s - T r .-w k S m t o r d
^ Pardo Pardo, A lberto, Geografía económica y humana de Colombia, Bogotá, 1972, p p .79-80.
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
I llS T O K I A l ) F C O I O M I M A . P a IS l-R A C M E N T A rX ), S C X 'K D A D D IV ID ID A 15
la costa con el interior del país, fue de sum a im portancia. O tra zona destacada
sobre el Caribe, el istm o d e P anam á, tam bién fue u n im portante centro de trá n
sito, en este caso en tre los océanos A tlántico y Pacífico y sus costas en Am érica.
En gran p arte p or su estrecho vínculo con el com ercio exterior, y con el m u n d o
en general, la zona caribe se desarrolló con características m uy propias, que la
diferencian de las a p a rtad as regiones del interior del país. Su población se id e n
tifica con la vida y la cu ltu ra del Caribe, en contraste con la m ayor parte d e la
población de las zonas m ás aisladas de los Andes.
Si los altiplanos b rin d aro n a la población un am biente propicio, tam bién
dividieron el país económ ica, cultural y políticam ente. Los A ndes colom bianos
no form an u na sola cadena m ontañosa sino tres im ponentes cordilleras que n a
cen justo al norte de la frontera con el Ecuador y corren m ás o m enos paralelas
en dirección norte-noreste. N o alcanzan estas las im presionantes alturas de los
A ndes peru an o s y bolivianos. A lgunos picos de las cordilleras C entral y O riental
están por encim a de los 5.500 m etros, pero la altitud prom edio en las dos es de
unos 3.000 m etros. La cordillera Occidental, que establece el lím ite con la región
de la costa del Pacífico, tiene u n a altitud prom edio de 2.000 m etros. A un así, las
tres cadenas h an sido form idables barreras para la com unicación de las regiones
colom bianas y del interior del país con el m un d o exterior.
Estas dificultades p u ed e n ilustrarse con el caso de la ap e rtu ra del llam ado
paso del Q uindío que, siendo una de las principales rutas de la cordillera C entral
a fines del periodo colonial, difícilm ente podía atravesarse en m uía. H asta bien
en trad o el siglo xix, m uchos viajeros debían ser cargados en sillas, atadas a las
espaldas de otros hom bres considerados m ás seguros que las bestias. M uchas
rutas de las tres cordilleras presentaban dificultades sim ilares y hasta term inar el
siglo se cruzaban a lom o de m uía o a caballo, si las condiciones eran favorables.
Los viajeros de la C olonia y del siglo xix dejaron vividos relatos de los
horrores de ascender o descender el cam ino de h errad u ra que unía a la sabana
de Bogotá con H onda, el principal p u erto del río M agdalena en el interior. Este
cam ino fue la ru ta obligada de los viajeros y del com ercio con la costa atlántica y
de gran parte del tráfico en tre el oriente y el occidente del país; au n así, d u ra n te
m ás de trescientos años fue u n a av entura recorrerlo. D esde el río hasta la sabana
de Bogotá el cam ino ascendía y descendía por repliegues sucesivos, antes de re
m ontar el tronco principal de la cordillera. En el corto trayecto de 77 kilóm etros
ganaba los 2.600 m etros. A los inconvenientes del relieve se añadía el clim a de
la región que atravesaba. Furiosas y frecuentes torm entas tropicales arrasaban
tram os de la vía y dejaban im pasables otros. Un viajero británico recordó así su
descenso por el cam ino de H onda a principios de la década d e los años 1820:
... espantoso, subiendo y bajando siempre por un em pedrado áspero, roto por los
torrentes violentos de la m ontaña... Las muías se m antienen de pie con la m ayor
dificultad saltando de un prom ontorio a otro y poniendo al jinete en peligro inm i
nente de desnucarse. Donde el camino no está em pedrado, el tráfico constante y la
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I (■
> M ARCO f^\l A C IO S - f-RA\k SAFI-ORO
hum edad del ambiente forman charcos profundos en los que las bestias se h unden
a cada paso hasta la cincha^.
En Villeta llegamos a la conclusión de que nada podía ser peor al camino que has
ta allí descendía. El tram o a G uaduas demostró nuestro error. Era horrible: ¡bajar,
bajar, bajar! rocas, barrancos, precipicios, acantilados, pantanos, así una y otra vez.
Los desfiladeros ascendían pareciendo absorber la hum edad de una atmósfera
calurosa y desm oronarse al contacto; colinas que habían cedido en la base, incli
nando los barrancos y hondonadas em pinandas, lavadas por la inundación de la
m ontaña que dejaba sueltas y desnudas las grandes rocas sobre las cuales, y solo
sobre las cuales, yacía el camino para el hombre y la bestia...^.
Los peligros de este cam ino eran tales que los propietarios de recuas no
aceptaban carga en las épocas de crudo invierno debido al gran riesgo para los
anim ales. A un d u ran te el verano, los fletes de m uía fueron relativam ente altos:
de 22 a 34 centavos por tonelada-kilóm etro a m ediados del siglo xix. En estaciones
de lluvia o cuando la guerra civil hacía escasear las m uías, los fletes se duplicaban
(40 a 60 centavos por tonelada-kilóm etro). Por la m ism a época, la construcción de
canales y ferrocarriles en los Estados U nidos había logrado abatir los costos de
transporte terrestre a cerca de 1,25 centavos por tonelada-kilóm etro.
Puesto que el cam ino de H onda a Bogotá fue m uy utilizado por la clase
alta y los viajeros extranjeros, fue objeto de m uchas m aldiciones y lam entos.
Pero no fue excepcional. Casi todos los pasos m ontañosos, com o los que co m u n i
caban las poblaciones de Boyacá y S antander en el oriente y A ntioquia y el valle
geográfico del C auca en el occidente con el río M agdalena, ofrecían condiciones
sem ejantes au n q u e fueron descritos con m enor frecuencia.
La dificultad del tran sp o rte m antuvo separados a los habitantes d e las
altiplanicies en dos zonas claram ente dem arcadas. La de la cordillera O riental,
el oriente, form ada por sus num erosos flancos, repliegues y valles interiores,
incluido el piedem onte que da a los Llanos, y la región occidental, form ada por
las cordilleras C entral y Occidental, con el valle del río C auca flanqueado por
am bas. Si las com unicaciones entre las grandes zonas fueron difíciles hasta bien
av an zad o el siglo xx, el transporte dentro de cada una de ellas lo fue ligeram ente
menos.
En las estribaciones altas de la cordillera O riental aparece un conjunto de
m esetas com unicadas entre sí que perm ite viajar con facilidad desde Bogotá, en
el sur, hasta Sogam oso o M oniquirá en el norte. Esta región, conform ada p o r los
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f lisro K iA DI' C o i o v ih ia . P a is i k a g .m i .n i a i x ), s c x -h d a d d iv id id a 17
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M a r c o P a i .a c io s - ì ' r a x k S a i t o r i i
H asta la m itad del siglo xix, viajar rio arriba fue un p u rg ato rio para q u ie
nes tuvieron q ue vivir la experiencia. D esde la costa atlántica hasta H onda, las
em barcaciones recorrían 950 kilóm etros, m ovidas por la fuerza m uscular de bo
gas, diestros en el m anejo de largas varas de m adera con las cuales presionaban
contra el lecho del río. La duración del viaje dep en d ía en p arte de las condicio
nes del río. Un oficial español del siglo xviii inform ó que en las m ejores condicio
nes la travesía dem oraba unos 25 días; cuando el río estaba m uy crecido por las
lluvias, el viaje podía d u ra r entre 45 días y dos m eses. El tiem po gastado en el
viaje variaba tam bién según la clase de em barcación. En las p rim eras décadas de
la República, la canoa del correo subía el río en 15 días. Pero botes m ás grandes,
com o los cham panes con carga, por lo general requerían m ás de dos m eses. D u
ran te la travesía en cham pán, los viajeros sud orosos se ap iñ ab an bajo u n techo
de bam bú, a m erced de los zancudos, m ientras que el m onótono recorrido del
boga trabajando sobre el techo los llenaba de polvo. Tal fue el principal m étodo
de transporte fluvial disponible hasta que se estableció la navegación d e vapor
p or el M agdalena, esporádicam ente en las décadas de los años 1820 y 1830, y ya
con servicio continuo a p artir de 1847.
Desde antes de la llegada de los españoles, la topografía dividió a la po
blación en tres regiones principales; el oriente, el occidente y la costa del Ca
ribe. Esta división distingue a C olom bia de otros países latinoam ericanos. Por
ejemplo, d esde tiem pos precolom binos México ha estado do m in ad o p o r el valle
Central. En épocas m ás recientes, Santiago, en el valle C entral de Chile, y las
ciudades costeras de Caracas en Venezuela, Buenos Aires en A rgentina y M on
tevideo en U ruguay, consolidaron un poder decisivo en cada una de esas nacio
nes. En contraste, C olom bia no ha tenido ninguna característica topográfica de
tipo centralizador. H istóricam ente Bogotá ha do m in ad o en el terreno político,
enfrentando desafíos y teniendo que com partir el po d er económ ico con rivales
im portantes de otras regiones.
Las realidades geográficas im pidieron la em ergencia de una ciudad y una
región dom inantes. Las divisiones regionales influyeron en la diferenciación de
las culturas indígenas de la era precolom bina. La división física entre oriente y
occidente, decretada por la im ponente m asividad de la cordillera C entral, quedó
reforzada por el accidente histórico que vio al país avasallado y poblado efecti
vam ente por españoles que llegaron de varias direcciones. Los conquistadores
procedentes del C aribe se establecieron en la cordillera O riental y los valles del
M agdalena. Pero gran parte del occidente, p articularm ente la región de Pasto,
el valle del río C auca y la costa pacífica, fue descubierto y luego controlado por
huestes que partieron del Perú. Este patrón de poblam iento, añ ad id o a la dificul
tad de cruzar la cordillera C entral, prom ovió el establecim iento de autoridades
políticas sep aradas en el oriente y el occidente. En parte por esta razón, el oriente
y el occidente de Colom bia tuvieron en los siglos xvi y xvii distintas jurisdiccio
nes adm inistrativas.
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I lisroRiA or CoiOMHiA. P aís i kac m i .n i a ix ), s( x iid a d di\ idida 19
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21^ M arco I ’ a i .a c i o s - í'r a n k S a ffo rd
de exportación d u ra n te la Colonia y la prim era m itad del siglo xix. Sobre el oro
se erigieron la riqueza e influencia de P opayán en el valle del río C auca y d e Me-
dellín y otras ciu dades en A ntioquia. Por su parte, en la era colonial, C artag en a
controló el com ercio exterior legal y gran parte del contrabando.
A dem ás de las divisiones económ icas, culturales y políticas en tre las tres
regiones principales, la historia colom biana aparece m arcada por otra frag m en
tación: la originada d entro de cada una de aquellas por la dispersión de los h a
bitantes. D urante el siglo xvi y principios del siguiente, la m ayor p arte d e los
colonizadores españoles estaba concentrada en unas cuantas ciudades estables:
Santa Fe de Bogotá, Tunja y P am plona en la cordillera O riental; P opayán y P asto
en la Occidental, y C artagena en la costa atlántica. Tam bién p u lu lab an las c o m u
n id ad es pequeñas e inestables, fu n d ad as por españoles av en tu rero s q u e b u sca
ban fo rtu n a en áreas rem otas. M uchas com unidades españolas desaparecieron,
particu larm en te en el occidente y en el valle del Alto M agdalena, bien fuera p o r
la resistencia o la m o rtan d ad de la población indígena, o por el agotam iento de
los depósitos auríferos.
D esde el siglo xvii hasta el xix las com unidades asentadas sobre to d o en
las regiones san tandereana y antioqueña dieron origen a m ovim ientos coloniza
do res qu e establecieron u n a cadena de poblados en los nichos cultivables d e las
vertientes. En las laderas san tandereanas se fun d aro n m ás de 70 poblaciones. De
la zona de Santa Fe de A ntioquia salieron colonos hacia todas las direcciones,
a u n q u e el em puje m ás vigoroso se dio hacia el sur, siguiendo la cordillera C en
tral. Estas dos regiones llegarían a contarse entre las de m ayor den sid ad h u m an a
del país, pero su topografía contribuyó a una m ayor atom ización aldeana. Sin
em bargo, la artesanía san tandereana de textiles dio pie al desarrollo de centros
u rb an o s m ás sustanciales.
Por su parte, en las tierras bajas del valle del M agdalena, la costa atlántica
y los Llanos O rientales la población tendió a dispersarse en com u n id ad es aún
m ás pequeñas, pero por razones distintas. G ran p arte de la tierra en estas regio
nes se utilizaba para el levante de ganado, que requería poca fuerza de trabajo.
D urante la Colonia, las llanuras del valle del Bajo M agdalena abastecieron de
g an ad o vacuno, porcino y de cereales a las ciudades de la costa, a la flota es
p añ o la y en cierta m edida a las islas del Caribe. Sin em bargo, las inundaciones
invernales d u ran te gran parte del año obligaban el traslado del ganado a tierras
m ás altas y m uchas veces dificultaban el abastecim iento de carne y alim entos a
los consum idores de la costa. Las inundaciones tam bién afectaban a gran parte
d e los Llanos O rientales.
C om u n id ades pequeñas y dispersas tam bién caracterizaron zonas de
ecología m uy diferente, com o las selvas chocoanas y am azónicas. Estas últim as
perm anecieron prácticam ente ignoradas por los colom bianos hispanohablantes
hasta el siglo xx e incluso hoy día tales regiones están apenas parcialm ente inte
g ra d as a la política y econom ía nacionales.
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l lisroKiA or C olombia . P aís fk.acailntado , scxiildad divipida 21
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M a r c o 1’ a i .a c io s - F r a n k S a f f o h i )
los flancos de m ás abajo el clima era ideal para producir m aíz y arracacha; to d av ía
m ás abajo germ inaban plantas tropicales com o la yuca, el aguacate o la gu ay ab a,
antes de la C onquista, y la caña de azúcar y los bananos después.
La integración vertical perm itió diversificar la dieta sin recurrir al co m er
cio de larga distancia. Por tanto, si el clima y la topografía o bstaculizaban el
com ercio interregional, tam bién lo hacían superfluo. Este factor p u d o re ta rd a r
la m ejoría del transporte. Pocos bienes tenían que m overse entre las g ra n d es
regiones. En consecuencia, m ientras que a lo largo del siglo xix las elites escribie
ron sobre la necesidad de m ejorar los transportes, las realidades de una có m oda
com plem entariedad local debilitaron quizás este sentido de urgencia.
H asta el com ercio local fue bastante restringido, un hecho reflejado en las
condiciones prim itivas de las vías de com unicación. En la provincia del Soco
rro, d o n d e los ríos pasaban por h o ndas barrancas, los viajeros tenían q u e c ru z a r
jalados por sogas de cuero, de las cuales p en d ían plataform as precarias en las
q ue iban los pasajeros y sus cargas, m ientras sus bestias pasab an a nado. Este
sistem a se llam aba "cabuya" en el Socorro y "tarab ita" en el su r d e la co rd illera
C entral.
La dispersión de la población ofrecía pocos m ercados suficientem ente
am plios com o para estim ular la inversión en cam inos, p u entes y ferrocarriles, o
para convencer a los políticos de definir un interés nacional. D adas la topografía
y la distribución de los habitantes, solo un proyecto, la m ejoría de la navegación
en el río M agdalena, fue considerado en el interés inm ediato de la m ayoría de las
regiones. La construcción de cam inos, y m ás tard e de ferrocarriles, desd e los al
tiplanos hasta el M agdalena, dio pie, sin em bargo, a un sinnúm ero de conflictos
entre regiones y localidades porque cualquiera que estableciera com unicaciones
m ás eficientes podría dom inar com ercialm ente a las dem ás. Estas rivalidades se
replicaban hasta el m ás ínfim o nivel local.
Entre 1833 y 1844, la irrisoria sum a de dinero disponible para realizar
obras públicas se distribuía entre las provincias sobre una estricta base p er cápi-
ta, con el resultado obvio de que ninguna ruta progresó dem asiado. En la déca
da de los años 1840 hubo intentos de concentrar los fondos del p resu p u esto en
algunos proyectos nacionales, abortados por la reacción federalista de la década
siguiente. D urante los siguientes 30 años, no hubo dem asiado em peño en trazar
un cuadro de p rioridades nacionales y el desarrollo de los transportes q uedó
en gran parte a cargo de las regiones. En la década de los años 1870, un inten
to de utilizar fondos nacionales para construir un ferrocarril que beneficiaría el
oriente desató un intenso antagonism o en el occidente y la costa y term inó des
em p eñ an d o un im portante papel en la reorientación de la política colom biana.
D urante casi todo el siglo xix, los políticos colom bianos enfrentaron el problem a
de las prio rid ad es haciendo caso om iso de él. Com o resultado, proliferaron los
proyectos pequeños mal financiados y m uchas veces fallidos y solo hubo m ayor
avance en el tran sporte terrestre en el siglo xx.
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i llS T D R I A 1)1 C O l . O M R l A . P a ÍS r R A C M F .N T A I X Ì , SCX ll D A D D I V ID ID A 23
Pese a estas lim itaciones, hubo algún com ercio entre las regiones, tanto en
la era precolom bina com o en tiem pos m ás recientes. El intercam bio se lim itó a
unos pocos bienes qu e eran escasos en ciertas regiones y con un valor suficien
tem ente alto para justificar los costos del transporte. Los m uiscas, por ejem plo,
intercam biaban textiles de algodón y sal (escasa en casi todas las dem ás regio
nes) p or oro y conchas de m ar, con las com unidades de la hoya del M agdalena.
Del m ism o m odo, los indígenas que poblaban los actuales territorios de A ntio
quia intercam biaban con los pueblos de la costa su oro p o r esclavos, textiles y
pecaríes.
En el p erio d o colonial y hasta un as décadas después, la cordillera O riental
abasteció a A ntioquia con tejidos de lana y algodón. Entre los bienes del com er
cio de larga distancia, dos fueron altam ente valorados y su venta fue m onopolio
estatal: el tabaco y la sal, extraída de las m inas de Z ipaquirá y de otras m ás p e
qu eñ as en la cordillera O riental. Pocos alim entos ingresaban al com ercio inter
regional de larga distancia. El m ás im portante fue quizás el ganado, que tenía
la gran ventaja de tran sp o rtarse por sí m ism o. En la C olonia, el ganado que se
criaba en los valles del Alto M agdalena abastecía m ercados tanto de la cordillera
O riental com o de la región caucana. A dem ás del ganado, el cacao, cultivado con
éxito en un as pocas regiones, tenía un precio suficientem ente alto com o para
pag ar los fletes de m ula.
Com o resu ltad o de la fragm entación histórica de C olom bia, la escala del
com ercio interno era dem asiado pequeña de m odo que no estim uló un creci
m iento dinám ico. Por esto, se necesitaba el im pulso del com ercio externo para
propiciar un crecim iento económ ico vigoroso. Sin em bargo, d u ra n te m ucho
tiem po, casi dos siglos, el crecim iento del com ercio exterior ay u d ó a ag udizar
la fragm entación del m ercado interno y no a fom entar su integración. El efecto
d e fragm entación qu e ejerció el com ercio exterior em pezó a hacerse evidente a
com ienzos del siglo xviii. D urante el siglo xvii, la harina de trigo se despachaba
d esd e los altiplanos orientales hasta el río M agdalena y de allí a los m ercados de
la costa, de A ntioquia y de otras regiones del occidente. Pero desde com ienzos
del siglo XVIII fue m ás viable y m ás barato para la costa abastecerse de harina de
trigo proveniente d e N orteam érica.
La p érd id a d e los m ercados de harina de trigo por la com petencia de p ro
ducto res externos fue p arte del proceso general de fragm entación regional que
se dio en el siglo xviii, pero aún m ás m arcadam ente en el siguiente. D urante
la era precolom bina y la m ayor parte del periodo colonial, el com ercio interre
gional se vio lim itado p o r los altos costos del transporte. Sin em bargo, en los
últim os años del siglo xviii y d u ra n te el siglo xix, el debilitam iento de los pocos
lazos com erciales en tre las regiones se acentuó con la eficiencia creciente de las
econom ías del A tlántico N orte. A m ediados del siglo xix, los cam pesinos del in
terior todavía u saban arados de m adera y trillaban el trigo haciendo correr caba
llos sobre m ontones de espigas recién segadas; los artesanos hilaban y tejían con
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2"^ M arco [ ’ a i a c ic x ; - F r a n k S a i t o r f )
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I ( is t o r ia d i C o i o m b i a . P a is i -r a c m k n t a t o , ^k x ' i i d a d d iv id id a 25
Cuadro 1.1. Exportaciones per cápita de algunos países latinoam ericanos hacia
1850,1870,1890,1912 (en dólares norteam ericanos).
Fuente: co n base en V ictor B ulm er-T hom as, The Economic H istory o f Latin America since Independence,
C am b rid g e U n iv ersity Press, 1994, Tabla 3.5.
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2h M a r c o P a i .a c io s - I ' r a x k S a f r o r d
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i liííK 'iR iA t)i:' C o i o m b i a . P a í s f k a c m f n t a í x :), s c x ' h ' d a i ) d iv id id a 27
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78 M arco ['’a i .a c io s - F r a \ k S a it o r it
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EL TRASFONDO INDIGENA
los habitantes del interior con el m undo, so rp ren d e que al país se le haya llam a
do "la p u erta de Suram érica". Es cierto que m ientras el istm o de Panam á estuvo
bajo jurisdicción d e Bogotá, parte del siglo xviii y todo el xix, constituyó el paso
principal del A tlántico al Pacífico y por tanto a las costas del occidente suram eri-
cano. Pero C olom bia en sí ha sido m ás bien una barrera que una puerta. Las sel
vas q u e la separan de P anam á continúan siendo hasta hoy el principal obstáculo
para la conclusión de la carretera Panam ericana. En años recientes, el país ha
servido de p u erta a S uram érica de un m odo peculiar: com o centro de refinación
y distribución de las redes de la cocaína.
Sin em bargo, en una perspectiva histórica de m uy largo plazo, C olom bia
ha sido una p u erta y m uy im portante. D esde el poblam iento inicial de Am érica
hasta la conquista euro p ea a fines del siglo xv, diversos pueblos transitaron por
su territorio. Las prim eras m igraciones a través del país perm anecen envueltas
en los velos de la prehistoria. Es probable que la costa pacífica de Colom bia haya
servido de etap a in term edia en la m igración secular de los pueblos y culturas
de C entroam érica y Suram érica. El valle del río M agdalena debió proveer otro
ám bito para la conexión de las culturas del C aribe con las de la gran cuenca am a
zónica. A rtefactos arqueológicos hallados en tierras colom bianas ofrecen m udo
testim onio de un tejido de influencias am azónicas, caribeñas, centroam ericanas
y centroandinas. La cu ltura de San A gustín, el sitio arqueológico m ás fam oso del
país, ubicado en tierras m ontañosas próxim as al nacim iento del río M agdalena,
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20 M arco I ' a i .a c io s - F r a n k S a i -ic 'i r i )
se desarrolló tem pranam ente, unos 300 años a.C. U na garganta abierta en la cor
dillera cercana lo convirtió en paso natural entre las cuencas del A m azonas y del
M agdalena. Los centenares de esculturas de piedra que pu eb lan las lom as que
ro d ean a San A gustín ofrecen rasgos sim ilares, au n q u e no en estilo, al arte lítico
de la cu ltu ra C havin de los altiplanos del Perú, c. 900 a.C. M uchos tem as del arte
d e estas dos cu lturas parecen com partir u n m ism o origen am azónico.
O tro canal de com unicaciones fue la hoya del río C auca, extendido en el
eje norte-sur, que facilitó el contacto de las culturas de N icaragua y las del su r
colom biano. G ru pos tribales, au n q u e m ostraron p articu larid ad es locales, com
p artieron m odos sim ilares de organización política y económ ica, costum bres,
creencias religiosas y culturas m ateriales. Esto últim o p u ed e observarse fácil
m ente en los rasgos com unes de la extraordinaria orfebrería que se desarrolló
en toda esta área desde el año cien de nuestra era hasta la época de la conquista.
El flujo h u m an o continuo, com binado con la d iv ersid ad de nichos ecoló
gicos, hizo que fueran vecinos pueblos de lenguas y atrib u to s culturales m uy
diferentes. Entre los m uchos dialectos que hablaban las poblaciones aborígenes
a la llegada de los conquistadores p red om in aban tres fam ilias lingüísticas: la
chibcha, la caribe y la arahuac. P uesto que las m igraciones y el poblam iento
fueron m oldeados por las condiciones geográficas alu d id as, estos tres grupos
lingüísticos no constituyeron bloques territoriales cohesionados y m ás bien es
tu v ieron entrem ezclados y dispersos. A la llegada de los españoles, los chibchas,
ligados cultural y lingüísticam ente a C entroam érica, ocupaban varias zonas de
las altiplanicies: en la Sierra N evada de Santa M arta, en la cordillera O riental y al
su r de la cordillera C entral. A lgunos g rupos de la fam ilia chibcha, com o los cuna
y los cueva, vivían en las zonas bajas que bord ean el istm o de Panam á. Por la
m ism a época, los caribes y los arahuacos p red o m in ab an en las tierras bajas: los
prim eros en la costa del Caribe, en los valles del M agdalena y del Bajo Cauca, y
los segu n d o s en los Llanos O rientales, la A m azonia y la península de La Guajira.
Se sup o n e que los caribes, tem idos por los españoles por la destreza en el uso
de arcos y flechas envenenadas, desplazaron a los chibchas y arahuacos, pobla
dores originarios de las zonas bajas, en una invasión que debió ocurrir unos dos
siglos antes de la C onquista.
Sim plificando, los pueblos precolom binos de la actual Colom bia pueden
clasificarse en tres g rupos que corresponden m ás o m enos a las tres regiones to
pográficas. En la región del C aribe ocurrieron m ás tem p ran am en te im portantes
desarrollos culturales, en particular el establecim iento de las prim eras aldeas
sedentarias. Pueblos costeros que hacia 3000 a.C. d ep en d ían de la recolección de
m oluscos, habían desarrollado hacia 2000 a.C. u n a econom ía m ixta que explota
ba ab u n d an tes recursos m arinos y fluviales, pero tam bién cultivaba yuca brava
y otros tubérculos. H acia la época de Cristo, el m aíz, traído de C entroam érica,
irru m p ió en los paisajes aldeanos del C aribe y el Bajo M agdalena. Más producti
vo y n u tritivo que la yuca, el m aíz dio base al crecim iento dem ográfico. Im puso
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i liSTOKiA DI C o i o m b i a . P a í s i k a ( ; m i :n t a i x ), s l x 'H'u a i ) d i \ i p i o a 31
F a m ilia C arib e
i F a m ilia C h ib ch a
L os T um aco
T ier ra d en tro
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12 M arco E a i .a c io s - I-r a x k S A r r o R i)
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I IisivLKiA 1)1 C o l o m b i a . P a í s f k a g m k n t a i x ), sc x ' i i d a d nix iDioA 23
con u n a organización m ás rudim entaria. Por ejem plo, los chocoes, tribu selváti
ca prim itiva, vivieron en vecindad con los sinúes.
El oro, q ue tan to interés despertó en los españoles que hicieron el p rim er
contacto con los hab itan tes del Caribe, no se extraía de la región. Se obtenía en
tru eq u e con los h ab itan tes de la cordillera O ccidental, en la región que los es
pañoles b au tizaro n A ntioquia. Lo sacaban de los ríos, especialm ente del C auca,
au n q u e tam bién ex plotaban m inas de veta. La m ás rica era Buriticá, ubicada a
uno s treinta kilóm etros al norte de la actual ciudad de Santa Fe de A ntioquia.
El oro se enviaba al norte p o r el golfo de U rabá y de allí p o r u n a ru ta com er
cial a C entroam érica y p o r otra al noroeste, a los sinúes y taironas y a la actual
V enezuela. A cam bio del oro recibían sal m arina, pescado, textiles de algodón,
pecaríes y esclavos. El oro de Buriticá tam bién salía por la hoya del río C auca
hacia el su r y hacia el suroeste por el Valle de A burrá, y de allí a los valles del
M agdalena.
Las sociedades precolom binas de A ntioquia form aban p arte de una cu l
tu ra qu e se extendía al su r hasta el actual Popayán. Su población, incluida la
que habitaba las cordilleras C entral y O ccidental y el valle geográfico del Cauca,
debió ser apreciable antes de la C onquista. Los estim ativos varían entre seiscien
tos mil y un m illón de habitantes. Estaba d iv id id a en m uchos g rupos tribales
y lingüísticos de tam añ o variable, llegando algunos quizás a cuarenta mil. A
su vez, cada tribu estaba su b d iv id id a en m uchas jefaturas locales que p o d ían
tom ar decisiones colectivas sobre la guerra, pero no integraban un sistem a cen
tralizado. En casos excepcionales com o el del gran N u tibara, quien dom inó en la
vertiente noroccidental de la cordillera C entral, un solo jefe m antuvo au to rid ad
clara sobre un territorio considerable.
Estos g ru p o s tribales vivían en guerra perm anente. A lgunos estudiosos
de estas cu ltu ras su p o n en que las guerras se libraban p o r el control de la tierra,
d ad a la fuerte p resión dem ográfica. O tros, com o H erm ann Trim born, las a n a
lizan a la luz de m otivaciones sim bólicas y políticas. Según él, no eran g u erras
totales en el sen tid o de q u e un g ru p o buscara aniquilar al adversario. M ás bien
la g u erra servía a los jefes para confirm ar y fortalecer su au to rid ad . Dice T rim
born q ue el canibalism o, asociado con la guerra, tenía un carácter m ágico pu es
los vencedores creían q u e al consum ir al vencido de esa form a ad q u irirían su
fortaleza y arrojo.
Se pensaba q u e la energía así a d q u irid a se concentraba en los jefes, co n
cepto sim bolizado p o r las n u m erosas cabezas, m anos y pies de víctim as sa
crificadas que d eco rab an las pared es exteriores de las casas de aquellos. Sin
em bargo, este canibalism o, posiblem ente m ágico en sus orígenes, en m uchos
casos pareció reb asar tal condición. El conquistador y cronista P edro Cieza de
León narra qu e alg unos g ru p o s com o los páncara y los quim baya tam bién co
m ían m ujeres y niños, de los cuales, presum iblem ente, no podía obtenerse m u
cho poder. Y en otras partes del occidente fue testigo de m atanzas y canibalism o
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M a r c o I ' a i .a c io s - I ' r a n k S a i -k m ^d
d e una form a tan poco cerem oniosa com o para sugerir m otivos d istin to s a los
rituales simbólicos.
M ientras que la fragm entación política, la g uerra crónica y el canibalism o
fueron la regla en los alrededores de lo que hoy es Cali y de ahí hacia el norte,
los grupos asentados en las altiplanicies al sur de P opayán vivían de otro m odo.
Los coconucos, pastos y quillacingas hablaban chibcha y eran agricultores pací
ficos que no consum ían carne hum ana. C om parados con el im perio incaico, eran
incivilizados y reacios. Com o se sabe, al m om ento de la C onquista la zo n a m ás
norteña del Im perio inca llegaba hasta los pueblos de Tulcán, en la actual fro n te
ra colom bo-ecuatoriana, pero los incas no lograron incorporar a los quillacingas.
Al no dejarse absorber por el im perio incaico, p u ed e n considerarse com o los
precursores de la posterior dem arcación del territorio político.
Si bien los incas y después los conquistadores consideraron a los q u illa
cingas y a los pastos sucios e incivilizados en com paración con los h ab itan tes
de los A ndes centrales, estos pueblos estaban m ás asentados que los del valle
del río Cauca. Por tanto se acom odaron al régim en español y sobrevivieron en
m agnitudes tales que, al fin de la era colonial, el área de Pasto perm anecía su s
tancialm ente indígena en su cultura. En contraste, sus rebeldes vecinos del norte
declinaron dram áticam ente d u ra n te la C onquista. A lgunos pueblos de las p lan i
cies del valle del Cauca se negaron a cultivar con la esperanza de que sin alim en
tos los españoles ab an d o n arían la zona. El resultado fue que m uchos indígenas
m urieron de ham bre.
Los pijaos y paeces de la cordillera C entral se sirvieron de la a b ru p ta topo
grafía de su m edio para sustraerse del dom ino español hasta el siglo xvii, cu an d o
los prim eros serían casi exterm inados. Pero los seg u n d o s sobreviven hasta hoy
día, y llevan una existencia d u ra y precaria en pequeños nichos de las estribacio
nes de sus m ontañas ancestrales.
El pueblo m ás renom brado en la época de la C onquista fue el m uisca o
chibcha, com o se le conoce com únm ente. D om inaba en las altiplanicies orien ta
les, en los actuales d ep artam en to s de Boyacá y C undinam arca. O cupaba un te
rritorio de unos 25.000 km ^ en los valles y laderas de clim a frío. Los estim ativos
de su población varían de 300.000 a dos m illones, au n q u e la m ayoría la calcula
en tre 800.000 y 1,2 m illones. Los conquistadores q u ed aro n vivam ente im p re
sionados por sus m agnitudes, y los cronistas ap u n taro n que vivían en grandes
com unidades. No obstante, la investigación arqueológica no ha encontrado nin
gún indicio de que los m uiscas tuvieran centros urbanos de im portancia. Los
jefes habitaban com plejos habitacionales rodeados de em palizadas, pero los
cam pesinos vivían dispersos en sus estancias.
Junto a los taironas, con quienes estaban em p aren tad o s cultural y lingüís
ticam ente, los m uiscas desarrollaron los sistem as sociales jerárquicos m ás com
plejos y territorialm ente m ás extensos hallados por los españoles a su llegada.
El nivel m ás bajo de la jerarquía era la uta, organización territorial y fam iliar
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H iS lU K IA DI COI-OMIMA. P \ I S FRACiMI-.XI A IX), « X ILDAD DIVIDIDA 35
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M arco P a í .a c i c >s - P k a x k S a u o r d
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1 I m o k i a d i C o l o m b i a . P a í s i k .a o m i n i a i x ), s c x i i d a d d i \ id i d a 37
tenidos en el com ercio con los Llanos O rientales. A un que el sacrificio m uisca no
se acercaba a la escala de los baños de sangre rituales de México central, tuvieron
algu n as características sim ilares. El m étodo m ás corriente consistía en arrancarle
el corazó n a la víctim a. O tro ritual sem ejante al centrom exicano consistía en
lancear a los niños. T am bién fue com ún en terrar niñas vivas d en tro de los hoyos
de los pilares principales de los tem plos y del bohío principal del Zipa. A d ife
rencia de los p u eblos del occidente, los m uiscas no fueron caníbales. En otras
palabras, buscaban el favor de los dioses a través de víctim as propiciatorias a n
tes que, com o en el canibalism o, p o r la asim ilación ritual directa de los p o d eres
de un enem igo.
M uchos aspectos d e la vida m uisca tenían un significado ritual. El tra b a
jo colectivo o el d esp lazam ien to de objetos pesados se acom pañaban de cantos
rítm icos. En la época de siem bra (de enero a m arzo, cu an d o la tem p o rad a d e
lluvias ab lan d a los suelos) practicaban los ritos de fertilidad. Se relajaban e n
tonces las restricciones habituales sobre el uso de la coca, el consum o de chicha
y la fid elidad m atrim onial. Al igual q u e en m uchas otras cu ltu ras indígenas de
A m érica, el consum o de alcohol y alucinógenos tenía un p ro fu n d o significado
religioso.
La ag ricu ltu ra de la zona m uisca se adecuaba a los patrones generales d e
los A ndes. S em braban rem oviendo el suelo con estacas de m adera. En las m ese
tas frías p re d o m in ab an la p ap a y la quinua. El m aíz era la cosecha principal de
las v ertientes u n poco m ás tem p lad as y allí se extraían dos cosechas anuales. En
tierras m ás bajas se sem braba arracacha, algodón, guayaba, piña y coca. A lgunos
productos, com o la coca y el algodón, no eran cultivados p o r los m uiscas y los
obtenían en el com ercio.
C ad a cu atro días había m ercado en los principales centros com erciales. La
posesión de las m inas de sal de Z ipaquirá le dio al Z ipa u n a especie de m o n o p o
lio de este pro d u cto , qu e se com erciaba a gran distancia llegando hasta la región
de N eiva y a lo largo de las cuencas del M agdalena. El Z ipa apreciaba el oro, las
esm erald as y las conchas, pero carecía de ellos en sus dom inios. Las esm eraldas
las obtenía de las m inas d e Som ondoco, controladas por el Zaque. El oro venía
de la región de N eiva y de otros pu n to s del M agdalena. Del valle del M agdalena
obtenían prin cip alm en te la coca y el algodón, au n q u e tam bién eran proveedores
de este últim o los guanes, ubicados al norte. Los esclavos se com praban en los
Llanos O rientales.
Los m uiscas com erciaban con m uchos pueblos de estru ctu ras co m u n ita
rias relativam en te prim itivas. A lgunos vecinos com o los laches y los tunebos
p u d iero n estar m ás relacionados cu ltu ralm en te y con ellos m an tu v iero n relacio
nes pacíficas. En cam bio, luchaban frecuentem ente con sus vecinos de occidente,
pueblos caribes com o los m uzos, colim as y panches. Pero acaso la división en tre
los dos estu v iera refo rzada p o r condiciones ecológicas: los m uiscas ac o stu m b ra
ban p erm an ecer en las tierras altas.
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M a k c o E a i .a c k >
s - F k a ,\ k S a h a i r d
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LA CONQ UISTA
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f li^ioKiA DI C o lom bia . P aís rKACMiiNi Aix), scx ildad di\ idida 43
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M a r c o l ’Ai.At ic^s - F r a x k S a i k i r d
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U is iO K iA i)i: C o l o m b i a . P a í s i k .a o m k m a i x .), soc i l d a d d iv id id a 45
' I
Fuente: A tla s de mapas antiguos de Colombia siglos xvi a x/x. Bogotá, L itografía A rco (E d u ard o A c e v e d o
La torre).
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4 (i M a r c o F a k a c io s - F r a x k S a m o k d
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í ÍNTOKiA DI C olom bia . I’ ais i k.acah nm ado , s<x ii dad ni\ idida 47
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4B M arco IL m -a c u a - F r a x k S a m o r d
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\ llS T O U IA n i: C x T IO M B IA . I ’ A IS r K A C M liN TAlX-), S C K 'irD A D I)l\ IP ID A 49
de C artag en a se valieron del optim ism o para sugerir que el río M agdalena ser
p en teab a de form a tal q u e el N uevo Reino, au n q u e en la ribera oriental del río,
q u ed aría en la línea lo n gitudinal de C artagena y no en la de Santa M arta. Belal
cázar, las a u to rid a d e s de P anam á y todos los abogados de los intereses occiden
tales a rg u m e n ta b a n que el acceso a los altiplanos orientales sería m ás fácil p o r el
Pacífico q u e p or la p ro lo n g ad a ru ta a contracorriente del M agdalena. La C orona
confirm ó la petición de Santa M arta no tanto quizás por consideraciones geográ
ficas sino p o r la p rio rid ad d e los derechos de conquista de Jim énez de Q uesada.
El accidente histórico de que una expedición sam arla alcanzara los al
tiplan o s m uiscas an tes q u e la d e la costa pacífica o la de V enezuela confirm ó
políticam ente las tend en cias establecidas por la topografía. C olom bia estaba d i
v id id a en tre o rien te y occidente a lo largo de dos ejes norte-sur. La altura de la
cordillera C entral ya había d eterm in ad o en la era precolom bina que el territorio
estu v iera d iv id id o en dos zonas distintas. El reconocim iento de los derechos de
Jim énez de Q u esad a tradujo al m apa político la realidad geográfica. El hecho de
que el occidente colom biano fuera descubierto y som etido por conquistadores
q u e v en ían del P erú, y secu n d ariam en te de C artagena y Panam á, tuvo un efecto
sim ilar al co n firm ar políticam ente la m ism a división entre oriente y occidente.
Los co n q u istad o res del P erú aseguraron el predom inio en el occidente,
a u n q u e en fren taro n h asta fines d e la década de los años 1540 u n a seria oposición
d e g ru p o s rivales d e P an am á y C artagena. A fines de 1538, Pascual de A ndagoya
recibió en P an am á la autorización para conquistar y poblar desde allí, y hasta el
d o m in io d e P izarro en el Perú, u n a jurisdicción conocida com o la provincia del
Río San Juan. Pero cu an d o se hizo esta dispensa real, los hom bres del Perú ya
se h ab ían establecido en C artago, extendiendo im plícitam ente su dom inio hasta
allí. A principios d e 1540, cu a n d o Belalcázar llegó a B uenaventura procedente
d e Cali, el g ru p o p eru an o ya estaba explorando y su b y u g an d o a los indígenas
en u n a región u b icad a m ás al norte del actual d ep artam en to de C aldas. De este
m od o el territorio en tre P anam á y los dom inios bajo control p eru an o se había
re d u cid o su stan cialm en te en relación con los lím ites trazados a la provincia del
Río San Juan.
Pero c u a n d o A n d agoya llegó a Cali en m ayo de 1540 y reclam ó jurisdic
ción sobre un territo rio q u e com prendía desde P opayán hacia el norte, los ve
cinos, en ausencia de Belalcázar, aceptaron su au to rid ad . Em pero, en febrero
del añ o sig u ien te este regresó d e España con el título de go b ern ad o r de la p ro
vincia d e P opayán, con lo q u e p u d o m antenerse a salvo de Pizarro y expulsar a
A ndagoya. A u n q u e A n dagoya no volvió a am en azar la integridad de la nueva
provincia, a p artir d e entonces P opayán y P anam á se d isp u tarían el control de la
región vecina del Chocó.
El desafío d e los cartageneros al g ru p o p eru an o se circunscribió a los ac
tu ales d ep a rta m e n to s de A ntioquia y C aldas. A com ienzos de 1538, cuando Be
lalcázar estaba en Q u ito y p rep arab a su fuga expedicionaria, varios grupos de
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30 M arco I nai a c i « - F r a n k S a i 1(.ir ò
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UisioKiA ne C olom bia . P aís fkaom fntaix ), sc xillu d dividilia 51
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LOS PRIMEROS ASENTAM IENTOS ESPAÑOLES
F u n d a c io n e s
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piación del p ro d ucto y del trabajo indígenas. Las encom iendas asig n ad a s por
G o n zalo Jim énez de Q u esad a a los conquistadores d e los m uiscas no estip u la
ban con precisión las obligaciones indígenas, salvo p o r un as referencias vagas
a los alim entos. De becbo, adem ás de com ida, los encom enderos les exigieron a
los in d io s a su cargo el sum inistro de vestuario, agua, leña, forraje para los caba
llos y m ad era y trabajo para la construcción de sus residencias. Tales exacciones
eran m u cb o m ás gravosas que las acostum bradas en tiem pos precolom binos, y
a com ienzos de la década de los años 1540 provocaron rebeliones in d íg en as que
solo term in arían d esp u és de severa represión.
A lo largo del siglo xvi, la C orona y la burocracia del N uevo M undo pro
cu raro n im poner norm as restrictivas. De 1538 a 1543, la C orona insistió en que la
ca n tid a d y calidad de los tributos de la encom ienda debían ser sim ilares a los que
trad icionalm ente babían entregado los indígenas a sus señores antes d e la C on
quista. La adhesión a este principio fortalecería el derecho del m onarca español
a g o b ern ar los pueblos recién conquistados. H ubo sin em bargo varios problem as
para aplicarlo. M uchas com unidades de las tierras bajas desconocían los sistem as
fuertem en te jerárquicos y decían que nunca habían d ad o n ad a a sus jefes. Y d o n
de había existido un orden tal, com o en los altiplanos orientales, los "tributos" to
m aban la form a de un intercam bio ritual y no de un im puesto, com o inferían los
españoles. Los m uiscas prestaban a sus señores algún trabajo estacional y estos
les retrib u ían con fiestas y regalos. Y cuando los indios entregaban algún tributo,
este era in d eterm inado y según lo que a cada cual le p erm itieran las circunstan
cias. Tales relaciones rituales eran com pletam ente distintas en form a y significa
do d e las nociones europeas de tributación o au n de obligaciones feudales, y en
n in g ú n caso hubieran colm ado la codicia de los conquistadores. En consecuencia,
los procesos judiciales em p ren d id o s por los funcionarios de la C orona se q u ed a
ron en el papel. Las exigencias estaban d eterm inadas m ucho m ás por las aspira
ciones d e los nuevos señores españoles que por las costum bres indígenas.
Para satisfacer las d em an d a s de los encom enderos, los indios tuvieron
q u e am p liar su repertorio productivo. Con frecuencia una p arte del tributo
d ebía p agarse en oro; en las regiones que carecían de m inas, los indios debían
v e n d e r sus pro d uctos para ad q u irir el oro necesario. Así q u ed a ro n sujetos a los
vaiv en es del m ercado. Tam bién debieron ap ren d er a p ro d u cir alim entos euro
peos, com o el trigo y la cebada en las altiplanicies y la cría de cerdos y gallinas
en la costa atlántica. A lgunas de estas innovaciones, en particular los cerdos y
gallinas, debieron beneficiar de alguna m anera a los indígenas. Sin em bargo, las
d esm esu rad as d em an d as de los encom enderos pu siero n en peligro la existencia
m ism a de sus tributarios. En algunos casos tales requerim ientos llevaban a la
m u erte prem atu ra, com o los indios destinados al tran sp o rte en las em barcacio
nes del río M agdalena, quienes tenían que cargar m ercancías p o r los cam inos a
los altiplanos, o aquellos que fueron a las m inas. Estas tres form as m ortíferas de
trabajo intran q u ilizaron a los funcionarios a lo largo del siglo xvi.
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podía ser m olestada la población de los enemigos, si acaso sucediese alguna rebelión
o alzam iento de los naturales".
Fray P ed ro S im ó n , Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales,
B ogotá, B iblioteca B anco P op u lar, 1981, to m o III, pp.268-69.
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m iem bros de los cabildos fijaban los precios y otras condiciones del abasteci
m iento de las ciu d ad es.
Las p rim eras guías geográficas d an u n a buena idea de las razones q u e
m otiv ab an a fu n d a r u n a c iu d ad en u n d eterm in ad o lugar. En la guía de Juan
López d e Velasco (c.l570), la descripción de cada ciu d ad trae las condiciones del
clim a, benigno o m alsano; del potencial económ ico, tipo de producción agrícola
y presencia o au sencia d e m inas de oro. Luego vienen los com entarios sobre la
índole de los indios q u e habitan el área. Si n um erosos y útiles o, por el co n tra
rio, si belicosos, reb eld es e in su b o rd in ad o s (behetrías) y p o r tanto inútiles. Allí
d o n d e los indios eran sed en tario s y sum isos, la guía señala específicam ente el
n ú m ero de en co m en d ero s d e la ciu d ad y la can tid ad de indios tributarios. El
criterio cardinal en la escogencia de u n sitio era la d isp o n ib ilid ad , docilidad y
ab u n d an cia d e m an o d e obra indígena. Si a esto se añ a d ía n el clim a salu d ab le
y la fertilidad de la tierra, entonces las condiciones eran ideales. Así lo d e m u e s
tran elo cu en tem en te los ejem plos de Santa Fe, Tunja o Pasto. En otros casos, sin
em bargo, el d escu b rim ien to d e depósitos d e oro tam bién llevó a la fundación d e
ciudades. El establecim iento español en los valles del M agdalena, com o Tocaim a
(1545), M ariquita e Ibagué (1551) o La Palm a (1564) y La V ictoria (1565), o b ed e
ció a la n ecesidad d e co n trolar poblaciones p o r p arte d e españoles que carecían
de en co m ien d as en los altiplanos. Pero en cada uno de estos lugares tam bién
se en co n traro n alg u n o s d epósitos d e oro. P am plona, en la cordillera O riental,
em ergió en la d écad a d e los años 1550 com o centro d e las m inas d e oro m ás
im p o rtan tes d escu b iertas en toda la región. En el occidente, P opayán se estab le
ció cerca del nacim iento del río C auca, en parajes de b u en clim a, tierras fértiles
y u n a población in d ia b astan te nu m ero sa y utilizable. La existencia d e oro en
el área tam bién d esem p eñ ó algún papel, m ás evid en te aú n en la fundación d e
ciu d ad e s com o A lm ag u er (1552), al su r de Popayán; C artago (1540), al norte de
la planicie in u n d ab le del valle del río C auca, y todavía m ás al n o rte en la cuenca
del m ism o C auca, A nserm a (1537), A rm a (1542), C aram an ta (1548), A ntioquia
(1541) y Santa Fe d e A n tioquia (1546).
M uchas poblaciones ded icad as a la explotación del oro tuvieron una exis
tencia m ás bien fugaz. El colapso se p ro d u cía con frecuencia p o r la falta de m an o
de obra. En m uchos casos, la tentativa d e los españoles d e forzar a la población
local al trabajo en las m inas provocaba rebeliones y la destrucción de los a se n ta
m ientos. Este fue un suceso frecuente en el valle del Alto M agdalena en el siglo
XVI y en el Chocó, en los siglos xvi y xvii. En Buriticá, ex p lo tad a d esd e antes d e la
C onquista, los in d íg en as locales, aco stu m b rad o s a la m inería, o p u siero n m enos
resistencia. El d e rru m b e dem ográfico fue quizás la causa m ás im p o rtan te del
colapso inicial d e m u ch o s centros m ineros en las regiones de C artago, A nserm a
y A rm a. U na altern ativ a serían los esclavos africanos, excepto en las zonas d e
m inería m arginal, d o n d e el precio de los esclavos du p licab a el prevaleciente en
la costa atlántica. Por lo general, los españoles recurrieron al em pleo de esclavos
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incendio accidentai arrasó con C artagena en 1552. D espués del incendio el cabil
do p rohibió las edificaciones de m adera, o rd e n an d o q u e en ad elan te se em p lea
ran otros m ateriales de construcción com o la piedra, el ad o b e o, al m enos, vigas
de m ad era cu b iertas de lodo. En los años siguientes se em p learo n el ladrillo y
los techos de teja, p ero la escasez d e canteras no perm itió q u e la p ied ra entrara
en uso. Hacia 1570, cu a n d o C artagena tenía unas trescientas casas de españoles,
la única edificación co n stru id a en p ied ra era u n a casa co m p artid a p o r el C abildo
y el gob ernad o r. H asta la década d e los años 1580, ni siquiera en la construcción
d e iglesias y con v en to s se em pleó la piedra.
El am b ien te fronterizo d e las zonas m ineras del occidente acentuaba el
carácter de p ro v isio n alid ad d e las poblaciones. Allí el n ú m e ro d e p u eb lo s era
re la tiv a m e n te alto p ero m uy re d u c id a su población española. En 1570 no había
en P opayán, Cali, C artago, A lm aguer, A rm a o A nserm a m ás de tres docenas
d e h o gares españoles. Estas fundaciones del occidente fueron tan red u cid as en
com p aració n con Santa Fe o Tunja p o r la ausencia d e poblaciones indígenas n u
m ero sas capaces d e so stener su expansión.
En las poblaciones del occidente la construcción tam bién era bastante rú s
tica. D u ran te varias d écad as el b ah areq u e fue el principal m aterial de construc
ción en P opayán. H acia 1560 aparecieron algunas edificaciones d e piedra, pero
el terrem o to d e 1566 reveló que el b ah areq u e ag u an tab a m ejor los m ovim ientos
telúricos. En la d écad a siguiente alg u n as casas de españoles tenían pared es de
ladrillo y estaban techadas con teja d e barro. Las p rim eras iglesias de p ied ra se
lev an taro n d esp u és d e 1585 y solo a fines del siglo la catedral se edificó con este
m aterial. En Cali, su co m p etid o ra regional, em p ezaro n a verse construcciones
de ladrillo en 1565.
La tendencia de casi todos los españoles asen tad o s en las regiones oc
ciden tales de reg resar a su tierra con las alforjas a re v en tar p u d o ser un factor
en el retraso del desarro llo urbano. En 1582, un ag u stin o se quejó de los m ás
de doscientos v aro n es españoles residentes en Pasto, q u e eran m an ten id o s por
u n o s veinte mil indios; los tres m onasterios de la ciu d ad , dijo, eran edificios des
m irriad o s por los exiguos donativos, pu es todos an h elab an llevarse a España su
botín am ericano. Las d im ensiones d e la fuerza laboral tam bién explican por qué
las poblaciones del o rien te fueron m ucho m ás grandes.
Según parece, en la d écada d e los años 1570 S anta Fe tenía unos seiscien
tos ho g ares españoles, Tunja, en tre doscientos y trescientos, y Vélez y P am plona,
u nos cien cada una. Pero la m ayor superficie u rb a n a no se reflejaba en un tipo
de construcción diferen te al del occidente. Los co n q u istad o res d e los altiplanos
v ivieron d u ra n te u n o s v einte años en el m ism o tipo d e chozas d e m ad era y paja
d e los m uiscas. En 1542, el C abildo o rd en ó co n stru ir to d as las casas en ladrillo
o p ied ra. Sin em bargo, la disposición se q u ed ó en el papel d u ra n te m ucho tiem
po. En 1560 ap areció la p rim era casa de ladrillo y tejas, erigida p o r u n o d e los
princip ales co n q u istad o res-encom enderos. Pero los ladrillos de fabricación local
re su ltaro n poco du rab les. H asta fines del p eriodo colonial las casas m ás valiosas
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Fuente: A tlas de mapas antiguos de Colombia: siglos XVI a XIX. B ogotá, Litografía Arco. R ecop iló y d iri
g ió E d u ard o A c e v e d o Latorre.
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1 lisiO R iA n r C o l o m b i a . P a is i r .a o m il n ' t a d o , s c x il o a d d i v i d i p a 63
de la ciu d ad estaban hechas en tapia pisada sobre cim ientos de piedra. En los
pueblos d e frontera de las vertientes del M agdalena, la m adera y el bahareque
co n tin u aro n siendo el m aterial m ás corriente.
D u ran te el siglo xvi, los españoles perm anecieron casi todo el tiem po en
estas ciu d ad es y la población del cam po siguió siendo esencialm ente indígena,
lo cual no significa q ue las dos sociedades estuvieran separadas. Los encom en
deros req u erían indios para el servicio dom éstico. C on el tiem po, m uchos de
estos in dígenas se q u e d a ro n a residir, se hispanizaron y fueron llam ados "indios
ladinos". P ronto se form arían barrios ladinos en las periferias y allí p re d o m in a
ba la tradicional choza indígena de m adera y techo de paja.
R e g io n e s
En el interior del país había dos regiones de claro dom inio español, con
com arcas fronterizas cercanas que controlaban parcialm ente. En el oriente, com o
vim os, los españoles to m aron posesión de las regiones m uiscas, au n q u e tam bién
ocu p aro n com arcas d e frontera en el Alto M agdalena. Pero el dom inio sobre
otros territorios próxim os fue m ás m arginal y en zonas de la cercana cordillera
C entral estu v iero n ex puestos a los ataques de los indios. Tam bién se establecie
ron en los bordes de los Llanos O rientales, pero allí su presencia fue m uy dilu id a
hasta fines del p erio d o colonial. En el occidente, establecieron un dom inio in
equívoco en las com arcas de Pasto y en los alrededores de P opayán, Cali y Buga.
M ás al no rte co n tro laro n algunos p u n to s m ineros en los actuales A ntioquia y
C aldas, p ero m uy poco en sus alrededores.
En el siglo xvi, las dos regiones de evidente control español en el oriente y
occidente estuvieron bastante aisladas una de otra y así perm anecieron d u ra n
te m ucho tiem po. La b arrera estaba en la extensa y v irtu alm en te im penetrable
cad en a d e m o n tañ as de la cordillera C entral, intransitable en m ula y en cuyos
parajes los indios insum isos am enazaban periódicam ente a los pocos viajeros.
Esta desconexión reforzó el separatism o adm inistrativo y acentuó la jurisdicción
in d ep en d ie n te de P opayán sobre casi todo el occidente. A ntes de 1549, el occi
d en te en su conjunto d ep e n d ía de Lima y Quito. Al constituirse en aquel año la
A udiencia de Santa Fe, P opayán y todo el occidente q u ed a ro n bajo su jurisdic
ción, p ero el establecim iento de una audiencia en Q uito devolvió a aquella la
a u to rid a d sobre toda un área que com prendía desde Buga hasta Pasto.
O rien te y occidente desarrollaron econom ías autónom as, sim ilares y des-
conexas d u ra n te todo el siglo xvi. En am bas regiones, los cam pam entos m ineros
trataro n d e p ro d u cir sus alim entos, principalm ente yuca y m aíz. C uando nece
sitab an provisiones adicionales tendían a buscarlas d en tro d e su m ism a región.
Las m inas de oro de P am plona y de los valles del Alto M agdalena recibían trigo,
gan ad o , textiles y m ano de obra de Santa Fe y Tunja. En el occidente. Pasto y
P o p ay án abastecían las zonas m ineras del occidente de trigo y Buga les enviaba
ganado.
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C o n t in u id a d e s y c a m b io s
El m edio siglo tran scu rrid o entre 1540 y 1590 fue de transición entre la
rap iñ a y las g u erras faccionales de la C onquista y la institucionalización m ás
re p o sad a del resto del p eriodo colonial. En el orden político, en los sistem as de
p roducción y en el trato a las poblaciones indígenas som etidas, los españoles
m an tu v iero n alg u n o s com portam ientos característicos del periodo de la C on
quista, pero al m ism o tiem po em pezaron a guiarse por patrones económ icos e
institucionales qu e prefiguraban los dos siglos por venir.
Poco d esp u és de la C onquista, la C orona pretendió poner bajo su con
trol a los conquistadores. D urante décadas, sin em bargo, la acción de sus em i
sarios pareció ser tan im p o rtan te en esparcir el d eso rd en com o en establecer
la au to rid a d real. C ada uno de los funcionarios reales llegaba con un séquito
de fam iliares y d ep en d ien tes, a quienes favorecía con encom iendas. Con fre
cuencia, los funcionarios, em pujados por sus clientelas, en trab an en conflicto. La
ad m in istració n ha deb id o regularizarse en 1550 con el establecim iento en Santa
Fe d e la prim era A udiencia, un tribunal de apelaciones con poderes ejecutivos.
De hecho, los prim ero s o idores de la A udiencia, com o casi todos sus sucesores,
llegaron con sus protegidos, a quienes concedían favores especiales. Los feroces
conflictos desatad o s p or este com portam iento clientelista retrasaron la institu
cionalización de la au to rid a d política.
Al debilitar el po d er oficial, estos conflictos ayu d aro n a p erp etu ar la a u
to rid ad carism àtica de tos conquistadores. M uchos funcionarios españoles que
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[ JiSTORlA Pf, CC>1.0MB1A. P a Í S FRAGMCNTArX'«, SCX'IF.DAD DIVIDIDA C7
m ilitar de regiones q u e no habían estado previam ente bajo control español hasta
m ed iad o s del siglo, en p articu lar áreas del Alto M agdalena. En estas décadas,
las expediciones al m ítico D orado, verificadas por lo general en las tierras bajas
al o rien te de los A ndes, b rin d aro n ocupación a los españoles inquietos y am bi
ciosos, au n q u e tu v iero n u n alto costo en vidas de los m iles de cargueros indios
q u e llevaban consigo.
La caída de la población indígena significó que m uchas co m u n id ad es q u e
d aro n reducidas, al p u n to que los encom enderos no p o d ían sostenerse con su
trib u to regular. Esto fue p articu larm en te cierto en el occidente y en el A lto M ag
dalen a, d o n d e las d en sid ad es indígenas fueron bajas desde el principio. A un
en las altiplanicies orientales, d o n d e perm anecían las co m u n id ad es indígenas
m ás n u m ero sas, estas eran cada día m ás incapaces de sostener el tributo legal.
Los enco m en d ero s re sp o n d iero n a esta situación de diversas m aneras. A lgunos
m an tu v iero n el trib u to en los niveles anteriores, en g añ an d o a las au to rid ad es y
aseg u rán d o les q ue el n ú m ero de sus indios no había dism inuido. Por lo general,
los en co m en d ero s decid ieron com plem entar sus ingresos particip an d o en em
presas agrícolas en sus tierras. Estos recibían tierras llam adas aposentos, ubicadas
en la vecin d ad de las co m u n id ad es que tenían en encom ienda. Estos aposentos
se co n v irtiero n con frecuencia en la base de gran d es haciendas. Pero adem ás de
los aposentos, los enco m enderos obtenían tierra m ed ian te concesiones de los
cabildos o sim p lem en te u su rp á n d o la de las co m u n id ad es indígenas. Los esp a
ñoles q u e no conseguían encom iendas tam bién em p ezaro n a obtener tierra y a
establecer fincas, au n q u e estaban en desventaja frente a los encom enderos en la
com petencia p or o b ten er m ano de obra.
El crecim iento de estas p ro p ied ad es y de la agricultura en m anos de espa
ñoles se refleja bien en los tipos de quejas contra los encom enderos a partir de la
d écad a de los años 1560. Se los acusaba, cada vez m ás, de obtener las m ejores tie
rras d e las co m u n id ad es y de im ponerles tal cantidad de trabajo en las haciendas
qu e les q uitaba el tiem po necesario para las labores en sus propios lotes. O tro sig
no del desarrollo de la ag ricultura española p u ed e seguirse en las quejas contra la
destrucción de sem enteras indígenas por el ganado de los europeos. Hacia 1560
se cultivaba m aíz y cebada en las fincas españolas de Santa Fe, Tunja y Pam plona.
En la década siguiente, la sabana de Bogotá y la región de Tunja sum inistraban
harinas, jam ones y quesos a las zonas m ineras y a los puertos de la cuenca del
M agdalena y a C artagena. Tunja tam bién se había convertido en un im portante
centro de pastoreo de ovejas y de tejidos de lana y algodón, que tenían m ercado
d esd e la región m inera de P am plona en el norte hasta A lm aguer en el sur.
En regiones del occidente, d o n d e la fuerza laboral era am plia, com o Pasto,
y en m enor g rad o P opayán, tam bién se estaba d esarro llan d o u n a agricultura de
tipo europeo. D esde la década de los años 1540 se cultivaba en Pasto el trigo,
traíd o en sus com ienzos de la región de Q uito, y en los años siguientes el cultivo
se ex tendió h asta P opayán. M uchas regiones del occidente se abastecieron de
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M a r c o P a i ac io s - F r a n k S a i f o k d
cereales pro d u cidos en estos dos centros. D urante el últim o tercio del siglo se es
tablecieron en Cali y Buga cultivos de caña de azúcar y alred ed o r de 1580 incluso
se llegó a exportar a Panam á.
El desarrollo agrícola fue m ás lim itado en el occidente. Las cuencas del
río Cauca fueron d o m in ad as por españoles que recibieron grandes extensiones
de tierra en recom pensa por su lucha contra indios rebeldes. El problem a de la
escasez de m ano de obra, d ad o el ráp id o descenso de la población nativa, fue
crónico y todavía a fines del siglo xvii no se habían desarrollado allí m ercados re
gionales significativos. D urante m ucho tiem po, la tierra perm aneció sin valor y
grandes extensiones qued aro n inexplotadas pues sus dueños ni las visitaban, de
suerte que en m uchos casos fueron ocupadas ilegalm ente porciones sustanciales
y así perm anecieron por décadas, sin ser descubiertas. En estas condiciones, sus
propietarios fueron pobres, especialm ente si se los com para con los g ran d es te
rratenientes que ocupaban tierras ubicadas cerca de los grandes m ercados y con
una am plia m ano de obra, com o los del México central.
Si bien en estas regiones se desarrolló una econom ía de características a
todas luces españolas, hubo tam bién un aspecto indígena. De diversos m odos
los indígenas fueron forzados a participar en el desenvolvim iento de esta eco
nom ía española. Para pagar sus tributos, los indios tuvieron que ap ren d er a cul
tivar p roductos europeos, a cosechar trigo y cebada o a criar ovejas. En m uchos
lugares incorporaron a su econom ía dom éstica cerdos, gallinas, cabras y ovejas.
Las econom ías española e indígena fueron entrelazándose e integrándose. En los
m ercados de las altiplanicies orientales, los indígenas v endían alim entos para
com prar oro y algodón, que no eran producidos localm ente, y sí exigidos com o
tributo. En la década de los años 1580 m ás de tres mil indígenas acudían al m er
cado de Santa Fe con cargas de coca, algodón y textiles que intercam biaban por
tejuelos de oro, una bu rd a m oneda local m anu facturada por otros indígenas. Los
españoles tam bién em pleaban estos tejuelos com o m edio de intercam bio. Por su
parte, los estancieros españoles cultivaban productos nativos com o m aíz y papa.
Usaban arad o de m adera tirado por bueyes, pero tam bién las barras de m adera
de los indígenas. Los indios em pezaron a m anejar las recuas de m uías de los
españoles y algunos se volvieron em presarios arren d a n d o caballos a los viajeros
y m ercaderes españoles.
Un proceso sim ilar de integración de culturas m ateriales indígenas y es
pañolas tu v o lugar en la costa atlántica. En la agricultura indígena se unieron
d esde un principio gallinas y cerdos a la yuca, m ientras que los españoles de las
ciudades costeras se acostum braron al pan hecho de m aíz y yuca.
A la p ar con este proceso de integración económ ica en la ag ricu ltu ra,
las m an u factu ras y el com ercio, la econom ía española continuó cobrando un
alto núm ero de víctim as entre los indios, particularm ente en aquellos em pleados
com o m ano de obra en la m inería de oro, en las em barcaciones del río M agda
lena y en el tran sporte terrestre de carga. En 1550, la C orona había prohibido el
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\ llSTORIA PH COI-OMBIA. I ’ a IS ERA G M EN TA IX), SOCIEDAD IIIVIDIDA 69
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70 M arco P a i a g i o s - I-r a .\ k S a i f o r d
bienes de lujo. S urgen claram ente dos visiones de lo que debería ser la econom ía
colonial. Una la concebía com o un sistem a para acu m u lar riqueza m onetaria e
im p o rtar bienes de lujo y la otra, com o una m era econom ía de subsistencia.
Una de las características sociales m ás destacadas del siglo xvi fue la rela
ción de los españoles con las m ujeres indias, que dio com o resu ltad o la aparición
de u na v aried ad de m ezclas raciales. D esde los p rim eros años de la C onquista,
los españoles dieron en tom ar a las m ujeres indígenas com o com pañeras. So
bre todo en esa época m uchas de estas uniones debieron ser en alg u n a m edida
forzadas, au n q u e algunas fuentes españolas aseg u rab an q u e las indígenas se
entregaban librem ente. En ciertos casos bien p u d o haber u n elem ento de con
sentim iento, p u es algunos jefes indios percibían ventajas en su alianza con los
poderosos invasores.
Los religiosos españoles se oponían a que los blancos vivieran en franca
poligam ia con las indígenas. En una fecha tan tard ía com o 1560, u n fraile do m i
nico denunció qu e había "encom enderos y otras p erso n as... que tienen m uchas
indias para sus suciedades; y hay hom bres tan d esv ergonzados q u e tienen diez
y doce, y yo señalaré a u n funcionario de V uestra A lteza que es público q u e tiene
quince y veinte indias para lo que tengo dicho; y d esp u és que están hartos de
ellas las d an a otro para el m ism o efecto, y ellos sacan otras de nuevo".
Los religiosos censuraban a los conquistadores por tener relaciones con
indias que no habían sido b au tizad as en la fe cristiana, pero tam bién se quejaban
cu an d o los p en insulares hacían bau tizar a las m ujeres sin educarlas en la fe, tan
solo para legitim ar superficialm ente sus actividades sexuales.
Pero los españoles no fueron los únicos en inm iscuirse sexualm ente con
las indígenas. A lgunos esclavos africanos traídos por los españoles a la pro v in
cia de C artagena hacia fines de la década de los años 1530 huyeron a los bosques
y fueron to m an do m ujeres indias com o com pañeras, tendencia que persistió
hasta fines de la Colonia. O tra m odalidad d en u n ciad a por un fraile español en
1560 consistía en que los negros em pleados por los españoles para supervisar
sus encom iendas violaban a las esposas e hijas de los indios, incluso de los jefes,
a veces en su presencia.
Sin em bargo, las relaciones con las indias no siem pre fueron forzadas,
violentas o fugaces. La existencia de relaciones estables y afectuosas —aunque
inform ales— entre algunos españoles y m ujeres nativas se evidencia en el caso
de un co n q u istador que en 1531 d ispuso en su testam ento que se oficiaran misas
p or las alm as de una indígena, su p ad re y su hijo.
Las relaciones inform ales entre españoles e indias fueron la regla d u ran te
la m ayor p arte del siglo xvi y, excluyendo a la elite colonial, probablem ente tam
bién después. Juan del Valle, obispo de P opayán entre 1548 y 1558, afirm aba que
casi todos los españoles de su diócesis vivían en uniones inform ales; según creía,
m enos de diez estaban casados.
Es relativam ente poco lo que se conoce acerca de los hijos nacidos de tales
relaciones inform ales entre españoles y africanos con m ujeres indígenas du ran te
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I llSrO K IA DF, CoiXNMBIA. I ’a ÍS T R A C M IN IA IX \ StXIF.DA D DIVIDIDA 71
el siglo XVI. Por lo general, los vástagos de africanos con indias, los llam ados
"zam bos", eran asim ilados a los negros. Es probable que m uchos de los niños
nacidos de esp añoles e indias fueran criados p o r la m ad re en las com unidades
indígenas. Sin em bargo, no era raro que los peninsulares reconocieran a sus hijos
m estizos y trata ran de ubicarlos de m odo respetable en la sociedad española.
A lgunos de los p rim ero s hijos m estizos de prom inentes españoles, com o capi
tanes d e la conquista, p arecen h aber sido aceptados com o m iem bros de la elite
d o m in an te española. N o obstante, con el paso del tiem po fueron objeto d e dis
crim inaciones cada vez m ayores, en p arte por su p resu n to nacim iento ilegítim o
y en p arte p or d escen d er de los despreciados indios.
En la d écad a de los años 1570, cuando el arzobispo de Santa Fe ordenó
com o sacerdotes a m edia docena de m estizos, hubo protestas de la A udiencia, los
canónigos de la catedral y las órdenes religiosas, por considerar que el sacerdocio
había sido p ro fan ad o al ad m itir hom bres cuyo nacim iento era presum iblem ente
ilegítim o. La cuestión de si los m estizos p o dían ser o rdenados com o sacerdotes
siguió siendo u n tem a polém ico en las últim as tres décadas del siglo xvi, cuando
la C orona española p rim ero prohibió y luego perm itió su adm isión al sacerdocio.
Un m estizo "bien nacido", hijo natural de u n capitán que luchó junto a Jim énez
de Q uesada, fue o rd e n ad o en 1574, diez años después de q u e su p ad re obtuvie
ra u n a dispensa especial. C uando se nom inó al m ism o sacerdote m estizo para
ocu p ar el prestigioso cargo de canónigo de la catedral de Santa Fe en 1578, fue
rechazado por sus colegas españoles del capítulo de la catedral. Solo después de
m ás d e veinte años de discusiones fue confirm ado com o canónigo en 1599.
U na de la razones para o rd e n ar sacerdotes m estizos fue la escasez relativa
de cu ras españoles y su insuficiencia para convertir a la población aborigen. La
conversión de in d íg en as al cristianism o fue u n tem a central de la política esp a
ñola, en especial p o rq u e la au to rid a d sobre las Indias, avalada por el Vaticano,
se justificaba p o r los esfuerzos encam inados a convertir a sus pueblos al cristia
nism o. En térm inos de la política española y en el pensam iento m ism o de los es
pañoles, la cristianización no consistía solam ente en la adopción de las doctrinas
cristianas, sino tam bién en asu m ir la form a de vida y las costum bres europeas,
lo q u e incluía vivir "políticam ente", es decir, en co m u n id ad es de estilo europeo.
Al parecer, el proceso de cristianización indígena d u ra n te el siglo xvi fue
m ucho m ás lento en la esquina noroccidental de Suram érica que en México. En
general, los esfuerzos evangelizadores em p re n d id o s en el siglo xvi fueron débi
les y d em o rad o s en la costa atlántica y en el d istrito de P opayán en el occidente,
así com o en regiones inestables com o los valles del Alto M agdalena y las zonas
m ineras del Cauca. Los clérigos q u e llegaban a la costa atlántica p o r lo general
no p erm anecían allí m ucho tiem po, pu es las co m u n id ad es indígenas eran d em a
siado pobres com o p ara perm itir u n a buena vida, y los religiosos se m archaban
al Perú o hacia las zonas m ontañosas, d o n d e las poblaciones indias eran m ás
n u m ero sas y estables. Por consiguiente, d u ra n te el siglo xvi, el em peño evange-
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72 M akc o P ai a( - I'R a n k S a i t o k d
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liSrO K IA nií C o i.O M B IA . I'A ÍS rRAGMENTArK.), SlX :ii:n A D DIVIDIDA 73
tal, las au to rid a d es esp añolas tam bién objetaron la persistencia de la costum bre
conocida com o "el co rrer de la tierra", u n rito en el cual u n a gran can tid ad de
indios em p re n d ían u n a peregrinación a varias lagunas sagradas. Igualm ente,
los españoles m irab an con desconfianza la costum bre aborigen de pin tarse el
cuerpo, de llevar los v arones el cabello m uy largo, de u sar plum ajes y de q u em ar
toda suerte de inciensos y sahum erios.
Las au to rid a d es españolas reaccionaron a estas supervivencias de las re
ligiones precolom binas y a otros patrones culturales indígenas de dos m aneras:
una reflejaba el co m p o rtam ien to español en la fase de la C onquista y la otra
establecía las bases de m odos coloniales m ás asentados. U na de las resp u estas
fue desarro llar cam p añ as para extirpar los residuos de la religión nativa. En el
Caribe, los ch am an es fu eron rem ovidos de las co m u n id ad es y en m uchos casos
forzados a serv ir d e sirvientes de los españoles en C artagena. En los altiplanos
orientales, las cam p añ as de exterm inio religioso fueron rem iniscentes de la C on
quista. Las au to rid a d es reales y los sacerdotes incautaban san tu ario s e ídolos
indígenas escondidos. P uesto que m uchos de los ídolos eran de oro, la confis
cación tenía ad em ás u n interés pecuniario.
A fines de la d écad a de los años 1570 se d esataro n cam pañas para d esc u
brir san tu ario s indios. C om o cuarenta años atrás, m uchos indígenas fu ero n
to rtu rad o s y asesin ad o s con el p ropósito de extraerles inform ación. Estas cam
pañas parecen h ab er ten ido com o resu ltad o la práctica clandestina de los ritos
indígenas. Al cabo d e u n a cam paña d e dos décadas de duración, en 1594, las
au to rid a d es d escu b riero n cerca de 135 jeques, o cham anes, en la región in d ia de
Fontibón, ubicada a pocos kilóm etros de Santa Fe. En esa localidad se ven erab an
cerca de 3.000 ídolos en secreto, m ientras que en Bosa, otra co m u n id ad indígena
cercana, se a d o rab an u n os 10.000. A fines del siglo, el arzobispo de Santa Fe
ord en ó la q u em a de los plum ajes rituales y prohibió la costum bre d e p in tarse el
cuerpo, así com o la ven ta de inciensos utilizados en las cerem onias indias. En
esta época, un sín o d o de la Iglesia p ro p u g n ó el encarcelam iento p erp etu o d e los
cham anes. A nte sem ejante presión, las expresiones religiosas indígenas d u ra n te
el siglo xvii buscaron d efenderse m ed ian te la fusión con prácticas cristianas.
O tra resp u esta p ara com batir la persistencia de la religión in d íg en a y
otros p atrones cu ltu rales consistió en congregar a los indios en co m u n id ad es
m ás grandes, al estilo español. A ntes de la C onquista y d u ra n te casi todo el siglo
XVI, la m ayoría de los ind ígenas vivían un tanto dispersos cerca de los lotes de
cultivo. En m uchos lugares, tal dispersión dificultó al p equeño n ú m ero de cu ras
el contacto con ellos. La concentración indígena en unas cuantas co m u n id ad e s
m ás g ran d es facilitaría su adoctrinam iento y su m ovilización com o fuerza la
boral. M ás aún, las p au tas culturales españolas chocaban con el poblam iento
difuso de los indígenas. En España, los cam pesinos vivían en aldeas rurales y los
funcionarios de la C orona pensaron que los indígenas debían hacer lo m ism o. En
pos d e estos principios, en las d écadas de los años 1560 y 1570 las a u to rid a d e s
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"4 M a Rí X) P a I A( U K - i-KANK S a h o k i )
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ECONOM ÍA Y SO CIEDAD, 1590 -1780
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"6 M arc o P a i ac ic n - I ' k \ \ k S a i t o k d
El o r ie n t e
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U n PGKIA OI- COL.OMBIA. I ’ a I s rR A G M Í NTArX), SCX:iEDAP DIV IDIDA
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M a r c o I ’ a i al io s - I-r a n k S a i t o r d
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1 llSTORIA DI, C g I.CXMBIA. Í ’ a ÍS I RACM1:NIAIX'>, S lX IRDAn rilVlDIDA 79
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80 M arco P a i a c io s - P r a n k S a f i -o k d
obligatorias eran rem u n erad as, el salario era tan bajo que se requería m edio año
de trabajo para p ag ar el respectivo tributo.
De las diversas m o d alid ad es de trabajo forzoso la m ás onerosa fue la m ita
m inera. El descu brim iento de sedim entos de oro y plata en la región d e M ari
q uita en la década de los años 1580 aceleró la institucionalización de la m ita. En
sus inicios el n ú m ero de indios traslad ad o s de los altiplanos a M ariquita fue re
lativam ente pequeño, u nos cien anuales en el decenio d e 1590. Pero trein ta años
d esp u és se d edicaban anu alm en te unos mil qu in ien to s indígenas. Este trabajo
era particu larm ente m ortífero. Los indios pasaban del clim a fresco d e los altip la
nos al calor h ú m ed o del valle del M agdalena y frecuentem ente d ebían trabajar
en las m inas su m ergidos en el agua hasta la cintura.
M uchos perecieron en M ariquita, otros se tran sfo rm aro n en trab ajad o res
libres en las m inas o en bogas en el M agdalena. M uchos se escapaban d e sus
co m u n id ad es del altiplano para evitar el trabajo obligatorio. En consecuencia, al
reducirse las co m u n id ad es au m en tab a la carga in d iv id u al de trabajo conscripto,
lo que au m en tab a los incentivos a la fuga. De este m odo, en la N u ev a G ra n ad a,
com o en México y Perú, el trabajo forzoso en las m inas tendió a au to liq u id arse.
A unque la m ita m inera em pezó a decaer en las altiplanicies orientales en la déca
da de los años 1640, solo se abolió en 1729. El alquiler general tam bién em p ez ó a
resquebrajarse hacia 1670 en la región de Santa Fe. El concierto agrario co n tin u ó
siendo im p o rtan te hasta las prim eras décadas del siglo xviii.
Bajo los ap rem ios d e la conscripción laboral, m uchos indios ab a n d o n aro n
sus pueblos y se convirtieron en trabajadores libres en las haciendas españolas,
en las m inas o en las ciudades. Un buen n ú m ero m igró hacia ciu d ad e s com o
Tunja y Santa Fe. En la década de los años 1680 se calculaba q u e unos 10.000 in
dígenas vivían en Santa Fe de Bogotá, en d o n d e residían, a su vez, ap en as unos
3.000 españoles. M uchos de los indígenas, en p articu lar las m ujeres, trabajaban
com o sirvientas en las residencias españolas y vivían a m en u d o en bohíos cons
tru id o s en los am plios patios traseros de las casas d e los hispanos ricos, m uy
com unes en los siglos xvii y xviii. A lgunos indígenas varones se convirtieron en
artesanos urb an o s y vivían en barrios m ayoritariam ente habitados por artesanos
indios y m estizos. En el siglo xviii, estos barrios de artesanos, así com o la clase
trabajadora urb ana en general, eran en su m ayor p arte m estizos.
El crecim iento num érico de los m estizos en Santa Fe de Bogotá (y d e m esti
zos o m ulatos en otras ciudades) fue estim u lad o p o r diversos m ecanism os socia
les. Las m ujeres indias o negras que trabajaban en el servicio dom éstico estaban
expuestas al abuso sexual tanto d en tro com o fuera de las residencias. A dem ás,
com o en las ciu d ad es había m ás m ujeres que hom bres, sobre todo en tre la p o
blación india, negra y m estiza, las m ujeres que vivían solas a m en u d o caían en
relaciones inform ales que au m en tab an la población m ulata y m estiza. Por otro
lado, a lo largo del periodo colonial m uchos individuos cam biaron sus identidades
sociorraciales; así, m uchos indios pudieron redefinirse com o m estizos, m ientras
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11ISTORIA ÜP. C o i OM BIA. P a í s rR A C M i;N T A ix \ s l x t h d a d n iv in io A 81
qu e no pocos m estizos llegaron a ser considerados com o blancos, llam ados con
frecuencia "b lancos d e la tierra" en d o cum entos oficiales.
Los m estizos co m en zaro n a a u m e n ta r en las zonas rurales, y no solo en las
ciudades. La m erm a d e la población indígena de los re sg u ard o s estim uló a es
pañoles y m estizos, p ro b ab lem en te bastan te pobres, a traslad arse allí y cultivar
tierras co m unales indias. A u n q u e las disposiciones pro h ib ían a las co m u n id ad es
v e n d e r la tierra, les era p erm itid o a rren d a rla con el objeto d e re cau d a r dinero
para el pago de im p u estos. El arrien d o debió ser u n procedim iento obvio para
aquellos in d íg en as cuyas obligaciones laborales les im posibilitaban cultivar sus
prop io s lotes. M uchos m estizos ad q u irie ro n tierras vecinas a los resg u ard o s y
presio n aro n a los indios p ara q u e p ag a ran sus tributo s en trabajo.
N u m ero so s esp añ oles y m estizos q u e residían d en tro o cerca de las co m u
n id ad es in d íg en as se casaron o a p a rea ro n con m ujeres indias, d e form a tal que
d esp u é s de u n tiem p o surgió en estos pueblos su p u estam en te indígenas una
población en su m ay o r p arte m estiza. Por tanto, la política de la C orona de m an
tener sep arad o s a los indios de los españoles y m estizos fracasó a largo plazo.
A lo largo del siglo xvii y principios del xviii surgieron esp o rád icam en te quejas
sobre invasiones m estizas a co m u n id ad e s indias. Pero el g rad o en que los m esti
zos se habían to m ad o estas co m u n id ad e s an terio rm en te in d íg en as se hizo m uy
claro a m ed iad o s del siglo xviii. En 1755-1757, la p rim era visita sistem ática que
se hacía a las co m u n id ad e s indígenas en las jurisdicciones de Tunja y Vélez, en
m ás d e un siglo, en co n tró q u e en m uchos pueblos su p u estam en te indios la m a
yoría de la población era m estiza. De 73 co m u n id ad es en las q u e la inform ación
es m ás o m enos com pleta, la población india era ap enas la m itad d e lo que había
sido en 1635 y en estas co m u n id ad e s su p u estam en te in d íg en as dos tercios d e la
población era co n sid erad a "blanca" (probablem ente en su m ayor p arte m estiza).
En el d istrito d e Vélez, los "blancos" rep resen tab an el 90 p o r ciento de pueblos
su p u estam en te indios. En Tunja, d o n d e estaba la m ayor concentración de in d í
genas, tres q u in tas p artes de los h abitantes de los pueblos indios no eran tales.
D esde fines del siglo xvii y d u ra n te un siglo, las a u to rid a d e s españolas trataro n
in ú tilm en te de m an ten e r sep a rad o s a indios y españoles m ed ian te la frecuente
reorganización de las co m u n id ad e s y los pueblos. D onde se enco n traran indios
y m estizos juntos, en n ú m ero s sustanciales, los indios (o en algunos casos los
m estizos) eran traslad a d o s para form ar nuevas co m u n id ad es. Pero estas m e
d id as oficiales no p o d ían d eten er la ola del m estizaje. D écadas d esp u és de la
form ación de n u ev as co m u n id ad e s indias " p u ra s", estas se tran sfo rm ab an en
pueblos p red o m in a n te m e n te m estizos.
En el p rim er censo sistem ático, realizado en tre 1776 y 1778, se p u ed e
apreciar una m ed id a de la transición q u e se produjo en la cordillera O riental de
población india a m estiza. En esa época, los in d iv id u o s definidos com o indios
constitu ían m enos del 36 p o r ciento de la población de la provincia de Santa Fe,
m ien tras q ue la gen te d e raza m ixta (en su m ayoría m estizos) rep resen tab an un
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B2 M a i« o P a i ac. k )s - F r a n k S a i r )KU
poco m ás del 34 por ciento, y los "blancos", m uchos de los cuales eran en re a
lidad m estizos, com ponían el 29 por ciento. En 1778, en la ciu d ad de S anta Fe,
las personas clasificadas com o "indios" constituían m enos del 10 por ciento de
la población, m ientras que los m estizos ascendían al 35 p o r ciento. En el censo
de 1793, los ind íg enas ya rep resen tab an m enos del 4 p o r ciento de los hab itan tes
santafereños, en tanto que el porcentaje de m estizos se había elevado al 55 p o r
ciento. (Com o su giere esta radical variación estadística, estas clasificaciones so
ciales v ariaban co nsiderablem ente d ep e n d ie n d o d e q uién hiciera el censo).
Las cifras correspondientes a la provincia d e Tunja tam bién rev elan u n a
considerable hispanización de u n a región que solía ten er u n a población in dígena
cuantiosa. Allí los in d iv id u o s definidos com o indios ahora constituían tan solo el
14 p o r ciento de los habitantes, los m estizos el 43 p o r ciento y los co n sid erad o s
blancos casi el 29 p o r ciento. N o obstante, estas cifras resu ltan u n tanto terg iv e r
sad as debido a q ue la jurisdicción de Tunja incluía la región del G u an en tá que,
po r aquel entonces, tenía u n a población m ay o ritariam en te "blanca" y m estiza.
D urante el siglo xvn, la econom ía de las altiplanicies orientales con tin u ó
bajo las p au tas establecidas en las últim as décadas del siglo xvi. D espués de la
caída de la m inería del oro en las regiones de B ucaram anga y P am plona, los
altiplanos orientales se especializaron en la ag ricu ltu ra y la producción de tex
tiles. La m ayoría de la producción era para el auto co n su m o regional, a u n q u e se
exportaban p ro d u cto s a los cam pam entos m ineros de la región occidental, a los
pu erto s del M agdalena y au n a la costa atlántica. En las altiplanicies co m p re n
d id as entre Santa Fe y P am plona, agricultores hispanos, indios o m estizos culti
vab an los m ism os productos: trigo, m aíz, papa, cebada y algunas hortalizas. La
provincia de Tunja, incluida Villa d e Leyva, debió ser el principal p ro d u c to r de
trigo. A principios del siglo xvii se sacaba harin a de trigo de unos setenta m olinos.
D esde fines del siglo xvi y a lo largo del xvii, la provincia de Tunja tam bién fue el
principal centro de producción textilera de la N ueva G ranada. La cría de ovejas
estaba en m anos de indios e hispanos. En 1620 había en la ciudad de Tunja ocho
obrajes, de p ro p ied ad de españoles, que p roducían m ás de treinta mil yard as de
varios tipos de tela de lana burda. En esta época, los textiles de algodón estaban
totalm ente a cargo de la población indígena. Los indios de las tierras cálidas p ro
d u cían el algodón que ven d ían a los indígenas de los altiplanos, quienes lo tejían
para p agar con su p ro d u cto el tributo. Se estim a que a principios del siglo xvii los
indios de Tunja p roducían unas ocho mil yard as de lienzo de algodón.
En esta época salían de la provincia de Tunja harinas hacia S anta Fe y
hacia las m inas de plata de M ariquita; galletas d u ra s de trigo y agua sin sal a los
m ercados m ás distantes de A ntioquia; quesos, jam ones, telas de algodón, alp ar
gatas y p ro d u cto s de lana a los pu erto s del río M agdalena y del m ar C aribe, a los
d istritos m ineros de Cáceres, Z aragoza y R em edios en A ntioquia y au n a sitios
tan distan tes com o la provincia de Popayán.
A principios del siglo xvii, las elites h isp an as de las altiplanicies se q u e
jaban de que estaban p asan d o años de vacas flacas. A causa de la caída de los
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I lis ro K iA P E P a ís i r a g v i i \ t a i x \ s i x i e d a p o i v i d id a 83
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84 M a k c :o I’a i a c ig n - I'U a .n k S a i t-o k d
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m ercados distan tes de la costa atlántica. H oy día, los bocadillos veleños siguen
sien d o un p ro d u cto m uy apetecido a lo largo y ancho de Colom bia.
D u ran te el siglo xviii, la cuenca del G uanentá, al norte de Vélez, se convir
tió en la zona m ás im p o rtan te de producción subtropical de la vertiente occiden
tal d e la cordillera O riental. D esde la seg u n d a m itad del siglo xvi partieron de
Vélez hacia esa región u nos cuantos colonos; pero la población continuó siendo
m ay o ritariam en te indígena. En el siglo xvii debió au m en ta r la inm igración his
pana, al p u n to q ue m uchos pueblos de indios se transform aron en p arroquias
y villas hispanas. En 1778, la población de la ciudad m ás grande, el Socorro,
fue clasificada com o 40 por ciento blanca y 46 por ciento m estiza. Los m ulatos,
p ard o s y negros re p resen tab an un 13 p o r ciento, m ientras que solo había un uno
por ciento de indios.
Los n u m ero so s rep lieg u es de la cordillera d iv id ían los espacios de la re
gión del G u a n en tá en nichos dim in u to s. C u an d o la p resión dem ográfica d es
b o rd a b a los recursos del nicho m ontañoso de uno de estos pueblos, algunos
h ab itan tes se d esp laz ab an y form aban u n a nueva c o m u n id ad en otro nicho
cercano. A lo largo de los siglos xvii y xviii, la región del G u an en tá se d esa rro
lló com o un a región de m u chas poblaciones, a u n q u e dos ten d iero n a d o m in ar
económ ica y políticam ente: el Socorro y su rival, San Gil.
Los pueblos de la región del G uanentá, a diferencia de los d e la provincia
de Tunja, crecieron con d inam ism o a lo largo del siglo xviii, excepto en un m o
m ento catastrófico, c.1776, cu an d o la región fue azotada p o r u n a epidem ia de
v iru ela y un a a g u d a escasez de alim entos. A m ediad os del siglo, el Socorro ya
tenía u n a población m ayor que la de Tunja, unos ocho mil h abitantes en 1753 y
m ás d e n u ev e mil en 1778; hacia 1780, siete pueblos vecinos bajo la jurisdicción
del Socorro, incluidas la relativam ente g ran d e C haralá y la pujante Sim acota, te
nían un total de u nos treinta mil habitantes. San Gil y unos siete pueblos bajo su
jurisdicción con tab an con unos dieciséis mil habitantes. En razón de la creciente
im po rtan cia económ ica de la región del G uanentá, los funcionarios de Santa Fe
co n tem p laro n en 1779 la posibilidad de convertir al Socorro en el centro a d m i
n istrativ o de las provincias del norte, d espojando a Tunja de tal distinción.
En la región del G uanentá, a m ediados del siglo xvi y principios del xvii,
tan to el cultivo de la caña de azúcar com o las labores de tejido d e algodón fue
ron d ese m p e ñ ad o s p o r indígenas. M ás tarde, sin a b a n d o n ar la caña, la región
se co n v irtió en un im p o rtan te centro p ro d u cto r de algodón y textiles. Tanto las
com arcas del Socorro y San Gil com o la de G irón, m ás al norte, eran conocidas
p o r estas producciones. Santa Fe servía de centro de distribución de estas m a n u
facturas qu e llegaban a lugares tan d istantes com o P opayán y los núcleos m ine
ros del occidente. A m ed iados del siglo xviii, m uchos cam pesinos del G uanentá
e m p re n d iero n el cultivo del tabaco.
Por esta época la región era una de las m ás d en sam en te pobladas del
oriente. En sus peq u eñ o s nichos m ontañosos se concentraban m iles de personas.
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86 M arco I ’ a i a c i o . - I-r a n k S a i roRO
G uan en tá era adem ás una región m ás pro d u ctiv a que los altiplanos orientales,
tanto en población com o en área cultivada. Hacia fines del siglo xviii, P edro Fer
m ín de Vargas, un escritor criollo, atribuyó la p ro d u c tiv id ad y la p ro sp e rid ad de
G uan en tá a la parcelación de sus tierras en u n id ad es relativam ente pequeñas,
algo que estaba dictado principalm ente por la topografía. V argas anotó que en
esas com arcas la m ayoría de la población poseía pequeñas parcelas y, según la
teoría liberal, aquellos pro d u cto res tenían m ayor interés en cultivar m ejor su tie
rra. M ás aún, com o las m ujeres y los niños colaboraban en el hilado y tejido del
algodón, toda la población en ed ad pro d u ctiv a estaba em pleada.
A diferencia de estas com arcas densam ente pobladas, las extensas p ra d e
ras n aturales del Alto M agdalena y de los Llanos O rientales, que se utilizaban
principalm ente para la ganadería, estaban escasam ente habitadas. El apro v ech a
m iento español de estas áreas se retrasó debido a la resistencia de los indígenas
locales. En los siglos xvii y xviii, el Alto M agdalena fue la m ás im p o rtan te de
estas regiones ganaderas. Pero en el siglo xvi sus valles atrajeron la atención de
los españoles p or razones que poco tenían que ver con el ganado. Com o vim os,
Belalcázar los recorrió en su travesía desd e el valle del río C auca hasta las p lan i
cies orientales. Y el Alto M agdalena continuó siendo el corredor del com ercio y
las com unicaciones entre oriente y occidente. Las dos ru tas principales en tre el
Alto M agdalena y el valle geográfico del río C auca eran la del norte, d e Ibagué
a C artago, cru zan d o el paso del Q uindío, y la de G uanacas, que atravesaba la
cordillera cerca del nacim iento del río M agdalena.
En el siglo xvi, los ataques de varias co m u n id ad es indígenas (m uchas ve
ces den o m in ad as por el nom bre colectivo "pijaos") hicieron peligrosas estas ru
tas. El territorio de los pijaos se extendía por el norte hasta C artago y p o r el sur
hasta Tim aná y la ru ta de G uanacas. A unque desd e la década de los años 1530
los españoles com batieron a estos indígenas, no lograron subyugarlos. M ás aún,
estos indios destruyeron un buen n úm ero de asentam ientos españoles y forza
ron a sus habitantes a em p re n d er la huida. En 1550, los funcionarios de Santa Fe
decidieron establecer en Ibagué la base de m aniobras m ilitares contra los pijaos.
M edio siglo después, las expediciones m ilitares em p re n d id as contra estos por
las au to rid ad es santafereñas llegaban a once y las au to rizad as por los gober
n ad ores de Popayán a treinta y siete. Tales operaciones poco im presionaron a
los pijaos, quienes d estruyeron N eiva en 1550 y de nuevo en 1569; San Vicente
de Páez en 1572 y La Plata en 1577 y am enazaron continuam ente a Tim aná e
Ibagué. A fines del siglo, los pijaos am pliaron el radio de sus operaciones hasta
incluir Caloto, Buga y C artago.
En 1605, la C orona ordenó un ataque m asivo contra los pijaos y tam bién
contra los carare y yareguíes, quienes atacaban ocasionalm ente la navegación
española en el M agdalena y la ruta entre el río y Vélez. La organización de la
cam paña contra los pijaos planteó enorm es dificultades. El presidente de la Au-
diciencia de Santa Fe concibió un ataque sim ultáneo sobre la cordillera C entral
desde sus dos flancos, oriental y occidental. Pero com o el gobernador de P opayán
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t ilSIO K IA P F t.'oiXXMBIA. P a ÍS F R A C .M F X IA IK \ SCX IF P A P PIVTOlOA 87
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88 M akcxi I’a i ackds - I-u a x k S a i i-o k d
El o c c id e n t e
En el lapso transcurrido entre fines del siglo xvi y finales del xvii, el oc
cidente experim entó grandes transform aciones. En los altiplanos de Pasto la
población continuó siendo p red om inantem ente indígena, m ientras q u e en las
tierras m ás bajas hacia el norte los esclavos africanos im portados y sus descen
dientes fueron o cupando el lugar de la dism in u id a población aborigen. En la re
gión de Popayán sobrevivió una significativa población indígena y solo en p arte
fue co m p lem en tada por descendientes de esclavos africanos. Sin em bargo, en
las d em ás regiones del occidente, en particular en d o n d e la presión de la m inería
del oro agobiaba a los indígenas, los esclavos africanos term inaron reem plazán
dolos a estos com o fuerza de trabajo pred o m in an te en las m inas, y en m uchos
lugares incluso en las faenas agrícolas.
G ran parte de la fuerza de trabajo en el occidente se em pleaba en la agri
cultura: en el cultivo del m aíz, en la cría de cerdos y ganado, y en m uchos lugares
del valle del Cauca en la producción de caña de azúcar. Pero la m inería aurífera
fue el m otor económ ico de gran parte del occidente y tam bién el principal m er
cado tanto para la producción m anufacturera artesanal y los com erciantes de los
altiplanos orientales, com o para los com erciantes de esclavos y dem ás bienes im
po rtad o s en Cartagena. En la Colonia, e incluso d u ra n te gran parte del siglo xix,
el oro de las m inas del occidente fue el principal producto de exportación de la
N ueva G ranada.
A unque la m inería aurífera fue el principal estím ulo de la econom ía colo
nial d e la N ueva G ranada, es im portante señalar que el oro se explotó a una esca
la relativam ente pequeña en com paración con otras zonas m ineras de las dem ás
colonias am ericanas. La N ueva G ranada fue el principal p roductor individual
de oro en la Am érica hispana colonial, pero esta industria no produjo nada p a
recido a la riqueza generada por la m inería de la plata en México y Perú, o a la
b onanaza aurífera del Brasil en el siglo xviii. En su época de auge, el occidente
n eo g ran ad in o produjo un prom edio anual de poco m ás de un m illón de pesos
de oro legalm ente registrado en la década de los años 1770, y apenas un poco
m ás d e dos m illones de pesos en los años 1790 {véase el cuadro 5.2). En com pa
ración, Brasil exportó a E uropa en los años de su m ejor explotación (1720-1760)
un p ro m ed io anual de entre seis y nueve m illones de pesos. Tanto el oro neo-
g ran ad in o com o la plata m exicana experim entaron sus periodos de m ayor creci
m iento en el siglo xviii, sobre todo entre 1775 y 1800. Pero a lo largo del siglo xviii,
el m etálico m exicano opacó al neogranadino; d u ra n te el periodo com prendido
entre 1735 y 1800, el oro declarado en las m inas occidentales de la N ueva G ra
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n ad a rep resen tó ap en as u n a decim otercera p arte del valor del m etal p ro d u cid o
en México en el m ism o lapso. El oro neogranadino sum inistró la base económ ica
d e u n a m inoría aristocrática en P opayán, m ientras que en varias poblaciones de
A ntioquia estim uló el surgim iento de una burguesía com ercial —m as no de u n a
aristocracia— en las ú ltim as décadas del siglo xviii. Con todo, en nin g ú n lugar d e
la N u ev a G ran ad a existió la gran riqueza que caracterizó a la nobleza m exicana.
En térm inos generales, la m inería de filón de la plata m exicana exigía u n a
m ay o r inversión q u e la m inería aurífera en la N ueva G ranada. En algunos lu g a
res, com o Buriticá en A ntioquia, los m ineros debían excavar túneles p ro fu n d o s
pero no en la escala de las g ran d es m inas de plata de México. Por lo general, los
m ineros n eo g ran ad in o s obtenían el oro por el procedim iento del "m azam orreo",
o lav ad o de la g anga en batea. En las m inas de aluvión los grandes em presarios
utilizab an cuad rillas de esclavos que construían canales d e agua en los que d e
positab an las aren as y gravas auríferas que, u n a vez lavadas, dejaban en el fondo
el oro. El p ro ced im ien to era sencillo pero requería u n a considerable inversión
en esclavos. En el Chocó, u n a cuadrilla d estinada a la m inería de aluvión solía
ten er en tre 30 y 80 esclavos; sin em bargo, los grandes m ineros poseían entre 100
y 200 esclavos, y en alg unos casos hasta 400 o 500, presum iblem ente d iv id id o s
en peq u eñ o s g ru p o s de trabajo. Si consideram os que el valor prom edio de un
esclavo ó ptim o era de 525 pesos (como era el caso del Chocó hacia 1711), es de
su p o n e r q ue u n a cu ad rilla de esclavos representaba un desem bolso de capital
sustancial para la época. N o obstante, m uchos m ineros operaban en pequeña
escala m ed ian te el pro cedim iento del m azam orreo, ya fuere ind iv id u alm en te o
con la ay u d a de u nos pocos esclavos o trabajadores libres. Estos vinieron a ser
conocidos com o "m azam o rrero s". Así, en m uchas de las regiones auríferas d e la
N uev a G ran ad a o p erab an tanto los m ineros de aluvión poseedores de cuadrillas
d e esclavos, com o los pequeños m azam orreros. Sin em bargo, las cuadrillas d e
esclavos fueron m ás características en la m inería del oro en el siglo xvii, y en el
C auca y el C hocó en el siglo xviii, en tanto que en ese m ism o siglo los m azam o
rreros, m uchos de ellos negros m anum isos y m ulatos, op eraro n sobre todo en
A ntioquia.
M uchas de las explotaciones auríferas que fueron p roductivas en el oc
cid en te n eo g ran ad in o a finales del siglo xvi com enzaron a decaer o se a g o ta
ron totalm ente d u ra n te el xvii. A lgunas regiones experim entaron una notoria
escasez de m ano d e obra a m edida que la población indígena dism inuía y solo
m uy lentam ente fue reem plazada por fuerza de trabajo esclava africana. En
o tras regiones el m etal se agotó rá p id am en te y el alto costo del reem plazo d e
los trabajadores hizo insostenibles las operaciones futuras. La región aurífera d e
P op ay án em pezó a decaer en la p rim era m itad del siglo xvii. En otros lugares se
p resen tó el m ás com pleto colapso. La población m inera de Rem edios, asen tad a
en la vertien te occidental de la hoya del M agdalena y controlada desde Santa Fe
de Bogotá, que fue m uy pujante a fines del siglo xvi, com enzó a ser a b a n d o n ad a
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90 M a r c o P a i ac i o s - P r a n k S a it -o r d
p o r los em presarios a com ienzos del siglo xvii. Era m uy difícil y costoso abaste
cer a Rem edios de alim entos y fuerza de trabajo esclava, al p u n to que, a partir
de 1608, m uchos m ineros prefirieron explotar las m ás novedosas y m ejor em p la
zad as m inas de G uam ocó. Sin em bargo, ya en 1660 los depósitos de G uam ocó
y Z aragoza estaban agotados. Según las estadísticas oficiales de acuñación, en
1630 los distritos antioqueños p roducían la m itad de lo que habían rendido en
el pico de la b o nanza de 1600, y hacia 1660 su rendim iento alcanzaba apenas
u n a décim a p arte de esta cifra. A unque estas estadísticas no son precisas porque
excluyen, com o es obvio, el co n trabando de oro en polvo, sí son un indicativo de
las tendencias de la producción {véase el cuadro 5.1).
Cuadro 5.1. Oro legalm ente registrado en los distritos de Santa Fe, A ntioquia,
Cartago y Popayán, 1595-1645 (en pesos de oro de 22,5 quilates).
Fuente: C olm en ares, G erm án, " Problem as d e la estructura m inera en la N u e v a G ranada (1550-1700)",
Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, N os. 6-7 (1971-72), pp.30-31; y C olm enares, Ger
m án, Historia económica y social de Colombia, 1537-1719, pp. 228-229.
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I li S iO R iA D\-. C o l o m b i a . P a í s rR A C .M i N T A r K \ R x : i r ; n .A n d i v i d i d a 91
C uadro 5.2. Producción aurífera legalm ente registrada en cuatro regiones del
occidente, por periodos de cinco años (en m iles de pesos de plata).
T otal T otal
Popayán B arbacoas C h o có A n tio q u ia p ro m ed io p ro m ed io
q u in q u e n a l an u al
Fuente: M eló, Jorge O rlan d o, " P rod u cción d e oro y d esarrollo eco n ó m ico en el sig lo xviii", en Sobre his
toria y política: p. 68. Las cifras d e M eló, tom ad as en su m ayor parte d el A rch ivo d e Indias d e S evilla,
b rindan u n p anoram a d e la p ro d u cción aurífera m u ch o m ás a m p lio q u e el d e otras fuentes.
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92 M arco P a i a c io b - I-r a x k S a i i -o r d
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H i s i o r i a tir; C o l o m b i a . T’ a ì s i RACAiL.vrADO, s o c ih d a d ruviniD A 93
S IER R A N E V A D A
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Principales írea.s de guaqueria
■Í'^:^¿JÍL ' RloP'"^ o ^AliiMRuer
X lm a g u e r f
Concepílón Zona minera de oro
• VeU de oro
• Veta de plata
Pa.sto ^ '
M ocoT A Mina.s de esmeralda-s
o PrirMnpales poblaciones
Fronteras actuales
Fuente: W est, Robert C., Colonial Placer M in in g in Colombia (L ousiana State U n iv ersity Press, 1952).
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94 M arco I ’ a ì a c io s - F r a n k S A r r o R i)
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1 IlS K 'K IA Di; CO l.O M BIA. P a ÍS I I<A(..M[.\TAIX1, SCKIl.DAD DIVIDIDA 95
lativam ente pobres. Los indios de la región cultivaban plátano y m aíz para el
consum o en las m inas. No obstante, les era im posible abastecer toda la dem an d a
de los cam pos m ineros. Las m inas del Chocó eran abastecidas parcialm ente por
buques provenientes de G uayaquil. A dem ás, Buga y Cali debieron m andarles
maíz, carne salada de res y de cerdo, y aguardiente.
El com ercio con el Chocó afectó de varias form as la econom ía vallecauca-
na. Creó, a lo largo del siglo xviii, varias escaseces en el Cauca. M uchos indios
cancanos m uriero n tran sp o rta n d o provisiones al Chocó, y hacia las décadas de
los años 1720 y 1730 cargueros negros, m ulatos y m estizos com plem entaban este
tipo de trabajo indígena. La m ortalidad y el com ercio reducían la m ano de obra
disponible y de este m odo dism inuía la producción de m aíz. Lo m ism o sucedía
con los envíos de carne al Chocó. El valle del Cauca, que alguna vez sum inistró
ganados a A ntioquia en el norte y a Pasto en el sur, em pezó a padecer escasez
de carne hacia las ú ltim as décadas del siglo xvii y hacia 1750 consum ía ganados
criados en Neiva, del otro lado de la cordillera C entral. Pero el com ercio con el
Chocó tam bién tu v o un efecto estim ulante sobre el Cauca. La d em an d a de las
m inas im puso el uso de nuevas tierras para pro d u cir carne y cultivar caña. Ante
la rápida dism inución de la m ano de obra indígena, los terratenientes vallunos
em pleaban cada vez m ás esclavos negros. A dem ás, parece que las haciendas
tam bién sirvieron de reserva laboral de las m inas. En algunas, una buena p ro
porción de esclavos estaba form ada por niños, m uchos de los cuales eran envia
dos a las m inas en cu an to llegaban a la edad adulta.
En el siglo xviii, la actividad del lavado de oro de los distritos chocoanos
y otros lugares a lo largo de la costa pacífica em pezó a tener un refuerzo en las
áreas m ineras recientem ente abiertas en A ntioquia. A m ediados del siglo xvii,
la producción había decaído en los distritos iniciales de A rm a, Santa Fe de A n
tioquia y Cáceres, en el río Cauca, y de Z aragoza y G uam ocó, en el río N echí y
sus afluentes. En la prim era m itad de este siglo, los antioqueños em prendieron
la colonización del área ubicada al oriente de Santa Fe. Se establecieron inicial
m ente en el Valle de A burrá que, si bien carecía de m inas, estaba bien dotado
de recursos para la agricultura. Con el correr del siglo y desde la década de los
años 1630, el Valle de A burrá em pezó a su m in istrar com estibles a los nuevos
cam pos m ineros qu e se estaban desarrollando hacia el norte, en Santa Rosa de
Osos, y hacia el oriente, en los alrededores de Rionegro. En últim o térm ino, la
creciente im portancia del Valle de A burrá llevó a los colonos a fu n d ar en 1675 el
nuevo pueblo de N uestra Señora de la C andelaria de M edellín, ahora conocido
sim plem ente com o M edellín. D urante varias décadas la producción aurífera de
las m inas cercanas siguió siendo bastante m odesta. D esde la década de los años
1670 hasta 1745, la producción registrada legalm ente en toda A ntioquia fluctuó
alre d ed o r de un p ro m edio anual de tan solo veintitrés mil pesos oro. D espués
de 1750, la pro d u cció n de los distritos de R ionegro y del Valle de los O sos creció
significativam ente. Entre los decenios de los años 1740 y 1760, la producción
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las m ujeres p ara las faenas p esad as. M ientras que las m ujeres tendían a estar
so b rerrep resen tad as en la población esclava d e las ciudades, en las m inas y h a
ciendas, la p ro p o rció n era a b ru m a d o ra m e n te m asculina. Esto explica por qué en
el siglo XVII no h u b o condiciones p ara q u e la población esclava se au to rrep ro d u -
jera. Un e stu d io so b re n u ev e hacien d as en la provincia de C artagena (1633-1724)
halló q ue p o r cad a m u jer había cinco esclavos varones y los niños (m enores de
quince años) no alcan zaban el cinco p o r ciento de la población esclava. La situ a
ción cam bió en el siglo xviii, c u a n d o se ad v ierte una proporción m ás balanceada
entre los sexos. El p rim e r censo sistem ático, lev an tad o entre 1776 y 1778, indica
que las m ujeres fo rm ab an en tre el 45 y el 53 p o r ciento de la población esclava en
todas las áreas esclavistas im p o rtan tes. En estas condiciones, los niños esclavos
ya llegaban a u n tercio de la población esclava y los esclavos criollos em pezaron
a reem p lazar a los im p o rtad o s en la se g u n d a m itad del siglo xviii.
Al m ism o tiem po, d ism in u ía la p roporción de esclavos en la población
total y los n eg ro s y m u lato s libres to m ab an su lugar. Según el censo citado, los
negros libres, m u lato s y otros m estizos conform aban ya cerca de tres quintas
partes d e la po b lació n en A ntioquia y C hocó, m ientras que los esclavos consti
tuían u na q u in ta parte. En C artagena, los negros libres y gentes de raza m ezcla
da re p resen ta b an tres q u in tas p arte s d e la población, y los esclavos, m enos de
un décim o de la m ism a.
Los afro co lo m b ianos pasab an d e la esclavitud a la libertad por ru tas dife
rentes. D u ran te el p erio d o colonial los esclavos se resistían a su cautiverio direc
tam ente p o r m ed io d e la rebelión. Ya en la d écada de los años 1570 saquearon e
incen d iaro n R em edios, y en 1598 se p re sen tó otra rebelión de esclavos en Z ara
goza. En la d écad a d e los años 1570 y d e n u ev o entre 1590 y 1610, los esclavos
p ro tag o n izaro n p ro lo n g ad a s rebeliones en R iohacha y todavía en 1706 se p re
sentaro n lev an tam ien to s en M arinilla y R ionegro, en A ntioquia.
El a ta q u e d irecto a pueblos esp añ o les no fue, sin em bargo, la form a m ás
frecuente d e resistencia esclava. Por lo com ún, los esclavos rebeldes se escapa
ban y asen tab an en la selva. Estos esclavos, conocidos com o cimarrones, frecuen
tem ente fo rm ab an palenques, así llam ados p o r las em palizadas defensivas que
los rodeaban. A u n q u e los cim arrones a veces se atrevían a atacar los pueblos
españoles o los ca m p am en to s m ineros, lo m ás com ún era que en traran a las h a
ciendas p ara reclu tar ad eptos. A fines del siglo xvi y principios del xvii asaltaban
el com ercio esp añ o l a lo largo del río M agdalena y en los cam inos de los distritos
m ineros.
Los cim arro n es tam bién atacaban a los indios. Puesto que la m ayoría de los
fugitivos estaba co m p u esta por varones, estos incursionaban en las com unidades
indígenas para o b ten er pareja. Por esta razón, los indios tem ían a los cim arrones
y colaboraban con las a u to rid a d es esp añ o las para som eterlos y capturarlos.
A u n q u e el cim arronaje y los p alen q u e s existieron en todos los lugares de
alta d en sid ad esclava, fueron m ás co m u n es en las provincias d e C artagena y
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1Ú2 M auco I ’ M.Acitis - F k a n k SArroK D
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M a k i .x ' P a l a c io s - I 'k a n k S a it o k o
XVII y XVIII, Cali tuvo adem ás una categoría de montañeses, probablem ente blancos
p obres y m estizos.
Pero las categorías no eran iguales en todas las regiones y alg u n as de uso
frecuente variaban de significado según el lugar. Es posible que a causa de es
tas variaciones el censo general de 1778 juntara a los negros libres con todos
los m estizos en una sola categoría: "libres". El carácter racial específico de los
libres variaba regionalm ente. En los altiplanos orientales la gran m ayoría de li
bres eran m estizos, dad o el predom inio indígena y la baja proporción de negros
en esta región. En 1776-1778, los libres constituían poco m ás de u n tercio de la
población en la provincia de Santa Fe y m ás de dos q u in to s en la de Tunja. En
A ntioquia, el Cbocó y la costa atlántica, los libres rep resen tab an en tre el 55 y el
65 p o r ciento de la población, con predom inio de los com ponentes indígena y
africano. En la jurisdicción de M edellín, una cuarta p arte d e la población de 1778
era m estiza, y una tercera parte, m ulata o negra libre. En el C auca tam bién babía
u n a presencia significativa de m estizos y m ulatos; allí, los libres llegaban a un
tercio d e la población total.
Solo en la región fronteriza de los Llanos O rientales, d o n d e había pocos
blancos o esclavos y la población estaba com puesta p o r tres cu artas partes de
indígenas, los libres fueron, por consiguiente, una proporción relativam ente p e
queña: m enos de una quinta parte de los habitantes.
La clase social m ás pobre estaba integrada m ay o ritariam en te por libres.
A u n q u e había blancos pobres, su pobreza era m enor q u e la de los m estizos y
m ulatos. E studios realizados en varias localidades de la jurisdicción de M edellín
sugieren, con toda probabilidad, que en 1778 cuatro q u in tas partes o m ás de los
m estizos y m ulatos carecían de tierra o tenían lotes p equeños de m enos de tres
hectáreas. Tres cuartas partes de los finqueros blancos eran propietarios de p re
dios d e m enos de veinte hectáreas e incluso de ap enas tres hectáreas. A un así,
estos tenían m ás posibilidades que los libres de ad q u irir p ro p ied a d es de tam año
m ediano. Solo una pequeña m inoría de blancos residentes d e M edellín tenía
fincas de m ás de cien hectáreas.
A u nque en su m ayor parte los m estizos y m ulatos siguieron siendo re
lativam ente pobres, algunos lograron acum ular suficiente riqueza com o para
a sp ira r a ocupar un lugar de m ayor estatus. D urante las últim as décadas del
siglo XVIII, el creciente núm ero de aspirantes m estizos y m ulatos generó eviden
tes tensiones sociales. D esde finales del siglo xvi, varias disposiciones esp añ o
las m an ten ían a raya las aspiraciones sociales de m estizos y m ulatos a ocupar
posiciones o cargos superiores. Así, para acceder a la educación universitaria
o p ara ocupar un alto cargo público, incluido el de notario, se requería la p re
sentación de docum entos que acreditaran un nacim iento legítim o y "p u reza de
san g re". Este sistem a de discrim inación fue reforzado p o r el registro parroquial
del nacim iento y de la identidad de "casta" de un in d iv id u o en el m om ento del
b autism o. A lo largo del periodo colonial la presunción d e estatus en todas estas
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•96 M a k c :o I ’ a i . a c i d s - I-'k a n k S a it o r d
(ca. 1790) que versaba sobre los p roblem as económ icos y las posibilidades de
la N ueva G ranada. Allí V argas fustiga a los indios por estú p id o s y perezosos y
propone su elim inación por m edio d e la m ezcla d e razas;
Para aum ento de nuestra agricultura, sería necesario españolizar nuestros indios.
La indolencia general de ellos, su estupidez y la insensibilidad que manifiestan
hacia todo aquello que m ueve y alienta a los dem ás hombres, hace pensar que
vienen de una raza degenerada... Sabemos por experiencias repetidas que entre
los animales, las razas se mejoran cruzándolas, y aun podem os decir que esta ob
servación se ha hecho igualm ente entre las gentes de que hablamos, pues en las
castas medias que salen de la mezcla de indios y blancos son pasaderas. En con
secuencia... sería m uy de desear que se extinguiesen los indios, confundiéndolos
con los blancos...
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I lisroK iA Di; C o l o m b ia . P a ís i k a g m l n t a ix ), sc x th d a d d iv id id a 107
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108 M \ k c :o P a i a c io n - I t ñ a n k S A i ro K i)
sufrieron un acoso diferente. G ente pobre h isp an izad a, fueran m estizos, m u la
tos, zam bos o "blancos", infiltraron las co m u n id ad e s y o b tu v iero n tierra al ca
sarse con hijos de fam ilias indígenas, al a rren d a rla o sim p lem en te tom ándosela.
Esta penetración se vio facilitada por la dism in u ció n de la población indígena,
en parte por la m igración de indios hacia las ciu d ad e s y haciendas.
Las au to rid a d es esp añ o las in ten taro n aco m o d ar tanto a los g ra n d es te
rratenientes com o a los blancos pobres rep artién d o les los despojos de los viejos
resguardos, d esp u és d e con cen trar los in d íg en as en m enos co m u n id ad es. Al
gunos funcionarios p ro sig u iero n con esta política en el en ten d im ien to de que
así protegían a los indios. Sin em bargo, otros concluyeron q u e tal política era
errónea. A m ed iad os del siglo xviii, la población in dígena d e los altiplanos o rien
tales se había h isp an iza d o al p u n to d e p o r lo m enos hab lar castellano. A lgunos
funcionarios p id iero n acelerar la integración in d íg en a a la sociedad hisp an a, con
el objetivo de in crem en tar la p ro d u c tiv id a d económ ica. C u alq u iera que fuera
el razonam iento de las políticas oficiales, el efecto práctico fue la expulsión de
m uchas com uniciades in d íg en as d e sus tierras y su ap ro p iació n p o r hispanos o
gentes hispanizadas.
Esta política, q u e tenía an tecedentes d esd e fines del siglo xvi, ganó ím petu
en la seg u n d a m itad del siglo xviii, especialm en te en 1776-1778, cu a n d o Francis
co A ntonio M oreno y E scandón, un criollo q u e o stentaba el título d e "P rotector
de los indios", iró n icam ente causó con sus políticas el efecto contrario. Entonces
m uchos indígenas de las altiplanicies fueron fo rzados a a b a n d o n a r sus hogares
y trasladarse a n u evas co m u n id ad e s, d o n d e gen eralm en te no eran bienvenidos
y con frecuencia se q u e d a b a n sin tierra. M ientras q u e M oreno decía proteger a
los indios m an ten iéndolos sep a rad o s d e los colonos españoles, trataba explícita
m ente de acom odar a los blancos y m estizos pobres. P uesto que las tierras de los
antiguos resg u ard o s fueron p u estas en su b asta pública, los criollos ricos podían
ofrecer m ás q u e los blancos pobres, q u e ya se hab ían ase n ta d o en las cercanías.
En consecuencia, las tierras de los re sg u ard o s extintos fortalecieron el latifundio
antes que aten d er la d e m a n d a de los pobres de cu ltu ra hispana.
Al no p o d er o b ten er tierra en las regiones d e los viejos asentam ientos,
m uchos blancos e h isp an iza d o s pobres m ig raro n hacia las áreas m ás periféricas.
Un ejem plo sobresaliente de esta colonización d e los siglos xvii y xviii lo brinda
el éxodo de hisp an os d esd e el área d e Vélez hacia el norte, a la topografía frac
tu rad a del G u anentá. En m uchos casos, las co m u n id ad e s hisp an as se sobreim -
p usieron a las co m u n id ad e s indígenas. Tal es el caso d e las dos poblaciones m ás
im portantes de esta región, San Gil y Socorro, q u e h ab ien d o sido pueblos de in
dios a principios del siglo xvn, su rg iero n con id en tid ad es h isp an as en la década
de los años 1680. O tros pueblos d e indios fu ero n declarad o s p arro q u ias esp añ o
las en el siglo xviii: C haralá en 1708, O iba en 1727, B arichara en 1751, Zapatoca
en 1760. Hacia el ú ltim o cu arto del siglo xviii, los pueblos del G u an en tá apenas
retenían uno q u e otro trazo d e su p asa d o indígena.
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1 liS K 'K IA DF; C o i .OMBIA. I^AÍS F K A C M r\'T A [X \ S tX IK D A U DIVIDIDA 109
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LAS CRISIS DE AUTO RIDAD, 1700-1808
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1 12 M , \ K a i P \l ACIOS - I'RA N K S a IT OKI)
El V ir r e in a to d e l N u e v o R e in o de G r a n a d a
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I liSK 'K IA Di: C oi.O M H IA . I ’ a ÍS ['KACMENTALKI, s c k i e d a d d iv i d i d a 113
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1 14 M a RCC) I ’ m A C IO - l-KANK S a I i'ORl.)
L as ELITES CRIOLLAS
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I i l s r o K i A ÜI-; C o l o m b ia . I^ a í s i r a c m lm a [ X \ s ík ü lo a d l x v io id a 115
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1 16 M a R CG F’.M .A(Tt.)S - F kank S ai i o k d
la crisis im perial en 1808. Los contactos que establecieron con estu d ian tes de
otras provincias les perm itieron conform ar redes que hasta cierto p u n to facilita
ron la coordinación del m ovim iento de em ancipación en 1809-1810. A dem ás, los
hom bres form ados en jurisprudencia d u ra n te los últim os decenios de la C olonia
tenían los conocim ientos intelectuales necesarios para aducir las justificaciones
in d ep en d en tistas y para organizar los gobiernos republicanos iniciales.
Las u n iv ersidades tam bién form aban sacerdotes criollos. H asta bien en
trado el siglo XVIII, la carrera eclesiástica solía ser, para los criollos, una opción
m ás viable qu e el derecho. Al finalizar el siglo xvii, los criollos eran m ayoría en
tre los dom inicos y agustinos y tal p u d o ser el caso en otras órdenes religiosas.
En el clero seglar, la ab ru m ad o ra m ayoría de párrocos era criolla. Los m ás ins
truidos y conectados p o dían aspirar a ocupar dig n id ad es en los capítulos de las
catedrales. Q uienes llegaban a tales posiciones se transform aban en ornam entos
visibles de la jerarquía. Sin em bargo, pese al predom inio num érico d e los crio
llos en la m ayor p arte de los estratos de la Iglesia colonial, los españoles p o r lo
general ocupaban el ápice. De los quince arzobispos de Santa Fe en tre 1704 y
1810, solo tres nacieron en A m érica y solo uno era neogranadino de nacim iento
(de Tunja). Al d esp u n tar la era de la Independencia, en la prim era década del
siglo XIX, todos los altos prelados neogranadinos —el arzobispo de Santa Fe y
los obispos de C artagena, Santa M arta y P o p a y á n — eran peninsulares. Debió
existir sin d u d a un sentido de diferencia de clase entre los sacerdotes criollos
d estinados a las parroquias, por un lado, y los obispos españoles, p o r el otro.
Pero seguram ente tales diferencias q u ed aro n atem p erad as por la p iedad y la fe
en la estru ctu ra jerárquica a cuyo servicio todos ellos se dedicaban.
Un tercer cam po, el m ilitar, fue creciendo en im portancia para los criollos
del siglo XVIII y p articularm ente en las dos últim as décadas del periodo colonial.
El nom bram iento de oficiales criollos en el ejército ganó im pulso com o resultado
del esfuerzo borbónico por expandir el sector m ilitar en respuesta a las am en a
zas extranjeras, y tam bién para hacer frente al potencial desorden interno. Tanto
en las u n id ad es del ejército real com o en las milicias fue evidente la creciente
dependencia de la C orona de una oficialidad criolla. La im portancia d e esta en
los últim os tiem pos de la C olonia tuvo clara expresión en la infantería de C ar
tagena. Hacia las décadas de los años 1770 y 1780, los criollos apenas llegaban
a un tercio de todos los oficiales; adem ás, los peninsulares m onopolizaron los
grados superiores. Hacia 1800, criollos y españoles eran num éricam ente iguales
tanto en el total de los oficiales com o en los cargos m ás altos. Siete años después,
los oficiales criollos dom inaban en el total e incluso en los altos m andos. La m is
m a tendencia se presentó en las u n id ad es de la m ilicia de C artagena, aunque
el dom inio num érico de los criollos llegó antes (en la década de los años 1790)
y fue m ucho m ás acentuado. En la capital virreinal, sin em bargo, no había esta
p rep onderancia criolla entre los oficiales m ilitares; acaso se creía necesario m an
tener el dom inio español en la fuerza m ilitar de la capital.
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I jlS lO R IA DI C o l ki.MBIA. I ’ a ÍS 11',‘A A ir.N T A l'. .Di ll i;AD DIVIDIDA I 17
"La prim era operación de todo pueblo que pretenda comerciar con la mayor economía
y dar fom ento a su industria y a su agricultura, es perfeccionar sus caminos. Los de
Antioquia se hallan enteram ente abandonados. Es increíble: dos siglos han corrido,
y todavía no tiene un buen camino que ligue sus poblaciones con el Magdalena. Los
años y las generaciones se han am ontonado unas sobre otras, unos gobernadores han
sucedido a otros, y no se ha pensado más que en pleitos y riquezas, descuidando ente
ram ente la felicidad de los pueblos. Para conseguir la de este país, se deben componer
con la m ayor perfección los dos caminos que de sus principales ciudades siguen al
Este y llegan hasta el N are...
Su fragosidad presente es obra de la inacción y del descuido. Los jefes de la provincia
de Antioquia, y especialmente los cabildos que representan a los pueblos, deben reu
nirse y discurrir seriam ente los medios para la completa apertura al menos de uno de
estos caminos. Si no hay fondos, im ponga con la autoridad del gobierno una módica
contribución que no grave a los pueblos, y en breve los tendrán. La composición de
estos cam inos, dará vida y m ovim iento al comercio a la agricultura de Antioquia.
Sus frutos p odrán extraerse con facilidad, y el labrador cambiará los suyos con los de
otros países, ganando siem pre en tales perm utas. Entonces dejarán esa destructora
ocupación tantos habitantes de Río-Negro y Marinilla: ellos pasan miserablemente y
abrevian sus días conduciendo en sus espaldas por el camino de Juntas, al viajero, a
los frutos y m anufacturas del comercio. Todo hombre sensible no puede menos que
enternecerse cuando se ve conducido por un pobre semejante suyo cubierto las más
veces de sangre y de sudor, y esto por un corto premio. Póngase los medios para que
estos desgraciados abandonen semejante profesión. Vuelvan a los campos que los lla
man para su cultivo, y abran el seno feraz de la tierra que los convida con más dulces
y verdaderas riquezas".
Fuente: " E n sayo so b re la geografía, p rod u ccion es, industria y p ob lación d e la provincia d e A n
tio q u ia en el N u e v o R eino d e G ranada, por el Dr. D. José M anuel R estrepo, a la g a d o d e la Real
A u d ien cia d e Santa Fe d e Bogotá", 1 d e febrero d e 1809, reim p reso en: d e C aldas, Francisco José,
Semanario de la N ueva Granada, París, 1849, pp. 217, 218.
O tra d e las actividades en las que los criollos com pitieron cada vez m ás
con los esp añ o les d u ra n te los últim os decenios del siglo xvm fue el com ercio
m ay o rista con el exterior. D urante gran parte de la Colonia, el com ercio exterior
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1 M a KCX) F .\1 .A C K .) S - I-'U A N K S a IT 'O K I)
P r e o c u p a c io n e s v ir r e in a l e s
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I lisrc'KiA DB C o l o m b ia . I ’ a ìs rKAGMi NTAix'i, s l k il d a d d iv id id a 119
costa del C aribe. D esde el siglo xvii, los indígenas de la península de La G uajira
practicaban co n trab an d o con los holandeses y los británicos, recibiendo arm as
y bienes d e co n su m o a cam bio de pieles, ganado y m aderas de tinte. Los g u a
jiros co n stitu ían u n a afrenta para las autoridades, po rq u e com erciaban con los
extranjeros y no estab an bajo control español. A veces hasta atacaban los asen
tam ientos españoles. Por otra parte, en el otro extrem o de la costa del C aribe los
indios cu n as de la región del D arién realizaban transacciones clandestinas con
los británicos. Los españoles tem ían que los cunas, en connivencia con los bri
tánicos, atacaran y se tom aran el Chocó, que seguía siendo una de las regiones
auríferas m ás im p o rtan tes de la N ueva G ranada. Por esto se lanzaron cam pañas
m ilitares co n tra los guajiros en la década de los años 1770 y en el D arién, en la de
los añ o s 1780, am b as con escasos resultados. O tros indígenas que estuvieron en
la m ira de los esp añoles en la época del V irreinato fueron los chim ilas, ubicados
al su r de la Sierra N ev ad a de Santa M arta, que ocasionalm ente atacaban los b ar
cos del río M ag d alen a y las haciendas hispanas.
Por otra parte, en las zonas agrestes de la provincia de C artagena y tam bién
la de Santa M arta, diversas gentes —esclavos fugados, m ulatos e in d io s— vivían
en p eq u eñ as rochelas, co m unidades fuera del control de las autoridades. D urante
el siglo xviii se esforzaron para obligar a esta gente dispersa a asentarse en p u e
blos form ales, "al son de cam pana", para que pudieran ser mejor controlados por
el Estado y la Iglesia. En su intento por consolidar el orden social y el progre
so m aterial, las au to rid ad es lanzaron una serie de cam pañas para obligar a los
"arrochelados" a instalarse en com unidades m ás grandes. En el Bajo M agdalena,
la aristocracia local suplió parte del liderazgo en este esfuerzo de concentración.
Entre 1744 y 1770, alentado por el virrey, José Fernando de Mier, rico hacendado y
co m an d an te d e las milicias urbanas de la provincia de Santa M arta, intentó poner
fin a los ataques de indígenas contra las haciendas y las em barcaciones del río
M agdalena m ed ian te el establecim iento de unos 22 pueblos en la región, m uchos
de ellos a lo largo d e la m argen oriental del río. Más tarde, entre 1774 y 1778, A nto
nio de la Torre y M iranda, u n antiguo oficial naval español, fundó y organizó cer
ca de 43 co m u n id ad es en la provincia de C artagena, en m uchos casos para facilitar
el tran sp o rte terrestre y el comercio. En la década de los años 1780, un sacerdote
franciscano español, José Palacios de la Vega, tam bién se dedicó a recoger indios
y negros dispersos p o r la provincia de C artagena y organizados en com unidades.
Si bien m uchos d e estos esfuerzos tendientes a pacificar y organizar a las gentes
de las regiones interiores de la costa estuvieron dirigidos por oficiales m ilitares,
tam bién d esem p eñ aro n un papel im portante los capuchinos, los franciscanos y
otros m isioneros.
Estas ca m p a ñ as costeras para o rganizar com u n id ad es form ales fueron
justificadas com o intentos d e consolidar el orden social y m ejorar la situación
económ ica de los hab itantes de los nuevos pueblos. Pero tam bién sirvieron para
d esp ejar v astas extensiones de tierra de habitantes potencialm ente problem á
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120 M a r c o í ’ m actos - F r a n k S a it 'o r o
ticos, de m odo que p u d iera n ser explotadas por grandes terratenientes, sobre
todo para la cría de ganado.
En las regiones m ás colonizadas del interior, el deseo de las au to rid a d e s
de reforzar el orden social m uchas veces asum ía la form a de cam p añ as contra
la vagancia. A p artir de la década de los años 1780, algunos virreyes y otros
funcionarios atribuyeron la vagancia al m onopolio de la p ro p ied ad territorial
en cabeza de los latifundistas, pero tal percepción no los llevó a in ten tar frac
cionar n in g u n a de las grandes haciendas existentes. Sin em bargo, sí d ed icaro n
alguna atención a las gentes sin tierra que se volvieron vagos. A este respecto,
una solución borbónica tardía consistió en situar tales vagos en colonias agrarias
ubicadas en la frontera o en áreas despobladas.
La N ueva G ranada era una colonia relativam ente pobre, en com paración
con México y el Perú, grandes productores de plata. En el siglo xviii era raro q u e
las au to rid ad es coloniales p erdieran la o p o rtu n id ad de com entar sobre la p o
breza del país y la precariedad de su com ercio interno e internacional. A ntonio
M anso, p residente de la A udiencia de Santa Fe, reportó que, al llegar en 1724,
la ciudad "es la últim a desolación: los vecinos principales y notables retira d o s
del lugar, los com ercios casi ociosos, vacíos los oficios de la república, todos
abatidos y en una lam entable pobreza". M anso, al igual que otros funcionarios
del siglo XVIII, hizo énfasis en la falta de explotación de los recursos n atu ra les de
la N ueva G ranada. Se extraía oro a lo largo de la costa del Pacífico, pero m uchas
m inas en traban en decadencia. Se descuidaba el aprovecham iento de otros re
cursos com o las esm eraldas de M uzo y Som ondoco, los depósitos de cobre en
Vélez e Ibagué y una variedad de productos forestales, com o m aderas finas, de
tinte y bálsam os. La agricultura cerealera de los altiplanos sufría la com petencia
de las harinas im portadas. Estos tem as fueron una constante en los inform es
de los virreyes entre m ediados del siglo xviii y com ienzos del xix. D esde p o r lo
m enos la década de los años 1770 la elite criolla com enzó a expresar su deseo de
explotar otras posibilidades económ icas de la N ueva G ranada, y a p artir de 1790
se intensificó este anhelo criollo, sobre todo en lo relacionado con el desarrollo
de exportaciones diferentes del oro.
A veces los tem as que tenían que ver con el desarrollo económ ico del v i
rreinato avivaban intereses regionales opuestos y tam bién planteaban d iferen
cias de perspectiva entre algunos de los virreyes de Santa Fe y sus sup erio res en
España. Estos conflictos se m ostraron en la discusión acerca del abastecim iento
de harina para C artagena, su guarnición y la flota española. A los hacen d ad o s
y com erciantes de la cordillera O riental les interesaba vivam ente re cu p erar el
m ercado de C artagena, que desde 1715 estaba d o m inado por harinas ex tra n
jeras. M uchos virreyes, influidos acaso por los intereses del interior en d o n d e
residían y sin d u d a por sus inclinaciones m ercantilistas, trataron de reem plazar
la harina extranjera por harina neogranadina en los m ercados de la costa. Salvo
por una sola excepción, desde m ediados del siglo xviii, los virreyes prohibieron
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i liSK'KiA OH C o l o m b ia . I’ a Is [-ra i .;m l n i a i x i , w x ih o a d u iv id io a 121
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122 M akco P ai a c k )s - [•r a n k S a it o r d
com erciar legalm ente con las colonias foráneas del C aribe. Tal p ro p u e sta d e le
g alizar el com ercio con extranjeros le valió u n a fuerte re p rim e n d a de España.
O tros virreyes p osteriores fueron m enos liberales d e sd e el p u n to de vista
económ ico. C aballero y G óngora (1782-1789) p ro p u g n ó la im posición de m o n o
polios fiscales sobre p ro d u c to s exportables. Por su parte, Francisco Gil y Lem os
(1789) p ro h ib ió la exportación de m ad eras d e tinte a las colonias extranjeras,
p u es tem ía q u e fo m entara la expansión del co n trab an d o , a u n q u e la prohibición
seg u ram en te no hizo m ás q u e reforzar el com ercio ilegal.
La p ro m u lg ació n d e la política de "libre com ercio" de E spaña en 1778,
q u e au to rizab a el intercam bio en tre u n m ayor n ú m ero de p u erto s españoles e
h isp an o am erican o s, buscaba canalizar el co n tra b an d o p o r vías legales y ex p a n
d ir el v o lu m en global del com ercio. Esta m ed id a parecía ab rirle a la N u ev a G ra
n ad a la p o sib ilid ad de am p liar la exportación legal d e p ro d u c to s tropicales. Sin
em bargo, la política d e "libre com ercio" au m en tó m uy poco las exportaciones
g ran ad in as. Por la época en q u e se pro m u lg ó , E spaña en tró en g u erra con G ran
B retaña (1779-1783) y la flota británica p rácticam en te cerró el com ercio en tre el
C aribe español y la p en ín su la h asta q u e term in ó la contienda. La paz con In
glaterra (1783-1795) perm itió un increm ento d e las exportaciones legales d e la
N u ev a G ra n ad a a E spaña. Pero en 1796-1802, y d e n u ev o en 1805-1807, España
volvió a librar g u erras co n tra G ran B retaña. El au g e d e las exportaciones legales
d e p ro d u c to s agrícolas y forestales a E spaña ocurrió so lam en te d u ra n te el breve
in tervalo en tre 1802 y 1804.
En los p erio dos d e guerra, el com ercio m arítim o no se in terru m p ió . M ás
bien p ro sig u ió com o co n tra b an d o o, c u a n d o E spaña p erm itió el com ercio legal
con países n eu trales, se realizó con E stados U nidos. N o o bstante, la inestabili
d a d e im prev isib ilidad de las condiciones com erciales d esd e 1795 significaron
p érd id a s económ icas y frustraciones p ara los com erciantes criollos. U no d e los
factores q ue m ás exasperaba a las elites criollas deseosas d e am p liar las ex p o rta
ciones n eo g ran ad in as era la inconsistencia de la política española. José Ignacio
d e Pom bo, del g rem io d e com erciantes de C artagena, señaló en 1807 que las
au to rid a d es esp añ olas ten d ían a o to rg ar los beneficios del com ercio neu tral y
la elim inación de los im puestos a la exportación a C uba y a V enezuela, en tanto
q u e n egaban estas ventajas a la N u ev a G ran ad a. A u n q u e P om bo no infirió esto,
p u ed e concluirse q u e los com erciantes y fo rm u lad o res de políticas españoles
percibían a C uba y a V enezuela com o fuentes de exportaciones agrícolas, m ien
tras q u e a la N u ev a G ra n ad a le seguían asig n an d o la función de ex p o rta d o r de
oro. Sea eso cierto o no, la N ueva G ra n ad a llegó al final del p erio d o colonial sin
h ab er d esarro llad o sólidos p atro n es d e exportación d e p ro d u c to s tropicales, a
diferencia d e lo q u e ocurrió en C uba, V enezuela y G uayaquil.
Por consiguiente, hasta el final d e la C olonia la N u ev a G ra n ad a siguió
sien d o u n e x p o rta d o r ineficaz, en co m paración con otras regiones de la A m érica
h ispana. E ntre 1785 y 1796, C artagena, el p u e rto principal, recibió m ás del ocho
p o r ciento d e los bienes ex p o rta d o s a A m érica d esd e C ádiz, el p u erto español
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I lisroKiA D1-: C o l o m b ia . P a ís l k a c m i :n t a i x ), s c x t h d a d d iv id id a 123
que m ás com erciaba con H ispanoam érica. Sin em bargo, d u ra n te esos m ism os
años la N u ev a G ra n a d a solo su m in istró poco m ás del tres p o r ciento d e las ex
portaciones h isp an o am erican as a C ádiz. Por el contrario, V enezuela, con m enos
población, pro v ey ó m ás del n u ev e p o r ciento de las exportaciones y absorbió
m ás del diez p o r ciento d e las im portaciones.
Los virreyes se d a b a n cu en ta d e q u e era necesario m ejorar los tran sp o rtes
terrestres. C u alq u iera q u e fuera el tópico —tra n sp o rta r h arin a del interior a la
costa, abastecer las m inas, in crem en tar las exportaciones —, se reconocía q u e la
a p e rtu ra y el m an ten im ien to d e los cam inos d e h e rra d u ra en los territorios es
carp ad o s del v irrein ato era u n asu n to central para su desarrollo. Sin em bargo, a
pesar d e u n a b u en a dosis d e expresiones d e p reocupación p o r el tem a, poco se
hizo al respecto, acaso p o rq u e los gastos m ilitares absorbían g ran p arte d e los
recursos fiscales. A p a rtir d e la décad a d e los años 1790, los criollos ilu strad o s
com en zaro n a c u lp ar cada vez m ás al régim en español p o r no tom ar m ed id as
ad e cu ad a s para m ejorar las com unicaciones internas y p o r o b stru ir el desarrollo
del com ercio exterior.
L a I l u s t r a c ió n en la N ueva G ranada
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124 M akco 1’ a i ,a c :io s - F k a n k S a i ro K O
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} llTH >KiA Ot. C.'OI OMBIA. I ’ a Is I RAi .MI'N 1AtX i, s(X II DAD DIVIDIDA 125
1791, Vargas escribió varios ensayos sobre las condiciones económ icas en el Vi
rreinato, algunos de los cuales se perdieron. Uno de los ensayos sobrevivientes.
Pensamientos políticos sobre la agricultura, comercio y minas del Virreinato de Santa
Fe de Bogotá, es un estu d io extraordinario sobre los recursos y las posibilidades
económ icas de la N ueva G ranada. V argas hacía énfasis en la necesidad de d esa
rrollar el com ercio interno y externo, lo cual exigía m ejorar las condiciones del
transporte. C om o los cam inos de h errad u ra del V irreinato se habían descu id ad o
notoriam ente, sus p o sib ilidades económ icas seguían sin explotar.
El interés creciente d e los criollos en las ciencias n atu rales tam bién debió
facilitar la introducción d e las ideas políticas de la Ilustración. Esto es difícil de
com probar puesto q u e fue peligroso para las elites criollas ap o y ar públicam ente
las ideas revolucionarias. Sin em bargo, p u ed e establecerse q u e los escritos bási
cos de la Ilustración llegaron a la N ueva G ranada por los m ism os canales y en la
m ism a oleada que los trabajos sobre las ciencias naturales. Q uienes realizaban
investigaciones sobre historia natural y m eteorología se inclinaban a saber algo
de los tópicos económ icos, sociales y políticos de la Ilustración y la m ayoría de
ellos serían partícipes activos en el m ovim iento de la independencia.
R e f o r m a f isc a l y r e b e l ió n
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126 M arco F a l a c r is - F k a n k S a m o r d
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: lis iL iR iA nt; C g i o m b i a I ’ a is i-KAC.Mi;NrAix.\ scx ii riAD d jn t d id a 127
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128 M arco P a l a c ic 6 - F k a n k S a i -coro
hom bres com o m ujeres, a veces hasta dos mil, que d estru ían las existencias de
tabaco y aguard iente, liberaban los presos por el cultivo ilegal del tabaco, e in
cluso, en ocasiones, ap ed reab an sím bolos de la au to rid a d real. Si los pobres ti
raban piedra, hom bres u n tanto m ejor ubicados —carniceros, com erciantes de
ganado y pequeños agricultores — orientaron y organizaron la rebelión. D urante
este m es de acom etidas contra las oficinas de recaudación de im puestos, los n o
tables locales p ro cu raro n m antenerse alejados de los tum ultos. Sin em bargo, fue
tal la presión de quienes dirigían el m ovim iento que algunos de estos hom bres
de prestigio debieron com prom eterse en posiciones de liderazgo.
G utiérrez de Piñeres reaccionó ante los sucesos de dos m aneras. P rim e
ro ordenó su sp en d e r la recaudación del im puesto de la A rm ada de B arlovento
sobre el algodón y los hilados de algodón. C on ello buscaba restarle ím petu al
m ovim iento. Inm ediatam ente d espués quiso rep rim ir la insurrección, au n q u e el
gobierno virreinal tenía m uy poca fuerza para repeler a los rebeldes. La g u a r
nición de Santa Fe, tenía en este m om ento sólo 75 alabarderos. C incuenta de
estos, junto con unos 20 gu ard ias del m onopolio, fueron enviados a reprim ir los
m otines, un a fuerza ridiculam ente inadecuada para cum plir la m isión. Los co
m uneros org an izaron m ilicias del pueblo, las cuales, al tener noticia de la expe
dición m ilitar d espachada desde la capital virreinal, m archaron a su encuentro
en m ayo de 1781 y sin n in g u n a dificultad la som etieron.
M ientras tanto, el alzam iento se había p ro p ag ad o m ás allá del G uanentá.
En el m es de m ayo, al m enos en u n a veintena de poblaciones de las altiplanicies
orientales se p resentaron ataques contra los funcionarios de rentas u otro tipo
de disturbios. M ovim ientos sim ilares aparecieron en los Llanos O rientales. La
rebelión se p ro p agó p o r el Alto M agdalena y encontró uno que otro eco en las
distantes com arcas m ineras de A ntioquia. M ás de 60 poblaciones y aldeas tom a
ron parte en el levantam iento.
Al finalizar el mes, cerca de 20.000 rebeldes acam paban en Z ipaquirá, a
pocos kilóm etros al norte de Santa Fe, capital indefensa ante esta m asa de in su r
gentes resueltos. El regente huyó; prim ero buscó refugio en H onda y luego se
dirigió a C artagena. Las au to rid ad es reales que perm anecieron en la capital, con
el arzobispo C aballero y G óngora a la cabeza, evitaron la tom a de la ciudad por
los insurrectos, solo después de acceder a u n a lista de 35 d em an d as com uneras.
A unque la lista fue confeccionada por los líderes, pertenecientes a los estratos
sociales superiores, m uchas de las reclam aciones surgían, claram ente, de la en
furecida m asa com unera. Exigían la reducción o abolición de u n conjunto de
tributos. La A rm ada de B arlovento debía cesar para siem pre y el im puesto a las
ventas dism inuirse. Tam bién q u ed arían abolidos los m onopolios fiscales de los
naipes y el tabaco, y el precio del ag u ard ien te de caña descendería a su nivel
anterior. A dem ás se suprim iría u n im puesto de guerra exigido a todos los sú b
ditos. El acatam iento de este convenio habría significado el abandono casi total
de las m edidas fiscales de las dos últim as décadas.
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\ liSrO R IA Oí; Q u O M B IA . Í ’ a IS l-KAC.MLNTArXI, SOC'Il-.DAO DIVIDIDA 129
Que en los Empleos de primera, segunda y tercera plana hayan de ser antepuestos
y privilegiados los nacionales de esta América a los europeos, por cuanto dia
riamente manifiestan la antipatía que contra la gente de acá conservan... pues
están creyendo ignorantem ente que ellos son los amos y los Americanos todos, sin
distinción, sus inferiores criados; y para que no se perpetúe este ciego discurso,
sólo en caso de necesidad, según su habilidad, buena inclinación y adherencia a
los Americanos, puedan ser igualm ente ocupados, como todos los que estamos
sujetos a un mismo Rey y Señor y debem os vivir herm anablem ente; y al que in
tentare señorearse y adelantarse a más de lo que le corresponde a la igualdad, por
el mismo caso sea separado de nuestra sociabilidad.
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430 M akc :o IL\ lac r ìs - F rank S a h o r u
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H ib io r ia nr; C o l o m b ia . P a ís i - R A C M i ; . \ i A r x ') , scx ; i i d a d d iv id id a 131
La c risis de l a d é c a d a de lo s a ñ o s 1790
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132 M akco P a i -ACr tíj - F k a n k S a m o r d
la prim era publicación periódica del país, el Papel Periódico de la Ciudad de Santa Fe
de Bogotá (1791-1797). C u an d o apareció el Papel Periódico, su director, M anuel del
Socorro R odríguez, protegido cubano del virrey, se colocó en los rangos d e los
m odernistas al apoyar el "racionalism o" y tom ar partido por la ciencia natu ral
contem poránea en contra de los defensores de las viejas nociones escolásticas. A
sem ejanza de otros criollos letrados. R odríguez expresó u n patriotism o científi
co y económico. Publicaba ensayos que defendían las capacidades am ericanas y
q ue im p u g n ab an las aseveraciones europeas sobre la degeneración am ericana.
O tros ensayos m ostraban bajo u n a luz positiva la cultura m uisca anterior a la
conquista española. R odríguez alentó la exportación de productos agrícolas y
dedicó varios n ú m eros del periódico a los planteam ientos de José Celestino M u
tis sobre la quina. Así m ism o, fom entó el establecim iento de sociedades p a trió ti
cas para pro m o v er el progreso económ ico del país.
Pero en julio de 1791, R odríguez em pezó a alarm arse ante los sucesos de
la Revolución francesa. Sin ab an d o n ar su patriotism o científico y económ ico,
en las páginas del Papel Periódico censuró los asaltos revolucionarios contra la
m o narquía y la Iglesia, cosas de las que culpaba, al m enos en parte, a las obras
de Voltaire y, sobre todo, de R ousseau. M uy pronto com enzó a preocuparse por
la influencia ejercida tanto p o r la revolución anglonorteam ericana com o p o r la
francesa. A u n q u e en el periódico no m anifestó hostilidad hacia la revolución
angloam ericana, en una carta p riv ad a enviada a España en abril de 1793, R odrí
guez lam entó la penetración de sus influencias republicanas en Santa Fe: "D esde
la erección en república libre de las provincias angloam ericanas, han to m ad o
los pueblos de la A m érica un aspecto en teram ente distinto del que tenían. To
dos cuantos se precian de ilustrados son unos panegiristas entusiastas [de los
revolucionarios norteam ericanos].., la m ateria com ún de las tertulias eru d ita s
es d iscurrir y au n form ar proyectos acerca de la facilidad que hay de gozar la
m ism a in dependencia que aquellos gozan". A dem ás, decía: "los actuales suce
sos de la Francia han dad o un n uevo vigor a estos perniciosos raciocinios". Los
participantes en las tertulias "se dejan tran sp o rtar dem asiado del entusiasm o
patriótico" hasta el pun to de " p o n d e ra r los derechos de la naturaleza y de la h u
m an id ad " y de olvidar "que hay soberanos, leyes y religión". Tales ansiedades
se intensificaron a p artir de junio de 1793, cuando llegó la noticia de que España
había declarado la guerra contra la R evolución francesa.
Fue en este contexto en el que estalló la crisis política de 1794-1795 en
Santa Fe de Bogotá. A diferencia del m ovim iento com unero, casi todos los p ro
tagonistas de este d ram a pertenecían a la elite de la sociedad colonial. Figura
central en aquellos sucesos fue A ntonio N ariño, un criollo hijo de un funciona
rio real español y casado con la hija de otro funcionario de alto rango, tam bién
español. Por la posición social y política de su familia, fue nom brado tesorero
de los diezm os de Santa Fe. T am bién exportaba azúcar y quina a España y de
allí im portaba telas. Era rico y de m ente activa y poseía u n a biblioteca d e unos
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H is t o r ia o í; C oi o m b ia . P a Is trac .m t n t a íx i , so o u -.d a o d iv id id a 133
2.000 volúm enes. N ariño era u n rep resen tan te sobresaliente de la tard ía Ilustra
ción colonial. Com o tal, sentía un interés general p o r las ciencias naturales y en
su estu d io tenía varios in stru m en to s de física. U nos 60 tom os de su biblioteca
tratab an d e física, botánica y otros tópicos científicos. Pero tam bién era ev id en
te su en tu siasm o p o r los filósofos sociales y políticos m odernos. Se descubriría
q u e 78 d e sus libros fig u raban en el índice de la Inquisición. Entre los autores de
su biblioteca estab an Voltaire, D iderot, M ably y críticos del colonialism o com o
Raynal y R obertson.
En 1789, N ariño escribió un ensayo d e clara influencia rousseauniana. Por
esta época fue el anfitrión d e tertulias en las q u e los intelectuales m ás refinados
d e la capital, en tre ellos varios curas ilustrados, leían y d iscutían periódicos ex
tranjeros. N ariñ o tam bién planeaba decorar un estu d io que llam aba su santuario
de u n m o d o q u e bien p o d ría llam arse "el kitsch d e la Ilustración". Las paredes
estarían co n sag rad as a la Libertad, la Filosofía, la R azón y a M inerva, la diosa
del conocim iento y de la invención. C ada p ared estaría decorada con p in tu ras de
personajes clásicos y m o dernos, con su co rrespondiente leyenda. Así, Sócrates
y R ousseau rep resen tab an "la v erd ad , la soledad, el desinterés" y "el estudio
del corazó n del h om bre en todas las naciones". Plinio y Buffon rep resentaban el
e stu d io d e la n aturaleza; Tácito y Raynal, el conocim iento de las naciones y los
hom bres; Jenofonte y W ashington, "filósofos in trép id o s y g uerreros", y Cicerón,
D em óstenes y W illiam Pitt, o radores filósofos, am antes de la Patria. La im agen
de Benjam ín Franklin ten dría la leyenda "Q uitó al cielo el rayo de las m anos y el
cetro a los tiranos".
El en tu siasm o de N ariño p o r las Luces lo llevó a su perdición. En 1793, en
otro incid en te típico del ilum inism o de fines del p eriodo colonial, un capitán de
la g u a rd ia virreinal le prestó a N ariño u n a historia de la A sam blea C onstitucio
nal francesa, libro que, d esp u és insistiría N ariño, provenía d e la biblioteca del
virrey m ism o. En u n tom o d e esta obra N ariño encontró la Declaración de los
D erechos del H om bre, la cual tradujo e im prim ió en secreto en su im prenta y
d istrib u y ó con discreción en tre sus conocidos, en los prim eros m eses de 1794. La
im presión de esta traducción coincidió con u n m om ento en q u e España ingresó
a la alian za eu ro p ea contra la R evolución francesa. D u ran te los años 1793 y 1794
cu alq u ier cosa francesa era tenida p o r peligrosa en los círculos de la ad m in istra
ción colonial.
P recisam ente en estos m eses el virrey em pezó a recibir noticias que h a
brían p o d id o ser un poco alarm antes. En febrero de 1794 fue inform ado de que
Luis d e Rieux, un m édico francés am igo de N ariño, había sostenido en abril de
1793 q u e era h o ra de "sacu d ir el yug o del despotism o y form ar una república in
d ep e n d ie n te a ejem plo de la d e Filadelfia". En esta ocasión, el virrey se contentó
con m a n d a r a Rieux a residir en su hacienda cerca de H onda. Luego, en julio, un
abo g ad o criollo notificó al virrey que (según u n su m ario d e la A udiencia) N ari
ño y o tro n otable de Santa Fe, José C aicedo y Flórez, "trabajaban el reglam ento
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134 M arco P a i .a c k 'is - F r a n k S a f f o r d
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H ist o r ia d i : C o l o m b ia . í ’ a is i R A C M iM A rx i, s c x il d a d d i \ id id a 135
algunos ya en las P ro v in cias... Parece que eran ya bastantes los coligados y que
se lisongeaban d e co n tar para su intento con los Indios", u n a extrem a in terp re
tación de alg u n as conversaciones casuales en el Rosario. El virrey siguió: "La
principal causa d e esta in ten tad a sublevación, parece, que era el odio que tienen
ios criollos a los E u ro p e o s...". En cuanto a N ariño, según el virrey, su peligro
sidad se confirm ó p o r el descubrim iento entre sus efectos de m uchos indicios
de entu siasm o rep u b licano, incluyendo un dibujo de u n obelisco con la leyenda
"Libertas nullo ven d itu r auro" ("La libertad no se vende a n in g ú n precio").
La preo cu p ació n del virrey y los oidores se enfocó com pletam ente en
el peligro francés; p u siero n poca atención a la influencia d e la joven república
norteam ericana, a p esar d e q u e el entusiasm o de los ilustrados p o r estas dos
repúblicas se ex p resab a en m ás o m enos partes iguales. O bviam ente, el hecho
de qu e E spaña ya estaba en g u erra con la R evolución francesa influía en este
enfoque. En la m ism a com unicación del 19 de septiem bre, el virrey notó que sus
corresponsales en C uba y V enezuela habían expresado el tem or d e que a través
d e los ríos de V enezuela y la N ueva G ranada, podría llegar ay u d a m ilitar de los
franceses a los su b lev ad o s criollos.
Los sucesos d e 1794 revelaron los sentim ientos d e debilidad y v ulnerabili
dad de los g o b ern an tes, así com o u n a brecha satu ra d a de antagonism o y descon
fianza en tre los "esp añ o les europeos" y los "españoles am ericanos". Tem eroso
de un a sublevación, el virrey puso en alerta a la tro p a y prohibió el ingreso de
criollos a los cuarteles. En la investigación judicial, los oidores de la A udiencia
solo confiaron en la ay u d a de españoles europeos. A llanaron las residencias de
los criollos en busca de arm as y las de los intelectuales criollos en busca de li
bros peligrosos. La sospecha g eneralizada de los funcionarios contra todos los
criollos ag ravió al cabildo d e Santa Fe, d o m in ad o p o r estos. Este cuerpo se quejó
de qu e el go b ierno virreinal im p u g n ab a sistem áticam ente la reputación de los
patricios m ás resp etab les, com o preferían au to d en o m in arse los criollos notables.
Los tem ores y resen tim ientos en tre criollos y peninsu lares pro n to encontrarían
una nu ev a exp resió n cu an d o el virrey, actu an d o a petición de los españoles d e la
ciudad , an u ló la elección hecha por el cabildo de dos alcaldes criollos y acom odó
a un p en in su lar en u n o de los dos cargos. Los oidores de la A udiencia declara
ron q u e no p o d ían confiar en que los alcaldes criollos su m in istrarían la ay u d a
policial req u erid a.
M ientras tanto, los oidores som etían a toda suerte de tratam ientos arb i
trarios a los im p licad o s en el juicio a N ariño y a los estu d ian tes sospechosos. En
su juicio, N ariñ o d efen d ió la im presión de los D erechos del H om bre señalando
que los p rin cip io s d e la soberanía p o p u lar ya habían sido publicados en p erió
dicos españoles, e incluso algunos por p arte de uno de los oidores de la m ism a
A udiencia. M ás g rav e aún, los oidores se en teraro n de que la defensa de N ariño
estaba siendo co p iad a e iba a circular en tre la elite criolla. Inm ediatam ente, sin
juicio, en v iaro n el ab o g ad o d e N ariño, su cu ñ ad o José A ntonio Ricaurte, a sufrir
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136 M a r l :o P a i .ack .is - P r a n k S a i k i r d
prisión en C artagena. Por eso no so rp ren d e que ningún otro abogado quisiera
hacerse cargo de la defensa de N ariño. (Años después, Ricaurte m oriría prisio
nero en C artagena, sin haber sido acusado ni juzgado). N ariño fue sentenciado a
diez años de prisión en África, al exilio p erp etu o y a la confiscación de todos sus
bienes. El im presor recibió una condena de tres años y la prohibición de ejercer
su oficio.
En el caso de los pasquines y la su p u esta conspiración, los oidores encar
celaron a m uchos jóvenes criollos; sin acusarlos, los som etieron a intim idación y
al m enos dos de ellos sufrieron tortura. Los oidores dieron fe a cualquier ev id en
cia au n q u e fuera solo de oídos. D espués de pasar dos años en la cárcel de Santa
Fe, los tres estu diantes criollos de los pasquines recibieron condenas entre seis
y ocho años de prisión en el M arruecos español, seguidos del exilio perpetuo.
O tros diez sospechosos del supuesto com plot, au n q u e nunca fueron juzgados,
fueron enviados a cárceles de España, aduciendo que, en razón de sus relaciones
santafereñas, no podían m antenerse bajo seguridad en la ciudad, adem ás de que
sus conversaciones p o drían corrom per a sus guardianes. Tam bién adujeron los
oidores que, dadas las contradicciones en los testim onios de los sospechosos,
sería necesario aplicarles la tortura, lo cual no podría hacerse bien en Santa Fe
sin exasperar a la población local y provocar una reacción. (También explicaron
el fracaso en extraer pruebas irrecusables en las to rtu ras ya ad m in istrad as por
"falta d e aparentes instrum entos").
Los jueces enviaron a Francisco A ntonio Zea a una cárcel española, a pe
sar de qu e adm itieron que no tenían pruebas contra él. Explicaron q u e lo habían
m an d ad o fuera del virreinato, "aten d id a su instrucción e íntim a am istad" con
N ariño y Rieux, y porque era "u n o de los m ás nocivos y perjudiciales de este
Reyno". Zea estuvo cinco años preso, seguidos de diez años de exilio en España.
En 1800, el Consejo de Indias, con palabras que alababan el celo del virrey y la
A udiencia, claram ente reconoció que estos, influidos por las circunstancias del
m om ento, habían reaccionado de una m anera excesiva. En el acto el Consejo
declaró libres a todos los prisioneros de la su p u esta conspiración granadina. Sin
em bargo, en 1806, estos neogranadinos todavía estaban en España solicitando
perm iso para regresar a su tierra.
C uriosam ente, los oidores no hicieron causa contra dos de los hom bres
m ás im portantes sospechosos de la supuesta conspiración: José C aicedo y Fló
rez y José M aría Lozano. En el caso específico de Lozano, explicaron que se ha
bían abstenido de perseguirlo por ser teniente coronel de milicias y adem ás un
gran terrateniente. Probablem ente sim ilares consideraciones obraron en cuanto
a Caicedo.
N o se sabe hasta qué p u n to había una conspiración. Parece claro que al
gunos criollos m ás o m enos ilustrados de Santa Fe se entusiasm aron por la re
volución norteam ericana y la C onstitución republicana de Filadelfia. Tam bién
algunos se sentían atraídos por los principios anunciados por la Revolución
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: lisifiRJA d i; C o l o m b ia , í ’ a is f k a c m l n v a íx ), soc ' ii d a d d iv id id a 137
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138 M arco F ai ac k is - I tcank S a i fo rd
Barichara y Sim acota, en d o n d e había cuadrillas de hom bres tem ibles que p o
drían ganarse con "prom esas". Con estos se presentaría en un pueblo el día de
m ercado para ganar m ás adeptos. Luego escribiría a los cabildos y a los curas
de la provincia para au m en tar el apoyo. Por supuesto, N ariño tenía la in ten
ción de tom arse las oficinas locales de recaudación de im puestos. Calculó que
en la región circundante podría m ovilizarse una población de 70.000 personas.
Las tropas de la capital no p o d rían vencerlos; no estaban fam iliarizadas con el
terreno ab ru p to de estas provincias y la ayuda m ilitar de C artagena no podría
llegar ráp idam ente, si es que llegaba, porque España estaba de n u ev o en guerra
con Inglaterra. N ariño creía que, au n sin arm as de fuego, sus reclutas podrían
enfrentar a las tropas reales tom ando el control de las cabuyas, q u e eran el único
m edio de cru zar los p ro fu n d o s despeñaderos de los ríos de la región.
Sin em bargo, después de esta labor de reconocim iento y preparación,
N ariño continuó am bivalente. N o se convencía del cam ino insurgente, quizás
po rq u e no sentía que el apoyo de los curas locales era suficiente. Solo dos m os
traron abierta sim patía y uno estaba dispuesto a colaborar siem pre y cuando la
religión no fuera atacada. N o obstante, algunos otros aceptaron los panfletos
ofrecidos p or N ariño, entre estos el Contrato social de R ousseau y u n a copia d e la
C onstitución francesa. En todo caso, N ariño regresó a Santa Fe y lo confesó todo
prim ero al arzobispo y luego, cuando este lo delató, al virrey. C onfiaba en la cle
m encia desp u és de su confesión com pleta, pero las au to rid ad es lo consideraron
dem asiado peligroso para ser liberado y perm aneció preso hasta 1803, cuando
fue puesto en libertad solo po rq u e parecía estar m uriéndose.
A ntonio N ariño era u n hom bre singular. No p u ed e decirse q u e tipificaba
la elite criolla; pero su trayectoria arroja luz sobre el estado de ánim o de la socie
d ad colonial en las postrim erías del siglo xviii. La crisis de 1794-1795 puso a las
elites criollas a recordar la rebelión com unera de 1781 y p ro fu n d izó el antago
nism o en tre los criollos ilustrados y los gobernantes españoles, au n q u e esto no
pareció afectar dem asiado su lealtad al rey. El pueblo, al m enos en las provincias
del norte, com o descubrió N ariño, continuaba descontento con los im puestos
coloniales. Con el liderazgo criollo, podría ser llevado a la rebelión. Los fu n
cionarios de la C orona tam bién tenían presente, y vividam ente, el precedente
com unero. Tem ían que no p odrían contener otra insurrección, no solo p o r la
debilidad de las fuerzas arm adas, sino p orque quizás pocos criollos acudirían
en apoyo del gobierno.
La creciente desunión entre las autoridades españolas y las elites criollas
se hizo patente en dos respuestas diferentes a la crisis de la década de los años
1790. En 1796, M anuel del Socorro R odríguez escribió una carta a M anuel Godoy,
el llam ado "Príncipe de la Paz" y el poder detrás del trono español. Le advertía
el ferviente realista R odríguez que en la N ueva G ranada "el espíritu de in d e
pendencia y libertinaje" iba "echando cada día raíces m ás p ro fu n d as" y el ejem
plo de Estados U nidos y del sistem a republicano era cada vez m ás llam ativo.
A tribuía la alienación am ericana del sistem a español a m uchos m ales, incluido
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[ hbl'ORIA OK G h .O M U IA . Í ’a IS 1-RACM I:.\) A r x \ SCX'U-DAO DJ\ ID!0A 139
el "d esp recio " q u e el clero dem ostraba por los pobres y el com portam iento de
los funcionarios de provincia, que solo buscaban enriquecerse. Subrayaba, a d e
m ás, la exclusión de los españoles am ericanos de los cargos de gobierno. A no
tó la "ex asperación" en los "esp íritu s am ericanos" p o r la d u re za con que eran
trata d o s y m ucbo m ás abora, cu an d o sabían que varios m agistrados europeos
"aconsejaron y siguen aconsejando" q u e no se nom brasen am ericanos en p u es
tos gubern am en tales. A u n q u e babía m uchos am ericanos in stru id o s e idóneos
para asu m ir resp o n sab ilid ad es de gobierno, eran d esd eñ ad o s por quienes con
trolab an el sistem a. C u an d o se daba preferencia a españoles ignorantes sobre
am ericanos ilustrad o s, tales españoles se convertían en objeto de la m ofa de los
am ericanos, q u ien es p erd ía n la fe en el gobierno español. Si E spaña deseaba
v olv er a g an a r y m an ten er la lealtad de los hispanoam ericanos, debía n om brar a
los m ejores d e ellos en los cargos altos.
La brecha de actitu d es en tre los gobernantes españoles y los h isp an o a
m ericanos g o b ern ad o s se aprecia en otra carta que el virrey Ezpeleta, el p atró n
d e R odríguez, envió el m ism o año de 1796 a G odoy. En esta carta Ezpeleta re
co m en d ó un a política co ntraria a la que pedía su p ro teg id o criollo R odríguez.
H a b lan d o en n o m b re de los oidores de la A udiencia y del arzobispo, Ezpeleta
sugería u n a política cu id ad o sa que favoreciera a los españoles sobre los h isp a
noam ericanos com o u n m edio de retener el m ando en las colonias, aduciendo
la lealtad de los p eninsulares. Así pues, en la década de los años 1790 ya era
e v id en te el sen tim ien to de alienación de n um erosos criollos educados. Pero las
conclusiones d e estos y d e m uchos funcionarios españoles en cuanto a qué debía
hacerse al respecto co n trastaban radicalm ente.
L a v ísper a d e la I n d e pe n d e n c ia
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140 M \K C O I^AI.AC U>5 - F r a S K SA t fO R n
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H ist o r ia d l C o i .o m b i a . P a ís FRACMF.WArxT, s o c u 'o a d d iv id id a 141
Ferm ín d e V argas, escribió a com ienzos d e la décad a d e los años 1790 varios
ensayos en los q u e p ro p u g n a b a el d esarro llo económ ico d e la N u ev a G ra n ad a
y criticaba los im p u esto s y los m o nopolios coloniales q u e re strin g ía n las e x p o r
taciones. En 1797, A n to n io N ariño, am igo de V argas, tam b ién le aconsejó al v i
rrey P ed ro d e M en d in u eta sobre la inconveniencia d e tales cargas trib u tarias.
Los virrey es d e fines del siglo xviii, E zpeleta (1789-1796) y su sucesor, M en
d in u eta (1797-1803), fo rm u laro n políticas económ icas rela tiv a m e n te liberales.
A m bos criticaro n los m o n o p o lio s g u b ern am en tales sobre p ro d u c to s e x p o rta
bles y p ro p u s ie ro n red u ccio n es d e los im p u esto s sobre estos. Las tendencias
económ icas liberales, q u e en la d écad a de los años 1790 p arecían en interés
del p ro p io sistem a colonial, fu ero n re fo rza d as d u ra n te el p rim er decenio del
siglo XIX, c u a n d o co m en z aro n a circular en tre alg u n o s m iem bros de la elite las
ideas de A d am Sm ith. El m ás n otable d e aquellos fue José Ignacio d e Pom bo,
el líder in telectu al d el g rem io d e com erciantes de C artagena. Sin em bargo, las
ideas de S m ith tam b ién estab a n p e n e tra n d o en las p rovincias del in terio r neo-
gran ad in o .
El in terés creciente en la exportación de p ro d u cto s tropicales y el oxíge
no de las ideas económ icas liberales resultaron ser u n a m ezcla explosiva, sobre
todo cu an d o las esp eran zas neo g ran ad in as en el desarrollo com ercial se vieron
fru strad as p o r la g u erra crónica en tre G ran Bretaña y E spaña (1796-1802,1805-
1807). El peligro político q u e planteaba la incapacidad de España de proteger
el com ercio h isp an o am erican o fue especialm ente evidente d u ra n te la g uerra
con Inglaterra en tre 1805 y 1807. El breve periodo de p az en tre E spaña y G ran
Bretaña, en 1802-1804, había perm itido q u e se triplicaran las exportaciones de
algodón, cacao, cueros y palos de tinte. Parece que en esta expansión com ercial
p articip aro n tan to los com erciantes del interior com o los de la costa. D ebido a las
esperan zas q ue suscitó esta experiencia, la renovación de la guerra en 1805 tuvo
un im pacto d e v a sta d o r en los ex p o rtad o res neogranadinos.
Las consecuencias de la in terrupción del com ercio p o r causa de la guerra
se evidencian en u n a carta escrita p o r José A cevedo y G óm ez, un com erciante y
regid o r del cabildo d e Santa Fe, el 19 de julio de 1810, u n día antes de su llam ado
a los san tafereñ o s p ara sublevarse contra el régim en español. A cevedo recor
daba en la m isiva q u e d u ra n te la guerra con G ran Bretaña, en 1805-1807, había
p erd id o 120.000 pesos, el fruto de 20 años de trabajo. Según él, el culpable era el
gobierno, p u esto q u e al no p o d er hacer llegar sus em barques a España, el virrey
tam poco p erm itía.el com ercio con los neutrales del Caribe. C om o consecuencia
perd ió su s in v en tario s de corteza de quina, se dañ ó su cacao y el algodón q u e
enviara a C ádiz p o r req u erim iento del gobierno fue ca p tu rad o p o r " u n poderoso
enem igo en la m ar". Así, decía, "este gobierno bárbaro ha dejado a perecer mi
fam ilia". A cevedo concluyó que estaba d isp u esto a p e rd e r los fondos que aú n
tenía en E spaña, "co n tal de q u e mi patria corte la cadena con que se halla atad a
a esa P enínsula, m an an tial p erenne de sus tiranos".
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U2 M arco P a i .a c r is - F k a n k S a u o r d
Esta carta, escrita en los agitados días de julio de 1810, refleja el calor de
las em ociones del m om ento. Pero no todo fueron frustraciones para los criollos
en las décadas que antecedieron a 1810. En m uchos aspectos, fueron años de
relativa p ro sp erid ad económ ica. La m inería del oro se expandió en los últim os
decenios del siglo xviii. Es probable que la producción total de oro en el occidente
se haya increm entado en m ás del 70 por ciento entre 1770 y 1800. En A ntioquia
la extracción de oro creció aú n m ás rápido, pues entre 1750 y 1780 se duplicó,
y entre 1780 y 1800 se triplicó y hasta más. {Véase cuadro 5.2). En particular,
el crecim iento económ ico en A ntioquia tuvo u n efecto positivo en la región de
G uanentá, que abastecía a los antioqueños de textiles de algodón. En la región
de G u anentá la población au m entó notoriam ente y el recaudo de diezm os se tri
plicó entre 1780 y 1810. En las dem ás regiones orientales relativam ente pobladas
de la N ueva G ranada tam bién se produjo una expansión económ ica, au n q u e
m ás grad u al y v ariada según la localidad.
A principios del siglo xix, la relativa prosperidad inducida por el creci
m iento de la econom ía interna y la m odesta expansión de las nuevas exportacio
nes era perceptible, por lo m enos en algunos lugares del virreinato. Al finalizar
su m andato en 1803, el virrey P edro de M endinueta dijo que el cuadro som brío
de la N ueva G ranada que había pintado el arzobispo-virrey en 1789 ya no existía.
Caballero y G óngora había descrito u n país que estaba "absolutam ente despobla
do, sin agricultura ni industria, sin com ercio ni com unicaciones... q u e abunda
de gentes m íseras, de holgazanes y facinerosos". M enos de quince años después,
M endinueta percibió un país m uy distinto. La N ueva G ranada de M endinueta
tenía m uchos pueblos en auge, com o los puertos de M om pox y H onda sobre el
río M agdalena; M edellín, el epicentro comercial de las florecientes m inas de oro
antioqueñas; San Gil y el Socorro, los pueblos de tejedores del G uanentá, y San
José y el Rosario de C úcuta, d onde se cultivaba cacao para la exportación y el
consum o interno. La N ueva G ranada, reportó M endinueta, no había sufrido por
largo tiem po escasez alguna de alim entos y, debido a la prosperidad, los ingresos
fiscales habían aum entado.
A pesar de la frustración que produjo la interrupción del com ercio en
épocas de guerra, en la década anterior a 1810 las elites criollas no parecen
haber estado m uy descontentas con el gobierno español. El estado de ánim o de
los criollos m ás políticam ente despiertos de la últim a década colonial se puede
detectar en las cartas de un prim o socorrano de Acevedo, M iguel Tadeo Góm ez.
G óm ez estaba entre los estu d ian tes m encionados en el proceso de la "conspi
ración" de 1794, y en 1810 surgió com o uno de los m ás firm es p artidarios de
la in d ep en d en cia en la provincia del Socorro. Pero el tono y el contenido de su
correspondencia entre 1801 y 1808 distaban de ser revolucionarios. N acido en
San Gil en 1770, descendiente de tem pranos colonizadores del G uanentá, G ó
m ez estudió en el Colegio del Rosario de Santa Fe y posteriorm ente pasó a servir
com o em pleado de las oficinas de im puestos en Popayán y después en el Socorro.
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"La posición geográfica de la N ueva G ranada parece que la destina al comercio del
universo. Situada bajo de la línea a iguales distancias del Méjico y California por el
Norte, como del Chile y Patagonia por el Sur, ocupa el centro del nuevo continente. A
la derecha tiene las riquezas septentrionales, a la izquierda todas la producciones del
M ediodía de la América. Con puertos sobre el Pacífico y puertos sobre el Atlántico, en
m edio de la inmensa extensión de los mares, lejos de los huracanes y los carámbanos de
las extremidades polares de los continentes, puede llevar sus especulaciones mercantiles
desde donde nace el sol hasta el ocaso. Mejor situada que Tiro y que Alejandría, puede
acum ular en su seno los perfum es del Asia, el marfil africano, la industria europea, las
pieles del Norte, la ballena del M ediodía, y cuanto produce la superficie de nuestro
globo. Ya me parece que esta colonia afortunada recoge con una m ano las produccio
nes del hemisferio en que dom ina la Osa, y con la otra la del opuesto; me parece que
se liga con todas las naciones, y que lleva al polo los frutos de la línea, y a la línea las
producciones del polo. Convengamos: N ada hay mejor situado en el viejo ni el nuevo
M undo que la N ueva Granada. No nos deslum brem os con las riquezas de Méjico, ni
con la plata del Potosí. N ada tenem os que envidiar a estas regiones tan poderadas...
"La N ueva G ranada tiene en su arbitrio m andar sus buques a la China y a la Europa,
a la Groenlandia y a Kamtschatka, sin tocar con aquellas puntas borrascosas que tanto
retardan el comercio de las naciones. Ésta es nuestra situación, y éstas son las relaciones
que tenemos con todos los pueblos de la tierra. Volvamos ahora nuestros ojos sobre
nosotros mismos, registrem os los departam entos de nuestra propia casa, y veamos
si la disposición interna de esta colonia corresponde al lugar afortunado que ocupa
sobre el globo".
Fuente: "E stado d e la G eografía d el V irreinato d e Santa Fe d e B ogotá, con relación a la eco n o m ía
y al com ercio" , por D o n F rancisco José d e C ald as, in d iv id u o m eritorio d e la E xp ed ición Botánica
d el R eino, y en ca rg a d o d el O b servatorio A stron óm ico d e esta cap ital, Santa Fe, d iciem b re 8 d e
1807, reim p reso en: d e C ald as, F rancisco José, Semanario de la N ueva Granada, París, 1849, pp. 7-8.
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144 M \KCO P a I.AÍ - f-RANK SAi rORO
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