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De las reformas para

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evitar revoluciones a las
“reformas” neoliberales

6.1. América Latina entre el desarrollo,


la modernización y la revolución
Durante la década del sesenta despuntan las primeras reacciones a los proce-
sos de radicalización política y movilización social y laboral acelerados tras
la Revolución cubana. Ya en 1961, la administración de John Kennedy pro-
mueve la Alianza para el Progreso, adoptada como programa por la Orga-
nización de Estados Americanos en Punta del Este y promovida en diversos
países como Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, México, Venezuela
y Perú. Consiste en un programa de cooperación para acelerar la moderniza-
ción y el desarrollo en los países latinoamericanos. Promoviendo programas
de reformas sociales, fundamentalmente en el campo, se busca evitar el esta-
llido de focos de descontento que emularan la experiencia cubana.

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América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

En agosto de 1961 los gobiernos miembros de la Organización de Es-


tados Americanos formalizan la constitución de la Alianza para el Progre-
so. En la Carta de Punta del Este, manifiestan el objetivo de aunar volun-
tades para “realizar un gran esfuerzo cooperativo que acelere el desarrollo
económico y social de los países participantes de la América Latina”, para
obtener el “máximo grado de bienestar con iguales oportunidades para
todos, en sociedades democráticas que se adapten a sus propios deseos y
necesidades”.
Para ello, plantean un crecimiento no inferior al 2,5 % anual per cápita y
una distribución equitativa del ingreso que elevase rápidamente los ingresos
y niveles de vida de los sectores más desfavorecidos. Postulan la necesidad de
diversificación de las economías para evitar la dependencia de un número
reducido de productos primarios exportables y de la importación de bienes
de capital, al tiempo que recomiendan la “industrialización racional” para
aumentar la productividad global de la economía.
Uno de los puntos más destacados está centrado en las áreas rurales,
donde, al tiempo que se propone aumentar la productividad y la produc-
ción agrícola, mejorando el almacenamiento, transporte y distribución, se
detiene en la necesidad de impulsar programas de reforma agraria integral
para una efectiva transformación de las estructuras y los injustos sistemas de
tenencia de la tierra, para sustituir el régimen latifundista y minifundista,
por un sistema justo de propiedad. Se menciona otro conjunto de medidas
complementarias como crédito, asistencia técnica, comercialización y distri-
bución de los productos.
Otra cantidad de metas muestra la importancia otorgada al mejoramien-
to de las condiciones de vida: alfabetizar, aumentar la esperanza de vida al
nacer, dotar en el siguiente decenio, de agua potable y desagües al 70 % de
la población urbana y al 50 % de los habitantes de las áreas rurales, controlar
y erradicar enfermedades, expandir la salud, programa de viviendas econó-
micas y sustitución de las inadecuadas.
En el tema del comercio exterior, propone el fortalecimiento de acuerdos
de integración económica y la creación de un Mercado Común Latinoa-
mericano. En cuanto al financiamiento, EEUU aportaría mil millones de
dólares durante el primer año y se comprometía a otorgar 20 000 millo-
nes en inversión privada y crédito internacional durante la década siguien-
te, de acuerdo con los planes nacionales de desarrollo que elaboraran los

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r­ espectivos gobiernos. En la preparación y ejecución de estas medidas cobra-


rían preponderancia los equipos de técnicos y expertos.
La constitución de la Alianza para el Progreso evidencia el común diag-
nóstico en torno a la persistencia del atraso y la desigualdad en las economías
latinoamericanas, la injusta distribución de la tierra y las pésimas condi-
ciones de vida de amplias mayorías de la población del subcontinente. Sin
embargo, el momento en que se elabora, en el marco de la profundización
del proceso revolucionario cubano hacia el socialismo, visibiliza el principal
propósito que la anima, la voluntad de evitar la propagación del ejemplo
cubano por América Latina.
En la reunión de agosto de 1961, Ernesto “Che” Guevara, delegado
cubano ante la Conferencia, realiza un extenso discurso donde reseña los
ataques perpetrados por EEUU contra la Revolución cubana desde 1959 y
en esa senda considera que la Alianza para el Progreso ha sido engendrada
contra Cuba y contra la propagación de su ejemplo. Pero el contenido de su
discurso no se detiene en la denuncia sino avanza en visibilizar los resultados
efectivos del proceso revolucionario cubano en términos de crecimiento,
desarrollo, reforma agraria, redistribución de los ingresos, en otros términos,
en el éxito de la planificación económica socialista.
El eje de su intervención está centrado en mostrar los rápidos logros de
la revolución económica y social frente a programas evolutivos de reforma
como el propuesto en esa oportunidad, que no resolverían los problemas de
fondo de los pueblos latinoamericanos, lo que les permitiría convertirse en
países “industriales-agrícolas de una sola vez”. Allí Guevara afirma, con su
acostumbrada elocuencia, que Cuba exporta ejemplo, aunque no exportara
fusiles; pero que el problema de la implantación de “la idea de Cuba” reside
en los persistentes problemas sociales frente a los cuales deberían tomar-
se medidas urgentes de prevención social. De lo contrario –sentencia– tal
como ha planteado Fidel Castro un 26 de Julio, la Cordillera de los Andes
sería la Sierra Maestra de América (Guevara, 1961).
Por la articulación de razones tales como la necesidad de producir re-
formas, por el ejemplo cubano, pero centralmente por el estímulo que esa
experiencia representa para los sectores que en América Latina resisten las
penosas condiciones de trabajo y vida, diversos gobiernos latinoamericanos
suscriben los propósitos de la Alianza para el Progreso en cuanto a promo-
ver el desarrollo económico para frenar la radicalización social. Entre ellos,

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Kubitschek en Brasil, Rómulo Betancourt en Venezuela, Alberto Lleras Ca-


margo en Colombia, Arturo Frondizi en Argentina, Belaunde Terry en Perú
y Eduardo Frei en Chile.
Los países que mayor participación tendrían en la recepción de ayuda en
el marco de la Alianza son Brasil, Colombia, Chile y Bolivia. Si bien el ba-
lance global en términos de crecimiento económico y ayuda destinada a los
programas de reforma se ubican por debajo de los objetivos propuestos, la
Alianza se convierte en una poderosa herramienta de intervención de EEUU
en los países latinoamericanos y a su vez otorga a diversos gobiernos de la
región la posibilidad de avanzar en el camino de la modernización.
En Colombia, el Frente Nacional es un aliado incondicional de EEUU en
su política anticastrista, lo cual permite garantizar el flujo de ayuda externa para
avanzar en sus planes de modernización. En Bolivia se pone de manifiesto el
carácter autoritario del programa de la Alianza para el Progreso, su escaso apego
a las libertades democráticas y su carácter preponderantemente anticomunista.
Allí, durante el gobierno de Paz Estenssoro (1960-1964) los economistas del
desarrollo visualizan a los mineros rebeldes como el principal obstáculo, por lo
cual en las regiones mineras la cooperación internacional se despliega más cla-
ramente con fines políticos. Cuentan con la colaboración del propio gobierno,
que desata la represión contra los mineros de izquierda, en especial comunistas
y trotskistas y sus milicias, todo lo cual conduce a un incremento de la asistencia
económica, policial y militar por parte de EEUU (Field Jr, 2016).
En Chile, con la llegada al poder de Eduardo Frei y la Democracia Cris-
tiana con su promesa de “revolución en libertad”, se hace visible el impul-
so hacia la modernización económica pregonado desde la Alianza para el
Progreso. La Reforma Agraria es una de las políticas prioritarias, aunque su
aplicación en la convulsionada década del sesenta, aunada a un amplio pro-
ceso de sindicalización campesina, tiene resultados inversos a los previstos, al
potenciar la radicalización y movilización en las áreas rurales.
En Brasil, el Plan Trienal que debe aplicarse entre 1963 y 1965, se apoya
en los postulados de la Carta de Punta del Este y su formulación reconoce
una clara inspiración en Celso Furtado y la CEPAL. El Plan intenta com-
binar crecimiento económico, reformas sociales y combate a la inflación,
aunque ya naufraga hacia mediados de 1963, cuando la inflación llega al
25 % en los cinco primeros meses del año. El crecimiento del PIB que es del
5,3 en 1962 cae al 1,5 % al año siguiente (Ianni, 1971; Fausto, 2003, 225).

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La ideología del desarrollo como crecimiento económico autosostenido aso-


ciado a la industrialización, a la incorporación de tecnología, al fortalecimiento
de una elite tecnocrática, a un activo papel del estado y a una fuerte inversión de
capitales extranjeros, se fortalece a lo largo de la década del cincuenta y sesenta
en el interior de América Latina, como resultado de la acción de intelectuales y
agencias específicas, en particular la CEPAL (Comisión Económica para Amé-
rica Latina) de las Naciones Unidas. El argentino Raúl Prebisch, su Secretario
Ejecutivo hasta 1963, reconoce en ese año que las principales ideas plasmadas en
la Carta de Punta del Este se gestan entre los latinoamericanos en años previos,
por lo cual la tendencia a mostrarla como “un plan maestro norteamericano que
debe aplicarse a América Latina” podría traer “implicancias políticas perjudicia-
les” para el “apoyo popular” (Prebisch, 1963). Cuando Prebisch advierte acerca
de esta “apropiación” norteamericana del ímpetu reformista –entendido como
modernización de las estructuras socioeconómicas para evitar la radicalización
política y social–, la lucha entre reforma y revolución está instalada en el sub-
continente.

6.2.  Dictaduras y democracias en América Latina


Las Fuerzas Armadas, por su parte, transitan por un proceso de moderniza-
ción, profesionalización y homogeneización ideológica bajo hegemonía nor-
teamericana (Garretón, 1985). En 1964 los militares brasileños educados en
la Escuela Superior de Guerra y encabezados por Humberto Castelo Branco
abren el ciclo de las nuevas dictaduras –institucionales– en Latinoamérica.
En 1966 en Argentina, el general Onganía llega al poder para producir
transformaciones sin imponerse plazos para la restitución democrática. En am-
bos casos, son las Fuerzas Armadas en tanto institución las que asumen el poder
político, inspiradas en la Doctrina de la Seguridad Nacional, que adopta el prin-
cipio de combatir a un enemigo que se halla dentro de las fronteras nacionales,
el enemigo interno, rompiendo así con la histórica función de custodia de las
fronteras nacionales que han sostenido hasta el momento. El otro denominador
común es el propósito de modernización de las estructuras socioeconómicas, de
promoción del desarrollo económico en regiones aún abrumadas por el atraso.
Ambas cuestiones, seguridad nacional y desarrollo, se anudan en las dictaduras
institucionales de los años sesenta, en particular en Brasil y Argentina.

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El ciclo de dictaduras institucionales continúa y se profundiza durante


la década siguiente. En Uruguay la dictadura se instala en 1973, aunque ini-
cialmente no es un militar sino el mismo presidente del Partido Colorado,
Juan María Bordaberry quien tras disolver las Cámaras queda al frente del
Ejecutivo. En el mismo año, en Chile otro golpe de Estado acaudillado por
el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Augusto Pinochet, pone fin
al gobierno de la Unidad Popular. En 1976 en Argentina, un nuevo golpe
de Estado instala una Junta Militar compuesta por los tres comandantes en
jefe de las Fuerzas Armadas. En Bolivia y Paraguay, las dictaduras de Hugo
Banzer y de Alfredo Stroessner completan el mapa político del Cono Sur, en
el cual predominan las dictaduras institucionales.
En Centroamérica, Guatemala, transita por un proceso dictatorial
­similar entre 1982 y 1985. El común denominador de todos estos procesos
es la magnitud de la violencia represiva desplegada desde el Estado, coopta-
do por unas Fuerzas Armadas formadas ideológicamente en la Doctrina de
la Seguridad Nacional.
En muy pocos de esos países la presencia militar es nueva. En Argen-
tina y Brasil los militares tienen una importante presencia política antes
aún de 1964. En Bolivia, el militar Juan José Torres ha gobernado entre
1970 y 1971 en la senda del “socialismo militar” de Toro y Busch y del
nacionalismo revolucionario de los años cincuenta y en Perú el también
militar Juan Velazco Alvarado ha conducido entre 1968 y 1975 un proceso
de modernización autoritaria que incluiría un amplio programa de reforma
agraria. Otros países de América Latina en los años setenta como Ecuador,
El Salvador, Nicaragua y Honduras se encuentran gobernados por militares.
Durante los años ochenta, el mapa político latinoamericano se va trans-
formando. A lo largo de toda la década se instalan en la región democracias
tuteladas o condicionadas, profundamente transformadas tras las experien-
cias dictatoriales de los sesenta y setenta, en las cuales la crisis económica, la
crisis política y la recomposición de los sectores obreros y populares serían
los procesos fundamentales. El agravamiento de la crisis a lo largo de la
década y la agudización de tensiones sociales irresueltas, conduce a la ge-
neralizada adopción por parte de los gobiernos latinoamericanos durante
la década del noventa de planes de ajuste neoliberal, reformas estructurales
con un contenido radicalmente diferente a las formuladas cuatro décadas
antes.

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6.3. Las dictaduras de los sesenta: seguridad


nacional, contrainsurgencia, desarrollo
En los años sesenta, desarrollo y dictaduras convergen en diversos países de
América Latina. Son los casos de dos dictaduras institucionales, donde las
Fuerzas Armadas como institución se hacen cargo del poder político, como
Brasil y Argentina.

6.3.1. Los militares brasileros, seguridad nacional


y desarrollo
Brasil abre el ciclo de las denominadas nuevas dictaduras. El golpe viene allí
a interrumpir la experiencia reformista de João Goulart, trabalhista, herede-
ro político de Getulio Vargas, quien lidera entre 1961 y 1964 un proceso
de impulso a las denominadas “reformas de base”, en particular la reforma
agraria, en un contexto de fuertes trabas impuestas por la derecha política
y militar por un lado y de movilización social y radicalización política, por
el otro. El golpe de Estado es obra de las Fuerzas Armadas, muchos de cu-
yos miembros han sido formados en la Escola Superior de Guerra en la idea
central de que seguridad nacional y desarrollo para combatir el comunismo
son inseparables entre sí, postura compartida con un conjunto de civiles y
tecnócratas que convergen en el ejercicio del poder (Stepan, 1971).
El nuevo régimen mantiene la ficción democrática al sostener, con múl-
tiples limitaciones, el Parlamento, los partidos políticos y las elecciones. El
gobierno militar gobierna a través de Atos Institucionais (AI), el primero de
los cuales limita los derechos políticos de líderes partidarios, sindicales, in-
telectuales y militares; suspende funcionarios civiles y militares e intervie-
ne organizaciones sindicales (Carvalho, 1995). Paralelamente, se instaura
la tortura y los interrogatorios como método de persecución de activistas y
opositores. Se disuelven los partidos y se configura un nuevo régimen a par-
tir del cual dos partidos políticos, uno oficialista, ARENA (Alianza Renova-
dora Nacional) y otro opositor MDB (Movimiento Democrático Brasilero)
dirimen las candidaturas en elecciones indirectas, en un marco en el cual la
dictadura puede cerrar el Parlamento, las asambleas legislativas y las cámaras
municipales, como acontece en 1968 y 1976 (Ansaldi, 1996).

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Como consecuencia de una oleada de movilizaciones obreras y estudian-


tiles, y de la actuación de grupos de la izquierda armada, el gobierno militar
encabezado por Artur da Costa e Silva (1967-1969) dicta el Ato Institu-
cionai 5, comenzando así el período más represivo, que combina represión
legal e ilegal, la cual llega a su máxima expresión con Emilio Garrastazu Me-
dici (1969-1974). La actuación de las agencias especiales conocidas como
DOI-CODI garantizaría la capilaridad en el uso de la represión en los más
diversos ámbitos, como el sindical y el educativo. El despliegue sistemático
de la represión prácticamente ha derrotado en 1973 a las organizaciones
político militares.
Paralelamente, durante esos años de mayor represión, se desarrolla el “mi-
lagro económico”, en un período de altas tasas de crecimiento que llegaron
al 13,6 % en 1973, superando las registradas durante el período desarrollista
de Kubitschek, con una distribución regresiva del ingreso (Carvalho, 1995).
En 1972, el 52,5 % de la población económicamente activa gana menos de
un salario mínimo y el 22 % recibe entre uno y dos salarios mínimos.
El crecimiento económico, a diferencia de lo acontecido durante las dic-
taduras argentina y chilena de los años setenta, está sustentado en la inver-
sión de capitales extranjeros en la industria, en especial en las ramas diná-
micas como la automotriz y el impulso a las exportaciones industriales. Sin
embargo, para 1973 el modelo enfrenta serias dificultades y comienzan a
percibirse los costos sociales de su aplicación (Fausto, 2003).
Con el ascenso al poder de Ernesto Geisel (1974-1978) comienza la
“distensión”, un período caracterizado por cierta liberalización política con-
trolada, que permite el fortalecimiento de los movimientos sociales y las or-
ganizaciones sindicales. La proliferación de Comunidades Eclesiales de Base
(CEBs), que para 1981 se calcula habían llegado a 80 000 en todo Brasil, es
parte del proceso de resistencia a la dictadura (Moreira Alves, 1989).
La ola de huelgas sindicales acontecida entre 1978 y 1980 y que tiene su
epicentro en el cordón industrial conocido como el ABC paulista, el surgi-
miento del novo sindicalismo, del Partido de los Trabajadores (PT) y la Cen-
tral Única de Trabajadores (CUT), es resultado del crecimiento de la con-
flictividad obrera y politización mediante la articulación con la lucha contra
la dictadura. En ese marco se abre un nuevo proceso, ahora de “apertura”
democrática, con la derogación del sistema bipartidista ARENA-MDB y la
conformación de un nuevo sistema de partidos, entre los cuales se destaca el

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nuevo PT, resultado de la confluencia de ese novo sindicalismo con antiguos


militantes de izquierda, intelectuales y católicos de las CEBs.
El proceso de democratización estaría atravesado por importantes luchas
que tienen como epicentro la demanda de elecciones directas, materializada
en multitudinarias manifestaciones por Direitas ja!
Sin embargo, para los comicios de 1985 triunfaría una fórmula derivada
de elecciones indirectas con Tancredo Neves y José Sarney, articulación que
da cuenta del carácter negociado de la salida de la dictadura hacia un régi-
men de democracia condicionada.

6.3.2. Los militares argentinos, seguridad nacional


y defensa

Con el golpe del general Onganía se inicia en Argentina una dictadura ins-
titucional de las Fuerzas Armadas la cual, a diferencia de gobiernos surgidos
de golpes de estado previos, no se impone plazos sino objetivos: racionalizar
la economía y modernizar el Estado.
Durante los años previos, un conjunto de ideas, tributarias de la Doc-
trina de Guerra Revolucionaria francesa y la Doctrina de la Seguridad Na-
cional estadounidense, comienzan a circular en el ámbito militar y entre
sectores civiles (funcionarios, políticos, empresarios) y se expresan durante
el gobierno democrático del radical Illia en el debate parlamentario de una
frustrada Ley de Defensa.
Tras el golpe, el terreno estaría preparado, por lo cual la sanción de la
nueva Ley recoge buena parte de las ideas circulantes sobre el peligro que
representa el “enemigo subversivo” para la seguridad interior y la defen-
sa nacional. La ley otorga carácter bélico a las diversas manifestaciones de
conflictividad interna tanto sindical, estudiantil, cultural o intelectual, al
permitir neutralizar “las perturbaciones internas producidas por actos hu-
manos” mediante la intervención de las Fuerzas Armadas. Crea además el
Consejo Nacional de Seguridad (CONASE). Por primera vez se incorporan
en una ley conceptos vinculados a la contrainsurgencia tanto francesa como
estadounidense (Pontoriero, 2013).
El 28 de junio de 1966 las Fuerzas Armadas disuelven los partidos políti-
cos y el Parlamento, intervienen el Poder Judicial y las Universidades Nacio-

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nales, con el propósito de frenar la “infiltración marxista” y la movilización


estudiantil. La represión policial desatada contra el movimiento estudiantil
universitario en Buenos Aires se conoce como “La noche de los bastones
largos” y poco después se cobra la primera víctima en la ciudad de Córdoba
(De Riz, 2000). La “fuga de cerebros” hacia centros académicos europeos,
norteamericanos y latinoamericanos es una de las consecuencias de la insta-
lación de las dictaduras argentina y brasileña de los años sesenta.
Con el propósito de modernizar y racionalizar la economía, en pocos
meses, la dictadura avanza en el cierre de once de los veintisiete ingenios de
azúcar de la provincia de Tucumán y en el despido de empleados públicos,
en especial ferroviarios y portuarios.
Al año siguiente, el equipo económico encabezado por Adalbert Krieger
Vasena avanza en un plan antiinflacionario y en la modernización y el creci-
miento económico vía la atracción de capitales extranjeros. El nuevo Ministro
de Economía devalúa en un 40 % el peso, fija impuestos a las exportaciones
tradicionales y disminuye gravámenes a las importaciones, lo cual representa
una novedad al impedir una importante transferencia de ganancias al sector
exportador. El Estado pone en práctica una política fiscal firme, eleva las tarifas
de servicios públicos y continúa con la política de racionalización del estado,
lo cual le permite avanzar en la reducción del déficit para pasar a incrementar
la inversión en obras de infraestructura vial. Se renuevan los contratos con las
compañías petroleras y se firma un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional (FMI) como parte de una política que depende de los préstamos
a largo plazo y de las inversiones directas del exterior. El Consejo Nacional de
Seguridad (CONASE) pasa a formar parte de un tríptico con el Consejo Nacio-
nal de Desarrollo (CONADE) y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
(CONACYT), que exhibe la articulación entre seguridad y desarrollo (De Riz,
2000).
Sería en 1969 cuando la protesta social se extiende desde las provincias,
al articular la agitación del movimiento estudiantil con el descontento de
sectores importantes del movimiento obrero de las provincias. En las áreas
industriales del interior, como Córdoba y Rosario, se articulan la protesta
obrera y la movilización estudiantil con la insurrección urbana en jorna-
das conocidas como el “Cordobazo” y los “Rosariazos”. Ese año la tasa de
inflación ronda en el 7 % y las ramas modernas de la industria, con fuerte
presencia de capital extranjero, han crecido en los últimos tres años entre

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un 25 y un 30 %. Sin embargo, los niveles inusitados de violencia que se


despliegan en esas jornadas dan cuenta del inicio de un proceso de radicali-
zación política y adopción de renovados métodos de lucha.
En cuanto a la clase obrera, durante esos años se expresa un nuevo sindi-
calismo antiburocrático y opositor al colaboracionismo sindical representa-
do por el “vandorismo” (por Augusto Timoteo Vandor, líder de la poderosa
Unión Obrera Metalúrgica –UOM–, asesinado en 1969), que constituye
la Confederación General del Trabajo de los Argentinos (CGTA) en 1968.
Esta sería una de las expresiones organizativas de una clase obrera clasista,
combativa y de izquierda, que se desarrolla a nivel de las bases, en los luga-
res de trabajo y disputaría regionales, sindicatos de planta y organizaciones
gremiales al movimiento sindical peronista tradicional, expresando prácticas
sindicales de mayor democracia y participación (Brennan y Gordillo, 2008).
La conflictividad social y laboral y las insurrecciones urbanas inicial-
mente provocan la caída del Ministro de Economía. A más largo plazo,
desgastan al gobierno dictatorial y abren una etapa de intensa radicaliza-
ción política y social. En ese contexto, las organizaciones político militares
se convierten en protagonistas políticas destacadas, en especial en los ám-
bitos urbanos. Organizaciones como el Partido Revolucionario de los Tra-
bajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y Montoneros,
desde disímiles tradiciones político-ideológicas, realizan diversas acciones
armadas hasta que la represión y el exilio, ya desde 1975, comienzan su
desarticulación (Pozzi, 2001).

6.4.  Las dictaduras de los setenta


Las pretensiones de reprimir la movilización social, acallar la radicalización
política ideológica y aniquilar a las organizaciones armadas transformando
sustancialmente las relaciones entre el Estado y la sociedad y el modelo de
acumulación predominante desde los años treinta, están en la base de las
dictaduras institucionales de los años setenta en el Cono Sur y en otros
países de América Latina. Dos casos permiten describir las motivaciones,
los alcances y las consecuencias de la aplicación de altas dosis de represión
estatal y paraestatal, planes económicos regresivos y la creación de nuevos
marcos institucionales.

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6.4.1. Argentina: accionar represivo y liberalización


económica

Las Fuerzas Armadas promueven un nuevo golpe de Estado en Argentina el 24


de marzo de 1976. El proceso que se abre entonces se caracteriza por un accio-
nar represivo de dimensiones inéditas, de escala y resultados desconocidos has-
ta entonces (Águila, 2015). El gobierno democrático al que viene a poner fin la
dictadura cívico militar encabezada por el comandante en jefe del Ejército Jor-
ge R. Videla, ha ganado las elecciones en 1973 como parte de un proceso que
había devuelto al peronismo en el poder tras dieciocho años de proscripción.
Inicialmente este gobierno democrático –encabezado por Héctor Cám-
pora (mayo-julio 1973) y Juan Perón (julio 1973 hasta su muerte en julio
de 1974)– promueve una política distributiva, intervencionista, de alianza
con los sectores sindicales y con las fracciones empresariales de capitales na-
cionales. Sin embargo, para mediados de 1974 la puja distributiva se vuelve
incontenible y el Pacto Social se desmorona. En especial tras la muerte de
Juan Perón, cuando el gobierno queda al mando de su esposa, María Estela
Martínez, las luchas en el interior del peronismo se exacerban, al tiempo que
las presiones obreras y sindicales por la mejora de las condiciones de vida y
trabajo hacia la cúpula sindical peronista y el gobierno, profundizan la crisis
política que ubica a las Fuerzas Armadas en el centro de la escena.
Durante el trienio se profundiza la represión estatal y paraestatal, esta
última expresada en la aparición de “formaciones parapoliciales” o “grupos
de choque” como la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), cuyo res-
ponsable es el Ministro de Bienestar Social de María Estela Martínez, José
López Rega y otras organizaciones menos conocidas pero muy activas en las
provincias, así como las propias “patotas sindicales” (Franco, 2012).
Uno de los epicentros del despliegue represivo es la zona siderúrgica em-
plazada en la ciudad de Villa Constitución, en el sur de la provincia de Santa
Fe, cuyos efectos se prolongan al área industrial del Gran Rosario, en ambos
casos con el propósito de reprimir el accionar obrero y sindical antiburocrá-
tico, de izquierda y combativo.
A mediados de 1975 un conjunto de medidas anunciadas por el Minis-
tro de Economía Celestino Rodrigo consistente en un 100 % de incremento
en el precio de combustibles y servicios públicos y un 100 % de devaluación
del peso en un contexto en el cual la negociación de salarios se cierra en

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torno al 40 %, vuelca a la dirigencia sindical peronista a convocar a un paro


contra el gobierno. Las renuncias del Ministro de Economía y de Bienestar
Social abren un período de descomposición del gobierno que culmina con
su derrocamiento en marzo del año siguiente (De Riz, 2000).
La última y más sangrienta dictadura militar argentina se caracteriza por
un accionar represivo montado en la legislación precedente y en una nueva
normativa que la amplía y complementa. Este accionar legal se articula con
prácticas clandestinas o paralegales diseñadas y ejecutadas por las Fuerzas
Armadas, con participación de otras fuerzas represivas, que incluyen las ac-
tividades de los “grupos de tareas” y el funcionamiento de centros clandesti-
nos de detención. Está orientado a aniquilar a los integrantes de las organi-
zaciones político militares y al activismo de izquierda. De conjunto produce
un saldo en muertos, desaparecidos, presos políticos y exiliados desconocido
hasta entonces por sus modalidades y por su extensión (Águila, 2015). La
fase más represiva transcurre durante los tres primeros años y cuenta con el
consenso de amplios sectores civiles que perciben con alivio el proceso de
disciplinamiento social y laboral.
Uno de los blancos privilegiados por la dictadura es la clase trabajadora
urbana, hacia la cual se despliega una política tendente a eliminar su peso
histórico, para lo cual se suspende el derecho de huelga, se interviene la Con-
federación General del Trabajo (CGT) y parte de las organizaciones sindicales,
se reforma la Ley de Contratos de Trabajo y se habilita el despido masivo en la
administración pública. La complicidad empresarial permite la ocupación de
plantas por parte de las fuerzas represivas, el descabezamiento de comisiones
internas y el encarcelamiento y la desaparición de activistas. En otros casos,
el cambio en la correlación de fuerzas implica el reforzamiento de las normas
disciplinarias y la reimposición de la autoridad patronal en las plantas. Casi
el 50 % de los desaparecidos son obreros o empleados. La clase trabajadora
lleva adelante múltiples formas de resistencia molecular, consistentes en for-
mas de lucha más bien esporádicas, de corta duración, como el trabajo “a
tristeza”, los sabotajes, el trabajo a reglamento, los paros sorpresivos, el aban-
dono de tareas, la presentación de petitorios, para escapar de la represión (Fer-
nández, 1985; Pozzi, 1987; Simonassi, 2007; Carminati y Dicosimo, 2013).
Para el diseño de la política económica, los militares cuentan con civiles
y miembros de las propias Fuerzas Armadas equipados con ­concepciones
­económicas heterogéneas: liberales tradicionales, liberales tecnócratas, na-

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cionalistas, desarrollistas y heterodoxos, sobre los cuales se impone el prag-


matismo de José Alfredo Martínez de Hoz, el primer y más importante
ministro de la dictadura, quien se propone realizar profundos e irreversi-
bles cambios estructurales (Canelo, 2008). Los dos pilares sobre los que se
sustenta su política económica son la reforma financiera y la apertura de la
economía. La reforma cambiaría, la liberalización de la economía, la elimi-
nación de los subsidios, la fuerte caída del salario real, promueven una regre-
siva distribución del ingreso y un proceso de “desindustrialización” a partir
del cual desaparecen miles de pequeñas y medianas industrias y se fortalece
una industria concentrada y extranjerizada.
A diferencia de Brasil, donde se mantiene el sesgo industrialista, pero
también apartándose de la ortodoxia neoliberal del caso chileno, la dictadu-
ra argentina abre camino, a partir del amplio proceso de disciplinamiento
social y laboral desplegado durante estos años, a un profundo programa
de ajuste que implementará el menemismo durante la década del noventa.
De modo que entre 1979 y 1980 las consecuencias de su política eco-
nómica se hacen sentir sobre un universo amplio de actores. Lo que hasta
entonces ha sido resistencia molecular en el movimiento obrero se convierte
en lucha abierta, al declarar un sector del sindicalismo en abril de 1979 el
primer paro general, abriendo un nuevo ciclo en la conflictividad laboral.
Los sectores del pequeño empresariado, por su parte, lanzan la Convocatoria
Nacional Empresaria (CONAE), que tiene mayor fuerza en el interior, mostrando
la heterogeneidad de los afectados por la política económica (Simonassi, 1998).
La crisis conduce al primer recambio presidencial y a una modificación
en el elenco ministerial en marzo de 1981, con el propósito de salvar a la
dictadura de conjunto. Por entonces la deuda externa argentina asciende a
veinticinco mil millones de dólares y por su magnitud y los cortos plazos de
los vencimientos, era imposible de pagar.
Un año después esa situación se extiende a otros países y se convierte
en la “crisis de la deuda”, tras la declaración mexicana de imposibilidad de
pago (Schvarzer, 1996). La crisis en Argentina se profundiza, y los militares
acuden a la declaración de la guerra a Inglaterra por las Islas Malvinas como
modo de recuperar la legitimidad, no conseguida con la aplicación de la
política económica. Por el contrario, las demandas por la democratización
se incrementan y las Fuerzas Armadas se ven obligadas a ceder el poder en
diciembre de 1983.

208
De las reformas para evitar revoluciones a las “reformas” neoliberales

6.4.2. Chile: neoliberalismo y represión. Las reformas


cambian de contenido

El 11 de setiembre de 1973 se abre en Chile un proceso de personalización y


centralización del poder político en manos del comandante en jefe del Ejér-
cito Augusto Pinochet, la modalidad que reviste la dictadura institucional
de las Fuerzas Armadas en el caso chileno.
Ese día se abre una escalada represiva de dimensiones inusitadas, con
casi dos mil muertos contabilizados el día del golpe y cientos de detenidos,
torturados, asesinados, desaparecidos y exiliados. La izquierda y los trabaja-
dores son los blancos privilegiados por la represión. Se calcula en 100 000
los activistas vinculados a la izquierda que pierden sus puestos de trabajo,
correspondientes a entre el 10 y el 20  % de la fuerza laboral en las industrias
del área social (Winn, 2004). La represión estaría a cargo desde mediados
de 1974, de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) y tras el ase-
sinato de Orlando Letelier, excanciller del gobierno de Salvador Allende,
por parte de la Central Nacional de Inteligencia (CNI). Con relación a las
organizaciones de cúpula de los trabajadores, se ilegaliza la Central Única de
Trabajadores (CUT) y se procura crear un movimiento sindical afín.
El régimen es apoyado por sectores heterogéneos, unidos por la oposi-
ción al gobierno de la Unidad Popular, entre los cuales sobresalen los gre-
mialistas liderados por Jaime Guzman y los “Chicago Boys” quienes conflu-
yen en el diseño y aplicación de una política económica ortodoxa neoliberal,
monetarista, de apertura de mercado y privatizaciones. La elaboración del
plan económico está a cargo de economistas formados en la Universidad
Católica de Chile, que habían obtenido sus posgrados en la Universidad de
Chicago, que además habían adquirido experiencia en el mundo de los ne-
gocios privados, de las empresas y que llegan en abril de 1975 al Ministerio
de Economía, desde donde aplican una política de shock.
El propósito es realizar una reestructuración total de la economía, la so-
ciedad y el sistema político, mediante la reducción del sector público, la
­apertura de la economía, el control de la inflación y en definitiva la libera-
ción de la economía a las fuerzas del libre mercado (Angell, 2002).
En 1979 se registra un incremento del PIB de más del 8 %, al tiempo que
el déficit fiscal se elimina y la inflación se controla. A partir de entonces el
régimen avanza en la institucionalización política mediante la constitución

209
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

de 1980, según la cual Pinochet gobernaría bajo condiciones dictatoriales


hasta 1989. Según el texto constitucional, en 1988, un plebiscito decidiría
sobre su continuidad o no en el poder (Gazmuri, 2001).
Alentado por los índices económicos, el pinochetismo acelera también las
denominadas modernizaciones estructurales, al avanzar en las reformas neoli-
berales del sistema de salud, la educación, las pensiones, la administración, la
agricultura y el Plan Laboral. Mediante la Reforma Laboral se asesta un severo
golpe a los trabajadores y sus organizaciones, al facilitar los despidos y atacar la
organización sindical, facilitando el paralelismo sindical y la afiliación volun-
taria y restringiendo el derecho a huelga (Vergara y Winn, 2019).
En 1982-1983 se abre un período recesivo que pone fin al “milagro eco-
nómico” (un “milagro” de contenido muy diferente al brasileño de los sesen-
ta, analizado más atrás). El PIB se reduce en un 14 %, el desempleo asciende
al 30 % y la deuda pública supera al PIB. La situación de los asalariados
continúa deteriorándose a lo largo de la década del ochenta, al caer los sala-
rios reales un 20 % (Vergara y Winn, 2019).
La respuesta de los trabajadores y pobladores son las multitudinarias
jornadas de protesta de 1983 y 1984, que son duramente reprimidas por
el régimen, y que a pesar de ello se prolongan al menos hasta 1986, abrien-
do las condiciones para un cambio en la correlación de fuerzas para que
la oposición pudiese desarrollar el proceso de negociaciones que decidió la
transición, ensanchando los espacios de debate, politización, organización y
presencia pública de la oposición política (Bravo Vargas, 2017).
En ese contexto juega un papel importante el movimiento estudiantil y
organizaciones armadas como el nuevo Frente Patriótico Manuel Rodríguez
(FPMR) y el antiguo Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). El
FPMR, brazo armado del Partido Comunista, se funda como consecuencia
de la adopción por parte del partido de la línea política de la Rebelión Popu-
lar de Masas, que incluía las más diversas formas de lucha, incluso violentas,
para derribar a la dictadura (Álvarez, 2006).
En el año 1983 comienzan además los intentos de los partidos de opo-
sición de centro por unirse, en especial los demócrata-cristianos y un sector
del Partido Socialista, lo cual se concretó en la Alianza Democrática (AD),
germen de los posteriores acuerdos.
Hacia mediados de la década, en el resto del Cono Sur, con la excepción
de Paraguay, se ha producido el retorno a la democracia, como ha aconteci-

210
De las reformas para evitar revoluciones a las “reformas” neoliberales

do en Argentina, Uruguay, Brasil, Perú y Ecuador, por lo cual el pinochetis-


mo mantiene el poder basado en el control de las Fuerzas Armadas y cierta
recuperación de la economía.
Sin embargo, la persistencia de las actividades de la oposición, sumadas
a las ejercidas por la Iglesia Católica, a través del cardenal de Santiago y del
accionar de la Vicaría de la Solidaridad en el ámbito de los derechos huma-
nos, permite dar un paso importante al conformarse la Concertación por el
“No”, un conglomerado de dieciséis partidos o grupos políticos para parti-
cipar en el plebiscito de principios de 1988, que ganaría con casi el 55 % de
los votos y una altísima participación, de un 92  % de los inscriptos.
Este resultado abre el camino a las elecciones que se realizan un mes
después, en las cuales, manteniendo casi el mismo diseño, ganaría por la
Concertación, Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle (Angell, 2002;
Gazmuri, 2001).

6.4.3.  Guatemala, fusiles y frijoles

No solo el Cono Sur está surcado durante los años setenta por dictaduras, per-
sonalistas o institucionales. Entre las primeras, el somocismo, con su proceso
de concentración de poder político, económico y militar, se destaca como un
caso sobresaliente. Entre las segundas, el caso de Guatemala demuestra por
un lado la densidad histórica del problema del terror y la represión estatal y
por otro lado, la dimensión institucional que adquiere durante esta etapa. En
Guatemala, como en el resto de Centroamérica, profundas transformaciones
estructurales, como la expansión de la agricultura de exportación que reduce
la población campesina y un incipiente proceso de industrialización que for-
talece a la clase obrera urbana, continúan en curso durante la década de 1970.
La violencia estatal reconoce un primer momento de despliegue inme-
diatamente luego del derrocamiento de Jacobo Arbenz en 1954, cuando se
registran aproximadamente tres mil muertos y desaparecidos.
Posteriormente, una nueva oleada represiva acontece entre 1966 y 1972,
cuando el Ejército se hace cargo de la lucha contrainsurgente, abatiendo a
las organizaciones armadas para prácticamente desarticularlas. Los cálculos
aproximados de víctimas de ese segundo ciclo ascienden a dieciocho mil
guatemaltecos asesinados (Figueroa Ibarra, 2007).

211
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

Este rasgo característico de Guatemala, las altas dosis de terror y violen-


cia estatal desplegadas, se ha combinado históricamente con una sociedad
crecientemente insubordinada. A lo largo de los años setenta, la clase obre-
ra, en particular urbana, constituye el actor central de la protesta popular,
lo cual se expresa en la conformación de organizaciones sindicales y en el
número de acciones de protesta. Trabajadores y trabajadoras del magisterio,
bancarios, trabajadores del estado, mineros, trabajadores agrícolas y estu-
diantes lideran la protesta, al tiempo que las tomas de tierras y movilizacio-
nes campesinas cumplen un papel menor. Un pico en la conflictividad se
produce tras el terremoto de 1976 hasta 1978, en particular contra el in-
cremento del precio del transporte urbano, expresado en marchas, mitines,
paros y huelgas (Figueroa Ibarra, 2006).
Esta coyuntura de conflictividad se desenvuelve en un escenario centro-
americano “en ebullición”, donde la Nicaragua somocista se halla fuerte-
mente hostigada por el accionar del FSLN, al tiempo que, en El Salvador,
actúa el Farabundo Martí por la Liberación Nacional (FMLN) y en ambos
países la conflictividad social crece hasta que finalmente, en el mes de julio
de 1979, el FSLN toma el poder, como se analizó en el capítulo anterior,
amenazando cambiar el equilibrio de fuerzas en la región.
De allí que en Guatemala se abriera una nueva ola de represión orientada
a frenar la protesta, a impedir el rebrote de las organizaciones armadas en el
campo y a evitar el “contagio” (Figueroa Ibarra, 2006).
Frente a esta situación, se abre el tercer ciclo represivo, con expresiones
abiertas y clandestinas, selectivas y masivas. Se destacan las masacres indígenas
como la de Panzós en 1978, donde más de la mitad son mujeres y niños o la
de la embajada de España a principios de 1980, donde veintisiete indígenas
son quemados vivos, o los secuestros masivos de dirigentes sindicales y estu-
diantiles a mediados de ese mismo año. Veintisiete dirigentes y activistas de
la Central Nacional de Trabajadores (CNT) de la sede de la central en pleno
centro de Guatemala y diecisiete sindicalistas y activistas estudiantiles en un
centro católico del interior del país, son secuestrados. (Figueroa Ibarra, 2007).
El terror masivo llega a su máxima expresión durante el gobierno de
Efraín Ríos Montt en 1982-1983 (Figueroa Ibarra, 2007). Solamente du-
rante los diecisiete meses de su gobierno se contabilizan dieciséis mil asesi-
nados y desaparecidos, noventa mil refugiados en México y casi un millón
de desplazados internos.

212
De las reformas para evitar revoluciones a las “reformas” neoliberales

Además de la dimensión cuantitativa de la represión, sobresale la im-


portancia de la cuestión étnica, por la magnitud de los hechos de violencia
acontecidos en áreas indígenas. Para 1985 se calcula veinte mil muertos in-
dígenas, 330 poblados destruidos, un millón doscientas mil personas des-
plazadas desde el altiplano y más de 54 000 pobladores dados por muertos
o desaparecidos, con importantes consecuencias en la erosión de las raíces
de la vida comunal y en la emergencia de nuevos liderazgos étnicos (Torres
Rivas, 1993).
La práctica y el discurso contrainsurgente tienen una arista orientada a
ganar simpatía en el campesinado, mediante un programa que combina “fu-
siles y frijoles” con la creación de aldeas modelo y polos de desarrollo. Du-
rante el gobierno de Ríos Montt, las Patrullas de Autodefensa Civil (PAT),
que incorporan obligatoriamente a los adultos de los pueblos a funciones de
vigilancia y autodefensa, incrementarían su número de 15 000 a 500 000,
para duplicar su cantidad en los años siguientes (Torres Rivas, 1993; Figue-
roa Ibarra, 2003).
Ríos Montt se pronuncia contra la explotación, el hambre, la ignorancia,
la enfermedad y la injusticia: “una persona que tiene hambre es un buen co-
munista, una persona que tiene mucho que comer es un buen anticomunista”,
afirma y convoca a los capitalistas a conformarse con ganar el 10 % sobre sus
ventas y renunciar al 20 %, a combatir “juntos […] a la miseria nacional”.
Además, durante su gobierno, se auspicia una central sindical oficial y se for-
talece el protestantismo y las sectas fundamentalistas (Figueroa Ibarra, 2006).
A partir de 1985 y hasta 1996, la represión no cesa, abriendo una tran-
sición caracterizada por la continuidad del terror y la represión una vez des-
plazadas las Fuerzas Armadas del gobierno, lo cual muestra otro elemento
característico del proceso guatemalteco, la persistencia de este rasgo más allá
del carácter que asuma el mismo, es decir, manteniendo sus funciones aún
en democracia.

6.5. La apuesta por la redemocratización


y sus límites
Hacia mediados de la década de los ochenta, los procesos de apertura devie-
nen en transiciones a regímenes de democracia condicionada o restringida.

213
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

En Argentina en 1983 las elecciones dan el triunfo a Raúl Alfonsín,


el candidato de uno de los partidos mayoritarios, la Unión Cívica Radical
(UCR). En Brasil, en 1985, gana en las elecciones indirectas la fórmula
Tancredo Neves-José Sarney. El primero, candidato opositor a la dictadura,
fallecería antes de asumir, por lo cual Sarney “un oposicionista de la última
hora” se hizo cargo del gobierno (Fausto, 2003).
En 1985 gana el Frente Amplio las elecciones en Uruguay. En Paraguay
y Chile habrá que esperar al cambio de década para transitar por transicio-
nes similares. En Paraguay, la caída de Alfredo Stroessner no implica el fin
del stronismo. En Chile ocurre algo similar, pues las primeras elecciones
democráticas que le darían el triunfo a Patricio Aylwin de la Concertación,
acontecen bajo importantes condicionamientos heredados, entre los cuales
sobresale la permanencia del propio dictador como comandante en jefe de
las Fuerzas Armadas y senador vitalicio.

6.5.1.  Los condicionantes impuestos por la economía

El escenario económico general en el que se instalan las democracias restrin-


gidas es similar en el conjunto de los países latinoamericanos. La herencia
dejada por las dictaduras es de estancamiento y pauperización, situación
que se agrava durante los años ochenta para configurar un período conocido
como la “década perdida”.
El problema de la deuda externa agrava la crisis económica en la región
y condiciona la transición política. En Argentina, la deuda externa por habi-
tante pasa de 981 dólares en 1980 a 1827 en 1987, en Brasil de 454 a 876,
en Chile de 999 a 1699, en México, de 719 a 1 317, en Uruguay de 742 a
1412 y en Venezuela de 1803 a 1996. En todos los países el pago de la deuda
representa un alto porcentaje del producto nacional bruto, de entre un casi
30 % en Brasil a un casi 90 % en Chile en el año 1987. Lo significativo es
que las remesas de divisas no harían más que aumentar el volumen de la
deuda con relación a las exportaciones. Entre 1982 y 1989 se transfieren
203 000 millones de dólares y la deuda se incrementa en 110 000 millones.
En Argentina, en los cuatro primeros años del gobierno de Alfonsín se desti-
nan a pagar deuda más de diez mil millones de dólares, el 97 % del superávit
comercial, el 35 % de las exportaciones totales y el 3,5 % del PIB del perío-

214
De las reformas para evitar revoluciones a las “reformas” neoliberales

do, política continuada durante el menemismo, mediante capitalización de


la deuda por privatizaciones (Borón, 1991).
Si el período previo ha sido para Centroamérica una época de crecimien-
to superior al promedio latinoamericano, la del ochenta ha sido definida
como una década “infame”, como producto de la caída de las exportaciones
y el empleo y de la persistencia de tasas negativas de PBI, agravados por la
violencia política que atraviesa la región (Torres Rivas, 1993).
En países como Brasil, Perú o Guatemala el proceso de redemocratiza-
ción política se construye sobre un campo que se ha denominado de aphar-
teid social, mientras en otros, como Argentina, Chile o Uruguay, se da en un
contexto de desigualdad social creciente (Weffort, 1993).
Al final de la década los índices de inflación son agobiantes. En 1988, en
Nicaragua trepan al 7000 %, mientras en Perú, Argentina y Brasil superan
ampliamente la tasa anual del 1000 %, bordeando en el caso de Perú los
6000 %.
El salario mínimo urbano es en 1989 en México, Brasil, Ecuador y
Nicaragua, la mitad de lo que fuera diez años atrás. El sector “informal”
se incrementa en un 82 % entre 1980 y 1987, en Brasil un 70 % y en
Colombia un 48 %. De conjunto, a fines de la década el producto medio
por habitante en América Latina es un 10 % inferior al de una década atrás
(Cueva, 1990).

6.5.2.  Los derechos humanos: juicio, castigo e impunidad

Las violaciones a los derechos humanos se convierten en uno de los temas


centrales de las transiciones a las débiles democracias. La capacidad –o la
carencia– de los militares para mantener el poder de decisión sobre la con-
dena frente a los actos cometidos en dictadura define los rasgos de las nuevas
democracias.
Argentina se distingue del resto de los países de la región debido a que su
ruptura con el régimen precedente puede ser considerada como una transi-
ción “por colapso”. Como resultado de la crisis económica y posteriormente,
como producto de la derrota en la guerra de Malvinas, los militares pier-
den capacidad para decidir las condiciones del proceso de democratización
(O’Donnell, Schmitter y Whitehead, 1988).

215
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

A un mes de las elecciones, el gobierno militar sanciona una Ley de Am-


nistía que es declarada nula por unanimidad tras la asunción del radical Raúl
Alfonsín, en la primera sesión del congreso de diciembre de 1983, al tiempo
que por decreto se ordena la persecución penal de las cúpulas de la guerrilla
y el procesamiento de las primeras Juntas Militares, de acuerdo a una lectura
que considera a las dos “violencias” enfrentadas como equiparables.
La investigación fue llevada adelante por la Comisión Nacional por la
Desaparición de Personas (CONADEP) y su posterior publicación como
libro a fines de 1984 –el Nunca Más– muestra la existencia de un plan re-
presivo que desborda y supera la existencia de “errores” y “excesos” (Franco,
2015). El histórico Juicio a las Juntas es el resultado de la movilización social,
desnuda la existencia de un plan criminal, condena a prisión perpetua y altas
penas a algunos de los máximos responsables y absuelve a cuatro de ellos.
El otro elemento distintivo del caso argentino es el amplio, profundo y
sistemático movimiento de derechos humanos, que abre camino a la pro-
fundización de la política de juicio y castigo. El movimiento de derechos
humanos en Argentina se nutre de organizaciones surgidas entre los años
1974 y 1979, que actúan en las principales ciudades del país y en el exterior
y que hacia finales de la dictadura configura un movimiento social amplio
y multiforme, unificado tras el reclamo de verdad y justicia (Alonso, 2013).
Posteriormente, las leyes de “Punto Final” (1986) y “Obediencia De-
bida” (1987) exculpan a personal militar y policial con rango inferior al de
comandante en jefe o jefe de zona, por las violaciones a los derechos huma-
nos, lo cual despierta críticas y activa las demandas de una parte importante
del movimiento de derechos humanos. Poco después, el presidente Menem,
perteneciente al Partido Justicialista, completa la política de impunidad dic-
tando un conjunto de decretos de indulto (Alonso, 2013).
La persistencia de las demandas de fondo explica la emergencia en 1995
de una nueva organización, Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Ol-
vido y el Silencio (H.I.J.O.S.), que contribuye a visibilizar en el país y el
exterior la política de impunidad. Esta organización hace público su descon-
tento con una práctica que se generaliza a partir de entonces, el “escrache”
frente al domicilio de los represores, una forma de visibilizar y anunciar a
los y las vecinas sobre los peligros de convivencia con los represores. Para-
lelamente, la búsqueda de justicia en el exterior habilita los denominados
Juicios de Madrid, encabezados por el juez Baltasar Garzón (Alonso, 2013).

216
De las reformas para evitar revoluciones a las “reformas” neoliberales

Chile se ubica en las antípodas, pues allí, los condicionamientos fijados


por la dictadura no son removidos por la Concertación. El exdictador ocupa
su lugar como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y senador vitali-
cio hasta que, en 1998, ocho años después de haber dejado el poder, al viajar
a Londres para realizarse una operación, es detenido por el juez Baltasar
Garzón y liberado dos años después. Pinochet muere en 2006 y la política
de impunidad allí se mantiene hasta la actualidad.
En Brasil se produce una transición conservadora, como resultado de un
compromiso entre los moderados de ambos lados, tanto por imposición de
los grupos militares que controlarían la prolongada liberalización del régi-
men iniciada durante el gobierno Geisel, como por los sectores que asumen
el poder luego de 1985 (Weffort, 1993). En 1979 una ley de Amnistía exigi-
da por la oposición, permite el retorno al país de exiliados y la salida de pri-
sión y de la clandestinidad de militantes y dirigentes políticos de izquierda,
aunque indulta a los responsables de las torturas, muertes y desapariciones.
En el marco de la aplicación de la justicia transicional, se va ampliando el
alcance de la legislación hacia la idea de reparación de la violencia aplicada
por el Estado durante la dictadura. Sin embargo, la política hacia muertos
y desaparecidos avanza mucho más lentamente que en Argentina, al punto
que la comisión de la Verdad se conforma recién en el año 2012 (Nascimen-
to Araujo, 2015).
Guatemala se destaca por la instalación de una democracia restringi-
da, donde las Fuerzas Armadas continúan gozando de amplias prerro-
gativas y resultan responsables del incremento de las cifras de muertos y
­desaparecidos, a lo cual se suma la brutalidad de la aplicación de planes de
ajuste estructural.
Allí, las continuidades entre democracia y dictadura han sido notables. A
lo largo de la década del ochenta, las Fuerzas Armadas continúan constitu-
yendo la columna vertebral del Estado, aunque comparten cuotas de poder
con civiles, que llegan al poder con el demócrata cristiano Cerezo Arévalo
(1986-1991).
Se calcula que entre 1960 y 1996 hay más de doscientos mil muertos y
desaparecidos y dos millones de desplazados en un país de once millones de
habitantes. A pesar de la represión, durante la década se producen importan-
tes huelgas, como la de los trabajadores municipales de 1982, o el estallido
contra los aumentos del transporte urbano de 1985, o la huelga de estatales

217
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

de 1987 o la de cortadores de caña de 1989, en un contexto de democracia


restringida y de aplicación de planes de ajuste estructural, como ocurre entre
mediados de 1988 y fines de 1990, o en mayo de 1993.
En ese contexto también se constituyen diversas organizaciones de dere-
chos humanos, centrales sindicales y organizaciones étnicas, todas de corte
opositor. A fines de 1996 se firma el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, en-
tre la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) –compuesta
por las cuatro principales organizaciones político militares que actuaban en
Guatemala– y el gobierno, lo cual abre una nueva etapa, representada por
una prolongada transición marcada por el accionar de organismos de dere-
chos humanos que aún en la actualidad continúan bregando por verdad y
justicia, pero también por problemas irresueltos en torno a la cuestión de la
tierra (Figueroa Ibarra, 2006).

6.6. El neoliberalismo en América Latina: el ciclo


de las denominadas “reformas” estructurales
La crisis en la que quedan envueltos los primeros gobiernos democráticos de
la región hacia mediados y fines de la década de 1980 es el principal argu-
mento esgrimido para instalar la idea de la necesidad de producir “reformas”
estructurales en el marco del “Consenso de Washington”. La idea de reforma
cambia así su contenido histórico, para pasar a nominar políticas regresivas
con relación a las condiciones de vida y de trabajo de amplias capas de las
clases subalternas y medias latinoamericanas. La década del noventa está
surcada de experiencias de este tipo.

6.6.1.  De la heterodoxia a la ortodoxia neoliberal

En Argentina, Brasil y Perú hacia mediados de la década del ochenta se


aplican programas de ajuste “heterodoxos”, como el Plan Austral del radi-
cal Raúl Alfonsín en Argentina o el Plan Cruzado, implementado por José
Sarney en Brasil. En Perú, Alan García, de la Alianza Popular Revoluciona-
ria Americana (APRA), pone en práctica un modelo económico levemente
diferente, pues limita el pago de los servicios de la deuda externa y apunta a

218
De las reformas para evitar revoluciones a las “reformas” neoliberales

la distribución progresiva del ingreso. Contra las intenciones iniciales, en to-


dos los casos, el final de los gobiernos se caracteriza por la bancarrota fiscal,
la hiperinflación, la pauperización y la protesta social.
En algunos lugares, como Perú, la crisis es también la de los partidos tra-
dicionales, como el APRA e Izquierda Unida, lo cual habilita el encumbra-
miento de un outsider de la política, Alberto Fujimori, quien es el encargado
de implementar un plan económico neoliberal. En Brasil, en 1989 gana las
elecciones Fernando Collor de Melo, desplazado mediante un impeachment
en 1992. Su vicepresidente, Itamar Franco, designa como Ministro de Ha-
cienda a Fernando Henrique Cardoso, quien a partir de 1995 es el encarga-
do de adoptar políticas neoliberales ortodoxas.
En el caso argentino, la retirada anticipada de Alfonsín del poder para
dejar paso al candidato electo perteneciente al Partido Justicialista, Carlos
Menem, se explica por la profundidad de la crisis económica, con tasas de
inflación de tres dígitos y un estallido popular y urbano que se expresa con
saqueos en grandes centros comerciales en el año 1989. Su discurso de revo-
lución productiva y “salariazo” se modifica una vez en el gobierno, para abrir
paso a la aplicación de severas políticas neoliberales.
En México, país que no ha conocido golpes militares, aunque si im-
portantes dosis de autoritarismo político, gobierna desde los años veinte el
Partido Revolucionario Institucional (PRI), heredero del Partido Revolucio-
nario Nacional, luego rebautizado Partido de la Revolución mexicana, fun-
dado durante el proceso de institucionalización de la Revolución mexicana
y reformado durante el cardenismo, tal como se analizó en el capítulo 4.
Carlos Salinas de Gortari asume el poder en un contexto de acusaciones
plausibles de fraude electoral, sin el cual habría resultado ganador al candi-
dato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Cuauhtemoc Cár-
denas, tras lo cual se implementa una política que rompe frontalmente con
el nacionalismo.
En Venezuela, el Pacto de Punto Fijo ha abierto una etapa caracterizada
por el bipartidismo de Acción Democrática (AD) y el Comité de Organiza-
ción Política Electoral Independiente (COPEI). Como parte de esa alternan-
cia, Carlos Andrés Pérez aplica un plan de ajuste que desata el “Caracazo” y
una dura represión que marca el inicio de una crisis política que se resuelve
recién con las transformaciones operadas con la llegada al poder de Hugo
Chávez, sobre fines de la década del noventa (Ansaldi y Giordano, 2012).

219
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

Con Menem en Argentina, Fujimori en Perú, Cardoso en Brasil, Salinas


de Gortari en México y Carlos Andrés Perez en Venezuela, se inaugura el
ciclo de gobiernos neoliberales en América Latina.
Anticipada por la dictadura de Pinochet en Chile y por el gobierno de
Paz Estenssoro en Bolivia en 1985, la década del noventa representa el mo-
mento de aplicación más plena de las políticas de ajuste estructural en el
escenario latinoamericano. Diversos partidos, líderes y corrientes políticas
forman parte del amplio consenso conformado alrededor de las ideas de
libre mercado, de liberalización financiera y privatizaciones masivas.
El Banco Mundial anuncia la “transformación extraordinaria del pen-
samiento económico en América Latina” y “la extraordinaria convergencia
doctrinal” (Banco Mundial: 1993) al referirse a dicho consenso. En buena
medida, estos líderes abandonan viejas convicciones para aplicar políticas
radicalmente inversas a las sustentadas por sus partidos y organizaciones en
el pasado.

6.6.2.  De revoluciones y reformas al ajuste estructural

En Bolivia, Paz Estenssoro, dirigente del viejo Movimiento Nacionalista Re-


volucionario (MNR), actor clave de la Revolución boliviana de 1952, que
analizamos en el capítulo 5, obtiene la segunda minoría en las elecciones,
detrás de Banzer, un exdictador, y accede al poder mediante una elección
­indirecta realizada en el Congreso. A partir del Pacto por la Democracia de
octubre de 1985 entre el MNR y Acción Democrática Nacionalista (ADN),
se abre un nuevo período que en términos políticos se caracteriza por la
conformación de alianzas para obtener mayoría parlamentaria (Ocsa Jaime,
2015).
Paz Estenssoro aplica un duro Plan de Estabilización –“tratamiento de
shock”– a cambio de un crédito para paliar la crisis económica. Sus prin-
cipales puntos incluyen el establecimiento de un tipo único de cambio, la
legalización de todas las transacciones en dólares, la eliminación de las res-
tricciones para la importación de bienes y servicios, la descentralización de la
Corporación Minera Boliviana (COMIBOL) y de Yacimientos Petrolíferos
Fiscales Bolivianos (YPFB), así como la disolución de la Corporación Bo-
liviana de Fomento (CBF), libre contratación del personal, despidos en el

220
De las reformas para evitar revoluciones a las “reformas” neoliberales

sector público y fijación del salario mínimo en 30 dólares. Los despidos en


el sector estatal llegan a cerca de 27 000 trabajadores en la minería, 10 000
en organismos del Estado y alrededor de 25 000 maestros rurales (Ocsa
Laime, 2015).
A partir de entonces, los gobiernos de Paz Zamora y Sánchez de Losada
aplican en Bolivia planes de ajuste de carácter neoliberal (Anderson, 1995-
1996).
El caso argentino se erige como uno de los más evidentes ejemplos de la
adopción plena de las políticas de ajuste estructural, lo cual conduce a que el
justicialista Carlos Menem, fuese calificado como “el ejemplo más claro de
la forma en que los líderes políticos de la región han abrazado nuevas ideas
y prescripciones de política” (Banco Mundial: 1993).
Una de las manifestaciones más acabadas de esta adhesión es la aplica-
ción de un acelerado, amplio y radical programa de privatizaciones. Entre
1990 y 1991 se privatizan las telecomunicaciones, la aeronavegación, las
tenencias accionarias en la industria petrolera, áreas de explotación de pe-
tróleo y parte de la red carretera y ferroviaria. Dos años después, se adiciona
el gas natural, la energía eléctrica, la empresa Obras Sanitarias, los elevado-
res portuarios, las dos empresas siderúrgicas integradas y se continúa con la
privatización de la explotación petrolífera, ferroviaria y caminera (Aspiazu
y Nochteff, 1995).
El programa de privatizaciones viene acompañado de la remoción de
mecanismos regulatorios, de la liberalización del mercado cambiario y de los
flujos de divisas internacionales, del régimen de inversiones extranjeras, la
eliminación del control de precios y la apertura de la economía.
La sanción en marzo de 1991 de la Ley de Convertibilidad, que establece
la paridad peso-dólar, termina de visibilizar la decisión de reconfigurar de
manera radical las alianzas políticas y sociales. El gran capital concentra-
do en unos pocos grupos económicos, a la manera de las alianzas forjadas
durante la última dictadura militar argentina, resulta fortalecido. En 1999
las cien empresas más grandes del sector manufacturero explican el 35 %
de la producción total y cerca del 73 % de las exportaciones industriales
(Rougier-­Schorr, 2012).
Hacia mediados de 1996 la tasa de desempleo trepa al 17,1 % y la de su-
bocupación 12,6 %, o sea, ambas suman el 29,7 % de la población urbana.
Durante el período se avanza sobre los derechos laborales, en el sentido de la

221
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

flexibilización de las modalidades de contratación, la negociación colectiva


y los salarios, al permitir los aumentos por productividad y eliminar las asig-
naciones familiares a partir de un determinado tope salarial, entre otras polí-
ticas que tienden a recortar derechos históricos de la clase trabajadora y ata-
car el poder de las organizaciones sindicales (Martuccelli y Svampa, 1997).

6.7. Nuevas y viejas modalidades de protesta social


frente al ajuste estructural
Frente a las consecuencias sociales del ajuste estructural, se desata una oleada
de organización y protesta que recorre América Latina casi sin excepciones.
Nuevos movimientos sociopolíticos se conforman en las áreas rurales, don-
de el campesinado adquiere un gran dinamismo. Novedosas modalidades
de lucha se ponen en práctica en las áreas rurales y urbanas, al tiempo que
conviven con tradicionales formas de organización y métodos de protesta.

6.7.1. Campos, caminos y ciudades como epicentros


de la protesta

Durante la década de 1990, diez millones de familias continúan viviendo


en el campo. La crisis no ofrece salida a los jóvenes que habitan en las áreas
rurales para migrar hacia las ciudades, las ocupaciones de tierras habilitan la
re-campesinización, los avances de la economía liberal en el campo permi-
ten la creación de lazos familiares y sociales entre los campesinos sin tierra
y emerge una nueva generación de líderes campesinos con capacidad de
organización y formación y de análisis político nacional e internacional que
contribuye a la rápida politización de los procesos.
Esos movimientos se nutren de exmineros despedidos, como en Bolivia,
o campesinos que entran en instituciones religiosas y las abandonan para
liderar la lucha por la reforma agraria, como en Brasil, y en todos los casos
traman importantes vínculos con organizaciones y liderazgos urbanos (Pe-
tras, 1997).
Un rasgo distintivo de la protesta social es la territorialización de los
movimientos, como ocurre en Brasil, México y Ecuador, entre movimientos

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De las reformas para evitar revoluciones a las “reformas” neoliberales

de raíz campesina o indígena o en las ciudades, entre aquellos que agrupan


a trabajadores y trabajadoras desocupados (Zibechi, 2007).
Ligado a ello, otro de los rasgos característicos es la autonomía, tanto de
los partidos tradicionales como del Estado, mediante la tendencia a la auto-
gestión económica o productiva, como las empresas recuperadas en Brasil o
Argentina, o las experiencias de autoconstrucción o producción comunitaria
de bienes esenciales que encaran las organizaciones territoriales urbanas en
Argentina, o el caso mexicano, donde la autonomía conduce a la conforma-
ción de municipios autónomos.
En Brasil, el Movimiento de los Trabajadores sin Tierra (MST) se funda
en 1984 con la participación de trabajadores rurales de doce estados y como
resultado de un proceso iniciado en 1979. Confluye con un movimiento
de organización y lucha antidictatorial que permite el surgimiento de la
Central Única de Trabajadores (CUT) y el Partido de los Trabajadores (PT).
Converge también con la actuación de la Comisión Pastoral de la Tierra
(CPT) y las comunidades eclesiales de base (CEBs), que nutren el proceso
de lucha por la tierra.
Representa el resultado directo del acelerado proceso de modernización
capitalista de la agricultura impulsado por la dictadura militar, que expulsa
a arrendatarios, medieros y sus familias de las tierras, quienes no encuentran
alternativas en las ciudades.
La principal forma de lucha del MST es la ocupación de tierras, a partir de
la cual se organizan campamentos y se desarrollan formas de participación,
cooperación y división del trabajo, junto con un proceso de p ­ olitización y de
construcción de una identidad común de los trabajadores sin tierra.
A partir de allí se abren canales de negociación con el Estado, pero tam-
bién los campesinos y activistas son víctimas de acciones de represión poli-
cial o parapolicial. En los casos en que logran la expropiación, el “sin tierra”
pasa a convertirse en un “asentado”, por lo cual el MST pasa a representar
también a esos campesinos, entre los cuales promueve formas de coope-
ración y socialización del trabajo, la agroecología, la igualdad de género y
valores como la solidaridad, la igualdad y la participación popular, al tiempo
que promueve la producción agroindustrial de los asentamientos. Su lucha
contra el neoliberalismo viene acompañada de un impulso a formas demo-
cráticas de desarrollo nacional, e incluye esfuerzos de internacionalización
organizativa, como la conformación de la Coordinación Latinoamericana

223
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

de Organizaciones Campesinas y Vía Campesina. En el orden político na-


cional, el MST se define como una organización autónoma, aunque mantie-
ne estrechas relaciones con el PT e importantes dirigentes, al menos durante
la década de 1990, están afiliados al partido, al tiempo que expresan públi-
camente su apoyo a las candidaturas a las elecciones de ese partido entre los
años 1989 y 2002 (Mendes Pereira, 2005).
En México, el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Na-
cional (EZLN) el 1 de enero de 1994, el día que entra en vigor el Tratado
de Libre Comercio entre México, Canadá y EEUU, visibiliza las deudas
pendientes del PRI con los campesinos e indígenas mexicanos.
Los indígenas representan en ese momento en México un porcentaje
menor de la población mexicana que en Bolivia, Ecuador, Perú y su vecina
Guatemala, pero es el país con mayor cantidad absoluta de indígenas, que
ascienden a entre 8 y 12 millones correspondientes a 56 grupos étnicos.
Chiapas es uno de los estados con más población indígena, perteneciente
al mundo maya, que representa alrededor del 30 % del total, un millón de
personas concentradas en la zona que rodea San Cristóbal de las Casas, en
la Selva Lacandona y los valles. Es además una zona rica en recursos petro-
leros, hidroeléctricos, forestales y agrícolas, con grandes desigualdades en la
distribución de la tierra, agravadas por un proceso de expulsión de al menos
20 000 personas solo en la zona de San Juan Chamula. La reforma al célebre
artículo 27 de la constitución de 1917, ­presentado en el capítulo 3, resultó
uno de los detonantes del estallido, junto con la entrada en vigor del Tratado
de Libre Comercio-TLC (Le Bot, 1997).
El EZLN luego del levantamiento armado, se caracteriza por promo-
ver principios que discrepan con los sostenidos por la izquierda clásica: el
lema “mandar obedeciendo”, el énfasis en la dignidad, la democracia como
objetivo por sobre el socialismo como meta. La conformación de munici-
pios autónomos y las redes conocidas como Aguascalientes y luego como
Caracoles materializa la articulación entre territorialidad y autonomía de la
experiencia zapatista.
En Bolivia, una de las consecuencias de décadas de aplicación de planes
de ajuste neoliberal es el despido de al menos treinta mil mineros que re-
tornan a los campos, sumándose al contingente de campesinos tradicionales
cultivadores de coca. Sobre fines de la década del noventa, un plan de erra-
dicación de los cultivos de coca, en especial en la zona del Chapare, en los

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De las reformas para evitar revoluciones a las “reformas” neoliberales

valles de Cochabamba, desata la represión, el encarcelamiento y los asesina-


tos de campesinos organizados.
De ese proceso, surge una nueva herramienta política, la Asamblea para
la Soberanía de los Pueblos (ASP), que gana elecciones locales en las zonas
cocaleras, representando la emergencia de nuevos liderazgos campesinos en-
tre los cuales se destaca el de Evo Morales (Petras, 1997).
Ya como Movimiento al Socialismo (MAS), esa organización gana el se-
gundo puesto en las elecciones presidenciales de 2002 y ubica a Evo Morales
en la presidencia en el año 2006.
Diversas organizaciones, como la Coordinadora de Defensa del Agua y
de la Vida, surgida para luchar contra la privatización de un recurso vital para
los campesinos regantes y que da lugar a la denominada Guerra del Agua en
2000, o las que sostienen los cortes y bloqueos de caminos que acompañan
la Guerra del Gas, tres años después, contra la exportación de gas natural
a EEUU a través de puertos chilenos, terminan derribando gobiernos, tal
como acontece también en Perú, Ecuador y Argentina en el cambio de siglo.
En otros países, los desempleados urbanos son artífices de métodos de
protesta novedosos, como los “piquetes” en Argentina, los cuales dan nom-
bre a un nuevo actor social, los “piqueteros”. Estas organizaciones surgen
como consecuencia directa del ajuste implementado por el menemismo y
sus efectos en las provincias del norte y del sur argentino.
En las provincias de Salta (en el norte) y Neuquén (en el sur), las asam-
bleas, el corte de ruta, la pueblada entendida como la presencia masiva de
la comunidad en las rutas, la confluencia de mujeres y hombres organizan-
do la resistencia, alumbran una experiencia organizativa novedosa.
Solo posteriormente, estas experiencias se extienden hacia el Gran Bue-
nos Aires. Allí, la acción territorial y organizativa se cimienta en el proceso
de reconversión industrial, desempleo y empobrecimiento y da lugar a la
emergencia de múltiples nuevas organizaciones.
A los fines de mitigar los efectos de la crisis, se implementan planes
sociales que pasan de 200 000 en 1997 a un 1 700 000 en 2003 (Svampa y
Pereyra, 2005). En Brasil, Uruguay y Argentina, en los años noventa, se dan
otras experiencias producto de la crisis, las empresas recuperadas, que son
tomadas por sus trabajadores para ser autogestionadas como empresas sin
patrones, bajo modalidad de cooperativas o bajo gestión obrera (Zibecchi,
2007; Rebón, 2005).

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América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

Las organizaciones sindicales, por su parte, mutan al ritmo de las trans-


formaciones del mercado de trabajo. Parte del sindicalismo de la Confede-
ración General del Trabajo (CGT) apoya al menemismo, al tiempo que los
sindicatos agrupados en el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA),
toman una distancia crítica del gobierno.
Paralelamente, surge la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) como
una central autónoma y opositora, que se distancia del modelo sindical tra-
dicional, al aceptar afiliaciones individuales y el voto directo de los afiliados
y organizaciones no sindicales, como agrupamientos de desocupados, jubi-
lados, organismos de derechos humanos y ONGs. Su núcleo organizativo lo
constituyen gremios de empleados estatales y docentes, además de sindicatos
industriales con tradición combativa, como los metalúrgicos de Villa Cons-
titución (Dicósimo, 2018).
En definitiva, la magnitud de las consecuencias del ajuste estructural en
las ciudades y el campo latinoamericano conduce a diversos actores: cam-
pesinos sin tierra, desocupados, indígenas, sectores medios, distintas gene-
raciones de hombres y mujeres, a revitalizar antiguas y conformar nuevas
organizaciones y adoptar viejos y nuevos métodos de lucha, en algunos casos
logrando frenar, atenuar o morigerar los efectos de los planes de ajuste.
De conjunto, estos desafíos terminan abriendo un período de cri-
sis de legitimidad del modelo neoliberal, cuya forma más extrema son los
­levantamientos urbanos y las insurrecciones que derivan en la renuncia de
presidentes en Perú, Ecuador, Argentina y Bolivia entre 2000 y 2005 y abren
paso a un nuevo período en la historia contemporánea latinoamericana (Zi-
bechi, 2007; Seoane, Taddei y Algranati, 2012).
En lo referente al contenido de las controversias, el horizonte de las
transformaciones revolucionarias comienza a resignificarse.
Entre 2001 y 2002 Atilio Borón y John Holloway exhiben las diferencias
entre una perspectiva anclada en los cambios revolucionarios a través de la
conquista del Estado para cambiar la sociedad y la expresada por los deno-
minados nuevos movimientos sociales, que preconizan “cambiar el mundo
sin tomar el poder”, “no hacernos poderosos sino disolver las relaciones de
poder” (Borón, 2001; Holloway, 2002).
Las ideas de reforma y revolución entran al siglo xxi envueltas en nuevos
significados.

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