Diferente contenido de la palabra “acción”.—Ningún térmi
no del léxico procesal ha sido más trajinado que la palabra “acción” y sobre ninguno se ha tejido el más variado, contradic torio o afín conjunto de interpretaciones. Guiados por un pro pósito de investigación, los procesalistas del siglo pasado y de lo que va del presente, han realizado los más fatigosos esfuer zos por acertar el contenido jurídico de la palabra acción y otros al fin se han retirado con cierto pesimismo, como Calamandrei, para sostener que es un concepto relativo, que cambia gradual mente con los factores políticos y sociales que la engendran y que si hoy se la considera con carácter público, ello se debe a la influencia preponderante que el Estado tiene en las sociedades modernas. Pareciera, pues, que en concepto del ilustre profesor de Florencia, la idea de acción fuera más política que procesal. En un primer sentido se asimila la palabra acción a la de derecho. Esta asimilación es común en el legislador de todos los países. En el nuestro, es fácil espigar en las páginas de nues tro Código Civil esta confusión entre acción y derecho. Así, el aparte único del numeral 79 del art. 151 deja a salvo “las accio nes (derechos) de los perjudicados para hacer declarar judicial mente” a quien corresponda la propiedad de los bienes que en fraude de los acreedores se hagan aparecer como propios o pa trimoniales; el art. 218 consagra “la acción (el derecho) de in quisición de la paternidad ilegítima; el art. 220 establece que “la acción (el derecho) de reconocimiento debe alegarse con fun damento en la posesión de estado, etc. Asimismo consagra la ley las acciones de divorcio y separación de cuerpos (art. 191), revocatoria del testamento por supervivencia de hijos (art. 951), la acción oblicua (art. 1.278), la simulación (art. 1.279 y 1.280, etc.; el artículo 212 establece que “la acción (el derecho) para reclamar el estado de hijo legítimo es imprescriptible respecto del hijo” ; el art. 218, que “el hijo tiene acción (derecho) para 80 Humberto Cuenca reclamar judicialmente ser reconocido por sus padres o por uno cualquiera de los dos”. En un segundo sentido la palabra acción se usa como equi valente de pretensión y hasta procesalistas españoles (Estévez, Guasp, y otros), han propuesto formalmente eliminar definitiva mente la palabra acción debido a las confusiones y sustituirla por pretensión. Sin embargo, ahora es posible, en cierto límite, deslindar la diferencia que la doctrina ha admitido como más razonable entre acción y pretensión. La acción es el poder jurí dico dirigido contra el E&tado para que se administre justicia por éste, mientras que la pretensión es el pedimento que el de mandante formula contra el demandado. Algunos (Prieto Cas tro, entre ellos), llaman pretensión a la acción civil, o sea a la relación jurídica de derecho material que liga al acreedor con su deudor por el contrato de préstamo y en virtud del cual el acree dor solicita del Tribunal que su deudor le devuelva el capital prestado. En verdad, en nuestro lenguaje forense acostumbra mos designar con el nombre de “pretensiones” del actor a los pedimentos que éste formula contra el demandado. La distinción radica, pues, en que mientras la acción se dirige contra el Estado, por medio del órgano jurisdiccional, la pretensión, fundada o no, se dirige contra el demandado. Cuan do en la demanda dirigimos una solicitud al Juez de Primera Instancia y en ella pedimos que el demandado convenga en de volvernos el inmueble (pretensión), o en su defecto a ello sea condenado por el tribunal (acción), se delimita la diferencia hasta donde es relativa y gráficamente posible hacerlo. La ac ción se dirige contra el Estado para evitar la justicia por sí mismo y si éste encuentra fundada la acción proporciona a quien lo solicita la tutela jurídica. Cuando en la sentencia el Tribunal, administrando justicia en nombre de la República y por auto ridad de la ley, declara con lugar la demanda de A contra B y en consecuencia, condena a B a devolver el inmueble X, la acción se ha dirigido contra el Estado y como resultado de la actividad de éste es que el actor ve satisfecha su pretensión de que B devuelva el inmueble apropiado. Por último se ha visto otra clara distinción entre acción y pretensión al considerar que aquélla es en verdad un derecho, pero no el derecho; que ésta es un hecho jurídico o más propiamente un acto jurídico. Desde un tercer punto de vista acción es sinónimo de de manda. Este es el sentido técnico y propio que más corresponde a la ciencia procesal. Ese poder jurídico de dirigirse al Juez pa ra que administre justicia por medio de un escrito que en nues tro juicio ordinario denominamos ‘libelo”, esa es la acción en sen tido formal. Esta acción implica como decía Chiovenda, un poder jurídico para pedir la actuación de la ley e implica también para el Juez el deber de admitir o rechazar la demanda, so pena de que su silencio o negligencia le acarree responsabilidad civil o Doctrina La Acción 81 penal por denegación de justicia. Este poder acarrea para el de mandado la obligación de defenderse para evitar las consecuen cias de la confesión ficta; pero no es cierto que necesariamente esté obligado a interponer una acción (como afirma Prieto Cas tro, I, 50, Derecho Procesal Civil “para obtener la desestima ción de la demanda del actor si es infundada”, pues a menudo aún incurriendo en confesión ficta la demanda es desechada por ser contraria a derecho, por error en la calificación de la ac ción, etc. Como bien dice Couture, el demandado para defenderse no necesita oponer un contra-derecho al del actor pues él en de finitiva no aspira sino a su liberación del proceso. Cuando opone un contra-derecho se convierte a su vez en demandante por vir- tud de la reconvención. La acción en el Derecho Romano.—La palabra actio encuen tra un contenido diferente conforme a cada uno de los diversos sistemas en vigor. En las acciones de la ley (legis actio), es la recitación de memoria, de estricto carácter sacramental, que los pontífices enseñaban a los litigantes y que éstos debían re petir fielmente ante el magistrado, ya que cualquier error o mo dificación en los términos implicaba la pérdida del litigio. Es de sobra conocido el ejemplo de Gayo. Un agricultor -perdió su demanda porque habiendo intentado una acción por las viñas de su propiedad, que le fueron arrancadas por el vecino, usó la palabar vitibus (viñas), en vez de arboribus, que era la pres crita. Durante mucho tiempo las fórmulas de la ley fueron pri vilegio de los patricios y secreto de los pontífices hasta que más tarde, un plebeyo, Cnaeus Flavius, publicó el formulario y a ese repertorio se le denominó Derecho Flaviano (Ius Flaviano). El viejo sistema de las acciones de la ley era preciso, pero formalista y sacramental y hubo de ceder, en el curso de una larga evolución, a otro sistema más humano y flexible, en que la autoridad del Pretor es tan extensa e intensa que crea un derecho propio, el pretoriano. En las actio legis el Pretor se li mitaba a vigilar la observancia de las formas, y por ello la jus ticia era más privada que pública. En cambio, en el llamado sistema formulario, la acción está representada en una nota redactada por el Pretor, a menudo escogida por las partes del álbum previamente preparado por éste, generalmente concebi da así: “Sean Jueces. Si consta que Numerio Negidio debe dar a Aulio Agerio diez mil sestercios, sobre lo que se litiga, conde na, oh juez, a Numerio Negidio, a pagar a Aulo Agerio diez mil sestercios; si no consta, absuélvelo”. En este sistema, la faz in iure ante el Pretor, que se desarrolla desde la citación ( in ius vocatio) hasta la contestación de la demanda (litis contes tado), afirma entre las partes el convenio del proceso según el cual éstas escogen el Juez que habrá de investigar los hechos y aplicar el derecho conforme a la fórmula redactada por el ma gistrado, comprometiéndose además a acatar y respetar la sen- 82 Humberto Cuenca tencia, ya que el Juez es a menudo un particular que carece del imperium, o sea del poder público necesario para hacer cum plir sus decisiones. En el sistema formulario, pues, la acción es la fórmula es crita que el Pretor envía al Juez, completamente independiente del derecho material invocado por las partes. Pero más tarde cuando a partir de Dioclesiano se generaliza un sistema que sólo se habla aplicado hasta entonces en los conflictos con el Estado y en materia de interdictos, por lo que se llamó sistema extraordinario (extraordinem), vuelve a reinar la confusión en tre el derecho y la acción, en la litis denuciatio, que es la peti ción que por escrito hace el demandante ante el Juez, y que Jus- tiniano convierte en el libellus conventionis, exposición razona da de hecho y de derecho que el Juez debe revisar para admitir o rechazar. Desde entonces la acción y el derecho aparecen con fundidos, hasta hacerse clásica en el Bajo Imperio la famosa definición de Celso (“el derecho de perseguir en juicio lo que a uno se le debe”), que recogen devota y pacíficament las Ins tituías. La escuela procesalista alemana.—Durante la Edad Media en el derecho germánico y en el canónico, lo mismo que en la llamada época de la recepción, poco interés despierta el estudio de la acción en sí. Se identifican el derecho con la acción en for ma tan absoluta que ningún jurista se ocupa de examinar si los bordes están perfectamente ajustados pues se les considera una sola y única pieza. Esta misma subordinación sufre el De recho Procesal reducido a simple mecánica y que al decir de Chiovenda equivalía a desenvolver el derecho sucesoral estu diando tan sólo la trama de los testamentos. Correspondió a la vieja escuela procesalista alemana, des de mediados del Siglo XIX, la preocupación, por primera vez, en ahondar sobre si realmente esa identificación entre acción y derecho era absoluta o más bien aparente. Hasta entonces, Sa- vigny y otros juristas no habaín visto en la acción sino el de recho en movimiento, el transcurso de la norma en estado de reposo (derecho) al estado dinámico, colérico y encrespado, en pie de guerra (acción). Pero esta concepción romántica, como otras tantas mixtificaciones impuras que en torno de ella se te jieron, esterilizaban el Derecho Procesal, que esperaba tan solo la voz que a Lázaro dijo: “Levántate y anda”. Esta voz fué la de Windscheid en 1.865 con la publicación de su libro: “La ac ción del derecho civil romano desde el punto de vista del de recho actual”. Windscheid perteneció a la escuela procesalista alemana cuyo fundador fué Bethmann-Hollweg, seguidor a su vez de las investigaciones que en torno a la evolución del dere cho romano de la Edad Media había realizado Savigny. Es Bernardo Windscheid quien por primera vez acredita a la acción carácter de derecho autónomo independiente del derecho Doctrina La Acción 83 material y equivalente según él a pretensión (anspmch). Este año de 1.856 es un momento estelar en la historia de la ciencia ju rídica porque a partir de entonces comienza la obra lenta de independencia del Derecho Procesal, como ciencia autónoma des ligada de la estrecha subordinación que sobre él había ejercido hasta entonces el Derecho Privado. Al año siguiente, (1.857), otro alemán, Muther, responde a Windscheid con “La Teoría de la acción romana y el moderno derecho de obrar” en la que se expone el concepto de acción como un derecho público y subjetivo dirigido hacia el Estado, “que tiene por presupuesto un derecho privado y su violación, corresponde en el Estado no sólo el deber, respecto al titular del derecho, de impartirle la tutela, sino también de realizar contra el particular la coacción necesaria para obtener de él el cumpli miento de sus obligaciones” (Chiovenda, “La acción es el siste ma de los derechos”). La polémica trasciende y de ella quedan como conclusiones concretas la autonomía de la acción y su ca rácter público de derecho subjetivo. A partir de entonces, aun cuando en orden confuso y en opuestas direcciones, la investigación en torno a la naturaleza de la acción se hace cada vez más fecunda y hoy es abrumadora la bibliografía jurídica en torno a ella. Bülow abre aún más el campo de las investigaciones cuan do sostiene en forma esquemática, que más tarde desarrollará Goldschmidt, que el actor no tiene ningún derecho antes de in tentar su demanda y aporta el desarrollo de su “Teoría de las Excepciones y de los Presupuestos Procesales”, quien además de sostener que el proceso es una relación pública entre el Es tado y las partes, requiere ciertas condiciones esenciales a su validez como la citación, la jurisdicción, la competencia, etc., que Bülow para sustituir el viejo concepto romano de las excepcio nes dilatorias, llamó “presupuestos procesales”. Teoría de la facultad abstracta de obrar. — La polémica Windscheid-Muther sobre la actio romana y la Klage alemana, sustituida esta última por Windscheid con la expresión “ans- pruch” (pretensión), hizo fecundo el campo de investigación de la naturaleza jurídica de la acción. Adolfo Wach, en un manual de derecho procesal, cuyo primero y único tomo pareció en 1.885, sostuvo que la acción es el poder jurídico que tiene toda perso na de pedir protección jurídica al Estado para obligar al deu dor a cumplir sus obligaciones; pero que este derecho sólo existe en cuanto la demanda esté fundada. A esta teoría se la deno minó facultad concreta de obrar, pues sólo se puede accionar cuando se tiene razón, para distinguirla de aquella otra de De- genkolb y demás seguidores, llamada facultad abstracta de obrar, según la cual el poder jurídico de pedir al Estado tutela para obtener la satisfacción de un derecho no es privativo de los que tienen razón sino que corresponde, en general, abstrae- 84 Humberto Cuenca tamente, sin consideración de que la demanda sea fundaba o no, a toda persona capaz de ser sujeto de derecho. Esto en el caso del reclamo temerario es lo que Chiovenda llama “el dere cho de no tener razón”. Las comientes civilistas y procesalistas volcadas sobre Italia La verdad es que el estudio del Derecho Romano, después de esos períodos de lento y doloroso olvido, en que la humani dad ha incurrido, al renacer con todo su pujante esplendor, ha sido factor estimulante por excelencia para la creación de nue vas perspectivas jurídicas. Las investigaciones realizadas sobre el derecho romano clásico, en la época de la decadencia y las vicisitudes ocurridas durante la Edad Media, especialmente por Ihering y Savigny, prepararon un nuevo ambiente para el estu dio del derecho procesal en Alemania primero y en Italia des pués. Los civilistas franceses (Pothier, Demolombe, Merlin, Tro- plong( etc.), forjadores y comentaristas del Código Napoleóni co, al revisar las viejas instituciones romanas sobre sus anti guas bases, crearon una legislación más humana y moderna, que influyó poderosamente sobre la legislación civil de Italia, al punto de que ésta acogió aquel Código, pero superándolo. Pero al mismo tiempo que los civilistas franceses impulsaban en Ita lia el estudio del derecho civil, influyeron también en mantener en olvido y abandono los estudios de procedimiento. Si bien es cierto que el Code de Procédure Française marcó un gran paso de avance al recoger por primera vez en forma de Código aquel articulado, que hasta entonces había sido objeto de ordenanzas y leyes aisladas, poniendo orden donde reinaba la confusión, también lo es que a pesar del Código, en Francia y en Italia, la materia siguió considerada como simple mecánica, en manos de prácticos y glosadores, hábiles para ganar pleitos, con sus tie sos formularios, falta de análisis y de sentido jurídico. Embebi dos en la grandiosa arquitectura del Código de Napoleón, tam bién los juristas italianos se despreocuparon por esto que más que ciencia ellos consideraban como arte de hacer el proceso. Fueron los pandectistas alemanes, Keller, Windscheid, Mu- ther, y otros, quienes siguiendo las huellas de Ihering y Sa vigny, aparecieron de pronto, después del hallazgo de Niebuhr del manuscrito de Gaius, con las manos llenas de pergaminos y palimpsestos y llevaron a Alemania primero y a Italia, después, con el renacimiento de los estudios de derecho romano, la vi sión de un nuevo territorio descubierto en torno al proceso. Por ironía del destino, le tocó a los alemanes al escuadriñar el pro cedimiento italiano de la Edad Media, mezcla de derecho romano y de derecho canónico, que se denominó después derecho común, devolver a los juristas italianos la mirada sobre su propio pa sado y cuando Windscheid advirtió una raya de luz diferencial entre la acción y el derecho que hasta entonces habían apare Doctrina La Acción 85 cido tan yuxtapuestas que daban la apariencia de una sola y única pieza, la escuela sistemática con Chiovenda a la cabeza se lanzó a la exploración de ese campo virgen del proceso. Ocurrió entonces otro fenómeno no menos curioso: el im pulso de los civilistas franceses sobre el Derecho Civil y las investigaciones de los pandectistas alemanes sobre el Derecho Procesal confluyeron sobre Italia, para que los juristas de esta nación tomaran la punta de avanzada en el estudio de ambas ciencias, avanzada sostenida de manera tan firme y gallarda, que dejaron atrás a sus iniciadores, tanto franceses como ale manes. Hoy Italia, está a la cabeza del mundo en la investiga ción científica civil y procesal. La Escuela Italiana.—Lessona y Mattirolo predominaban en Italia a fines del siglo XIX. Acaudillaban la llamada escuela exegética, profundamente influenciada por el procesalismo fran cés de Garsonett. El “Tratado de Derecho Judicial” de Matti rolo y las Pruebas de Lessona eran las obras de predominante estudio en la época. No puede negarse a la obra de Mattirolo el haber destacado la importancia del estudio del por él llamado “derecho judicial”, del cual dice Chiovenda: “tesoro de máxi mas judiciales, en el que las enseñanzas de la práctica, a me nudo llenas de buen sentido y de fruto, por ocultos meandros del pensamiento, de antigua sabiduría, se encontraban hábil mente entrelazadas con las brillantes exposiciones de los escri tores franceses, y así puestas en circulación como un verbo que dispensaba de las sutiles investigaciones”. Y agrega: “Ninguna original investigación histórica; ningún intento de revisión y de construcción de los conceptos fundamentales; ninguna noti cia de la literatura germana, que, sin embargo, en otros campos había contribuido ya al progreso de nuestros estudios y que ya desde hace cincuenta años poseía obras procesales fundamen tales”. La obra de Mattirolo predominó también en España y en Hispano-América a punto de ser el texto más frecuentemente consultado por nuestros procesalistas, Borjas y Marcano. Nues tro Feo se inspiró en la obra de Caravantes y en la del Marqués de la Cañada, que junto con Manresa, más tarde, constituyen la trilogía del pensamiento procesal en España. Ludovico Mortara, con su Commentario, esbozó brumosa mente la separación del derecho y la acción, pero identificó ésta con el juicio y la relación jurídica. A pesar de sus notables in vestigaciones en torno a la jurisdicción, contenidas en el volu men- i) de su obra, a pesar de que desplazó a Mattirolo como cabeza de la escuela exegética y fué ardiente contendor de Chio venda, quien lo trató con miramientos paternales, no llegó a pe netrar en las nuevas concepciones procesalísticas. Tocó a Guiseppe Chiovenda (1.872-1.937), abrir la puerta a un mundo nuevo y desconocido, que desde cincuenta años 86 Humberto Cuenca atrás venía siendo explorado en rasgos por los alemanes, pero a quien Chiovenda ubicó, definió, señaló rumbos, fijó catego rías, demarcó principios y dió estructura fundamental: el mun do nuevo del Derecho Procesal. Chiovenda ha confesado que en su orientación científica in fluyeron poderosamente Vittorio Scialoja, italiano, y Adolfo Wach, alemán. En general influyen sobre el pensamiento de Chiovenda, Bülow, Kohller y sobre todos, Wach. De éste tomó la idea de la acción como un derecho autónomo aun cuando le tocara a Chiovenda en su famosa prolusión de Bolonia “La Ac ción en el Sistema de los Derechos” (1.903), más tarde en sus “Principios” y por último en sus “Instituciones”, divulgar y sis tematizar esta idea en toda Europa al punto de que muchas veces se le ha atribuido directamente su paternidad. Si no la tuvo, la mereció, pues fué sólo a partir de los estudios de Chio venda cuando se abrió el ancho campo de separación entre el derecho procesal y el derecho privado, que los civilistas fran ceses habían confundido. La otra idea que Chiovenda tomó de Wach, aun cuando ya había sido esbozada con motivo de la polémica Winscheid-Mu ther obre la actio, fué la de concebir la acción como un derecho a la tutela jurídica dirigido contra el Estado. Pero aquí Chio venda, partiendo de la base de la tutela jurídica, llegó a la con clusión de que ese derecho, que es la acción, va dirigido pri mordial y esencialmente contra el adversario y secundariamen te, contra el Estado. Inspirado en Wach, Chiovenda desarrolló su célebre teoría de la acción como un derecho potestativo. Parte de la clasifica ción de los derechos en absolutos y relativos, reales y persona les, y potestativos. Estos último pueden ser ejercidos o no por el titular y no acarrean ninguna obligación directa al adversario. Este puede no hacer nada, pero queda sometido al efecto jurí dico de la sentencia. Así concebida, la acción es un derecho po testativo, un poder jurídico para pedir la actuación de la ley, poder puro, autónomo y con valor propio. Se ha objetado a la teoría de Chiovenda que un derecho sim plemente potestativo, que no tenga por correlativo un deber, no es propiamente derecho y si se alega que el demandado queda sometido a la potestad jurídica del demandante, entonces es un derecho, pero no potestativo. Aun cuando la idea de Chiovenda sobre la acción acusaba ya cierta tendencia publicista en contra de las viejas concepciones privatistas, sin embargo, la idea ori ginal de Wach, de un derecho a la tutela o protección jurídica dirigida contra el Estado, tomó más amplio desarrollo en el De recho Procesal moderno, pues dió a la acción un carácter neta mente público y no cuasi-público como en Chiovenda, al punto de que Carnelutti sostiene más tarde, en su Sistema, que el ejer cicio de una acción es una función de carácter público/