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¿QUÉ SIGNIFICA COMPRAR SIN DINERO?

Leroy E. Beskow

Introducción:
Sabemos que en la Biblia se encuentran muchas expresiones que tienen un sentido
figurado. Aquí tenemos una de ellas: “Compra la verdad, y no la vendas; La sabiduría, la
enseñanza y la inteligencia” (Proverbios 23:23).
Para comprar algo hay que tener dinero, o algún bien que dar en retribución. Puede
costarnos un determinado tiempo, algún esfuerzo corporal o mental; compartiendo algún don
o alguna información de cierto valor, etc. Y si hay que “comprar” una verdad, significa que
es algo que hoy, en medio de miles de informaciones, teorías y religiones, nos interesa de
verdad, y vale su esfuerzo.
En este estudio trataremos de entender el significado teológico de esta declaración
del profeta Isaías:
“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad,
y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche.” (Isaías 55:1).1

¿Cuál es el gran tema de estudio de esta declaración?


Es evidente que es el tema de la salvación del hombre, que para nosotros es de suma
importancia. Significa una vida eterna, gozando de las bondades del Creador y Salvador, que
nos restaurará gratuitamente a las riquezas edénicas. Para los judíos de Palestina, que en los
tiempos bíblicos vivieron mayormente en zonas montañosas y desérticas, la expresión “vino
y leche” significaba vivir bien.
Pero, ¿seguro que es gratis? Pablo es bien claro: “Siendo justificados gratuitamente
por su gracia [jaris: don, favor inmerecido], mediante la redención que es en Cristo Jesús”
(Rom. 3:24). ¿Entonces es sólo por la fe, como decía Lutero? Entendemos que la fe es un
pensamiento positivo ante algo que nos interesa. Pablo lo define así: “Es, pues, la fe la certeza
de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 12:1). ¿Cuál es la base de esta
certeza? Si leemos la explicación de esta definición en todo el capítulo, entenderemos que
esta certeza está basada en la historia: Es exactamente el mismo método que en se basan los
científicos.
Si me preguntan qué dirección tomo para ir al trabajo, diré sin titubear: “Hacia la
derecha”. Y si luego me preguntan: “¿cómo lo sabe, si no está viendo el lugar donde trabaja?

1
Todo el énfasis en negrita es y será mío.
2

Mi respuesta será sencilla: Porque llegué siempre que tomé esa dirección. Por lo tanto, hoy
lo sé, y estoy convencido, aunque no lo esté viendo. Y en Romanos 10:17 leemos: “Así que
la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. En la Biblia hay mucha historia para
instruirnos; experimentar gracias a la experiencia que llegamos a conocer de otros, y
ayudarnos a confirmar o negar una idea o un propósito.
Entonces, poseyendo esta fe racional leemos: “Inclinad vuestros oídos, y venid a mí;
oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a
David.” (Isaías 55:1-3). Aquí dice que la salvación no es una imposición divina para unos
elegidos, como pensaban algunos reformadores, pues es un convenio entre Dios y todo aquel
que la acepte. Es cierto que Dios nos eligió. Pero no fue por una decisión autoritaria, sino
mediante su capacidad de “presciencia” (1 Ped. 1:2). Por eso Jesús eligió a once discípulos.
A Judas lo aceptó solo para darle una oportunidad más, pues sabía su destino (Zac. 11:12,13;
Mat. 26:15). El propósito original de Dios fue salvar al mundo entero (Juan 3:16). Pero sabía
que muy pocos aceptarían su invitación (Mateo 20:16). Esto muestra el profundo respeto que
Dios tiene por la libertad humana.

El pacto de la gracia:
Entonces se nos confirma que la salvación no es solo por un acto de fe, pues cada
parte tiene obligaciones convenidas que cumplir, o se rompe el trato. Y si Isaías dice que es
un “pacto eterno”, luego continúa en el Nuevo: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo,
cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas” (Heb. 8:6).
La historia de 6000 años nos dice que Dios nunca falló cuando el hombre cumplió su
parte. Incluso en la prueba que sufrió Job, recibiendo finalmente el doble de bendiciones (Job
42:10-17). Por lo tanto, hoy razono: ¿Qué base tengo para pensar que esta vez, aunque
cumpla mi parte en el Pacto (Heb. 8:6), Dios me fallará? La historia nos dice que las
probabilidades son prácticamente nulas. Por eso Pablo dijo: “Justificados, pues, por la fe,
tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
Pero Lutero, se encontró con una declaración de Santiago, que llevó su fe en la
salvación a una gran pregunta, y finalmente a un fatal rechazo. Pensó que, como Dios siempre
cumple lo que promete, Santiago 2:24 era una declaración espuria contraria a las de Pablo.
¿Qué nos dice aquí Santiago?
“Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por
la fe”. ¿Quién dice la verdad aquí? Seguramente Lutero recordó, que una vez Pablo tuvo que
corregir a Santiago públicamente (Gál. 2:11); por eso decidió confiar más en Pablo. Sin
embargo, también sabemos que la Biblia es inspirada totalmente (2 Tim. 3:16). ¿Cómo se
entiende esto? Algunos sostienen que no habla del perdón, sino del proceso de la
santificación, que viene desde que nos levantarnos de la oración donde fuimos perdonados.
Pero Santiago habla de la justificación, no de la santificación (Sant. 2:24).
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Un regalo que se compra:


Volvamos a Isaías 55:1, cuando dice: “Venid, comprad, sin dinero y sin precio,
vino y leche.” Sabemos que Isaías se refiere a los sedientos de la justicia de Cristo. Y el valor
de compra fue dado por Jesús: En la parábola que él presentó de los dos deudores, uno que
debía “diez mil talentos” (Mat. 18:24), prometió devolver todo. Pero, como cada talento tenía
el valor de 6000 denarios o días de trabajo, 10.000 significaba una deuda a pagar, trabajando
cerca de 170.000 años. Una deuda imposible de pagar, ¿verdad? Y entonces, ¿queda alguna
esperanza para pagar nuestra deuda ante la Justicia celestial? Para los que insisten con
testarudez, Pablo agrega: “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia (regalo
inmerecido), sino como deuda; mas el que no obra, sino que cree en aquel que justifica al
impío, su fe le es contada por justicia” (Rom. 4:4,5). Por eso aquí nos quedan solo dos
caminos: “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús
Señor nuestro” (Rom. 6:23). Gracias a Cristo la salvación es gratuita.
Pero Santiago no está equivocado, pues hay otros pasajes que lo apoyan. La best seller
Elena G. de White (EGW) une la declaración de Isaías 55:1 con 56:1: “Así dijo Jehová:
Guardad derecho, y haced justicia: porque cercana está mi salud para venir, y mi justicia
para manifestarse”.2 Otra vez hay que respetar una norma, haciendo así justicia de parte del
pecador que no pudo guardar el Decálogo. Y Pablo escribió: “Porque no son los oidores de
la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados” (Rom. 2:13). Y
se entiende que Dios no está pidiendo aquí guardar la ley que no pudo guardar, pues por eso
está en la injusticia sin poder pagar su deuda. ¿Entonces?
En el Antiguo Testamento la “Torah” o enseñanza de la ley de Dios, incluía no solo
los Diez Mandamientos, sino también las leyes de salud y de los sacrificios para obtener el
perdón. Por eso, un pecador arrepentido, debía cumplir las condiciones para pedir el perdón
en el santuario. Por supuesto, muchos erraron creyendo que eran salvos por sacrificar un
animal, sin ver el símbolo del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).
Cuando el creyente cumplía los mandamientos de salvación, estaba haciendo lo que
el justo Dios pide. Por eso estaba obrando justicia. Por supuesto, no debemos confundir esta
“justicia” con la que presenta Pablo en el Nuevo Testamento, pues en el Nuevo Pacto, la
salvación no es presentada como una ley, sino establecida “con mejores promesas” (Heb.
8:6). Ahora es un “evangelio” de salvación (Mat. 4:23,35; 24:14, etc.); una “buena nueva”
(Gálatas 3:8; Hebreos 4:2,6) pues se la presenta como un regalo (Rom. 3:24).
Pero, como hoy en día un regalo que se ofrece produce desconfianza, por lo que puede
venir acompañado, nos es necesario recibirlo con fe: “Justificados, pues, por la fe, tenemos
paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5:1).
La Iglesia Católica también cree en la justificación por la fe. Pero no acepta que Cristo
“nos limpia de toda maldad” en la conciencia (1 Juan 1:9). Por eso sostiene que, como no
nos limpia todo, debemos completar la tarea en el proceso de la santificación, que se inicia
cada vez que nos levantarnos de la confesión donde hemos sido perdonados (justificados)

2
Elena G. de White, Joyas de los testimonios, t.3, (Buenos Aires: ACES, sin fecha), pp. 391,392.
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(Mat. 6:6 -13). Y recordamos que esto se cumplió en nosotros más de “setenta veces siete”
(Mat. 18:22).
Pero el catolicismo no presenta una creencia clara, pues también enseña que esa
justificación se la obtiene en el momento del bautismo. Como si el agua tuviera un don
especial, cuando en realidad se trata de un pacto con Dios. Y también es una confesión
pública ante la iglesia, de haber conocido previamente a Cristo, y pedido el perdón con
arrepentimiento de todo lo malo de su vida pasada. Por eso, miles de creyentes que vivieron
antes que Juan el Bautista bautizara, estarán en el cielo por su fe sin cumplir este rito (Heb.
11); y también el ladrón arrepentido en la cruz, junto a Jesús (Luc. 23:42,43). El problema
está cuando llegamos a entenderlo y no queremos cumplirlo (Sant. 4:17; Mat. 28:19). Así
que la salvación misma no está en el bautismo.
Jesús presentó una parábola que nos puede ayudar: “El reino de los cielos es
semejante a un tesoro escondido en el campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de
nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (Mat.
13:44). Y justamente, el plan de salvación es el tema, que para el pecador arrepentido tiene
más valor en la Biblia; y es el mayor tesoro para quien ya goza en ella.
La parábola nos dice que, si bien la justicia de Cristo es gratuita, para obtenerla se
requiere una acción humana que implique decisiones previas, muy costosas para las malas
inclinaciones y el orgullo humano. Y puede significar perder antiguas riquezas, para obtener
otra nueva y distinta. Y en algunos casos puede requerir una forma de vida totalmente nueva,
donde incluya buscar trabajo; separarse de amistades y hasta de la propia familia (Mat.
19:29).

Es gratis, pero cumpliendo condiciones:


La invitación de Cristo al banquete espiritual de la gracia, se presenta en Lucas 14:15-
24 en su parábola de la gran cena. Él envía encargados para invitar a todos los que encuentren
en la población. Pero todos se disculpan por sus intereses. Así que decide llamar a los pobres,
los mancos, los cojos y los ciegos; a todos los que sienten su necesidad de algo mejor. Pero,
si bien la invitación es gratuita, otra vez se anuncia que se deben cumplir las condiciones.
Por falta de fe en Cristo, muchos permanecen en su vida antigua sin cumplir esas
condiciones de salvación. Tienen tan poca fe, que no hacen nada para terminar con su
indecisión: “Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes
primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia (Hebreos 4:6).
Otra vez la salvación es gratuita, pero requiere obediencia. Aquí, no al Decálogo o a
las obras de caridad que pide la Iglesia de Roma, sino a las condiciones del Nuevo Pacto. Así
que no es solamente un acto de fe, según el dicho de muchos evangélicos, sino también de
obediencia. Y esto es lo que Lutero entendió a medias, ya que sabía que la fe en la salvación
requiere condiciones, pero negaba que el evangelio requiera obediencia. Y hoy algunos
enseñan que para la justificación “no hay que hacer nada”.
EGW escribió: “Hay muchos en el mundo cristiano que pretenden que todo lo que es
necesario para la salvación es tener fe; las obras no significan nada [...] Semejante fe será
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como metal que resuena y címbalo que retiñe. A fin de tener los beneficios de la gracia de
Dios, debemos hacer nuestra parte; debemos trabajar con fidelidad, y producir frutos dignos
de arrepentimiento. Somos obreros juntamente con Dios”. 3
Esta declaración, que parece ser tan controvertida, dice que para el perdón “debemos
trabajar” y “producir frutos”, y por lo tanto es la acción de un “obrero”. Pero esto, ¿no es
volver al legalismo fariseo? No, pues aquí no se refiere al cumplimiento de los Diez
Mandamientos, ni cualquier otra buena obra de caridad que pueda pagar la deuda con Dios.
Ya sabemos que es imposible. Esas son palabras que usó Pablo para la conversión, diciendo
a los gentiles “que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de
arrepentimiento” (Hech. 26:20). “Porque nosotros somos colaboradores de Dios” (1
Corintios 3:9).
Recordemos que la salvación es un pacto; el “nuevo pacto” (Heb. 8:6). Por lo tanto,
no pretendamos que Dios haga todo. Y Pablo explica muy bien cuál es la parte que nos
corresponde en el pacto de la gracia: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de
Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional (Romanos 12:1). Cristo cumplió su parte del pacto en la cruz. Nosotros
lo cumplimos en nuestra habitación de rodillas, sacrificando los deseos malsanos.

Pero, ¿no lo hace el Espíritu Santo en nuestro lugar?:


“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia
solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor
y temblor.” (Fil. 2:12). La palabra griega katergázomai significa trabajar, obrar, ocuparse en
algo, que aquí es en la salvación. Y ya vimos que es así, pues se trata de “obras dignas de
arrepentimiento” gracias a la obra del Espíritu Santo.
Y en el versículo 13 Pablo continúa: “Porque Dios es el que produce en vosotros así
el querer como el hacer, por su buena voluntad”. En el griego leemos: o energón en umín. La
palabra energón de energeo, es producir poder, energía. Por lo tanto, el Espíritu Santo no es
quien se arrepiente y pide perdón por nosotros; no es el que obra en nuestro lugar
(lamentamos esta mala traducción que ha producido tantas incomprensiones), sino que nos
capacita; nos da energía, el poder espiritual para hacer lo que sin él no podríamos (Juan 15:5).
Por eso Pablo repite esta acción en nosotros, dos capítulos más adelante: “Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13). Otra vez nos dice que no lo hace él, sino que nos
da fortaleza espiritual para hacerlo nosotros; pues si lo hiciera él no necesitaría fortalecernos.

Conclusión:
1° La salvación que ofrece Cristo es un “pacto”, no una imposición. Y debe ser comprada
con nuestra entrega en “sacrificio vivo”. El resto, que es la parte de Cristo, será gratuito. Por
eso Santiago nos dice que el pecador necesita más que fe. Para algunos su lucha interna
requerirá un esfuerzo muy costoso, pero teniendo en cuenta que, si tiene fe, esa obra será

3
––––––––, Reavivamientos Modernos (RM), (California: Publicaciones Interamericanas, 1974), p. 34.
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fortalecida por el Espíritu Santo. Cristo cumplió su porte del pacto en la cruz; nosotros de
rodillas en nuestra habitación. No pretendamos hacer otra obra que la del arrepentimiento,
pues antes de ser justificados y renovados en el perdón, será imposible. Sí, tenemos el
derecho de soñar guardar los Diez Mandamientos. Pero esto será una realidad solo después
de cada perdón.

2° Por eso Santiago dijo que “el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la
fe”. Pero por “obras dignas de arrepentimiento”, aclaró Pablo; que son “obras de justicia”,
porque es justo reconocer nuestra verdadera posición ante Dios; cumplir las condiciones para
la cena del Cordero, y recibir la perfecta justicia que solamente otorga Cristo.

3° La “justicia de Cristo” es un don impagable. Pretender pagarlo mediante obras de caridad


es pretender hacerlo con menos de la milésima parte de la deuda. Por eso se requiere de
nosotros fe en el ofrecimiento de Cristo, del perdón instantáneo y gratuito de limpiarnos de
todo mal de nuestra conciencia (1 Juan 1:9). Lamentamos que la Iglesia de Roma no lo
entienda, y requiera obras de caridad para completar lo que dice que Cristo no pudo al
perdonarnos. Esta enseñanza disminuye la capacidad divina y ofende a nuestro Creador. Y
por último, lamentamos que algunos evangélicos sostengan, desde Lutero, que la
justificación es solamente legal y por fe, porque creen que no hay cambio alguno en nuestra
conciencia. Y así obligan a pensar que Dios miente, cuando dice que “nos justifica” y nos
hace “nuevas criaturas”.

Gracias damos al Señor por este plan divino tan maravilloso, y porque nos da la
esperanza de una vida nueva y eterna, junto con todos los santos que confiaron en Cristo.

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