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Leroy E. Beskow
Introducción:
Sabemos que en la Biblia se encuentran muchas expresiones que tienen un sentido
figurado. Aquí tenemos una de ellas: “Compra la verdad, y no la vendas; La sabiduría, la
enseñanza y la inteligencia” (Proverbios 23:23).
Para comprar algo hay que tener dinero, o algún bien que dar en retribución. Puede
costarnos un determinado tiempo, algún esfuerzo corporal o mental; compartiendo algún don
o alguna información de cierto valor, etc. Y si hay que “comprar” una verdad, significa que
es algo que hoy, en medio de miles de informaciones, teorías y religiones, nos interesa de
verdad, y vale su esfuerzo.
En este estudio trataremos de entender el significado teológico de esta declaración
del profeta Isaías:
“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad,
y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche.” (Isaías 55:1).1
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Todo el énfasis en negrita es y será mío.
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Mi respuesta será sencilla: Porque llegué siempre que tomé esa dirección. Por lo tanto, hoy
lo sé, y estoy convencido, aunque no lo esté viendo. Y en Romanos 10:17 leemos: “Así que
la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. En la Biblia hay mucha historia para
instruirnos; experimentar gracias a la experiencia que llegamos a conocer de otros, y
ayudarnos a confirmar o negar una idea o un propósito.
Entonces, poseyendo esta fe racional leemos: “Inclinad vuestros oídos, y venid a mí;
oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a
David.” (Isaías 55:1-3). Aquí dice que la salvación no es una imposición divina para unos
elegidos, como pensaban algunos reformadores, pues es un convenio entre Dios y todo aquel
que la acepte. Es cierto que Dios nos eligió. Pero no fue por una decisión autoritaria, sino
mediante su capacidad de “presciencia” (1 Ped. 1:2). Por eso Jesús eligió a once discípulos.
A Judas lo aceptó solo para darle una oportunidad más, pues sabía su destino (Zac. 11:12,13;
Mat. 26:15). El propósito original de Dios fue salvar al mundo entero (Juan 3:16). Pero sabía
que muy pocos aceptarían su invitación (Mateo 20:16). Esto muestra el profundo respeto que
Dios tiene por la libertad humana.
El pacto de la gracia:
Entonces se nos confirma que la salvación no es solo por un acto de fe, pues cada
parte tiene obligaciones convenidas que cumplir, o se rompe el trato. Y si Isaías dice que es
un “pacto eterno”, luego continúa en el Nuevo: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo,
cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas” (Heb. 8:6).
La historia de 6000 años nos dice que Dios nunca falló cuando el hombre cumplió su
parte. Incluso en la prueba que sufrió Job, recibiendo finalmente el doble de bendiciones (Job
42:10-17). Por lo tanto, hoy razono: ¿Qué base tengo para pensar que esta vez, aunque
cumpla mi parte en el Pacto (Heb. 8:6), Dios me fallará? La historia nos dice que las
probabilidades son prácticamente nulas. Por eso Pablo dijo: “Justificados, pues, por la fe,
tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
Pero Lutero, se encontró con una declaración de Santiago, que llevó su fe en la
salvación a una gran pregunta, y finalmente a un fatal rechazo. Pensó que, como Dios siempre
cumple lo que promete, Santiago 2:24 era una declaración espuria contraria a las de Pablo.
¿Qué nos dice aquí Santiago?
“Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por
la fe”. ¿Quién dice la verdad aquí? Seguramente Lutero recordó, que una vez Pablo tuvo que
corregir a Santiago públicamente (Gál. 2:11); por eso decidió confiar más en Pablo. Sin
embargo, también sabemos que la Biblia es inspirada totalmente (2 Tim. 3:16). ¿Cómo se
entiende esto? Algunos sostienen que no habla del perdón, sino del proceso de la
santificación, que viene desde que nos levantarnos de la oración donde fuimos perdonados.
Pero Santiago habla de la justificación, no de la santificación (Sant. 2:24).
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Elena G. de White, Joyas de los testimonios, t.3, (Buenos Aires: ACES, sin fecha), pp. 391,392.
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(Mat. 6:6 -13). Y recordamos que esto se cumplió en nosotros más de “setenta veces siete”
(Mat. 18:22).
Pero el catolicismo no presenta una creencia clara, pues también enseña que esa
justificación se la obtiene en el momento del bautismo. Como si el agua tuviera un don
especial, cuando en realidad se trata de un pacto con Dios. Y también es una confesión
pública ante la iglesia, de haber conocido previamente a Cristo, y pedido el perdón con
arrepentimiento de todo lo malo de su vida pasada. Por eso, miles de creyentes que vivieron
antes que Juan el Bautista bautizara, estarán en el cielo por su fe sin cumplir este rito (Heb.
11); y también el ladrón arrepentido en la cruz, junto a Jesús (Luc. 23:42,43). El problema
está cuando llegamos a entenderlo y no queremos cumplirlo (Sant. 4:17; Mat. 28:19). Así
que la salvación misma no está en el bautismo.
Jesús presentó una parábola que nos puede ayudar: “El reino de los cielos es
semejante a un tesoro escondido en el campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de
nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (Mat.
13:44). Y justamente, el plan de salvación es el tema, que para el pecador arrepentido tiene
más valor en la Biblia; y es el mayor tesoro para quien ya goza en ella.
La parábola nos dice que, si bien la justicia de Cristo es gratuita, para obtenerla se
requiere una acción humana que implique decisiones previas, muy costosas para las malas
inclinaciones y el orgullo humano. Y puede significar perder antiguas riquezas, para obtener
otra nueva y distinta. Y en algunos casos puede requerir una forma de vida totalmente nueva,
donde incluya buscar trabajo; separarse de amistades y hasta de la propia familia (Mat.
19:29).
como metal que resuena y címbalo que retiñe. A fin de tener los beneficios de la gracia de
Dios, debemos hacer nuestra parte; debemos trabajar con fidelidad, y producir frutos dignos
de arrepentimiento. Somos obreros juntamente con Dios”. 3
Esta declaración, que parece ser tan controvertida, dice que para el perdón “debemos
trabajar” y “producir frutos”, y por lo tanto es la acción de un “obrero”. Pero esto, ¿no es
volver al legalismo fariseo? No, pues aquí no se refiere al cumplimiento de los Diez
Mandamientos, ni cualquier otra buena obra de caridad que pueda pagar la deuda con Dios.
Ya sabemos que es imposible. Esas son palabras que usó Pablo para la conversión, diciendo
a los gentiles “que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de
arrepentimiento” (Hech. 26:20). “Porque nosotros somos colaboradores de Dios” (1
Corintios 3:9).
Recordemos que la salvación es un pacto; el “nuevo pacto” (Heb. 8:6). Por lo tanto,
no pretendamos que Dios haga todo. Y Pablo explica muy bien cuál es la parte que nos
corresponde en el pacto de la gracia: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de
Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional (Romanos 12:1). Cristo cumplió su parte del pacto en la cruz. Nosotros
lo cumplimos en nuestra habitación de rodillas, sacrificando los deseos malsanos.
Conclusión:
1° La salvación que ofrece Cristo es un “pacto”, no una imposición. Y debe ser comprada
con nuestra entrega en “sacrificio vivo”. El resto, que es la parte de Cristo, será gratuito. Por
eso Santiago nos dice que el pecador necesita más que fe. Para algunos su lucha interna
requerirá un esfuerzo muy costoso, pero teniendo en cuenta que, si tiene fe, esa obra será
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––––––––, Reavivamientos Modernos (RM), (California: Publicaciones Interamericanas, 1974), p. 34.
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fortalecida por el Espíritu Santo. Cristo cumplió su porte del pacto en la cruz; nosotros de
rodillas en nuestra habitación. No pretendamos hacer otra obra que la del arrepentimiento,
pues antes de ser justificados y renovados en el perdón, será imposible. Sí, tenemos el
derecho de soñar guardar los Diez Mandamientos. Pero esto será una realidad solo después
de cada perdón.
2° Por eso Santiago dijo que “el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la
fe”. Pero por “obras dignas de arrepentimiento”, aclaró Pablo; que son “obras de justicia”,
porque es justo reconocer nuestra verdadera posición ante Dios; cumplir las condiciones para
la cena del Cordero, y recibir la perfecta justicia que solamente otorga Cristo.
Gracias damos al Señor por este plan divino tan maravilloso, y porque nos da la
esperanza de una vida nueva y eterna, junto con todos los santos que confiaron en Cristo.