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r/y I Universidad de
I '] } lo s A n d e s
Facultad de Administración
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Marco Palacios (Bogotá, 1944) es aboga­
do de la Universidad Libre de Colombia,
hizo estudios de maestría en Estudios
Orientales (área China) en El Colegio de
México y es doctor (D. Phil) en Politics de la
Universidad de Oxford. Ha sido rector de la
Universidad Nacional de Colombia en dos
oportunidades (1984-1988 y 2003-2005),
investigador del Centro de Estudios para el
Desarrollo de la misma institución y del
Instituto de Estudios Latinoamericanos de
la Universidad de Londres.
Actualmente es profesor-investigador del
Centro de Estudios Históricos de El Cole­
gio de México y profesor de la Facultad de
Administración de la Universidad de Los
Andes.

Frank Safford (El Paso, Texas, 1935) es


Historiador de la Universidad de Harvard,
magister en Historia Estadounidense y
Ph.D. en Historia Latinoamericana de la
Universidad de Columbia. Es profesor e
investigador del departamento de historia
de la Universidad Northwestern. También
ha sido profesor en reconocidas universi­
dades como la Universidad de Dartmouth,
la Universidad de California, Berkeley y la
Universidad de Texas.
Sus investigaciones en historia política y
económica de Colombia del siglo XIX se
han concentrado en los temas de empren-
dimiento, comercio, desarrollo económico
y política.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
H is t o r ia d e C o l o m b ia .
P a ís f r a g m e n t a d o , s o c ie d a d d iv id id a

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
MARCO PALACIOS
FRANK SAFFORD

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VÍA H ist o r ia d e C o l o m b ia .
P a ís f r a g m e n t a d o , s o c ie d a d d iv id id a

T ra d u c c ió n d e M a rc o P a la c io s,
_ -í e x c e p to el c a p ítu lo 10, tr a d u c id o p o r Á n g e la G a rc ía
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o
V Universidad de
n o los Andes
Facultad de Administración

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
S afford , Frank R obinson, 1935-
H istoria d e C olom b ia. Pais fragm en tad o, so cied a d d iv id id a / Frank S afford , M arco P alacios;
tra d u cció n d e M arco P alacios, Á n gela García. — Bogotá: U n iv ersid a d d e los A n d es, Facultad
d e A d m in istración; E d icion es U n ia n d es, 2012.
596 p. : 17 X 23 cm .

ISBN 978-958-695-732-8

1. V iolen cia p olítica - H istoria - C o lo m b ia — S ig lo XX 2. C olom b ia — H istoria 3. C olom bia


— C o n d icio n es eco n óm icas. 1. P alacios, M arco, 1944- II. U n iv ersid a d d e lo s A n d e s (C olom bia).
F acultad d e A d m in istración. III. Tít.

C D D . 986.1 SBUA

P rim era ed ición : 2002

D écim a reim presión: Abril d e 2012

O bra orig in a l en inglés: Colombia: Fragmented Land D ivided Society

© Frank Safford y M arco Palacios


© M arco P alacios, traducción ca p ítu lo s 1 al 9
© Á n g ela G arcía, traducción cap ítulo 10

© U n iv ersid a d d e lo s A n d es, Facultad d e A d m in istración


E d icio n es U n ia n d es
Carrera l a N o 19 - 27, Ed. A u las 6, p iso 2
Tel.: (571)339 4949 Ext. 2133 - 2181. Fax: 2158
B o go tá , D.C. (C olom bia)
h tt p : //e d ic io n e s .u n ia n d e s .e d u .c o /
E-m ail: in fed u n i@ u n ian d es.ed u .co

ISBN: 978-958-695-732-8

C orrección d e estilo: Fernando Carretero

Ilu stración carátula: "Jeune Bogotaine en toilette" (Joi’en Bogotana en traje), A n d ré, Édouard, d iseñ o
d e E. R iou, con b ase en los d o cu m en to s del autor. G rabado. 11,8 x 16 cm , b lan co y negro.
P u b lica d o en: A n d ré, Édouard L 'A m ériq u e É q u in oxiale (C olom b ie-E q u ateu r-P erou ) Paris, H. Li­
b rairie H achette, 1869, pag. 172.
El m aterial se en cu en tra en la sala d e L ibros Raros y M an u scritos d e la B iblioteca L uis Á ngel A rango.

D ise ñ o , preprensa e im presión: G uías d e Im p resión Ltda.

Im p reso en C olom bia - Printed in C olom b ia

T o d o s los d erech o s reservad os. Esta p u b licación n o p u e d e ser rep rod u cid a ni en su todo ni en su s
p artes, ni registrada en o trasm itida p or un sistem a d e recu p eración d e in form ación , en n in gun a
form a ni por n in g ú n m ed io sea m ecán ico, fotoq u ím ico, electrón ico, m a g n ético , electro-óp tico, por
fo to co p ia o cu alq u ier otro, sin el p erm iso p rev io por escrito d e la ed itorial.

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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
C O NTEN ID O

P ág.

N o ta a la edición en español 7
Siglas y acrónirnos 9

PRIMERA PARTE
D esde la época p reh isp án ica hasta 1808 11

C A P ÍT U L O 1

País frag m entado: co n tin u id ad y cam bio


en la geografía económ ica de C olom bia 13

C A P ÍT U L O 2

El trasfo n d o in d ígena 29

C A P ÍT U L O 3

La C o n q u ista 41

C A P ÍT U L O 4

Los p rim ero s asen tam ientos españoles 53

C A P ÍT U L O 5

Econom ía y sociedad, 1590-1780 75

C A P ÍT U L O 6

Las crisis d e a u to rid a d , 1700-1808 111

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SEG U N D A PARTE
D esde c. 1808 hasta 1875 145

C A P ÍT U L O 7

La Independencia, 1808-1825 147

C A P ÍT U L O 8

La Colom bia de Bolívar, 1819-1831 177

C A P ÍT U L O 9

La N ueva G ranada, 1831-1845 211

C A P Í T U L O 10

La era liberal: 1845-1876 281

TERCERA PARTE
D esde c. 1875 hasta el presente 347

C A P Í T U L O 11

Ni libertad ni orden 349

C A P Í T U L O 12

La Colom bia cafetera, 1903-1946 385

C A P Í T U L O 13

País de ciu d ad es 429

C A P Í T U L O 14

Del ord en neoconservador al interregno 457

C A P Í T U L O 15

La violencia política en la seg u n d a


m itad del siglo xx 493

Guía bibliográfica selectiva 531

índices 553

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NOTA A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

Este libro ofrece una historia de Colom bia d e sd e los tiem p o s d e antes
d e l d e s c u b r i m i e n t o y c o n q u i s t a al p r e s e n t e .
El h ilo co n d u cto r de la n arrativ a es, de un lado, la fragm entación espacial
del país y, d el otro, las divisiones p ro fu n d as de la sociedad colom biana, ya sean
culturales, étnicas, de clase o de localidad, región, políticas e ideológicas. Vista
en un a p ersp ectiv a de m uchos siglos, la historia colom biana resulta un tejido
ab ig arrad o en el q ue se en trecru zan la geografía y la acción social que trata de
d o m in arla a lo largo del tiem po y d a un sen tid o peculiar a las divisiones de la
sociedad. U n tejido que, a su vez, form a p arte de la historia m u n d ial y del hem is­
ferio occidental, au n q u e el texto acentúa las dificultades de integrar el país por
d en tro así com o de in corporarlo al m undo.
El libro es el resu ltad o de un esfuerzo conjunto de F rank Safford y M arco
Palacios. Las dos p rim eras partes, a cargo del profesor Safford, cubren un p e­
riodo m ultisecu lar, d esd e las sociedades precolom binas hasta la década de los
años 1870. M arco Palacios tom a el relevo en este decenio y avanza en el últim o
cam bio d e siglo.
Escrito inicialm ente para la serie d e historia latinoam ericana de O xford
U niversity Press, apareció en inglés en junio del 2001. Esta versión en español,
au n q u e sig u e m uy de cerca la original, ex p an d e algunos tem as, incluye m ás
m apas e in tercala u n a serie d e textos ilu strativ o s con la intención d e ofrecerle al
lector un sen tid o m ás v ivido de los acontecim ientos.

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SIGLAS Y ACRÓNIM OS

Accu, A utodefensas Unidas de Córdoba y Urabá


A CD EGAM , Asociación Cam pesina de Agricultores y G anaderos del Magdalena Medio
Aix), A utodefensa Obrera
AID, Agencia Internacional para el Desarrollo
ANAC, Asamblea Nacional Constituyente
A NAPO , Alianza Nacional Popular
AND i, Asociación Nacional de Industriales
A NU C, Asociación Nacional de Usuarios Campesinos
C ELA M , Conferencia Episcopal Latinoamericana
C EPA L, Comisión Económica para América Latina
c iN E P , Centro de Investigación y Educación Popular
CNT, Confederación Nacional de Trabajadores
CRS, Corriente de Renovación Socialista
CTC, Confederación de Trabajadores de Colombia
CUT, Confederación Única de Trabajadores
DEA, Drug Enforcement Agency
DRi, Desarrollo Rural Integrado
ECOPETRO L, Em presa Colombiana de Petróleos
E L N , Ejército de Liberación Nacional
EPL, Ejército Popular de Liberación y Esperanza, Paz y Libertad
PARC, Fuerzas A rm adas Revolucionarias de Colombia
FARC-EP, Fuerzas A rm adas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo
FEN A LC O , Federación Nacional de Comerciantes
FM i, Fondo M onetario Internacional
FN , Frente Nacional
FU , Frente U nido del Pueblo
GATT, Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio
ic o L L A N T A S , Em presa Colombiana de Llantas
icss. Instituto Colombiano de Seguros Sociales
ICT, Instituto de Crédito Territorial
IDEMA, Instituto de Mercadeo Agropecuario
lE P R i, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad
Nacional de Colombia
iF í, Instituto de Fomento Industrial
IN C O R A , Instituto Colombiano de Reforma Agraria
is&. Instituto Colombiano de Seguros Sociales
jA C , juntas de Acción Comunal
jNíRL, juventudes del M ovimiento Revolucionario Liberal
JU C O , juventu d es Com unistas
LA.SO, Latinoamerican Security Operation
M A N , M ovimiento de Acción Nacional
M A Q L , M ovim iento Armado Q uintín Lame

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M IR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria
M O EC, Movimiento Obrero Estudiantil Campesino
M RL, Movimiento Revolucionario Liberal
oiT, Organización Internacional del Trabajo
ON G , organización(es) no gubernamental(es)
PA N , Programa de Alimentación y Nutrición
PC, Partido Comunista
PiB, Producto Interno Bruto
PNR, Plan Nacional de Rehabilitación
PRT, Partido Revolucionario de los Trabajadores
SAC, Sociedad de Agricultores de Colombia
UFCO, United Fruit Company
UP, Unión Patriótica
UTC, Unión de Trabajadores de Colombia

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PRIMERA PARTE

D ESDE LA ÉPOCA PREHISPÁNICA H A STA 1808

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Mapa 1.1. Mapa oficial de la República de C olom bia c. 2000.

Montería SUCRB
CORDOBA ÍOUVAg
O C ú c u ld

B u c a ra n u a g d
A N T IO Q U IA ^ A ra u c a
SAN TAN D ER ARAUCA
V O M ed e lh n
P u erto C a rreA o
: BO YACA
Cald as
; RISARALDA M íiB h I« CU.VDINAMARCA ^ 'o p a l
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N íiv jo
CAUCA h u il a '
P o p ayá n O

O M ilú
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caq u eta VAUPÉS
PU TU M AYO

Fuente: Instituto A g u stín C od azzi.

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1
PAÍS FRAGMENTADO: CO NTINUIDAD Y CAMBIO
EN LA GEOGRAFÍA ECONÓMICA DE COLOMBIA

E n s u RETRATO DEL A I S L A M I E N T O del pueblo de M acondo en Cien años de so­


ledad, G abriel G arcía M árquez señala un aspecto fundam ental de la geografía
histórica de Colom bia. D urante la m ayor p arte de su historia d espués de la C on­
quista, la población ha sido escasa y ha vivido esparcida en com unidades p e­
q u eñ as y desligadas. Los pocos relatos de viajeros del siglo xviii y los m uchos
del siglo XIX describen g ran d es extensiones del territorio casi sin habitantes. Esta
escasez y dispersión de la población han dificultado el desarrollo de las vías de
com unicación y la integración económ ica de Colom bia.
O tras dos características de la geografía son fundam entales: sus regiones
m ás p o b ladas son a la vez tropicales y m ontañosas. La línea ecuatorial atraviesa
el país, de cuyo territorio dos terceras partes q u ed an en el hem isferio norte y el
tercio restante en el sur. A unque algunos territorios llegan hasta los cuatro gra­
dos d e latitud sur, la m ayoría de la población vive entre los tres y once grados
d e latitu d norte. D ebido a la ubicación tropical, las tem p eratu ras de cualquier lo­
calid ad perm anecen m ás o m enos constantes a lo largo del año. Las variaciones
d e p e n d en p rincipalm ente de la altitud. Bogotáb situada a 2.600 m etros sobre el
nivel del m ar, goza de una prim avera fría con u n a tem peratura prom edio anual

' D esd e la co n q u ista esp a ñ o la la capital d e C olom bia, al igu al q u e el país, ha recib id o d istin tos
n om b res. En la C olon ia se la co n o ció com o Santa Fe o Santafé, se g u id a d e B ogotá. En el p eriod o
rep u b lica n o se la llam ó sim p lem en te Bogotá. Sin con su ltar a n ad ie, lo s c o n stitu y e n tes d e 1991 resol­
v iero n v o lv er al n om b re colon ial. En este texto la llam arem os Santa Fe d u ran te la C olon ia y B ogotá
d e s p u é s d e c. 1819.

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U M aku i P m .a c io s - T r .-w k S m t o r d

d e 13 grados centígrados, m ientras que Cali, a un poco m ás de 1.000 m etros,


d isfru ta de un verano perm anente. La población que habita en el nivel del m ar,
com o en la costa atlántica o en altitudes m uy bajas, en los valles del río M ag d a­
lena o en los Llanos O rientales, debe soportar tem p eratu ras aú n m ayores, d e 27
a 30 g rad o s centígrados en prom edio.
El clim a colom biano es tropical no solo por la constancia de las te m p e ra ­
tu ras locales sino por la abundancia de lluvias en casi todo el territorio. T em pe­
ra tu ra constante y lluvia ab u n d a n te producen una vigorosa vegetación. Esto es
cierto en las tierras bajas y en las m ontañas que, por lo general, ofrecen u n tono
v erd e esm eralda que contrasta con la desolada aridez de la vertiente occidental
d e los A ndes peruanos.
H istóricam ente las cordilleras de los A ndes han do m in ad o la topografía
colom biana y, en m uchos aspectos fundam entales, han establecido las co n d i­
ciones de vida. Al m enos desde la época de la conquista española y, por lo que
se sabe, tam bién en la era precolom bina, las m ayores den sid ad es h u m an as se
en co n trab an en las altiplanicies que perm itían escapar del calor y de las enfer­
m ed ad e s tropicales y ofrecían condiciones favorables a la agricultura. Un nueve
por ciento del territorio colom biano se localiza entre los 1.000 y 2.000 m etros,
en vertientes o valles interandinos de clim a tem plado y confortable, y un seis
por ciento por encim a de los 2.000 m etros, d o n d e las tem p eratu ras son frías,
sim ilares a la prim avera o al otoño de la zona tem plada del planeta. En este 15
por ciento del territorio vive la m ayoría de la población; casi dos tercios en el
siglo XIX, y en 1964 un poco m ás del 60 por ciento. En contraste, la población es
escasa en las tierras cálidas, por debajo de los 1.000 m etros. En el últim o siglo
y m ed io han albergado un poco m enos de un tercio de la población totaE. Los
Llanos O rientales y la región am azónica, en el sur, que conform an m ás de la
m itad del territorio (56 por ciento), albergan un poco m ás del uno por ciento de
la población nacional. Las selvas tropicales del Chocó, en el noroccidente, y la
sem idesèrtica península de La Guajira, en el nororiente, tam bién están m uy poco
pobladas. Sin em bargo, con el tiem po fueron sucediéndose m igraciones im por­
tantes hacia las tierras bajas, proceso que se aceleró en el siglo xx.
A lo largo de la historia colom biana, la zona baja de m ayor poblam iento
ha sido la costa atlántica. A ntes de la conquista española, la costa caribe pare­
ce h aber albergado im portantes concentraciones de población. D espués de la
conquista, estas poblaciones indígenas fueron diezm adas. N o obstante, bajo la
dom inación española la región C aribe adquirió una nueva función com o inter­
m ediaria entre las zonas m ás pobladas del interior y el m u n d o exterior. Las ciu­
d ad e s costeras —C artagena, Santa M arta y Riohacha en el periodo colonial, y
B arranquilla a partir de la segunda m itad del siglo xix— fueron lugares de trán­
sito d e los bienes que se im portaban y exportaban. Sobre todo para C artagena,
Santa M arta y B arranquilla, su conexión con el río M agdalena, que vinculaba

^ Pardo Pardo, A lberto, Geografía económica y humana de Colombia, Bogotá, 1972, p p .79-80.

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I llS T O K I A l ) F C O I O M I M A . P a IS l-R A C M E N T A rX ), S C X 'K D A D D IV ID ID A 15

la costa con el interior del país, fue de sum a im portancia. O tra zona destacada
sobre el Caribe, el istm o d e P anam á, tam bién fue u n im portante centro de trá n ­
sito, en este caso en tre los océanos A tlántico y Pacífico y sus costas en Am érica.
En gran p arte p or su estrecho vínculo con el com ercio exterior, y con el m u n d o
en general, la zona caribe se desarrolló con características m uy propias, que la
diferencian de las a p a rtad as regiones del interior del país. Su población se id e n ­
tifica con la vida y la cu ltu ra del Caribe, en contraste con la m ayor parte d e la
población de las zonas m ás aisladas de los Andes.
Si los altiplanos b rin d aro n a la población un am biente propicio, tam bién
dividieron el país económ ica, cultural y políticam ente. Los A ndes colom bianos
no form an u na sola cadena m ontañosa sino tres im ponentes cordilleras que n a ­
cen justo al norte de la frontera con el Ecuador y corren m ás o m enos paralelas
en dirección norte-noreste. N o alcanzan estas las im presionantes alturas de los
A ndes peru an o s y bolivianos. A lgunos picos de las cordilleras C entral y O riental
están por encim a de los 5.500 m etros, pero la altitud prom edio en las dos es de
unos 3.000 m etros. La cordillera Occidental, que establece el lím ite con la región
de la costa del Pacífico, tiene u n a altitud prom edio de 2.000 m etros. A un así, las
tres cadenas h an sido form idables barreras para la com unicación de las regiones
colom bianas y del interior del país con el m un d o exterior.
Estas dificultades p u ed e n ilustrarse con el caso de la ap e rtu ra del llam ado
paso del Q uindío que, siendo una de las principales rutas de la cordillera C entral
a fines del periodo colonial, difícilm ente podía atravesarse en m uía. H asta bien
en trad o el siglo xix, m uchos viajeros debían ser cargados en sillas, atadas a las
espaldas de otros hom bres considerados m ás seguros que las bestias. M uchas
rutas de las tres cordilleras presentaban dificultades sim ilares y hasta term inar el
siglo se cruzaban a lom o de m uía o a caballo, si las condiciones eran favorables.
Los viajeros de la C olonia y del siglo xix dejaron vividos relatos de los
horrores de ascender o descender el cam ino de h errad u ra que unía a la sabana
de Bogotá con H onda, el principal p u erto del río M agdalena en el interior. Este
cam ino fue la ru ta obligada de los viajeros y del com ercio con la costa atlántica y
de gran parte del tráfico en tre el oriente y el occidente del país; au n así, d u ra n te
m ás de trescientos años fue u n a av entura recorrerlo. D esde el río hasta la sabana
de Bogotá el cam ino ascendía y descendía por repliegues sucesivos, antes de re­
m ontar el tronco principal de la cordillera. En el corto trayecto de 77 kilóm etros
ganaba los 2.600 m etros. A los inconvenientes del relieve se añadía el clim a de
la región que atravesaba. Furiosas y frecuentes torm entas tropicales arrasaban
tram os de la vía y dejaban im pasables otros. Un viajero británico recordó así su
descenso por el cam ino de H onda a principios de la década d e los años 1820:

... espantoso, subiendo y bajando siempre por un em pedrado áspero, roto por los
torrentes violentos de la m ontaña... Las muías se m antienen de pie con la m ayor
dificultad saltando de un prom ontorio a otro y poniendo al jinete en peligro inm i­
nente de desnucarse. Donde el camino no está em pedrado, el tráfico constante y la

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I (■
> M ARCO f^\l A C IO S - f-RA\k SAFI-ORO

hum edad del ambiente forman charcos profundos en los que las bestias se h unden
a cada paso hasta la cincha^.

Según la opinión establecida, esta parte alta de la ru ta no era la peor. Los


tram os bajos eran pavorosos. Así lo hizo constar u n viajero norteam ericano por
los m ism os años:

En Villeta llegamos a la conclusión de que nada podía ser peor al camino que has­
ta allí descendía. El tram o a G uaduas demostró nuestro error. Era horrible: ¡bajar,
bajar, bajar! rocas, barrancos, precipicios, acantilados, pantanos, así una y otra vez.
Los desfiladeros ascendían pareciendo absorber la hum edad de una atmósfera
calurosa y desm oronarse al contacto; colinas que habían cedido en la base, incli­
nando los barrancos y hondonadas em pinandas, lavadas por la inundación de la
m ontaña que dejaba sueltas y desnudas las grandes rocas sobre las cuales, y solo
sobre las cuales, yacía el camino para el hombre y la bestia...^.

Los peligros de este cam ino eran tales que los propietarios de recuas no
aceptaban carga en las épocas de crudo invierno debido al gran riesgo para los
anim ales. A un d u ran te el verano, los fletes de m uía fueron relativam ente altos:
de 22 a 34 centavos por tonelada-kilóm etro a m ediados del siglo xix. En estaciones
de lluvia o cuando la guerra civil hacía escasear las m uías, los fletes se duplicaban
(40 a 60 centavos por tonelada-kilóm etro). Por la m ism a época, la construcción de
canales y ferrocarriles en los Estados U nidos había logrado abatir los costos de
transporte terrestre a cerca de 1,25 centavos por tonelada-kilóm etro.
Puesto que el cam ino de H onda a Bogotá fue m uy utilizado por la clase
alta y los viajeros extranjeros, fue objeto de m uchas m aldiciones y lam entos.
Pero no fue excepcional. Casi todos los pasos m ontañosos, com o los que co m u n i­
caban las poblaciones de Boyacá y S antander en el oriente y A ntioquia y el valle
geográfico del C auca en el occidente con el río M agdalena, ofrecían condiciones
sem ejantes au n q u e fueron descritos con m enor frecuencia.
La dificultad del tran sp o rte m antuvo separados a los habitantes d e las
altiplanicies en dos zonas claram ente dem arcadas. La de la cordillera O riental,
el oriente, form ada por sus num erosos flancos, repliegues y valles interiores,
incluido el piedem onte que da a los Llanos, y la región occidental, form ada por
las cordilleras C entral y Occidental, con el valle del río C auca flanqueado por
am bas. Si las com unicaciones entre las grandes zonas fueron difíciles hasta bien
av an zad o el siglo xx, el transporte dentro de cada una de ellas lo fue ligeram ente
menos.
En las estribaciones altas de la cordillera O riental aparece un conjunto de
m esetas com unicadas entre sí que perm ite viajar con facilidad desde Bogotá, en
el sur, hasta Sogam oso o M oniquirá en el norte. Esta región, conform ada p o r los

3. Letters ivritten from C olom bia...1823, p.78.


4. D u an e, p. 577.

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f lisro K iA DI' C o i o v ih ia . P a is i k a g .m i .n i a i x ), s c x -h d a d d iv id id a 17

actuales d ep artam en to s de C undinam arca y Boyacá, ha estado integrada, c u ltu ­


ral y politicam ente, d esd e los tiem pos precolom binos hasta el presente. Al norte
de los altiplanos cundiboyacenses aparece la región de G uane, el actual d e p a r­
tam ento de S antander, m ontañosa y cortada por cañones profundos; topografía
accidentada qu e le a y u d a a conservar una id en tid ad propia.
Si las altiplanicies de la cordillera O riental perm itieron u n a integración
parcial, el valle del río C auca desem peñó un papel sim ilar en el occidente del
país al facilitar la com unicación y p o r lo tanto cierta unificación política y cu ltu ­
ral. Perm itió el tran sp o rte desd e Popayán, en el sur, hasta C artago en el norte.
Al su r de P opayán, hacia la frontera con Ecuador, queda la región de Pasto,
de intrincados y m asivos n u d o s m ontañosos que hacen el acceso difícil; quedó,
sin em bargo, ligada a P opayán, com ercial, adm inistrativa y políticam ente. De
m odo sim ilar, al no rte del Valle aparece otro com plejo m ontañoso que el río
Cauca, en su cam ino hacia el M agdalena y el Caribe, corta profundam ente: la
región antioqueña, que hoy ocupan los d ep artam entos de A ntioquia, C aldas,
R isaralda y Q uindío. Sus habitantes h an vivido una relación am bigua con el res­
to del occidente. En los tiem pos precolom binos estuvieron ligados a los dem ás
pueblos occidentales, au n q u e tuvieron rasgos distintivos y fueron políticam ente
independientes. D u ran te gran p arte de la Colonia m antuvieron su idiosincrasia
cultural, pero q u ed aro n som etidos al dom inio político de P opayán. Ya en la era
republicana las dos regiones han sido culturalm ente diferentes au n q u e aliadas
políticas en ocasiones.
Entre los dos ejes hum anos de las altiplanicies orientales y centrales flu­
yen las turbias ag u as del río M agdalena. H asta el prim er tercio del siglo xx, el
M agdalena fue p ara la m ayoría de la población andina el principal m edio de
com unicación con el m u n d o exterior. N avegándolo los conquistadores hallaron
el cam ino hacia los altiplanos del oriente. Por el M agdalena viajaban los ad m i­
n istradores españoles y se tran sp o rtab an los bienes im portados para el consu­
m o de la clase d o m in an te colonial en el interior. Y por el M agdalena surcaron
igualm ente las p rim eras exportaciones de p roductos tropicales, en pequeñas
cantidades a fines del periodo colonial, que ya fueron volúm enes m ayores en la
seg u n d a m itad del siglo xix.
Río abajo, la corriente del M agdalena proporcionó tran sp o rte relativa­
m ente ráp id o y fácil. Sin em bargo, com o ruta hacia el interior, la navegación
enfrentaba todo tipo de obstáculos. E ntrar en las bocas del río, en su desem bo­
cad u ra sobre el Caribe, era una em presa difícil y peligrosa, y hasta las últim as
décadas del siglo xix los viajeros y las m ercancías por lo general accedían al M ag­
dalena p or vías indirectas com o C artagena o Santa M arta. M uchos pasos estaban
obstru id o s p o r bancos de arena, en tanto que en el curso m edio del río, sobre
todo en las cercanías de N are, las em barcaciones afrontaban peligrosos ráp id o s y
corrientes. O tros ráp id o s ubicados m ás adelante hacían que H onda fuera el final
de la navegación río arriba desde la costa.

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M a r c o P a i .a c io s - ì ' r a x k S a i t o r i i

H asta la m itad del siglo xix, viajar rio arriba fue un p u rg ato rio para q u ie­
nes tuvieron q ue vivir la experiencia. D esde la costa atlántica hasta H onda, las
em barcaciones recorrían 950 kilóm etros, m ovidas por la fuerza m uscular de bo­
gas, diestros en el m anejo de largas varas de m adera con las cuales presionaban
contra el lecho del río. La duración del viaje dep en d ía en p arte de las condicio­
nes del río. Un oficial español del siglo xviii inform ó que en las m ejores condicio­
nes la travesía dem oraba unos 25 días; cuando el río estaba m uy crecido por las
lluvias, el viaje podía d u ra r entre 45 días y dos m eses. El tiem po gastado en el
viaje variaba tam bién según la clase de em barcación. En las p rim eras décadas de
la República, la canoa del correo subía el río en 15 días. Pero botes m ás grandes,
com o los cham panes con carga, por lo general requerían m ás de dos m eses. D u­
ran te la travesía en cham pán, los viajeros sud orosos se ap iñ ab an bajo u n techo
de bam bú, a m erced de los zancudos, m ientras que el m onótono recorrido del
boga trabajando sobre el techo los llenaba de polvo. Tal fue el principal m étodo
de transporte fluvial disponible hasta que se estableció la navegación d e vapor
p or el M agdalena, esporádicam ente en las décadas de los años 1820 y 1830, y ya
con servicio continuo a p artir de 1847.
Desde antes de la llegada de los españoles, la topografía dividió a la po­
blación en tres regiones principales; el oriente, el occidente y la costa del Ca­
ribe. Esta división distingue a C olom bia de otros países latinoam ericanos. Por
ejemplo, d esde tiem pos precolom binos México ha estado do m in ad o p o r el valle
Central. En épocas m ás recientes, Santiago, en el valle C entral de Chile, y las
ciudades costeras de Caracas en Venezuela, Buenos Aires en A rgentina y M on­
tevideo en U ruguay, consolidaron un poder decisivo en cada una de esas nacio­
nes. En contraste, C olom bia no ha tenido ninguna característica topográfica de
tipo centralizador. H istóricam ente Bogotá ha do m in ad o en el terreno político,
enfrentando desafíos y teniendo que com partir el po d er económ ico con rivales
im portantes de otras regiones.
Las realidades geográficas im pidieron la em ergencia de una ciudad y una
región dom inantes. Las divisiones regionales influyeron en la diferenciación de
las culturas indígenas de la era precolom bina. La división física entre oriente y
occidente, decretada por la im ponente m asividad de la cordillera C entral, quedó
reforzada por el accidente histórico que vio al país avasallado y poblado efecti­
vam ente por españoles que llegaron de varias direcciones. Los conquistadores
procedentes del C aribe se establecieron en la cordillera O riental y los valles del
M agdalena. Pero gran parte del occidente, p articularm ente la región de Pasto,
el valle del río C auca y la costa pacífica, fue descubierto y luego controlado por
huestes que partieron del Perú. Este patrón de poblam iento, añ ad id o a la dificul­
tad de cruzar la cordillera C entral, prom ovió el establecim iento de autoridades
políticas sep aradas en el oriente y el occidente. En parte por esta razón, el oriente
y el occidente de Colom bia tuvieron en los siglos xvi y xvii distintas jurisdiccio­
nes adm inistrativas.

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I lisroRiA or CoiOMHiA. P aís i kac m i .n i a ix ), s( x iid a d di\ idida 19

En el perio d o colonial las tres regiones principales desarrollaron, adem ás,


características económ icas diferentes. La m inería del oro fue el m otor de la eco­
nom ía del occidente, y la agricultura, adem ás de aten d er los m ercados locales,
tam bién abasteció a los m ineros en varias regiones. La m inería fue m enos im ­
p o rtan te en el oriente, d o n d e el fuerte eran la agricultura y la producción m a­
n ufactu rera artesanal, p arte de la cual se destinaba al occidente, por lo m enos
basta m ed iad o s del siglo xix. En la costa atlántica, C artagena se concentró en
la im portación de esclavos y el com ercio de bienes de consum o, la exportación
de oro y el abastecim iento de alim entos y otros p roductos tanto a las naves que
atracaban en su p u erto , com o a otras regiones del Caribe.
Las tres regiones tam bién llegaron a tener características étnicas y cu ltu ra­
les diversas. El rá p id o descenso de las poblaciones indígenas en la costa atlántica
y en las regiones m ineras del occidente condujo a su reem plazo por fuerza de
trabajo africana. C om o resultado, las regiones caribeñas y del occidente q u e­
daro n cu ltu ralm en te m arcadas por el ancestro africano de los esclavos negros
y sus descendientes. En las regiones m ontañosas del oriente, por el contrario,
los aborígenes sobreviveron en m ayor núm ero y se introdujeron pocos esclavos
africanos. Por consiguiente, en el oriente se conservó una población cam pesina
m estiza con rasgos fisionóm icos y culturales de los m uiscas precolom binos.
Las diferencias en las bases poblacionales de las regiones encontraron su
expresión en sus id en tid ad es culturales regionales. El predom inio de la pobla­
ción d e clase alta de origen criollo, descendiente de los españoles, ha sido eviden­
te en las tres regiones; sin em bargo, el talante de las relaciones entre dom inantes
y do m in ad o s ha d iferido entre ellas. En las regiones m ontañosas del oriente,
las relaciones en tre la clase alta y los sirvientes y peones de alguna ascendencia
indígena se caracterizaron siem pre por una rígida arrogancia por p arte de los
prim eros y p o r un a actitud de subordinación y hu m ild ad por parte de los últi­
mos. En C artagena y el Cauca, el dom inio aristocrático fue tan evidente com o
en Bogotá o Tunja. N o obstante, en la región C aribe y en algunas localidades del
occidente, las relaciones entre la clase dom inante y la fogosa fuerza de trabajo
afrocolom biana se han caracterizado por una m ayor n atu ralid ad e inform alidad.
D urante el siglo xix, las tres regiones principales fueron antagonistas en
lo político y las zonas occidental y caribeña com partieron la antipatía que les
desp ertab a la ciu d ad capital en el oriente. En estas rivalidades regionalistas sub-
yace la tradición de varios siglos de autonom ía de ciudades com o P opayán y
C artagena. Tal sen tid o de im portancia regional tuvo un cim iento en el poder
económ ico y otro en la tradición política. C ada una de las tres regiones controló
m edios únicos. Bogotá contó principalm ente con el po d er político, resentido en
las d em ás regiones. C om o respaldo de este poder, la cordillera O riental poseía
ricos recursos agropecuarios, una fuerza laboral indígena sobreviviente y una
población m ucho m ayor que la de cualquiera de las otras dos regiones. En el
occidente estaba el grueso de los depósitos de oro, el único p roducto im portante

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21^ M arco I ’ a i .a c i o s - í'r a n k S a ffo rd

de exportación d u ra n te la Colonia y la prim era m itad del siglo xix. Sobre el oro
se erigieron la riqueza e influencia de P opayán en el valle del río C auca y d e Me-
dellín y otras ciu dades en A ntioquia. Por su parte, en la era colonial, C artag en a
controló el com ercio exterior legal y gran parte del contrabando.
A dem ás de las divisiones económ icas, culturales y políticas en tre las tres
regiones principales, la historia colom biana aparece m arcada por otra frag m en ­
tación: la originada d entro de cada una de aquellas por la dispersión de los h a ­
bitantes. D urante el siglo xvi y principios del siguiente, la m ayor p arte d e los
colonizadores españoles estaba concentrada en unas cuantas ciudades estables:
Santa Fe de Bogotá, Tunja y P am plona en la cordillera O riental; P opayán y P asto
en la Occidental, y C artagena en la costa atlántica. Tam bién p u lu lab an las c o m u ­
n id ad es pequeñas e inestables, fu n d ad as por españoles av en tu rero s q u e b u sca­
ban fo rtu n a en áreas rem otas. M uchas com unidades españolas desaparecieron,
particu larm en te en el occidente y en el valle del Alto M agdalena, bien fuera p o r
la resistencia o la m o rtan d ad de la población indígena, o por el agotam iento de
los depósitos auríferos.
D esde el siglo xvii hasta el xix las com unidades asentadas sobre to d o en
las regiones san tandereana y antioqueña dieron origen a m ovim ientos coloniza­
do res qu e establecieron u n a cadena de poblados en los nichos cultivables d e las
vertientes. En las laderas san tandereanas se fun d aro n m ás de 70 poblaciones. De
la zona de Santa Fe de A ntioquia salieron colonos hacia todas las direcciones,
a u n q u e el em puje m ás vigoroso se dio hacia el sur, siguiendo la cordillera C en­
tral. Estas dos regiones llegarían a contarse entre las de m ayor den sid ad h u m an a
del país, pero su topografía contribuyó a una m ayor atom ización aldeana. Sin
em bargo, la artesanía san tandereana de textiles dio pie al desarrollo de centros
u rb an o s m ás sustanciales.
Por su parte, en las tierras bajas del valle del M agdalena, la costa atlántica
y los Llanos O rientales la población tendió a dispersarse en com u n id ad es aún
m ás pequeñas, pero por razones distintas. G ran p arte de la tierra en estas regio­
nes se utilizaba para el levante de ganado, que requería poca fuerza de trabajo.
D urante la Colonia, las llanuras del valle del Bajo M agdalena abastecieron de
g an ad o vacuno, porcino y de cereales a las ciudades de la costa, a la flota es­
p añ o la y en cierta m edida a las islas del Caribe. Sin em bargo, las inundaciones
invernales d u ran te gran parte del año obligaban el traslado del ganado a tierras
m ás altas y m uchas veces dificultaban el abastecim iento de carne y alim entos a
los consum idores de la costa. Las inundaciones tam bién afectaban a gran parte
d e los Llanos O rientales.
C om u n id ades pequeñas y dispersas tam bién caracterizaron zonas de
ecología m uy diferente, com o las selvas chocoanas y am azónicas. Estas últim as
perm anecieron prácticam ente ignoradas por los colom bianos hispanohablantes
hasta el siglo xx e incluso hoy día tales regiones están apenas parcialm ente inte­
g ra d as a la política y econom ía nacionales.

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l lisroKiA or C olombia . P aís fk.acailntado , scxiildad divipida 21

A largo plazo, la colonización centrífuga reforzó la dispersión de la p o ­


blación. A m ed iad o s del siglo xix, C olom bia era un país sin ciudades grandes
pero con un gran n ù m ero de pueblos m edianos y pequeños. En 1851 una sola
ciud ad , Bogotá, tenía m ás de 30.000 habitantes. H abía 30 m unicipios que tenían
en tre 8.000 y 15.000 habitantes, casi 150 que tenían entre 4.000 y 8.000, otros 230
q u e estaban entre los 2.000 a 4.000 y m ás de 300 con m enos de 2.000 habitantes.
La riv alid ad en tre estas poblaciones ha sido u n a característica continua
d e la política colom biana d esd e la C olonia hasta hoy. C artagena y P opayán
rivalizab an con Santa Fe d e Bogotá en la era colonial. M edellín, com o centro
financiero en el siglo xix e in d u strial en el siglo xx com pitió con la capital n a ­
cional, Bogotá. El cam bio económ ico hacía que ciu d ad es y pueblos que alg u n a
vez fueron d o m in an tes tu v ieran que ceder el paso a sus rivales. En el norocci-
den te, Santa Fe de A ntioquia p erd ió su ascendencia sobre M edellín a fines del
siglo xviii y p or esa m ism a época M edellín consiguió afirm arse sobre Rionegro.
M ientras tanto, R ionegro encontró un rival en la em ergente M arinilla y así su ­
cesivam ente. Popayán, la ciu d ad dom inante de la región caucana en la Colonia,
tuvo en Cali u n ad v ersario perm anente, pero Cali debía cuidarse de Buga. En
el siglo xix, P opayán y Buga se rezagaron y Cali surgió com o el centro regional
m ás im portante. En el siglo xviii, C artagena, que controlaba la m ayor p arte del
com ercio exterior legal, encontró un rival en M om pox, un em porio para bienes
d e co n trab an d o traídos desd e Santa M arta, R iohacha y otros lugares costeros. En
la era republicana, cu an d o se instauró un sistem a com ercial m ás abierto, C arta­
gena perdió el liderazgo com o puerto caribeño prim ero frente a Santa M arta y
m ás tard e frente a B arranquilla.
El com ercio en tre las tres regiones ha sido relativam ente escaso. Esto p u e ­
d e atribuirse en p arte a los altos fletes del transporte terrestre, debidos en gran
m ed id a al clim a y a la topografía. La construcción y el m antenim iento de cam i­
nos o vías férreas eran m uy costosos, especialm ente en los terrenos de pendiente
barrid o s por las torm entas. En la década de los años 1870 se calculó que el costo
de construcción de ferrocarriles en los A ndes m ás o m enos duplicaba el de los
Estados U nidos y C anadá.
La dispersión dem ográfica tam bién entorpecía el com ercio de larga dis­
tancia. En casi todos los núcleos habitados, la m ayor parte de la alim entación y
del vestuario se producían localm ente y había solo un comercio lim itado fuera
d e la com arca inm ediata. Seguram ente bastante tuvieron que ver los costos de
transporte en esta tendencia a la autarquía local. Pero tam bién es cierto que las
condiciones de la ecología andina perm iten producir una variedad considerable
de alim entos dentro de un área geográfica m uylim itada. Com o la tem peratura d e­
pende de la altitud, las vertientes andinas son propicias para cultivar una am plia
gam a de productos en áreas contiguas. En las altiplanicies de la cordillera O rien­
tal, los cultivadores sem braban distintas variedades de papa y de cereales (quinua
antes de la Conquista, trigo y cebada después de la llegada de los europeos). En

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M a r c o 1’ a i .a c io s - F r a n k S a f f o h i )

los flancos de m ás abajo el clima era ideal para producir m aíz y arracacha; to d av ía
m ás abajo germ inaban plantas tropicales com o la yuca, el aguacate o la gu ay ab a,
antes de la C onquista, y la caña de azúcar y los bananos después.
La integración vertical perm itió diversificar la dieta sin recurrir al co m er­
cio de larga distancia. Por tanto, si el clima y la topografía o bstaculizaban el
com ercio interregional, tam bién lo hacían superfluo. Este factor p u d o re ta rd a r
la m ejoría del transporte. Pocos bienes tenían que m overse entre las g ra n d es
regiones. En consecuencia, m ientras que a lo largo del siglo xix las elites escribie­
ron sobre la necesidad de m ejorar los transportes, las realidades de una có m oda
com plem entariedad local debilitaron quizás este sentido de urgencia.
H asta el com ercio local fue bastante restringido, un hecho reflejado en las
condiciones prim itivas de las vías de com unicación. En la provincia del Soco­
rro, d o n d e los ríos pasaban por h o ndas barrancas, los viajeros tenían q u e c ru z a r
jalados por sogas de cuero, de las cuales p en d ían plataform as precarias en las
q ue iban los pasajeros y sus cargas, m ientras sus bestias pasab an a nado. Este
sistem a se llam aba "cabuya" en el Socorro y "tarab ita" en el su r d e la co rd illera
C entral.
La dispersión de la población ofrecía pocos m ercados suficientem ente
am plios com o para estim ular la inversión en cam inos, p u entes y ferrocarriles, o
para convencer a los políticos de definir un interés nacional. D adas la topografía
y la distribución de los habitantes, solo un proyecto, la m ejoría de la navegación
en el río M agdalena, fue considerado en el interés inm ediato de la m ayoría de las
regiones. La construcción de cam inos, y m ás tard e de ferrocarriles, desd e los al­
tiplanos hasta el M agdalena, dio pie, sin em bargo, a un sinnúm ero de conflictos
entre regiones y localidades porque cualquiera que estableciera com unicaciones
m ás eficientes podría dom inar com ercialm ente a las dem ás. Estas rivalidades se
replicaban hasta el m ás ínfim o nivel local.
Entre 1833 y 1844, la irrisoria sum a de dinero disponible para realizar
obras públicas se distribuía entre las provincias sobre una estricta base p er cápi-
ta, con el resultado obvio de que ninguna ruta progresó dem asiado. En la déca­
da de los años 1840 hubo intentos de concentrar los fondos del p resu p u esto en
algunos proyectos nacionales, abortados por la reacción federalista de la década
siguiente. D urante los siguientes 30 años, no hubo dem asiado em peño en trazar
un cuadro de p rioridades nacionales y el desarrollo de los transportes q uedó
en gran parte a cargo de las regiones. En la década de los años 1870, un inten­
to de utilizar fondos nacionales para construir un ferrocarril que beneficiaría el
oriente desató un intenso antagonism o en el occidente y la costa y term inó des­
em p eñ an d o un im portante papel en la reorientación de la política colom biana.
D urante casi todo el siglo xix, los políticos colom bianos enfrentaron el problem a
de las prio rid ad es haciendo caso om iso de él. Com o resultado, proliferaron los
proyectos pequeños mal financiados y m uchas veces fallidos y solo hubo m ayor
avance en el tran sporte terrestre en el siglo xx.

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i llS T D R I A 1)1 C O l . O M R l A . P a ÍS r R A C M F .N T A I X Ì , SCX ll D A D D I V ID ID A 23

Pese a estas lim itaciones, hubo algún com ercio entre las regiones, tanto en
la era precolom bina com o en tiem pos m ás recientes. El intercam bio se lim itó a
unos pocos bienes qu e eran escasos en ciertas regiones y con un valor suficien­
tem ente alto para justificar los costos del transporte. Los m uiscas, por ejem plo,
intercam biaban textiles de algodón y sal (escasa en casi todas las dem ás regio­
nes) p or oro y conchas de m ar, con las com unidades de la hoya del M agdalena.
Del m ism o m odo, los indígenas que poblaban los actuales territorios de A ntio­
quia intercam biaban con los pueblos de la costa su oro p o r esclavos, textiles y
pecaríes.
En el p erio d o colonial y hasta un as décadas después, la cordillera O riental
abasteció a A ntioquia con tejidos de lana y algodón. Entre los bienes del com er­
cio de larga distancia, dos fueron altam ente valorados y su venta fue m onopolio
estatal: el tabaco y la sal, extraída de las m inas de Z ipaquirá y de otras m ás p e­
qu eñ as en la cordillera O riental. Pocos alim entos ingresaban al com ercio inter­
regional de larga distancia. El m ás im portante fue quizás el ganado, que tenía
la gran ventaja de tran sp o rtarse por sí m ism o. En la C olonia, el ganado que se
criaba en los valles del Alto M agdalena abastecía m ercados tanto de la cordillera
O riental com o de la región caucana. A dem ás del ganado, el cacao, cultivado con
éxito en un as pocas regiones, tenía un precio suficientem ente alto com o para
pag ar los fletes de m ula.
Com o resu ltad o de la fragm entación histórica de C olom bia, la escala del
com ercio interno era dem asiado pequeña de m odo que no estim uló un creci­
m iento dinám ico. Por esto, se necesitaba el im pulso del com ercio externo para
propiciar un crecim iento económ ico vigoroso. Sin em bargo, d u ra n te m ucho
tiem po, casi dos siglos, el crecim iento del com ercio exterior ay u d ó a ag udizar
la fragm entación del m ercado interno y no a fom entar su integración. El efecto
d e fragm entación qu e ejerció el com ercio exterior em pezó a hacerse evidente a
com ienzos del siglo xviii. D urante el siglo xvii, la harina de trigo se despachaba
d esd e los altiplanos orientales hasta el río M agdalena y de allí a los m ercados de
la costa, de A ntioquia y de otras regiones del occidente. Pero desde com ienzos
del siglo XVIII fue m ás viable y m ás barato para la costa abastecerse de harina de
trigo proveniente d e N orteam érica.
La p érd id a d e los m ercados de harina de trigo por la com petencia de p ro ­
ducto res externos fue p arte del proceso general de fragm entación regional que
se dio en el siglo xviii, pero aún m ás m arcadam ente en el siguiente. D urante
la era precolom bina y la m ayor parte del periodo colonial, el com ercio interre­
gional se vio lim itado p o r los altos costos del transporte. Sin em bargo, en los
últim os años del siglo xviii y d u ra n te el siglo xix, el debilitam iento de los pocos
lazos com erciales en tre las regiones se acentuó con la eficiencia creciente de las
econom ías del A tlántico N orte. A m ediados del siglo xix, los cam pesinos del in­
terior todavía u saban arados de m adera y trillaban el trigo haciendo correr caba­
llos sobre m ontones de espigas recién segadas; los artesanos hilaban y tejían con

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2"^ M arco [ ’ a i a c ic x ; - F r a n k S a i t o r f )

técnicas antiquísim as y los bienes se tran sp o rtab an a lom o de m ula. M ientras


tanto, en E uropa occidental y los Estados U nidos la ag ricu ltu ra y la in d u stria
se transform aban velozm ente. Los canales y luego los ferrocarriles redujeron
los costos de transporte terrestre a m enos de u n décim o de su nivel anterior; el
vap o r increm entaba la velocidad y seguridad del com ercio fluvial y m arítim o.
No solo las harinas sino u n a gran cantidad de bienes m an u factu rad o s en Europa
y los Estados U nidos se p o d ían ad q u irir en las plazas interiores de C olom bia a
m enor precio que los p roductos locales. A m ediados del siglo xix, el flete m arí­
tim o y fluvial d esde Liverpool hasta H onda no fue m ayor que el tran sp o rte de
Bogotá a H onda. Así, u n a econom ía fragm entada por la topografía se desintegró
aú n m ás p o r el atraso tecnológico relativo. Esta situación contribuyó a acentuar
la desintegración política que, desde 1840 hasta fines de la década de los años
1870, encontró su expresión form al en el federalism o.
H asta bien en trad o el siglo xix, el crecim iento del com ercio exterior m a­
logró los intentos de Colom bia por integrar u n m ercado interno, po rq u e su
volum en era d em asiado escaso para justificar el m ejoram iento del transporte
terrestre. D u rante la prim era m itad del siglo xix, C olom bia se rezagó bastante
com o ex p o rtad o r si se com para con otros países latinoam ericanos, en especial
con la eficiente producción agraria de U ruguay y A rgentina y con la producción
azucarera de Cuba. Incluso com o país exportador, C olom bia se rezagó frente
a naciones com o Ecuador y Venezuela. En efecto, en el siglo xviii V enezuela y
E cuador se convirtieron en im portantes exportadores de p ro d u cto s agrícolas,
m ientras que la N ueva G ran ad a (como se denom inó C olom bia hasta 1863) ex­
portó casi exclusivam ente oro. D esde 1820 hasta fines de la década de los años
1860, el p eriodo de m ayor desintegración económ ica y política, el país buscó sin
m ayor éxito pro ductos de exportación adecuados a sus necesidades de divisas.
Solo el tabaco, a p artir de 1845, registró una cierta m edida de éxito, au n q u e rela­
tivam ente m odesto; otros p roductos tropicales tuvieron periodos de com erciali­
zación externa de m uy corta duración y en m uy baja cuantía. H asta el despegue
del tabaco, el oro continuó siendo el producto p re d o m in an te de exportación.
Prim ero el com ercio del tabaco (1845-1865) y luego, en una escala m ucho más
im portante, el del café, increm entaron el valor de las exportaciones colom bianas
per cápita. Sin em bargo, la situación relativa del país com o ex p o rtad o r en el con­
junto latinoam ericano no varió m ayor cosa {véase el cuadro 1.1).
El atraso relativo de Colom bia com o exp o rtad o r de pro d u cto s tropicales,
sobre todo en com paración con V enezuela o G uayaquil, es un dilem a que exige
por lo m enos un intento de explicación. Es posible que las condiciones para el
cultivo y el tran sporte de algunos productos exitosos de exportación durante
la Colonia, com o el cacao, fueran m enos favorables en algunas regiones de la
N ueva G ran ad a que en las zonas costeras de V enezuela o Ecuador. A unque el
valle del Bajo M agdalena tenía una ubicación privilegiada para la exportación
de p roductos tropicales, estaba sujeto a inundaciones periódicas. Sin em bargo.

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I ( is t o r ia d i C o i o m b i a . P a is i -r a c m k n t a t o , ^k x ' i i d a d d iv id id a 25

Cuadro 1.1. Exportaciones per cápita de algunos países latinoam ericanos hacia
1850,1870,1890,1912 (en dólares norteam ericanos).

País 1850 1870 1890 1912


U ru gu ay 54,9 46,6 44,6 50,3

Cuba 22,2 44,3 55,7 64,7

C osta Rica 11,4 21,2 37,9 27,1

A rgentina 10,3 16,5 32,4 62,0

C hile 7,8 14,2 20,3 44,3

B olivia 5,5 8,6 12,4 18,6

Latinoam érica en con jun to 5,2 8,9 11,7 20,4

Brasil 5,0 8,6 9,6 14,2

Perú 3,7 1 0 ,1 3,3 9,4

V en ezu ela 3,3 6,8 8,3 10,5

M éxico 3,2 2,3 4,4 10,7

Ecuador 2,0 5,0 8,1 15,5

C olom bia 1,9 6,6 5,7 6,4

G u atem ala 1,7 2,5 7,5 7,2

Paraguay 1,3 5,8 8,5 8,6

Fuente: co n base en V ictor B ulm er-T hom as, The Economic H istory o f Latin America since Independence,
C am b rid g e U n iv ersity Press, 1994, Tabla 3.5.

algu n as zonas de la costa tenían un gran potencial agrícola, pero no se explota­


ban con fines de exportación. Así pues, es preciso recurrir a otras explicaciones
para en ten d e r el atraso de Colom bia com o ex p o rtad o r de bienes agrícolas.
La existencia de oro en lingotes para la exportación parece haber afectado
de diferentes m aneras la exportación agrícola. Las bonanzas m ineras del oro
entre los siglos xvi y xviii parecen haber desestim ulado el cultivo de otros p ro ­
ducto s para el intercam bio con el extranjero. A dem ás, d ad o el alto valor del oro
en relación con su peso y volum en, se podía exportar sin necesidad de m ejorar
significativam ente las condiciones de transporte. Por consiguiente, las exporta­
ciones auríferas no allan aron el cam ino para la exportación de otros productos.
En los últim os decenios de la Colonia, tanto m iem bros la elite criolla com o alg u ­
nos ad m in istrad o res españoles sí favorecieron la exportación de bienes distintos
del oro. Pero se enco n traron con que ni a los com erciantes ni a los funcionarios
del gobierno español les interesaban los productos tropicales provenientes de la
N ueva G ranada. A fines del siglo xviii, los com erciantes españoles solían negarse
a acep tar cualquier otro prod u cto distinto del oro com o m edio de pago; por otra
parte, quienes fo rm ulaban las políticas en España no se m ostraron dispuestos a
conceder a la N u ev a G ran ad a las ventajas com erciales que sí otorgaron a C uba y

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2h M a r c o P a i .a c io s - I ' r a x k S a f r o r d

a V enezuela. Así pues, adem ás de la costum bre de la N ueva G ran ad a d e utilizar


el oro com o m edio de intercam bio, tam bién parece haber existido en E spaña
u n hábito, si es que no una política consciente, de percibir a la N ueva G ran ad a
prim o rd ialm en te com o proveedor del m etal precioso, y no com o una fuente de
p ro d u cto s tropicales. O tra posible consecuencia de este p atró n colonial de d e ­
pendencia de las exportaciones auríferas, reforzado por las políticas españolas,
fue q u e la N ueva G ranada dio inicio a la era republicana sin haber d esarrollado
m odelos para el cultivo y la exportación de productos tropicales. Pero es preciso
señ alar que esta explicación que hace énfasis en la d ependencia del oro com o
p ro d u cto de exportación se ofrece aquí apenas com o u n a hipótesis para despejar
la incógnita del rezago en com paración con los d em ás países de la región.
D espués de los afortunados em peños por exportar tabaco (1845-1865), se­
g u id o s de los m enos fructíferos y m ás efím eros experim entos con la corteza de
q u in a y los fru strados conatos con el añil y el algodón, a p artir de la década de
los años 1860 los colom bianos em pezaron a confiar en el café com o un potencial
p ro d u cto exportable. El cultivo del café para exportación em pezó en el norte de
S antander, se extendió a C undinam arca, luego a A ntioquia, y posteriorm ente se
p ro p ag ó hacia el sur hasta C aldas, el Q uindío y el Valle del Cauca. En la década
d e los años 1880 el café llegó a convertirse en el principal p ro d u cto de exporta­
ción colom biano. Su expansión continua aseguró una carga m ayor e increm entó
el com ercio de im portación, lo cual perm itió al país ingresar tard íam en te a la era
del ferrocarril. La expansión cafetera tam bién increm entó indirectam ente los in­
gresos fiscales, fortaleció el G obierno nacional y lo obligó a p restar m ás atención
a los problem as del transporte.
Con todo, la construcción de ferrocarriles procedió con lentitud. Hacia
1904, d esp u és de un cuarto de siglo de expansión cafetera, el país tenía poco más
d e 565 kilóm etros de vías férreas. El progreso se d etu v o debido a la inestabilidad
política. Las guerras civiles m ayores, de 1876,1885 y en especial 1899-1903, suc­
cionaron fondos hacia el gasto m ilitar. A dem ás, seguían con tan d o los m ism os
factores de fragm entación tantas veces m encionados, que im pidieron establecer
p rio rid ad es claras en la construcción de ferrocarriles.
A partir de 1905 fue palpable el m ejoram iento de los transportes. El resta­
blecim iento del orden político fue quizás la causa m ás im portante de la expansión
ferroviaria. El ritm o constructor se duplicó y en 1909 la capital quedó conectada
p or vía férrea con el río M agdalena. Poco después Cali q uedó vinculada efectiva­
m en te al com ercio internacional con la term inación del canal de P anam á (1914)
y del ferrocarril que la com unicaba con el puerto de B uenaventura en el Pacífico
(1915). Sin em bargo M edellín, la segunda ciudad del país, apenas com pletaría
su conexión al M agdalena en 1929, después de construir un túnel de m ás de tres
kilóm etros. Hacia 1930, Colom bia todavía estaba lejos de tener una red integra­
da de transportes. Incluso las dos ciudades principales, Bogotá y M edellín, no
estab an com unicadas directam ente por tren.

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i liííK 'iR iA t)i:' C o i o m b i a . P a í s f k a c m f n t a í x :), s c x ' h ' d a i ) d iv id id a 27

Al fin y al cabo, la integración económ ica se verificó principalm ente por


m edio de carreteras. El ferrocarril, con su exigencia de pendientes suaves, no
era, ciertam ente, la tecnología de transporte ideal para las condiciones colom ­
bianas. El au to m o to r con su versatilidad, y las carreteras con su flexibilidad de
rutas, se a d a p ta b an m ejor a la geografía colom biana. A p artir de 1910 se em ­
p ren d ió un p ro g ram a serio de construcción de carreteras, au n q u e tam bién este
se vio obstaculizado p o r la incapacidad de establecer prioridades. A unque hacia
1950 el sistem a vial de C olom bia seguía siendo bastante deficiente, por lo m enos
había perm itid o un a cierta integración económ ica nacional.
La intensificación del com ercio exterior en la segunda m itad del siglo xix y
el subsecuente m ovim iento hacia una econom ía nacional integrada transform a­
ron los patrones d e desarrollo urbano. M uchas de las ciudades que florecieron
en tre los siglos xvi y xviii, debido a sus roles económ icos y políticos bajo el sis­
tem a colonial, se estan caron en los siglos xix y xx. Su im portancia com o centros
urb an o s dom in an tes cedió paso a ciudades cuya m ejor ubicación les perm itía
apro v ech ar un sistem a de com ercio liberalizado que se concentraba cada vez
m ás en el com ercio internacional.
En la región del Cauca, por ejem plo, P opayán fue, d u ra n te la Colonia,
sede d e las au to rid a d es políticas y eclesiásticas y hogar de acaudalados e m p re ­
sarios en la extracción aurífera. Pero, con el crecim iento de las exportaciones
tabacaleras en Palm ira en la seg u n d a m itad del siglo xix, esa ciudad y Cali co­
m en zaro n a su p erar a Popayán. A p artir de 1915, cuando las conexiones férreas
con la costa pacífica conectaron efectivam ente a Cali con el m u n d o exterior, esta
se convirtió en la ciu d ad principal de la región del Cauca. En el curso de los
siguientes cincuenta años. Cali fue la ciudad g rande de m ayor crecim iento de
C olom bia, y su población se m ultiplicó 14 veces entre 1918 y 1964.
A sem ejanza de P opayán en el Cauca, C artagena dom inó la región atlá n ­
tica d u ra n te la Colonia. G racias a su puerto fortificado y a su proxim idad al
istm o de Panam á, d o n d e ag u ard ab a la plata peruana, C artagena llegó a ser paso
obligado para las flotas españolas que transportaban los tesoros am ericanos. La
ciu d ad abastecía de alim entos y vituallas a las naves peninsulares y les brindaba
protección m ilitar. Al m ism o tiem po era el centro de la exportación legal de oro
y de la im portación de esclavos para la N ueva G ranada. En efecto, C artagena
llegó a ser un im p o rtan te centro de actividad com ercial, d o n d e el poder m ilitar
era g aran te de la m ism a; con el establecim iento del T ribunal de la Inquisición,
tam bién fue asiento de la au to rid ad eclesiástica. Pero con el colapso del sistem a
colonial la im portancia de C artagena m enguó. El fin del sistem a de com ercio
con tro lad o redujo el m ovim iento com ercial de la ciudad y, por las m ism as ra z o ­
nes, su dom inio m ilitar. En la era republicana, C artagena, por no conservar su
conexión al río M agdalena por m edio del canal del Dique, se rezagó frente Santa
M arta en la d écad a de los años 1830. M ás tarde, en la segunda m itad del siglo
xix, tan to C artagena com o Santa M arta perdieron su dom inio com ercial frente a

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78 M arco ['’a i .a c io s - F r a \ k S a it o r it

Barranquilla, sobre todo cu an d o esta logró explotar con m ayor eficiencia su u b i­


cación en la desem bocadura del M agdalena. M ientras la población de C artagena
bajó entre 1850 y 1870, la de B arranquilla creció el 90 por ciento. A p artir de 1870,
el crecim iento de B arranquilla se m antuvo gracias a la conexión por ferrocarril
de su pu erto m arítim o con el M agdalena.
Por otro lado, en la segunda m itad del siglo xviii, el Socorro y otras ciu ­
d ad es de lo que hoy es el d ep artam en to de S an tan d er tuvieron un crecim iento
im p ortante en parte por la producción artesanal de textiles, u n a p arte d e la cual
se com ercializaba en A ntioquia y otras regiones. Pero hacia m ed iad o s del siglo
XIX, los tejidos de S antander fueron p erdiendo terreno en A ntioquia y otros lu g a­
res en favor de los textiles im portados. Los intentos de su stitu ir la producción de
som breros de fibra de palm a, tanto para exportación com o para consum o inter­
no, sostuvieron tem poralm ente a los artesanos san tan d erean o s y a los de otras
regiones. N o obstante, la segunda m itad del siglo xix fue testigo del estancam ien­
to de m uchas de estas ciudades artesanas. A p artir de 1870, B ucaram anga surgió
com o ciudad dom inante de la región, com o centro im p o rtad o r y d istrib u id o r de
bienes y com o ex portador de café.
Así, m ientras num erosas ciudades que gozaron de im portancia d u ra n te
la Colonia decayeron o se estancaron en la segunda m itad del siglo xix, otras,
m ás conectadas con el desarrollo del com ercio de exportación e im portación,
crecieron notablem ente. En algunas de estas, com o M edellín o B arranquilla, este
crecim iento ya era evidente entre 1850 y 1870; en otras, com o Cali o B ucaram an­
ga, la dinám ica del crecim iento vino después.
Pese al crecim iento relativam ente ráp id o de los centros de im portación-
exportación a partir de 1850 hasta bien en trad o el siglo xx, Colom bia continuó
siendo un país de num erosas ciudades pequeñas. Esta dispersión urbana, reflejo
de la fragm entación económ ica del país, siguió caracterizando al país hasta que
las redes vial y ferroviaria construidas d u ra n te la prim era m itad del siglo xx
em pezaron a crear por prim era vez algo parecido a un m ercado nacional. Con
la integración económ ica del país em pezó un notorio crecim iento urbano en las
cuatro principales ciudades: Bogotá, M edellín, Cali y B arranquilla.

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EL TRASFONDO INDIGENA

Puesto q u e l a t o p o g r a f í a c o l o m b i a n a ha aislado las regiones entre sí y a

los habitantes del interior con el m undo, so rp ren d e que al país se le haya llam a­
do "la p u erta de Suram érica". Es cierto que m ientras el istm o de Panam á estuvo
bajo jurisdicción d e Bogotá, parte del siglo xviii y todo el xix, constituyó el paso
principal del A tlántico al Pacífico y por tanto a las costas del occidente suram eri-
cano. Pero C olom bia en sí ha sido m ás bien una barrera que una puerta. Las sel­
vas q u e la separan de P anam á continúan siendo hasta hoy el principal obstáculo
para la conclusión de la carretera Panam ericana. En años recientes, el país ha
servido de p u erta a S uram érica de un m odo peculiar: com o centro de refinación
y distribución de las redes de la cocaína.
Sin em bargo, en una perspectiva histórica de m uy largo plazo, C olom bia
ha sido una p u erta y m uy im portante. D esde el poblam iento inicial de Am érica
hasta la conquista euro p ea a fines del siglo xv, diversos pueblos transitaron por
su territorio. Las prim eras m igraciones a través del país perm anecen envueltas
en los velos de la prehistoria. Es probable que la costa pacífica de Colom bia haya
servido de etap a in term edia en la m igración secular de los pueblos y culturas
de C entroam érica y Suram érica. El valle del río M agdalena debió proveer otro
ám bito para la conexión de las culturas del C aribe con las de la gran cuenca am a­
zónica. A rtefactos arqueológicos hallados en tierras colom bianas ofrecen m udo
testim onio de un tejido de influencias am azónicas, caribeñas, centroam ericanas
y centroandinas. La cu ltura de San A gustín, el sitio arqueológico m ás fam oso del
país, ubicado en tierras m ontañosas próxim as al nacim iento del río M agdalena,

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20 M arco I ' a i .a c io s - F r a n k S a i -ic 'i r i )

se desarrolló tem pranam ente, unos 300 años a.C. U na garganta abierta en la cor­
dillera cercana lo convirtió en paso natural entre las cuencas del A m azonas y del
M agdalena. Los centenares de esculturas de piedra que pu eb lan las lom as que
ro d ean a San A gustín ofrecen rasgos sim ilares, au n q u e no en estilo, al arte lítico
de la cu ltu ra C havin de los altiplanos del Perú, c. 900 a.C. M uchos tem as del arte
d e estas dos cu lturas parecen com partir u n m ism o origen am azónico.
O tro canal de com unicaciones fue la hoya del río C auca, extendido en el
eje norte-sur, que facilitó el contacto de las culturas de N icaragua y las del su r
colom biano. G ru pos tribales, au n q u e m ostraron p articu larid ad es locales, com ­
p artieron m odos sim ilares de organización política y económ ica, costum bres,
creencias religiosas y culturas m ateriales. Esto últim o p u ed e observarse fácil­
m ente en los rasgos com unes de la extraordinaria orfebrería que se desarrolló
en toda esta área desde el año cien de nuestra era hasta la época de la conquista.
El flujo h u m an o continuo, com binado con la d iv ersid ad de nichos ecoló­
gicos, hizo que fueran vecinos pueblos de lenguas y atrib u to s culturales m uy
diferentes. Entre los m uchos dialectos que hablaban las poblaciones aborígenes
a la llegada de los conquistadores p red om in aban tres fam ilias lingüísticas: la
chibcha, la caribe y la arahuac. P uesto que las m igraciones y el poblam iento
fueron m oldeados por las condiciones geográficas alu d id as, estos tres grupos
lingüísticos no constituyeron bloques territoriales cohesionados y m ás bien es­
tu v ieron entrem ezclados y dispersos. A la llegada de los españoles, los chibchas,
ligados cultural y lingüísticam ente a C entroam érica, ocupaban varias zonas de
las altiplanicies: en la Sierra N evada de Santa M arta, en la cordillera O riental y al
su r de la cordillera C entral. A lgunos g rupos de la fam ilia chibcha, com o los cuna
y los cueva, vivían en las zonas bajas que bord ean el istm o de Panam á. Por la
m ism a época, los caribes y los arahuacos p red o m in ab an en las tierras bajas: los
prim eros en la costa del Caribe, en los valles del M agdalena y del Bajo Cauca, y
los segu n d o s en los Llanos O rientales, la A m azonia y la península de La Guajira.
Se sup o n e que los caribes, tem idos por los españoles por la destreza en el uso
de arcos y flechas envenenadas, desplazaron a los chibchas y arahuacos, pobla­
dores originarios de las zonas bajas, en una invasión que debió ocurrir unos dos
siglos antes de la C onquista.
Sim plificando, los pueblos precolom binos de la actual Colom bia pueden
clasificarse en tres g rupos que corresponden m ás o m enos a las tres regiones to­
pográficas. En la región del C aribe ocurrieron m ás tem p ran am en te im portantes
desarrollos culturales, en particular el establecim iento de las prim eras aldeas
sedentarias. Pueblos costeros que hacia 3000 a.C. d ep en d ían de la recolección de
m oluscos, habían desarrollado hacia 2000 a.C. u n a econom ía m ixta que explota­
ba ab u n d an tes recursos m arinos y fluviales, pero tam bién cultivaba yuca brava
y otros tubérculos. H acia la época de Cristo, el m aíz, traído de C entroam érica,
irru m p ió en los paisajes aldeanos del C aribe y el Bajo M agdalena. Más producti­
vo y n u tritivo que la yuca, el m aíz dio base al crecim iento dem ográfico. Im puso

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i liSTOKiA DI C o i o m b i a . P a í s i k a ( ; m i :n t a i x ), s l x 'H'u a i ) d i \ i p i o a 31

Mapa 2.1. Principales p ueblos indígenas a la llegada de los españoles.

F a m ilia C arib e

i F a m ilia C h ib ch a

; F a m ilia C h ib ch a c o n in flu e n c ia C arib e Tajronas y J K o ^ is

L os T um aco

T ier ra d en tro

Fuente: A tla s de Colombia, In stitu to A gu stín C od azzi.

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12 M arco E a i .a c io s - I-r a x k S A r r o R i)

ad em ás un nuevo desafío técnico cuya resolución im plicaba conocer los ciclos


d e crecim iento botánico y los de lluviosidad. Este últim o saber p u d o h ab er o ri­
g in ad o una clase sacerdotal de expertos m eteorólogos. En todo caso, a diferencia
d e la yuca, el m aíz p u ed e alm acenarse, y por largos períodos. La posibilidad de
acu m u lar excedentes para el intercam bio com ercial dio lugar a la aparición de
g ru p o s de jefes que los controlaban. El m aíz debió trasform ar estas aldeas ig u a ­
litarias en sociedades o rd en ad as jerárquicam ente.
Por la época de la conquista española ya existían un id ad es políticas signifi­
cativas en las cuencas inundables de los ríos que afluían al Caribe. Así, en los v a­
lles del Sinú, del Cauca y del M agdalena algunas culturas habían creado sistem as
a g ran escala de cam ellones paralelos que perm itían m antener la agricultura en
condiciones de inundación periódica. La construcción de estas obras hidráulicas
exigía jerarquías com plejas. U na de las culturas m ás im presionantes fue la sinú,
cuyas jefaturas federadas dom inaban estas zonas. El territorio estaba gobernado
p o r tres jefes em parentados entre sí, m ás o m enos deificados y cuya a u to rid a d
reconocían m utuam ente. C ada uno regía una com unidad bastante urbanizada.
Al m enos una de ellas, el centro religioso de Finzenú, tenía calles y plazas y con­
tenía unas veinte casas m ultifam iliares, cada una con tres o cuatro edificaciones
anexas, destinadas a los sirvientes y al bodegaje. Se dice que en su tem plo cabían
unas mil personas. Las elites de estas poblaciones eran enterradas en grandes
prom ontorios que, por la época de la conquista, podían divisarse a kilóm etros.
O tro pueblo caribeño, el pacabuey, ubicado en los alrededores de Tam a-
lam eque, en el Bajo M agdalena, tam bién desarrolló una jefatura im portante.
S egún los españoles que lo encontraron prim ero, los pacabuey cultivaban una
tierra fértil, tenían caza y pesca ab u n d an tes y habitaban en pueblos d e m ás de
mil chozas.
Q uizás la cultura caribeña que m ás im presionó a los conquistadores fue la
tairona. De lengua chibcha, los tairona vivían en los flancos norte y occidental de
la Sierra N evada de Santa M arta y en su piedem onte. A provechaban la d iversi­
d a d de pisos térm icos para desarrollar una agricultura com plem entaria. Se han
descubierto m ás de cuarenta sitios de com unidades tairona, algunos form ados
por docenas de casas de m adera construidas sobre tinglados de piedra. Los tai­
ro n a se organizaron en dos grandes federaciones antagónicas, cada una con un
cen tro urbano principal. Fueron el único pueblo precolom bino del territorio de
la actual Colom bia que realizó trabajos de ingeniería en piedra: cam inos, esca­
leras, puentes, obras de irrigación y drenaje, tem plos. R esistieron la conquista
m ejor que la m ayoría de caribes en parte porque se replegaron a la Sierra, pero
tam bién po rq u e algunos g rupos habitaban alturas m enos expuestas a las enfer­
m ed ad es que trajeron los españoles, com o la m alaria y la fiebre am arilla. Estas
cau saron la catástrofe dem ográfica de los pueblos caribes de las zonas bajas. Los
sin ú es y taironas no eran representativos de todas las culturas precolom binas de
la región caribe. Estos vastos territorios tam bién fueron habitados por pueblos

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I IisivLKiA 1)1 C o l o m b i a . P a í s f k a g m k n t a i x ), sc x ' i i d a d nix iDioA 23

con u n a organización m ás rudim entaria. Por ejem plo, los chocoes, tribu selváti­
ca prim itiva, vivieron en vecindad con los sinúes.
El oro, q ue tan to interés despertó en los españoles que hicieron el p rim er
contacto con los hab itan tes del Caribe, no se extraía de la región. Se obtenía en
tru eq u e con los h ab itan tes de la cordillera O ccidental, en la región que los es­
pañoles b au tizaro n A ntioquia. Lo sacaban de los ríos, especialm ente del C auca,
au n q u e tam bién ex plotaban m inas de veta. La m ás rica era Buriticá, ubicada a
uno s treinta kilóm etros al norte de la actual ciudad de Santa Fe de A ntioquia.
El oro se enviaba al norte p o r el golfo de U rabá y de allí p o r u n a ru ta com er­
cial a C entroam érica y p o r otra al noroeste, a los sinúes y taironas y a la actual
V enezuela. A cam bio del oro recibían sal m arina, pescado, textiles de algodón,
pecaríes y esclavos. El oro de Buriticá tam bién salía por la hoya del río C auca
hacia el su r y hacia el suroeste por el Valle de A burrá, y de allí a los valles del
M agdalena.
Las sociedades precolom binas de A ntioquia form aban p arte de una cu l­
tu ra qu e se extendía al su r hasta el actual Popayán. Su población, incluida la
que habitaba las cordilleras C entral y O ccidental y el valle geográfico del Cauca,
debió ser apreciable antes de la C onquista. Los estim ativos varían entre seiscien­
tos mil y un m illón de habitantes. Estaba d iv id id a en m uchos g rupos tribales
y lingüísticos de tam añ o variable, llegando algunos quizás a cuarenta mil. A
su vez, cada tribu estaba su b d iv id id a en m uchas jefaturas locales que p o d ían
tom ar decisiones colectivas sobre la guerra, pero no integraban un sistem a cen­
tralizado. En casos excepcionales com o el del gran N u tibara, quien dom inó en la
vertiente noroccidental de la cordillera C entral, un solo jefe m antuvo au to rid ad
clara sobre un territorio considerable.
Estos g ru p o s tribales vivían en guerra perm anente. A lgunos estudiosos
de estas cu ltu ras su p o n en que las guerras se libraban p o r el control de la tierra,
d ad a la fuerte p resión dem ográfica. O tros, com o H erm ann Trim born, las a n a ­
lizan a la luz de m otivaciones sim bólicas y políticas. Según él, no eran g u erras
totales en el sen tid o de q u e un g ru p o buscara aniquilar al adversario. M ás bien
la g u erra servía a los jefes para confirm ar y fortalecer su au to rid ad . Dice T rim ­
born q ue el canibalism o, asociado con la guerra, tenía un carácter m ágico pu es
los vencedores creían q u e al consum ir al vencido de esa form a ad q u irirían su
fortaleza y arrojo.
Se pensaba q u e la energía así a d q u irid a se concentraba en los jefes, co n ­
cepto sim bolizado p o r las n u m erosas cabezas, m anos y pies de víctim as sa­
crificadas que d eco rab an las pared es exteriores de las casas de aquellos. Sin
em bargo, este canibalism o, posiblem ente m ágico en sus orígenes, en m uchos
casos pareció reb asar tal condición. El conquistador y cronista P edro Cieza de
León narra qu e alg unos g ru p o s com o los páncara y los quim baya tam bién co­
m ían m ujeres y niños, de los cuales, presum iblem ente, no podía obtenerse m u ­
cho poder. Y en otras partes del occidente fue testigo de m atanzas y canibalism o

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M a r c o I ' a i .a c io s - I ' r a n k S a i -k m ^d

d e una form a tan poco cerem oniosa com o para sugerir m otivos d istin to s a los
rituales simbólicos.
M ientras que la fragm entación política, la g uerra crónica y el canibalism o
fueron la regla en los alrededores de lo que hoy es Cali y de ahí hacia el norte,
los grupos asentados en las altiplanicies al sur de P opayán vivían de otro m odo.
Los coconucos, pastos y quillacingas hablaban chibcha y eran agricultores pací­
ficos que no consum ían carne hum ana. C om parados con el im perio incaico, eran
incivilizados y reacios. Com o se sabe, al m om ento de la C onquista la zo n a m ás
norteña del Im perio inca llegaba hasta los pueblos de Tulcán, en la actual fro n te­
ra colom bo-ecuatoriana, pero los incas no lograron incorporar a los quillacingas.
Al no dejarse absorber por el im perio incaico, p u ed e n considerarse com o los
precursores de la posterior dem arcación del territorio político.
Si bien los incas y después los conquistadores consideraron a los q u illa­
cingas y a los pastos sucios e incivilizados en com paración con los h ab itan tes
de los A ndes centrales, estos pueblos estaban m ás asentados que los del valle
del río Cauca. Por tanto se acom odaron al régim en español y sobrevivieron en
m agnitudes tales que, al fin de la era colonial, el área de Pasto perm anecía su s­
tancialm ente indígena en su cultura. En contraste, sus rebeldes vecinos del norte
declinaron dram áticam ente d u ra n te la C onquista. A lgunos pueblos de las p lan i­
cies del valle del Cauca se negaron a cultivar con la esperanza de que sin alim en ­
tos los españoles ab an d o n arían la zona. El resultado fue que m uchos indígenas
m urieron de ham bre.
Los pijaos y paeces de la cordillera C entral se sirvieron de la a b ru p ta topo­
grafía de su m edio para sustraerse del dom ino español hasta el siglo xvii, cu an d o
los prim eros serían casi exterm inados. Pero los seg u n d o s sobreviven hasta hoy
día, y llevan una existencia d u ra y precaria en pequeños nichos de las estribacio­
nes de sus m ontañas ancestrales.
El pueblo m ás renom brado en la época de la C onquista fue el m uisca o
chibcha, com o se le conoce com únm ente. D om inaba en las altiplanicies orien ta­
les, en los actuales d ep artam en to s de Boyacá y C undinam arca. O cupaba un te­
rritorio de unos 25.000 km ^ en los valles y laderas de clim a frío. Los estim ativos
de su población varían de 300.000 a dos m illones, au n q u e la m ayoría la calcula
en tre 800.000 y 1,2 m illones. Los conquistadores q u ed aro n vivam ente im p re­
sionados por sus m agnitudes, y los cronistas ap u n taro n que vivían en grandes
com unidades. No obstante, la investigación arqueológica no ha encontrado nin­
gún indicio de que los m uiscas tuvieran centros urbanos de im portancia. Los
jefes habitaban com plejos habitacionales rodeados de em palizadas, pero los
cam pesinos vivían dispersos en sus estancias.
Junto a los taironas, con quienes estaban em p aren tad o s cultural y lingüís­
ticam ente, los m uiscas desarrollaron los sistem as sociales jerárquicos m ás com ­
plejos y territorialm ente m ás extensos hallados por los españoles a su llegada.
El nivel m ás bajo de la jerarquía era la uta, organización territorial y fam iliar

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H iS lU K IA DI COI-OMIMA. P \ I S FRACiMI-.XI A IX), « X ILDAD DIVIDIDA 35

com p u esta p or u n o s ocho a veinte hogares. Varias utas se ag ru p ab an bajo el


m an d o de jefes interm edios. Los españoles llam aron "capitanes" y "caciques"
a sus superiores, jefes q u e d o m in ab an com u n id ad es de unas diez mil personas,
o quizás más. A ntes de la C onquista varios caciques se im p u siero n a otros y los
dom inaron. Entre los m ás poderosos estaban el Z ipa de Bacatá, cuyo territorio
era la m eseta conocida com o la S abana de Bogotá. D esde m uchas generaciones
anteriores a la llegada de los españoles, los zipas habían extendido su área de
dom inio, p rim ero a la región de F usagasugá en las estribaciones suroccidentales
de la Sabana y luego m ediante el sojuzgam iento de varios cacicazgos al norte y
nororiente, en G u atav ita y U baté. Al m om ento de la conquista española el Zipa
dom in ab a un área de u n os ciento ochenta kilóm etros del extrem o suroccidental
al noro rien tal y de u n o s cien kilóm etros de ancho en su p u n to m ás am plio.
Los do m in io s del Z ipa se ubicaban en las hoyas del río Bogotá y sus
afluentes, pero al n o roriente, en las cuencas del río C hicam ocha y sus trib u ta­
rios, se desarrolló la otra jurisdicción m uisca. D om inada por el Z aque d e H unza,
cuyo centro estaba en la fu tu ra ciu d ad de Tunja, se extendía u nos cien kilóm e­
tros en el eje n o rte-su r y u nos cincuenta en el eje oriente-occidente. Al nororiente
de H u n za, hacia la am plia hoya del C hicam ocha, gobernaban dos jefes im p o r­
tantes, u n o a cargo del T em plo del Sol (Sua) en Sugam uxi (después Sogam oso)
y otro al noroccidente, en D uitam a. A juzgar por los testim onios de los jefes
indígenas en el siglo xvi, la au to rid a d d e S ugam uxi y D uitam a era reconocida en
dos zonas paralelas q u e corrían en dirección nororiental p o r unos ochenta kiló­
m etros, sep arad as p o r el río C hicam ocha. A unque las co m u n id ad es indígenas
de estas zonas p ag ab an tributo a los señores de S ugam uxi y D uitam a, algunos
especialistas han su g erid o recientem ente que uno de ellos, o am bos, aceptaban
el do m in io del Z aq u e de H unza. De cualquier m odo, las fronteras de au to rid a d
no eran estáticas y cad a señor trataba d e ex p an d ir su territorio a costa de otro y
de in co rp o rar a su señorío co m u n id ad es previam ente independientes.
A pesar de los esfuerzos em p re n d id o s p o r los señores principales para
ex ten d er su hegem onía, a la llegada de los españoles subsistían m uchas jefatu­
ras m enores e in d ep en d ien tes, p articu larm en te en las com arcas m ontañosas del
noroccidente de Tunja, en las hoyas hidrográficas del S uárez y del M oniquirá.
O tras q u ed ab an en las zonas lim ítrofes de los g ran d es señores m uiscas, o con
pueblos vecinos de otras culturas.
Según el testim onio indígena posterior a la C onquista, los señores m uis­
cas eran "jefes ab solutos que hacían lo que querían". La costum bre, con todo,
im ponía claras restricciones a sus poderes. El tributo d ebido a los g randes se­
ñores no era oneroso. Parece que no tuvo siquiera u n carácter fijo. Se esperaba
que los "capitanes" p ag a ran m ás en especie —generalm ente m antas de algodón
y oro— que el resto de la población, pero todos trib u tab an según su capacidad
de pago. Para los m uiscas el tributo rep resen tab a u n intercam bio sim bólico entre
u n señ o r y sus súbditos. Los señores reconocían la condición especial de los jefes

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M arco P a í .a c i c >s - P k a x k S a u o r d

su b o rd in ad o s invistiéndolos con m antas de colores que significaban rango (la


gente del com ún usaba m antas blancas). El pago de tributos ocurría en el con­
texto d e un a celebración festiva. Los pagos en especie se d ab a n an u alm en te con
ocasión del único tributo laboral obligatorio: la construcción de casas y em p ali­
zad as y el cultivo de la tierra de los señores. En tales ocasiones, el señor estaba
o bligado a alim entar y d a r chicha a sus tributarios. D espués de la C onquista, los
esp añoles se refirieron a estos festivales com o "borracheras". En fin, el tributo
bajo los m uiscas no consistía sim plem ente en la extracción secular del excedente,
im plícita en el vocablo im puesto, sino que m ás bien fue u n a expresión ritual de
las obligaciones m u tu as entre los gobernantes y sus sujetos.
G eneralm ente los señoríos se heredab an siguiendo la línea del sobrino
del señor, el hijo de su herm ana. La au to rid a d del n uevo jefe se legitim aba en un
p erio d o de purificación p rep arato ria llam ado coyme, cuya duración variaba con
el ran g o pero que en el nivel m ás alto podía extenderse hasta cinco o seis años.
D u ran te el coyme, el fu tu ro jefe vivía en total aislam iento, abstinencia sexual y
bajo u n a dieta sin condim entos.
Este periodo de purificación tam bién form aba p arte de la educación de
los sacerdotes. Reforzaba la idea, p ro p ag ad a en la m itología m uisca, de que los
p o d eres de sus gobernantes tenían u n origen sobrenatural. C om o a los gober­
n an tes incas en el Perú, al Zipa y al Z aque se los consideraba encarnación de
p o d eres divinos. Por tanto, se los cargaba en an d as y los sú b d ito s pensaban que
q u ien q u iera que los m irase a la cara sería d estru id o por una fuerza sobrenatural.
La m itología religiosa d e los m uiscas g u ard ab a sem ejanza con la encon­
trad a en los A ndes centrales. A unque había u n a creencia residual en un dios
creador, el culto chibcha destacaba a un dios del sol (Sua) y a una diosa de la
luna (Chía), enlazados a los g ran d es señores. El dios del sol estaba vinculado
p articu larm en te a las federaciones norteñas, pues su tem plo estaba en Sogam o-
so, m ientras que la fam ilia del Z ipa controlaba directam ente el tem plo de Chía.
O tros m uchos dioses se identificaban con ocurrencias n atu rales —por ejemplo, el
arco iris con los terrem otos— o con necesidades, funciones o actividades h u m a­
nas (em barazo, danza, em briaguez). Bochica, identificado m itológicam ente con
el sol, era el p atró n de los artesanos. Bachué era concebida com o una diosa de la
fertilidad qu e surgió de una laguna para poblar la tierra y retornó a sus aguas
con v ertid a en serpiente. Así, las lagunas y las serpientes eran consideradas sa­
g rad as y los m uiscas acostum braban d epositar en sus aguas estatuillas totém icas
de oro (tunjos) y otras ofrendas. Pero tam bién co nsideraban sagradas algunas
m ontañas, rocas y cuevas d o n d e se alojaban seres sobrenaturales. Com o en las
cu ltu ras precolom binas del Perú, los m uiscas veneraban a sus jefes principales, a
quien es conservaban m om ificados d esp u és de la m uerte. C onsideraban que es­
tos líderes m uertos con tin u ab an presentes y provistos de sus antiguos poderes.
Los m uiscas p racticaban sacrificios h u m an o s, d ed ica d o s generalm ente
al sol. La m ayoría de las víctim as eran adolescentes ca p tu rad o s en guerra u ob­

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1 I m o k i a d i C o l o m b i a . P a í s i k .a o m i n i a i x ), s c x i i d a d d i \ id i d a 37

tenidos en el com ercio con los Llanos O rientales. A un que el sacrificio m uisca no
se acercaba a la escala de los baños de sangre rituales de México central, tuvieron
algu n as características sim ilares. El m étodo m ás corriente consistía en arrancarle
el corazó n a la víctim a. O tro ritual sem ejante al centrom exicano consistía en
lancear a los niños. T am bién fue com ún en terrar niñas vivas d en tro de los hoyos
de los pilares principales de los tem plos y del bohío principal del Zipa. A d ife­
rencia de los p u eblos del occidente, los m uiscas no fueron caníbales. En otras
palabras, buscaban el favor de los dioses a través de víctim as propiciatorias a n ­
tes que, com o en el canibalism o, p o r la asim ilación ritual directa de los p o d eres
de un enem igo.
M uchos aspectos d e la vida m uisca tenían un significado ritual. El tra b a ­
jo colectivo o el d esp lazam ien to de objetos pesados se acom pañaban de cantos
rítm icos. En la época de siem bra (de enero a m arzo, cu an d o la tem p o rad a d e
lluvias ab lan d a los suelos) practicaban los ritos de fertilidad. Se relajaban e n ­
tonces las restricciones habituales sobre el uso de la coca, el consum o de chicha
y la fid elidad m atrim onial. Al igual q u e en m uchas otras cu ltu ras indígenas de
A m érica, el consum o de alcohol y alucinógenos tenía un p ro fu n d o significado
religioso.
La ag ricu ltu ra de la zona m uisca se adecuaba a los patrones generales d e
los A ndes. S em braban rem oviendo el suelo con estacas de m adera. En las m ese­
tas frías p re d o m in ab an la p ap a y la quinua. El m aíz era la cosecha principal de
las v ertientes u n poco m ás tem p lad as y allí se extraían dos cosechas anuales. En
tierras m ás bajas se sem braba arracacha, algodón, guayaba, piña y coca. A lgunos
productos, com o la coca y el algodón, no eran cultivados p o r los m uiscas y los
obtenían en el com ercio.
C ad a cu atro días había m ercado en los principales centros com erciales. La
posesión de las m inas de sal de Z ipaquirá le dio al Z ipa u n a especie de m o n o p o ­
lio de este pro d u cto , qu e se com erciaba a gran distancia llegando hasta la región
de N eiva y a lo largo de las cuencas del M agdalena. El Z ipa apreciaba el oro, las
esm erald as y las conchas, pero carecía de ellos en sus dom inios. Las esm eraldas
las obtenía de las m inas d e Som ondoco, controladas por el Zaque. El oro venía
de la región de N eiva y de otros pu n to s del M agdalena. Del valle del M agdalena
obtenían prin cip alm en te la coca y el algodón, au n q u e tam bién eran proveedores
de este últim o los guanes, ubicados al norte. Los esclavos se com praban en los
Llanos O rientales.
Los m uiscas com erciaban con m uchos pueblos de estru ctu ras co m u n ita­
rias relativam en te prim itivas. A lgunos vecinos com o los laches y los tunebos
p u d iero n estar m ás relacionados cu ltu ralm en te y con ellos m an tu v iero n relacio­
nes pacíficas. En cam bio, luchaban frecuentem ente con sus vecinos de occidente,
pueblos caribes com o los m uzos, colim as y panches. Pero acaso la división en tre
los dos estu v iera refo rzada p o r condiciones ecológicas: los m uiscas ac o stu m b ra­
ban p erm an ecer en las tierras altas.

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M a k c o E a i .a c k >
s - F k a ,\ k S a h a i r d

Tanto en la época de la C onquista com o después, los indígenas su frie ro n


g ran d es p érd id as de población. Esta catástrofe dem ográfica tuvo m ú ltip les c a u ­
sas. Prim era, los nativos carecían de anticuerpos para com batir las e n fe rm e d a ­
des traíd as p o r los europeos y sus esclavos africanos. S egunda, la d e m a n d a de
alim entos p o r las huestes conquistadoras debió causar gran escasez en aq u ellas
com u n id ad es m ás próxim as a las ru tas y cam pam entos españoles. Finalm ente,
cu an d o los españoles pasaron del saqueo de los tesoros indígenas a las exaccio­
nes en form a de tributo laboral sistem ático, dislocaron la econom ía y la sociedad
indígenas. La forzosa separación de los esposos debido a que tenían q u e trabajar
lejos d e sus hogares por lapsos prolongados fue un factor que hizo in d u d a b le ­
m ente m ás difícil recuperar el crecim iento de la población.
Los caribes fueron los prim eros en sufrir el im pacto de la llegada e u ro ­
pea. Allí las circunstancias se ju n taro n para p ro d u cir u n a dism inución rá p id a y
d ev astad o ra de la población. C u an d o los españoles se establecieron en la costa
norte de Colom bia, prosiguieron la costum bre de esclavizar indios p ara el tra ­
bajo qu e traían de La Española. Com o todos los habitantes de las tierras bajas,
los caribes estuvieron expuestos al contagio transm itido por los zancudos, de
m odo que la m alaria y la fiebre am arilla los redujeron a núm eros insignifican­
tes. P érdidas hu m anas apenas un poco m ás ligeras se p resentaron en las zonas
tórridas del interior. Entre 1537 y 1538, cuando los españoles p en etraro n el valle
del C auca por prim era vez, y 1570, las com unidades que habitaban a lo largo del
río C auca debieron p erd er entre el ochenta y el noventa y cinco por ciento de su
población.
A quellos pueblos de zonas bajas pero rem otas o d ensam ente selváticas
que no en traro n en contacto con los españoles lograron sobrevivir, a u n q u e no
necesariam ente en grandes cantidades. Este es el caso de las tribus am azónicas,
d e los m otilones en el norte de S antander, de los cunas en la costa noroccidental,
algunos de la costa pacífica y de La Guajira. Las principales áreas de su p e rv iv e n ­
cia cultural y dem ográfica, observables desde la C olonia hasta hoy, h an estado
en los altiplanos, principalm ente varios grupos de la región de Pasto, los paeces
y los koguis, parientes de los tairona, en la Sierra N evada de Santa M arta. To­
dos estos pueblos p u d iero n conservar en gran m edida elem entos de su cultura
po rq u e el establecim iento de los españoles en sus áreas fue débil o inexistente.
En contraste, las altiplanicies del oriente fueron uno de los principales fo­
cos de la colonización española. Allí sobrevivieron los m uiscas en n ú m ero s su s­
tanciales y proveyeron la base dem ográfica de la población cam pesina de Boyacá
y C undinam arca. Pero en cuanto avanzaba el periodo colonial, la cu ltu ra m uisca
fue d iluyéndose por la presión dem ográfica, cultural y política de los españoles.
C iertos elem entos culturales m uiscas persistieron en form a fragm entaria, sutil,
subterránea. Por ejem plo, en el siglo xix, la línea m aterna seguía siendo la base
de la herencia de los derechos de pro p ied ad en las com unidades indígenas de la
cordillera O riental. Todavía a m ediados del siglo, los indígenas se distinguían

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I li^ io R iA DI' C o l o m b i a . P a l s f k .a g m f .n t a d o , s í x i e d a d d iv id id a 39

claram ente de los d em ás habitantes de la región y esto se expresaba tanto en la


m en talid ad colectiva com o en los archivos parroquiales. Sin em bargo, la p en e tra­
ción m estiza a lo largo de los siglos xviii y xix les dejó una im p ro n ta cultural y ra­
cial indelebles. La presencia indígena es claram ente visible hoy día en los rostros
cam pesinos de C u n d in am arca y Boyacá. M uchos cam pesinos retienen al m enos
fragm entos de an tig u as creencias folclóricas y ciertos rasgos característicos de
los p atro n es económ icos precolom binos han perm anecido m ucho d espués de
la d esaparición de la cu ltu ra indígena com o sistem a de significados sociales. En
el siglo xix, los cam pesinos del área de G uane en S antander, quienes ya no eran
identificables com o "in d io s", continuaban sem brando y tejiendo algodón para
la venta en o tras regiones, com o lo habían hecho en tiem pos precolom binos. El
tejido, au n q u e de lana, co ntinúa siendo u n a im p o rtan te actividad cam pesina en
C un d in am arca y Boyacá. Al term in ar el siglo xx, R áquira, u n im p o rtan te centro
de m an u factu ra de cerám ica, preserva su especialidad y renom bre. Y la dieta de
casi to d o s los colom bianos, cam pesinos o citadinos, tiene una base precolom bina
de p apa, yuca y m aíz.

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3
LA CONQ UISTA

m o straro n cóm o los ríos y m ontañas fraccio­


LOS C A P Í T U L O S A N T E R I O R E S TIOS
naro n las cu ltu ras precolom binas en tres zonas principales: la costa del C aribe y
el valle del Bajo M agdalena; las altiplanicies orientales y, finalm ente, el occiden­
te, con variaciones significativas en tre los diversos g ru p o s q u e habitaron cada
un a de estas zonas. La conquista y colonización españolas p erp etu aro n y alen­
taro n tales divisiones, en tre otras razones p o rq u e los conquistadores p en etraro n
el país p o r diferentes rutas. Sus aspiraciones de d o m in ar las regiones que iban
o cu p an d o ratificaron la fragm entación ya su g erid a por la topografía.
Los prim eros en cuentros ocurrieron a lo largo de la costa del m ar Caribe.
Al p rim er viaje de exploración y com ercio de A lonso de O jeda a La G uajira (1499)
le siguió el de Juan de la Cosa (1501), quien identificó las características geográ­
ficas m ás sobresalientes, en especial las bahías de C artagena y Santa M arta y la
desem b o cad u ra del río M agdalena. De este p ar de exploraciones, en las que se
efectuaron breves contactos en La Guajira, la com arca de C artagena y el golfo de
U rabá, nacieron en 1508 dos proyectos de establecim iento perm anente. La Co­
rona asignó a Diego de N icuesa un territorio al occidente del golfo de Urabá, la
provincia de V eraguas, y a O jeda y sus asociados u n a franja que partía del m ism o
golfo hasta el Cabo d e la Vela en la península de La Guajira, la llam ada provincia
de la N ueva A ndalucía. Ojeda y sus hom bres d om inaron y esclavizaron a las
poblaciones del área de la actual C artagena, y siguiendo por la costa hacia el oc­
cidente llegaron al golfo de U rabá d o n d e la resistencia de indígenas diestros en el
m anejo de las flechas en venenadas, el arm a m ás tem ida por los conquistadores.

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42 M arco I^M-a c ic is - F r a n k S a i f o r d

los forzó a retirarse. F inalm ente el g ru p o se estableció en la región del D arién, al


occidente del golfo, d o m in an d o tribus m enos rebeldes, au n q u e esta zona había
sido en co m en d ad a en realidad a N icuesa. De ahí nació el asentam iento de Santa
M aría la A ntigua del D arién, base de la colonización española de C astilla del
O ro en el istm o de Panam á.
En las décadas de los años 1520 y 1530, P anam á brin d ó u n a buena base
para controlar el golfo de U rabá y explorar la región del Chocó en la esquina
noroccidental de la actual Colom bia. Por la m ism a época, P anam á fue la base de
la expedición de Francisco Pizarro quien, después de su b y u g ar la m ayor parte
del Perú, despachó hacia el norte una expedición bajo el m ando de Sebastián de
Belalcázar. Esta entró al territorio colom biano por la actual frontera con Ecua­
d o r y en tre 1536 y 1538 conquistó el suroccidente: las regiones de Pasto, la costa
pacífica y el valle del Cauca. Los hom bres de Belalcázar tam bién pasaron por el
valle del Alto M agdalena y después em pezaron a echar las bases para el control
d e A ntioquia.
M ientras estas expediciones llevaban a los españoles circularm ente de Pana­
m á al Perú y del Perú al occidente colom biano, el territorio caribeño era explorado
p artien d o de tres cabezas de playa. La prim era se em plazó en la provincia de Santa
M arta, a m ediados de la década de los años 1520. Sus límites llegaron a ser el Cabo
de la Vela en el oriente y el río M agdalena en el occidente. Poco después se instaló
m ás al oriente una base com petidora en Coro, en la costa de la actual Venezuela. El
establecim iento venezolano, al m ando de alem anes, fue autorizado expresam ente
p or C arlos V com o una form a de pago a los banqueros Welser. En 1533 se estable­
ció en C artagena un tercer contendiente, Pedro de H eredia, cuya jurisdicción iba
d esd e la m argen occidental del río M agdalena hasta el golfo de Urabá.
C ualquiera que fuese la zona de conquista, la operación inicial no pasó
del saqueo. Los conquistadores esperaban que los indios los alim entaran y los
atib o rra ran de oro. C uando se cum plían estas dos condiciones, las relaciones
en tre euro p eo s y am erindios fueron tranquilas, al m enos por un tiem po. Pero
alim en tar europeos, con m aíz o con oro, solo hizo acrecentar su apetito y sus
exacciones. En consecuencia, ind ep en d ien tem en te de cuan pacíficos o belicosos
fu eran en principio los indios, la m ayoría term inó rebelándose o escapándose.
La rap acid ad de los conquistadores no solo reflejaba la codicia europea en
general. Tam bién debe en ten d erse en función de la estru ctu ra económ ica de la
em p re sa conquistadora. C ada una de las cabezas de playa d ep e n d ía de los cen­
tros de abastecim iento instituidos: Santo Dom ingo, C uba y Jam aica para la costa
del C aribe, P anam á para el Perú. Estos centros aprovisionaban a los conquis­
tad o res de caballos, m uniciones, vestuario y alim entos europeos. En las zonas
d e co nquista, la escasez de estos bienes y la inflación causada por las bonanzas
locales p onían los precios en un nivel de ocho a diez veces m ás alto que el de
las islas del Caribe. Así, las im portaciones resultaban m uy costosas y debían
p ag arse con u n sustancial excedente exportable de oro, perlas, esclavos... lo que
h u b iera a la m ano.

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f li^ioKiA DI C o lom bia . P aís rKACMiiNi Aix), scx ildad di\ idida 43

Las m ism as condiciones em presariales de la conquista estim ulaban la


rapacid ad . M ientras q ue m uchos conquistadores de base debieron e n d e u d a rse
para ad q u irir los su m in istro s esenciales, los o rganizadores incurrían en enorm es
d eu d as p ara co n seg u ir em barcaciones y el eq uipo d e la expedición. La carga de
estas deu d as, co n traíd as en los centros de abastecim iento, com binada con u n a
ola de po sesiv id ad g en eralizada, forzaba a los jefes expedicionarios a saq u ear
cualquier tesoro o bien hallado y a im p o n er a sus soldados precios de m o n o p o ­
lio. Estos últim os, cada vez m ás en d e u d ad o s, em p ezaro n a d em o strar in satis­
facción, elevar quejas y reclam ar nuevas expediciones, de suerte que tam bién a
ellos les co rresp o n d iera algo del botín para p agar a sus acreedores y, de ser p o si­
ble, p o d er reg resar ricos a España. El en d e u d am ien to y la am bición insatisfecha
fueron así, el m o to r de la conquista.
Un ejem plo d e este proceso tuvo lugar en la provincia de C artagena. A la
noticia del hallazgo de entierros de oro en sitios cerem oniales del Sinú, el g o b er­
n ad o r P edro de H ered ia envió a casi todos sus hom bres a pro lo n g ad as ex p e d i­
ciones de distracción m ientras d isp u so que sus esclavos africanos d ese n te rra ran
las piezas funerarias de oro y que los indígenas p ro d u jeran alim entos para es­
tos, dejando h am b rien to s a los expedicionarios. Al parecer, 200 con q u istad o res
m uriero n de h am b re com o consecuencia d e esta táctica. La inflación de precios
causad a p or el hallazgo de los tesoros del Sinú obligó a m uchos españoles a e n ­
deu d a rse todavía m ás y aquellos que se sintieron perjudicados, y consiguieron
sobrevivir, crearon la p resión suficiente com o para co n tin u ar las exploraciones
hacia el interior.
Los m étodos d e conquista variaban según las condiciones locales. C om o
vim os, a lo largo de la costa del C aribe la actividad prim ordial consistió en escla­
vizar indios y rem itirlos a C uba, Jam aica y P uerto Rico. Este fue u n objetivo fu n ­
dam en tal hasta el final del decenio de los años 1530. Los diferentes tratam ientos
dad o s a los in d íg en as d ep e n d ie ro n m uchas veces de la disp o n ib ilid ad de fuentes
altern ativ as d e riqueza. P uesto que en Santa M arta se agotó rá p id a m en te la fase
de saqueo del oro, la esclavización llegó tem p ran o y fue m uy im p o rtan te en
la econom ía de la C onquista. En contraste, en la zona de C artagena los d esc u ­
brim ientos de los en tierros de oro del Sinú retrasaron la transform ación d e los
indígenas en m ercancía exportable.
A preciam os u n a variación interesante en el asentam iento, tem p o ralm en te
pacífico, en la región de U rabá de expedicionarios de C astilla de O ro a principios
de la década de ios años 1530. Julián G utiérrez, jefe del g ru p o que llegó a U rabá,
estableció relaciones com erciales v erd ad eram en te am istosas con los indígenas
de la región y cim entó el vínculo casándose con una h erm ana del cacique d o ­
m inante. Pero la arm o n ía se rom pió en 1535 cu an d o P edro de H eredia apresó a
G utiérrez por in v ad ir sus dom inios. Los cartageneros procedieron a p lan tea r a
la población nativa sus aco stu m b rad as d em andas, con el resu ltad o predecible de
éxodo y rebelión. En últim as, un g o b ern ad o r de C artagena se vio precisado en
1539 a invitar a G u tiérrez a reto rn ar a U rabá en son de paz.

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M a r c o l ’Ai.At ic^s - F r a x k S a i k i r d

Al d ep en d er del saqueo, los prim eros asentam ientos d e C artag en a y Santa


M arta fueron extrem adam ente inestables. Ya en el decenio de los años 1520 los
in d io s d e Santa M arta se sublevaron, negándose a p roveer alim entos. M uchos se
re p leg aro n a las zonas m ontañosas de la Sierra N evada, d o n d e los españoles no
p o d ían em p lear sus caballos. En estas condiciones y com o u n a salida d e se sp e ra ­
da, los co n q uistadores debieron ad en trarse en el territorio para d escu b rir oro o
esclavizar otros indígenas.
Estas expediciones llevaron al g ru p o sam arlo a acom eter en 1531-1532 la
s u b id a del M agdalena. Río arriba encontraron asentam ientos indígenas de alta
d en sid a d h um ana, com o Tam alam eque, el pueblo nativo m ás g ra n d e q u e h a ­
bían visto hasta la fecha. Allí se enteraron de que el río podía rem o n tarse por
o tro s "cinco m eses". La buena nueva renovó sus esp eran zas de que el M ag d a­
lena los llevaría a descubrir "m uy grandes secretos" y estim uló u n a n u ev a em ­
p resa expedicionaria.
S im u ltán eam ente las noticias del d escubrim iento del P erú d e se sta ­
b ilizaro n , todavía m ás, a Santa M arta. El éxito de Francisco P izarro m ovió a
m u ch o s con q u istadores del g ru p o sam arlo, y tam bién del cartag en ero y de
o tro s lu gares del Caribe, a m archar al Perú. Pero el g o b ern ad o r de S anta M arta
p lan teó q ue el M agdalena p o d ía ser una ru ta al P erú y "al M ar del S ur". U na
exp ed ició n río arriba (1533-1535) term inó siendo u n n u ev o desastre. D espués
d e dieciocho m eses, el balance arrojaba pérd id as. En 1534 S anta M arta estaba al
b o rd e del colapso. F altaban los alim entos y cu n d ía la discordia. H abía p erd id o
los ho m b res que partiero n al Perú, los que em p re n d iero n la expedición p o r el
M ag d alen a y los que m u riero n p o r las en ferm ed ad es q u e afectaban a los n o v a­
tos en las Indias. En 1535 no había en Santa M arta m ás q u e n u ev e so ld ad o s de
caballería y cu arenta de infantería, incapaces de g aran tizar la seg u rid a d d e la
ciu d a d frente a las cada vez m ás confiadas y agresivas incursiones de los a rq u e ­
ros indígenas.
La suerte de la conquista, au n q u e no de la m ism a Santa M arta, cam bió
aquel año. La C orona puso la m oribunda provincia en m anos de P edro de Lugo,
el ad e la n tad o de las Islas C anarias, a cam bio de una buena infusión de hom bres
y caballos. Con los recursos ap o rtad o s por Lugo, Santa M arta organizó una ex­
p ed ición m ayor por el río M agdalena. En abril de 1536 salieron p o r tierra hacia
el su r un o s seiscientos hom bres al m ando de G onzalo Jim énez de Q uesada, g ra­
d u a d o en derecho de Salam anca y principal funcionario judicial de la provincia.
Seis o siete em barcaciones pequeñas navegarían a un p u n to de encuentro con
la expedición terrestre en el Bajo M agdalena. Las cosas em p ezaro n mal. Se p er­
d iero n varias em barcaciones en una torm enta en las bocas del M agdalena y las
restan tes fueron a d ar a C artagena. M ientras tanto, la fuerza principal em pezó a
sen tir el acoso del ham bre, las flechas en v enenadas de los indios, el calor h ú m e­
d o y el efecto de zancudos, g arrap atas y lom brices. A briendo cam ino, la fuerza
de Jim énez de Q uesada recorrió unos 480 kilóm etros y llegó a La Tora, la futura

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U is iO K iA i)i: C o l o m b i a . P a í s i k .a o m k m a i x .), soc i l d a d d iv id id a 45

Mapa 3.1. Principales rutas del descubrim iento y de los conquistadores.

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Fuente: A tla s de mapas antiguos de Colombia siglos xvi a x/x. Bogotá, L itografía A rco (E d u ard o A c e v e d o
La torre).

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4 (i M a r c o F a k a c io s - F r a x k S a m o k d

Barrancaberm eja. C u an d o una patrulla exploratoria descubrió q u e ag u a s arrib a


el río era dem asiado ráp id o para ser fácilm ente navegable y q u e los parajes rib e­
reños estaban d eshabitados, de su erte que no habría cóm o con seg u ir alim entos,
m uchos quisieron devolverse. A dem ás, varios co m pañeros m orían p o r el clim a
in salu b re de La Tora. Sin em bargo, las esperanzas renacieron cu a n d o se to p aro n
con u nos panes de sal, hechos al parecer m ediante u n proceso d istin to al d e la sal
m arin a que les era fam iliar en el Caribe. Q uizás alguna cu ltu ra in d íg en a rica y
av an zad a los ag u a rd ab a adelante. En otro reconocim iento por u n río trib u tario ,
el O pón, u n a p atrulla encontró u n a canoa am erindia y, luego, un as bo d eg as q u e
g u ard ab an panes de sal y m antas de algodón de colores que parecían utilizarse
para el com ercio. M ás confiados, los hom bres de Jim énez d e Q u esad a sig u iero n
el cauce del O pón y el cam ino indígena, y luego se abrieron paso p o r en tre las
d en sas selvas de esta vertiente de la cordillera O riental. Finalm ente, a principios
de m arzo de 1537, once m eses d esp u és de salir de Santa M arta, unos ciento se­
tenta hom bres y treinta caballos em ergieron a las planicies an d in as h ab itad a s
p o r los m uiscas.
En las planicies m uiscas, los conquistadores se sintieron com o en el p araí­
so. Los valles, frescos con su clim a de m ontaña, com pensaban las p en a lid a d es y
en ferm ed ad es de la ard u a travesía por el Bajo M agdalena. En las extensas m e­
setas vivían d ensas poblaciones de cultivadores sedentarios que, al h u ir d e sus
hogares, les dejaban com ida ab u n d an te. F inalm ente los m uiscas d iero n pelea,
u saro n esp ad as y lanzas de m adera y no las tem ibles flechas de los caribes. Y
au n q u e estos pueblos no tenían oro en las can tid ad es halladas en alg u n o s lu g a­
res de la costa, sus riquezas incluían la nov ed ad de las esm eraldas.
Jim énez de Q u esada q u ed ó im presionado p o r la d en sid ad de la población
y el esp len d o r de las casas de sus señores. Si bien estaban co n stru id as con m ad e­
ra y barro y techadas con paja, eran las m ás grandes, com plejas y o rn a m e n tad as
qu e habían visto. De sus altos techos cónicos salían astas que sostenían hojas de
oro qu e o n d u lab an al viento. El exótico esp len d o r de estos "palacios" llevó a
Jim énez de Q u esada a llam ar a la Sabana de Bogotá "el Valle de los A lcázares",
en im aginativa referencia a las fortalezas de su A ndalucía nativa.
M uy p ro n to Jim énez de Q u esad a em pezó a referirse a la zona m uisca com o
"el N uevo Reino de G ranada". Con ello reconocía q u e ad em ás de su separación
física, la cu ltu ra de sus pueblos representaba algo diferente de las del C aribe. El
vocablo expresaba un m óvil político. C onfiaba en que el descubrim iento de un
"reino", nuevo y diferente, daría sustancia a su alegato según el cual este existía
a p a rte de la base expedicionaria original, la provincia de Santa M arta. A lo largo
de la Colonia los habitantes del oriente retuvieron una id en tid ad con el "nuevo
reino" y su población española era llam ada con frecuencia "los reinosos".
A p esar de la m ag n itu d de la población m uisca, su conquista resultó fácil.
A dem ás de las ventajas del clima, la abundancia de alim entos y un antagonista
poco temible, las planicies perm itían a los españoles hacer uso efectivo de la caba­
llería, cuyas cargas aterrorizaban a la población. Las querellas políticas entre los

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í ÍNTOKiA DI C olom bia . I’ ais i k.acah nm ado , s<x ii dad ni\ idida 47

m uiscas facilitaban la conquista. A dem ás de las rivalidades entre dos, y posible­


m ente entre cuatro o cinco señores, tam bién se presentaban rencillas sucesoria-
les d en tro de cada grupo. Tales conflictos, especialm ente en la zona del Zipa de
Bacatá —la prim era q u e encontraron los españoles— les perm itieron atraer aliados
indios, quienes les ay u d a ro n a som eter toda la zona. De esta form a, un g rupo de
unos 170 europeos p u d o conquistar un área habitada probablem ente por m ás de
un m illón de indígenas.
Con todo, la co nquista de los m uiscas tom ó diez m eses po rq u e los esfuer­
zos iniciales se concentraron en descubrir tesoros m ás que en d o m in ar pobla­
ciones. U na vez en traro n a los altiplanos por la región d e Vélez, se dirigieron
hacia el su r hasta en co n trar el centro político del Zipa. D errotaron sus fuerzas
y Jim énez de Q u esad a despachó com isiones exploratorias hacia las vertientes
occidentales de la Sabana, una zona de frontera entre los m uiscas y los panches,
com o los españoles solían llam ar a todo pueblo que usara flechas envenenadas.
El cu erp o expedicionario principal se dirigió al norte y se topó con las m inas
de esm erald a de Som ondoco, m aravillándose por la form a sistem ática com o las
explotaban los indios. C u ando este g ru p o divisó los Llanos O rientales a través
de un boquerón cordillerano, Jim énez de Q u esada ord en ó una exploración in­
m ed iata de la zona. D espués de m uchos m eses de reconocim iento del territorio
llanero, los españoles se enteraron de la existencia del Z aque de H unza, y se ap o ­
d eraro n de su p ersona y tesoro. En H unza su pieron del tem plo de Sogam oso, y
su in tento de saq u earlo term inó en el incendio de la edificación. Entonces, con
m uchos aliados indígenas, som etieron al señor de D uitam a o T undam a, quien
m antenía el últim o bastión m uisca.
A su regreso a la Sabana de Bogotá, los conquistadores supieron que una
parte del oro atesorado por los m uiscas provenía de su com ercio con pueblos del
Alto M agdalena. El m ism o Jim énez de Q uesada tom ó el m ando de una nueva ex­
pedición a la región de Neiva, sufriendo los rigores del clim a y encontrando tan
poco oro que llam ó a la región "el Valle de las Tristezas". Pero habría m ás expe­
diciones, com o la q u e puso al m ando de su herm ano H ernán Pérez de Q uesada,
d isp u estas a d escubrir las apetecidas tierras del A m azonas, a las que se atribuían
inm ensas riquezas tanto en oro com o en m isterio. D espués de varios m eses de
abrirse cam ino por en tre m ontañas selváticas, H ernán Pérez de Q uesada regresó
aseg u ran d o haber llegado a unos tres o cuatro días de m archa del mítico reino.
A principios d e 1539, al año de establecer su dom inio sobre los m uiscas,
ocurrió algo insólito. Jim énez de Q u esada se enteró casi sim ultáneam ente de
qu e dos fuerzas expedicionarias eu ro p eas se aproxim aban al N uevo Reino de
G ran ad a. Una, co m an d ad a p o r Sebastián de Belalcázar, había fu n d a d o Q uito en
1534 y sig uiendo al norte fundó Cali p rim ero y d esp u és P opayán en 1536. Estas
em p resas al norte d e Q uito pusieron a Belalcázar en dificultades con Pizarro,
quien sospechó que su lugarteniente intentaba establecer un reino in d ep en d ie n ­
te. En enero de 1538, Pizarro ordenó el arresto de Belalcázar. Este huyó en m arzo

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4B M arco IL m -a c u a - F r a x k S a m o r d

con 200 españoles y un grupo m ayor de cargueros indígenas. En busca d e "El


D orado", la expedición llegó a Popayán y cruzó la cordillera Central ru m b o al
oriente. D espués de cuatro m eses de soportar las condiciones de las m ontañas
altas, nevadas e inhóspitas, incapaz de obtener alim entación de indígenas tan
hostiles como los elem entos y de perder m uchos caballos y cargueros, el g ru p o
entró, finalm ente, al valle del Alto M agdalena. Los expedicionarios d om inaron
con facilidad a los nativos, encontraron alim ento y algún oro. Siguiendo al norte,
la fuerza de Belalcázar se encontró con una patrulla de Jim énez de Q uesada que
había partido en su búsqueda.
Poco después de que Jim énez de Q uesada hubiera despachado esta últi­
ma, se enteró de que otra expedición europea m erodeaba por las m ontañas al
sur de Bogotá. Resultó ser la del alem án Nicolás de Féderm an. H abía salido de
Coro en diciem bre de 1536, con 300 hom bres y 130 caballos. D espués de m ás de
dos años de travesía hacia el sur, atravesó los Llanos O rientales y, finalm ente,
rem ontó la cordillera para llegar al territorio de Jim énez de Q uesada. Féderm an
perdió 70 europeos, 40 caballos e innum erables cargueros indígenas.
El arribo casi sim ultáneo de Belalcázar y F éderm an fue extraordinario si
se consideran sus m om entos y puntos de partida. El encuentro de las tres hues­
tes debió ser bastante pintoresco. La fuerza de Belalcázar correspondía m ás a la
im agen convencional de los conquistadores; no obstante los ocho m eses d e duro
viaje, aún venía equipada con el vestuario y las arm as europeas, acom pañada
de sirvientes indios (yanaconas) de Q uito y una buena piara. Los otros grupos
se veían m enos im ponentes. Los casi tres años que llevaban las fuerzas de Jim é­
nez de Q uesada desde que salieron de Santa M arta habían dado buena cuenta
del vestuario, y ahora estos conquistadores andaban ataviados con m antas y
sandalias muiscas. Los alem anes tam bién habían perdido sus ropajes y llegaban
cubiertos con pieles de anim ales.
Dejando a un lado esta escenografía, la tram a no podía ser m ás propicia
para un conflicto violento. Jim énez de Q uesada lo evitó hábilm ente al pactar p ri­
m ero con Féderm an, cuyos hom bres debían estar en una condición desesperada,
antes del arribo de las huestes de Belalcázar. Así, los tres llegaron a un acuerdo
m ediante el cual 30 hom bres de Belalcázar y todos los de Féderm an perm anece­
rían en el N uevo Reino com o beneficiarios de la conquista hasta que la cuestión
del título fuera resuelta por las autoridades en España.
C uando los tres conquistadores zarparon juntos para España a plantear
sus respectivos casos, se desató una fuerte com petencia entre todos los nodos
de auto rid ad de esta porción de la Suram érica española. Los gobernadores de
Venezuela, Santa M arta, C artagena y Panam á reclam aron derecho de posesión
sobre el reino de los m uiscas. La v aguedad de las nociones de la geografía am e­
ricana y de las concesiones reales daba algún viso de validez a las distintas
peticiones. Desde V enezuela se decía que Bogotá estaba situada directam ente al
sur del lago de M aracaibo y por tanto en territorio venezolano. Las au toridades

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\ llS T O U IA n i: C x T IO M B IA . I ’ A IS r K A C M liN TAlX-), S C K 'irD A D I)l\ IP ID A 49

de C artag en a se valieron del optim ism o para sugerir que el río M agdalena ser­
p en teab a de form a tal q u e el N uevo Reino, au n q u e en la ribera oriental del río,
q u ed aría en la línea lo n gitudinal de C artagena y no en la de Santa M arta. Belal­
cázar, las a u to rid a d e s de P anam á y todos los abogados de los intereses occiden­
tales a rg u m e n ta b a n que el acceso a los altiplanos orientales sería m ás fácil p o r el
Pacífico q u e p or la p ro lo n g ad a ru ta a contracorriente del M agdalena. La C orona
confirm ó la petición de Santa M arta no tanto quizás por consideraciones geográ­
ficas sino p o r la p rio rid ad d e los derechos de conquista de Jim énez de Q uesada.
El accidente histórico de que una expedición sam arla alcanzara los al­
tiplan o s m uiscas an tes q u e la d e la costa pacífica o la de V enezuela confirm ó
políticam ente las tend en cias establecidas por la topografía. C olom bia estaba d i­
v id id a en tre o rien te y occidente a lo largo de dos ejes norte-sur. La altura de la
cordillera C entral ya había d eterm in ad o en la era precolom bina que el territorio
estu v iera d iv id id o en dos zonas distintas. El reconocim iento de los derechos de
Jim énez de Q u esad a tradujo al m apa político la realidad geográfica. El hecho de
que el occidente colom biano fuera descubierto y som etido por conquistadores
q u e v en ían del P erú, y secu n d ariam en te de C artagena y Panam á, tuvo un efecto
sim ilar al co n firm ar políticam ente la m ism a división entre oriente y occidente.
Los co n q u istad o res del P erú aseguraron el predom inio en el occidente,
a u n q u e en fren taro n h asta fines d e la década de los años 1540 u n a seria oposición
d e g ru p o s rivales d e P an am á y C artagena. A fines de 1538, Pascual de A ndagoya
recibió en P an am á la autorización para conquistar y poblar desde allí, y hasta el
d o m in io d e P izarro en el Perú, u n a jurisdicción conocida com o la provincia del
Río San Juan. Pero cu an d o se hizo esta dispensa real, los hom bres del Perú ya
se h ab ían establecido en C artago, extendiendo im plícitam ente su dom inio hasta
allí. A principios d e 1540, cu a n d o Belalcázar llegó a B uenaventura procedente
d e Cali, el g ru p o p eru an o ya estaba explorando y su b y u g an d o a los indígenas
en u n a región u b icad a m ás al norte del actual d ep artam en to de C aldas. De este
m od o el territorio en tre P anam á y los dom inios bajo control p eru an o se había
re d u cid o su stan cialm en te en relación con los lím ites trazados a la provincia del
Río San Juan.
Pero c u a n d o A n d agoya llegó a Cali en m ayo de 1540 y reclam ó jurisdic­
ción sobre un territo rio q u e com prendía desde P opayán hacia el norte, los ve­
cinos, en ausencia de Belalcázar, aceptaron su au to rid ad . Em pero, en febrero
del añ o sig u ien te este regresó d e España con el título de go b ern ad o r de la p ro ­
vincia d e P opayán, con lo q u e p u d o m antenerse a salvo de Pizarro y expulsar a
A ndagoya. A u n q u e A n dagoya no volvió a am en azar la integridad de la nueva
provincia, a p artir d e entonces P opayán y P anam á se d isp u tarían el control de la
región vecina del Chocó.
El desafío d e los cartageneros al g ru p o p eru an o se circunscribió a los ac­
tu ales d ep a rta m e n to s de A ntioquia y C aldas. A com ienzos de 1538, cuando Be­
lalcázar estaba en Q u ito y p rep arab a su fuga expedicionaria, varios grupos de

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30 M arco I nai a c i « - F r a n k S a i 1(.ir ò

C artagena exploraban al su r del golfo de Urabá. Juan Vadillo, en busca d e las


m inas que pro d u cían el oro encontrado en los entierros del Sinú, atrav esó la
sierra de A bibe y llegó a Riosucio; rem ontó la cordillera C entral y descendió al
Bajo Cauca, cerca de las m inas de Buriticá. De allí siguió el curso del río hacia el
su r hasta el actual territorio caldense.
A la sazón, Lorenzo de A ldana gobernaba en Cali, en reem plazo de Belal­
cázar y en nom bre de Pizarro. Al tanto de los m ovim ientos de Vadillo, envió a
Jorge R obledo al m ando de una expedición que reclam aría los actuales territo ­
rios de A ntioquia y C aldas. En esta m isión. Robledo fu n d ó en agosto d e 1539 un
pueblo efím ero, Santa A na de los Caballeros, en la región q u e hoy es A nserm a.
U sándolo com o base, exploró con sus capitanes g ran p arte de la zona caldense
m ucho m ás m inuciosam ente que Vadillo y llegó hasta Buriticá, en cuyas proxi­
m idades fu n d ó la ciu d ad de A ntioquia en 1541, lo que le daría pie para reclam ar
derechos sobre toda la región. Con intenciones de in d ep en d izarse de Cali y for­
m ar su propio dom inio. Robledo prosiguió hacia el norte para caer en m anos de
las fuerzas de H eredia, que lo arrestaron y luego p u sieron la nueva fundación
bajo el m an d o de C artagena.
De este m odo em pezó la querella entre P opayán y C artagena por el con­
trol de la ciu d ad de A ntioquia y su región. Esta lucha, intrincada por la aparición
de caudillos m enores que se aliaban con uno u otro de los b an d o s principales,
llegó a su fin cu ando Robledo regresó de España en octubre de 1546. Traía el
título de m ariscal y la representación del visitador de C artagena para servirle de
em isario en un área que iba de A ntioquia a C artago. Robledo fundó otra ciudad
al su r de las m inas de Buriticá, Santa Fe de A ntioquia. En lo q u e siguió del siglo
XVI y hasta bien en trad o el siglo xvii, esta ciu d ad se convirtió en el asentam iento
español m ás im p ortante y estable en la altam ente m óvil provincia m inera de A n­
tioquia. La suerte de su fu n d a d o r sería distinta. En octubre de 1546 fue ap reh en ­
d id o por Belalcázar y ajusticiado, acto por el cual este fue acusado de asesinato
y arrestad o cuatro años después.
A m ediados del siglo xvi, los tres caudillos que lucharon por el control de
A ntioquia ya habían salido de la escena y fueron reem p lazad o s por ad m in istra­
dores de la C orona. Sin em bargo, d u ra n te la m ayor p arte del periodo colonial
A ntioquia seguiría ligada a am bos polos. El valle del río C auca la abastecía de
ganado, m ientras que C artagena era su fuente de esclavos y m ercancías de ul­
tram ar.
O tra área d isp u tad a por Popayán, esta vez con Santa Fe de Bogotá, fue la
de Neiva. Si bien las huestes de Q uesada llegaron a la zona u n año antes que las
de Belalcázar, estas últim as se preocuparon po r fu n d a r poblaciones con el fin de
su sten tar sus reclam os territoriales. En diciem bre de 1538 fu n d aro n Calam o, que
luego sería T im aná, cerca del nacim iento del río M agdalena. Al año siguiente
establecieron G uacacallo, la fu tu ra Neiva, con el ánim o expreso de neutralizar
cualquier posible reclam o de Jim énez de Q uesada. D ebido a la fundación de

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UisioKiA ne C olom bia . P aís fkaom fntaix ), sc xillu d dividilia 51

estos pueblos, su pro x im idad relativa a P opayán y al carácter interm itente de


N eiva en el siglo xvi, la región q u ed ó bajo la jurisdicción de P opayán. Sin em ­
bargo, a com ienzos del siglo xvii el territorio que boy form a el d ep artam en to del
H ulla p asó al control de Santa Fe de Bogotá, sede de una audiencia cada vez m ás
poderosa. A un así, la región de N eiva continuó siendo d isp u ta d a por Santa Fe
y el occidente. A lo largo del siglo xvii, am bos trataron de aseg u rar la carne del
g an ad o q u e pastab a en sus p rad eras naturales.

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LOS PRIMEROS ASENTAM IENTOS ESPAÑOLES

ES DI FÍ CI L T R A Z A R uiia línea divisoria entre los periodos de la conquista y la


colonización. La fu n d ació n d e Santa M arta y C artagena d em u estra que desd e su
llegada los esp añ o les erigieron asentam ientos perm anentes. La C onquista se dio
com o u n proceso de etap as sucesivas; no bien se consolidaba un asentam iento,
se ab rían n u ev a s fronteras. P or otra parte, hasta fines del siglo xvi persistieron,
au n en las áreas m ás co n solidadas, elem entos de inestabilidad y valores y con­
du ctas característicos d e las p rim era s épocas de la C onquista.

F u n d a c io n e s

La en co m ien d a fue la institución básica en la organización inicial del asen ta­


m iento español. E n raizada en la últim a etap a de la reconquista cristiana de la
pen ín su la ibérica, alcanzó n u ev a s form as d u ra n te la ocupación del C aribe y M é­
xico. M ed ian te la en co m ienda am ericana la C orona española cedió a los líderes
de la co n q u ista el derech o de asig n ar indios a sus seguidores en recom pensa por
servicios. S egún el concepto legal, el encom endero era titu lar del derecho a p er­
cibir el trib u to q u e las co m u n id ad e s indígenas debían al rey. A cam bio de esta
concesión, el en c o m en d ero q u ed a b a obligado a p roveer la defensa del reino y a
ev a n g elizar a los in dios que le fueran encom endados.
Esta era la en co m ienda legal. En la práctica, sin em bargo, y d u ra n te la
m ay o r p a rte del siglo xvi, g u a rd ó poca sem ejanza con la institución tal com o fue
conceb id a en C astilla. D u ra n te las p rim eras décadas de la C onquista, la enco­
m ien d a sirvió p a ra en cu b rir la arb itra ried a d co n tin u ad a y la desaforada apro-

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M arco I ’ a i a c ic x ;- F r a n k S a it o k d

piación del p ro d ucto y del trabajo indígenas. Las encom iendas asig n ad a s por
G o n zalo Jim énez de Q u esad a a los conquistadores d e los m uiscas no estip u la­
ban con precisión las obligaciones indígenas, salvo p o r un as referencias vagas
a los alim entos. De becbo, adem ás de com ida, los encom enderos les exigieron a
los in d io s a su cargo el sum inistro de vestuario, agua, leña, forraje para los caba­
llos y m ad era y trabajo para la construcción de sus residencias. Tales exacciones
eran m u cb o m ás gravosas que las acostum bradas en tiem pos precolom binos, y
a com ienzos de la década de los años 1540 provocaron rebeliones in d íg en as que
solo term in arían d esp u és de severa represión.
A lo largo del siglo xvi, la C orona y la burocracia del N uevo M undo pro­
cu raro n im poner norm as restrictivas. De 1538 a 1543, la C orona insistió en que la
ca n tid a d y calidad de los tributos de la encom ienda debían ser sim ilares a los que
trad icionalm ente babían entregado los indígenas a sus señores antes d e la C on­
quista. La adhesión a este principio fortalecería el derecho del m onarca español
a g o b ern ar los pueblos recién conquistados. H ubo sin em bargo varios problem as
para aplicarlo. M uchas com unidades de las tierras bajas desconocían los sistem as
fuertem en te jerárquicos y decían que nunca habían d ad o n ad a a sus jefes. Y d o n ­
de había existido un orden tal, com o en los altiplanos orientales, los "tributos" to­
m aban la form a de un intercam bio ritual y no de un im puesto, com o inferían los
españoles. Los m uiscas prestaban a sus señores algún trabajo estacional y estos
les retrib u ían con fiestas y regalos. Y cuando los indios entregaban algún tributo,
este era in d eterm inado y según lo que a cada cual le p erm itieran las circunstan­
cias. Tales relaciones rituales eran com pletam ente distintas en form a y significa­
do d e las nociones europeas de tributación o au n de obligaciones feudales, y en
n in g ú n caso hubieran colm ado la codicia de los conquistadores. En consecuencia,
los procesos judiciales em p ren d id o s por los funcionarios de la C orona se q u ed a­
ron en el papel. Las exigencias estaban d eterm inadas m ucho m ás por las aspira­
ciones d e los nuevos señores españoles que por las costum bres indígenas.
Para satisfacer las d em an d a s de los encom enderos, los indios tuvieron
q u e am p liar su repertorio productivo. Con frecuencia una p arte del tributo
d ebía p agarse en oro; en las regiones que carecían de m inas, los indios debían
v e n d e r sus pro d uctos para ad q u irir el oro necesario. Así q u ed a ro n sujetos a los
vaiv en es del m ercado. Tam bién debieron ap ren d er a p ro d u cir alim entos euro­
peos, com o el trigo y la cebada en las altiplanicies y la cría de cerdos y gallinas
en la costa atlántica. A lgunas de estas innovaciones, en particular los cerdos y
gallinas, debieron beneficiar de alguna m anera a los indígenas. Sin em bargo, las
d esm esu rad as d em an d as de los encom enderos pu siero n en peligro la existencia
m ism a de sus tributarios. En algunos casos tales requerim ientos llevaban a la
m u erte prem atu ra, com o los indios destinados al tran sp o rte en las em barcacio­
nes del río M agdalena, quienes tenían que cargar m ercancías p o r los cam inos a
los altiplanos, o aquellos que fueron a las m inas. Estas tres form as m ortíferas de
trabajo intran q u ilizaron a los funcionarios a lo largo del siglo xvi.

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CÓMO SE FUNDÓ SANTA FE DE BOGOTÁ, SEGÚN LA HISTORIA DE


FRAY PEDRO SIMÓN (ca. 1623)
1. ¿La región de Tunja o la Sabana de Bogotá?
"...p o r la experiencia que tenían de las tierras que pisaban, ya tom an el general y sus
capitanes y soldados el tratar de propósito, si sería bien poblarse en ellas, porque de
las m ás que m edianas m uestras que habían hallado de esm eraldas y sus minas y las
m uy buenas que habían hallado de oro, cuyas minas también se persuadían estar en
la tierra fría, aunque no lo sabían aún de cierto, y la m uchedum bre de los naturales
que había, que no les parecía... cosa de m enospreciar, y tener en poco lo que habían
descubierto, sino procurando conservarlo, perm anecer en la tierra, sin aventurarse a lo
que no sabían a otras partes (...] y así determ inaron hacer asiento en la tierra e ir desde
luego poblándola. De donde salió luego apeada esa otra dificultad sobre dónde pobla­
rían, si en Tunja, donde de presente se hallaban aficionados a la tierra, por haber sido
el principio de la paga de sus trabajos, con oro y esm eraldas, o si com enzarían a poblar
en Bogotá, tierra m ás llana, apacible y más bien dispuesta. Y supuesto que no podían
poblar en dos partes por entonces, por ser pocos para dividirse, deseaba el acierto en
el prim er sitio que se tomara. Al fin, el que siguieron después de varios pareceres, fue
poblar en el valle de Bogotá, por las razones dichas y que, estando cerca del Bogotá
[es decir, del Zipal y de asiento en su tierra, por las continuas persuasiones que se le
podían hacer se podrían tener esperanzas de su reducción o am istad un día que otro,
y tras él los caciques que por su respecto estuviesen rebeldes".

2. La selección del sitio en el valle de Bogotá


"Dio cada cual su razón de la tierra que había pisado, y conferidas entre todos las de to­
dos, guiados todas al mejor acierto, les pareció serlo hacer los bohíos a la parte del oriente
respecto de donde estaban, a las faldas de la sierra por la parte que mira al occidente y
norte, donde estaba poblada una aldea llamada Teusaquillo [...] que estaba a cargo de
un principalejo llam ado de ese nombre, vasallo del cacique de la ciudad de Funza [.. .1
Lo que hizo determ inar la fundación en aquel sitio, fueron las com odidades que en él
hallaron, que son las que debe tener una ciudad cuerdam ente poblada, porque el suelo
tiene la altura de que ha m enester para que corran las aguas sin em pantanar las calles
y plazas y le falta la que no ha m enester que hiciera las calles dificultosas de andar, dos
quebradas de dulcísim a y saludable agua que se descuelgan de lo alto de la sierra, la
una tan abundante que aún en años que no lo son de aguas, sustenta las m oliendas de
la ciudad, mucha piedra para los edificios, la leña que ha menester, buenos aires [.. .1 es
el cielo claro de ordinario, las vistas de la ciudad a la parte del poniente y norte largas
y extendidas, sin estorbo de nada. Pero lo que no poco se advirtió para escoger este
sitio, fue el am paro que tenía del cerro y serranía por la parte del oriente, por donde no

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56 M akco P a i a l k .'S - F k a n k S A i rx)Ri>

podía ser m olestada la población de los enemigos, si acaso sucediese alguna rebelión
o alzam iento de los naturales".

3. Las prim eras construcciones


"Los indios pusieron luego m anos a la obra en que dieron presto fin, por ser m uchos
los m ateriales y oficiales que se juntaron, dejando los doce bohíos m uy capaces y bien
acabados a su m odo, q u e... son de palo que a trechos se van hincando en la tierra,
llenando los vacíos de entre uno y otro de cañas y barro, y las cubiertas de paja sobre
fuertes y bien dispersas varas. Y he oído decir después que pisé esta tierra que la in­
tención con que no fundaron más que estas doce casas fue por corresponder al núm ero
de los doce A póstoles...".

Fray P ed ro S im ó n , Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales,
B ogotá, B iblioteca B anco P op u lar, 1981, to m o III, pp.268-69.

A dem ás de delim itar los tributos exigidos p o r los encom enderos, la C o­


rona tam bién buscó po n er fin al llam ado "servicio personal". Era este u n trabajo
sin pago ni registro que variaba e incluía desd e servicio dom éstico y las faenas
de construcción de casas, hasta el tran sp o rte de m ad era o forraje en largas dis­
tancias. La elim inación del "servicio personal" q u ed ó con sag rad a en las N uevas
Leyes de 1542, m ed ian te las cuales la m o n arq u ía intentó red u cir las d em an d a s
de los en com enderos y, en últim as, abolir la institución de u n a vez p o r todas.
Tales tentativas resu ltaro n infructuosas. En la década que siguió a la C on­
quista, los en com enderos d isfru taro n en sus regiones de u n p o d e r p rácticam ente
ilim itado. Los jueces de la A udiencia, los prim eros funcionarios de alg u n a en ti­
d ad en v iad o s por la C orona, llegaron en 1550 con el objeto d e aplicar las disp o si­
ciones reales. Pero no d isp o n ían de ad m in istrad o re s q u e les sirvieran d e apoyo
ni d e un a fuerza arm ada, m ientras q u e los encom enderos, a m ás d e num erosos,
estaban arm ados. Así no había cóm o aplicar leyes q u e estos rechazaban con te­
nacidad. La fragilidad de la au to rid a d real en esta época tem p ra n a se m anifestó
d ram áticam en te en la rebelión de los co nquistadores del Perú (1544-1548), en la
cual fue d ep u esto y asesinado el funcionario real en v iad o a aplicar las N uevas
Leyes. La experiencia de su colega en el Perú p uso de presente a los jueces del
N uevo Reino de C ra n a d a que debían an d a rse con cu idado. A lonso d e Z urita,
u n o de los funcionarios m ás celosos en la protección de los indígenas, fue lite­
ralm en te echado en 1550-1551. Y aquellos funcionarios q u e un poco m ás tarde
quisieron av an zar en la reform a tuv iero n que ab a n d o n ar varias veces su em p e­
ño al ver la inm inencia de u n a rebelión encom endera. En una fecha tan tardía
com o 1580, u n juez que se m ostraba enérgico protector de los indios se enfrentó
con u na com binación de intereses locales d isp u esto s a m eterlo en u n lío bien
serio. De este m odo, funcionarios m ás p ru d e n te s o m enos concienzudos fueron

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H i^-io k i a ni; C o l o m b i a . P a ís i r .ac ;m l n i a i x ), s c x i i d a d n iv in iP A 57

cedien d o a las p reten sio n es d e los encom enderos. A un cu an d o estos no se rebe­


laron ni co n sp iraro n co ntra los funcionarios reales, siguieron explotando a los
indíg en as sin frenos legales. C on u n a adm inistración raquítica y un vasto terri­
torio, im p on ían su p ro p ia ley en las localidades d o n d e tenían sus encom iendas.
El tam añ o d e las encom iendas varió m ucho. Allí d o n d e la d en sid ad de la
población in d íg en a fue alta, com o en las regiones de Tunja y Santa Fe, o Pasto y
Popayán, las en co m ien d as ten d iero n a ser m ás grandes. H acia 1560,11 de los 16
enco m en d ero s d e Pasto tenían, cada uno, m ás d e 800 indios varones tributarios
y tres tenían m ás d e 1.500. U n solo en com endero recibía trib u to de 3.900 indíge­
nas. Del m ism o m odo, de los 82 encom enderos de Tunja p o r la m ism a época, los
20 principales ten ían en p ro m ed io 900 tributarios cada uno. Por el contrario, en
las tierras bajas d e las hoyas tó rrid as del C auca o del M agdalena, o en la costa
atlántica, d o n d e la población in d íg en a era m ás escasa y estaba dispersa, la m ayo­
ría de las en co m ien d as oscilaba en pro m ed io en tre 100 y 200 tributarios. H abía,
adem ás, fuertes variaciones d en tro de una m ism a localidad. En Tunja, Pasto o
C artagena, las en co m ien das m ás g ra n d es p u d iero n decuplicar en tam año a las
m ás chicas.
Las exacciones de los encom enderos su m ad as al im pacto de enferm edades
eu ro p eas com o la viruela y el saram pión, contra las cuales tam poco tenían d e­
fensas natu rales los indios, precipitaron un desastroso descenso de la población
aborigen. Los esp añoles contem poráneos notaron que el d erru m b e dem ográfico
fue m ás ráp id o en las tierras bajas d o n d e la com binación d e clim a, enferm edades
y cargas laborales onerosas diezm aba tanto com o la peste.
Las poblaciones in dígenas ded icad as al trabajo en las m inas d e oro de las
zonas tó rrid as d e la región occidental fueron d iezm ad as ráp id am en te. En 1582,
u n fraile ag u stin o concluvó q u e en las dos décadas anteriores las poblaciones
in d íg en as de A lm ag u er y P opayán habían declinado en el ochenta y cinco por
ciento, m ien tras q u e m ás al norte las poblaciones d e A nserm a, A rm a y Santa Fe
d e A n tio q uia h ab ían sido p rácticam ente b o rrad as del m apa.
Parecida su erte co rrieron los indios ribereños del río M agdalena, obliga­
dos p o r sus en co m en d ero s a rem ar e im p u lsa r canoas p o r cientos de kilóm etros
tra n sp o rta n d o los bienes q u e abastecían el consum o español en el interior. Los
bogas in d íg en as su friero n un fuerte im pacto. H acia 1560, su m o rtan d a d llegó a
p re o c u p a r a los funcionarios españoles, alg u n o s de los cuales creyeron que en tre
1578 y 1596 m u riero n m ás del 95 p o r ciento de los bogas. D u ran te la década de
los añ o s 1590, las reg lam entaciones g ubernam entales, p o r lo general ignoradas,
b u scaro n fo m en tar la su stitución de los indígenas p o r esclavos africanos en la
boga d e los ríos. Poco a poco, los esclavos africanos o sus descendientes fueron
re e m p laza n d o a los indios en estas faenas.
M o rtalidad sem ejante se presentó en aquellas regiones d o n d e los indios
fuero n req u erid o s para llevar carga, en general d esd e los p u erto s del M agdalena
hasta los m ercados del altiplano. Esto sucedió tam bién con los cargueros de Cali,

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M a k c o I^a i a c ic '>s - F k a .n k S a m o r d

q u e trabajaban en la ru ta del p u erto de B uenaventura en el Pacífico a los centros


del occidente, o los de la com arca oriental de Vélez, q u e se m ovían p o r las ru tas
del M agdalena. Los cargueros debían p asar en pocos días p o r clim as diferentes,
d e las tierras altas y frías a las bajas y cálidas, y viceversa.
En contraste, los indígenas de los altiplanos d ed icad o s a las faenas agrí­
colas sobrevivieron mejor. Los contem poráneos fueron conscientes d e estas d i­
ferencias. En 1563, u n funcionario español inform ó al rey q u e en las regiones
d e S anta Fe y Tunja los indios estaban "m ultiplicándose y sobreviviendo bien",
m ien tras que aquellos de las tierras bajas "ten ían m enos vida". Tal "m u ltip lic a­
ción" d e los indios de los altiplanos era u n p in tu ra rosa. Las cifras señalan lo
co n trario . Entre 1562 y 1596, la población indígena d e Tunja declinó en el 70 por
ciento, seg ú n cálculos recientes. Pero tal dism inución fue lenta co m p arad a con
el d e rru m b e dem ográfico del occidente; p o r eso funcionarios parecieron en ten ­
d erla com o algo positivo.
Si la encom ienda fue la institución que perm itió o rg an izar u n a base eco­
nó m ica indígena, las ciu d ad es fueron el foco d e la vida española. D urante el
siglo XVI, la g ran m ayoría de los españoles vivía en centros urbanos. Por lo ge­
neral u n a d e las p rim eras cosas que bacían los con q u istad o res para controlar un
territo rio era fu n d a r u n a ciu d ad . De esta form a reforzaban el derecho de poseer
y g o b ern ar el territorio. Estas fundaciones tam bién servían para la defensa m i­
litar en caso de ataques de los indígenas vecinos. Por ello la escogencia de los
sitios d e fundación de las dos ciu d ad es m ás im p o rtan tes del oriente siguió cri­
terios defensivos. Santa Fe (1538), establecida al pie de u n a m ontaña, dom inaba
las posiciones de los n um erosos g ru p o s indígenas de la Sabana, y Tunja (1539)
co ro n ab a u n cerro. Las ciu d ad es b rin d aro n a los españoles otro tipo d e defensa:
la d e su id en tid ad cultural. R odeados de un cam po indio, los españoles del siglo
XVI en co n traro n en sus ciu d ad es un refugio en el cual fortalecer u n sentido de
perten en cia europea.
En aquella época, los centros u rbanos estaban m uy ligados a las enco­
m ien d as. M uchos p odían llam arse en realidad pueblos de encom enderos. Esto
es, se fu n d a b an com o residencia de los encom enderos servidos p o r indios de los
alre d ed o re s y funcionaban com o un receptáculo español del tributo indígena.
En el siglo xvi, los encom enderos d o m in aro n los concejos m unicipales (cabildos
o ayuntam ien to s). Por lo general estos concejos dieron voz institucional a su
resistencia a las restricciones legales arriba m encionadas. H asta el siglo xvii, los
alcaldes ord in arios de los cabildos, generalm ente encom enderos, tenían jurisdic­
ción inicial sobre los casos relacionados con indios, la m ayoría d e los cuales eran
quejas contra sus pares. El control de los cabildos les perm itió reforzar sobre
o tro s españoles m enos afo rtu n ad o s la ventaja inicial del m onopolio d e la m ano
d e o b ra indígena. Las concesiones de tierra en los alrededores d e las ciudades
eran ad ju d icad as por los concejos y com o es obvio p ro curaban favorecer a los
enco m en d ero s. Estos controlaban g ran p arte de la oferta de alim entos y como

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H i '-TOKIA n i C O U IM B IA . I ’ a IS rK A CM H N TA IX), SCX II I M i ) Dl\ iniD A 39

m iem bros de los cabildos fijaban los precios y otras condiciones del abasteci­
m iento de las ciu d ad es.
Las p rim eras guías geográficas d an u n a buena idea de las razones q u e
m otiv ab an a fu n d a r u n a c iu d ad en u n d eterm in ad o lugar. En la guía de Juan
López d e Velasco (c.l570), la descripción de cada ciu d ad trae las condiciones del
clim a, benigno o m alsano; del potencial económ ico, tipo de producción agrícola
y presencia o au sencia d e m inas de oro. Luego vienen los com entarios sobre la
índole de los indios q u e habitan el área. Si n um erosos y útiles o, por el co n tra ­
rio, si belicosos, reb eld es e in su b o rd in ad o s (behetrías) y p o r tanto inútiles. Allí
d o n d e los indios eran sed en tario s y sum isos, la guía señala específicam ente el
n ú m ero de en co m en d ero s d e la ciu d ad y la can tid ad de indios tributarios. El
criterio cardinal en la escogencia de u n sitio era la d isp o n ib ilid ad , docilidad y
ab u n d an cia d e m an o d e obra indígena. Si a esto se añ a d ía n el clim a salu d ab le
y la fertilidad de la tierra, entonces las condiciones eran ideales. Así lo d e m u e s­
tran elo cu en tem en te los ejem plos de Santa Fe, Tunja o Pasto. En otros casos, sin
em bargo, el d escu b rim ien to d e depósitos d e oro tam bién llevó a la fundación d e
ciudades. El establecim iento español en los valles del M agdalena, com o Tocaim a
(1545), M ariquita e Ibagué (1551) o La Palm a (1564) y La V ictoria (1565), o b ed e­
ció a la n ecesidad d e co n trolar poblaciones p o r p arte d e españoles que carecían
de en co m ien d as en los altiplanos. Pero en cada uno de estos lugares tam bién
se en co n traro n alg u n o s d epósitos d e oro. P am plona, en la cordillera O riental,
em ergió en la d écad a d e los años 1550 com o centro d e las m inas d e oro m ás
im p o rtan tes d escu b iertas en toda la región. En el occidente, P opayán se estab le­
ció cerca del nacim iento del río C auca, en parajes de b u en clim a, tierras fértiles
y u n a población in d ia b astan te nu m ero sa y utilizable. La existencia d e oro en
el área tam bién d esem p eñ ó algún papel, m ás evid en te aú n en la fundación d e
ciu d ad e s com o A lm ag u er (1552), al su r de Popayán; C artago (1540), al norte de
la planicie in u n d ab le del valle del río C auca, y todavía m ás al n o rte en la cuenca
del m ism o C auca, A nserm a (1537), A rm a (1542), C aram an ta (1548), A ntioquia
(1541) y Santa Fe d e A n tioquia (1546).
M uchas poblaciones ded icad as a la explotación del oro tuvieron una exis­
tencia m ás bien fugaz. El colapso se p ro d u cía con frecuencia p o r la falta de m an o
de obra. En m uchos casos, la tentativa d e los españoles d e forzar a la población
local al trabajo en las m inas provocaba rebeliones y la destrucción de los a se n ta ­
m ientos. Este fue un suceso frecuente en el valle del Alto M agdalena en el siglo
XVI y en el Chocó, en los siglos xvi y xvii. En Buriticá, ex p lo tad a d esd e antes d e la
C onquista, los in d íg en as locales, aco stu m b rad o s a la m inería, o p u siero n m enos
resistencia. El d e rru m b e dem ográfico fue quizás la causa m ás im p o rtan te del
colapso inicial d e m u ch o s centros m ineros en las regiones de C artago, A nserm a
y A rm a. U na altern ativ a serían los esclavos africanos, excepto en las zonas d e
m inería m arginal, d o n d e el precio de los esclavos du p licab a el prevaleciente en
la costa atlántica. Por lo general, los españoles recurrieron al em pleo de esclavos

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60 M arco IL m .ac k n - F'r a n k S a i f o r o

en escala apreciable tan solo cu an d o la m ano de obra nativa no podía utilizarse


o había dism in u ido dem asiado. En unos cuantos lugares, d o n d e los indios hicie­
ron grandes huelgas, com o en Z aragoza y R em edios en las décadas d e los años
1580 y 1590, se trajeron africanos en cantidades sustanciales.
La inestabilidad de los pueblos m ineros tam bién se originó p o r el ag o ­
tam iento de los depósitos auríferos. En la m ayoría de los casos los placeres se
hallaban en los ríos y corrientes de agua y el oro se extraía por el proceso de
lavado en batea. Este tipo de m inería tendía a ser de peq u eñ a escala y en cam pos
im provisados. Por su n aturaleza el placer se agotaba pronto. Pero en la m inería
de veta tendía a ocurrir lo m ism o; en diez o veinte años se extinguía un filón.
El agotam iento de los hom bres y el m etal precioso llevó a fines del siglo xvi al
encogim iento de pueblos pioneros com o A rm a y C aram anta. O tros recogían sus
estacas y seguían m oviéndose. En la región antioqueña fue característico el p u e ­
blo m inero peripatético. En el siglo xvi, por lo m enos cuatro pueblos m ineros se
m ovieron a distancias considerables, entre ellos A ntioquia la Vieja y Z aragoza.
Rem edios, por su parte, se m ovió cuatro veces entre 1561 y 1594, cubriendo unos
ciento cincuenta kilóm etros en saltos de hasta cuarenta kilóm etros.
Las fundaciones m ás estables fueron aquellas que se convirtieron en cen­
tros adm inistrativos y de aprovisionam iento de toda una zona m inera. U na de
las m ás im portantes en la seg u n d a m itad del siglo xvi fue la de la región de
B ucaram anga, que estim uló el crecim iento de P am plona y Tunja, centros que
a su vez le dieron alim entos, provisiones y m ano de obra. Papeles sim ilares de
adm inistración y avituallam iento cum plieron P opayán, C artago y Santa Fe de
A ntioquia. En el siglo siguiente, M edellín y Rionegro cum plirían la m ism a fu n ­
ción en las zonas aledañas.
Al lado de los centros adm inistrativos estabilizados por una base ag ro p e­
cuaria bien consolidada y de los pueblos m ineros m ás inestables, aparecieron
otros poblados españoles que funcionaban com o pu n to s de tránsito en la ru ­
d im entaria red de cam inos. Los puertos caribeños de Santa M arta y C artagena
y pueblos ribereños del M agdalena com o Tenerife, M om pox, T am alam eque y
H onda, todos servían de enlaces del com ercio, en particular de las im portacio­
nes. Esta función tam bién fue cum plida por poblaciones com o Vélez o Villeta,
fun d ad as en los cam inos que conectaban el M agdalena con los altiplanos orien­
tales. H allado el paso del Q uindío en 1550, Ibagué se convirtió en su term inal
oriental y C artago en la occidental. En el occidente. Cali fue el vínculo de las
com unicaciones entre la hoya del C auca y el puerto de B uenaventura.
Ni siquiera las m ás im portantes ciudades españolas lograban im presio­
nar. A lo largo del siglo xvi fueron bastante pequeñas y las m ás gran d es del in­
terior apenas tenían unos pocos centenares de españoles. Com o a p u n tó G erm án
C olm enares, en sus com ienzos existieron m ás com o un concepto jurídico que
com o centros urbanos. Las edificaciones originarias, construidas por los indios,
eran sim ples chozas de bahareque y techos de palm a o paja. Por esta razón, un

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} ll>IOKIA n r Coi-OMBIA. I ’ a IS I KA(,M 1.\I A lK ). S(,X H U A I) D IV in il'A 61

incendio accidentai arrasó con C artagena en 1552. D espués del incendio el cabil­
do p rohibió las edificaciones de m adera, o rd e n an d o q u e en ad elan te se em p lea­
ran otros m ateriales de construcción com o la piedra, el ad o b e o, al m enos, vigas
de m ad era cu b iertas de lodo. En los años siguientes se em p learo n el ladrillo y
los techos de teja, p ero la escasez d e canteras no perm itió q u e la p ied ra entrara
en uso. Hacia 1570, cu a n d o C artagena tenía unas trescientas casas de españoles,
la única edificación co n stru id a en p ied ra era u n a casa co m p artid a p o r el C abildo
y el gob ernad o r. H asta la década d e los años 1580, ni siquiera en la construcción
d e iglesias y con v en to s se em pleó la piedra.
El am b ien te fronterizo d e las zonas m ineras del occidente acentuaba el
carácter de p ro v isio n alid ad d e las poblaciones. Allí el n ú m e ro d e p u eb lo s era
re la tiv a m e n te alto p ero m uy re d u c id a su población española. En 1570 no había
en P opayán, Cali, C artago, A lm aguer, A rm a o A nserm a m ás de tres docenas
d e h o gares españoles. Estas fundaciones del occidente fueron tan red u cid as en
com p aració n con Santa Fe o Tunja p o r la ausencia d e poblaciones indígenas n u ­
m ero sas capaces d e so stener su expansión.
En las poblaciones del occidente la construcción tam bién era bastante rú s­
tica. D u ran te varias d écad as el b ah areq u e fue el principal m aterial de construc­
ción en P opayán. H acia 1560 aparecieron algunas edificaciones d e piedra, pero
el terrem o to d e 1566 reveló que el b ah areq u e ag u an tab a m ejor los m ovim ientos
telúricos. En la d écad a siguiente alg u n as casas de españoles tenían pared es de
ladrillo y estaban techadas con teja d e barro. Las p rim eras iglesias de p ied ra se
lev an taro n d esp u és d e 1585 y solo a fines del siglo la catedral se edificó con este
m aterial. En Cali, su co m p etid o ra regional, em p ezaro n a verse construcciones
de ladrillo en 1565.
La tendencia de casi todos los españoles asen tad o s en las regiones oc­
ciden tales de reg resar a su tierra con las alforjas a re v en tar p u d o ser un factor
en el retraso del desarro llo urbano. En 1582, un ag u stin o se quejó de los m ás
de doscientos v aro n es españoles residentes en Pasto, q u e eran m an ten id o s por
u n o s veinte mil indios; los tres m onasterios de la ciu d ad , dijo, eran edificios des­
m irriad o s por los exiguos donativos, pu es todos an h elab an llevarse a España su
botín am ericano. Las d im ensiones d e la fuerza laboral tam bién explican por qué
las poblaciones del o rien te fueron m ucho m ás grandes.
Según parece, en la d écada d e los años 1570 S anta Fe tenía unos seiscien­
tos ho g ares españoles, Tunja, en tre doscientos y trescientos, y Vélez y P am plona,
u nos cien cada una. Pero la m ayor superficie u rb a n a no se reflejaba en un tipo
de construcción diferen te al del occidente. Los co n q u istad o res d e los altiplanos
v ivieron d u ra n te u n o s v einte años en el m ism o tipo d e chozas d e m ad era y paja
d e los m uiscas. En 1542, el C abildo o rd en ó co n stru ir to d as las casas en ladrillo
o p ied ra. Sin em bargo, la disposición se q u ed ó en el papel d u ra n te m ucho tiem ­
po. En 1560 ap areció la p rim era casa de ladrillo y tejas, erigida p o r u n o d e los
princip ales co n q u istad o res-encom enderos. Pero los ladrillos de fabricación local
re su ltaro n poco du rab les. H asta fines del p eriodo colonial las casas m ás valiosas

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62 M akco I^a l a c io s - F k a n k S a i t o r d

M apa 4.1. D ivisión política siglo XVII.

Fuente: A tlas de mapas antiguos de Colombia: siglos XVI a XIX. B ogotá, Litografía Arco. R ecop iló y d iri­
g ió E d u ard o A c e v e d o Latorre.

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1 lisiO R iA n r C o l o m b i a . P a is i r .a o m il n ' t a d o , s c x il o a d d i v i d i p a 63

de la ciu d ad estaban hechas en tapia pisada sobre cim ientos de piedra. En los
pueblos d e frontera de las vertientes del M agdalena, la m adera y el bahareque
co n tin u aro n siendo el m aterial m ás corriente.
D u ran te el siglo xvi, los españoles perm anecieron casi todo el tiem po en
estas ciu d ad es y la población del cam po siguió siendo esencialm ente indígena,
lo cual no significa q ue las dos sociedades estuvieran separadas. Los encom en­
deros req u erían indios para el servicio dom éstico. C on el tiem po, m uchos de
estos in dígenas se q u e d a ro n a residir, se hispanizaron y fueron llam ados "indios
ladinos". P ronto se form arían barrios ladinos en las periferias y allí p re d o m in a­
ba la tradicional choza indígena de m adera y techo de paja.

R e g io n e s

En el interior del país había dos regiones de claro dom inio español, con
com arcas fronterizas cercanas que controlaban parcialm ente. En el oriente, com o
vim os, los españoles to m aron posesión de las regiones m uiscas, au n q u e tam bién
ocu p aro n com arcas d e frontera en el Alto M agdalena. Pero el dom inio sobre
otros territorios próxim os fue m ás m arginal y en zonas de la cercana cordillera
C entral estu v iero n ex puestos a los ataques de los indios. Tam bién se establecie­
ron en los bordes de los Llanos O rientales, pero allí su presencia fue m uy dilu id a
hasta fines del p erio d o colonial. En el occidente, establecieron un dom inio in ­
equívoco en las com arcas de Pasto y en los alrededores de P opayán, Cali y Buga.
M ás al no rte co n tro laro n algunos p u n to s m ineros en los actuales A ntioquia y
C aldas, p ero m uy poco en sus alrededores.
En el siglo xvi, las dos regiones de evidente control español en el oriente y
occidente estuvieron bastante aisladas una de otra y así perm anecieron d u ra n ­
te m ucho tiem po. La b arrera estaba en la extensa y v irtu alm en te im penetrable
cad en a d e m o n tañ as de la cordillera C entral, intransitable en m ula y en cuyos
parajes los indios insum isos am enazaban periódicam ente a los pocos viajeros.
Esta desconexión reforzó el separatism o adm inistrativo y acentuó la jurisdicción
in d ep en d ie n te de P opayán sobre casi todo el occidente. A ntes de 1549, el occi­
d en te en su conjunto d ep e n d ía de Lima y Quito. Al constituirse en aquel año la
A udiencia de Santa Fe, P opayán y todo el occidente q u ed a ro n bajo su jurisdic­
ción, p ero el establecim iento de una audiencia en Q uito devolvió a aquella la
a u to rid a d sobre toda un área que com prendía desde Buga hasta Pasto.
O rien te y occidente desarrollaron econom ías autónom as, sim ilares y des-
conexas d u ra n te todo el siglo xvi. En am bas regiones, los cam pam entos m ineros
trataro n d e p ro d u cir sus alim entos, principalm ente yuca y m aíz. C uando nece­
sitab an provisiones adicionales tendían a buscarlas d en tro d e su m ism a región.
Las m inas de oro de P am plona y de los valles del Alto M agdalena recibían trigo,
gan ad o , textiles y m ano de obra de Santa Fe y Tunja. En el occidente. Pasto y
P o p ay án abastecían las zonas m ineras del occidente de trigo y Buga les enviaba
ganado.

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M M arco I^a l a c ' i c s - F r a n k S a i t o k d

A fines del siglo xvi, el oriente y el occidente em p ezaro n a diferenciarse


econòm icam ente. En la prim era región, el oro fue m uy im p o rtan te en los co­
m ienzos y entre 1560 y 1580 fue la principal fuente del m etal precioso. Pero esta
m inería em pezó a declinar hacia fines del siglo y la agricultura de cereales, p ap a
y la cría de ovejas se convirtieron en su actividad predom inante. Al m ism o tiem ­
po, la m inería del oro em pezó a p red o m in ar en el occidente, pero el d erru m b e
poblacional le im pidió abastecer los cam pam entos de alim entos y textiles. Esta
diferenciación fue llevando a u n a com plem entariedad ru d im en taria en tre las
dos regiones. Ya en 1580 había algún intercam bio de oro en polvo p ro d u cid o
en el occidente y de m antas tejidas por los indígenas del oriente. Este p atró n de
diferenciación y com plem entariedad se hizo m ás pro n u n ciad o en los siglos xvii
y xviii.
El oriente y el occidente tam bién em pezaron a distinguirse racialm ente
d esde fines del siglo xvi. La sustitución de m ano de obra indígena por esclavos
africanos fue la nota pred o m in an te en los cam pos m ineros. Este proceso em pezó
a notarse en las décadas de los años 1580 y 1590 y fue m ás acentuado en las zo ­
nas antioqueñas, d o n d e los indígenas perecieron ráp id am en te y pareció un poco
m ás fácil el abastecim iento de esclavos en C artagena. Pero au n en A ntioquia,
indios tributarios y esclavos africanos trabajaron juntos en las regiones m ineras
d u ra n te m ucho tiem po. Los em presarios utilizaron los esclavos en las m inas,
m ientras que en los cam pos los indígenas producían alim entos. Esta transición
p ued e verse en Buriticá, d o n d e los españoles em pezaron la explotación con m i­
neros indígenas en la década de los años 1540. En 1583 había trescientos esclavos
negros y mil quinientos indios. Cinco años d espués el balance estaba cam bian­
do y Buriticá ya tenía ochocientos esclavos africanos. En regiones m ineras m ás
recientes, los esclavos ad q u iriero n im portancia desde bien tem prano. En Rem e­
dios (en su cuarta localización), los m ineros indios hicieron una gran huelga en
1594 y dos años m ás tard e ya había dos mil esclavos en sus m inas. Zaragoza
em pezó a p ro d u cir oro en 1580; quince años después, cu an d o estaba lejos de
ser el centro principal de producción aurífera, tenía tres mil esclavos africanos
y cuatro mil en 1617. En los siglos xvii y xviii, con la dism inución de la población
indígena y la creciente im portación de esclavos, se acentuó el contraste entre un
occidente m inero y africano y unas altiplanicies orientales indígenas.
El tercer eje de asentam iento español fue la costa atlántica o caribe. Santa
M arta y C artagena, las dos ciu d ad es costeras m ás im portantes, com enzaron m ás
o m enos a la p ar y en el siglo xvi am bas retuvieron el estatus adm inistrativo de
sedes de g o b ern aturas provinciales. Santa M arta, asaltada con frecuencia por
tribus de los alrededores e incendiada por bucaneros franceses, perdió la m ayo­
ría de la población española en el curso del siglo y q uedó convertida en m ero
cascarón. En contraste, C artagena ganó im portancia con el tiem po. Com o Santa
M arta, fue presa de la piratería de franceses e ingleses. En 1544 y 1559 cayó en
m anos de corsarios franceses que exigieron rescate. John H aw kins la bom bardeó

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H ib io k ia I'I- C o i.n .M B iA . I ’ a i s ir a g m im a ik ', s t K : i r .i \ A n n i v i n i o A 65

en 1568 y en 1586 Francis D rake la ocupó, incendió en p arte y extrajo un buen


rescate. Pero a p esar d e estas y otras perturbaciones onerosas, C artagena salió
avante. Tuvo una población de mil españoles en 1565, y hasta de seis mil en 1620.
Tenía varias ventajas sobre Santa M arta. Su bahía estaba m ucho m ás protegida
y próxim a a P anam á, el centro de com ercio con el Perú, rico en plata, y adem ás
la circu n d ab an tierras ap tas para la producción de alim entos. D esde m uy tem ­
p ra n o p u d o en v iar m aíz y cerdos, cuya producción estaba a cargo de indios
de encom ienda, a d iv ersos p u n to s de la costa caribeña, desde V enezuela hasta
Panam á. Su papel d e p u erto de aprovisionam iento de las flotas m ercantes que
ven ían de España ru m b o a la feria com ercial del istm o de P anam á le aseguró la
delan tera. La tripulación d e las flotas se abastecía en C artagena de pan de yuca
y carn e salada de cerdo. A dem ás, el com ercio exterior de las regiones colom bia­
nas, exportaciones de oro e im portaciones, pasaba principalm ente por su p u e r­
to. En un principio las im portaciones consistían en bienes de consum o europeo
(vino, aceitunas, aceite de oliva y reducidas cantidades de textiles y vestuario)
d estin ad o s p rin cip alm ente a las ciu d ad es de la región oriental. En la segunda
m itad del siglo xvi, tam bién se convirtió en el centro de im portación de esclavos
africanos que trabajaban en las m inas del occidente, papel m ás prom inente en
los siglos XVII y xviii.

C o n t in u id a d e s y c a m b io s

El m edio siglo tran scu rrid o entre 1540 y 1590 fue de transición entre la
rap iñ a y las g u erras faccionales de la C onquista y la institucionalización m ás
re p o sad a del resto del p eriodo colonial. En el orden político, en los sistem as de
p roducción y en el trato a las poblaciones indígenas som etidas, los españoles
m an tu v iero n alg u n o s com portam ientos característicos del periodo de la C on­
quista, pero al m ism o tiem po em pezaron a guiarse por patrones económ icos e
institucionales qu e prefiguraban los dos siglos por venir.
Poco d esp u és de la C onquista, la C orona pretendió poner bajo su con­
trol a los conquistadores. D urante décadas, sin em bargo, la acción de sus em i­
sarios pareció ser tan im p o rtan te en esparcir el d eso rd en com o en establecer
la au to rid a d real. C ada uno de los funcionarios reales llegaba con un séquito
de fam iliares y d ep en d ien tes, a quienes favorecía con encom iendas. Con fre­
cuencia, los funcionarios, em pujados por sus clientelas, en trab an en conflicto. La
ad m in istració n ha deb id o regularizarse en 1550 con el establecim iento en Santa
Fe d e la prim era A udiencia, un tribunal de apelaciones con poderes ejecutivos.
De hecho, los prim ero s o idores de la A udiencia, com o casi todos sus sucesores,
llegaron con sus protegidos, a quienes concedían favores especiales. Los feroces
conflictos desatad o s p or este com portam iento clientelista retrasaron la institu­
cionalización de la au to rid a d política.
Al debilitar el po d er oficial, estos conflictos ayu d aro n a p erp etu ar la a u ­
to rid ad carism àtica de tos conquistadores. M uchos funcionarios españoles que

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66 M arco P a i ac k X' - F r a n k S a i t o k o

intentaron proteger a las poblaciones indígenas aplicando la legislación se con­


virtieron con frecuencia en blanco de los ataq ues de otros funcionarios aliados
con los encom enderos.
Las d isp u tas entre funcionarios, inducidas por un sistem a engorroso y
conflictual, tam bién debilitaban la au to rid ad política. Por lo com ún, los oidores
de la A udiencia an d u v iero n en guerra con el arzobispo, quien de vez en cu an d o
excom ulgaba a alguno de ellos. Al m ism o tiem po, el arzobispo y los oidores
bacían causa com ún en sus críticas a las órdenes religiosas. A m ás de todo esto,
frecuentem ente un visitador —un funcionario enviado de España e investido de
poderes ex traordinarios— separaría de sus cargos y castigaría a los funcionarios
m ás encopetados y anularía sus decisiones, haciendo todavía m ás vulnerable la
auto rid ad . Más aún, la práctica establecida som etía a todos los funcionarios de
alta categoría a un proceso de revisión de todas sus actuaciones, justo antes de
dejar el cargo. H abitualm ente m uchos funcionarios honestos, objeto de serias
acusaciones, salieron en la ignom inia y a la espera de un juicio en España. Este
sistem a reforzaba a la C orona, la m áxim a au to rid ad , pero lesionaba la de sus
funcionarios en América.
En sus com ienzos, los españoles asentados en A m érica no parecieron a n ­
ticipar un proceso de inm igración continuada desde España. En un lapso con­
siderable su p u sieron que la población española consistía o debería consistir
perennem ente de un reducido núcleo de encom enderos arm ados, asociados a
un g rupo aún m ás pequeño de ad m in istrad o res y clérigos, todos viviendo del
tributo generado por una gran población de trabajadores indígenas. A m ediados
del siglo y a causa de la guerra civil librada entre las huestes españolas en el Perú
y del posterior d erru m b e de la a u to rid a d real, la C orona prohibió la inm igración
a ese reino. Los exiliados de la g uerra peru an a aparecían en el valle del Cauca,
m ientras que otros conquistadores, que en un principio se habían em barcado
hacia el Perú, se desviaban a la N ueva G ranada. De fines de la década de los
años 1550 a principios de la siguiente, las au to rid a d es españolas se quejaron
del núm ero excesivo de inm igrantes. Privados de encom iendas y por ende de
m edios de vida, se transform aron en vagos, ladrones y asesinos. A saltaban en
las áreas rurales y m uchos de los exiliados del Perú estuvieron im plicados en
rebeliones contra las au to rid ad es reales. Á lvaro de O yón, uno de estos peruleros
levantiscos, saqueó una serie de pueblos del Alto M agdalena en la década de los
años 1550 y atravesó la cordillera C entral, am enazó el valle del río C auca y cayó
sobre Popayán, d o n d e fue ejecutado. O tro perulero rebelde, Lope de Aguirre,
se tom ó y saqueó varias poblaciones de la costa de V enezuela y am enazó hacer
lo m ism o con C artagena en 1561. Para contener a estos hom bres insaciables y
sanguinarios, las au to rid ad es locales em pezaron a pedir a la C orona lim itar el
flujo de inm igrantes.
En el ínterin, los ad m in istrad o res locales decidieron em plear el rem edio
tradicional para los descontentos: las expediciones de conquista. En p arte para
tener ocupados y apaciguados a los recién llegados, patrocinaron la ocupación

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m ilitar de regiones q u e no habían estado previam ente bajo control español hasta
m ed iad o s del siglo, en p articu lar áreas del Alto M agdalena. En estas décadas,
las expediciones al m ítico D orado, verificadas por lo general en las tierras bajas
al o rien te de los A ndes, b rin d aro n ocupación a los españoles inquietos y am bi­
ciosos, au n q u e tu v iero n u n alto costo en vidas de los m iles de cargueros indios
q u e llevaban consigo.
La caída de la población indígena significó que m uchas co m u n id ad es q u e ­
d aro n reducidas, al p u n to que los encom enderos no p o d ían sostenerse con su
trib u to regular. Esto fue p articu larm en te cierto en el occidente y en el A lto M ag­
dalen a, d o n d e las d en sid ad es indígenas fueron bajas desde el principio. A un
en las altiplanicies orientales, d o n d e perm anecían las co m u n id ad es indígenas
m ás n u m ero sas, estas eran cada día m ás incapaces de sostener el tributo legal.
Los enco m en d ero s re sp o n d iero n a esta situación de diversas m aneras. A lgunos
m an tu v iero n el trib u to en los niveles anteriores, en g añ an d o a las au to rid ad es y
aseg u rán d o les q ue el n ú m ero de sus indios no había dism inuido. Por lo general,
los en co m en d ero s decid ieron com plem entar sus ingresos particip an d o en em ­
presas agrícolas en sus tierras. Estos recibían tierras llam adas aposentos, ubicadas
en la vecin d ad de las co m u n id ad es que tenían en encom ienda. Estos aposentos
se co n v irtiero n con frecuencia en la base de gran d es haciendas. Pero adem ás de
los aposentos, los enco m enderos obtenían tierra m ed ian te concesiones de los
cabildos o sim p lem en te u su rp á n d o la de las co m u n id ad es indígenas. Los esp a­
ñoles q u e no conseguían encom iendas tam bién em p ezaro n a obtener tierra y a
establecer fincas, au n q u e estaban en desventaja frente a los encom enderos en la
com petencia p or o b ten er m ano de obra.
El crecim iento de estas p ro p ied ad es y de la agricultura en m anos de espa­
ñoles se refleja bien en los tipos de quejas contra los encom enderos a partir de la
d écad a de los años 1560. Se los acusaba, cada vez m ás, de obtener las m ejores tie­
rras d e las co m u n id ad es y de im ponerles tal cantidad de trabajo en las haciendas
qu e les q uitaba el tiem po necesario para las labores en sus propios lotes. O tro sig­
no del desarrollo de la ag ricultura española p u ed e seguirse en las quejas contra la
destrucción de sem enteras indígenas por el ganado de los europeos. Hacia 1560
se cultivaba m aíz y cebada en las fincas españolas de Santa Fe, Tunja y Pam plona.
En la década siguiente, la sabana de Bogotá y la región de Tunja sum inistraban
harinas, jam ones y quesos a las zonas m ineras y a los puertos de la cuenca del
M agdalena y a C artagena. Tunja tam bién se había convertido en un im portante
centro de pastoreo de ovejas y de tejidos de lana y algodón, que tenían m ercado
d esd e la región m inera de P am plona en el norte hasta A lm aguer en el sur.
En regiones del occidente, d o n d e la fuerza laboral era am plia, com o Pasto,
y en m enor g rad o P opayán, tam bién se estaba d esarro llan d o u n a agricultura de
tipo europeo. D esde la década de los años 1540 se cultivaba en Pasto el trigo,
traíd o en sus com ienzos de la región de Q uito, y en los años siguientes el cultivo
se ex tendió h asta P opayán. M uchas regiones del occidente se abastecieron de

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M a r c o P a i ac io s - F r a n k S a i f o k d

cereales pro d u cidos en estos dos centros. D urante el últim o tercio del siglo se es­
tablecieron en Cali y Buga cultivos de caña de azúcar y alred ed o r de 1580 incluso
se llegó a exportar a Panam á.
El desarrollo agrícola fue m ás lim itado en el occidente. Las cuencas del
río Cauca fueron d o m in ad as por españoles que recibieron grandes extensiones
de tierra en recom pensa por su lucha contra indios rebeldes. El problem a de la
escasez de m ano de obra, d ad o el ráp id o descenso de la población nativa, fue
crónico y todavía a fines del siglo xvii no se habían desarrollado allí m ercados re­
gionales significativos. D urante m ucho tiem po, la tierra perm aneció sin valor y
grandes extensiones qued aro n inexplotadas pues sus dueños ni las visitaban, de
suerte que en m uchos casos fueron ocupadas ilegalm ente porciones sustanciales
y así perm anecieron por décadas, sin ser descubiertas. En estas condiciones, sus
propietarios fueron pobres, especialm ente si se los com para con los g ran d es te­
rratenientes que ocupaban tierras ubicadas cerca de los grandes m ercados y con
una am plia m ano de obra, com o los del México central.
Si bien en estas regiones se desarrolló una econom ía de características a
todas luces españolas, hubo tam bién un aspecto indígena. De diversos m odos
los indígenas fueron forzados a participar en el desenvolvim iento de esta eco­
nom ía española. Para pagar sus tributos, los indios tuvieron que ap ren d er a cul­
tivar p roductos europeos, a cosechar trigo y cebada o a criar ovejas. En m uchos
lugares incorporaron a su econom ía dom éstica cerdos, gallinas, cabras y ovejas.
Las econom ías española e indígena fueron entrelazándose e integrándose. En los
m ercados de las altiplanicies orientales, los indígenas v endían alim entos para
com prar oro y algodón, que no eran producidos localm ente, y sí exigidos com o
tributo. En la década de los años 1580 m ás de tres mil indígenas acudían al m er­
cado de Santa Fe con cargas de coca, algodón y textiles que intercam biaban por
tejuelos de oro, una bu rd a m oneda local m anu facturada por otros indígenas. Los
españoles tam bién em pleaban estos tejuelos com o m edio de intercam bio. Por su
parte, los estancieros españoles cultivaban productos nativos com o m aíz y papa.
Usaban arad o de m adera tirado por bueyes, pero tam bién las barras de m adera
de los indígenas. Los indios em pezaron a m anejar las recuas de m uías de los
españoles y algunos se volvieron em presarios arren d a n d o caballos a los viajeros
y m ercaderes españoles.
Un proceso sim ilar de integración de culturas m ateriales indígenas y es­
pañolas tu v o lugar en la costa atlántica. En la agricultura indígena se unieron
d esde un principio gallinas y cerdos a la yuca, m ientras que los españoles de las
ciudades costeras se acostum braron al pan hecho de m aíz y yuca.
A la p ar con este proceso de integración económ ica en la ag ricu ltu ra,
las m an u factu ras y el com ercio, la econom ía española continuó cobrando un
alto núm ero de víctim as entre los indios, particularm ente en aquellos em pleados
com o m ano de obra en la m inería de oro, en las em barcaciones del río M agda­
lena y en el tran sporte terrestre de carga. En 1550, la C orona había prohibido el

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\ llSTORIA PH COI-OMBIA. I ’ a IS ERA G M EN TA IX), SOCIEDAD IIIVIDIDA 69

em pleo de in d íg en as en to d as estas faenas, precisam ente p o r su notorio efecto


devastador en la población. En ese entonces, la C orona española parecía seria­
m ente em p eñ ad a en aplicar esta legislación, pero sus ad m in istrad o res locales no
hacían m ás q u e pro clam arla d e dientes para afuera. En la década siguiente la
situación cam bió u n poco. Felipe ii, el n uevo rey de España, que estaba enfren­
tan d o el financiam iento d e sus g u erras europeas, dio p rio rid ad a la extracción
de fondos de las colonias antes q u e a la protección de los indígenas. Los ad m i­
n istrad o res coloniales em p ez aro n a arg u m e n tar q u e no había m ás rem edio que
em p lear indios en las faenas arriba anotadas. La m inería del oro, subrayaron, era
el pilar económ ico, es decir, el único m edio para p ag a r los bienes im portados.
A dem ás, los m in ero s locales no estaban en condiciones d e a d q u irir la fuerza
laboral alternativa: los esclavos africanos. Los em b arq u es d e oro hacia España y
sus pro p io s salarios, añ ad ían , d ep e n d ía n de la m ano de obra indígena. Lo m is­
m o se aplicaba al tran sp orte.
El abastecim iento d e p ro d u cto s im p o rtad o s era d e g ran im portancia para
los españoles del interior. El costo del tran sp o rte en térm inos de vidas indias no
era su m ay o r preocupación. El río M agdalena era la única ru ta razonable hacia el
interior, pero p lan teab a varios problem as. Bancos de aren a y vegetación ribere­
ña o b stru ían tram o s del río y los rá p id o s y corrientes presen tab an u n obstáculo
azaroso. D u ran te las dos largas tem p o ra d as anuales d e lluvia, la corriente era
tan fuerte que se to rn ab a dem asiad o riesgoso forzar el paso de las em barcacio­
nes río arriba. Y hasta fines del siglo xvi, los indios salvajes atacaban las em b ar­
caciones. Las frecuentes p érd id a s d e m ercancía, bien en el río o p o r los cam inos
hacia los altiplanos, su b ían los ya d e p o r sí elevados costos d e transporte. H asta
fines de la década d e los años 1560 fueron tan m alos los cam inos que era d em a­
siado arriesg ad o u sar bestias de carga y p o r tanto los indios cargueros fueron el
único m edio disponible.
Se arg u m e n tab a q u e el alto costo del tran sp o rte de los bienes im portados
em pobrecía a los españoles. Em pezó entonces la bú sq u ed a, q u e llegaría hasta el
siglo XX, de ru tas m enos costosas. Se ensayaron varias atajos, algunos antiguos
com o el del río O pón hacia Vélez, o el de Tocaim a hacia Santa Fe. Pero tales al­
tern ativ as im ponían u n a carga m ayor a los cada vez m ás escasos cargueros. Una
que pareció econom izar vidas, la de subir bienes por el río hasta las cercanías de
O caña, au m en tab a m ás el costo de tran sp o rte hasta S anta Fe.
Pocos esp añoles p o d ían im aginar la vida sin co n su m ir bienes europeos.
La excepción radical a esta regla fue la p ro p u esta p o r los frailes dom inicos de
Santa Fe. M ovidos p o r su deseo de p ro teg er a los indígenas, arg u m e n taro n en
1566 qu e la su p erv iv en cia del reino no d ep e n d ía ni de la m inería del oro ni de la
im portación de bienes d e lujo. C om o otro indicio del g rad o hasta el cual se había
d esarro llad o la ag ricu ltu ra, los dom inicos sostenían que la producción de trigo
y m aíz, las m an ad a s de g an ad o y los rebaños de ovejas eran tan considerables
que la colonia p o d ía sostenerse fácilm ente sin ex p o rtar oro o im p o rtar de E spaña

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bienes de lujo. S urgen claram ente dos visiones de lo que debería ser la econom ía
colonial. Una la concebía com o un sistem a para acu m u lar riqueza m onetaria e
im p o rtar bienes de lujo y la otra, com o una m era econom ía de subsistencia.
Una de las características sociales m ás destacadas del siglo xvi fue la rela­
ción de los españoles con las m ujeres indias, que dio com o resu ltad o la aparición
de u na v aried ad de m ezclas raciales. D esde los p rim eros años de la C onquista,
los españoles dieron en tom ar a las m ujeres indígenas com o com pañeras. So­
bre todo en esa época m uchas de estas uniones debieron ser en alg u n a m edida
forzadas, au n q u e algunas fuentes españolas aseg u rab an q u e las indígenas se
entregaban librem ente. En ciertos casos bien p u d o haber u n elem ento de con­
sentim iento, p u es algunos jefes indios percibían ventajas en su alianza con los
poderosos invasores.
Los religiosos españoles se oponían a que los blancos vivieran en franca
poligam ia con las indígenas. En una fecha tan tard ía com o 1560, u n fraile do m i­
nico denunció qu e había "encom enderos y otras p erso n as... que tienen m uchas
indias para sus suciedades; y hay hom bres tan d esv ergonzados q u e tienen diez
y doce, y yo señalaré a u n funcionario de V uestra A lteza que es público q u e tiene
quince y veinte indias para lo que tengo dicho; y d esp u és que están hartos de
ellas las d an a otro para el m ism o efecto, y ellos sacan otras de nuevo".
Los religiosos censuraban a los conquistadores por tener relaciones con
indias que no habían sido b au tizad as en la fe cristiana, pero tam bién se quejaban
cu an d o los p en insulares hacían bau tizar a las m ujeres sin educarlas en la fe, tan
solo para legitim ar superficialm ente sus actividades sexuales.
Pero los españoles no fueron los únicos en inm iscuirse sexualm ente con
las indígenas. A lgunos esclavos africanos traídos por los españoles a la pro v in ­
cia de C artagena hacia fines de la década de los años 1530 huyeron a los bosques
y fueron to m an do m ujeres indias com o com pañeras, tendencia que persistió
hasta fines de la Colonia. O tra m odalidad d en u n ciad a por un fraile español en
1560 consistía en que los negros em pleados por los españoles para supervisar
sus encom iendas violaban a las esposas e hijas de los indios, incluso de los jefes,
a veces en su presencia.
Sin em bargo, las relaciones con las indias no siem pre fueron forzadas,
violentas o fugaces. La existencia de relaciones estables y afectuosas —aunque
inform ales— entre algunos españoles y m ujeres nativas se evidencia en el caso
de un co n q u istador que en 1531 d ispuso en su testam ento que se oficiaran misas
p or las alm as de una indígena, su p ad re y su hijo.
Las relaciones inform ales entre españoles e indias fueron la regla d u ran te
la m ayor p arte del siglo xvi y, excluyendo a la elite colonial, probablem ente tam ­
bién después. Juan del Valle, obispo de P opayán entre 1548 y 1558, afirm aba que
casi todos los españoles de su diócesis vivían en uniones inform ales; según creía,
m enos de diez estaban casados.
Es relativam ente poco lo que se conoce acerca de los hijos nacidos de tales
relaciones inform ales entre españoles y africanos con m ujeres indígenas du ran te

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I llSrO K IA DF, CoiXNMBIA. I ’a ÍS T R A C M IN IA IX \ StXIF.DA D DIVIDIDA 71

el siglo XVI. Por lo general, los vástagos de africanos con indias, los llam ados
"zam bos", eran asim ilados a los negros. Es probable que m uchos de los niños
nacidos de esp añoles e indias fueran criados p o r la m ad re en las com unidades
indígenas. Sin em bargo, no era raro que los peninsulares reconocieran a sus hijos
m estizos y trata ran de ubicarlos de m odo respetable en la sociedad española.
A lgunos de los p rim ero s hijos m estizos de prom inentes españoles, com o capi­
tanes d e la conquista, p arecen h aber sido aceptados com o m iem bros de la elite
d o m in an te española. N o obstante, con el paso del tiem po fueron objeto d e dis­
crim inaciones cada vez m ayores, en p arte por su p resu n to nacim iento ilegítim o
y en p arte p or d escen d er de los despreciados indios.
En la d écad a de los años 1570, cuando el arzobispo de Santa Fe ordenó
com o sacerdotes a m edia docena de m estizos, hubo protestas de la A udiencia, los
canónigos de la catedral y las órdenes religiosas, por considerar que el sacerdocio
había sido p ro fan ad o al ad m itir hom bres cuyo nacim iento era presum iblem ente
ilegítim o. La cuestión de si los m estizos p o dían ser o rdenados com o sacerdotes
siguió siendo u n tem a polém ico en las últim as tres décadas del siglo xvi, cuando
la C orona española p rim ero prohibió y luego perm itió su adm isión al sacerdocio.
Un m estizo "bien nacido", hijo natural de u n capitán que luchó junto a Jim énez
de Q uesada, fue o rd e n ad o en 1574, diez años después de q u e su p ad re obtuvie­
ra u n a dispensa especial. C uando se nom inó al m ism o sacerdote m estizo para
ocu p ar el prestigioso cargo de canónigo de la catedral de Santa Fe en 1578, fue
rechazado por sus colegas españoles del capítulo de la catedral. Solo después de
m ás d e veinte años de discusiones fue confirm ado com o canónigo en 1599.
U na de la razones para o rd e n ar sacerdotes m estizos fue la escasez relativa
de cu ras españoles y su insuficiencia para convertir a la población aborigen. La
conversión de in d íg en as al cristianism o fue u n tem a central de la política esp a­
ñola, en especial p o rq u e la au to rid a d sobre las Indias, avalada por el Vaticano,
se justificaba p o r los esfuerzos encam inados a convertir a sus pueblos al cristia­
nism o. En térm inos de la política española y en el pensam iento m ism o de los es­
pañoles, la cristianización no consistía solam ente en la adopción de las doctrinas
cristianas, sino tam bién en asu m ir la form a de vida y las costum bres europeas,
lo q u e incluía vivir "políticam ente", es decir, en co m u n id ad es de estilo europeo.
Al parecer, el proceso de cristianización indígena d u ra n te el siglo xvi fue
m ucho m ás lento en la esquina noroccidental de Suram érica que en México. En
general, los esfuerzos evangelizadores em p re n d id o s en el siglo xvi fueron débi­
les y d em o rad o s en la costa atlántica y en el d istrito de P opayán en el occidente,
así com o en regiones inestables com o los valles del Alto M agdalena y las zonas
m ineras del Cauca. Los clérigos q u e llegaban a la costa atlántica p o r lo general
no p erm anecían allí m ucho tiem po, pu es las co m u n id ad es indígenas eran d em a­
siado pobres com o p ara perm itir u n a buena vida, y los religiosos se m archaban
al Perú o hacia las zonas m ontañosas, d o n d e las poblaciones indias eran m ás
n u m ero sas y estables. Por consiguiente, d u ra n te el siglo xvi, el em peño evange-

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72 M akc o P ai a( - I'R a n k S a i t o k d

lizad o r se concentró en las altiplanicies orientales, au n q u e incluso allí el proceso


fue lento. A penas en la década de los años 1550 un p u ñ ad o de franciscanos y
d om inicos com enzó a enseñar la doctrina cristiana en los distritos de S anta Fe y
Tunja. En 1561 solo había veinte dom inicos y poco m ás de diez franciscanos en la
cordillera O riental para ocuparse de los indios de m ás de quinientas encom ien­
das. Las co m u n idades indígenas de las vertientes orientales solo recibían visitas
espo rád icas de religiosos españoles y algunas ni siquiera eso.
D u rante la década de los años 1570, el núm ero de doctrineros aum entó,
en p arte p o r la llegada de clérigos españoles y en p arte por el ord en am ien to de
alg u n o s nativos am ericanos. Sin em bargo, hubo quejas de que los encom enderos
seg u ían escogiendo a los religiosos que debían ocuparse de sus indios, y por lo
general preferían a los m enos acuciosos. Por esta época se decía que m uchos
do ctrin ero s iban a las com unidades indígenas con el m ism o espíritu de los con­
qu istad o res, es decir, buscando enriquecerse y viviendo con frecuencia en con­
cu b in ato con las indias. En m uchas instancias, los doctrineros parecían colaborar
con los encom enderos en la explotación de los indios.
En las décadas de los años 1570 y 1580, cuando el proceso evangelizador no
parecía avan zar dem asiado, la C orona española y sus representantes en el N uevo
Reino de G ranada em pezaron a ad o p tar dos m edidas m ás o m enos relacionadas.
U na consistió en reem plazar en las com unidades indígenas a los frailes de las
ó rdenes religiosas por curas diocesanos. Esta había sido una recom endación del
Concilio de Trento. Sin em bargo, la m ayor confianza en los clérigos diocesanos y
no en los frailes tam bién se avenía con otra m edida de la Corona, que recom en­
d ab a em p ren d er el adoctrinam iento religioso de los indios en sus propias len­
guas, en vez de en español, que desde luego m uy pocos entendían. Así, en 1574,
cu an d o fue claro que el proceso de conversión no estaba progresando, la C orona
esp añ o la ordenó que en la selección de los sacerdotes doctrineros se prefiriera a
q uienes conocieran las lenguas indígenas. En 1580, la C orona fue m ás lejos aún,
al estip u lar que en adelante nadie podía ser o rd en ad o si no conocía una lengua
indígena. Estas m edidas llegarían a ser m otivo de grandes conflictos d en tro de
la Iglesia d u ra n te estas décadas. Los frailes españoles, em pecinados en m antener
el control sobre las doctrinas indígenas, percibieron un obstáculo adicional en la
exigencia de la C orona de a p ren d er las lenguas nativas, pues m uchos de ellos no
las conocían m ientras que los nuevos sacerdotes m estizos sabían desde peq u e­
ños al m enos el dialecto indígena de su pueblo m aterno.
D urante las últim as cuatro décadas del siglo xvi, las au to rid ad es españolas
presenciaron alarm adas la evidente persistencia entre los indígenas de prácticas
q ue los europeos consideraban idólatras. Los cham anes m antenían su preem i­
nencia en tre los indios en todas las áreas d om inadas por los españoles. Así m is­
mo, en m uchas regiones los indígenas participaban en "borracheras" (sesiones
de canto, danza, em briaguez y prom iscuidad sexual) que los españoles veían
com o prácticas rem anentes de tiem pos precolom binos. En la cordillera Orlen-

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liSrO K IA nií C o i.O M B IA . I'A ÍS rRAGMENTArK.), SlX :ii:n A D DIVIDIDA 73

tal, las au to rid a d es esp añolas tam bién objetaron la persistencia de la costum bre
conocida com o "el co rrer de la tierra", u n rito en el cual u n a gran can tid ad de
indios em p re n d ían u n a peregrinación a varias lagunas sagradas. Igualm ente,
los españoles m irab an con desconfianza la costum bre aborigen de pin tarse el
cuerpo, de llevar los v arones el cabello m uy largo, de u sar plum ajes y de q u em ar
toda suerte de inciensos y sahum erios.
Las au to rid a d es españolas reaccionaron a estas supervivencias de las re ­
ligiones precolom binas y a otros patrones culturales indígenas de dos m aneras:
una reflejaba el co m p o rtam ien to español en la fase de la C onquista y la otra
establecía las bases de m odos coloniales m ás asentados. U na de las resp u estas
fue desarro llar cam p añ as para extirpar los residuos de la religión nativa. En el
Caribe, los ch am an es fu eron rem ovidos de las co m u n id ad es y en m uchos casos
forzados a serv ir d e sirvientes de los españoles en C artagena. En los altiplanos
orientales, las cam p añ as de exterm inio religioso fueron rem iniscentes de la C on­
quista. Las au to rid a d es reales y los sacerdotes incautaban san tu ario s e ídolos
indígenas escondidos. P uesto que m uchos de los ídolos eran de oro, la confis­
cación tenía ad em ás u n interés pecuniario.
A fines de la d écad a de los años 1570 se d esataro n cam pañas para d esc u ­
brir san tu ario s indios. C om o cuarenta años atrás, m uchos indígenas fu ero n
to rtu rad o s y asesin ad o s con el p ropósito de extraerles inform ación. Estas cam ­
pañas parecen h ab er ten ido com o resu ltad o la práctica clandestina de los ritos
indígenas. Al cabo d e u n a cam paña d e dos décadas de duración, en 1594, las
au to rid a d es d escu b riero n cerca de 135 jeques, o cham anes, en la región in d ia de
Fontibón, ubicada a pocos kilóm etros de Santa Fe. En esa localidad se ven erab an
cerca de 3.000 ídolos en secreto, m ientras que en Bosa, otra co m u n id ad indígena
cercana, se a d o rab an u n os 10.000. A fines del siglo, el arzobispo de Santa Fe
ord en ó la q u em a de los plum ajes rituales y prohibió la costum bre d e p in tarse el
cuerpo, así com o la ven ta de inciensos utilizados en las cerem onias indias. En
esta época, un sín o d o de la Iglesia p ro p u g n ó el encarcelam iento p erp etu o d e los
cham anes. A nte sem ejante presión, las expresiones religiosas indígenas d u ra n te
el siglo xvii buscaron d efenderse m ed ian te la fusión con prácticas cristianas.
O tra resp u esta p ara com batir la persistencia de la religión in d íg en a y
otros p atrones cu ltu rales consistió en congregar a los indios en co m u n id ad es
m ás grandes, al estilo español. A ntes de la C onquista y d u ra n te casi todo el siglo
XVI, la m ayoría de los ind ígenas vivían un tanto dispersos cerca de los lotes de
cultivo. En m uchos lugares, tal dispersión dificultó al p equeño n ú m ero de cu ras
el contacto con ellos. La concentración indígena en unas cuantas co m u n id ad e s
m ás g ran d es facilitaría su adoctrinam iento y su m ovilización com o fuerza la­
boral. M ás aún, las p au tas culturales españolas chocaban con el poblam iento
difuso de los indígenas. En España, los cam pesinos vivían en aldeas rurales y los
funcionarios de la C orona pensaron que los indígenas debían hacer lo m ism o. En
pos d e estos principios, en las d écadas de los años 1560 y 1570 las a u to rid a d e s

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"4 M a Rí X) P a I A( U K - i-KANK S a h o k i )

españolas se p ro pusieron congregar a los indios en grandes com unidades, polí­


tica que se había realizado en la últim a década del siglo xvi.
A sem ejanza de la incautación de santuarios, la congregación de indios
tuvo una faceta religiosa y otra pecuniaria. La concentración indígena facilitaría
la instrucción religiosa. A dem ás, al rem over a los indios de sus lotes de cultivo,
q u edaría tierra libre para los españoles. De este m odo, el objetivo de conversión
religiosa sirvió a la expansión de las em presas agrícolas españolas.
Hacia 1590, la integración de los indígenas a la cu ltu ra dom inante, aun de
los m ás sedentarios que vivían directam ente bajo el control español, era apenas
parcial. En m uchos aspectos, los indígenas habían sido incorporados a la econo­
mía española y los españoles habían ad o p tad o elem entos de la cu ltu ra m aterial
indígena. Sin em bargo, com o indica la preocupación de los funcionarios reales
sobre la idolatría, los indígenas conservaban m uchas características de la cultura
y del orden social de la época precolom bina. Las com unidades seguían bajo el
gobierno de sus jefes tradicionales, llam ados caciques por los españoles. En los
altiplanos, los caciques continuaban habitando el m ism o tipo de chozas rodea­
das de em palizadas que Jim énez de Q uesada halló en la década de los años 1530.
A pesar de la oposición española, los señores indios continuaban practicando la
poligam ia. La sucesión al puesto de gran señor se verificaba por línea m aterna
y, com o antes de la C onquista, estaba precedida de cinco años de reclusión y
abstinencia sexual. Más aún, m uchos indígenas, fueran jefes o gente com ún, no
hablaban español. Sin em bargo, en los siglos xvii y xviii este cism a cultural entre
indios y españoles se redujo sustancialm ente y surgió una nueva sociedad de
m estizos hispanizados.

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ECONOM ÍA Y SO CIEDAD, 1590 -1780

L O S A Ñ O S D E 1 5 9 0 A 1 6 2 0 form aron el p arteag u as en tre los tiem pos ines­


tables d e la p o sco n q u ista y la cristalización de aquellos patro n es económ icos
e institucionales q u e p revalecerían d u ra n te el resto del p eriodo colonial. En la
últim a década del siglo xvi, la a u to rid a d de los funcionarios de la C orona fue
bastan te fuerte com o p ara im p o n er restricciones efectivas a los encom enderos.
En esta época se re o rg an izaro n los sistem as de dom inación y explotación d e los
indígenas. Las disposiciones institucionales y los p atro n es económ icos y sociales
q u e prevalecieron en tre 1590 y 1620 fueron configurados en p arte p o r el notable
descenso de la población indígena en todas las regiones bajo dom inio español.
En las regiones d o n d e la población indígena había sido relativam ente escasa
en tiem pos de la C o nquista, o d o n d e su m ortalidad era p articu larm en te severa,
las enco m ien d as su m in istra b an con dificultad cada vez m ayor los m edios de
subsistencia p ara su s p ropietarios. Esto fue especialm ente cierto en las cuencas
del Bajo C auca y del M agdalena. En otros lugares, com o en los altiplanos de la
cordillera O riental, d o n d e m ás sobrevivió la población aborigen, el sistem a de
encom iendas, q u e ponía el trabajo indígena en m anos de unos pocos privilegia­
dos, resu ltab a cada v ez m ás in o p eran te para satisfacer las crecientes necesidades
de los centros u rb an o s españoles. La d em an d a u rb an a d e alim entos fom entó la
d e m a n d a española d e tierra para p ro d u c ir con destino a los centros poblados
e hizo in d isp en sab le o rg an izar con m ás eficiencia el trabajo indígena para este
fin. Esta situación estim u ló la transferencia de tierras de una población indíge­
na en decadencia a u n a p u d ien te población española en crecim iento. Al m ism o
tiem po, la d em an d a d e m ano de obra indígena en las tierras y m inas españolas.

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"6 M arc o P a i ac ic n - I ' k \ \ k S a i t o k d

así com o en la construcción de ciudades, tam bién im pulsó la redistribución del


trabajo indio, antes de uso exclusivo de los encom enderos, para ser apro v ech ad o
tam bién por los m ineros, los terratenientes, las instituciones eclesiásticas y civi­
les y la población española en general.
Las décadas de los años 1590 a 1620 tam bién señalaron un cam bio d e otro
tipo. En las m inas del occidente, en las haciendas de la costa atlántica, en el v a ­
lle del Bajo M agdalena y en la navegación por el M agdalena m ism o, esclavos
africanos em pezaron prim ero a com plem entar y luego a su p lan tar la m ano de
obra indígena. Com o consecuencia, d u ra n te los siglos xvii y xviii se desarrolló en
estas regiones una sociedad de base sustancialm ente afrocolom biana. Al m is­
mo tiem po, en todas las regiones au m entaro n ios m estizos de origen español,
indio y africano, que hacia fines del siglo xviii ya conform aban la m ayoría de
la población colonial. Entre tanto, la creciente población de m estizos y m u la­
tos desem p eñ ó un papel im portante en la ap e rtu ra de nuevas fronteras para la
cu ltu ra española a lo largo y ancho del país. H acia 1590, el área de influencia
cultural hispana todavía era m ás bien reducida y se lim itaba a las altiplanicies
orientales, a algunos parajes en el valle del C auca y a unas pocas ciu d ad es cos­
teras. Pero d u ra n te el siglo xvii, y particularm ente en el xviii, los españoles y
criollos influyentes em pezaron a hacerse a porciones considerables de tierras
antes co n sideradas m arginales. Al m ism o tiem po, m estizos, m ulatos y negros
libres conform aron com unidades independientes en estas com arcas. C on el paso
del tiem po, la elite terrateniente y los colonos pobres —ya fuera en colaboración
o en conflicto— am pliaron el área de influencia hispana. Así, d u ra n te los siglos
XVII y xviii personas de cultura española, au n q u e de rasgos faciales m uy varia­
dos, colonizaron regiones m arginales: las vertientes occidentales de la cordillera
O riental y la región del G uanentá, A ntioquia y otras zonas de la cordillera C en­
tral, la costa atlántica y el valle del Bajo M agdalena.

El o r ie n t e

A fines del siglo xvi, los funcionarios de la C orona confrontaron en la cor­


dillera O riental varios problem as derivados de las relaciones entre los indios y
los españoles. M ientras la fuerza laboral indígena se reducía, la población esp a­
ñola, y en consecuencia la dem an d a de m ano de obra, continuaban aum entando.
No solo era indispensable el trabajo indígena en las m inas sino en los cam pos,
para p ro d u cir alim entos, y en las ciudades, para desem peñar los servicios re­
q u erid o s por una población creciente. Los encom enderos agravaron este p ro ­
blem a laboral de varias m aneras: sus abusos contribuyeron a la dism inución de
la población indígena y su control m onopólico de la m ano de obra bloqueó las
aspiraciones de otros españoles. Tam bién hubo preocupación por la explotación
de los indios por un núm ero creciente de m estizos y blancos pobres. De 1590 a
1620, la adm inistración española instituyó cam bios que, com binados, parecían
form ar una solución integral a estos problem as.

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U n PGKIA OI- COL.OMBIA. I ’ a I s rR A G M Í NTArX), SCX:iEDAP DIV IDIDA

A p artir de la d écad a de los años 1590, los indios, dispersos en terrenos


aislados o en c o m u n id ad e s pequeñas, fueron congregados en pueblos indios
m ás grandes. Por ejem plo, en 1601 u n oidor español de Santa Fe fusionó ochenta
y tres co m u n id ad es in d ígenas, dejándolas en veintitrés, y al año siguiente u n a
visita a la provincia d e Tunja acarreó la transform ación de ciento cuatro c o m u n i­
d ad es en cu aren ta y una. M uchos indios reh u saro n colaborar con esta política y
regresaron a sus parajes d e origen. En 1535-1536 una n u ev a visita verificada en
la provincia de Tunja halló q u e los indios se habían d isp ersa d o de n uevo en cien­
to cincuenta y cinco co m u n id ad es, algunas de ellas m uy pequeñas. En últim as,
sin em bargo, la ad m in istració n parece que consiguió red u cir a m uchos indios,
obligándolos a resid ir en co m u n id ad e s m ayores y m ás nucleadas.
Los funcionarios d e la C orona asp irab an a que estas poblaciones q u e d a ­
ran co m p letam en te aisladas d e la población no indígena. La term inología e m ­
plead a es bien expresiva. A lo largo del p eriodo colonial las co m u n id ad es d e
indios fueron llam ad as "p u eb lo s" m ientras q u e las co m u n id ad es españolas se
llam aban "villas" o "ciu d ad es". Las disposiciones reales im p ed ían a españoles,
m estizos y negros v iv ir en los pueblos de indios. Los únicos que p odían ten er
contacto legal con estos pueblos eran los corregidores de indios, cuya m isión
consistía en d efen d er a las co m u n id ad e s de la explotación de los en com enderos
ricos o de los blancos pobres, y el cura doctrinero (al principio co m ú n m en te un
fraile), q u ien los cristianizaría. En realidad, los doctrineros y corregidores a m e­
n u d o resu ltab an tan ex p lotadores com o lo habían sido los encom enderos.
A dem ás de la conversión religiosa, las au to rid ad es españolas esperaban
que la congregación de indios ay u d aría a inculcarles norm as culturales europeas.
Así, p or ejem plo, en la década de los años 1560 las au to rid ad es de C artagena
prescribieron q ue las n u evas congregaciones de indios debían construir sus p o ­
blaciones conform e a las norm as españolas prevalecientes en Am érica. Los n u e ­
vos pueblos debían con struirse en cuadrícula, con una plaza central d o n d e estaba
la iglesia, y de ser posible las nuevas construcciones debían erigirse en piedra.
Para d esalen tar el re to m o de los indígenas a sus viejas chozas d e m adera, se o rd e ­
nó su dem olición. Tales especificaciones, convertidas en 1573 en norm as legales
para las n u evas co m u n id ades, tam bién se llevaron a los altiplanos orientales unos
veinte años m ás tarde. Los pueblos indios de trazado hispánico, establecidos d u ­
rante el siglo XVI en el oriente colom biano, dejaron u n a huella d u ra d era en la
región. M uchos sobreviven hasta el presente, au n q u e hacia la m itad del siglo xviii
la m ayoría se habían vuelto m estizos y un siglo d espués m uy pocos se conside­
raban pueblos "indios".
Las tierras asig n ad as a estos pueblos se llam aban resg u ard o s, es decir
"áreas pro teg id as". Tales tierras no en traban al m ercado y la co m u n id ad no p o ­
día enajenarlas. La tierra se d ividió en tres categorías. C ada fam ilia indígena
recibía un derecho d e u su fructo de u n lote individual. C ada pueblo tenía ad em ás
tierras com unales d e bosque, pastoreo y aun de cultivo. La últim a categoría de
tierras se destinaba a cultivar las cosechas para p ag ar el tributo y sostener al cura.

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M a r c o I ’ a i al io s - I-r a n k S a i t o r d

Al asig n ar la tierra, la burocracia española presu m ió q u e los indios necesi­


taban poca extensión. Un estu d io de la distribución de tierras a las n u ev a s co m u ­
n id ad es d e la Sabana de Bogotá concluye que la extensión p ro m ed io fluctuaba
alred ed o r de un a hectárea de tierra cultivable p o r fam ilia. En algunos casos la
extensión p o día ser m ayor. Es posible que d u ra n te el siglo xvii m uchas co m u ­
n id ad es in dígenas de la cordillera O riental d isp u sie ran de tierra suficiente p o r el
descenso co n tin u o de la población. Sin em bargo, en las generaciones su b sig u ie n ­
tes, con la división de los lotes en tre los herederos, estos fueron insuficientes
p ara sostener un a familia.
La congregación de indios en tre 1590 y 1620 abrió nuevas tierras a la a p ro ­
piación de los españoles. Al final d e este proceso d e concentración territorial los
resg u ard o s tenían en la S abana de Bogotá tan solo el cinco p o r ciento d e la tierra
y el resto se rep artía en tre g ran d es haciendas españolas y algunos finqueros h is­
panos. M uchos encom enderos de la Sabana obtenían concesiones p o r el doble
del tam año de las tierras d ad a s a toda u n a co m u n id ad india. Los aprem ios del
tesoro real español ay u d a ro n a increm entar el latifundio. En estos años fue co­
m ún un p rocedim iento legal llam ado composición, m ed ian te el cual u n sú b d ito
español p o d ía obtener de la C orona, por una sum a m ás bien m odesta, el título
d e tierras cuya adquisición era de d u d o sa legalidad. La congregación indíge­
na y las com posiciones establecieron a com ienzos del siglo xvii un p atró n dual
d e concentración m onopólica de tipo latifundista a favor d e los españoles y de
áreas restringidas en m anos de los indígenas las cuales llevaron a la frag m en ta­
ción m inifundista. M ientras los cam pesinos indios explotaban intensivam ente
sus m inifundios, los españoles dedicaban una gran p arte de sus tierras a la cría
d e ganado. Este p atró n persistiría a lo largo del p erio d o colonial y en térm inos
básicos hasta el siglo xx.
El co ntraste entre latifundios españoles y m inifundios indígenas no fue el
único tipo de d esig u ald ad que se originó en el proceso de concentración iniciado
en la década de los años 1590. Con el tiem po surgieron, en una escala m enor,
p atro n es de d esig u ald ad en el seno de las co m u n id ad e s indígenas. M ientras al­
gun o s indios p erd iero n su tierra, debido quizás al peso de los servicios labo­
rales, otros acu m ularon p ropiedades. F recuentem ente los caciques y capitanes
indígenas ad q u irían m ás tierra, au n q u e otros indios em p re n d ed o re s tam bién se
volvieron relativam ente acom odados en com paración con la gran m ayoría de
indios pau p erizados.
A dem ás de la form ación de nuevos pueblos indios y de los resguardos, el
tercer com ponente del nuevo o rd en fue la m odificación de las obligaciones de
tributo y trabajo a cargo de los indios. D urante el siglo xvi, los funcionarios reales
trataron, sin éxito, de abolir los "servicios personales", ya fueran en el cultivo de
tierras de los encom enderos o en tareas dom ésticas. E ntre 1590 y 1620 finalm ente
p u d iero n im ponerse estas restricciones. Pero la su p resió n form al del "servicio
personal" no d ism inuyó el m onto de las obligaciones de los indios. Para com ­
p en sar a los en com enderos por la p érd id a de los servicios personales, la C orona

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1 llSTORIA DI, C g I.CXMBIA. Í ’ a ÍS I RACM1:NIAIX'>, S lX IRDAn rilVlDIDA 79

au m en tó la ca n tid a d del trib u to bien en m ercancías o en num erario. M ás aún,


los servicios perso n ales co n tin u aro n bajo nuevas m o d alid ad es de trabajo obliga­
torio pag ad o , q u e se d ebían no solo a los encom enderos sino a otros segm entos
de la población española. Se estableció el alquiler general: en vez de co n stru ir
edificios, co rtar m ad era, carg ar ag u a y p restar diversos servicios dom ésticos a
los enco m en d ero s, los in d íg en as debían acu d ir a las ciu d ad es a p restar idénticos
servicios a funcionarios, m onasterios y particulares. En lu g ar de ser enviados
p o r los en co m en d ero s a trabajar en las m inas, ahora los indios eran alquilados
a u n m ay o r n ú m ero de em presarios bajo la m o d alid ad de la mita minera. Los
en co m en d ero s no p o d ían, su p u estam en te, exigir a sus indios la realización de
trabajo agrícola no co m p ensado; ahora los indios tenían q u e realizar exactam en­
te las m ism as faenas para m uchos cultivadores españoles, bajo la m o d alid ad del
concierto.
A u n q u e el n u ev o régim en sacó a los indígenas del control de los enco­
m en d ero s, de hecho estos fueron sus principales beneficiarios. En el rep arto de
m ano d e obra indígena, los encom enderos co n tinuaron siendo los m ás favoreci­
dos, ya se tratara d e servicios u rb an o s bajo la m o d alid ad d e alquiler o en trabajo
agrícola a m anera d e concierto. La m ano de obra del concierto, p o r ejem plo,
debía ac u d ir de preferencia a las fincas m ás extensas, que estaban cerca de las
co m u n id ad e s in d ias y su m in istrab an alim ento a las ciudades. Las haciendas de
los en co m en d ero s llenaban m ás fácilm ente estas condiciones. Así, un sistem a
d iseñ ad o en ap arien cia para a u m en ta r la disp o n ib ilid ad d e m ano d e obra, pare­
ce q u e tan solo consiguió m odificar el m onopolio laboral de los encom enderos.
La com petencia p o r esta m ano de obra fue una fuente de tensiones entre
los en co m en d ero s y otros cultivadores hispanos. Por ejem plo, los granjeros es­
paño les de la región de Villa d e Leyva, colonizada en 1572 p o r inm igrantes his­
p ano s q u e llegaron d em asiad o tard e para recibir encom iendas, se quejaron de
qu e en su d istrito había u n v erd ad ero m onopolio de la fuerza laboral bajo con­
cierto a favor de los encom enderos q u e residían en Tunja. A ños después, en la
décad a de los años 1630, seis encom enderos de Villa de Leyva tenían m ás de cien
indios d e concierto y u n o d e ellos, cuarenta y cuatro. En prom edio, dos indios es­
taban a disposición d e cada uno de los ochenta y siete finqueros sin encom ienda.
En estas condiciones, d esd e principios del siglo xvii, m uchas fincas españolas del
d istrito de Tunja o no se explotaban, o se utilizaban solo parcialm ente.
El conjunto d e obligaciones laborales a cargo de un in d io resu ltab a d e ­
m asiad o oneroso. La m enos p esada d e estas obligaciones fue el servicio urb an o
en la m o d alid ad de alq u iler general, q u e exigía en p ro m ed io tan solo un m es
cad a d o s años. Pero el concierto agrícola podía ab so rb er u n o s seis m eses cada
tres años, ad em ás d e d o s m eses an u ales de trabajo estacional. La m ita m inera
p o d ía exigir en tre cu a tro m eses y u n año, en un ciclo q u e iba de tres a siete años.
A cau sa de estas obligaciones laborales m últiples, un varó n a d u lto p o d ría estar
la m ita d del añ o a p a rta d o de su hogar, con el re su ltad o d e q u e con frecuencia
no p o d ía cu ltiv ar efectivam ente su pro p io lote. A dem ás, au n q u e estas faenas

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80 M arco P a i a c io s - P r a n k S a f i -o k d

obligatorias eran rem u n erad as, el salario era tan bajo que se requería m edio año
de trabajo para p ag ar el respectivo tributo.
De las diversas m o d alid ad es de trabajo forzoso la m ás onerosa fue la m ita
m inera. El descu brim iento de sedim entos de oro y plata en la región d e M ari­
q uita en la década de los años 1580 aceleró la institucionalización de la m ita. En
sus inicios el n ú m ero de indios traslad ad o s de los altiplanos a M ariquita fue re ­
lativam ente pequeño, u nos cien anuales en el decenio d e 1590. Pero trein ta años
d esp u és se d edicaban anu alm en te unos mil qu in ien to s indígenas. Este trabajo
era particu larm ente m ortífero. Los indios pasaban del clim a fresco d e los altip la ­
nos al calor h ú m ed o del valle del M agdalena y frecuentem ente d ebían trabajar
en las m inas su m ergidos en el agua hasta la cintura.
M uchos perecieron en M ariquita, otros se tran sfo rm aro n en trab ajad o res
libres en las m inas o en bogas en el M agdalena. M uchos se escapaban d e sus
co m u n id ad es del altiplano para evitar el trabajo obligatorio. En consecuencia, al
reducirse las co m u n id ad es au m en tab a la carga in d iv id u al de trabajo conscripto,
lo que au m en tab a los incentivos a la fuga. De este m odo, en la N u ev a G ra n ad a,
com o en México y Perú, el trabajo forzoso en las m inas tendió a au to liq u id arse.
A unque la m ita m inera em pezó a decaer en las altiplanicies orientales en la déca­
da de los años 1640, solo se abolió en 1729. El alquiler general tam bién em p ez ó a
resquebrajarse hacia 1670 en la región de Santa Fe. El concierto agrario co n tin u ó
siendo im p o rtan te hasta las prim eras décadas del siglo xviii.
Bajo los ap rem ios d e la conscripción laboral, m uchos indios ab a n d o n aro n
sus pueblos y se convirtieron en trabajadores libres en las haciendas españolas,
en las m inas o en las ciudades. Un buen n ú m ero m igró hacia ciu d ad e s com o
Tunja y Santa Fe. En la década de los años 1680 se calculaba q u e unos 10.000 in­
dígenas vivían en Santa Fe de Bogotá, en d o n d e residían, a su vez, ap en as unos
3.000 españoles. M uchos de los indígenas, en p articu lar las m ujeres, trabajaban
com o sirvientas en las residencias españolas y vivían a m en u d o en bohíos cons­
tru id o s en los am plios patios traseros de las casas d e los hispanos ricos, m uy
com unes en los siglos xvii y xviii. A lgunos indígenas varones se convirtieron en
artesanos urb an o s y vivían en barrios m ayoritariam ente habitados por artesanos
indios y m estizos. En el siglo xviii, estos barrios de artesanos, así com o la clase
trabajadora urb ana en general, eran en su m ayor p arte m estizos.
El crecim iento num érico de los m estizos en Santa Fe de Bogotá (y d e m esti­
zos o m ulatos en otras ciudades) fue estim u lad o p o r diversos m ecanism os socia­
les. Las m ujeres indias o negras que trabajaban en el servicio dom éstico estaban
expuestas al abuso sexual tanto d en tro com o fuera de las residencias. A dem ás,
com o en las ciu d ad es había m ás m ujeres que hom bres, sobre todo en tre la p o ­
blación india, negra y m estiza, las m ujeres que vivían solas a m en u d o caían en
relaciones inform ales que au m en tab an la población m ulata y m estiza. Por otro
lado, a lo largo del periodo colonial m uchos individuos cam biaron sus identidades
sociorraciales; así, m uchos indios pudieron redefinirse com o m estizos, m ientras

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11ISTORIA ÜP. C o i OM BIA. P a í s rR A C M i;N T A ix \ s l x t h d a d n iv in io A 81

qu e no pocos m estizos llegaron a ser considerados com o blancos, llam ados con
frecuencia "b lancos d e la tierra" en d o cum entos oficiales.
Los m estizos co m en zaro n a a u m e n ta r en las zonas rurales, y no solo en las
ciudades. La m erm a d e la población indígena de los re sg u ard o s estim uló a es­
pañoles y m estizos, p ro b ab lem en te bastan te pobres, a traslad arse allí y cultivar
tierras co m unales indias. A u n q u e las disposiciones pro h ib ían a las co m u n id ad es
v e n d e r la tierra, les era p erm itid o a rren d a rla con el objeto d e re cau d a r dinero
para el pago de im p u estos. El arrien d o debió ser u n procedim iento obvio para
aquellos in d íg en as cuyas obligaciones laborales les im posibilitaban cultivar sus
prop io s lotes. M uchos m estizos ad q u irie ro n tierras vecinas a los resg u ard o s y
presio n aro n a los indios p ara q u e p ag a ran sus tributo s en trabajo.
N u m ero so s esp añ oles y m estizos q u e residían d en tro o cerca de las co m u ­
n id ad es in d íg en as se casaron o a p a rea ro n con m ujeres indias, d e form a tal que
d esp u é s de u n tiem p o surgió en estos pueblos su p u estam en te indígenas una
población en su m ay o r p arte m estiza. Por tanto, la política de la C orona de m an ­
tener sep arad o s a los indios de los españoles y m estizos fracasó a largo plazo.
A lo largo del siglo xvii y principios del xviii surgieron esp o rád icam en te quejas
sobre invasiones m estizas a co m u n id ad e s indias. Pero el g rad o en que los m esti­
zos se habían to m ad o estas co m u n id ad e s an terio rm en te in d íg en as se hizo m uy
claro a m ed iad o s del siglo xviii. En 1755-1757, la p rim era visita sistem ática que
se hacía a las co m u n id ad e s indígenas en las jurisdicciones de Tunja y Vélez, en
m ás d e un siglo, en co n tró q u e en m uchos pueblos su p u estam en te indios la m a­
yoría de la población era m estiza. De 73 co m u n id ad es en las q u e la inform ación
es m ás o m enos com pleta, la población india era ap enas la m itad d e lo que había
sido en 1635 y en estas co m u n id ad e s su p u estam en te in d íg en as dos tercios d e la
población era co n sid erad a "blanca" (probablem ente en su m ayor p arte m estiza).
En el d istrito d e Vélez, los "blancos" rep resen tab an el 90 p o r ciento de pueblos
su p u estam en te indios. En Tunja, d o n d e estaba la m ayor concentración de in d í­
genas, tres q u in tas p artes de los h abitantes de los pueblos indios no eran tales.
D esde fines del siglo xvii y d u ra n te un siglo, las a u to rid a d e s españolas trataro n
in ú tilm en te de m an ten e r sep a rad o s a indios y españoles m ed ian te la frecuente
reorganización de las co m u n id ad e s y los pueblos. D onde se enco n traran indios
y m estizos juntos, en n ú m ero s sustanciales, los indios (o en algunos casos los
m estizos) eran traslad a d o s para form ar nuevas co m u n id ad es. Pero estas m e­
d id as oficiales no p o d ían d eten er la ola del m estizaje. D écadas d esp u és de la
form ación de n u ev as co m u n id ad e s indias " p u ra s", estas se tran sfo rm ab an en
pueblos p red o m in a n te m e n te m estizos.
En el p rim er censo sistem ático, realizado en tre 1776 y 1778, se p u ed e
apreciar una m ed id a de la transición q u e se produjo en la cordillera O riental de
población india a m estiza. En esa época, los in d iv id u o s definidos com o indios
constitu ían m enos del 36 p o r ciento de la población de la provincia de Santa Fe,
m ien tras q ue la gen te d e raza m ixta (en su m ayoría m estizos) rep resen tab an un

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B2 M a i« o P a i ac. k )s - F r a n k S a i r )KU

poco m ás del 34 por ciento, y los "blancos", m uchos de los cuales eran en re a ­
lidad m estizos, com ponían el 29 por ciento. En 1778, en la ciu d ad de S anta Fe,
las personas clasificadas com o "indios" constituían m enos del 10 por ciento de
la población, m ientras que los m estizos ascendían al 35 p o r ciento. En el censo
de 1793, los ind íg enas ya rep resen tab an m enos del 4 p o r ciento de los hab itan tes
santafereños, en tanto que el porcentaje de m estizos se había elevado al 55 p o r
ciento. (Com o su giere esta radical variación estadística, estas clasificaciones so ­
ciales v ariaban co nsiderablem ente d ep e n d ie n d o d e q uién hiciera el censo).
Las cifras correspondientes a la provincia d e Tunja tam bién rev elan u n a
considerable hispanización de u n a región que solía ten er u n a población in dígena
cuantiosa. Allí los in d iv id u o s definidos com o indios ahora constituían tan solo el
14 p o r ciento de los habitantes, los m estizos el 43 p o r ciento y los co n sid erad o s
blancos casi el 29 p o r ciento. N o obstante, estas cifras resu ltan u n tanto terg iv e r­
sad as debido a q ue la jurisdicción de Tunja incluía la región del G u an en tá que,
po r aquel entonces, tenía u n a población m ay o ritariam en te "blanca" y m estiza.
D urante el siglo xvn, la econom ía de las altiplanicies orientales con tin u ó
bajo las p au tas establecidas en las últim as décadas del siglo xvi. D espués de la
caída de la m inería del oro en las regiones de B ucaram anga y P am plona, los
altiplanos orientales se especializaron en la ag ricu ltu ra y la producción de tex­
tiles. La m ayoría de la producción era para el auto co n su m o regional, a u n q u e se
exportaban p ro d u cto s a los cam pam entos m ineros de la región occidental, a los
pu erto s del M agdalena y au n a la costa atlántica. En las altiplanicies co m p re n ­
d id as entre Santa Fe y P am plona, agricultores hispanos, indios o m estizos culti­
vab an los m ism os productos: trigo, m aíz, papa, cebada y algunas hortalizas. La
provincia de Tunja, incluida Villa d e Leyva, debió ser el principal p ro d u c to r de
trigo. A principios del siglo xvii se sacaba harin a de trigo de unos setenta m olinos.
D esde fines del siglo xvi y a lo largo del xvii, la provincia de Tunja tam bién fue el
principal centro de producción textilera de la N ueva G ranada. La cría de ovejas
estaba en m anos de indios e hispanos. En 1620 había en la ciudad de Tunja ocho
obrajes, de p ro p ied ad de españoles, que p roducían m ás de treinta mil yard as de
varios tipos de tela de lana burda. En esta época, los textiles de algodón estaban
totalm ente a cargo de la población indígena. Los indios de las tierras cálidas p ro ­
d u cían el algodón que ven d ían a los indígenas de los altiplanos, quienes lo tejían
para p agar con su p ro d u cto el tributo. Se estim a que a principios del siglo xvii los
indios de Tunja p roducían unas ocho mil yard as de lienzo de algodón.
En esta época salían de la provincia de Tunja harinas hacia S anta Fe y
hacia las m inas de plata de M ariquita; galletas d u ra s de trigo y agua sin sal a los
m ercados m ás distantes de A ntioquia; quesos, jam ones, telas de algodón, alp ar­
gatas y p ro d u cto s de lana a los pu erto s del río M agdalena y del m ar C aribe, a los
d istritos m ineros de Cáceres, Z aragoza y R em edios en A ntioquia y au n a sitios
tan distan tes com o la provincia de Popayán.
A principios del siglo xvii, las elites h isp an as de las altiplanicies se q u e­
jaban de que estaban p asan d o años de vacas flacas. A causa de la caída de los

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I lis ro K iA P E P a ís i r a g v i i \ t a i x \ s i x i e d a p o i v i d id a 83

ingresos de las en co m ien d as y d eb id o a u n a d ep resió n económ ica generalizada,


m uchos esp añ o les d escu b riero n q u e no p o d ían darse el gu sto de vivir en las
ciu d ad es y u n b u en n ú m ero em p ezaro n a em ig rar hacia las zonas rurales. Del
m ism o m o d o q u e el siglo xvi fue una época de am o n to n am ien to español en ciu­
d ad e s peq u eñ as, en el siguiente se ad v ierte u n a tendencia hacia la ruralización
de u n a p arte de las elites h isp an as de las altiplanicies orientales.
A fines del siglo xvii y a lo largo del xviii, la región d e Tunja se estancó
aú n m ás al p e rd e r su s m ercados en la costa atlántica y en los distritos m ineros
del occidente. En la d écada d e los años 1690, u n a en ferm ed ad del trigo arru in ó
las cosechas en Villa de Leyva, deb ilitan d o su cap acid ad d e su rtir a C artagena;
unos años d esp u é s la cordillera O riental su m in istró tan solo u n a cuarta parte
del co n su m o d e h arin a d e trigo de aquel p u erto caribeño. El T ratad o de U trecht
de 1713, q u e les abrió a los británicos el acceso a C artagena m ed ian te contratos
de v en ta de esclavos, en cubrió la im portación d e las h arin as británicas, p ro d u ­
cidas p rin cip alm en te en la N orteam érica inglesa. En el siglo xviii, las altip lan i­
cies orientales su m in istra b an m enos del d iez p o r ciento d e la harin a v en d id a en
C artagena, porcentaje q u e au m en tó solam ente cu a n d o la g u erra o las políticas
oficiales red u jero n el abastecim iento d e harina im p o rtad a d e N orteam érica. Los
altos costos del tra n sp o rte in tern o y las m alas condiciones d e e m p aq u e que es­
tro p eab an las h arin a s q u e viajaban d esd e las altiplanicies hasta la costa p o r el río
M agdalena no les perm itía co m p etir en precio y calidad con las im p o rtad as. (La
h arin a de las altiplanicies costaba en tre cinco y seis veces m ás en C artagena de
lo q u e costaba en los lu g ares d e producción).
A m ed iad o s del siglo xviii, la ciu d ad de Tunja p resen tab a señales de u n a
p ro lo n g ad a d ecad en cia económ ica. H acia 1760 Basilio V icente de O viedo escri­
bió q u e las m agníficas casas y hogares d e 'Ta m ás rica, orgullosa y o p u len ta"
ciu d ad del o rien te n eo g ran ad in o estaban "en ruinas". Su población h ispana no
parecía llegar a los tres mil habitantes. Sus talleres textiles, u obrajes, p rácti­
cam en te habían d esap arecid o y la producción d e tejidos d e lana estaba ahora
d isp ersa en tre u n as cin cuenta poblaciones de la región, y los tejidos d e algodón
estab an a cargo d e las co m u n id ad e s indias de los clim as cálidos, d o n d e se culti­
vaba el p roducto. Es posible incluso q u e hacia fines del siglo haya em p ezad o a
declin ar esta producción.
En contraste, S anta Fe, q u e en alg u n a época tuvo m enos peso económ ico
que Tunja, se convirtió en la ciu d ad m ás im p o rtan te del oriente, con una p obla­
ción d e 16.000 h ab itan tes en 1775. Las tierras p an tan o sas de la Sabana de Bogotá
nunca p u d iero n ig u alar a las m ás secas de Tunja en la producción de trigo y
otros g ranos y se d ed icab an m ás al en g o rd e de ganado. T am poco habría p o d id o
co m p etir Santa Fe con Tunja en la cría de ovejas y los tejidos d e lana. Pero Santa
Fe fue favorecida p o r m últiples funciones gubernam entales. Fue la cabeza de
la ad m in istració n civil y eclesiástica (cerca del cinco p o r ciento de la población
estab a co n stitu id o p o r religiosos, incluidos los curas seglares, los frailes y las

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84 M a k c :o I’a i a c ig n - I'U a .n k S a i t-o k d

monjas). La concentración de clérigos y abogados en la capital significaba q u e


Santa Fe tam bién dom inaba la educación superior, p o r lo cual atraía e stu d ia n ­
tes de provincia que se m atriculaban en el C olegio de San Bartolom é, fu n d a d o
p or los jesuítas bacia 1604-1608, y en el Colegio del Rosario, fu n d a d o en 1653.
A dem ás, p o r ser el centro adm inistrativo, Santa Fe tam bién se convirtió en el
principal centro de acuñación de m oneda. El oro q u e llegaba a Santa Fe para ser
acuñado y am o n ed ad o fue uno de los factores que contribuyó a que la ciu d ad se
convirtiera en u n o de los principales centros de acopio y distribución de m ercan ­
cías im p o rtad as hacia el interior del país. Así m ism o, el cam ino de h e rra d u ra que
com unicaba a Santa Fe con H onda, considerado abom inable, parece haber sido,
sin em bargo, m ejor que las dem ás ru tas que conectaban otras regiones de ios
altiplanos orientales con el río M agdalena, com o el cam ino que partía de Vélez y
p o r la vía del río C arare llegaba al M agdalena. En p arte p o r esta razón, los bienes
im p o rtad o s con destino al interior y los pro d u cto s m anufactureros y agrícolas
d e los altiplanos con destino al occidente y las sabanas del C aribe ten d ían a ser
canalizados a través de Santa Fe de Bogotá.
Al term in ar el siglo xviii, m ás de la m itad de la población de la cordillera
O riental vivía en las altiplanicies que d o m inab an dem ográfica y económ icam en­
te la región. Pero desd e el siglo xvii y a lo largo del siguiente surgieron im p o rtan ­
tes zonas satélites en las tierras tem p lad as que ro d eab an los altiplanos. Una de
estas fue la localizada al occidente de Santa Fe. Allí, com o en regiones sim ilares
de todo el país, p equeños propietarios rurales cultivaban plátano, yuca y m aíz,
p rincipalm ente para el consum o local. Pero d u ra n te casi todo el siglo xviii, la
caña de azúcar fue la cosecha principal, m ateria prim a de ag u ard ien tes y panela,
de gran d em an d a en los altiplanos y para los cuales Santa Fe fue el centro de d is­
tribución. Los jesuítas y otras congregaciones religiosas, lo m ism o que em p re­
sarios criollos, establecieron haciendas cañeras en Tocaim a, La M esa y Tena, las
cuales em pleaban esclavos africanos. Sin em bargo, au n los m ás grandes p ro d u c­
tores eran relativam ente pequeños al com pararlos con sus contem poráneos de
México, p o rq u e los altos costos de tran sp o rte lim itaban la gam a y escala de sus
m ercados. A p artir de 1780, la im portación de licores de C uba y España propinó
un severo golpe a los productores de caña de estas zonas. A lgunos hacendados
se dedicaron a la cría y en g o rd e de ganado, otros parcelaron sus tierras y los
arren d atario s co ntinuaron cultivando la caña.
Más hacia el norte del flanco occidental de la cordillera se em pleaba la
caña de azú car en la m anufactura de conservas de guayaba y otras frutas, a u n ­
q ue tam bién se cultivaba y tejía el algodón. Esta región, que com prendía los dis­
tritos de La Palm a y M uzo, tenía su centro en Vélez. En Vélez se transform aba la
caña de azúcar en m elaza para elaborar el ag u ard ien te que consum ían las com u­
n id ad es indígenas de los altiplanos. Pero su especialidad fue la producción de
conservas y dulces de guayaba, los cuales tenían un valor relativam ente alto en
relación con su peso y volum en y p o dían tran sp o rtarse rentablem ente hasta los

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l IlS IO K lA PH C o l.O M lilA . P a ÎS rRAC .M rNTA rX\ SCX'IHDAn PIV ID in A 85

m ercados distan tes de la costa atlántica. H oy día, los bocadillos veleños siguen
sien d o un p ro d u cto m uy apetecido a lo largo y ancho de Colom bia.
D u ran te el siglo xviii, la cuenca del G uanentá, al norte de Vélez, se convir­
tió en la zona m ás im p o rtan te de producción subtropical de la vertiente occiden­
tal d e la cordillera O riental. D esde la seg u n d a m itad del siglo xvi partieron de
Vélez hacia esa región u nos cuantos colonos; pero la población continuó siendo
m ay o ritariam en te indígena. En el siglo xvii debió au m en ta r la inm igración his­
pana, al p u n to q ue m uchos pueblos de indios se transform aron en p arroquias
y villas hispanas. En 1778, la población de la ciudad m ás grande, el Socorro,
fue clasificada com o 40 por ciento blanca y 46 por ciento m estiza. Los m ulatos,
p ard o s y negros re p resen tab an un 13 p o r ciento, m ientras que solo había un uno
por ciento de indios.
Los n u m ero so s rep lieg u es de la cordillera d iv id ían los espacios de la re­
gión del G u a n en tá en nichos dim in u to s. C u an d o la p resión dem ográfica d es­
b o rd a b a los recursos del nicho m ontañoso de uno de estos pueblos, algunos
h ab itan tes se d esp laz ab an y form aban u n a nueva c o m u n id ad en otro nicho
cercano. A lo largo de los siglos xvii y xviii, la región del G u an en tá se d esa rro ­
lló com o un a región de m u chas poblaciones, a u n q u e dos ten d iero n a d o m in ar
económ ica y políticam ente: el Socorro y su rival, San Gil.
Los pueblos de la región del G uanentá, a diferencia de los d e la provincia
de Tunja, crecieron con d inam ism o a lo largo del siglo xviii, excepto en un m o­
m ento catastrófico, c.1776, cu an d o la región fue azotada p o r u n a epidem ia de
v iru ela y un a a g u d a escasez de alim entos. A m ediad os del siglo, el Socorro ya
tenía u n a población m ayor que la de Tunja, unos ocho mil h abitantes en 1753 y
m ás d e n u ev e mil en 1778; hacia 1780, siete pueblos vecinos bajo la jurisdicción
del Socorro, incluidas la relativam ente g ran d e C haralá y la pujante Sim acota, te­
nían un total de u nos treinta mil habitantes. San Gil y unos siete pueblos bajo su
jurisdicción con tab an con unos dieciséis mil habitantes. En razón de la creciente
im po rtan cia económ ica de la región del G uanentá, los funcionarios de Santa Fe
co n tem p laro n en 1779 la posibilidad de convertir al Socorro en el centro a d m i­
n istrativ o de las provincias del norte, d espojando a Tunja de tal distinción.
En la región del G uanentá, a m ediados del siglo xvi y principios del xvii,
tan to el cultivo de la caña de azúcar com o las labores de tejido d e algodón fue­
ron d ese m p e ñ ad o s p o r indígenas. M ás tarde, sin a b a n d o n ar la caña, la región
se co n v irtió en un im p o rtan te centro p ro d u cto r de algodón y textiles. Tanto las
com arcas del Socorro y San Gil com o la de G irón, m ás al norte, eran conocidas
p o r estas producciones. Santa Fe servía de centro de distribución de estas m a n u ­
facturas qu e llegaban a lugares tan d istantes com o P opayán y los núcleos m ine­
ros del occidente. A m ed iados del siglo xviii, m uchos cam pesinos del G uanentá
e m p re n d iero n el cultivo del tabaco.
Por esta época la región era una de las m ás d en sam en te pobladas del
oriente. En sus peq u eñ o s nichos m ontañosos se concentraban m iles de personas.

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86 M arco I ’ a i a c i o . - I-r a n k S a i roRO

G uan en tá era adem ás una región m ás pro d u ctiv a que los altiplanos orientales,
tanto en población com o en área cultivada. Hacia fines del siglo xviii, P edro Fer­
m ín de Vargas, un escritor criollo, atribuyó la p ro d u c tiv id ad y la p ro sp e rid ad de
G uan en tá a la parcelación de sus tierras en u n id ad es relativam ente pequeñas,
algo que estaba dictado principalm ente por la topografía. V argas anotó que en
esas com arcas la m ayoría de la población poseía pequeñas parcelas y, según la
teoría liberal, aquellos pro d u cto res tenían m ayor interés en cultivar m ejor su tie­
rra. M ás aún, com o las m ujeres y los niños colaboraban en el hilado y tejido del
algodón, toda la población en ed ad pro d u ctiv a estaba em pleada.
A diferencia de estas com arcas densam ente pobladas, las extensas p ra d e ­
ras n aturales del Alto M agdalena y de los Llanos O rientales, que se utilizaban
principalm ente para la ganadería, estaban escasam ente habitadas. El apro v ech a­
m iento español de estas áreas se retrasó debido a la resistencia de los indígenas
locales. En los siglos xvii y xviii, el Alto M agdalena fue la m ás im p o rtan te de
estas regiones ganaderas. Pero en el siglo xvi sus valles atrajeron la atención de
los españoles p or razones que poco tenían que ver con el ganado. Com o vim os,
Belalcázar los recorrió en su travesía desd e el valle del río C auca hasta las p lan i­
cies orientales. Y el Alto M agdalena continuó siendo el corredor del com ercio y
las com unicaciones entre oriente y occidente. Las dos ru tas principales en tre el
Alto M agdalena y el valle geográfico del río C auca eran la del norte, d e Ibagué
a C artago, cru zan d o el paso del Q uindío, y la de G uanacas, que atravesaba la
cordillera cerca del nacim iento del río M agdalena.
En el siglo xvi, los ataques de varias co m u n id ad es indígenas (m uchas ve­
ces den o m in ad as por el nom bre colectivo "pijaos") hicieron peligrosas estas ru ­
tas. El territorio de los pijaos se extendía por el norte hasta C artago y p o r el sur
hasta Tim aná y la ru ta de G uanacas. A unque desd e la década de los años 1530
los españoles com batieron a estos indígenas, no lograron subyugarlos. M ás aún,
estos indios destruyeron un buen n úm ero de asentam ientos españoles y forza­
ron a sus habitantes a em p re n d er la huida. En 1550, los funcionarios de Santa Fe
decidieron establecer en Ibagué la base de m aniobras m ilitares contra los pijaos.
M edio siglo después, las expediciones m ilitares em p re n d id as contra estos por
las au to rid ad es santafereñas llegaban a once y las au to rizad as por los gober­
n ad ores de Popayán a treinta y siete. Tales operaciones poco im presionaron a
los pijaos, quienes d estruyeron N eiva en 1550 y de nuevo en 1569; San Vicente
de Páez en 1572 y La Plata en 1577 y am enazaron continuam ente a Tim aná e
Ibagué. A fines del siglo, los pijaos am pliaron el radio de sus operaciones hasta
incluir Caloto, Buga y C artago.
En 1605, la C orona ordenó un ataque m asivo contra los pijaos y tam bién
contra los carare y yareguíes, quienes atacaban ocasionalm ente la navegación
española en el M agdalena y la ruta entre el río y Vélez. La organización de la
cam paña contra los pijaos planteó enorm es dificultades. El presidente de la Au-
diciencia de Santa Fe concibió un ataque sim ultáneo sobre la cordillera C entral
desde sus dos flancos, oriental y occidental. Pero com o el gobernador de P opayán

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t ilSIO K IA P F t.'oiXXMBIA. P a ÍS F R A C .M F X IA IK \ SCX IF P A P PIVTOlOA 87

d ep en d ía de Q uito y no de Santa Fe y las dos jurisdicciones an d ab an trenzadas


en su s riv alid ad es habituales, fue difícil la coordinación. Del lado oriental la cosa
se com plicó p o rq u e los encom enderos no se m ostraron disp u esto s a su m in istrar
hom bres y arm as. En últim as, la g u erra contra los pijaos fue librada por un ejér­
cito m ercenario de m estizos y m ulatos, ap oyados por aliados indígenas.
Esta guerra, e m p re n d id a en tre 1606 y 1615, se diferenció de las anteriores
en qu e fue m ucho m ás sistem ática. H asta entonces las cam pañas habían intenta­
do erigir fortalezas com o p u n to s de apoyo dentro del m ism o territorio pijao, con
resu ltad o s ap en as tem porales. Pero la de principios del siglo xvii se transform ó
en u n a d esp iad a d a cam paña de exterm inio. Los soldados buscaban las com u­
nid ad es para d e stru ir sus cosechas y m uchos pijaos m u riero n de ham bre. U nos
dos mil ind íg en as m u riero n o fueron hechos cautivos y casi todos los guerreros
ca p tu rad o s fueron ejecutados. H acia 1613, los pijaos habían sido prácticam ente
aniquilados.
C on la destrucción de los pijaos se re an u d ó el com ercio por las dos rutas
anotadas. A dem ás, fue posible, p o r prim era vez, la explotación económ ica es­
pañola de los valles del A lto M agdalena. C olonos hispanos volvieron a o cupar
áreas q ue iban d esd e T im aná y Neiva, en el sur, hasta Ibagué en el norte, y así
surgiría la región con su perfil ganadero. D urante el siglo xvii, los hatos de los
jesuítas y de otros terratenientes sum in istrab an gan ad o s flacos a la Sabana de
Bogotá, d o n d e se en g o rd ab an para su consum o en la capital. En el siglo siguien­
te, cu an d o la ex pansión m inera en las vertientes del Pacífico au m en tó la d em an ­
da de carne en el Cauca, las a u to rid a d es de la capital tratarían, con poco éxito,
de im p ed ir q ue aquellos hatos en viaran carne a esa región.
D urante el siglo xviii, tanto Santa Fe com o otras ciu d ad es de la cordillera
enco n trarían en los Llanos O rientales una seg u n d a fuente de gan ad o para en ­
gorde. En el siglo xvi los con q u istad o res buscaron en los Llanos el m ítico reino
de El D orado, p ero antes de que term inara el siglo los españoles ya habían p er­
dido interés en la región. D istintas congregaciones de m isioneros, después de
intentos fallidos en la d écada d e los años 1620, pusieron, unos cuarenta años m ás
tarde, los Llanos bajo control español. Los llanos de San Juan y San M artín, al su r
del río M eta, fueron en co m en d ad o s a los franciscanos, quienes poco provecho
económ ico p u d iero n sacar debido, en parte, a los obstáculos en la com unicación
con los altiplanos. M ás hacia el norte, los llanos de C asanare se d ividieron entre
agustin o s y jesuítas. Los prim eros se hicieron cargo de los relativam ente sed en ­
tarios y p ro d u ctiv o s indios achaguas, cuya principal actividad económ ica con­
sistía en p ro d u c ir alg o d ó n y hacer tejidos que se v endían en los m ercados de la
cordillera O riental. A m ed iad o s del siglo xvii se habían in teg rad o a la econom ía
del altip lan o y env iab an a los m ercados de Tunja telas, g an ad o y pro d u cto s de la
pesca. Un poco m ás afuera en los llanos, en las cuencas del C asanare y del M eta,
los jesuítas y alg u n o s em presarios p rivados se dedicaron a la ganadería. G racias
a la presión qu e los distritos del occidente hicieron sobre el g an ad o de los hatos
del A lto M agdalena, estos encontraron m ercados en las altiplanicies orientales.

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88 M akcxi I’a i ackds - I-u a x k S a i i-o k d

Con el firm e establecim iento de ciudades españolas y hatos ganaderos en


el A lto M agdalena desde las prim eras décadas del siglo xvii y la m ás lim itada
p enetración en los Llanos O rientales d espués de 1660, se extendió bastante el
área bajo control español.

El o c c id e n t e

En el lapso transcurrido entre fines del siglo xvi y finales del xvii, el oc­
cidente experim entó grandes transform aciones. En los altiplanos de Pasto la
población continuó siendo p red om inantem ente indígena, m ientras q u e en las
tierras m ás bajas hacia el norte los esclavos africanos im portados y sus descen­
dientes fueron o cupando el lugar de la dism in u id a población aborigen. En la re­
gión de Popayán sobrevivió una significativa población indígena y solo en p arte
fue co m p lem en tada por descendientes de esclavos africanos. Sin em bargo, en
las d em ás regiones del occidente, en particular en d o n d e la presión de la m inería
del oro agobiaba a los indígenas, los esclavos africanos term inaron reem plazán­
dolos a estos com o fuerza de trabajo pred o m in an te en las m inas, y en m uchos
lugares incluso en las faenas agrícolas.
G ran parte de la fuerza de trabajo en el occidente se em pleaba en la agri­
cultura: en el cultivo del m aíz, en la cría de cerdos y ganado, y en m uchos lugares
del valle del Cauca en la producción de caña de azúcar. Pero la m inería aurífera
fue el m otor económ ico de gran parte del occidente y tam bién el principal m er­
cado tanto para la producción m anufacturera artesanal y los com erciantes de los
altiplanos orientales, com o para los com erciantes de esclavos y dem ás bienes im ­
po rtad o s en Cartagena. En la Colonia, e incluso d u ra n te gran parte del siglo xix,
el oro de las m inas del occidente fue el principal producto de exportación de la
N ueva G ranada.
A unque la m inería aurífera fue el principal estím ulo de la econom ía colo­
nial d e la N ueva G ranada, es im portante señalar que el oro se explotó a una esca­
la relativam ente pequeña en com paración con otras zonas m ineras de las dem ás
colonias am ericanas. La N ueva G ranada fue el principal p roductor individual
de oro en la Am érica hispana colonial, pero esta industria no produjo nada p a­
recido a la riqueza generada por la m inería de la plata en México y Perú, o a la
b onanaza aurífera del Brasil en el siglo xviii. En su época de auge, el occidente
n eo g ran ad in o produjo un prom edio anual de poco m ás de un m illón de pesos
de oro legalm ente registrado en la década de los años 1770, y apenas un poco
m ás d e dos m illones de pesos en los años 1790 {véase el cuadro 5.2). En com pa­
ración, Brasil exportó a E uropa en los años de su m ejor explotación (1720-1760)
un p ro m ed io anual de entre seis y nueve m illones de pesos. Tanto el oro neo-
g ran ad in o com o la plata m exicana experim entaron sus periodos de m ayor creci­
m iento en el siglo xviii, sobre todo entre 1775 y 1800. Pero a lo largo del siglo xviii,
el m etálico m exicano opacó al neogranadino; d u ra n te el periodo com prendido
entre 1735 y 1800, el oro declarado en las m inas occidentales de la N ueva G ra­

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t lis iO K iA DF C o l o m b i a . I ’ a Is rHAC.Mi:NTArx\ s l x i f d a d d iv id id a 89

n ad a rep resen tó ap en as u n a decim otercera p arte del valor del m etal p ro d u cid o
en México en el m ism o lapso. El oro neogranadino sum inistró la base económ ica
d e u n a m inoría aristocrática en P opayán, m ientras que en varias poblaciones de
A ntioquia estim uló el surgim iento de una burguesía com ercial —m as no de u n a
aristocracia— en las ú ltim as décadas del siglo xviii. Con todo, en nin g ú n lugar d e
la N u ev a G ran ad a existió la gran riqueza que caracterizó a la nobleza m exicana.
En térm inos generales, la m inería de filón de la plata m exicana exigía u n a
m ay o r inversión q u e la m inería aurífera en la N ueva G ranada. En algunos lu g a­
res, com o Buriticá en A ntioquia, los m ineros debían excavar túneles p ro fu n d o s
pero no en la escala de las g ran d es m inas de plata de México. Por lo general, los
m ineros n eo g ran ad in o s obtenían el oro por el procedim iento del "m azam orreo",
o lav ad o de la g anga en batea. En las m inas de aluvión los grandes em presarios
utilizab an cuad rillas de esclavos que construían canales d e agua en los que d e ­
positab an las aren as y gravas auríferas que, u n a vez lavadas, dejaban en el fondo
el oro. El p ro ced im ien to era sencillo pero requería u n a considerable inversión
en esclavos. En el Chocó, u n a cuadrilla d estinada a la m inería de aluvión solía
ten er en tre 30 y 80 esclavos; sin em bargo, los grandes m ineros poseían entre 100
y 200 esclavos, y en alg unos casos hasta 400 o 500, presum iblem ente d iv id id o s
en peq u eñ o s g ru p o s de trabajo. Si consideram os que el valor prom edio de un
esclavo ó ptim o era de 525 pesos (como era el caso del Chocó hacia 1711), es de
su p o n e r q ue u n a cu ad rilla de esclavos representaba un desem bolso de capital
sustancial para la época. N o obstante, m uchos m ineros operaban en pequeña
escala m ed ian te el pro cedim iento del m azam orreo, ya fuere ind iv id u alm en te o
con la ay u d a de u nos pocos esclavos o trabajadores libres. Estos vinieron a ser
conocidos com o "m azam o rrero s". Así, en m uchas de las regiones auríferas d e la
N uev a G ran ad a o p erab an tanto los m ineros de aluvión poseedores de cuadrillas
d e esclavos, com o los pequeños m azam orreros. Sin em bargo, las cuadrillas d e
esclavos fueron m ás características en la m inería del oro en el siglo xvii, y en el
C auca y el C hocó en el siglo xviii, en tanto que en ese m ism o siglo los m azam o ­
rreros, m uchos de ellos negros m anum isos y m ulatos, op eraro n sobre todo en
A ntioquia.
M uchas de las explotaciones auríferas que fueron p roductivas en el oc­
cid en te n eo g ran ad in o a finales del siglo xvi com enzaron a decaer o se a g o ta­
ron totalm ente d u ra n te el xvii. A lgunas regiones experim entaron una notoria
escasez de m ano d e obra a m edida que la población indígena dism inuía y solo
m uy lentam ente fue reem plazada por fuerza de trabajo esclava africana. En
o tras regiones el m etal se agotó rá p id am en te y el alto costo del reem plazo d e
los trabajadores hizo insostenibles las operaciones futuras. La región aurífera d e
P op ay án em pezó a decaer en la p rim era m itad del siglo xvii. En otros lugares se
p resen tó el m ás com pleto colapso. La población m inera de Rem edios, asen tad a
en la vertien te occidental de la hoya del M agdalena y controlada desde Santa Fe
de Bogotá, que fue m uy pujante a fines del siglo xvi, com enzó a ser a b a n d o n ad a

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90 M a r c o P a i ac i o s - P r a n k S a it -o r d

p o r los em presarios a com ienzos del siglo xvii. Era m uy difícil y costoso abaste­
cer a Rem edios de alim entos y fuerza de trabajo esclava, al p u n to que, a partir
de 1608, m uchos m ineros prefirieron explotar las m ás novedosas y m ejor em p la­
zad as m inas de G uam ocó. Sin em bargo, ya en 1660 los depósitos de G uam ocó
y Z aragoza estaban agotados. Según las estadísticas oficiales de acuñación, en
1630 los distritos antioqueños p roducían la m itad de lo que habían rendido en
el pico de la b o nanza de 1600, y hacia 1660 su rendim iento alcanzaba apenas
u n a décim a p arte de esta cifra. A unque estas estadísticas no son precisas porque
excluyen, com o es obvio, el co n trabando de oro en polvo, sí son un indicativo de
las tendencias de la producción {véase el cuadro 5.1).

Cuadro 5.1. Oro legalm ente registrado en los distritos de Santa Fe, A ntioquia,
Cartago y Popayán, 1595-1645 (en pesos de oro de 22,5 quilates).

Santa Fe A n tio q u ia C artago P op ayán

1595-99 1.349.705 1.748.526 n.d. 344.823


1600-04 927.255 1.621.168 n.d. n.d.
1605-09 744.345 1.423.588 54.390 283.564
1610-14 675.930 1.294.291 92.280 221.775
1615-19 705.735 1.172.140 34.995 189.400
1620-24 503.125 1.156.150 55.305 134.410
1625-29 451.180 1.122.994 n.d. 179.396
1630-34 294.370 821.310 n.d. 159.850
1635-39 329.090 717.331 n.d. 85.400
1640-44 96.910 437.414 n.d. n.d.

Distrito de Santa Fe: Santa Fe, R em edios, Pamplona.


Distrito de Andoquia: Antioquia, Zaragoza, Cáceres, Guam ocó.
Distrito de Cartago: Toro, Anserma.

Fuente: C olm en ares, G erm án, " Problem as d e la estructura m inera en la N u e v a G ranada (1550-1700)",
Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, N os. 6-7 (1971-72), pp.30-31; y C olm enares, Ger­
m án, Historia económica y social de Colombia, 1537-1719, pp. 228-229.

Las estadísticas de acuñación señalan una pro fu n d a caída en la produc­


ción aurífera q ue em pieza a principios del siglo xvii y se extiende hasta por lo
m enos sus últim as décadas. Al declinar consecutivam ente la explotación en las
áreas de Rem edios, P am plona (ca. 1635), P opayán y finalm ente Zaragoza y G ua­
mocó, la producción total de oro cayó fuertem ente de un cénit en 1600 a un nadir
en tre 1660 y 1680. Sin em bargo, d u ra n te esta últim a época de producción m ine­
ra insignificante se abrieron nuevas zonas de m inería de plata. Hacia 1640, por
ejem plo, unos 1.200 indios y esclavos negros lavaban oro en placeres ubicados
en Caloto, al norte de Popayán. Más tarde, a p artir de la década de los años 1680,

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com en zaro n a su rg ir n u evas regiones m ineras en la costa pacífica y, m ás lenta­


m ente, en A ntioquia. Una de estas zonas del Pacífico qu ed ab a al su r del puerto
de B uenaventura. Allí se explotaron placeres en unas siete cuencas hidrográficas
de los ríos q u e bajaban de la cordillera O ccidental al océano; los depósitos m ás
ricos q u ed a b an en la zona de Barbacoas, a lo largo de los ríos tributarios del
Patía. La otra zona m inera del Pacífico estaba en el Chocó. En A ntioquia, los
nuev o s d istritos m ineros se localizaron en las regiones del altiplano de Rionegro
y, m ás im p o rtan te aú n , en Santa Rosa de Osos.
Estas n u ev as áreas form aron la base de u n seg u n d o ciclo de auge aurífero
en el siglo xviii. El Chocó y P opayán fueron los principales p roductores de oro
a lo largo de todo el siglo, en tanto que Barbacoas y A ntioquia experim entaron
un crecim iento significativo d esp u és de 1760. A p artir de 1780, A ntioquia surgió
com o la principal región p ro d u cto ra de oro, seguida de cerca p o r el Chocó {véase
el c u a d ro 5.2).

C uadro 5.2. Producción aurífera legalm ente registrada en cuatro regiones del
occidente, por periodos de cinco años (en m iles de pesos de plata).

T otal T otal
Popayán B arbacoas C h o có A n tio q u ia p ro m ed io p ro m ed io
q u in q u e n a l an u al

1735-39 1.391 613 2.366 256 4.626 925,2

1740-44 1.124 317 2.323 348 4.112 822,4

1745-49 792 326 2.312 316 3.746 749,2

1750-54 564 243 1.747 544 3.098 619,6

1755-59 944 461 1.498 559 3.462 692,4

1760-64 1.020 921 1.687 820 4.448 889,6

1765-69 1.055 952 1.678 751 4.436 887,2

1770-74 1.483 995 1.808 1.125 5.411 1.082,2

1775-79 1.360 893 1.639 1.684 5.576 1.115,2

1780-84 1.908 1.361 1.940 1.987 7.196 1.439,2

1785-89 1.731 1.688 2.158 2.655 8.232 1.646,4

1790-94 1.616 1.767 2.667 3.281 9.331 1.866,2

1795-99 1.541 1.783 2.581 3.662 9.567 1.913,4

T otales 16.529 12.320 26.404 17.988 73.241

Fuente: M eló, Jorge O rlan d o, " P rod u cción d e oro y d esarrollo eco n ó m ico en el sig lo xviii", en Sobre his­
toria y política: p. 68. Las cifras d e M eló, tom ad as en su m ayor parte d el A rch ivo d e Indias d e S evilla,
b rindan u n p anoram a d e la p ro d u cción aurífera m u ch o m ás a m p lio q u e el d e otras fuentes.

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92 M arco P a i a c io b - I-r a x k S a i i -o r d

El arran q u e de la m inería en las zonas del Chocó y de la costa su r del


Pacífico se retrasó p orque am bas eran regiones de frontera habitadas por tribus
selváticas difíciles de conquistar y m antener subyugadas. Los españoles que in­
ten taro n pen etrar y explotar estas regiones en el siglo xvi fueron ahu y en tad o s
p o r rebeliones indígenas. El establecim iento de cam pam entos m ineros relativa­
m en te estables tuvo que a g u a rd ar hasta bien en trad o el siguiente siglo.
En la región m eridional de Barbacoas, en el río Telembí, tributario del
Patía, los indígenas q u ed aro n dom inados d u ra n te el prim er tercio del siglo xvii.
H acia 1684, la zona tenía veintiocho cam pos m ineros que em pleaban tanto m ano
d e o b ra indígena com o de esclavos africanos. A unque Pasto desem peñó un im ­
p o rtan te papel en el abastecim iento de las m inas de Barbacoas, parece que los
esclavistas de P opayán tenían u n control directo sobre estas. M ás al norte, las
m in as del Raposo enriquecían a los em presarios m ineros de Cali.
La explotación en el Chocó ocurrió de form a sim ilar pero m uestra una
histo ria un poco m ás enredada. La región está div id id a por u n eje norte-sur que
form a la serranía de Baudó. Al occidente de la serranía q u ed a la planicie del
litoral y al oriente, dos sistem as hidrográficos: el del río A trato que corre hacia
el n o rte atrav esando m ás o m enos dos tercios de la cuenca entre la serranía de
B audó y la cordillera Occidental, hasta desem bocar en el Caribe. El otro está al
su r y es m ucho m ás corto. Lo form a el río San Juan que corre en dirección sur
y luego tuerce hacia el occidente para desem bocar en el Pacífico. Los depósitos
d e oro que finalm ente fueron descubiertos y explotados en el Chocó se ubicaron
g eneralm ente en las cabeceras de estos dos ríos.
D urante los siglos xvi y xvii, los españoles de la cuenca del río Cauca in­
ten taro n rep etidam ente controlar el Chocó pero fueron rechazados por los indí­
genas. Así, las expediciones organizadas desde A nserm a que en las décadas de
los años 1540 y 1550 alcanzaron el río A trato, salieron en retirada ante el acoso
indio. En la década de los años 1570 los de A nserm a establecieron varios asenta­
m ientos m ineros en tributarios del San Juan, em pleando indios de encom ienda.
Sin em bargo, en 1586 estalló una rebelión generalizada de los indígenas del C ho­
có y los españoles no volverían en décadas. En 1640, los indígenas rebeldes no
solo cerraron las m inas chocoanas sino que cruzaron la cordillera y saquearon
e incendiaron los pueblos españoles de A nserm a, A rm a y C artago. Los jesuítas,
q u ien es llegaron al San Juan hacia 1624, tuvieron algún éxito en convertir a los
indios de la región d espués de unos treinta años. Pero los franciscanos, que tra­
taron de establecerse en el A trato, fueron rechazados desde la década de los años
1640 hasta tres décadas m ás tarde. En la década de los años 1670, em presarios de
los pueblos del C auca desarrollaron una m inería de pequeña escala en la cuen­
ca del San Juan, m ientras que los antioqueños em pezaron a explotar algunos
trib u tario s del A trato. Sin em bargo, am bos distritos se vieron sacudidos por la
rebelión de 1684 y solo dos años después los españoles lograrían som eter efecti­
v am en te el territorio del Chocó, abriendo sus depósitos de oro a la explotación
sistem ática y continua, a cargo de cuadrillas de esclavos africanos.

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H i s i o r i a tir; C o l o m b i a . T’ a ì s i RACAiL.vrADO, s o c ih d a d ruviniD A 93

M apa 5.1. Zonas m ineras durante la Colonia.

S IER R A N E V A D A
DE S A N T A M A R TA

MAR CARI BE

OCÉANO
PACÍ FI CO

“ / ; san ta FE DE
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^ n i " ’o p a v a n O

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Principales írea.s de guaqueria
■Í'^:^¿JÍL ' RloP'"^ o ^AliiMRuer
X lm a g u e r f
Concepílón Zona minera de oro

• VeU de oro

• Veta de plata
Pa.sto ^ '
M ocoT A Mina.s de esmeralda-s

o PrirMnpales poblaciones

Fronteras actuales

Fuente: W est, Robert C., Colonial Placer M in in g in Colombia (L ousiana State U n iv ersity Press, 1952).

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94 M arco I ’ a ì a c io s - F r a n k S A r r o R i)

A lgunos em presarios de varias zonas de la hoya del C auca y de sitios tan


distantes com o el valle del M agdalena tom aron parte en las prim eras explota­
ciones del Chocó, región que finalm ente quedó bajo el dom inio de Popayán.
H asta 1726, el Chocó q uedó som etido a la au to rid ad del gobernador de P opayán
y algunos payaneses se contaban entre los m ayores em presarios m ineros de la
cuenca del río San Juan, que en el siglo xviii produjo m ás oro que las m inas del
Atrato. La familia M osquera de P opayán, que fue de las prim eras en internarse
en el Chocó, trabajó con grandes cuadrillas de esclavos en el río San Juan d u ra n ­
te la m ayor parte del siglo xviii.
A u nque en el siglo xvii la m ano de obra en la m inería chocoana fue in­
dígena, al com enzar la tercera década del siglo xviii los esclavos negros habían
tom ado su lugar. C uando en el últim o decenio del siglo xvii q uedó claro q u e el
Chocó había sido efectivam ente pacificado, los m ineros de P opayán trasladaron
p arte de sus cuadrillas de esclavos desde Caloto hacia el San Juan. Su n ú m ero
au m entó considerablem ente a lo largo del siglo xviii con nuevas im portaciones
de africanos. En la últim a década del siglo xvii, los esclavos im portados llegaban
de C artagena y subían el A trato. Pero el río se había convertido en un im p o r­
tante corredor de contrabando en el que participaban intrusos británicos y ho­
landeses, que intercam biaban esclavos y otros bienes por oro en polvo. Por esta
razón, en 1696, las au to rid ad es españolas prohibieron el tran sp o rte de bienes de
com ercio m arítim o por el río. La m edida propinó un severo golpe al sum inistro
de esclavos para el Chocó.
La im portación de esclavos aum entó notablem ente entre 1714 y 1736,
cuando, a raíz de la guerra de Sucesión española, la British South Sea C om ­
pany adquirió el derecho legal de im portar esclavos. Hacia 1704 había tan solo
seiscientos esclavos en el Chocó; veinte años después había dos mil y su n ú m e­
ro seguiría au m en tan d o con el tiem po. Sin em bargo, el precio de los esclavos
continuó subiendo artificialm ente, debido a la prohibición del com ercio en el
Atrato. El tráfico legal tenía que em pezar en C artagena. De allí los esclavos eran
tran sp o rtad o s por el río M agdalena, cruzaban la cordillera C entral hasta el va­
lle geográfico del C auca y de allí continuaban hasta los distritos chocoanos. En
consecuencia, a com ienzos del siglo xviii, el precio de los esclavos en el Cauca
duplicaba el prevaleciente en la plaza de C artagena. A dem ás, una quinta parte
de los esclavos m oría en esta travesía. A causa de todos estos factores, continuó
el tráfico ilícito por el A trato y, com o era relativam ente fácil transportar oro en
polvo, gran d es cantidades de este salieron de contrabando. A fines del siglo xviii
se estim aba que m ás o m enos la m itad del oro del Chocó salía ilegalm ente.
El abastecim iento de los distritos m ineros del Chocó planteó problem as
nuevos, diferentes de los presentados en m uchas m inas de la región caucana
d u ran te el anterior ciclo m inero. En el siglo xvi, el Alto C auca tenía abundancia
de tierras fértiles y una base relativam ente grande, au n q u e en dism inución, de
m ano de obra indígena. En cam bio, los recursos agrícolas del Chocó eran re-

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1 IlS K 'K IA Di; CO l.O M BIA. P a ÍS I I<A(..M[.\TAIX1, SCKIl.DAD DIVIDIDA 95

lativam ente pobres. Los indios de la región cultivaban plátano y m aíz para el
consum o en las m inas. No obstante, les era im posible abastecer toda la dem an d a
de los cam pos m ineros. Las m inas del Chocó eran abastecidas parcialm ente por
buques provenientes de G uayaquil. A dem ás, Buga y Cali debieron m andarles
maíz, carne salada de res y de cerdo, y aguardiente.
El com ercio con el Chocó afectó de varias form as la econom ía vallecauca-
na. Creó, a lo largo del siglo xviii, varias escaseces en el Cauca. M uchos indios
cancanos m uriero n tran sp o rta n d o provisiones al Chocó, y hacia las décadas de
los años 1720 y 1730 cargueros negros, m ulatos y m estizos com plem entaban este
tipo de trabajo indígena. La m ortalidad y el com ercio reducían la m ano de obra
disponible y de este m odo dism inuía la producción de m aíz. Lo m ism o sucedía
con los envíos de carne al Chocó. El valle del Cauca, que alguna vez sum inistró
ganados a A ntioquia en el norte y a Pasto en el sur, em pezó a padecer escasez
de carne hacia las ú ltim as décadas del siglo xvii y hacia 1750 consum ía ganados
criados en Neiva, del otro lado de la cordillera C entral. Pero el com ercio con el
Chocó tam bién tu v o un efecto estim ulante sobre el Cauca. La d em an d a de las
m inas im puso el uso de nuevas tierras para pro d u cir carne y cultivar caña. Ante
la rápida dism inución de la m ano de obra indígena, los terratenientes vallunos
em pleaban cada vez m ás esclavos negros. A dem ás, parece que las haciendas
tam bién sirvieron de reserva laboral de las m inas. En algunas, una buena p ro ­
porción de esclavos estaba form ada por niños, m uchos de los cuales eran envia­
dos a las m inas en cu an to llegaban a la edad adulta.
En el siglo xviii, la actividad del lavado de oro de los distritos chocoanos
y otros lugares a lo largo de la costa pacífica em pezó a tener un refuerzo en las
áreas m ineras recientem ente abiertas en A ntioquia. A m ediados del siglo xvii,
la producción había decaído en los distritos iniciales de A rm a, Santa Fe de A n­
tioquia y Cáceres, en el río Cauca, y de Z aragoza y G uam ocó, en el río N echí y
sus afluentes. En la prim era m itad de este siglo, los antioqueños em prendieron
la colonización del área ubicada al oriente de Santa Fe. Se establecieron inicial­
m ente en el Valle de A burrá que, si bien carecía de m inas, estaba bien dotado
de recursos para la agricultura. Con el correr del siglo y desde la década de los
años 1630, el Valle de A burrá em pezó a su m in istrar com estibles a los nuevos
cam pos m ineros qu e se estaban desarrollando hacia el norte, en Santa Rosa de
Osos, y hacia el oriente, en los alrededores de Rionegro. En últim o térm ino, la
creciente im portancia del Valle de A burrá llevó a los colonos a fu n d ar en 1675 el
nuevo pueblo de N uestra Señora de la C andelaria de M edellín, ahora conocido
sim plem ente com o M edellín. D urante varias décadas la producción aurífera de
las m inas cercanas siguió siendo bastante m odesta. D esde la década de los años
1670 hasta 1745, la producción registrada legalm ente en toda A ntioquia fluctuó
alre d ed o r de un p ro m edio anual de tan solo veintitrés mil pesos oro. D espués
de 1750, la pro d u cció n de los distritos de R ionegro y del Valle de los O sos creció
significativam ente. Entre los decenios de los años 1740 y 1760, la producción

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% M ak c o I’ m a c io s - F kank Sa h o k i)

registrada llegó a ser m ás del doble y luego crecería aú n m ás espectacularm ente.


De 1784 a 1800, los registros de oro antioqueño alcanzaron niveles m ás de diez
veces superiores a los alcanzados antes de 1750.
En un com ienzo, casi todos los m ineros de los altiplanos an tioqueños p a ­
recen haber sido m azam orreros en pequeña escala. Sin em bargo, d u ra n te las
décadas d e los años 1760 y 1770 tam bién hubo m ineros en gran escala q u e u ti­
lizaban cuadrillas de esclavos. Sin du d a, estos operadores m ás gran d es co n tri­
buyeron a la expansión d e la producción antioqueña a p artir del decenio de
los años 1770. Juan A ntonio M on y Velarde, un funcionario español q u e com o
visitador en A ntioquia d u ra n te la década de los años 1780 quiso in crem en tar la
pro d u ctiv id ad m inera, calculó que los m azam orreros pro d u cían dos tercios del
oro en la región. En 1808, José M anuel R estrepo estim ó que los m azam orreros
eran los p ro d u cto res de m ás del ochenta p o r ciento del oro antioqueño. La o p o r­
tu n id ad q ue el laboreo del oro dio en A ntioquia a cualquier hom bre libre a fines
del siglo xviii quizás tuvo algo que ver con el desarrollo de u n ethos d e em presa
individual en aquella región.
Pero quienes m ás se beneficiaron de la m inería antioqueña fueron los co­
m erciantes instalados en M edellín y Rionegro. La bonanza m inera del Valle de
los Osos abrió nuevos y dinám icos m ercados para el ganado y el m aíz, el plátano,
la yuca y la caña de azúcar del Valle de A burrá y de su s tierras calientes al occi­
dente, y para la ganadería de las altiplanicies de Rionegro. C om erciantes de estas
dos ciudades se dedicaron a abastecer las m inas con com estibles locales, telas de
algodón de la cordillera O riental y bienes im portados q u e traían de C artagena. A
cam bio recibían oro en polvo. H aya sido por este com ercio o p orque invirtieron
directam ente en las m inas, la m ayoría del oro producido en A ntioquia pasaba
por las m anos de los com erciantes de M edellín y Rionegro. Interm ediarios en el
abastecim iento de los cam pam entos, pudieron extraer los m ayores beneficios de
la operación. A lgunos de ellos ingresaron al negocio con cuadrillas d e esclavos.
Con el capital así acum ulado, algunos com erciantes am asaron fortunas que les
perm itieron dom inar el com ercio en el occidente hacia^ fines del siglo xviii, así
com o otros sectores de la econom ía colom biana d u ra n te gran parte del xix.

La c o sta ATLÁ NTICA

M ientras el interior del país, lo m ism o el oriente que el occidente, estaba


prácticam ente aislado del exterior, las ciudades costeras del norte se encontra­
ban volcadas sobre el m ar Caribe. El com ercio m arítim o —legal o ilegal — m ar­
caba el ritm o de la vida costeña. D esde m ediados del siglo xvi hasta finales del
p eriodo colonial, C artagena fue la ciu d ad m ás im portante d e la región. Como
ya se m encionó, la en trad a p rotegida de C artagena y su vecindad con el istmo
de Panam á consolidaron la ciu d ad com o un pun to im p o rtan te para el abasteci­
m iento de las flotas españolas, y com o el principal p u erto para el d espacho del
oro y la im portación de esclavos y otras mercancías. Sin em bargo, la im portancia

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I lis io R iA DE C o l o m b i a . I ’ a I s i-r a c .m l n t a d o , s í x i e d a d d iv id id a

m ism a del p u erto d e C artagena lo hizo objeto de ataques de corsarios y fuerzas


navales en tre las décadas de los años 1540 y 1740. Estos asaltos instaron a la
C orona española a in v ertir grandes sum as en la fortificación de la ciudad. En
el decenio d e los años 1590, después de un ataque de Francis Drake, se inició
u n p ro g ram a de fortificación del puerto, y entre los años veinte y cincuenta del
siglo XVII se co n stru y ero n los prim eros baluartes y fuertes, com plem entados con
construcciones adicionales d u ra n te la m ayor p arte del siglo xviii.
D ada la im portancia que revestía la defensa de C artagena, el principal
contin g en te del ejército neogranadino estaba acantonado en el puerto. Era tal su
m ag n itu d q u e en la década de los años 1770 por lo m enos u n a q u in ta p arte de la
población u rb an a cartagenera estaba com puesta por personal m ilitar. A dem ás,
la ciu d ad era u n im p o rtan te centro eclesiástico. Fue sede episcopal y, a p artir de
1610, asiento del T ribunal de la Inquisición; tam bién tenía cuatro m onasterios y
dos conventos, al p u n to que cerca del diez p o r ciento de su población m asculina
estaba re p resen ta d a p or religiosos.
D ebido a su s funciones com erciales, m ilitares y eclesiáticas, d u ra n te los
siglos xvii y xviii C artagena llegó a ser, de lejos, la ciudad m ás im p o rtan te de la
costa caribe neo g ran ad ina. Sin em bargo, la población de la ciu d ad parece haber
flu ctuado bastante, bajando drásticam ente d u ra n te los periodos de asedio ex­
tranjero. Así, en la d écada de los años 1690 C artagena contaba con unos 10.000
habitantes, pero d esp u és del asalto francés de 1697 y de la guerra de Sucesión
esp añ o la (1701-1713) la población se redujo a cerca de 3.000. Por el contrario,
cu a n d o atracaban en su puerto las flotas españolas, su población se increm en­
taba en cerca de u n tercio con las gentes de la región que concurrían a ofrecer
alim entos y otros servicios a la tripulación. D urante la década de los años 1770,
la población cartagenera osciló alrededor de los 12.000 habitantes.
A u n q u e la bien p rotegida bahía de C artagena le b rindaba gran d es ven ta­
jas com o p u erto , el desarrollo de un centro de acopio de m ercancías im p o rtad as
se vio o b stacu lizad o por la carencia de buenas conexiones con el río M agdalena,
q u e era la vía n atu ral del com ercio con el interior del país. H asta 1650 las m er­
cancías se tran sp o rta ro n hacia el río por la azarosa vía m arítim a, o p o r tierra a
lom o d e m uía, a u n costo considerable. En ese año, el go b ern ad o r de C artagena
em p re n d ió u n proyecto para excavar canales que com unicaran lagunas n av e­
gables y p erm itieran tran sp o rtar la carga desd e el río a la ciu d ad por una ruta
acuática m ucho m ás económ ica. La ap e rtu ra del canal del Dique, que abarató el
tran sp o rte hasta el M agdalena, m ejoró sustancialm ente la capacidad de C arta­
gena d e su m in istra r alim ento a los galeones españoles y de im p o rtar bienes con
destin o al interior. Pero la falta de m antenim iento del canal lo dejaba práctica­
m en te inservible p o r épocas, com o sucedió entre 1679 y 1724. Por esta razón,
C artag en a no p u d o g aran tizar por m ucho tiem po su capacidad de abastecim ien­
to d e las flotas españolas y su población dism inuyó. En 1725 se reabrió el canal
d esp u é s de 45 días d e ard u o trabajo, pero en 1789 q u ed ó nu ev am en te obstruido.

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98 M akcg P a i a c k )s - P k a n k S A i ro K O

En consecuencia, el cabildo de C artagena, consciente de su incapacidad para


m antener el canal, se lo cedió a la C orona en 1791. El m an ten im ien to del canal
del D ique siguió siendo d e vital interés para C artagena. Sin em bargo, no era raro
que se cerrara el paso p o r largos periodos, lo q u e perm itió el su rg im ien to d e
otros p u erto s d e trán sito p ara el com ercio con el interior, en p artic u la r d u ra n te
el siglo XIX.
En razó n de las distancias y de las dificultades de transporte, C artagena
fue q u ed án d o se p au latin am en te incom unicada con el interior. M uchas de sus d e­
m andas de alim entos eran su p lid as p o r las extensas sabanas d e la m ism a región
atlántica. D esde los prim eros años de la C onquista, las co m u n id ad e s indígenas
abastecieron a C artagena y otras ciu d ad e s hispanas. Sin em bargo, entre 1535 y
1610, la población aborigen se redujo d rásticam ente en cerca del 95 por ciento.
Ante este g rave p roblem a dem ográfico y para su p lir las necesidades de los esp a­
ñoles, agricultores pen in su lares asu m iero n la producción de alim entos básicos
com o el fríjol, el p látano y la yuca en terrenos cercanos a C artagena, en tanto que
pequeños granjeros de la región del Sinú, al sudoeste, le proveyeron m aíz. Las
grandes h aciendas de las sabanas d e Tolú y de los alrededores d e M om pox y Va-
lledupar su m in istrab an a C artagena y sus guarniciones gan ad o vacuno, y abas­
tecían a los barcos con carne salada de res y de cerdo. Estas g ran d es haciendas,
productoras de carne y caña de azúcar, solían fundarse en concesiones de tierra,
o m ercedes, en m uchos casos territorios de frontera ocu p ad o s que term inaban
siendo cedidos p or la C orona con sus respectivos títulos de p ro p ied a d legal.
C om o estas g ra n d es h aciendas estab an d ed icad as en g ran p arte a la cría
de ganado, ten ían pocas necesidades de fu erza d e trabajo. Los esclavos africanos
y sus d escen d ien tes (m uchos d e ellos libres) p roveyeron el grueso d e la fuerza
laboral d u ra n te el siglo xvii y g ran p arte del xviii. En 1586 había u n o s 5.700 escla­
vos negros en la p rovincia d e C artagena, cifra sim ilar, si no su p erio r, al n ú m ero
de indios sob rev iv ientes d e las co m u n id ad e s indígenas co n tro lad as p o r los esp a­
ñoles. D u ran te el siglo xviii, el trabajo esclavo en las haciendas costeñas fue com ­
plem en tad o g ra d u alm en te p o r d iv ersas clases d e trabajo agrícola no esclavo, por
lo general a su m id o p o r m u lato s y negros libres. A lgunos d e estos negros libres
tom aban en arrien d o tierras d e las haciendas, otros eran peones residentes, y
otros m ás trabajaban ocasionalm ente com o jornaleros. Pero la m ayoría de la cre­
ciente población de negros libres y m u lato s no tenía relaciones cercanas con las
haciendas. M uchos de ellos vivían d isp erso s en p equeños g ru p o s en las selvas,
d o n d e no estab an sujetos al control del E stado ni d e la elite española.
Si bien la costa del C aribe co n su m ía sobre todo bienes alim enticios de
producción local, el trigo solam ente se p odía cultivar en las escasas altiplanicies
de la región, en p artic u la r en O caña. C om o la costa no p ro d u c ía todo el trigo
que necesitaba, a fines del siglo xvi y d u ra n te el xvii los altiplanos orientales le
su m in istraro n alg u n a h arin a de trigo, casi siem pre cara y a veces d añ a d a, p o r la
vía del río M agdalena hacia C artagena. N o obstante, a p artir d e 1690, la harina

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I llSTO K IA dt: C oi O M B IA . P a í s i k a g m i ;n i a i x \ s íx if u a d d iv id id a 99

del interior fue p a u latin am en te d e sp laz ad a p o r h arin as extranjeras. El p re d o ­


m inio de la h arin a foránea en la costa se consolidó com o re su ltad o del T ratado
de U trecht (1713), que le oto rg ó a G ran B retaña el derecho d e im p o rtar escla­
vos, y con ellos, dos barriles d e h arin a p o r cada uno. D esde entonces la harina
angloam ericana, m ás b arata y d e m ejor calidad q u e la p ro d u c id a en el interior
neo g ran ad in o , ten d ió a abastecer los m ercad o s costeños.
Las im p o rtaciones inglesas d e h arin a angloam ericana sirvieron p ara d i­
sim ular el ingreso ilegal d e textiles extranjeros y otros p ro d u c to s a C artagena.
Pero este era ap en as u n aspecto m en o r del v aria d o co n tra b an d o q u e se venía
efectu an d o d esd e p or lo m enos finales del siglo xvii en d iferen tes lugares d e la
costa caribeña, d esd e la p en ín su la de La G uajira h asta el río A trato. El sistem a de
com ercio legal español no alcanzaba a abastecer ad e cu ad a m e n te las necesidades
de bienes im p o rtad o s ni com petía con los precios d e sus rivales europeos, que
habían establecido sus bases en el C aribe en tre 1640 y 1660. P or consiguiente, el
co n trab an d o fue d esp laz an d o cada vez m ás el com ercio legítim o, hecho q u e se
reflejó en la d ism in u ció n de las flotas españolas hacia A m érica a fines del siglo
XVII y com ienzos del xviii.
El com ercio de co n tra b an d o en R iohacha, otros p u n to s d e la p en ín su la de
La G uajira y S anta M arta parece h ab er sido m u cho m enos v o lu m in o so q u e el
realizad o en la provincia d e C artagena. T anto en R iohacha com o en Santa M arta,
el com ercio ilegal se im p u so p o rq u e las naves esp añ o las casi n u n ca atracaban
en su s pu erto s. A dem ás, los com erciantes cartag en ero s se m o strab an reacios a
tra n sp o rta r bienes legales a R iohacha y S anta M arta, d eb id o al exiguo tam año
de su s m ercad o s y al p ro b lem a d e los vientos contrarios. De todos m odos, los
h olan d eses d e C u razao p o d ían p roveerlos d e bienes eu ro p eo s a precios m ucho
m ás favorables, a cam bio d e sal, tin tu ras vegetales y pieles anim ales, m ientras
que los com erciantes españoles preferían cam biar sus p ro d u c to s p o r oro, del que
carecían R iohacha y Santa M arta. El co n tra b an d o en los y erm os d esierto s de La
G uajira se facilitaba p or la existencia d e n u m ero sa s en se n ad as d esp ro te g id a s a
lo largo d e la costa y p o r lo d isp ersa d e su población. G ra n p arte del com ercio de
c o n trab an d o se hacía con los indios guajiros, q u e n u n ca fueron so m etidos por
los españoles. Al com ienzo, el co n tra b an d o p o r la G uajira era d o m in ad o p o r los
holan d eses d e C urazao, pero los ingleses enclavados en Jam aica p ro n to fueron
serios co m p etid o res.
En la p ro v in cia d e C artag en a existían d o s ep icen tro s im p o rtan tes de
con trab an d o : Tolú, al su d o e ste d e C artag en a, y S abanilla y B arranquilla, en la
d ese m b o c ad u ra del río M agdalena. N o ob stan te, g ran p a rte del com ercio ilegal
se realizab a en el m ism o p u e rto d e C artag en a, con la co m p licid ad d e g o b ern a­
d o res y ag en tes d e a d u a n a co rru p to s. (Esto tam bién ocurría en o tras ciu d ad es
portu arias). Pero a u n q u e u n v o lu m en co nsiderable d e las im p o rtacio n es ilegales
p asab a p o r el p u erto d e C artagena, así com o p o r otros p u n to s costeros d e la
provincia, la capital del co n tra b an d o colonial en la N u e v a G ra n a d a fue p ro b a ­

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190 M arco P a i .a c k x - í -'r a n k S a i i o r u

blem ente M om pox, el principal p u erto fluvial en el Bajo M agdalena. U na p ro ­


porción m uy elevada del m ercado d e co n tra b an d o q u e ingresaba p o r C artagena,
Santa M arta y Riohacha pasaba por M om pox, d esd e d o n d e se d istrib u ía a las
principales ciu d ades del interior.

C a m b io s o c ia l

Ya se ha m encionado el reem plazo de g ran p arte d e la población indíge­


na p o r un n ú m ero creciente de m estizos, sobre todo en el oriente. Tam bién, y
sobre todo en el siglo xviii, se sucedieron cam bios notables en tre la población
esclava, que creció considerablem ente d u ra n te la p rim era m itad d e este siglo a
causa de la expansión de las m inas del occidente. D u ra n te la seg u n d a m itad del
siglo, sin em bargo, el n úm ero de esclavos d ism in u y ó y su rg ió u n a fuerza laboral
com puesta de negros libres que con frecuencia trabajaban codo a codo con los
esclavos. En las últim as décadas del siglo xviii, la esclavitud com o sistem a labo­
ral pareció en trar en crisis.
Las im portaciones de esclavos africanos o cu rriero n en u n a escala relati­
vam ente p equeña d u ra n te casi todo el siglo xvi, se aceleraron d e 1590 a 1630 con
las bonanzas m ineras de Zaragoza y R em edios, bajaron con la postración m inera
hasta que a fines del siglo xvii y d u ra n te la prim era m itad del siglo xviii h ubo una
d em an d a sostenida de esclavos en el C hocó, la costa pacífica y A ntioquia. Entre
1703 y 1714 u na com pañía francesa llevó a la N u ev a G ra n ad a 4.250 esclavos; su
sucesora, la com pañía inglesa South Sea C om pany, in tro d u jo 10.300 (1714-1736);
p o r su parte, varias com pañías españolas llevaron 13.000 esclavos africanos a
C artagena (1746-1757).
En la seg u n d a m itad del siglo xviii d ism in u y ó la d e p e n d e n c ia d e los es­
clavos im p o rtad o s. En las décad as d e los años 1780 y 1790, las au to rid a d es
españolas trataro n de fom entar la ex p a n sió n m in era p erm itien d o la libre im ­
portación de esclavos. A pesar del n o tab le crecim iento d e la p ro d u cció n de oro
en A ntioquia, el C auca y el Chocó, los d u e ñ o s de m inas m o straro n poco interés
en co m p rar m ás esclavos im portados. Las a u to rid a d e s esp a ñ o la s no estaban
m uy seguras del porqué de esta actitud: si p o rq u e no p o d ía n p ag arlo s o porque
tenían suficiente oferta laboral. La se g u n d a explicación parece m ás plausible.
Los precios de los esclavos caían p re cip ita d am en te. A fines del siglo xviii en el
C hocó y el C auca apenas alcanzaban la m itad d e lo q u e h abían sido a principios
del siglo. Varios factores parecen explicar la caída d e la d e m a n d a de esclavos
im p o rtad o s en esta época: el desarrollo d e u n a población d e esclavos criollos y
la expansión de las poblaciones de n eg ro s libres y m u lato s q u e g en erab an una
fuerza laboral alternativa y barata; finalm ente, en la d écad a d e los años 1780 la
crisis de la caña de azú car redujo la d e m a n d a de esclavos.
En el siglo xviii, el aum ento de la población d e esclavos nativos reflejaba
u n cam bio significativo en la proporción d e los sexos. En los siglos xvi y xvii, la
m ayoría de esclavos traídos de África eran varones, co n sid erad o s m ás útiles que

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I l i s r c 'K i A D ií C o l o m b ia . I’ a í s i r a g m l n t a i x v s c k t l d a u d iv id id a 101

las m ujeres p ara las faenas p esad as. M ientras que las m ujeres tendían a estar
so b rerrep resen tad as en la población esclava d e las ciudades, en las m inas y h a­
ciendas, la p ro p o rció n era a b ru m a d o ra m e n te m asculina. Esto explica por qué en
el siglo XVII no h u b o condiciones p ara q u e la población esclava se au to rrep ro d u -
jera. Un e stu d io so b re n u ev e hacien d as en la provincia de C artagena (1633-1724)
halló q ue p o r cad a m u jer había cinco esclavos varones y los niños (m enores de
quince años) no alcan zaban el cinco p o r ciento de la población esclava. La situ a­
ción cam bió en el siglo xviii, c u a n d o se ad v ierte una proporción m ás balanceada
entre los sexos. El p rim e r censo sistem ático, lev an tad o entre 1776 y 1778, indica
que las m ujeres fo rm ab an en tre el 45 y el 53 p o r ciento de la población esclava en
todas las áreas esclavistas im p o rtan tes. En estas condiciones, los niños esclavos
ya llegaban a u n tercio de la población esclava y los esclavos criollos em pezaron
a reem p lazar a los im p o rtad o s en la se g u n d a m itad del siglo xviii.
Al m ism o tiem po, d ism in u ía la p roporción de esclavos en la población
total y los n eg ro s y m u lato s libres to m ab an su lugar. Según el censo citado, los
negros libres, m u lato s y otros m estizos conform aban ya cerca de tres quintas
partes d e la po b lació n en A ntioquia y C hocó, m ientras que los esclavos consti­
tuían u na q u in ta parte. En C artagena, los negros libres y gentes de raza m ezcla­
da re p resen ta b an tres q u in tas p arte s d e la población, y los esclavos, m enos de
un décim o de la m ism a.
Los afro co lo m b ianos pasab an d e la esclavitud a la libertad por ru tas dife­
rentes. D u ran te el p erio d o colonial los esclavos se resistían a su cautiverio direc­
tam ente p o r m ed io d e la rebelión. Ya en la d écada de los años 1570 saquearon e
incen d iaro n R em edios, y en 1598 se p re sen tó otra rebelión de esclavos en Z ara­
goza. En la d écad a d e los años 1570 y d e n u ev o entre 1590 y 1610, los esclavos
p ro tag o n izaro n p ro lo n g ad a s rebeliones en R iohacha y todavía en 1706 se p re­
sentaro n lev an tam ien to s en M arinilla y R ionegro, en A ntioquia.
El a ta q u e d irecto a pueblos esp añ o les no fue, sin em bargo, la form a m ás
frecuente d e resistencia esclava. Por lo com ún, los esclavos rebeldes se escapa­
ban y asen tab an en la selva. Estos esclavos, conocidos com o cimarrones, frecuen­
tem ente fo rm ab an palenques, así llam ados p o r las em palizadas defensivas que
los rodeaban. A u n q u e los cim arrones a veces se atrevían a atacar los pueblos
españoles o los ca m p am en to s m ineros, lo m ás com ún era que en traran a las h a­
ciendas p ara reclu tar ad eptos. A fines del siglo xvi y principios del xvii asaltaban
el com ercio esp añ o l a lo largo del río M agdalena y en los cam inos de los distritos
m ineros.
Los cim arro n es tam bién atacaban a los indios. Puesto que la m ayoría de los
fugitivos estaba co m p u esta por varones, estos incursionaban en las com unidades
indígenas para o b ten er pareja. Por esta razón, los indios tem ían a los cim arrones
y colaboraban con las a u to rid a d es esp añ o las para som eterlos y capturarlos.
A u n q u e el cim arronaje y los p alen q u e s existieron en todos los lugares de
alta d en sid ad esclava, fueron m ás co m u n es en las provincias d e C artagena y

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1Ú2 M auco I ’ M.Acitis - F k a n k SArroK D

Santa M arta. Allí, algunos esclavos trabajaban en batos ganaderos, pero la m a­


yoría estaban d estinados a la producción de caña y su s derivados. El trabajo en
las plantaciones de caña era dem asiado oneroso y había pocas o p o rtu n id a d e s de
acu m u lar fondos para com prar la libertad, en contraste con los esclavos de las
m inas, que p odían obtener algún oro en su tiem po libre. A fines del siglo xvi y
com ienzos del siguiente, las au to rid ad es españolas de la costa del C aribe bu sca­
ron ex term inar los palenques. Estos im plicaban un claro desafío a la institución
de la esclavitud, en particular por el ejem plo que daban. A dem ás, rep resen tab an
un peligro para el com ercio español. Por tanto, se form aban periódicas ex p e­
diciones m ilitares que salían en busca de palenques, a ejecutar a sus líderes y
volver a esclavizar al resto. Sin em bargo, la política frente a los p alen q u es fue
inconsistente y alternaba entre la tolerancia y la represión.
Se ha dicho que a fines del siglo xviii au m en ta ro n las fugas y rebeliones
de esclavos, p rueba adicional de que el sistem a esclavista había en tra d o en cri­
sis. A u n q u e el increm ento de las fugas no se ha d em o strad o cuantitativam ente,
parece claro que el sistem a estaba declinando. A lgunos esclavistas se quejaban
de q u e otros hacendados alentaban a los esclavos a h u ir para luego em plearlos
com o m ano de obra libre. En cualquier caso, lo cierto es q u e un m ayor n ú m ero
de peq u eñ o s propietarios com petía con las haciendas p o r la m ano de obra escla­
va. N um erosos d ueños de esclavos p u dieron haber cuestionado la rentabilidad
de los esclavos.
M uchos esclavos p u d iero n com prar su propia libertad. Esto fue p artic u ­
larm ente cierto en el caso de los esclavos urbanos, quienes, p u d ien d o alquilar
sus servicios, lograban ah o rrar el dinero suficiente p ara ello. A lgunos esclavos
de las zonas m ineras tam bién consiguieron reu n ir el d in ero necesario para com ­
p rar su libertad. En los enclaves m ineros del Chocó, la población esclava d ism i­
n u y ó ligeram ente (de 5.756 a 4.968) entre 1778 y 1808, m ientras q u e el n ú m ero de
negros libres au m entó de m enos de 9.000 a m ás de 20.000.
La depreciación com ercial de los esclavos acaso alentó el proceso de
em ancipaciones legales de fines del siglo xviii. Por la caída del precio de los es­
clavos, estos posiblem ente pudieron com prar su propia libertad a m enor precio.
Al parecer la m ayoría de las m anum isiones ocurrieron p o r esa vía (a los precios
corrientes del m ercado). Es de su p o n er que la caída del precio tam bién indujo
a m uchos am os a liberar a algunos de sus esclavos, sobre todo a quienes se h a­
bían vuelto im productivos. Sin em bargo, el efecto principal de la depreciación
com ercial de los esclavos fue la posibilidad de autocom pra, pues la m anum isión
p or los am os fue m enos frecuente que esta. A dem ás, m uchos de los esclavos
liberados p or sus am os lo fueron por razones personales, que poco tenían que
ver con el precio o el valor económico. M uchos de los liberados eran esclavas,
frecuentem ente concubinas de los am os, y sus hijos. S ignificativam ente, m uchos
de los niños m an um itidos eran m ulatos.
Los negros considerados "libres" no fueron aceptados com pletam ente
com o ciudadanos. M uchos vivieron en un área gris, en tre la esclavitud y la liber-

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l i s r o K i A Di: C o i .O M B IA . I C \I s f k a c m e n t a ix \ s c x i e d .a d d i v i d i d a 103

tad. F recuentem ente la em ancipación se hacía con la condición de que el exescla­


vo co n tin u ara al servicio d e sus antiguos am os. A dem ás de esto, la población his­
pan a d o m in an te co n sideraba a los negros com o una fuente del desorden social.
D espués de u n a fallida fuga m asiva de esclavos en Cali, en 1771, se im puso u n
am plio rep erto rio de controles sobre los negros libres, que incluía restricciones a
su libertad de locom oción, a la posesión de arm as y prohibición de contraer m a­
trim onio p o r fuera d e su g ru p o racial. Tal vez para escapar de estas restricciones,
algu n o s exesclavos salieron de las áreas de control hispano. Así, por ejem plo,
an tig u o s esclavos d e las m inas del Chocó m igraron a la costa pacífica, fuera del
alcance de las a u to rid a d e s españolas y do n d e podían vivir de la pesca, la caza
y la ag ricu ltu ra de subsistencia. El caso de A ntioquia fue distinto. Allí m uchos
m ulato s y m u chos n egros libres continuaron cultivando en áreas dom inadas por
los blancos y d ese m p e ñ aro n un papel im portante en la pequeña m inería del m a­
zam o rreo in d ep en d ien te.
A fines del siglo xviii, poblaciones m estizas com pletam ente h isp an izad as
en su cu ltu ra co n fo rm ab an el g ru p o social m ás num eroso en todas las regiones.
En el censo d e 1776-1778, el 46 p o r ciento de la población de la N ueva G ran ad a se
clasificó com o "libre" (que en térm inos generales significaba negros libres, m u ­
latos y m estizos), el 26 p o r ciento se anotó com o "blanca", el 20 por ciento com o
india y el ocho p o r ciento com o esclava. D esde luego, d en tro de este p atró n
g eneral h abía v ariaciones regionales. Los esclavos y los indios siguieron siendo
las categ o rías m ás n u m ero sa s en el Chocó, m ientras que en A ntioquia y P o p a­
yán to d av ía hab ía u n porcentaje relativam ente alto de población esclava (cerca
d e u n a q u in ta p a rte del total en am bos casos). En la región de Pasto, la m ayoría
estaba co n stitu id a p o r población india (58 por ciento) y solo había u n tres p o r
ciento d e "libres". En los Llanos, los indígenas rep resen tab an el 73 por ciento de
la población, cifra q u e reflejaba la escasa penetración h ispana en la zona. En las
regiones d o n d e los in d io s solían vivir en áreas rem otas, es probable que su m o n ­
to se h ay a su b estim ad o . En Riohacha, por ejem plo, d o n d e habitaban los indios
guajiros, el censo reg istró únicam ente 633 indígenas. O tra categoría subestim ada
fue la d e los m u ch o s "libres" (negros, m ulatos y m estizos) q u e vivían dispersos
en las v ertien tes del Bajo M agdalena.
Parece q u e h u b o m ucha variación en la m anera en que los funcionarios
aplicab an las categorías sociorraciales. Un m ism o in d iv id u o podía ser clasifica­
do com o blanco p o r u n funcionario, y com o m estizo o m ulato por otro. Los tipos
m ás co m u n es eran los m estizos propiam ente dichos (blan co /in d io ), los m ulatos
(b lan c o /n eg ro ) y los zam bos (n eg ro /in d io ). Pero tam bién había otras m uchas
com binaciones q u e no cabían claram ente en n in g u n a de las gran d es categorías
m ás usuales. En alg u n o s lugares, sin em bargo, se trató d e m antener una clara
y bien elab o rad a base d e id en tid ad sociorracial. Por ejem plo, el censo de 1777
d istin g u ió en Cali en tre negros (esclavos y libres), p ard o s (esclavos y libres), m u ­
latos (esclavos y libres), indios, m estizos, castas, blancos y nobles. En los siglos

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M a k i .x ' P a l a c io s - I 'k a n k S a it o k o

XVII y XVIII, Cali tuvo adem ás una categoría de montañeses, probablem ente blancos
p obres y m estizos.
Pero las categorías no eran iguales en todas las regiones y alg u n as de uso
frecuente variaban de significado según el lugar. Es posible que a causa de es­
tas variaciones el censo general de 1778 juntara a los negros libres con todos
los m estizos en una sola categoría: "libres". El carácter racial específico de los
libres variaba regionalm ente. En los altiplanos orientales la gran m ayoría de li­
bres eran m estizos, dad o el predom inio indígena y la baja proporción de negros
en esta región. En 1776-1778, los libres constituían poco m ás de u n tercio de la
población en la provincia de Santa Fe y m ás de dos q u in to s en la de Tunja. En
A ntioquia, el Cbocó y la costa atlántica, los libres rep resen tab an en tre el 55 y el
65 p o r ciento de la población, con predom inio de los com ponentes indígena y
africano. En la jurisdicción de M edellín, una cuarta p arte d e la población de 1778
era m estiza, y una tercera parte, m ulata o negra libre. En el C auca tam bién babía
u n a presencia significativa de m estizos y m ulatos; allí, los libres llegaban a un
tercio d e la población total.
Solo en la región fronteriza de los Llanos O rientales, d o n d e había pocos
blancos o esclavos y la población estaba com puesta p o r tres cu artas partes de
indígenas, los libres fueron, por consiguiente, una proporción relativam ente p e­
queña: m enos de una quinta parte de los habitantes.
La clase social m ás pobre estaba integrada m ay o ritariam en te por libres.
A u n q u e había blancos pobres, su pobreza era m enor q u e la de los m estizos y
m ulatos. E studios realizados en varias localidades de la jurisdicción de M edellín
sugieren, con toda probabilidad, que en 1778 cuatro q u in tas partes o m ás de los
m estizos y m ulatos carecían de tierra o tenían lotes p equeños de m enos de tres
hectáreas. Tres cuartas partes de los finqueros blancos eran propietarios de p re­
dios d e m enos de veinte hectáreas e incluso de ap enas tres hectáreas. A un así,
estos tenían m ás posibilidades que los libres de ad q u irir p ro p ied a d es de tam año
m ediano. Solo una pequeña m inoría de blancos residentes d e M edellín tenía
fincas de m ás de cien hectáreas.
A u nque en su m ayor parte los m estizos y m ulatos siguieron siendo re­
lativam ente pobres, algunos lograron acum ular suficiente riqueza com o para
a sp ira r a ocupar un lugar de m ayor estatus. D urante las últim as décadas del
siglo XVIII, el creciente núm ero de aspirantes m estizos y m ulatos generó eviden­
tes tensiones sociales. D esde finales del siglo xvi, varias disposiciones esp añ o ­
las m an ten ían a raya las aspiraciones sociales de m estizos y m ulatos a ocupar
posiciones o cargos superiores. Así, para acceder a la educación universitaria
o p ara ocupar un alto cargo público, incluido el de notario, se requería la p re­
sentación de docum entos que acreditaran un nacim iento legítim o y "p u reza de
san g re". Este sistem a de discrim inación fue reforzado p o r el registro parroquial
del nacim iento y de la identidad de "casta" de un in d iv id u o en el m om ento del
b autism o. A lo largo del periodo colonial la presunción d e estatus en todas estas

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1 llSTO K IA DK C o l o m b ia . P a í s f r a c m i :n t a i x >, sc x il d a d d iv id id a 105

disposiciones term in ó p erm ean d o los valores de la vida social. D esde el p u n to


de vista d e la elite colonial tradicional y de m uchos que no pertenecían a esta, el
estatus del m estizo y del m ulato les im pedía acceder a cargos públicos conside­
rados honoríficos.
Sin em bargo, con el paso del tiem po la línea que dem arcaba la discrim ina­
ción social fue desdibujándose. De esta form a, el m estizo que hubiera acum ulado
alguna riq u eza o q u e h u biera ocupado algún cargo de prestigio (como concejal en
un cabildo, p o r ejem plo), o que estuviera relacionado con alguna familia d istin ­
guida, p o d ía declararse efectivam ente blanco y aspirar a ocupar cargos de honor
en virtud de su posición social.
C om o el n ú m e ro d e personas de origen racial in d eterm inado creció d u ­
rante la seg u n d a m itad del siglo xviii y algunos ad q u iriero n u n a relativa riqueza,
los conflictos sobre la posición de los individuos en la jerarquía social —b asada
en principios raciales e x c lu y e n te s - llegaron a ser particularm ente evidentes.
C uando in d iv id u o s cu y a id en tid ad sociorracial no era m uy clara intentaban in ­
gresar a la elite social, algunos m iem bros de esta que percibían esta aspiración
com o un a am en aza p ara su propio estatus se oponían vigorosam ente. La fam ilias
de la elite sig u iero n lu ch an d o por m antener la distinción de "p u reza de sangre"
y rechazaban las alian zas m atrim oniales que pusieran en entredicho el estatus
social. Esta resistencia fue reforzada por las au to rid ad es españolas, quienes en
1778 em itiero n la Real P ragm ática sobre el M atrim onio, que atribuía a los p ad res
el p o d er legal de im p ed ir que sus hijos contrajeran m atrim onios "desiguales".
Incluso en tre gen te d e m enor estatus social, que no p odían probar su " p u reza de
sangre", no pocos d efen d ían vigorosam ente a sus fam ilias oponiéndose a m atri­
m onios con q u ien es co n sideraban de un nivel sociorracial inferior. La seg u n d a
m itad del siglo xviii fue p articularm ente notable por los pleitos legales en torno
a la rep utación p ública d e los individuos, es decir, sobre si debían ser co n sid era­
dos com o m estizos, m u lato s o blancos.
En este contexto, tanto las au to rid ad es españolas com o la opinión p ú b li­
ca co n sid erab an a los m estizos de m ejor estatus que los m ulatos. Al aplicar la
Pragm ática Real d e 1778, los funcionarios eran m ás propensos a considerar un
m atrim onio com o d esig u al si la persona cuestionada era negra o m ulata que si él
o ella eran in dios o m estizos. A dem ás, ser llam ado m ulato, en una d isp u ta legal
era peor qu e el m ote d e m estizo. Por otra parte, a los m estizos les era m ás factible
asum ir la id en tid ad de "blancos" que a los m ulatos.
A u n q u e los in ten to s de los m ulatos y m estizos por ocupar cargos de ho­
n o r en co n trab an alg u n a resistencia, m uchos m iem bros de la elite tom aban con
ecu an im id ad su crecim iento com o categoría social, tal vez m ientras siguieran
o cu p an d o su lu g ar en la sociedad com o cam pesinos y artesanos. A lgunos o p i­
naban q u e los m estizos significaban un avance en la europeización de la p obla­
ción indígena, no solo en térm inos raciales sino de com portam iento económ ico.
Este p u n to d e vista fue form ulado por P edro Ferm ín de V argas en un ensayo

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•96 M a k c :o I ’ a i . a c i d s - I-'k a n k S a it o r d

(ca. 1790) que versaba sobre los p roblem as económ icos y las posibilidades de
la N ueva G ranada. Allí V argas fustiga a los indios por estú p id o s y perezosos y
propone su elim inación por m edio d e la m ezcla d e razas;

Para aum ento de nuestra agricultura, sería necesario españolizar nuestros indios.
La indolencia general de ellos, su estupidez y la insensibilidad que manifiestan
hacia todo aquello que m ueve y alienta a los dem ás hombres, hace pensar que
vienen de una raza degenerada... Sabemos por experiencias repetidas que entre
los animales, las razas se mejoran cruzándolas, y aun podem os decir que esta ob­
servación se ha hecho igualm ente entre las gentes de que hablamos, pues en las
castas medias que salen de la mezcla de indios y blancos son pasaderas. En con­
secuencia... sería m uy de desear que se extinguiesen los indios, confundiéndolos
con los blancos...

A dem ás de la notoria jerarquización racial d e la tard ía sociedad colonial,


existían claras separaciones de clase, basad as esencialm ente en la riqueza. Fuera
en Tunja o Popayán, do n d e el ord en jerárquico había echado raíces p ro fu n d as, o
en tierras m ás nuevas com o G u a n en tá y A ntioquia, se p o d ían observar distincio­
nes entre los "nobles", relativam ente ricos, y los "blancos" m ás pobres.
El crecim iento de una población pobre de blancos, m estizos y m ulatos en
los siglos xvii y xviii produjo im p o rtan tes efectos tanto en los patrones de pose­
sión de la tierra com o en las relaciones en tre las clases rurales. D urante el siglo
XVI, en regiones com o las de Santa Fe, Tunja y P opayán, y en el siglo siguiente en
regiones m ás periféricas, la C orona p ro d ig ó g ra n d es extensiones de tierra (mer­
cedes) o tituló legalm ente concesiones d e tierras q u e habían sido tom adas. Estas
concesiones y m ercedes dieron a u n p u ñ a d o d e terraten ien tes el v irtual m o n o ­
polio de la tierra que rodeaba a las principales ciu d ad e s españolas. M ientras los
terratenientes solo enfrentaban poblaciones d e indios con q u istad o s y som etidos,
el m onopolio de la tierra no pareció p o n er en peligro la estabilidad social. En el
siglo XVI existió la posibilidad de satisfacer las d em an d a s d e los blancos pobres
perm itiendo que se asentaran en zonas m ás bien periféricas. Pero en los dos si­
glos siguientes al au m en tar la población d e blancos pobres, m estizos y m ulatos,
se formó una población rural que, o no tenía tierras, o solo poseía títulos preca­
rios sobre estas. Más aún, la población sin tierra era d e cu ltu ra hispana y no tan
dócil com o los indígenas.
La presión de blancos pobres y de libres p o r ob ten er tierra halló su ex­
presión en dos tipos de colonización, q u e H erm es T ovar Pinzón ha llam ado la
"frontera cerrada" y la "frontera abierta". La p rim era consistía en las tierras co­
m unitarias indígenas en las zonas d e an tig u o asen tam ien to (principalm ente en
los altiplanos orientales, la provincia d e C artagena, el A lto C auca y unos pocos
lugares de A ntioquia). D esde fines del siglo xvi, las tierras com unitarias indíge­
nas ubicadas en áreas de concentración esp añ o la sufrieron la frecuente invasión
d e sus terrenos p or el ganado d e los terratenientes. Poco después, los resguardos

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I lisroK iA Di; C o l o m b ia . P a ís i k a g m l n t a ix ), sc x th d a d d iv id id a 107

M apa 5.2. Población de C olom bia en los siglos xvn y xviii.

Fuente: M cFarlane, A n th o n y , Colombia before Independence, C am b rigde U n iversity Press, 1993.

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sufrieron un acoso diferente. G ente pobre h isp an izad a, fueran m estizos, m u la­
tos, zam bos o "blancos", infiltraron las co m u n id ad e s y o b tu v iero n tierra al ca­
sarse con hijos de fam ilias indígenas, al a rren d a rla o sim p lem en te tom ándosela.
Esta penetración se vio facilitada por la dism in u ció n de la población indígena,
en parte por la m igración de indios hacia las ciu d ad e s y haciendas.
Las au to rid a d es esp añ o las in ten taro n aco m o d ar tanto a los g ra n d es te­
rratenientes com o a los blancos pobres rep artién d o les los despojos de los viejos
resguardos, d esp u és d e con cen trar los in d íg en as en m enos co m u n id ad es. Al­
gunos funcionarios p ro sig u iero n con esta política en el en ten d im ien to de que
así protegían a los indios. Sin em bargo, otros concluyeron q u e tal política era
errónea. A m ed iad os del siglo xviii, la población in dígena d e los altiplanos o rien ­
tales se había h isp an iza d o al p u n to d e p o r lo m enos hab lar castellano. A lgunos
funcionarios p id iero n acelerar la integración in d íg en a a la sociedad hisp an a, con
el objetivo de in crem en tar la p ro d u c tiv id a d económ ica. C u alq u iera que fuera
el razonam iento de las políticas oficiales, el efecto práctico fue la expulsión de
m uchas com uniciades in d íg en as d e sus tierras y su ap ro p iació n p o r hispanos o
gentes hispanizadas.
Esta política, q u e tenía an tecedentes d esd e fines del siglo xvi, ganó ím petu
en la seg u n d a m itad del siglo xviii, especialm en te en 1776-1778, cu a n d o Francis­
co A ntonio M oreno y E scandón, un criollo q u e o stentaba el título d e "P rotector
de los indios", iró n icam ente causó con sus políticas el efecto contrario. Entonces
m uchos indígenas de las altiplanicies fueron fo rzados a a b a n d o n a r sus hogares
y trasladarse a n u evas co m u n id ad e s, d o n d e gen eralm en te no eran bienvenidos
y con frecuencia se q u e d a b a n sin tierra. M ientras q u e M oreno decía proteger a
los indios m an ten iéndolos sep a rad o s d e los colonos españoles, trataba explícita­
m ente de acom odar a los blancos y m estizos pobres. P uesto que las tierras de los
antiguos resg u ard o s fueron p u estas en su b asta pública, los criollos ricos podían
ofrecer m ás q u e los blancos pobres, q u e ya se hab ían ase n ta d o en las cercanías.
En consecuencia, las tierras de los re sg u ard o s extintos fortalecieron el latifundio
antes que aten d er la d e m a n d a de los pobres de cu ltu ra hispana.
Al no p o d er o b ten er tierra en las regiones d e los viejos asentam ientos,
m uchos blancos e h isp an iza d o s pobres m ig raro n hacia las áreas m ás periféricas.
Un ejem plo sobresaliente de esta colonización d e los siglos xvii y xviii lo brinda
el éxodo de hisp an os d esd e el área d e Vélez hacia el norte, a la topografía frac­
tu rad a del G u anentá. En m uchos casos, las co m u n id ad e s hisp an as se sobreim -
p usieron a las co m u n id ad e s indígenas. Tal es el caso d e las dos poblaciones m ás
im portantes de esta región, San Gil y Socorro, q u e h ab ien d o sido pueblos de in­
dios a principios del siglo xvn, su rg iero n con id en tid ad es h isp an as en la década
de los años 1680. O tros pueblos d e indios fu ero n declarad o s p arro q u ias esp añ o ­
las en el siglo xviii: C haralá en 1708, O iba en 1727, B arichara en 1751, Zapatoca
en 1760. Hacia el ú ltim o cu arto del siglo xviii, los pueblos del G u an en tá apenas
retenían uno q u e otro trazo d e su p asa d o indígena.

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1 liS K 'K IA DF; C o i .OMBIA. I^AÍS F K A C M r\'T A [X \ S tX IK D A U DIVIDIDA 109

La to p o g rafía del G u an en tá im p ed ía el desarrollo d e la g ran hacienda. Sin


em bargo, en m u ch as otras zonas periféricas alg u n o s españoles con influencia
recibieron g ra n d es concesiones de bosques n atu ra les q u e perm anecieron inex-
plotados. Los conflictos em p ezaro n cu a n d o los n u evos colonos llegaron a estas
regiones y se d ed icaro n a cultivar, y, p o r ende, a reclam ar la tierra subutilizada.
Este p atró n conflictual se repitió una y otra vez en diferentes regiones. A ntio­
quia, p or ejem plo, ha sido co n sid erad a com o u n área d e colonizaciones relati­
v am ente ig u alitarias desde fines del siglo xviii y a lo largo del xix. De hecho, la
colonización an tio q u eñ a del siglo xix estu v o m arcada p o r violentos conflictos
entre colonos p o bres y hom bres ricos de R ionegro y M edellín, q u e habían obte­
nido concesiones d e inm ensas extensiones de tierra.
En la seg u n d a m itad del siglo xviii, alg u n o s funcionarios de la C orona
expresaron in q u ietu d por los ad v erso s efectos sociales y económ icos de la m o­
nopolización de la tierra. En 1776, el virrey M anuel d e G u irio r protestó por la
disfunción económ ica creada p o r el dom in io establecido d e la g ran propiedad
territorial. Según el virrey, estos beneficiarios poseían "in m en sa s tierras que no
lab ran ... ni p erm iten que otros las cu ltiv en ... sin que el co m ú n ni los particula­
res logren las ventajas que d eb erán p ro m eterse de u su fru c tu arlas". Más tarde,
en la d écad a d e los años 1780, el arzo b isp o virrey A ntonio C aballero y G óngora
achacó a las g ra n d es haciendas la proliferación de vagos itin eran tes y sin p ro ­
piedad. Estas g entes sin tierra to rn ab a n a la m en d icid ad o a la vagancia y alg u ­
nos d esap areciero n en las selvas; en cualq u ier caso, re p resen ta b an una p érd id a
económ ica. En u n esfuerzo p o r d o ta r de tierra a los d esposeídos. C aballero y
G óngora y otros funcionarios p atrocinaron, en la d écada de los años 1780, el
establecim iento d e colonias agrícolas org an izad as. Estos esfuerzos, sin em bargo,
no alteraro n el d o m inio de los latifundistas, a q uienes n in g ú n funcionario se
atrevía a enfrentar.
Un virrey posterior, P edro M endinueta, declaró en 1803 q u e C aballero y
G óngora había exagerado la inactividad y vagancia de los pobres sin tierra. Pero
tam bién reconoció qu e el p red o m in io d e la g ran p ro p ied a d traía consecuencias
económ icas y sociales indeseables. Los hacen d ad o s, dijo, se quejaban constan­
tem ente de la pereza de los trabajadores agrícolas, p ero no parecía ocurrírseles
que salarios m ás altos inducirían a trabajar con m ás em peño. Los salarios de
los peones ru rales se habían m a n ten id o iguales d u ra n te los últim os cincuenta
años, pese a q u e los precios d e los bienes d e co n su m o habían su b id o significati­
vam ente. Así, el m onopolio de la tierra perm itió a los latifu n d istas au m en ta r su
ren tab ilid ad a costa de los trabajadores sin tierra, q u e cada vez eran m ás pobres.
M end in u eta predijo qu e la ven g an za de los pobres sin tierra co n tra los terrate­
nientes llevaría a un eventual estallido. S o rp ren d en tem en te, a u n q u e ha habido
m uchos conflictos ru rales localizados en tre latifu n d istas y pobres del cam po, no
sucedió la explosión general q u e profetizó M endinueta.

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LAS CRISIS DE AUTO RIDAD, 1700-1808

DURANTE LA MAYOR PARTE DEL SIGLO XVIII neogranadino, los funcionarios de la


C orona pro cu raro n v ig orizar efectivam ente la au to rid a d estatal, em pujados en
p arte p or las exigencias de la guerra. D espués de que los B orbones asum ieran
la C orona española a principios del siglo xviii, se desataro n una serie de g uerras
contra Inglaterra (1739-1748,1762-1763,1779-1783), contra la Francia revolucio­
naria (1793-1795) y d e n u evo contra Inglaterra (1796-1802 y 1805-1807). El desafío
m ilitar, en p articu lar el inglés, llevó a la C orona española a p ro m o v er diversas
reform as m ás o m enos relacionadas en tre sí. Las au to rid a d es hispánicas com ­
■-V -/-o'
pren d ían que u n a fuerza m ilitar m ás g ra n d e requería m ayores ingresos fiscales,
y estos, a su turno, exigían m ás eficiencia ad m inistrativa y expansión económ ica;
el p lan team ien to d e una econom ía m ás dinám ica llevaba, d e p o r sí, a intentos
de reform a de las instituciones y a nuevas iniciativas para aprovechar las inno­
vaciones científicas y técnicas provenientes de los com petidores europeos m ás
avanzados. A dem ás de los esfuerzos encam inados a reforzar el poderío m ilitar, ;
a increm entar los ingresos fiscales y a lograr una m ayor eficacia a d m in is tra tiv a ,^
los funcionarios borbónicos tam bién buscaron p re seiv ar el o rd en social.
Las reform as borbónicas tuvieron éxito en ex p a n d ir el com ercio d en tro
del im perio, au m en ta r los ingresos fiscales y am pliar las fuerzas m ilitares en las
colonias am ericanas. En la N u ev a G ranada, los resu ltad o s fueron m ucho m ás
m odestos q ue en M éxico o en otras latitu d es de la A m érica española. Sin em ­
bargo, aquí tam bién se am plió el ejército, se fortalecieron la adm inistración y el
recau d o de im puestos, las exportaciones se diversificaron un poco y crecieron, 6 '

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1 12 M , \ K a i P \l ACIOS - I'RA N K S a IT OKI)

se introdujeron cam bios institucionales y el país se abrió a las n u ev a s ideas cien­


tíficas.
Irónicam ente, estas innovaciones borbónicas co n trib u y e ro n a d ifu n d ir la
sim iente de la rebelión anticolonial. La iniciativa d e elevar los ingresos fiscales
provocó insurrecciones populares y m enoscabó la a u to rid a d de los funcionarios
españoles, percibidos cada vez m ás com o arrogantes y arb itrario s por los h isp a­
noam ericanos de todas las clases. M uchos funcionarios esp añ o les a d o p taro n la
reform a ad m inistrativa com o un m edio expedito para a p a rta r a los criollos de
los altos cargos del Estado, política que intensificó aú n m ás la im paciencia de
los am ericanos contra el sistem a colonial. La ap e rtu ra de E spaña a las nuevas
corrientes del pensam iento científico indujo críticas radicales d e la Ilustración
contra la au to rid ad política de la m onarquía.
Si las reform as borbónicas estim ularon el cam bio y d e paso abrieron el
apetito de los hispanoam ericanos por transform aciones aú n m ayores, la guerra
internacional, que desem peñó un papel central en p ro m o v er dichas reform as, en
últim as tam bién desbarató el régim en. Las exigencias trib u tarias para sostener
la guerra prom ovieron m otines antifiscalistas en la N u e v a G ra n ad a en la década
de los años 1760 y una sublevación de gran escala en 1781. La incapacidad de
España para proteger la navegación m arítim a en tiem pos de guerra, en tre 1790 y
1810, despertó en algunos am ericanos la conciencia d e los inconvenientes de su
conexión política con la península ibérica. Finalm ente, en 1808-1810, las fuerzas
francesas invadieron España y depusieron la C orona, d a n d o así u n golpe de g ra­
cia a la m áxim a autoridad. Pero el colapso de la au to rid a d real no significó que
las elites criollas encontraran fácilm ente el cam ino de la reconstrucción efectiva
del Estado.

El V ir r e in a to d e l N u e v o R e in o de G r a n a d a

En los siglos XVI y x v i i , la presencia del Estado español en la N ueva G ran a­


da fue débil. La autoridad estaba fragm entada. La A udiencia y el arzobispo de
Santa Fe, cada uno en sus respectivas esferas de a u to rid a d , tenían jurisdicción
efectiva sobre los altiplanos orientales, gran parte de los valles del M agdalena,
la costa atlántica y, desde 1576, sobre A ntioquia. Sin em bargo, las dificultades
para transitar por estos territorios im pedían el control efectivo. A dem ás, Santa
Fe carecía de au to rid ad form al sobre gran parte del occidente colom biano. D u­
rante aquellos siglos, la región caucana y una zona del valle del Alto M agdalena
estuvieron bajo la au to rid ad del gobernador de P opayán, q u ien a su turno estu ­
vo sub o rd in ad o a la A udiencia de Q uito, desp ués de su creación en 1563. Para
en red ar las cosas todavía m ás, el arzobispo de P o p ay án era sufragáneo del de
Santa Fe. Pero en asuntos de herejía, el Tribunal de la Inquisición de C artagena
tenía jurisdicción sobre todo el país.
A dem ás de estos problem as de fragm entación espacial y división de la au ­
toridad, cada uno de los cuerpos de gobierno enfrentaba, de u n a u otra m anera.

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I liSK 'K IA Di: C oi.O M H IA . I ’ a ÍS ['KACMENTALKI, s c k i e d a d d iv i d i d a 113

conflictos intestinos. En el ám bito eclesiástico, los arzobispos y obispos chocaban


frecuentem ente con las órdenes religiosas. Del lado civil, la A udiencia se desga­
rraba p o r la disen sió n interna; cada oidor veía a sus colegas com o rivales, y cada
uno se ap o y ab a en su p ro p ia facción clientelar.
Los B orbones q uisieron fortalecer el Estado y am pliar el ám bito de sus
funciones, tan to en E spaña com o en sus dom inios de ultram ar. La guerra y el
tem or a la g u e rra co n tra Inglaterra fortalecieron esta resolución. L ^creación del
V irreinato del N u ev o Reino de G ranada en 1717 fue la p rim era de las m anifes­
taciones b o rbónicas en procura del fortalecim iento de la adm inistración colo­
nial. La n u ev a en tid a d tuvo a Santa Fe de Bogotá com o capital y colocó bajo su ^^
jurisdicción el occidente colom biano y gran parte de los actuales territorios de y* '
E cuador y V enezuela. La pragm ática por la cual se instituja el V irreinato aducía _
dos m otivaciones específicas para su creación. La prim era*era m ilitar. H abiendo .
librado hacía poco la p ro lo n g ad a guerra de Sucesión, la C orona española b u s c a -^ \
ba reco n stru ir y fortalecer sus defensas contra eventuales ataques del exterior. ‘
Esto incluía g a ra n tiz a r un respaldo financiero y logístico efectivo a los puertos
de la costa del C aribe, los "antem urales de A m érica", sobre todo el p uerto forti­
ficado d e C artag en a. D ebido a la im portancia estratégica de C artagena, los fu n ­
cionarios en E sp añ a co ntem plaron d u ra n te algún tiem po la idea de traslad ar la
capital del n u ev o V irreinato de Santa Fe a la ciudad caribeña. De hecho, puede
decirse q u e el V irreinato tuvo dos capitales. Las principales instituciones ad m i­
nistrativas, ju d iciales y educativas tuvieron asiento en Santa Fe, m ientras que
C artagena, q u e era el p u erto y la a d u a n a m ás im portantes, tenía el Tribunal de
la Inquisición y a d e m á s ^ llí se concentró gran parte del ejército.
' L a[segunda r a z ^ q u e se aducía para la creación del V irreinato era la res­
tauración del o rd e n en la adm inistración pública. En 1711, un funcionario de la
Tesorería d e C artag en a envió a las au to rid ad es en España un inform e en el que
detallab a un frau d e a g ran escala en el recaudo de los im puestos de a d u a n a en
C artagena, a su n to q u e don A ntonio de la Pedrosa, quien había sido enviado a
establecer el v irrein ato , tenía instrucciones precisas de rem ediar. Por lo m enos
igual de a larm an te fue el escandaloso levantam iento ocurrido en la A udiencia
de Santa Fe en 1715-1716: oidores co rru p to s de la A udiencia arrestaron a su p re ­
siden te y lo en v iaro n preso a C artagena, actuaciones que la C orona española
no enco n tró justificadas. Se esperaba que la presencia de un virrey en Santa Fe
im p o n d ría resp eto y ejercería m ayor autoridad.
No obstan te, el n uevo virreinato fue efím ero. El prim er virrey llegó m uy
p ro n to a la co n clusión d e que la N ueva G ran ad a estaba d em asiado despoblada,
era d em asiad o p o b re y sus ingresos no alcanzaban para sostener una ad m in is­
tración virreinal. En 1723 fue su p rim id o el virreinato y de nuevo la au to rid a d
ad m in istrativ a q u e d ó en cabeza del presidente de la A udiencia. La constante
am en aza inglesa llevó, sin em bargo, a la restauración del virreinato en 1738. De
hecho, la g u erra d e la oreja de Jenkins estalló en 1739, seis m eses antes de que

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1 14 M a RCC) I ’ m A C IO - l-KANK S a I i'ORl.)

el n u evo virrey, Sebastián de Eslava, llegara a C artagena, en d onde debió p e r­


m anecer dirigiendo la defensa del puerto. Eslava estaba allí en 1741 cuando una
flota británica de 180 barcos y 23.600 hom bres, bajo el com ando del alm irante
E dw ard Vernon, atacó C artagena pero no logró tom ársela. Com o la guerra con
G ran Bretaña continuaba en 1748, Eslava consideró necesario residir en C artag e­
na los casi nueve años que sirvió com o virrey.
El virreinato reform ado cubrió un extenso territorio que incluía lo q u e hoy
son C olom bia, Ecuador, Panam á, gran p arte de V enezuela y las islas de T rinidad
y M argarita. Pero en la realidad el virrey no podía gobernar todo este territorio
d esd e Santa Fe. El contacto con E cuador era m ínim o y no había idea de lo q u e
sucedía en V enezuela. D ebido a esto, en 1777, después de casi cuatro décadas de
gobierno nom inal de Santa Fe, las zonas costeras de V enezuela fueron sep arad as
del virreinato y p uestas bajo la jurisdicción de la C apitanía G eneral de C aracas,
a u n q u e la cuenca del río Orinoco, en el interior, perm aneció en el virreinato.

L as ELITES CRIOLLAS

D urante el periodo virreinal los m ás altos cargos del Estado qu ed aro n en


m anos de españoles nacidos en Europa. Los españoles nacidos en Am érica (los
criollos) desem peñaban algún papel en la adm inistración, pero generalm ente en
niveles inferiores. Esta subordinación de los criollos obedecía a varias razones.
Prim era, uno de los principios de la adm inistración española establecía que los
funcionarios de la C orona no debían gobernar en su lugar de nacim iento. (Los
funcionarios m unicipales eran categoría aparte). Se suponía que de este m odo los
gobernantes serían m ás leales a la C orona y m ás independientes de los intereses
locales. Segunda, tanto en España com o en Am érica las autoridades tenían m ás
confianza en los nacidos en la península. Tercera, los nacidos en España tenían
m ejores conexiones en M adrid que sus eventuales com petidores am ericanos.
Com o consecuencia, los m ás altos cargos de la adm inistración pública
q u ed aro n acaparados por peninsulares. Todos los virreyes de la N ueva G ran ad a
nacieron en España, así com o la m ayor p arte de los oidores de la Real A udiencia.
Entre 1654 y 1810, el 80 por ciento de estos fueron españoles europeos. Si bien
algunos criollos desem peñaron cargos un poco m ás im portantes en la A udiencia
d u ra n te la prim era m itad del siglo xviii, entre 1759 y 1788 el núm ero de estos
altos funcionarios dism inuyó. Más aún, la m ayor p arte de los criollos que ocu­
paron cargos de oidores de la A udiencia de Santa Fe provenían de otros lugares,
generalm ente de Lima. Los pocos neogranadinos que ocuparon altos cargos en
la A udiencia fueron fiscales, sin llegar nunca a ser nom brados oidores. La excep­
ción fue Joaquín M osquera y Figueroa, m iem bro de una familia de P opayán que
se enriqueció con la m inería de oro. M osquera fue oidor en Santa Fe de 1787 a
1795 y desp u és su notable carrera lo llevó a desem peñar altos cargos en México,
C aracas y finalm ente en la m ism a España. N o obstante, la brillante carrera de
M osquera es la excepción que confirm a la regla. Por otra parte, si bien la C orona

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I i l s r o K i A ÜI-; C o l o m b ia . I^ a í s i r a c m lm a [ X \ s ík ü lo a d l x v io id a 115

evitaba el n o m bram iento d e n eogranadinos en la A udiencia, los oidores m uchas


veces term inaban vin cu lados con la aristocracia local por la vía del m atrim onio,
de tal suerte que los intereses de los criollos bien relacionados sí tenían alguna
representación.
A u nque p o r lo general a los criollos no se les perm itía o cupar altos cargos
políticos, algunos m iem bros de la elite n eo granadina alcanzaron prestigio com o
adm inistradores de rentas o funcionarios del tesoro, o com o abogados litigan­
tes an te la A udiencia. A lgunos tam bién llegaron a ser corregidores o asesores
gubernam entales. A u n q ue las probabilidades de ascenso en la jerarquía de la
adm inistración virreinal eran escasas para los nacidos en Am érica, los criollos
in stru id o s sí asp irab an a o cu p ar cargos gubernam entales por el prestigio social
que conferían.
Para la población criolla, el cam ino principal hacia cargos en el gobierno
solía ser el estudio del derecho, salvo p o r unos pocos que conseguían los puestos
por su s vínculos fam iliares o por sus conexiones políticas en Santa Fe de Bogotá.
Sobre todo para los criollos de las elites de provincia, educarse en uno de los
dos colegios de Santa Fe, el San Bartolom é y el de N uestra Señora del Rosario,
era la vía m ás indicada para acceder a la burocracia política y, así, para ascender
socialm ente. El acceso a la educación superior estaba reservado a los criollos que
ya tenían un estatus relativam ente alto. D urante el periodo colonial, los asp ira n ­
tes tenían que p ro b ar su "p u reza de sangre" (es decir, carecer de ancestros in­
dios o africanos) y d em o strar que sus antepasados no habían ejercido actividades
económ icas innobles, com o la artesanía o el com ercio a pequeña escala. De esta
form a, la educación universitaria actuaba com o un m edio de confirm ación y con­
solidación del estatus social y del po d er político dentro de la población hispana.
H asta las prim eras décadas del siglo xviii, en los colegios de San Bartolom é
y del Rosario, la m ayoría de los estu d ian tes se educaban para el sacerdocio. Pero
d u ra n te el siglo xviii el n ú m ero de estu d ian tes de derecho se m ultiplicó, sobre
todo en el Colegio del Rosario. La expansión de los estudios de ju risprudencia
fue estim ulad a p or las reform as em p re n d id as en la década de los años 1770, que
au m en taro n la oferta de cursos p reparatorios obligatorios en filosofía y abolie­
ron la necesidad de estu d iar teología antes de p o d er obtener el título en derecho.
C om o consecuencia, a p artir de 1782 hubo tres veces m ás estu d ian tes de derecho
que d e teología en el Rosario. El crecim iento de los estudios universitarios a
p artir de 1770, y en especial el increm ento en el n úm ero de abogados, aum entó
significativam ente la oferta de aspirantes criollos a o cu p ar cargos oficiales. La
presencia de un m ayor n ú m ero de abogados criollos no tuvo un efecto político
inm ediato, pero a largo plazo term inó por crear una elite ilustrada en asu n to s
legales, algunos de cuyos m iem bros abrigaban resentim ientos por el hecho de
q u e los altos cargos g u b ernam entales se asignaran a m en u d o a españoles m enos
instru id o s. Varios de estos abogados criollos d esem p eñ arían m ás adelante p a p e ­
les cruciales com o líderes del m ovim iento de independencia, cu an d o se desató

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1 16 M a R CG F’.M .A(Tt.)S - F kank S ai i o k d

la crisis im perial en 1808. Los contactos que establecieron con estu d ian tes de
otras provincias les perm itieron conform ar redes que hasta cierto p u n to facilita­
ron la coordinación del m ovim iento de em ancipación en 1809-1810. A dem ás, los
hom bres form ados en jurisprudencia d u ra n te los últim os decenios de la C olonia
tenían los conocim ientos intelectuales necesarios para aducir las justificaciones
in d ep en d en tistas y para organizar los gobiernos republicanos iniciales.
Las u n iv ersidades tam bién form aban sacerdotes criollos. H asta bien en ­
trado el siglo XVIII, la carrera eclesiástica solía ser, para los criollos, una opción
m ás viable qu e el derecho. Al finalizar el siglo xvii, los criollos eran m ayoría en ­
tre los dom inicos y agustinos y tal p u d o ser el caso en otras órdenes religiosas.
En el clero seglar, la ab ru m ad o ra m ayoría de párrocos era criolla. Los m ás ins­
truidos y conectados p o dían aspirar a ocupar dig n id ad es en los capítulos de las
catedrales. Q uienes llegaban a tales posiciones se transform aban en ornam entos
visibles de la jerarquía. Sin em bargo, pese al predom inio num érico d e los crio­
llos en la m ayor p arte de los estratos de la Iglesia colonial, los españoles p o r lo
general ocupaban el ápice. De los quince arzobispos de Santa Fe en tre 1704 y
1810, solo tres nacieron en A m érica y solo uno era neogranadino de nacim iento
(de Tunja). Al d esp u n tar la era de la Independencia, en la prim era década del
siglo XIX, todos los altos prelados neogranadinos —el arzobispo de Santa Fe y
los obispos de C artagena, Santa M arta y P o p a y á n — eran peninsulares. Debió
existir sin d u d a un sentido de diferencia de clase entre los sacerdotes criollos
d estinados a las parroquias, por un lado, y los obispos españoles, p o r el otro.
Pero seguram ente tales diferencias q u ed aro n atem p erad as por la p iedad y la fe
en la estru ctu ra jerárquica a cuyo servicio todos ellos se dedicaban.
Un tercer cam po, el m ilitar, fue creciendo en im portancia para los criollos
del siglo XVIII y p articularm ente en las dos últim as décadas del periodo colonial.
El nom bram iento de oficiales criollos en el ejército ganó im pulso com o resultado
del esfuerzo borbónico por expandir el sector m ilitar en respuesta a las am en a­
zas extranjeras, y tam bién para hacer frente al potencial desorden interno. Tanto
en las u n id ad es del ejército real com o en las milicias fue evidente la creciente
dependencia de la C orona de una oficialidad criolla. La im portancia d e esta en
los últim os tiem pos de la C olonia tuvo clara expresión en la infantería de C ar­
tagena. Hacia las décadas de los años 1770 y 1780, los criollos apenas llegaban
a un tercio de todos los oficiales; adem ás, los peninsulares m onopolizaron los
grados superiores. Hacia 1800, criollos y españoles eran num éricam ente iguales
tanto en el total de los oficiales com o en los cargos m ás altos. Siete años después,
los oficiales criollos dom inaban en el total e incluso en los altos m andos. La m is­
m a tendencia se presentó en las u n id ad es de la m ilicia de C artagena, aunque
el dom inio num érico de los criollos llegó antes (en la década de los años 1790)
y fue m ucho m ás acentuado. En la capital virreinal, sin em bargo, no había esta
p rep onderancia criolla entre los oficiales m ilitares; acaso se creía necesario m an­
tener el dom inio español en la fuerza m ilitar de la capital.

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I jlS lO R IA DI C o l ki.MBIA. I ’ a ÍS 11',‘A A ir.N T A l'. .Di ll i;AD DIVIDIDA I 17

JOSÉ M ANUEL RESTREPO COMENTA SOBRE EL DESCUIDO DE LOS CAMI­


N O S ENTRE LAS CIU DA D ES PRINCIPALES DE ANTIOQ UIA Y EL RÍO M AG­
DALENA, T A N TERRIBLES QUE SE UTILIZABAN CARGUEROS H U M A N O S
(FEBRERO DE 1809).

"La prim era operación de todo pueblo que pretenda comerciar con la mayor economía
y dar fom ento a su industria y a su agricultura, es perfeccionar sus caminos. Los de
Antioquia se hallan enteram ente abandonados. Es increíble: dos siglos han corrido,
y todavía no tiene un buen camino que ligue sus poblaciones con el Magdalena. Los
años y las generaciones se han am ontonado unas sobre otras, unos gobernadores han
sucedido a otros, y no se ha pensado más que en pleitos y riquezas, descuidando ente­
ram ente la felicidad de los pueblos. Para conseguir la de este país, se deben componer
con la m ayor perfección los dos caminos que de sus principales ciudades siguen al
Este y llegan hasta el N are...
Su fragosidad presente es obra de la inacción y del descuido. Los jefes de la provincia
de Antioquia, y especialmente los cabildos que representan a los pueblos, deben reu­
nirse y discurrir seriam ente los medios para la completa apertura al menos de uno de
estos caminos. Si no hay fondos, im ponga con la autoridad del gobierno una módica
contribución que no grave a los pueblos, y en breve los tendrán. La composición de
estos cam inos, dará vida y m ovim iento al comercio a la agricultura de Antioquia.
Sus frutos p odrán extraerse con facilidad, y el labrador cambiará los suyos con los de
otros países, ganando siem pre en tales perm utas. Entonces dejarán esa destructora
ocupación tantos habitantes de Río-Negro y Marinilla: ellos pasan miserablemente y
abrevian sus días conduciendo en sus espaldas por el camino de Juntas, al viajero, a
los frutos y m anufacturas del comercio. Todo hombre sensible no puede menos que
enternecerse cuando se ve conducido por un pobre semejante suyo cubierto las más
veces de sangre y de sudor, y esto por un corto premio. Póngase los medios para que
estos desgraciados abandonen semejante profesión. Vuelvan a los campos que los lla­
man para su cultivo, y abran el seno feraz de la tierra que los convida con más dulces
y verdaderas riquezas".

Fuente: " E n sayo so b re la geografía, p rod u ccion es, industria y p ob lación d e la provincia d e A n ­
tio q u ia en el N u e v o R eino d e G ranada, por el Dr. D. José M anuel R estrepo, a la g a d o d e la Real
A u d ien cia d e Santa Fe d e Bogotá", 1 d e febrero d e 1809, reim p reso en: d e C aldas, Francisco José,
Semanario de la N ueva Granada, París, 1849, pp. 217, 218.

O tra d e las actividades en las que los criollos com pitieron cada vez m ás
con los esp añ o les d u ra n te los últim os decenios del siglo xvm fue el com ercio
m ay o rista con el exterior. D urante gran parte de la Colonia, el com ercio exterior

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1 M a KCX) F .\1 .A C K .) S - I-'U A N K S a IT 'O K I)

(principalm ente el intercam bio de oro por bienes im portados) estu v o d o m in ad o


por com erciantes españoles. Sin em bargo, hacia fines del siglo alg u n o s criollos
com enzaron a com petir. Entre 1790 y 1810, cuando la arm ada británica bloqueó
efectivam ente el tránsito de la flota española d u ra n te las dos g u erras libradas
entre Inglaterra y España (1796-1802 y 1805-1807), m uchos com erciantes criollos
se dedicaron al intercam bio ilícito con Jam aica y con otras islas caribeñas ex tra n ­
jeras. No es evidente que los com erciantes criollos percibieran a sus c o m p etid o ­
res españoles de m anera antagónica. Más bien, el hecho que m erece resaltarse es
que los com erciantes criollos, au n q u e todavía pocos num éricam ente, re p re se n ­
taban un g ru p o de interés que iba ad q u irien d o cada vez m ás fuerza.
En síntesis, en la prim era década del siglo xix ya existía u n cu erp o im p o r­
tante de criollos que, si bien no ocupaban los cargos m ás altos en el gobierno
civil, la Iglesia, el ejército o el com ercio, sí estaban cerca de los ran g o s su p erio res
y m antenían contactos frecuentes con los españoles que ejercían la a u to rid a d su ­
prem a. Por lo general, estas elites criollas colaboraban lealm ente con sus colegas
españoles. Sin em bargo, en tiem pos de crisis, cuando los funcionarios hispanos
les m ostraban desconfianza, las relaciones entre los españoles y los criollos se
tornaban tensas y hostiles.

P r e o c u p a c io n e s v ir r e in a l e s

A lgunos problem as persistentes preocupaban a los gobernantes del vi­


rreinato: sobre todo, la necesidad de p roducir m ás oro y enviarlo a España y de
m antener las defensas de C artagena, el puerto desde el cual se d esp ach ab an las
exportaciones legales del m etal. A estas inquietudes se sum aron otras d u ra n te el
últim o cuarto del siglo xviii, entre las que sobresalía el propósito d e frenar la fuga
de oro de co n trabando m ediante la ap ertu ra de nuevas vías de com ercio legal y
la expansión de exportaciones distintas del oro. N o obstante, au n q u e en la N u e­
va G ranada se tuvo la intención de increm entar las exportaciones coloniales de
frutas tropicales y de efectuar otras reform as económ icas, lo cierto es q u e dichos
esfuerzos m uchas veces se supeditaban a la tradicional prioridad de p ro d u cir
oro, asegurar su envío a España e im pedir su contrabando.
yT D u ran te el siglo xviii, el com ercio de con trab an d o , realizad o en su m a-
- y or parte p o r británicos, holandeses y franceses, introdujo bienes m anufac-
y tu rad o s y esclavos a lo largo de toda la costa caribeña de la N u e v a G ra n ad a,
\\LÁt w d esd e la p en ín su la de La G uajira en el oriente, hasta la región del D arién en
el occidente. Este com ercio ilícito siem pre estu v o p resen te en m ay o r o m enor
; g rado, pero fue especialm ente notorio en tiem pos de g u erra con G ran B retaña,
G- pu es la flota británica in terru m p ía casi totalm ente el com ercio legal en tre Es-
pañ a y sus colonias.
Si bien el contrabando se concentraba sobre todo en C artagena y sus zonas
aledañas, a las au to rid ad es españolas les m olestaba en especial el com ercio ile­
gal que practicaban los indios no subyugados y aparentem ente indóm itos de la

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I lisrc'KiA DB C o l o m b ia . I ’ a ìs rKAGMi NTAix'i, s l k il d a d d iv id id a 119

costa del C aribe. D esde el siglo xvii, los indígenas de la península de La G uajira
practicaban co n trab an d o con los holandeses y los británicos, recibiendo arm as
y bienes d e co n su m o a cam bio de pieles, ganado y m aderas de tinte. Los g u a ­
jiros co n stitu ían u n a afrenta para las autoridades, po rq u e com erciaban con los
extranjeros y no estab an bajo control español. A veces hasta atacaban los asen­
tam ientos españoles. Por otra parte, en el otro extrem o de la costa del C aribe los
indios cu n as de la región del D arién realizaban transacciones clandestinas con
los británicos. Los españoles tem ían que los cunas, en connivencia con los bri­
tánicos, atacaran y se tom aran el Chocó, que seguía siendo una de las regiones
auríferas m ás im p o rtan tes de la N ueva G ranada. Por esto se lanzaron cam pañas
m ilitares co n tra los guajiros en la década de los años 1770 y en el D arién, en la de
los añ o s 1780, am b as con escasos resultados. O tros indígenas que estuvieron en
la m ira de los esp añoles en la época del V irreinato fueron los chim ilas, ubicados
al su r de la Sierra N ev ad a de Santa M arta, que ocasionalm ente atacaban los b ar­
cos del río M ag d alen a y las haciendas hispanas.
Por otra parte, en las zonas agrestes de la provincia de C artagena y tam bién
la de Santa M arta, diversas gentes —esclavos fugados, m ulatos e in d io s— vivían
en p eq u eñ as rochelas, co m unidades fuera del control de las autoridades. D urante
el siglo xviii se esforzaron para obligar a esta gente dispersa a asentarse en p u e­
blos form ales, "al son de cam pana", para que pudieran ser mejor controlados por
el Estado y la Iglesia. En su intento por consolidar el orden social y el progre­
so m aterial, las au to rid ad es lanzaron una serie de cam pañas para obligar a los
"arrochelados" a instalarse en com unidades m ás grandes. En el Bajo M agdalena,
la aristocracia local suplió parte del liderazgo en este esfuerzo de concentración.
Entre 1744 y 1770, alentado por el virrey, José Fernando de Mier, rico hacendado y
co m an d an te d e las milicias urbanas de la provincia de Santa M arta, intentó poner
fin a los ataques de indígenas contra las haciendas y las em barcaciones del río
M agdalena m ed ian te el establecim iento de unos 22 pueblos en la región, m uchos
de ellos a lo largo d e la m argen oriental del río. Más tarde, entre 1774 y 1778, A nto­
nio de la Torre y M iranda, u n antiguo oficial naval español, fundó y organizó cer­
ca de 43 co m u n id ad es en la provincia de C artagena, en m uchos casos para facilitar
el tran sp o rte terrestre y el comercio. En la década de los años 1780, un sacerdote
franciscano español, José Palacios de la Vega, tam bién se dedicó a recoger indios
y negros dispersos p o r la provincia de C artagena y organizados en com unidades.
Si bien m uchos d e estos esfuerzos tendientes a pacificar y organizar a las gentes
de las regiones interiores de la costa estuvieron dirigidos por oficiales m ilitares,
tam bién d esem p eñ aro n un papel im portante los capuchinos, los franciscanos y
otros m isioneros.
Estas ca m p a ñ as costeras para o rganizar com u n id ad es form ales fueron
justificadas com o intentos d e consolidar el orden social y m ejorar la situación
económ ica de los hab itantes de los nuevos pueblos. Pero tam bién sirvieron para
d esp ejar v astas extensiones de tierra de habitantes potencialm ente problem á­

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120 M a r c o í ’ m actos - F r a n k S a it 'o r o

ticos, de m odo que p u d iera n ser explotadas por grandes terratenientes, sobre
todo para la cría de ganado.
En las regiones m ás colonizadas del interior, el deseo de las au to rid a d e s
de reforzar el orden social m uchas veces asum ía la form a de cam p añ as contra
la vagancia. A p artir de la década de los años 1780, algunos virreyes y otros
funcionarios atribuyeron la vagancia al m onopolio de la p ro p ied ad territorial
en cabeza de los latifundistas, pero tal percepción no los llevó a in ten tar frac­
cionar n in g u n a de las grandes haciendas existentes. Sin em bargo, sí d ed icaro n
alguna atención a las gentes sin tierra que se volvieron vagos. A este respecto,
una solución borbónica tardía consistió en situar tales vagos en colonias agrarias
ubicadas en la frontera o en áreas despobladas.
La N ueva G ranada era una colonia relativam ente pobre, en com paración
con México y el Perú, grandes productores de plata. En el siglo xviii era raro q u e
las au to rid ad es coloniales p erdieran la o p o rtu n id ad de com entar sobre la p o ­
breza del país y la precariedad de su com ercio interno e internacional. A ntonio
M anso, p residente de la A udiencia de Santa Fe, reportó que, al llegar en 1724,
la ciudad "es la últim a desolación: los vecinos principales y notables retira d o s
del lugar, los com ercios casi ociosos, vacíos los oficios de la república, todos
abatidos y en una lam entable pobreza". M anso, al igual que otros funcionarios
del siglo XVIII, hizo énfasis en la falta de explotación de los recursos n atu ra les de
la N ueva G ranada. Se extraía oro a lo largo de la costa del Pacífico, pero m uchas
m inas en traban en decadencia. Se descuidaba el aprovecham iento de otros re­
cursos com o las esm eraldas de M uzo y Som ondoco, los depósitos de cobre en
Vélez e Ibagué y una variedad de productos forestales, com o m aderas finas, de
tinte y bálsam os. La agricultura cerealera de los altiplanos sufría la com petencia
de las harinas im portadas. Estos tem as fueron una constante en los inform es
de los virreyes entre m ediados del siglo xviii y com ienzos del xix. D esde p o r lo
m enos la década de los años 1770 la elite criolla com enzó a expresar su deseo de
explotar otras posibilidades económ icas de la N ueva G ranada, y a p artir de 1790
se intensificó este anhelo criollo, sobre todo en lo relacionado con el desarrollo
de exportaciones diferentes del oro.
A veces los tem as que tenían que ver con el desarrollo económ ico del v i­
rreinato avivaban intereses regionales opuestos y tam bién planteaban d iferen ­
cias de perspectiva entre algunos de los virreyes de Santa Fe y sus sup erio res en
España. Estos conflictos se m ostraron en la discusión acerca del abastecim iento
de harina para C artagena, su guarnición y la flota española. A los hacen d ad o s
y com erciantes de la cordillera O riental les interesaba vivam ente re cu p erar el
m ercado de C artagena, que desde 1715 estaba d o m inado por harinas ex tra n ­
jeras. M uchos virreyes, influidos acaso por los intereses del interior en d o n d e
residían y sin d u d a por sus inclinaciones m ercantilistas, trataron de reem plazar
la harina extranjera por harina neogranadina en los m ercados de la costa. Salvo
por una sola excepción, desde m ediados del siglo xviii, los virreyes prohibieron

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i liSK'KiA OH C o l o m b ia . I’ a Is [-ra i .;m l n i a i x i , w x ih o a d u iv id io a 121

la im po rtació n de h arina extranjera o intentaron facilitar el envío de la harina


d esd e el interior, fo m entando el m ejoram iento de las ru tas terrestres desde Vé­
lez hasta el río M agdalena. Infortunadam ente, el cam ino que descendía desde
Vélez era objeto de ocasionales asaltos por parte de los indios que vivían en las
selvas. Sin em bargo, el peligro principal era el cam ino m ism o, azaroso cuando
im p erab an condiciones óptim as e intransitable en épocas de lluvia. Los dueños
de recuas d e m u ías se m ostraban reacios a arriesgar la vida de sus jum entos por
estos cam inos, d e m odo que no siem pre era posible llevar la harina del interior
hasta C artag en a a tiem po para cum plir con la dem anda.
En v ista del alto costo, de la baja calidad y del insuficiente sum inistro de
h arin a del interior, los cartageneros sin d u d a se exasperaban ante los persisten­
tes in ten to s virreinales de presionar a su ciu d ad para que la utilizara. El único
que no ad o p tó esta política fue el arzobispo-virrey A ntonio C aballero y G óngo-
ra, q u ien en la d écad a de los años 1780, cuando residía en C artagena, patrocinó
la im p o rtació n d e harin a extranjera desde Jam aica, tanto para conseguir la h ari­
na re q u erid a p o r la guarnición m ilitar com o para recau d ar fondos d estinados a
la ca m p a ñ a m ilitar del Darién. La política de C aballero y G óngora reflejaba una
apreciación realista d e lo inoperante que resultaba abastecer a C artagena desde
el interior. Pero su decisión tam bién resultaba un tanto irónica, porque se trataba
de u n a especie d e co n trabando oficial. A dem ás, estaba co m p ran d o harina al en e­
m igo p ara alim en tar a la g u ard ia costera, cuya función era justam ente im pedir
el com ercio ilícito, y a u n id ad es m ilitares encargadas de d efender el reino contra
incursiones enem igas. C om o dato curioso, la C orona española, que asignaba una
alta p rio rid ad al sostenim iento de la guarnición de C artagena, no objetó que esta
fuera abastecid a con h arina extranjera, siem pre y cu an d o llegara al puerto en
barcos españoles.
O tra cu estión conflictiva fue desarrollar exportaciones neogranadinas d is­
tintas del oro, es decir, de p roductos agrícolas y forestales. Ya desde la década
de los añ o s 1760 los virreyes de la N ueva G ranada habían com enzado a hacer
énfasis en este tem a. El virrey P edro M essia de la Z erda (1761-1772) y su asesor
criollo, Francisco A ntonio M oreno y Escandón, señalaron en 1772 que las p ro ­
vincias co steras p o d ían exportar cueros, ganado, m uías, palos de tinte, algodón,
añil y cacao. Sin em bargo, ni Santa M arta ni Riohacha podían exportar estos
p ro d u c to s a E spaña ni obtener bienes legalm ente im portados po rq u e los barcos
esp añ o les rara vez tocaban sus puertos. Por esta razón, a los habitantes de es­
tas localidad es no les q u ed ó otra alternativa que com erciar ilícitam ente con los
británicos, los holan d eses y los franceses. Por otra parte, au n q u e en C artagena
atracab an barcos españoles, los com erciantes hispanos solo aceptaban oro com o
pago p o r los bienes im portados. Así pues, si C artagena quería exportar sus p ro ­
d u cto s agro p ecu ario s, tam bién tenía que recurrir al co ntrabando con las islas
del C aribe. El sucesor de Messia de la Zerda, M anuel G uirior (1772-1775), llegó
incluso a u rgir a la C orona española para que perm itiera a las provincias costeras

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122 M akco P ai a c k )s - [•r a n k S a it o r d

com erciar legalm ente con las colonias foráneas del C aribe. Tal p ro p u e sta d e le­
g alizar el com ercio con extranjeros le valió u n a fuerte re p rim e n d a de España.
O tros virreyes p osteriores fueron m enos liberales d e sd e el p u n to de vista
económ ico. C aballero y G óngora (1782-1789) p ro p u g n ó la im posición de m o n o ­
polios fiscales sobre p ro d u c to s exportables. Por su parte, Francisco Gil y Lem os
(1789) p ro h ib ió la exportación de m ad eras d e tinte a las colonias extranjeras,
p u es tem ía q u e fo m entara la expansión del co n trab an d o , a u n q u e la prohibición
seg u ram en te no hizo m ás q u e reforzar el com ercio ilegal.
La p ro m u lg ació n d e la política de "libre com ercio" de E spaña en 1778,
q u e au to rizab a el intercam bio en tre u n m ayor n ú m ero de p u erto s españoles e
h isp an o am erican o s, buscaba canalizar el co n tra b an d o p o r vías legales y ex p a n ­
d ir el v o lu m en global del com ercio. Esta m ed id a parecía ab rirle a la N u ev a G ra ­
n ad a la p o sib ilid ad de am p liar la exportación legal d e p ro d u c to s tropicales. Sin
em bargo, la política d e "libre com ercio" au m en tó m uy poco las exportaciones
g ran ad in as. Por la época en q u e se pro m u lg ó , E spaña en tró en g u erra con G ran
B retaña (1779-1783) y la flota británica p rácticam en te cerró el com ercio en tre el
C aribe español y la p en ín su la h asta q u e term in ó la contienda. La paz con In­
glaterra (1783-1795) perm itió un increm ento d e las exportaciones legales d e la
N u ev a G ra n ad a a E spaña. Pero en 1796-1802, y d e n u ev o en 1805-1807, España
volvió a librar g u erras co n tra G ran B retaña. El au g e d e las exportaciones legales
d e p ro d u c to s agrícolas y forestales a E spaña ocurrió so lam en te d u ra n te el breve
in tervalo en tre 1802 y 1804.
En los p erio dos d e guerra, el com ercio m arítim o no se in terru m p ió . M ás
bien p ro sig u ió com o co n tra b an d o o, c u a n d o E spaña p erm itió el com ercio legal
con países n eu trales, se realizó con E stados U nidos. N o o bstante, la inestabili­
d a d e im prev isib ilidad de las condiciones com erciales d esd e 1795 significaron
p érd id a s económ icas y frustraciones p ara los com erciantes criollos. U no d e los
factores q ue m ás exasperaba a las elites criollas deseosas d e am p liar las ex p o rta­
ciones n eo g ran ad in as era la inconsistencia de la política española. José Ignacio
d e Pom bo, del g rem io d e com erciantes de C artagena, señaló en 1807 que las
au to rid a d es esp añ olas ten d ían a o to rg ar los beneficios del com ercio neu tral y
la elim inación de los im puestos a la exportación a C uba y a V enezuela, en tanto
q u e n egaban estas ventajas a la N u ev a G ran ad a. A u n q u e P om bo no infirió esto,
p u ed e concluirse q u e los com erciantes y fo rm u lad o res de políticas españoles
percibían a C uba y a V enezuela com o fuentes de exportaciones agrícolas, m ien­
tras q u e a la N u ev a G ra n ad a le seguían asig n an d o la función de ex p o rta d o r de
oro. Sea eso cierto o no, la N ueva G ra n ad a llegó al final del p erio d o colonial sin
h ab er d esarro llad o sólidos p atro n es d e exportación d e p ro d u c to s tropicales, a
diferencia d e lo q u e ocurrió en C uba, V enezuela y G uayaquil.
Por consiguiente, hasta el final d e la C olonia la N u ev a G ra n ad a siguió
sien d o u n e x p o rta d o r ineficaz, en co m paración con otras regiones de la A m érica
h ispana. E ntre 1785 y 1796, C artagena, el p u e rto principal, recibió m ás del ocho
p o r ciento d e los bienes ex p o rta d o s a A m érica d esd e C ádiz, el p u erto español

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I lisroKiA D1-: C o l o m b ia . P a ís l k a c m i :n t a i x ), s c x t h d a d d iv id id a 123

que m ás com erciaba con H ispanoam érica. Sin em bargo, d u ra n te esos m ism os
años la N u ev a G ra n a d a solo su m in istró poco m ás del tres p o r ciento d e las ex­
portaciones h isp an o am erican as a C ádiz. Por el contrario, V enezuela, con m enos
población, pro v ey ó m ás del n u ev e p o r ciento de las exportaciones y absorbió
m ás del diez p o r ciento d e las im portaciones.
Los virreyes se d a b a n cu en ta d e q u e era necesario m ejorar los tran sp o rtes
terrestres. C u alq u iera q u e fuera el tópico —tra n sp o rta r h arin a del interior a la
costa, abastecer las m inas, in crem en tar las exportaciones —, se reconocía q u e la
a p e rtu ra y el m an ten im ien to d e los cam inos d e h e rra d u ra en los territorios es­
carp ad o s del v irrein ato era u n asu n to central para su desarrollo. Sin em bargo, a
pesar d e u n a b u en a dosis d e expresiones d e p reocupación p o r el tem a, poco se
hizo al respecto, acaso p o rq u e los gastos m ilitares absorbían g ran p arte d e los
recursos fiscales. A p a rtir d e la décad a d e los años 1790, los criollos ilu strad o s
com en zaro n a c u lp ar cada vez m ás al régim en español p o r no tom ar m ed id as
ad e cu ad a s para m ejorar las com unicaciones internas y p o r o b stru ir el desarrollo
del com ercio exterior.

L a I l u s t r a c ió n en la N ueva G ranada

El interés en el d esarro llo de la econom ía llevó a los virreyes a p atro cin ar


la in tro d u cció n d e las ciencias n atu rales co n tem poráneas. El agente m ás im p o r­
tante de la ilustración científica en la N u ev a G ra n ad a fue José C elestino M utis,
quien llegó a Santa Fe en 1761 com o m édico del virrey P ed ro M essía d e la Z erda.
A ntes de viajar al N u ev o M undo, M utis había e stu d ia d o botánica en el recién
cread o Jard ín Botánico d e M adrid, pero sus intereses ab arcab an u n espectro
b astan te am plio. En el C olegio del R osario enseñó m atem áticas y astronom ía
copernicana. Estas en señanzas, en p artic u la r la cosm ología d e C opérnico, re p re ­
sentab an un avance rad ical en relación con las nociones tolem aicas q u e todavía
rein ab an en S anta Fe y bien p ro n to su friero n el ataq u e d e los dom inicos, g u a r­
dianes in stitucionales del p en sam ien to tom ista.
La lucha p o r el control del co n ten id o del plan de estu d io s d e la enseñ an za
secu n d aria d u ró p o r lo m enos cu a tro décadas; el curso obligatorio d e "filosofía"
unas veces fue im p a rtid o p o r qu ien es seg u ían la tradición escolástica y otras
por tos ad h e ren tes de la n u ev a ciencia n atural. En este conflicto. M utis y sus
discípulos fueron a p o y a d o s con frecuencia p o r los virreyes y altos funcionarios.
Pero to d av ía en 1801, los profesores d e la n u ev a física tenían q u e defen d erse de
las acusaciones clericales de im p ied ad . M ás tarde, con el d esp lo m e del régim en
españ o l a p a rtir d e 1808, alg u n o s criollos letrad o s c u lp aro n a los españoles de
haber m an ten id o a su s sú b d ito s am ericanos su m id o s en el atraso científico, pese
a q u e v arios v irreyes h abían sim p atiz ad o con la causa d e la ilustración científica
y le h ab ían b rin d a d o su apoyo.
Sin em bargo, bajo el estím u lo de M utis y a pesar d e la resistencia de p arte
del clero, su rg ió u n g ru p o d e criollos q u e se dedicó al e stu d io y la p ro pagación

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124 M akco 1’ a i ,a c :io s - F k a n k S a i ro K O

de la ciencia m oderna. El contenido intelectual de las nuevas ideas científicas


pareció atraer el interés de las elites m odernizantes de la N ueva G ranada en las
décad as de los años 1760 y 1770. Pero desde el decenio de los años 1780, tanto los
funcionarios de la C orona com o los intelectuales criollos em pezaron a p o n er el
acento, cada vez m ás, en las aplicaciones prácticas de la ciencia en la producción
económ ica. A fines de esta década, el arzobispo-virrey A ntonio Caballero y G ó n ­
gora patrocinó una reform a del plan de estudios universitarios, con el ánim o de
alen ta r el conocim iento práctico. Según el m ism o C aballero y G óngora, "to d o el
objeto del plan se dirige a su stitu ir las útiles ciencias exactas en lugar de las m e­
ram en te especulativas, en que hasta ahora lastim osam ente se ha perdido el tiem ­
po" p ara aten d er " u n reino lleno de preciosísim as producciones que utilizar, de
m o n tes que allanar, de cam inos que abrir, de pantanos y m inas que desecar, de
ag u as que dirigir, de m etales que d e p u ra r...".
En el m ism o espíritu hubo intentos de fu n d a r "Sociedades de A m igos del
País" y ("sociedades patrióticas"), cuyo interés prim ordial residía en el progreso
económ ico. En M edellín y en la provincia de C artagena en 1781, y en M om pox
en 1784, se crearon sociedades de este tipo, copiadas de las que surgían p o r la
m ism a época en España. (El objetivo de las sociedades de la costa atlántica era
im p u lsa r el cultivo del algodón). D urante los m ism os años, el gobierno español
tratab a de m ejorar la producción m inera enviando a la N ueva G ranada ingenie­
ros de m inas. En 1782, el arzobispo-virrey auspició una iniciativa de M utis para
em p re n d e r un estudio de historia natural. A unque la em presa se denom inó la
E xpedición Botánica (la Expedición), sus participantes se interesaban adem ás
en la astronom ía y la m eteorología y p retendían elaborar un m apa de la N u ev a
G ran ad a. D urante algún tiem po, la Expedición q uedó encargada de su p erv isar
la recolección y exportación de la corteza de la quina y de la canela, así com o del
cultivo del añil y de la nuez m oscada.
La Expedición tuvo efectos que trascendieron la recolección de inform a­
ción sobre las plantas y el fom ento a la exportación de algunas de ellas. Un p e­
q u eñ o g ru p o que trabajó al lado de M utis se interesó en las ciencias naturales.
En el proceso de sus investigaciones sobre los recursos de la N ueva G ranada
se desarrolló una identificación m ás fuerte con su patria com o país y a la vez
u n a esperanza en su futuro económ ico. Al estim ular un patriotism o científico
y económ ico entre la elite criolla, la Expedición ayudó a crear algunas actitudes
cond u cen tes al posterior m ovim iento de independencia de España.
Un tem prano y notable exponente del patriotism o económ ico fom entado
en p arte por M utis y la Expedición Botánica fue P edro Ferm ín de Vargas, o riu n ­
do de la provincia del Socorro. N acido en San Gil en 1762, Vargas estudió en el
C olegio del Rosario, después de lo cual ingresó a la burocracia virreinal antes de
p articip ar en la Expedición Botánica en 1784. Fue corregidor de Z ipaquirá entre
1789 y 1791, año en que huyó del país; m ás tarde, en Inglaterra, fue uno de los
co n sp irad o res que p ro p u g n ó la independencia de H ispanoam érica. Entre 1784 y

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} llTH >KiA Ot. C.'OI OMBIA. I ’ a Is I RAi .MI'N 1AtX i, s(X II DAD DIVIDIDA 125

1791, Vargas escribió varios ensayos sobre las condiciones económ icas en el Vi­
rreinato, algunos de los cuales se perdieron. Uno de los ensayos sobrevivientes.
Pensamientos políticos sobre la agricultura, comercio y minas del Virreinato de Santa
Fe de Bogotá, es un estu d io extraordinario sobre los recursos y las posibilidades
económ icas de la N ueva G ranada. V argas hacía énfasis en la necesidad de d esa­
rrollar el com ercio interno y externo, lo cual exigía m ejorar las condiciones del
transporte. C om o los cam inos de h errad u ra del V irreinato se habían descu id ad o
notoriam ente, sus p o sib ilidades económ icas seguían sin explotar.
El interés creciente d e los criollos en las ciencias n atu rales tam bién debió
facilitar la introducción d e las ideas políticas de la Ilustración. Esto es difícil de
com probar puesto q u e fue peligroso para las elites criollas ap o y ar públicam ente
las ideas revolucionarias. Sin em bargo, p u ed e establecerse q u e los escritos bási­
cos de la Ilustración llegaron a la N ueva G ranada por los m ism os canales y en la
m ism a oleada que los trabajos sobre las ciencias naturales. Q uienes realizaban
investigaciones sobre historia natural y m eteorología se inclinaban a saber algo
de los tópicos económ icos, sociales y políticos de la Ilustración y la m ayoría de
ellos serían partícipes activos en el m ovim iento de la independencia.

R e f o r m a f isc a l y r e b e l ió n

A unque las au to rid a d es borbónicas se interesaron por fom entar el p ro ­


greso económ ico y para ello introdujeron la ciencia m oderna, su preocupación
prim ordial fue in crem en tar el recaudo fiscal. Se necesitaban los ingresos para
aten d e r el costo del tren adm inistrativo virreinal y para p ag ar el sostenim iento
de las m isiones en los territorios de frontera. Sobre todo, la guerra m ultiplicó
las necesidades fiscales. La constante am enaza bélica obligaba, au n en tiem pos
de paz, a m an ten er tro p as y barcos p atrulleros en el litoral caribe, y las fortifi­
caciones debían m ejorarse y repararse constantem ente. En tiem pos de g u erra
estos costos se disp arab an. D urante la m ayor parte del siglo xviii, el virreinato no
p u d o sostener todas estas dem andas. Podía pagar los salarios de la burocracia y
a ten d e r m ed ian am en te la defensa de C artagena. Pero el V irreinato del Perú te­
nía q ue sostener la fortificación del istm o de Panam á y el V irreinato de la N ueva
E spaña (por m edio de su dependencia cubana) se encargó de la g u ard ia costera.
A m ediados del siglo xviii, los funcionarios em p ezaro n a presionar seria­
m en te para recolectar los im puestos con m ás eficiencia. El m onopolio sobre la
v enta de ag u ard ien te de caña, iniciado en 1736 con un control bastante débil,
fue aju stado en la década d e los años 1750 hasta convertirse en una significativa
fuente de ingresos estatales. En la década siguiente se estableció el m onopolio de
la venta de tabaco, q u e tam bién se convirtió en una fuente im p o rtan te de in g re­
sos. Estos m onopolios fueron ap retad o s en tre 1776 y 1780, en tiem pos de guerra.
En consecuencia se elevaron los precios del tabaco y del ag u ard ien te para el
co n su m id o r y, am én de o tras disposiciones tributarias, se duplicó la alcabala.

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126 M arco F a l a c r is - F k a n k S a m o r d

Estas m edidas contribuyeron al aum ento de las rentas. El virrein ato se


volvió u n poco m enos dep en d ien te en m ateria m ilitar de sus pares m ás ricos
del Perú y México. A m ediados de la década de los años 1780 la N u ev a G ran ad a
consiguió participar en la defensa de Panam á y sostener la g u ard ia costera, y
diez años d esp u és contribuía al gasto de V enezuela. A ún así, el virreinato fue
incapaz de p ag ar la totalidad de su adm inistración y defensa.
A unque el gobierno virreinal logró au m en tar los ingresos fiscales en la
seg u n d a m itad del siglo xviii, las nuevas exigencias crearon u n revuelo generali­
zado. En 1752 y en 1764-1767 estallaron m otines contra el m onopolio de ag u a r­
dientes. En Q uito, unas diez mil personas se congregaron para p ro testar p o r el
estanco del ag u ardiente y el aum ento de la alcabala. Esta agitación fue seguida
de disturbios en Popayán, Cali y C artago, en algunos de los principales distritos
m ineros, principalm ente en el Raposo y el Chocó, y en Neiva, la principal ciudad
del valle del Alto M agdalena. Los disturbios de la década de los años 1760 ate­
m orizaron a los funcionarios reales, m áxim e cuando advirtieron dolorosam ente
su debilidad m ilitar para reprim ir las sublevaciones del pueblo. El virrey Pedro
M essía de la Zerda, quien debió enfrentar esta situación, reportó en 1772, al final
de su periodo, que no disponía de una fuerza m ilitar capaz de reprim ir siquiera
u na rebelión local. Inform ó que, con excepción de algunas ciudades com o C ar­
tagena, d o n d e estaba concentrada la fuerza m ilitar, la autoridad gubernam ental
d ep en d ía totalm ente de la benévola disposición de los habitantes:

La obediencia de los habitadores no tiene otro apoyo en este Reino, a excepción de


las plazas de armas, que la libre voluntad... con que ejecutan lo que se les ordena,
pues siempre que falte su beneplácito no hay fuerza, armas ni facultades para que
los superiores se hagan respetar y obedecer por cuya causa es muy arriesgado el
m ando y sobremanera contingente el buen éxito de las providencias, obligando
esta precisa desconfianza a caminar con temor y a veces sin entera libertad, aco­
m odándose por necesidad a las circunstancias.

En 1776-1781 se repitió el patrón de exigencias fiscales a causa de la guerra


seguidas por disturbios populares, solo que en escala m ayor. En 1779, la guerra
de España con Inglaterra obligó a increm entar la carga fiscal. Pero ahora la situa­
ción era m ás dram ática debido a la centralización de la adm inistración colonial
en España, llevada a cabo de un m odo agresivo por José de G álvez, convertido
en m inistro de la M arina y las Indias desde 1776. G álvez, quien fue enviado es­
pecial del centralism o borbónico en México (1765-1771), creía firm em ente en la
necesidad de ap retar las clavijas del sistem a adm inistrativo colonial, lo que para
él significaba asignar los cargos m ás elevados solam ente a los españoles y en
particular a aquellos tan dedicados e intransigentes com o él m ism o. Para lograr
su objetivo reform ista y centralizador, G álvez creó el nuevo cargo de regente,
funcionario que, se suponía, debía servir de jefe adm inistrativo del virrey. De
hecho, com o los regentes de G álvez fueron creaciones suyas, gozaron de su con­

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: lis iL iR iA nt; C g i o m b i a I ’ a is i-KAC.Mi;NrAix.\ scx ii riAD d jn t d id a 127

fianza ab so lu ta y, de este m odo, tuvieron m ás po d er que los m ism os virreyes.


Para reg ente de la N ueva G ranada G álvez escogió a Juan Francisco G utiérrez de
Piñeres, u n b u ró crata sin experiencia en el N uevo M undo pero dotado, com o su
jefe, de u n a am plia reserva de arrogancia. La firm e y resuelta bú sq u ed a de in­
gresos fiscales e m p re n d id a por G utiérrez de Piñeres provocó en 1781 la rebelión
de los C o m u n ero s, qu e dejó a la au to rid a d española al borde del colapso total.
A u n q u e la actitud y la conducta de G utiérrez de Piñeres em peoraron la
crisis, esta tu v o sus orígenes antes de su llegada a Santa Fe, en 1778, con las
p ro testas co n tra el m onopolio del tabaco. El tabaco era ideal para el pequeño
pro p ietario p o rq u e podía cultivarse en un lote reducido y aún así generaba un
p ro d u c to d e valo r relativam ente alto. En la década de los años 1770, los cam pe­
sinos p o bres de la región del G uanentá se dedicaron a su cultivo. D esde 1776,
el estanco del tabaco fue reduciendo progresivam ente las áreas d onde se podía
cultiv ar la boja legalm ente. H acia 1778, el cultivo ya estaba circunscrito a una
sola p arro q u ia del G uanentá. Más aún, los g uardias del m onopolio aplicaban es­
c ru p u lo sa m e n te las restricciones, destruían todas las plantas de tabaco sem bra­
das fuera de las áreas p erm itidas y arrestaban y encarcelaban a los violadores.
Todo ello ocu rría en u na época de escasez de alim entos y epidem ia de viruela
en la región de G u an en tá, cuando, según se dice, m urieron allí unas seis mil
personas. En 1778, los habitantes de la región com enzaron a reaccionar contra las
restricciones al cultivo del tabaco. En febrero de aquel año, las gentes de M ogo­
tes ex p u lsaro n a los g u ard ias del m onopolio; en octubre de 1780 se presentaron
d istu rb io s en M ogotes y Sim acota y, en diciem bre, en C haralá.
E ntre tanto, G utiérrez de Piñeres, el regente recién llegado, concebía n u e ­
vas fo rm as d e au m en ta r los ingresos fiscales. En m ayo de 1780 duplicó el precio
al detai d e los tabacos y aguardientes. En agosto siguiente reforzó un sistem a de
controles sobre el com ercio, conocido com o las ^uías y tornaguías, con el objetivo
de d ism in u ir la im portación de contrabando. Luego procedió a increm entar la
alcabala y a a p re ta r su recaudo. Con este fin resucitó la A rm ada de Barlovento,
un im p u esto a las ventas establecido en el siglo xvii y destinado a apoyar la flota
del C aribe, pero q u e hacía m ucho tiem po se había fundido con la alcabala. Esta
m ed id a d u p licó d e hecho la alcabala. La A rm ada de B arlovento fue especial­
m en te d añ in a p ara las gentes de la región del G uanentá, porque el algodón cru ­
do y los hilad o s d e algodón figuraban entre los productos afectados y la región
fabricaba textiles d e algodón. Para los pobres del G uanentá, las nuevas m edidas
elim in aro n p rim ero uno de sus m edios de vida, el tabaco, y después pesaron
sobre el otro, los hilados de algodón.
Esta doble exigencia provocó disturbios que estallaban casi siem pre los días
de m ercado. Así, el 16 de m arzo de 1781, las gentes del Socorro protestaron con­
tra la A rm ad a de Barlovento; en las m anifestaciones que siguieron en los p u e ­
blos vecinos, la p ro testa incluyó los m onopolios de tabaco y aguardientes. En
sus co m ienzo s los p ro tagonistas m ás visibles eran m u ltitu d es de pobres, tanto

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128 M arco P a l a c ic 6 - F k a n k S a i -coro

hom bres com o m ujeres, a veces hasta dos mil, que d estru ían las existencias de
tabaco y aguard iente, liberaban los presos por el cultivo ilegal del tabaco, e in ­
cluso, en ocasiones, ap ed reab an sím bolos de la au to rid a d real. Si los pobres ti­
raban piedra, hom bres u n tanto m ejor ubicados —carniceros, com erciantes de
ganado y pequeños agricultores — orientaron y organizaron la rebelión. D urante
este m es de acom etidas contra las oficinas de recaudación de im puestos, los n o ­
tables locales p ro cu raro n m antenerse alejados de los tum ultos. Sin em bargo, fue
tal la presión de quienes dirigían el m ovim iento que algunos de estos hom bres
de prestigio debieron com prom eterse en posiciones de liderazgo.
G utiérrez de Piñeres reaccionó ante los sucesos de dos m aneras. P rim e­
ro ordenó su sp en d e r la recaudación del im puesto de la A rm ada de B arlovento
sobre el algodón y los hilados de algodón. C on ello buscaba restarle ím petu al
m ovim iento. Inm ediatam ente d espués quiso rep rim ir la insurrección, au n q u e el
gobierno virreinal tenía m uy poca fuerza para repeler a los rebeldes. La g u a r­
nición de Santa Fe, tenía en este m om ento sólo 75 alabarderos. C incuenta de
estos, junto con unos 20 gu ard ias del m onopolio, fueron enviados a reprim ir los
m otines, un a fuerza ridiculam ente inadecuada para cum plir la m isión. Los co­
m uneros org an izaron m ilicias del pueblo, las cuales, al tener noticia de la expe­
dición m ilitar d espachada desde la capital virreinal, m archaron a su encuentro
en m ayo de 1781 y sin n in g u n a dificultad la som etieron.
M ientras tanto, el alzam iento se había p ro p ag ad o m ás allá del G uanentá.
En el m es de m ayo, al m enos en u n a veintena de poblaciones de las altiplanicies
orientales se p resentaron ataques contra los funcionarios de rentas u otro tipo
de disturbios. M ovim ientos sim ilares aparecieron en los Llanos O rientales. La
rebelión se p ro p agó p o r el Alto M agdalena y encontró uno que otro eco en las
distantes com arcas m ineras de A ntioquia. M ás de 60 poblaciones y aldeas tom a­
ron parte en el levantam iento.
Al finalizar el mes, cerca de 20.000 rebeldes acam paban en Z ipaquirá, a
pocos kilóm etros al norte de Santa Fe, capital indefensa ante esta m asa de in su r­
gentes resueltos. El regente huyó; prim ero buscó refugio en H onda y luego se
dirigió a C artagena. Las au to rid ad es reales que perm anecieron en la capital, con
el arzobispo C aballero y G óngora a la cabeza, evitaron la tom a de la ciudad por
los insurrectos, solo después de acceder a u n a lista de 35 d em an d as com uneras.
A unque la lista fue confeccionada por los líderes, pertenecientes a los estratos
sociales superiores, m uchas de las reclam aciones surgían, claram ente, de la en ­
furecida m asa com unera. Exigían la reducción o abolición de u n conjunto de
tributos. La A rm ada de B arlovento debía cesar para siem pre y el im puesto a las
ventas dism inuirse. Tam bién q u ed arían abolidos los m onopolios fiscales de los
naipes y el tabaco, y el precio del ag u ard ien te de caña descendería a su nivel
anterior. A dem ás se suprim iría u n im puesto de guerra exigido a todos los sú b ­
ditos. El acatam iento de este convenio habría significado el abandono casi total
de las m edidas fiscales de las dos últim as décadas.

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\ liSrO R IA Oí; Q u O M B IA . Í ’ a IS l-KAC.MLNTArXI, SOC'Il-.DAO DIVIDIDA 129

Los co m uneros tam bién exigieron la devolución de las tierras de re sg u ar­


do to m ad as de las co m u n id ad es indígenas de los altiplanos orientales entre 1776
y 1778 y la concesión a los indios de plenos derechos d e p ro p ied a d sobre sus
tierras. Esta petición d ab a cuenta de la participación indígena en el m ovim iento
com unero, bajo el lid erazgo d e A m brosio Pisco, un cacique rico.
O tros artículos reflejaban u n a sentida hostilidad hacia los funcionarios
peninsulares. A dem ás de insistir en la expulsión de G utiérrez de Piñeres, los
com uneros exigieron que, en adelante, los altos funcionarios fuesen criollos en
lu g ar de españoles. Las palabras en que se form uló la reclam ación evidencian
la furia contra los o p reso res españoles y p o r lo m enos u n a incipiente id en tid ad
nacional:

Que en los Empleos de primera, segunda y tercera plana hayan de ser antepuestos
y privilegiados los nacionales de esta América a los europeos, por cuanto dia­
riamente manifiestan la antipatía que contra la gente de acá conservan... pues
están creyendo ignorantem ente que ellos son los amos y los Americanos todos, sin
distinción, sus inferiores criados; y para que no se perpetúe este ciego discurso,
sólo en caso de necesidad, según su habilidad, buena inclinación y adherencia a
los Americanos, puedan ser igualm ente ocupados, como todos los que estamos
sujetos a un mismo Rey y Señor y debem os vivir herm anablem ente; y al que in­
tentare señorearse y adelantarse a más de lo que le corresponde a la igualdad, por
el mismo caso sea separado de nuestra sociabilidad.

La insistencia en el nom bram iento de criollos en los altos cargos significa­


ba de alg u n a m an era la reacción de estos ante la práctica española de excluirlos
d e esos puestos. Pero esta reacción antiespañola iba m ás allá de la m era defensa
de los intereses de los criollos de clase alta. En los distritos com uneros, incluso
m ulato s pobres q u e no eran can d id ato s potenciales para la burocracia colonial
expresaro n su resentim iento contra los funcionarios españoles, a quienes tilda­
ban de arro g an tes e insensibles. Los pobres eran, a fin d e cuentas, quienes es­
taban m ás expuestos al hostigam iento, y aun al encarcelam iento, a m anos de
recolectores de im p u esto s y g u ard ias de rentas.
Para evitar la tom a de Santa Fe, el arzobispo accedió a las d em an d as y
p ersu ad ió a los rebeldes de reto rn ar a sus hogares. Así cedió el fervor de la re­
belión en el G u anentá. Luego llegaron d e C artagena refuerzos de tropa y el ar­
zobispo consiguió restablecer el orden. D esm ovilizados los rebeldes, el gobierno
se ded icó a im p o n er castigos ejem plares. En enero de 1782, José A ntonio Galán,
q u e había p ersistido en la rebelión d esp u és de la capitulación de junio de 1781,
fue ah o rcad o ju n to a otros tres com uneros, y sus cabezas, m anos y pies fueron
expu estas en estacas en las plazas públicas de la capital virreinal y los pueblos
m ás activos en la rebelión. Sus descendientes fueron declarados infam es, todos
sus bienes confiscados y sus hogares d estru id o s y regados con sal. El cacique
A m brosio Pisco fue encarcelado en C artagena; a pesar d e u n in d u lto posterior

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430 M akc :o IL\ lac r ìs - F rank S a h o r u

por la A udiencia, C aballero y G óngora, ah o ra corno virrey, dio órd en es reser­


v ad as para que no le perm itieran reg resar al interior. A lgunos otros dirigentes
fueron sentenciados a sufrir 200 latigazos, v erg ü en za pública y prisión en Africa.
M uchos cam pesinos sin tierra fueron en viados com o colonos al istm o de P an a­
m á, d o n d e m uchos debieron m orir a causa del m alsano am biente tropical. Las
pocas penas im puestas a los p articipantes m ás ricos fueron m enos horrendas;
algunos sim plem ente fueron encarcelados en C artagena, y después fueron indul­
tados. A ños m ás tarde, se decía que m ucha gente q u e participó en el m ovim iento
vivía dispersa en las zonas periféricas p o r tem or a posibles represalias.
A dm inistrados los castigos m ás severos, los funcionarios reales se tra n ­
q uilizaron a tal p un to que en m arzo siguiente desconocieron el pacto sellado con
los com uneros, basándose en que había sido ob ten id o bajo am enaza. En agosto,
el arzobispo-virrey C aballero y G óngora concedió u n a am nistía a los co m u n e­
ros. Sin em bargo, en la provincia del Socorro no habían concluido del todo los
problem as. En octubre de 1783, el arzobispo-virrey re p o rtó al m inistro de las
Indias que en la noche del 29 de septiem bre u nos 40 hom bres de estrato bajo h a­
bían en trad o al pueblo de C haralá, su p u e sta m e n te con el ánim o d e asesinar a los
funcionarios locales, robar a los m ás ricos y co m enzar u n nuevo levantam iento.
A unque este incidente fue fácilm ente rep rim id o , cu n d ió el nerviosism o entre
las au to rid ad es del V irreinato y este no debió d ism in u ir con el inform e de que
un hom bre de un pueblo cercano había leído en u n libro de profecías que "los
tum ultos" volverían por esa época. (El arzobispo-virrey ordenó confiscar todos
los libros de profecías en la provincia del Socorro). T am bién oyó C aballero y
G óngora que el respeto que se le tenía en esa p rovincia se estaba convirtiendo en
odio. Ya estaba convencido de que tan to la rebelión com unera d e 1781 com o la
in tran q u ilid ad rural eran obra de alg u n o s criollos notables de la capital, quienes,
descontentos, habían envenenado las m entes de las gentes sencillas del cam po.
Concluyó que los neogranadinos debían ser trata d o s con m ano dura.
No todos los españoles estaban d e acu erd o con tal conclusión. Francisco
Silvestre, a la sazón gobernador d e A ntioquia, consideraba que las au to rid ad es
debían proseguir con una política de conciliación, con m iras a reducir la des­
confianza entre españoles y criollos. Llam ó a p o n er fin a la "en em istad entre
Españoles Europeos y Españoles A m ericanos", colocándolos "recíprocam ente"
en cargos políticos, m ilitares y eclesiásticos. Sin u n a política tal, predijo Silvestre,
habría "envidia, desunión y rivalidad" constantes, q u e algún día causarían a
España la p érd id a de la N ueva G ranada.
Los historiadores de los C om uneros han v ariad o en sus conclusiones so­
bre el significado de la rebelión. A lgunos histo riad o res colom bianos la han con­
siderado com o un m ovim iento p recu rso r de la in d ep en d en cia de España. O tros
la han visto sim plem ente com o una p ro testa contra los nuevos im puestos, sin co­
nexión con la lucha por la independencia, q u e v en d ría casi treinta años m ás tar­
de. Varias consideraciones apoyan el seg u n d o p u n to de vista. El carácter social

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H ib io r ia nr; C o l o m b ia . P a ís i - R A C M i ; . \ i A r x ') , scx ; i i d a d d iv id id a 131

del m o vim iento co m u n ero difirió b astan te del de la independencia. La rebelión


com u n era parece h ab er sido u n a p ro testa su rg id a de las m asas, en cuyos inicios
los notables locales tu v iero n poco o n in g ú n control. (A lgunas interpretaciones
posteriores señalan, com o lo creyó el arzobispo C aballero y G óngora, que la re­
belión fue fo m en tad a p o r elites criollas de S anta Fe. Pero parece que los criollos
capitalinos sim p atizan tes d e la rebelión ap o y a ro n el m ovim iento después de que
este había sido iniciado p o r el p u eblo en el G uanentá. A dem ás, m uchos criollos
notables, asu stad o s p o r los d istu rb io s com uneros, o bien ay u d a ro n a contener­
los, o fu ero n p asiv o s o colaboradores d u ra n te su represión). En contraste, los
notables locales m an tu v iero n d e sd e su s com ienzos el liderazgo del m ovim iento
de in d ep en d en cia, q u e ocurrió com o u n a consecuencia de la crisis im perial que
em pezó en 1808. M ás aú n , los co m u n ero s no pid iero n la independencia de Espa­
ña. C on excepción de algunos ataq u e s esporádicos de las m uchedum bres a los
escudos d e arm as reales, los rebeldes ju raro n , invariablem ente, lealtad al rey y
cu lp aro n a las a u to rid a d e s coloniales esp añ o las por los odiados im puestos. El
m ov im ien to co m u n ero ad o p tó la fórm ula tradicional de rebelión en el m undo
hispano: "¡Viva el rey y m uera el m al gobierno!"
Por o tra p arte, el m ovim iento co m u n ero p u ed e verse com o un anticipo de
la in d ep en d en cia en dos aspectos: com o expresión de la furia p o p u lar contra los
funcionarios esp añ o les y com o u n a aspiración correlativa de tener gobiernos con
participación criolla. La hostilidad hacia los españoles tuvo varias expresiones a
lo largo del siglo xviii. A hora, al m enos m om entáneam ente, apareció la petición
explícita d e q u e el g o b ierno real tuviera u n a cara m ás criolla. Esto distaba m u ­
cho del g rito de in d ep en d encia, pero re p resen ta b a un paso hacia u n sentim iento
nacionalista. En los años siguientes, ni el p u eblo neogranadino ni sus gober­
nantes esp añ o les o lv id aro n la rebelión d e los C om uneros. Los sucesos de 1781
reson arían con fu erza en 1794-1797, cu an d o , d e nuevo en tiem pos de guerra, el
gobierno virreinal en fren tó otro am ago de crisis, y tam bién en la crisis im perial
de 1808-1810, qu e precip itó el m ovim iento d e independencia.

La c risis de l a d é c a d a de lo s a ñ o s 1790

La crisis q u e su ced ió en la década d e los años 1790 en la N ueva G ranada


ocurrió en el contexto del establecim iento exitoso de un gobierno republicano en
E stados U nidos, y d e los d ram áticos sucesos d e la Revolución francesa. Las au to ­
rid ad es coloniales españolas, q u e d u ra n te el decenio anterior habían fom entado
ciertos aspectos científicos de la Ilustración, com enzaron en el decenio de los
años 1790 a p ercibir las revoluciones n o rteam ericana y francesa com o difusoras
del v eneno d e las co rrien tes del p en sa m ie n to político contem poráneo, que ponía
en en tred ich o la m o n arq u ía y alen tab a el gobierno republicano.
Este cam bio d e enfoque se hizo ev id en te d u ra n te el gobierno del virrey José
de Ezpeleta (1789-1797). Se m anifestó en el periódico patrocinado por Ezpeleta,

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132 M akco P a i -ACr tíj - F k a n k S a m o r d

la prim era publicación periódica del país, el Papel Periódico de la Ciudad de Santa Fe
de Bogotá (1791-1797). C u an d o apareció el Papel Periódico, su director, M anuel del
Socorro R odríguez, protegido cubano del virrey, se colocó en los rangos d e los
m odernistas al apoyar el "racionalism o" y tom ar partido por la ciencia natu ral
contem poránea en contra de los defensores de las viejas nociones escolásticas. A
sem ejanza de otros criollos letrados. R odríguez expresó u n patriotism o científi­
co y económico. Publicaba ensayos que defendían las capacidades am ericanas y
q ue im p u g n ab an las aseveraciones europeas sobre la degeneración am ericana.
O tros ensayos m ostraban bajo u n a luz positiva la cultura m uisca anterior a la
conquista española. R odríguez alentó la exportación de productos agrícolas y
dedicó varios n ú m eros del periódico a los planteam ientos de José Celestino M u­
tis sobre la quina. Así m ism o, fom entó el establecim iento de sociedades p a trió ti­
cas para pro m o v er el progreso económ ico del país.
Pero en julio de 1791, R odríguez em pezó a alarm arse ante los sucesos de
la Revolución francesa. Sin ab an d o n ar su patriotism o científico y económ ico,
en las páginas del Papel Periódico censuró los asaltos revolucionarios contra la
m o narquía y la Iglesia, cosas de las que culpaba, al m enos en parte, a las obras
de Voltaire y, sobre todo, de R ousseau. M uy pronto com enzó a preocuparse por
la influencia ejercida tanto p o r la revolución anglonorteam ericana com o p o r la
francesa. A u n q u e en el periódico no m anifestó hostilidad hacia la revolución
angloam ericana, en una carta p riv ad a enviada a España en abril de 1793, R odrí­
guez lam entó la penetración de sus influencias republicanas en Santa Fe: "D esde
la erección en república libre de las provincias angloam ericanas, han to m ad o
los pueblos de la A m érica un aspecto en teram ente distinto del que tenían. To­
dos cuantos se precian de ilustrados son unos panegiristas entusiastas [de los
revolucionarios norteam ericanos].., la m ateria com ún de las tertulias eru d ita s
es d iscurrir y au n form ar proyectos acerca de la facilidad que hay de gozar la
m ism a in dependencia que aquellos gozan". A dem ás, decía: "los actuales suce­
sos de la Francia han dad o un n uevo vigor a estos perniciosos raciocinios". Los
participantes en las tertulias "se dejan tran sp o rtar dem asiado del entusiasm o
patriótico" hasta el pun to de " p o n d e ra r los derechos de la naturaleza y de la h u ­
m an id ad " y de olvidar "que hay soberanos, leyes y religión". Tales ansiedades
se intensificaron a p artir de junio de 1793, cuando llegó la noticia de que España
había declarado la guerra contra la R evolución francesa.
Fue en este contexto en el que estalló la crisis política de 1794-1795 en
Santa Fe de Bogotá. A diferencia del m ovim iento com unero, casi todos los p ro ­
tagonistas de este d ram a pertenecían a la elite de la sociedad colonial. Figura
central en aquellos sucesos fue A ntonio N ariño, un criollo hijo de un funciona­
rio real español y casado con la hija de otro funcionario de alto rango, tam bién
español. Por la posición social y política de su familia, fue nom brado tesorero
de los diezm os de Santa Fe. T am bién exportaba azúcar y quina a España y de
allí im portaba telas. Era rico y de m ente activa y poseía u n a biblioteca d e unos

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H is t o r ia o í; C oi o m b ia . P a Is trac .m t n t a íx i , so o u -.d a o d iv id id a 133

2.000 volúm enes. N ariño era u n rep resen tan te sobresaliente de la tard ía Ilustra­
ción colonial. Com o tal, sentía un interés general p o r las ciencias naturales y en
su estu d io tenía varios in stru m en to s de física. U nos 60 tom os de su biblioteca
tratab an d e física, botánica y otros tópicos científicos. Pero tam bién era ev id en ­
te su en tu siasm o p o r los filósofos sociales y políticos m odernos. Se descubriría
q u e 78 d e sus libros fig u raban en el índice de la Inquisición. Entre los autores de
su biblioteca estab an Voltaire, D iderot, M ably y críticos del colonialism o com o
Raynal y R obertson.
En 1789, N ariño escribió un ensayo d e clara influencia rousseauniana. Por
esta época fue el anfitrión d e tertulias en las q u e los intelectuales m ás refinados
d e la capital, en tre ellos varios curas ilustrados, leían y d iscutían periódicos ex­
tranjeros. N ariñ o tam bién planeaba decorar un estu d io que llam aba su santuario
de u n m o d o q u e bien p o d ría llam arse "el kitsch d e la Ilustración". Las paredes
estarían co n sag rad as a la Libertad, la Filosofía, la R azón y a M inerva, la diosa
del conocim iento y de la invención. C ada p ared estaría decorada con p in tu ras de
personajes clásicos y m o dernos, con su co rrespondiente leyenda. Así, Sócrates
y R ousseau rep resen tab an "la v erd ad , la soledad, el desinterés" y "el estudio
del corazó n del h om bre en todas las naciones". Plinio y Buffon rep resentaban el
e stu d io d e la n aturaleza; Tácito y Raynal, el conocim iento de las naciones y los
hom bres; Jenofonte y W ashington, "filósofos in trép id o s y g uerreros", y Cicerón,
D em óstenes y W illiam Pitt, o radores filósofos, am antes de la Patria. La im agen
de Benjam ín Franklin ten dría la leyenda "Q uitó al cielo el rayo de las m anos y el
cetro a los tiranos".
El en tu siasm o de N ariño p o r las Luces lo llevó a su perdición. En 1793, en
otro incid en te típico del ilum inism o de fines del p eriodo colonial, un capitán de
la g u a rd ia virreinal le prestó a N ariño u n a historia de la A sam blea C onstitucio­
nal francesa, libro que, d esp u és insistiría N ariño, provenía d e la biblioteca del
virrey m ism o. En u n tom o d e esta obra N ariño encontró la Declaración de los
D erechos del H om bre, la cual tradujo e im prim ió en secreto en su im prenta y
d istrib u y ó con discreción en tre sus conocidos, en los prim eros m eses de 1794. La
im presión de esta traducción coincidió con u n m om ento en q u e España ingresó
a la alian za eu ro p ea contra la R evolución francesa. D u ran te los años 1793 y 1794
cu alq u ier cosa francesa era tenida p o r peligrosa en los círculos de la ad m in istra­
ción colonial.
P recisam ente en estos m eses el virrey em pezó a recibir noticias que h a­
brían p o d id o ser un poco alarm antes. En febrero de 1794 fue inform ado de que
Luis d e Rieux, un m édico francés am igo de N ariño, había sostenido en abril de
1793 q u e era h o ra de "sacu d ir el yug o del despotism o y form ar una república in­
d ep e n d ie n te a ejem plo de la d e Filadelfia". En esta ocasión, el virrey se contentó
con m a n d a r a Rieux a residir en su hacienda cerca de H onda. Luego, en julio, un
abo g ad o criollo notificó al virrey que (según u n su m ario d e la A udiencia) N ari­
ño y o tro n otable de Santa Fe, José C aicedo y Flórez, "trabajaban el reglam ento

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134 M arco P a i .a c k 'is - F r a n k S a f f o r d

que había de servirles de N orte en la revolución en este Reyno p o r las constitu­


ciones de Filadelfía". A hora, acaso un poco m ás preocupado, el virrey pidió que
el delator se infiltrase en el g ru p o conspirador.
Pero las au to rid ad es se alarm aron de veras a m ediados d e agosto de 1794.
D espués de salir el virrey a unos días de descanso en G uaduas, u n o s jóvenes,
con el fin de alborotar, fijaron varios pasquines en Santa Fe los días 18 y 19 de
agosto. Uno resucitaba el tem a de los C om uneros y am enazaba p o n er fin al d o ­
m inio español:

Si no quitan los Estancos,


si no cesa la opresión,
se perderá lo robado,
tendrá fin la usurpación.

Este suceso provocó a u n español, escribiente de las Reales Cajas, a infor­


m ar q ue él había oído de otro español que "varios de los principales sujetos de
Santa Fe" se habían reunido para "fom entar una sublevación en el Reyno, para
hacerle ad o p tar la p reten d id a libertad que piensan algunos inquietos disfrutan
los Franceses, y que para el efecto se hicieron por cinco de los cóm plices a esta
tram a infam e, generosas ofertas de dinero y gente". Sabiendo de la circulación
de la traducción de los D erechos del H om bre, el escribiente español pensó que
po dría haber algo de v erd ad en el relato de una am enazada revolución criolla, y
se ap resu ró a avisar a las autoridades.
Con estas noticias el virrey volvió inm ediatam ente a la capital y encom en­
dó a los oidores tres causas distintas: sobre los autores de los pasquines, la im ­
presión de los D erechos del H om bre y la su p u esta conspiración. U n español que
parecía responsable de los pasquines identificó a algunos estu d ian tes criollos
com o cóm plices y confirm ó la especie de una conspiración. Así la investigación
de los pasquines coincidió con la de la conspiración y se enfocó en gran parte
en los estu diantes y profesores del Colegio del Rosario. Com o N ariño se había
identificado com o traductor de los Derechos del H om bre y particip an te en la su ­
puesta conspiración, tam bién, pronto llegó a ser el blanco principal de las inves­
tigaciones de los oidores. M ientras los oidores conducían sus pesquisas, el virrey
convocó al clero a predicar contra la herejía y la infidelidad, y envió advertencias
a los gobernantes españoles de lugares tan distantes com o V enezuela y Cuba.
El virrey y los oidores pronto se convencieron de que los tres hechos (los
pasquines, la im presión de los D erechos del H om bre y la "conspiración") consti­
tuían sucesos entrelazados, si no partes de un plan integral para una sublevación
republicana. El 19 de septiem bre, antes de cum plir un m es de investigaciones,
el virrey inform ó al gobierno real que los cuatro estudiantes au to res de los pas­
quines y "algunos sujetos de m ás edad se proponían p ro p ag ar en todas aquellas
Provincias las perversas m áxim as de la llam ada libertad por los Franceses; h a­
ciendo este encargo a diferentes colegiales, y otras personas, de las cuales había

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H ist o r ia d i : C o l o m b ia . í ’ a is i R A C M iM A rx i, s c x il d a d d i \ id id a 135

algunos ya en las P ro v in cias... Parece que eran ya bastantes los coligados y que
se lisongeaban d e co n tar para su intento con los Indios", u n a extrem a in terp re­
tación de alg u n as conversaciones casuales en el Rosario. El virrey siguió: "La
principal causa d e esta in ten tad a sublevación, parece, que era el odio que tienen
ios criollos a los E u ro p e o s...". En cuanto a N ariño, según el virrey, su peligro­
sidad se confirm ó p o r el descubrim iento entre sus efectos de m uchos indicios
de entu siasm o rep u b licano, incluyendo un dibujo de u n obelisco con la leyenda
"Libertas nullo ven d itu r auro" ("La libertad no se vende a n in g ú n precio").
La preo cu p ació n del virrey y los oidores se enfocó com pletam ente en
el peligro francés; p u siero n poca atención a la influencia d e la joven república
norteam ericana, a p esar d e q u e el entusiasm o de los ilustrados p o r estas dos
repúblicas se ex p resab a en m ás o m enos partes iguales. O bviam ente, el hecho
de qu e E spaña ya estaba en g u erra con la R evolución francesa influía en este
enfoque. En la m ism a com unicación del 19 de septiem bre, el virrey notó que sus
corresponsales en C uba y V enezuela habían expresado el tem or d e que a través
d e los ríos de V enezuela y la N ueva G ranada, podría llegar ay u d a m ilitar de los
franceses a los su b lev ad o s criollos.
Los sucesos d e 1794 revelaron los sentim ientos d e debilidad y v ulnerabili­
dad de los g o b ern an tes, así com o u n a brecha satu ra d a de antagonism o y descon­
fianza en tre los "esp añ o les europeos" y los "españoles am ericanos". Tem eroso
de un a sublevación, el virrey puso en alerta a la tro p a y prohibió el ingreso de
criollos a los cuarteles. En la investigación judicial, los oidores de la A udiencia
solo confiaron en la ay u d a de españoles europeos. A llanaron las residencias de
los criollos en busca de arm as y las de los intelectuales criollos en busca de li­
bros peligrosos. La sospecha g eneralizada de los funcionarios contra todos los
criollos ag ravió al cabildo d e Santa Fe, d o m in ad o p o r estos. Este cuerpo se quejó
de qu e el go b ierno virreinal im p u g n ab a sistem áticam ente la reputación de los
patricios m ás resp etab les, com o preferían au to d en o m in arse los criollos notables.
Los tem ores y resen tim ientos en tre criollos y peninsu lares pro n to encontrarían
una nu ev a exp resió n cu an d o el virrey, actu an d o a petición de los españoles d e la
ciudad , an u ló la elección hecha por el cabildo de dos alcaldes criollos y acom odó
a un p en in su lar en u n o de los dos cargos. Los oidores de la A udiencia declara­
ron q u e no p o d ían confiar en que los alcaldes criollos su m in istrarían la ay u d a
policial req u erid a.
M ientras tanto, los oidores som etían a toda suerte de tratam ientos arb i­
trarios a los im p licad o s en el juicio a N ariño y a los estu d ian tes sospechosos. En
su juicio, N ariñ o d efen d ió la im presión de los D erechos del H om bre señalando
que los p rin cip io s d e la soberanía p o p u lar ya habían sido publicados en p erió ­
dicos españoles, e incluso algunos por p arte de uno de los oidores de la m ism a
A udiencia. M ás g rav e aún, los oidores se en teraro n de que la defensa de N ariño
estaba siendo co p iad a e iba a circular en tre la elite criolla. Inm ediatam ente, sin
juicio, en v iaro n el ab o g ad o d e N ariño, su cu ñ ad o José A ntonio Ricaurte, a sufrir

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136 M a r l :o P a i .ack .is - P r a n k S a i k i r d

prisión en C artagena. Por eso no so rp ren d e que ningún otro abogado quisiera
hacerse cargo de la defensa de N ariño. (Años después, Ricaurte m oriría prisio­
nero en C artagena, sin haber sido acusado ni juzgado). N ariño fue sentenciado a
diez años de prisión en África, al exilio p erp etu o y a la confiscación de todos sus
bienes. El im presor recibió una condena de tres años y la prohibición de ejercer
su oficio.
En el caso de los pasquines y la su p u esta conspiración, los oidores encar­
celaron a m uchos jóvenes criollos; sin acusarlos, los som etieron a intim idación y
al m enos dos de ellos sufrieron tortura. Los oidores dieron fe a cualquier ev id en ­
cia au n q u e fuera solo de oídos. D espués de pasar dos años en la cárcel de Santa
Fe, los tres estu diantes criollos de los pasquines recibieron condenas entre seis
y ocho años de prisión en el M arruecos español, seguidos del exilio perpetuo.
O tros diez sospechosos del supuesto com plot, au n q u e nunca fueron juzgados,
fueron enviados a cárceles de España, aduciendo que, en razón de sus relaciones
santafereñas, no podían m antenerse bajo seguridad en la ciudad, adem ás de que
sus conversaciones p o drían corrom per a sus guardianes. Tam bién adujeron los
oidores que, dadas las contradicciones en los testim onios de los sospechosos,
sería necesario aplicarles la tortura, lo cual no podría hacerse bien en Santa Fe
sin exasperar a la población local y provocar una reacción. (También explicaron
el fracaso en extraer pruebas irrecusables en las to rtu ras ya ad m in istrad as por
"falta d e aparentes instrum entos").
Los jueces enviaron a Francisco A ntonio Zea a una cárcel española, a pe­
sar de qu e adm itieron que no tenían pruebas contra él. Explicaron q u e lo habían
m an d ad o fuera del virreinato, "aten d id a su instrucción e íntim a am istad" con
N ariño y Rieux, y porque era "u n o de los m ás nocivos y perjudiciales de este
Reyno". Zea estuvo cinco años preso, seguidos de diez años de exilio en España.
En 1800, el Consejo de Indias, con palabras que alababan el celo del virrey y la
A udiencia, claram ente reconoció que estos, influidos por las circunstancias del
m om ento, habían reaccionado de una m anera excesiva. En el acto el Consejo
declaró libres a todos los prisioneros de la su p u esta conspiración granadina. Sin
em bargo, en 1806, estos neogranadinos todavía estaban en España solicitando
perm iso para regresar a su tierra.
C uriosam ente, los oidores no hicieron causa contra dos de los hom bres
m ás im portantes sospechosos de la supuesta conspiración: José C aicedo y Fló­
rez y José M aría Lozano. En el caso específico de Lozano, explicaron que se ha­
bían abstenido de perseguirlo por ser teniente coronel de milicias y adem ás un
gran terrateniente. Probablem ente sim ilares consideraciones obraron en cuanto
a Caicedo.
N o se sabe hasta qué p u n to había una conspiración. Parece claro que al­
gunos criollos m ás o m enos ilustrados de Santa Fe se entusiasm aron por la re­
volución norteam ericana y la C onstitución republicana de Filadelfia. Tam bién
algunos se sentían atraídos por los principios anunciados por la Revolución

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: lisifiRJA d i; C o l o m b ia , í ’ a is f k a c m l n v a íx ), soc ' ii d a d d iv id id a 137

francesa. Pero en la investigación no salió n in g u n a evidencia convincente de un


com plot para u n a sublevación, solo algunas conversaciones sobre lo que acaso
podría suceder. En to d o caso los testim onios de la p esquisa ofrecen u n a m uestra
interesante del bagaje intelectual d e los estu d ian tes n eo g ranadinos de la últi­
m a década del siglo xvm. Al parecer, a diferencia de N ariño, los estu d ian tes no
disponían de m ucho m aterial de lectura para alim entar sus pensam ientos. Sin
em bargo, circulaba en tre ellos la noción d e que los conquistadores españoles
fueron unos u su rp a d o res q u e trataro n con cru eld ad a los indígenas. Sabían que
los escritos de Las C asas estaban prohibidos p o r sus condenas a la C onquista,
pero alegaban qu e n in g u n o había leído sus trabajos. Los estudiantes, con segu­
ridad, fueron estim u lad o s p o r la R evolución francesa y esp erab an vagam ente la
im plantación de u n sistem a republicano. Y se p re g u n ta b an si p o d ría repetirse
algo com o el m ovim iento com unero.
La rebelión co m u n era tam bién tuvo resonancia en la m ente de A ntonio
N ariño. Al llegar a C ádiz escapó y se dirigió a M adrid, con esperanzas de recibir
un p erd ó n real. E nterado de las pocas p robabilidades de obtenerlo y tem iendo
su captura, viajó a Francia, d o n d e conversó con otros exiliados h ispanoam erica­
nos. De allí se dirigió a In glaterra y le planteó al gobierno británico u n a posible
a y u d a a u n m ovim iento d e independencia, pero se d isg u stó cu an d o concluyó
que los británicos q u erían tom ar el lugar de los españoles com o am os coloniales.
En 1797 regresó secretam ente a la N ueva G ranada. Su com portam iento m os­
traba u na acusada am bivalencia ante la a u to rid a d española. A ún esperaba una
am nistía real. Pero m ien tras ag u a rd ab a tan buenas noticias, em pezó a investigar
tas posibilidades de un levantam iento en G uanentá, la tierra de los C om uneros.
D isfrazado, a veces de cura, viajó por los cam inos m enores de las provincias del
norte, to m an d o la tem p eratu ra política y co n versando especialm ente con los sa­
cerdotes, cuya influencia consideraba de gran im portancia. H alló que la alcabala
todavía fastidiaba al p ueblo p o rq u e se recaudaba rig u ro sam en te sobre bienes
de m uy poco valor. La traición de la clase alta local en 1781, que salvó el pellejo
a costa de los pobres, todavía encendía la m em oria p opular. Tam bién se recor­
daba con ira la rep resió n q u e siguió al m ovim iento, en especial la suerte d e los
co n d en ad o s a colonizar el istm o de Panam á. N ariño halló al pueblo de G uanentá
"generalm en te desco n ten to", au n q u e d em asiad o ignorante com o para com en­
zar su p ro p ia rebelión.
N ariño elaboró con cierto detalle un plan insurreccional. En m uchos as­
pectos, era un esquem a de n atu raleza caudillesca que llegaría a encontrarse a
veces en la era republicana posterior. Según N ariño, la rebelión debería em pezar
en el cam po, no en la capital. El reclutam iento del pueblo cam pesino se facilitaría
p o rq u e sería una in terru p ció n bienvenida al tedio d e la vida rural. Las gentes
d e la ciu d ad no se en tu siasm arían tan fácilm ente. En todo caso, había tropas
en Santa Fe y, com o ya lo sabía p o r experiencia propia, cualquier com plot en
la capital sería rá p id a m en te descubierto. N ariño pensaba ir a P alogordo, entre

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138 M arco F ai ac k is - I tcank S a i fo rd

Barichara y Sim acota, en d o n d e había cuadrillas de hom bres tem ibles que p o ­
drían ganarse con "prom esas". Con estos se presentaría en un pueblo el día de
m ercado para ganar m ás adeptos. Luego escribiría a los cabildos y a los curas
de la provincia para au m en tar el apoyo. Por supuesto, N ariño tenía la in ten ­
ción de tom arse las oficinas locales de recaudación de im puestos. Calculó que
en la región circundante podría m ovilizarse una población de 70.000 personas.
Las tropas de la capital no p o d rían vencerlos; no estaban fam iliarizadas con el
terreno ab ru p to de estas provincias y la ayuda m ilitar de C artagena no podría
llegar ráp idam ente, si es que llegaba, porque España estaba de n u ev o en guerra
con Inglaterra. N ariño creía que, au n sin arm as de fuego, sus reclutas podrían
enfrentar a las tropas reales tom ando el control de las cabuyas, q u e eran el único
m edio de cru zar los p ro fu n d o s despeñaderos de los ríos de la región.
Sin em bargo, después de esta labor de reconocim iento y preparación,
N ariño continuó am bivalente. N o se convencía del cam ino insurgente, quizás
po rq u e no sentía que el apoyo de los curas locales era suficiente. Solo dos m os­
traron abierta sim patía y uno estaba dispuesto a colaborar siem pre y cuando la
religión no fuera atacada. N o obstante, algunos otros aceptaron los panfletos
ofrecidos p or N ariño, entre estos el Contrato social de R ousseau y u n a copia d e la
C onstitución francesa. En todo caso, N ariño regresó a Santa Fe y lo confesó todo
prim ero al arzobispo y luego, cuando este lo delató, al virrey. C onfiaba en la cle­
m encia desp u és de su confesión com pleta, pero las au to rid ad es lo consideraron
dem asiado peligroso para ser liberado y perm aneció preso hasta 1803, cuando
fue puesto en libertad solo po rq u e parecía estar m uriéndose.
A ntonio N ariño era u n hom bre singular. No p u ed e decirse q u e tipificaba
la elite criolla; pero su trayectoria arroja luz sobre el estado de ánim o de la socie­
d ad colonial en las postrim erías del siglo xviii. La crisis de 1794-1795 puso a las
elites criollas a recordar la rebelión com unera de 1781 y p ro fu n d izó el antago­
nism o en tre los criollos ilustrados y los gobernantes españoles, au n q u e esto no
pareció afectar dem asiado su lealtad al rey. El pueblo, al m enos en las provincias
del norte, com o descubrió N ariño, continuaba descontento con los im puestos
coloniales. Con el liderazgo criollo, podría ser llevado a la rebelión. Los fu n ­
cionarios de la C orona tam bién tenían presente, y vividam ente, el precedente
com unero. Tem ían que no p odrían contener otra insurrección, no solo p o r la
debilidad de las fuerzas arm adas, sino p orque quizás pocos criollos acudirían
en apoyo del gobierno.
La creciente desunión entre las autoridades españolas y las elites criollas
se hizo patente en dos respuestas diferentes a la crisis de la década de los años
1790. En 1796, M anuel del Socorro R odríguez escribió una carta a M anuel Godoy,
el llam ado "Príncipe de la Paz" y el poder detrás del trono español. Le advertía
el ferviente realista R odríguez que en la N ueva G ranada "el espíritu de in d e­
pendencia y libertinaje" iba "echando cada día raíces m ás p ro fu n d as" y el ejem ­
plo de Estados U nidos y del sistem a republicano era cada vez m ás llam ativo.
A tribuía la alienación am ericana del sistem a español a m uchos m ales, incluido

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[ hbl'ORIA OK G h .O M U IA . Í ’a IS 1-RACM I:.\) A r x \ SCX'U-DAO DJ\ ID!0A 139

el "d esp recio " q u e el clero dem ostraba por los pobres y el com portam iento de
los funcionarios de provincia, que solo buscaban enriquecerse. Subrayaba, a d e­
m ás, la exclusión de los españoles am ericanos de los cargos de gobierno. A no­
tó la "ex asperación" en los "esp íritu s am ericanos" p o r la d u re za con que eran
trata d o s y m ucbo m ás abora, cu an d o sabían que varios m agistrados europeos
"aconsejaron y siguen aconsejando" q u e no se nom brasen am ericanos en p u es­
tos gubern am en tales. A u n q u e babía m uchos am ericanos in stru id o s e idóneos
para asu m ir resp o n sab ilid ad es de gobierno, eran d esd eñ ad o s por quienes con­
trolab an el sistem a. C u an d o se daba preferencia a españoles ignorantes sobre
am ericanos ilustrad o s, tales españoles se convertían en objeto de la m ofa de los
am ericanos, q u ien es p erd ía n la fe en el gobierno español. Si E spaña deseaba
v olv er a g an a r y m an ten er la lealtad de los hispanoam ericanos, debía n om brar a
los m ejores d e ellos en los cargos altos.
La brecha de actitu d es en tre los gobernantes españoles y los h isp an o a­
m ericanos g o b ern ad o s se aprecia en otra carta que el virrey Ezpeleta, el p atró n
d e R odríguez, envió el m ism o año de 1796 a G odoy. En esta carta Ezpeleta re­
co m en d ó un a política co ntraria a la que pedía su p ro teg id o criollo R odríguez.
H a b lan d o en n o m b re de los oidores de la A udiencia y del arzobispo, Ezpeleta
sugería u n a política cu id ad o sa que favoreciera a los españoles sobre los h isp a­
noam ericanos com o u n m edio de retener el m ando en las colonias, aduciendo
la lealtad de los p eninsulares. Así pues, en la década de los años 1790 ya era
e v id en te el sen tim ien to de alienación de n um erosos criollos educados. Pero las
conclusiones d e estos y d e m uchos funcionarios españoles en cuanto a qué debía
hacerse al respecto co n trastaban radicalm ente.

L a v ísper a d e la I n d e pe n d e n c ia

La crisis d e 1794-1795 hizo b ro tar el descontento criollo con el régim en es­


pañol y la exasperación contra los españoles en general. Sin em bargo, en épocas
apacibles estos sen tim ien tos ten d ían a debilitarse, pues prim ab an de nuevo los
lazos d e fam ilia y am istad en tre criollos y españoles, así com o sus relaciones co­
m erciales o profesionales. ¿H asta qué p u n to existió en 1800-1808 un fundam ento
para la gestación de un m ovim iento de independencia, fuera de la desconfianza
m u tu a in d u cid a tem p o ralm ente por las crisis entre las a u to rid a d es españolas y
los in m ig ran tes hispanos, p o r una parte, y las elites criollas, p o r otra? ¿Existió
tam b ién un fu n d a m e n to positivo para el nacionalism o, en cuanto sentim iento
c o m p artid o d e id en tid ad con la N ueva G ran ad a com o lu g ar geográfico y com o
pueblo? Los sucesos de 1810 y posteriores dejarían en claro q u e las id en tid ad es
locales y provinciales seguían siendo fuertes; no obstante, por lo m enos en alg u ­
nos criollos ilu strad o s sí parece haberse d esp e rtad o u n sentim iento incipiente de
id en tid a d n eo g ran ad in a antes de finalizar el periodo colonial.
El m u ch as veces citado Imagined Com m unities, de B enedict A nderson,
sostiene q u e los periódicos del p eriodo colonial tardío, publicados en la N u e­

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140 M \K C O I^AI.AC U>5 - F r a S K SA t fO R n

va G ranada entre 1791 y 1810, contribuyeron a desarrollar u n sentim iento de


com unidad com partida entre las elites criollas de d iversas regiones. Pero los
periódicos no fueron el único vínculo entre las diversas regiones. Los estudios
universitarios en los colegios de Santa Fe reunieron a estu d ian tes de distintas
provincias y forjaron relaciones que luego se afianzaron m ed ian te la correspon­
dencia privada. Com o m edio de com unicación, los periódicos contaban con
una limitación: m ientras la au to rid a d virreinal perm aneciera intacta, la prensa
evitaba publicar com entarios políticos que p u d iera n in terp re tarse com o críticos
del ord en existente. Sin em bargo, este tipo de conversaciones políticas sí parece
haber sido frecuente, sobre todo en las tertulias, en d o n d e se leían y discutían
periódicos europeos que incluían com entarios políticos m ás abiertos. A unque
no existe m ucha evidencia al respecto, es probable que, hasta cierto punto, las
ideas que se intercam biaban en las tertulias llegaran a otras localidades a través
de la correspondencia privada, incluido el envío de periódicos y libros foráneos.
Así y todo, la p rensa del periodo colonial tardío de la N ueva G ra n ad a sí cum plió
una función im p ortante al servir de m edio de expresión del creciente interés de
la elite criolla en su país y en su potencial económico.
Uno de los aspectos de ese sentim iento de identificación con su tierra fue
un cierto interés por la cultura nativa, que se expresó en varios artículos publica­
dos en el Papel Periódico en 1793. Pero el papel m ás im p o rtan te en el fom ento de
un patriotism o incipiente le correspondió a la Expedición Botánica, que reunió
a criollos ilustrados de diversas provincias en torno a u n proyecto com ún, y
estim uló su interés en la geografía, los recursos y el potencial económ ico de la
N ueva G ranada. Este interés ya era evidente en los artículos del Papel Periódico
(1791-1797), pero encontró su m áxim a expresión en el Semanario del N uevo Reino
de Granada (1807-1810), de Francisco José de C aldas, en el q u e se publicaban des­
cripciones geográficas de varias provincias, así com o artículos sobre potenciales
cultivos agrícolas y productos forestales. El propio C aldas hacía énfasis en el
com ercio y en el potencial agrícola, y vaticinaba que, con costas tanto sobre el
A tlántico com o sobre el Pacífico, la N ueva G ranada estaba d estin ad a a ser un
em porio com ercial entre Asia y Europa.
Com o respuesta a la política de libre com ercio que im p eró en las décadas
de los años 1770 y 1780, así com o a las iniciativas de la E xpedición Botánica, las
regiones interiores de la N ueva G ranada com enzaron a interesarse m ás por la
exportación, despachando prim ero cantidades relativam ente p equeñas de cor­
teza de quina a com ienzos del decenio de los años 1780, y m ás tard e algodón y
añil del Socorro, a fines del decenio de los años noventa y com ienzos del siglo
XIX. Estas exportaciones del interior reforzaron el com ercio ya existente de cue­
ros y palos de tinte de la costa caribeña, y de cacao cultivado en el valle del Bajo
M agdalena.
Este p erio do de crecim iento m odesto en las ex p o rtacio n es agrícolas vino
aco m p añ ad o del su rg im ien to de un liberalism o económ ico consciente. P edro

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H ist o r ia d l C o i .o m b i a . P a ís FRACMF.WArxT, s o c u 'o a d d iv id id a 141

Ferm ín d e V argas, escribió a com ienzos d e la décad a d e los años 1790 varios
ensayos en los q u e p ro p u g n a b a el d esarro llo económ ico d e la N u ev a G ra n ad a
y criticaba los im p u esto s y los m o nopolios coloniales q u e re strin g ía n las e x p o r­
taciones. En 1797, A n to n io N ariño, am igo de V argas, tam b ién le aconsejó al v i­
rrey P ed ro d e M en d in u eta sobre la inconveniencia d e tales cargas trib u tarias.
Los virrey es d e fines del siglo xviii, E zpeleta (1789-1796) y su sucesor, M en­
d in u eta (1797-1803), fo rm u laro n políticas económ icas rela tiv a m e n te liberales.
A m bos criticaro n los m o n o p o lio s g u b ern am en tales sobre p ro d u c to s e x p o rta ­
bles y p ro p u s ie ro n red u ccio n es d e los im p u esto s sobre estos. Las tendencias
económ icas liberales, q u e en la d écad a de los años 1790 p arecían en interés
del p ro p io sistem a colonial, fu ero n re fo rza d as d u ra n te el p rim er decenio del
siglo XIX, c u a n d o co m en z aro n a circular en tre alg u n o s m iem bros de la elite las
ideas de A d am Sm ith. El m ás n otable d e aquellos fue José Ignacio d e Pom bo,
el líder in telectu al d el g rem io d e com erciantes de C artagena. Sin em bargo, las
ideas de S m ith tam b ién estab a n p e n e tra n d o en las p rovincias del in terio r neo-
gran ad in o .
El in terés creciente en la exportación de p ro d u cto s tropicales y el oxíge­
no de las ideas económ icas liberales resultaron ser u n a m ezcla explosiva, sobre
todo cu an d o las esp eran zas neo g ran ad in as en el desarrollo com ercial se vieron
fru strad as p o r la g u erra crónica en tre G ran Bretaña y E spaña (1796-1802,1805-
1807). El peligro político q u e planteaba la incapacidad de España de proteger
el com ercio h isp an o am erican o fue especialm ente evidente d u ra n te la g uerra
con Inglaterra en tre 1805 y 1807. El breve periodo de p az en tre E spaña y G ran
Bretaña, en 1802-1804, había perm itido q u e se triplicaran las exportaciones de
algodón, cacao, cueros y palos de tinte. Parece que en esta expansión com ercial
p articip aro n tan to los com erciantes del interior com o los de la costa. D ebido a las
esperan zas q ue suscitó esta experiencia, la renovación de la guerra en 1805 tuvo
un im pacto d e v a sta d o r en los ex p o rtad o res neogranadinos.
Las consecuencias de la in terrupción del com ercio p o r causa de la guerra
se evidencian en u n a carta escrita p o r José A cevedo y G óm ez, un com erciante y
regid o r del cabildo d e Santa Fe, el 19 de julio de 1810, u n día antes de su llam ado
a los san tafereñ o s p ara sublevarse contra el régim en español. A cevedo recor­
daba en la m isiva q u e d u ra n te la guerra con G ran Bretaña, en 1805-1807, había
p erd id o 120.000 pesos, el fruto de 20 años de trabajo. Según él, el culpable era el
gobierno, p u esto q u e al no p o d er hacer llegar sus em barques a España, el virrey
tam poco p erm itía.el com ercio con los neutrales del Caribe. C om o consecuencia
perd ió su s in v en tario s de corteza de quina, se dañ ó su cacao y el algodón q u e
enviara a C ádiz p o r req u erim iento del gobierno fue ca p tu rad o p o r " u n poderoso
enem igo en la m ar". Así, decía, "este gobierno bárbaro ha dejado a perecer mi
fam ilia". A cevedo concluyó que estaba d isp u esto a p e rd e r los fondos que aú n
tenía en E spaña, "co n tal de q u e mi patria corte la cadena con que se halla atad a
a esa P enínsula, m an an tial p erenne de sus tiranos".

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U2 M arco P a i .a c r is - F k a n k S a u o r d

Esta carta, escrita en los agitados días de julio de 1810, refleja el calor de
las em ociones del m om ento. Pero no todo fueron frustraciones para los criollos
en las décadas que antecedieron a 1810. En m uchos aspectos, fueron años de
relativa p ro sp erid ad económ ica. La m inería del oro se expandió en los últim os
decenios del siglo xviii. Es probable que la producción total de oro en el occidente
se haya increm entado en m ás del 70 por ciento entre 1770 y 1800. En A ntioquia
la extracción de oro creció aú n m ás rápido, pues entre 1750 y 1780 se duplicó,
y entre 1780 y 1800 se triplicó y hasta más. {Véase cuadro 5.2). En particular,
el crecim iento económ ico en A ntioquia tuvo u n efecto positivo en la región de
G uanentá, que abastecía a los antioqueños de textiles de algodón. En la región
de G u anentá la población au m entó notoriam ente y el recaudo de diezm os se tri­
plicó entre 1780 y 1810. En las dem ás regiones orientales relativam ente pobladas
de la N ueva G ranada tam bién se produjo una expansión económ ica, au n q u e
m ás grad u al y v ariada según la localidad.
A principios del siglo xix, la relativa prosperidad inducida por el creci­
m iento de la econom ía interna y la m odesta expansión de las nuevas exportacio­
nes era perceptible, por lo m enos en algunos lugares del virreinato. Al finalizar
su m andato en 1803, el virrey P edro de M endinueta dijo que el cuadro som brío
de la N ueva G ranada que había pintado el arzobispo-virrey en 1789 ya no existía.
Caballero y G óngora había descrito u n país que estaba "absolutam ente despobla­
do, sin agricultura ni industria, sin com ercio ni com unicaciones... q u e abunda
de gentes m íseras, de holgazanes y facinerosos". M enos de quince años después,
M endinueta percibió un país m uy distinto. La N ueva G ranada de M endinueta
tenía m uchos pueblos en auge, com o los puertos de M om pox y H onda sobre el
río M agdalena; M edellín, el epicentro comercial de las florecientes m inas de oro
antioqueñas; San Gil y el Socorro, los pueblos de tejedores del G uanentá, y San
José y el Rosario de C úcuta, d onde se cultivaba cacao para la exportación y el
consum o interno. La N ueva G ranada, reportó M endinueta, no había sufrido por
largo tiem po escasez alguna de alim entos y, debido a la prosperidad, los ingresos
fiscales habían aum entado.
A pesar de la frustración que produjo la interrupción del com ercio en
épocas de guerra, en la década anterior a 1810 las elites criollas no parecen
haber estado m uy descontentas con el gobierno español. El estado de ánim o de
los criollos m ás políticam ente despiertos de la últim a década colonial se puede
detectar en las cartas de un prim o socorrano de Acevedo, M iguel Tadeo Góm ez.
G óm ez estaba entre los estu d ian tes m encionados en el proceso de la "conspi­
ración" de 1794, y en 1810 surgió com o uno de los m ás firm es p artidarios de
la in d ep en d en cia en la provincia del Socorro. Pero el tono y el contenido de su
correspondencia entre 1801 y 1808 distaban de ser revolucionarios. N acido en
San Gil en 1770, descendiente de tem pranos colonizadores del G uanentá, G ó­
m ez estudió en el Colegio del Rosario de Santa Fe y posteriorm ente pasó a servir
com o em pleado de las oficinas de im puestos en Popayán y después en el Socorro.

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[ ll'.TdRIA Df G )1 í)M IÍIA , I ’ a)^ IKAC.M IN 1AD. i, :.X,-D!FDAn DIVIDIDA 143

LA VISIÓ N DE FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS: EL NUEVO REINO DE GRANA­


DA COM O EM PORIO COM ERCIAL (DICIEMBRE DE 1807)

"La posición geográfica de la N ueva G ranada parece que la destina al comercio del
universo. Situada bajo de la línea a iguales distancias del Méjico y California por el
Norte, como del Chile y Patagonia por el Sur, ocupa el centro del nuevo continente. A
la derecha tiene las riquezas septentrionales, a la izquierda todas la producciones del
M ediodía de la América. Con puertos sobre el Pacífico y puertos sobre el Atlántico, en
m edio de la inmensa extensión de los mares, lejos de los huracanes y los carámbanos de
las extremidades polares de los continentes, puede llevar sus especulaciones mercantiles
desde donde nace el sol hasta el ocaso. Mejor situada que Tiro y que Alejandría, puede
acum ular en su seno los perfum es del Asia, el marfil africano, la industria europea, las
pieles del Norte, la ballena del M ediodía, y cuanto produce la superficie de nuestro
globo. Ya me parece que esta colonia afortunada recoge con una m ano las produccio­
nes del hemisferio en que dom ina la Osa, y con la otra la del opuesto; me parece que
se liga con todas las naciones, y que lleva al polo los frutos de la línea, y a la línea las
producciones del polo. Convengamos: N ada hay mejor situado en el viejo ni el nuevo
M undo que la N ueva Granada. No nos deslum brem os con las riquezas de Méjico, ni
con la plata del Potosí. N ada tenem os que envidiar a estas regiones tan poderadas...
"La N ueva G ranada tiene en su arbitrio m andar sus buques a la China y a la Europa,
a la Groenlandia y a Kamtschatka, sin tocar con aquellas puntas borrascosas que tanto
retardan el comercio de las naciones. Ésta es nuestra situación, y éstas son las relaciones
que tenemos con todos los pueblos de la tierra. Volvamos ahora nuestros ojos sobre
nosotros mismos, registrem os los departam entos de nuestra propia casa, y veamos
si la disposición interna de esta colonia corresponde al lugar afortunado que ocupa
sobre el globo".

Fuente: "E stado d e la G eografía d el V irreinato d e Santa Fe d e B ogotá, con relación a la eco n o m ía
y al com ercio" , por D o n F rancisco José d e C ald as, in d iv id u o m eritorio d e la E xp ed ición Botánica
d el R eino, y en ca rg a d o d el O b servatorio A stron óm ico d e esta cap ital, Santa Fe, d iciem b re 8 d e
1807, reim p reso en: d e C ald as, F rancisco José, Semanario de la N ueva Granada, París, 1849, pp. 7-8.

A dem ás d e cu m p lir sus deberes com o a d m in istra d o r de im puestos, G óm ez se


dedicó a la especulación m ercantil, desd e la venta de tejidos del Socorro a otras
prov in cias d e la N u ev a G ra n ad a hasta la exportación de palos de tinte y quinas.
Bien consciente d e su aislam iento provincial, participó sin em bargo en la vida
intelectual de la época. En 1803 acom pañó a José C elestino M utis en uno de sus
e stu d io s y m ostró especial interés en el d escubrim iento de u n su p u esto híbrido
p ro d u c to de una cabra y un venado. (¿Podría tal híbrido procrear, o sería com o
la m uía?).

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144 M \KCO P a I.AÍ - f-RANK SAi rORO

De su am igo José Joaquín Cam acho, el corregidor criollo de Pam plona, G ó­


m ez tomó prestadas las obras de figuras de la Ilustración francesa tales com o Con-
dorcet y Condillac y tam bién el inform e sobre la ley agraria de G aspar M elchor de
Jovellanos, el cual le despertó tal entusiasm o que lo copió todo. T am bién se fam i­
liarizó con las obras de A dam Sm ith y habló en 1807 de p roponerle al gobierno
virreinal u n plan de reform a basado parcialm ente en las doctrinas de Jovellanos
y Smith. El roce de G óm ez con la Ilustración, sin em bargo, dejó intacta su fe reli­
giosa. Tem eroso de la viruela y otros m ales que habían m atado a sus hijos, buscó
ah u y en tar el peligro m ediante la realización de votos en el san tu ario de N uestra
Señora de C hiquinquirá.
Sin em bargo, en 1807, ciertos indicios de frustración com enzaron a oscu­
recer las aspiraciones de G óm ez. A hora sentía que "los oficiales reales son en
la actualidad m is contrarios" y preferían "colocar a los que son de su am año".
Tam bién advirtió a su am igo José Joaquín C am acho (recientem ente rem ovido de
su cargo de corregidor en P am plona) que si, com o se esperaba, se im plantaba el
sistem a de intendencia en la N u ev a G ranada, las o p o rtu n id ad es de los criollos
de obtener cargos en el gobierno se lim itarían aú n más. Com o em presario d ed i­
cado a la exportación, en baja escala, d e productos tropicales, G óm ez ya estaba
anticipando en 1807 la posibilidad de un régim en de com ercio totalm ente libre.
Pidió a C am acho inform ación sobre las posibilidades com erciales en la p rovin­
cia de P am plona y en especial se p re g u n tó qué ocurriría si hubiera total libertad
de enviar pro d u ctos n eogranadinos desde cualquier puerto, en intercam bio por
bienes extranjeros. Infortunadam ente, a m ediados de 1808 y com o su prim o de
Santa Fe, José A cevedo y G óm ez, M iguel Tadeo G óm ez ya había p erd id o el fruto
de diez años de esfuerzo exportador.
M ientras que en la prim era década del siglo xix el apetito p o r u n com ercio
exterior irrestricto y las influencias del liberalism o económ ico se hacían m ás evi­
dentes, un cam bio dram ático en el sistem a tendría aún que esperar los aconteci­
m ientos en la m etrópoli española. En 1808 N apoleón se tom ó E spaña y a su rey,
poniendo en d u d a la au to rid a d de los españoles que gobernaban las colonias.
Con la crisis del Im perio, la tirantez y la profunda desconfianza en tre españoles
y criollos, ya puesta en evidencia en 1781 y 1794-1797, volvió a surgir.

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