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Antonio Vilaplana Molina

LA COMUNION
DE LOS SANTOS

92
Cuadernos BAC
Antonio Vilaplana Molina
es obispo de Plasencia y doctor en Teología

O Biblioteca de Autores Cristianos, de La Editorial Católica, S. A. Mlclrid l9iJ5


Mateo Inurria. 15. 28036 Madrid.
Depósito legal M-25. I 38- l985.
ISBN 84-220.r r99-9.
trmprime La Editorial Católica, S. A. Mateo Inurria, l-5. Mrrtlrid
INTRODUCCION

Las palabras del credo apostólico "la comunión de los


santos" han sido añadidas a las inmediatas anteriores, en
las que se profesa la fe en la Santa Madre Iglesia católica.
Esta añadidura tardía tuvo por finalidad poner una clari-
ficación, no sólo necesaria, sino también significativa, en
el dogma de la lglesia. El concepto de Iglesia se amplifica
en el concepto de comunión de los santos, cuando nues-
tra visión de la realidad eclesial alcanza a incluir como
miembros vivos del Cuerpo de Cristo a aquellos herma-
nos nuestros que ya no están en este mundo.
La comunión de los santos hace suya la solidaridad de
la misma creación, asumida y redimida por Cristo. Por
eso, el papa Juan Pablo lI' en la exhortación postsinodal
Reconciliatio et paenitenÍia, puede hablar del pecado so-
cial como del reverso de la comunión de los santos: <<Ha-
blar del pecado social quiere decir, ante todo, reconocer
eue, en virtud de una solidaridad humana tan misteriosa
e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada
uno repercute en cierta manera en los demás. Es ésta la
otra cara de aquella.solidaridad eue, a nivel religioso, se
desarrolla en el misterio profundo y magnífico de la co-
munión de los santos, merced a la cual se ha podido decir
que "toda alma que se eleva, eleva al mundo". A esta ley
de la elevación corresponde, por desgracia, la ley del des-
censo, de suerte que se puede hablar de una comunión
del pecado, por la que un alma que se abaja por el pecado
abaja consigo a la lglesia y, en cierto modo, al munrlo
entero. En otras palabras: no existe pecado alguno, aun
el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual,
que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo
pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con
mayor o menor daño, en todo el conjunto eclesial y en
toda la familia humana>> (R. er p. n.l6).
Las palabras del Papa merecen un comentario.
Dios nos ama desde la eternidad. Antes que existiera
cosa, ya Dios nos tenía amor: quería que existiéramos,
que gozáramos de los bienes de que gozamos, y abocó,
desde el momento de la creación, en la naturalcza y en
cada uno de los puntos de la línea que va de Adán a Noé,
y de Noé a nosotros, su cuidado y sus bendicioncs. Ya en
el legado que Adán envió mediante sus hijos a Noé, iba
escrito nuestro nombre y la lista larga de los mcdios para
que no se rompiese el hilo de los hombres y dc' las unio-
nes por que había de llegarnos la existencia.
Cuanto tenemos nos lo ha dado Dios por los conduc-
tos de los padres y de la socied?d, y, a su vez, cuanto nos
dieron y sociedad- lo habían recibido de sus
-padres
progenitores.
Somos, pues, todo herencia.
Es verdad que también nuestros males nos llegaron
heredados. El pecado original es un "regalo" de nueslros
primeros padres, y con él nos entró la muerte. También
nos vinieron las secuelas, eue rodando por los siglos
como bola cle nieve crecieron en tamaño, número y peso.
Pero como las injurias y las deudas debemos perdo-
narlas, quédanos para nuestros mayores solamente el
agradecimiento. La Iglesia reza diariamente por los di-
funtos. Y diariamente venera en sus oraciones v culto a
los santos.
También nosotros, desgraciadamente, vamos a acre-
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centar la bola de nieve que cae junto a Ia luz que nos
recibe en este mundo. La unidad y continuidad de la
historia del linaje humano no tolera insolidaridacl. Hasta
para despreciar a nuestros mayores necesitamos de su
lenguaje y apoyarnos en los bienes que de ellos hemos
recibido. De grado o por fuerza hernos de reconocer, si
queremos ser justos, nuestra solidaridad con los que nos
precedieron: en lo glorioso y en lo infamante; ni podemos
rechazar la heredad de bienes ni debemos echar la piedra
contra los que nos legaron males.
Pero, si en Adán todos pecamos, en Cristo todos he-
mos sido redimidos (cf. Rom 5,l2ss). Todos y todo, y en
esa redención vemos cómo el amor de Dios a nosotros
han sido nuestros mayores, y como el amor nuestro a
Dios es todo respeto y veneración a los que nos hicieron
e hicieron nuestro mundo. No sabemos los nombres de
las innumerables personas que nos han favorecido. Ellas,
desde el cielo, sí saben los beneficios de que han sido
depositarios y canal. Y también saben las muestras de
agradecimiento con que correspondemos a nuestros bien-
hechores, conocidos y anónimos. con su intercesión co-
rresponden a nuestras oraciones.
La amistad con los de arriba, alimentada con nuestras
devociones y rezos y con la lectura de las vidas de los
santos, pondrá equilibrio en la vida nuestra: nuestros
pies, que han de pisar la tierra, tro tirarán de nuestra
cabeza, que ha de mirar al cielo.

Los dones divinos

Que Jesucristo vino al mundo para redimirnos no


puede dudarse. Pero no se contentó con traernos re,cen-
ción; nos dio el ejemplo maravilloso de su vida, su doc-
trina, su cuerpo y su sangre, y su Espíritu.
El don de la Palabra de Dios
'"Vinieron a El su madre y sus hermanos, y no podían
llegar a causa del gentío. Y se le. avisó: Tu madre y tus
hermanos están allá afuera deseando verte. El respon-
diendo les dijo: mi madre y mis hermanos son los que
oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 8,
t9-21).
Un nuevo ente ha sido creado: el parentesco espiri-
tual. Quien escuche la palabra de Dios y la ponga por
obra, ése será pariente de Jesús. ¡Gran poder de Dios y
de la libertad que El nos concedió!
Los hermanos carnales son los seres quc por linaje
tienen entre sí mayor semejanzl,y, con todo eso, los dos
primeros hermanos que aparecen en el mundo, Caín y
Abel, quedan en la mayor lejanía posible: el mayor dio
muerte al menor. Jacob, padre de Israel, que con Abra-.
ham y David es padre señero de Jesús, arrebató a su
hermano la primogenitura y la bendición postrera de su
padre. Sus hijos vendieron por envidia a José, hermano
menor que ellos.
En el Nuevo Testamento ya aparecen en
-también
sus primeras páginas- dos parejas de hermanos, pero
bien hermanados, que sepamos, Pedro y Andrés, más
Santiago y Juan. Andrés es quien primero da pruebas de
unir con el nombre de hermano de la carne el de herma-
no que no viene ni de la carne ni de la sangre, sino del
nacimiento de Dios y en Dios: Andrés condujo a Pedro
al conocimiento de Cristo.
Jesús dará un nuevo significado a ese entrañable vo-
cablo: hermano de Jesús será quien lo escuche y ponga
en práctica su palabra: hermanos, de consiguiente, entre
sí,, los que lo sean de Cristo.
Los hijos de Abraham, descendientes de Jacob. se lla-

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marán israelitas. Los hermanos de Jesús por la fe serán
hermanos y tan sólo en la fe hijos de Abraham, hijos no
de la carne del patriarca, sino de su fe.
Con el cuerpo se enterrará y pudrirá cuanto tenga el
signo de lo temporal, sin que se salve más que lo que
haya sido sobrenaturalizado. Lo temporal
-según
esto-
se nos habrá dado como escalera para subir al cielo,
coriro andamio desde el que edificar nuestra morada so-
brenatural. Se quedará aquí la materia y con ella hasta el
parentesco y la cultura, que serán sustituidos por el pa-
rentesco sobrenatural y por la visión de la Verdad infi-
nita.
Allí serán mis padres aquellos que me hayan ayudado
a ser buen hijo de Dios, y serán mis hermanos aquellos
que me hayan ayudado a ser hermano de Jesucristo. En
el padrenuestro, la oración que El nos enseñó a rezar,
cuando decimos "nuestro" hemos de aprender, acepfar y
agradecer que tengamos hermanos.

El don de su cuerpo y sLt sangre

La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo une


a los que cornulgan.
"Puesto que uno es el pafl, un cuerpo somos la mu-
chedumbre, pues todos de un mismo pan participamos"
( I Cor 10,17). Esto lo escribía San Pablo en Efeso y lo
decía a los de Corinto.'ouno es el pan", y "un mismo
pan" no se refería al pan consagrado por el mismo sacer-
dote ni en la misma misa; se trata de la mismidad del pan
bajado del cielo, de Jesucristo, realmente presente en los
panes consagrados tanto por los sacerdotes de Efeso
como por los de Corinto.
Como se ve. la unidad cle los cristianos es consecuen-
cia de la unidad de cada uno con Cristo. Ya lo había
dicho El: "Que seáis uno, el Padre en mí y yo en vos-
otros". La unidad de cada uno con Cristo conlleva actitu-
des que tienen que ser muy acordes con las actitudes del
mismo Cristo. El hacía sus obras porque era bueno, y sus
obras eran ejemplares porque eran buenas. Dar a conocer
lo bueno es laudable realizar algo bueno para enseñar
cómo se hace, es una lección, y realizar algo bueno para
dar buen ejemplo de que se hace estaría falto de perfec-
ción cuando sea hipocresía. Toda la vida de Jesucristo es
ejemplar, también su muerte.
En el momento de la institución pide que, como El,
nos lavemos los pies los unos a los otros. San Pablo lo
traduce: aguantaos mutuamente unos a otros, ayudaos a
llevar la carga (cf. Ef 4,2).Como si dijésemos: arrimad el
hombro y vuestros bienes a las necesidades de vuestros
préjimos. Lavar los pies de rodillas y con las propias ma-
nos, bien con la caricia que basta al pie sucio de polvo
del camino, bien fregando para raer la suciedad incrus-
tada.
Ponernos a los pies de nuestros discípulos, de amigos
y de rivales, si lo hacemos por amor cristiano, no es baje-
za. Cuando es el amor el que nos agacha, no se dobla la
dignidad; cuando nos derribamos por virtud, tampoco.
Y, desde luego, no hacía falta que Jesús nos dijese que
ponerse a los pies de los superiores y de los que detentan
autoridad obediencia, por amor cristiano- es
también digno-por y bueno. El hombre cabal percibe que do-
blar la rodilla ante un hombre cabe hacerlo con dignidad.
En la mística humillación de venir Jesús a nuestras
bocas veces inmundas- y en el fruto de ese comul-
-ala.explicación
gar está y la fuerza de aquel ponernos a los
pies de nuestros prójimos. Y es que en la comunión en-
contramos hermanos a maestros y discípulos, a superio-
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res y súbditos, a amigos y a enemigos..., y a los mismos
que ejercen autoridad sobre nosotros.

El don del Espíritu

"Triste está mi alma hasta la muerte" (Mt 26,38)".


"El espíritu está animoso, pero la carne es flaca" (Mt
26,41). Porque su carne, como la nuestra, era flaca, pudo
tener mortal tristeza; y porque sintió mortal tristeza,
pudo ser cáliz su pasión. Si su espíritu no hubiera estado
animoso, no habría podido levantar el cáliz hasta el cielo
en ofrenda a su Padre por nuestros pecados.
Ya en la cruz, reparte sus bienes unos', 0S-
-pobres
pléndidos otros- entre los que le rodeaban: a los solda-
dos, sus vestidos; a los fariseos y a la turba, el "Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen"; a Dimas, el
cielo; a su madre, el discípulo amado, y a éste, su madre;
y a todos, "inclinando la cabeza, entregó su espíritu" (Jn
19,30).
"Distribuciones huy, pues, de carismas, pero un mis-
mo Espíritu... A cada cual se da la manifestación del Es-
píritu para el provecho común" (l Cor 12,4-1). "Codi-
ciad, empero, los carismas más excelentes. Y todavía os
muestro un camino sobre toda ponderación" ( I Cor
12,31-32).La lglesia, además de ser única
-mi Iglesia-',
es doblemente una: indivisible en sí y distinta de cual-
quier otra. Con todo, dentro de ella viven múltiples y
diversos organismos, funciones y grados. Pero todo ello
en la misma fe, sobre la misma piedra y bajo el mismo
pastor.
tlay carismas y hay vocaciones. Diversas para diver-
sos. La cumbre de todas, la santidad, que es para todos.
No caben, pues,, las envidias, ya que todo es nada en
comparación de esa" ctrnrbre a la que todos tienen accesc.
Ei lugar que a uno toca corn{) mienrbrc del cuer¡ro rr:ísti-
co de cristo está señalado por ei querer de Dios. Nuestra
voluntad para que sea plena' nuestro gusto-- debe
-y
ajustarse a ese querer divino. El cristiano, en el anror a sí
misrnc, dertre incluir el amor a las propias limitaciclnes.
'Iambién, claro es, el antor a las posibilida-dcs
Y oc:asjo¡"I.t
que le depare la Prcvidencia para ensanchar ios Lrropios
límite s.
Si nos salimos, si pretendcuros desmedirnos. ahí están
Saúi, Oza ¡' María, hermana de Moisés, comc; r,íctin-las
-y como apercibimicnto-. SaúI, indebidanrl'nte, se
alrevió a ofiecer holocausto. Oza osó tocar con sus ma-
nos el arca de Ia Alianza. María pretendió envidiosanren-
te conrunicar con l)ios al modo de Ir4oisés.

l.,a con¡ttttiritt de bien¿,.g

"Vosottros lnr llamáis Señclr ¡, h4aestlo, ), decís bien.


pues quc lo so1;". Esle Señol'1'l\{aestlo. sin abdicar de su
señorío ni de su magislerio, se inclina llasta cl suelo para
lar,ar los pies a sus discípulos. Estos no le han forzado a
ello. ni siquiera se io pidieron; nlás bien se le ofrece una
rcspetuosa resistencia que disipa Jesús con ¡ralabras de
rnlor (cf. .ln I -3,4-17).
Estamos anle el abrazo elltre desiguales. Fso es la ar-
rnonia, el ensamblaje cfe lo vario. )' eso es la fanlilia, el
itttgar: lo uno nrcsidiendo ¡' aninrando Io diverso _--lo
cliversc eli sexo. en edad, en poder. en expcriencia--. El
anlcr hacie'ndo L¡r]o lo varitl, y lo varit-l liaciendo más
gustosc el arnor.
L¿i iclltación de la igualdad a rajatalila aparcce va r.n
li;s dos prinieros pecados: el dc los ángelcs ¡ cl de Adán
I t-
y Eva. Si la bandera de los ángeles buenos fue: "¿Quién
como Dios?", la de los rebeides no puclo ser olra que la
bandera de la igualdad. "Seréis como dioses"; ésta fue
la tenlación de la serpiente a Eva. Lo que pasa es que la
igualdad a rajatabla ha tenido la suerte de vestirse con el
rnanto de la justicia, con lo que adquirió nombradía y
fama honrosa
San Pablo prefiere el vocablo equidad: "Ahora vues-
1ra abundaltcia esté presente en la pobreza de ellos para
que su abundancia llegue a \/uestra pobreza, a fin de que
haya equidad" (2 Cor 8,1 4). La generosa abundancia en
bienes materiales de los corintios para con los pobres de
Jerusalén será equitativamente correspondida pclr Ia ge-
nerosa abundattcia de oraciones de Jerusalén pafa Corin-
to. No hay sino intercambio de obsequios entre herma-
nos. Y unos y otros, voluntarianleute, siguiendo no un
mandato, sino una pura indicación.
Jesús hace católica a su lglesia. La Verdad ya no es
sólo para el pueblo israelita. Judíos y griegos soll llama-
dos al conocimiento del verdadero Dios...
Si los paganos tenían tantos dioses como ciudades o
casas' queda claro que hay un solo Dios y un solo Padre
para todos los pueblos y todas las razas y todos los liem-
pos. Padre de sabios y de ignorantes, de ricos y de po-
bres, de enfermos -Y de sanos.
Muy raro debió de sonar que los ignorantes y los po-
bres tuviesen el rnismo Padre que los sabios y los ricos,
y que la omnipotente rnisericordia divina luviera hijos
enl'ermos, incullos y rnendigos. Sin duda, por ello de tal
manera se subraya por Jesucristo y por el E,spírittt Sanlo
esa gracia dada por Dios a los pequeñuelos, quc parece
como si ellos, los menos dotados, fuesen los privilegia-
dos. La oveja perdida, ¿es más amada que las noventa y
nueve restantes? El pobre y el ignorante, ¿,pesan más en
ll
el corazón de Cristo que el rico y el sabio? "Gracias,
Señor, porque escondiste estas cosas a los sabios y pru-
dentes y las revelaste a los pequeñuelos..." (Lc 10',21).
Las palabras del Señor y las de su apóstol Santiago
(2,1-4) ponen en claro qué sea la acepción de personas.
Claridad que no estorba para ver las luces del cuarto
mandamiento y de la doctrina de San Pedro y San Pablo
sobre la singular veneración que se debe a los padres y
acerca del respeto especial que debemos tributar a los
jerarcas eclesiásticos y civiles (Rom 13,l-7; I Tim 5,17:
I Pe 2,13-15).
Hemos dicho al principio que la expresión "comu-
nión de los santos" es una añadidura bastante tardía en
el símbolo apostólico. Añadidura que era necesaria y, al
mismo tiempo, significativa. En la Iglesia siempre es pri-
mero la vivencia de las realidades y verdades reveladas
antes que [a reflexión metódica sobre ellas. Esta
-la re-
flexión- es fruto de una fe viva eue, según los teólogos
medievales, es aquella gu€, además de estar informada
por la caridad, busca con pasión expresarse a sí misma
conceptualmente, quaerit intellectutn.

Historia y sentido de la fórmula

Las primeras menciones

Parece que la expresión "comunión de los santos" ha


sido incorporada al credo oficial de la Iglesia a lo largo
del siglo v. Nicetas de Remesiana (t 420) y Fausto de
Riez (t 485) son los testigos de excepción.
Nicetas, en su Exposición del símbolo, dirigida a los
que se preparan para el bautismo, comenta: "Después de
haber confesado la Trinidad Santísima. tú manifiestas
t2
creer en la Santa Iglesia católica. Y ¿qué es la Iglesia sino
la Asamblea de todos k¡s santos? Desde el principio del
mundo,, los patriarcas..., los apóstoles,, lcls mártires, todos
los justos que han sido, son y serán, no forman más que
una sola Iglesia, santificados en la unidad de una misma
f-e y de una misma vida. Sellados por un mismo Espíritu,
forman un solo Cuerpo, del cual Cristo es la Cabeza...
Cree, pues, que en esta única Iglesia tú obtendrás la co-
munión de los santos. Sabe, además, que esta lgle.sia cató-
lica, extendida por toda la tierra, eS úni ca, y tú debes
mantener firmemente la comunión con ella" (PL
52,87 t).
Fausto de Riez escribe en su tratado sobre el Espíritu
Santo: "Los artículos que vienen después del nombre del
Espíritu Santo pertenecen a la conclusión del credo; es a
saber: que nosotros creemos en la Santa lglesia, la comu-
nión de los santos,la remisión:de los pecados. la resurrec-
ción de la carne, la vida eterna" (PL 62,11 ). Como puede
observarse, es el mismo texto de nuestro credo actual.

Lo que quieren decir

La expresión "comunión de los santos" no tiene una


interpretación indiscutible. Menos indiscutible aún si se
tiene en cuenta que el genitivo latino sanctorum, gramati-
calmente, puede ser masculino o neutro, por donde po-
dría significar también la "comunión en las cosas santas"
(sacramentos).
Teóricamente son posibles tres interpretaciones, gue.,
de hecho, han sido propuestas a lo largo de la historia de
este dogma.
1) La "comunión de lcls santos" es la comunión de
todos los creyentes bautizados (es decir: los santos, en el
sentido paulino de este término).

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2) "La comunión de los santos" es la comunión de
todos los bienaventurados que ya están en el cielo.
3) La o'comunión en las cosas santas" es la participa-
ción de todos en unos rnismos sacramentos, particular-
mente el bautismo y la Eucaristía. Desde esta perspectiva
se comprende mejor el lugar de este artículo, después del
de la lglesia y antes de los clel perdón de los pecados y de
la vida eterna. La lglesia administra los sacramentos,
mientras clLle el perdón y la vida eterna son térrnino, in-
mediato o úrltimo, de toda la economía sacramental.
Sin embargo, no es obligado elegir una de las tres in-
terpretaciotres propuestas, como si cada una excluyese
las otras dos. Más bien podemos decir que la vida de fe
que dio origen a la expresión "comunión de los santos"
vivió la riqueza de su contenido según la multiplicidad
de esos significados. El Catecismo del concilio de Trento
prefiere mantener las tres interpretaciones a La vez (p.1."
a.9 n.24-28). Los "santos" comulgan con las "cosas san-
tas", esto es, dentro de la comunión de la lglesia oyen la
Palabra, reciben los sacramentos, oran y mutuamente se
ayudan.
Nuestro espíritu no se une a otro ser sin valerse del
pensamiento y el amor. Son sus alas y sus brazos, y los
únicos puentes entre él y el otro. La relación de cercanía
entre los seres materiales es mutua. Un espíritu, por el
contrario, puede estar rnuy cerca de algo que esté, ro
obstante, muy lejano. Podemos acercarnos espiritual-
mente a otro que al no querer estar cerca de nosotros
continúe lejos. Para el acercamiento sobrenatural no bas-
ta el mero pensamiento y el mero arnor. Se requiere, ade-
más, que el entendimiento esté informado por la fe, y el
corazón, elevado por la esperanzay la caridad.

T4
La oración de intercesión

Los fiele,s de la tierra ptteden conseguir gracias de Dios,


los unos para con los otros, mediante la oración de interce-
sion (doctrina cierta),
La fe en el poder de la oración es antiquísima y está
atestiguada en el Antiguo 'festamento. Abraham, fuIoises,
Samuel y Jeremías presentan al Señor oraciones en favor
del pueblo y de personas cleterminadas. Jesús invita a stls
discípulos a.que oren por sus perseguidores. San Pablo
asegura a las comunidades a las que van dirigidas slls
cartas que rogará a Dios por ellas, y les pide que ellas
igualmente recen por é1. "Ante todo ruego que se hagan
peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por
todos los hombres, por los emperadores y todos los cons-
tituidos en dignidad" ( I Tint 2, I ss). Y Santiago: "Orad
unos por otros para que os salvéis. IVIucho puede la ora-
ción fervorosa clel justo" (Sant 5,16).
Pío XII comenta en la encíclica A"tystici Cor¡toris: "La
salvación de muchos depende de las oraciones y volunta-
rias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico
de Cristo dirigidas con este ffn". Y exhorla a que, en
conformidad con la práctica incesante de la lglesia, "stl-
ban al cielo nuestras plegarias unidas para etlcomendar a
Dios todos los miembros ciel Cr,rerpo místico de Jesu-
cristo".

Sentido de la oración

¿Oración? ¿Para decirle a Dios lo que ya sabe, para pe-


dirle lo que ya irrevocablemente concedió o denegó, pata
tributarle alabanzas o darle gracias infinitamente inferio-
res a las que merece, para pedirle perdón con un arrepen-
i5
timiento y propósitos con tanta frecuencia inconscientes?
¿,Y por qué no? ¡Con el sentido tan hondo y humano
que tiene decirle con el corazón al amigo, al padre o a la
madre aquello que ya saben, o darles lo que ellos no nece-
sitan' pero necesitamos darlo o decirlo nosotros!
La oración es una gran riqueza: Dios quiere dejarse
vencer por ella, pone en ejercicio nuestra humildad,
nuestra gratitud, la altura y nobleza de nuestros senti-
mientos, y en ella ejercitamos y arraigamos nuestra f-e,
esperanza y amor. Nos pone en el más íntimo contacto
divinizador- con el Ser por excelencia a
-contacto
quien debemos cuanto somos.
Para acercarnos al misterio comunicación
con Dios es un misterio-, oo con -nuestra
el deseo irrealizable de
penetrar en é1, sino con el fin de contemplarlo desde fue-
ra ingente y bello, hemos de descalzarnos de la considera-
ción del "antes", del "después" y del "ahora". En Dios no
hay tiempo.
Como Dios no pensó en nuestros antepasados antes
que en nosotros, ni los vio antes que a nosotros, así no
ve nuestras peticiones antes que su concesión. Pero como
no podernos decir que nuestros padres y abuelos no sean
anteriores a nosotros y nuestra causa generadora, tampo-
co es lícito afirmar que las peticiones que a Dios hace-
mos no sean anteriores a su concesión y no sean causa
impetratoria de la misma. Y eso aun cuando en el tiempo
haya llegado la concesión antes de hacer las peticiones.
Las peticiones, la adoración y acción de gracias que
desde nuestra pequeñez, y, por lo tanto, pequeñas,, tribu-
tamos a la gran deza de Dios, ncl podrán de suyo contra-
restar nuestras desobediencias a El. Para reparar por
nosotros y restaurarnos está Jesucristo.
Con el cornadillo de la viuda no se podrá subvenir a
los grandes dispendios del templo cle Jerusalén, pero sí
l6
provocar lágrimas de ternura y sentimientos de piedad.
Así que los actos de petición y adoración inspirados por
el amor a Dios que Dios mismo, en atención a los méri-
tos de Jesucristo, nos infunde, tienen que ser gratos al
Padre. Los merecimientos de Jesús'toman en sus brazos
los diminutos actos nuestros, los llenan de su luz y los
presentan al Padre como propios del verbo encarnado.
La oración es un hacer camino hacia nuestra unión
con Dios y hacia el desenvolvimiento de lo .más noble de
nuestra personalidad. Nos arraiga en nuestro ser y nos
endereza hacia nuestra realización: nos hace más nos-
otros. En ella vemos y amamos la idea ejemplar de nues-
tro yo.
En la oración nos iluminan doblemente los misterios
revelados: con lo que nos dicen y con lo que no pueden
decirnos. La oración es la mirada de la fe con que valora-
mos su estimación y codicia- el tesoro y la perla
-para
escondidos del Evangelio.
Mirando fijamente con amor a Jesús, irá viniendo el
cielo a nuestros ojos y a nuestro corazón. Nos iremos
transformando en cristo. Esa semilla de cristo que es
cada uno de los hombres irá germinando y no se malo-
grará como tantas. Sin oración, es mezquina la porción
que recibimos del cuantioso fruto que nos ofrece cada sa-
cramento.
f)ios no necesita de nosotros ni de nuestro amor, pero
nosotros sí necesitamos amarlo. La oración, cualquiera
que sea su especie, es coloquio amoroso con El. Como lo
que dicen los pequeños a sus padres no es propiamente
noticia, sino latido espontáneo del corazón así el pedir a
Dios,, el tributarle alabanzas y acción de gracias, el mirar,,
escuchar o indagar en los atributos divinos y el contar a
Dios nuestras cosas, en el fondo, no son sino palpitacio-
nes del corazón del espíritu, tan connaturales al amor de

t1
caridad como naturales las del corazón de carne ante el
ser amado.

Modelos cie intercesirin

Oración de la Madre tle Dios: "No tienen vino" (Jn


2,3). Su contianzaen la oración: "Todo cuanto él os diga,
h¿rcedl<1" (Jn 2,5\.
Oración de Marta y iv{aría: "Señor, mira, el clue amas
o'f)e haber estado
está enfermo" (Jn 11,,3).Su confianza:
tú aquí, no se habría muerto mi hermano, pero sé que lo
que pidas a Dios te lo concederá" (Jn t 1,21).
Oración del centurión: "Señor, mi muchacho yace en
casa paralítico, presa de atroces tormentos". Su conf-ran-
za, guarnecida en hutnildad: "Señor, no soy digno", es
muy ponderada por Jesucristo (cf. Mt 8,8-10).
Por eso, "al orar no charléis neciamente, como los
gentiles, pues se imaginan que con su mucha palabrería
serán escuchados. No os hagáis, pues, semejantes a ellos.
que bien sabe vttestro Padre de qué tenéis necesidacl an-
tes de que se lo pidáis" (Mt 6,7-8).
Y la lglesia reza así: "Dios todopoderoso y eterno.
que con ainor generoso desbordas los rnéritos y los de-
seos de los que te sttplicatr..." (colecta domínica XXVII).

Nosotros y los difuntos

L)os.fieles vivos pueden ayttclar a las almas clel pttrgato-


rio por medio de sufragios (doctrina de fe). Por sufragio
se entiende la oración, las indulgencias, la limosna, las
obras de piedad y, sobre todo, el ofrecimiento de la santa
misa.

18
Los concilios ecuménicos segundo de Lyón y de Flo-
rencia definieron esta doctrina con las mismas palabras:
"Para mitigar semejantes penas, les son de provecho los
sr.rfragios de los fieles vivos, a saber: las misas,, las oracio-
nes y las limosnas y otras obras de piedad que suelen
hacer los fieles en favor de otros fieles según las disposicio-
nes de la lglesia" (Dz. 464.693). El concilio de Trento
propone de nuevo la rnisma doctrina (D2.983).
Según el libro segundo de los iVfacabeos (12,42-46),
existe entre los juclíos de aquella época la convicción de
que podía ayudarse con oraciones y sacrificios a las al-
mas de los difuntos. La lglesia naciente recogió esa fe del
judaísmo, como lo atestiguan las inscripciones sepulcra-
les de los siglos rr y ru, la liturgia y los Santos Padrcs.
La posibilidad de satisfaccién vicaria se funda en la
unidad del Cuerpo místico de Cristo. El sufragio, pues,
se añade al valor impetratorio de las oraciones y actos de
piedad; por eso los suntos del cielo sólc pueden ayuclar a
las almas del purgatorio con su intercesión (sentencia co-
mún). En la liturgia, la lglesia rllega a Dios que los difun-
tos consigan la eterna bienaventuranza "por la interce-
sión de la bienaventurada siempre Virgen Nlaría y de
todos los santos". Pero noternos que la intercesión de los
sarrtos tiene únicamente vaior impetratorio, porque la fa-
cultad de satisf'acer y merecer se limita al tiempo que
dura la existencia terrena.

Lagrimas por nuestros difuntos

Dolor y lágrimas son buenos si son cristianos. No nos


abatimos como aquellos qlte no tienen esperanza, pero
derramamos lágrimas corporales o espirituales. La gracia
cristiana no nos deshum aniza. La gracia cristiana no des-
l9
truye la naturaleza, sino que la eleva, y es natural llorar
al hijo amadísimo, al amigo entrañable, al maestro inteli-
gente y de gran corazón que se entrega a los discípulos
hasta la muerte.
Lloró con muchas lágrimas San Agustín a su madre;
la Virgen es pintada en la liturgia "juxta crucem lacrimo-
s?", y Jesús lloró a Jerusalén y acompañó a las hermanas
de Lázaro con lágrimas en la muerte de su hermano.
Llorar es bueno con tal que lloremos cristianamente.
Es precepto apostólico que no nos pongamos tristes
como los que carecen de eSperanza. La esperanza, con los
ojos de la fe, ve una felicidad entera y perdurable más
utt¿ det sepulcro, en el que el cuerpo duerme para resuci-
tar con Cristo y como María. La esperanza, con el cora-
zón de la caridad, abraza con amorosa exultación no sólo
a Dios que se nos da en el cielo, sino a la voluntad divina
que ordena que partamos de aquí o que partan nuestros
amigos.
En nuestros clásicos leemos frecuentemente el térmi-
no partir con que se significa trasladarse desde una ciu-
dad o un puerto a otra u otro lejanos. Y llamanos día u
hora de la partida al día u hora en que emprendemos un
viaje. Partirse es irse y quedarse a la vez. El deber nos
lleva, el arnor nos retiene. Una mitad de nuestro Ser per-
manece prendida en el corazón de los que se quedaron o
por el corazón de los que se fueron. El discurso más ex-
ienso de Jesucristo pubticaclo en los evangelios es su dis-
curso de despedida: extenso e íntimo.
A veces vemos, en los que no creen en la pervivencia.
como el alumbramiento firlgurante de una fe en el otro
mundo cuando piensan razonaÍ- en SUS muertos
-sin
queridos. Hay como tlna contradicción al buscar en las
honras fúnebres una manera de satisfacer al muerto; lo
imaginan conocedor de aquellas honras, discursos y es-
20
critos que se les ofrecen. Y es que no pueden arrancar del
sentimiento lo que su racionalismo ha logrado encubrir a
su inteligencia.

El purgatorio

¿Es posible unirse a Dios con la intimidad que requie-


re la visión beatífica si no se ha llegado a la plenitud de
nuestra persona, esto es, si no somos perfectos? ¿Salen
todos de este mundo enteramente purificados?
Hasta ocurre a veces que personas excelentes son an-
tipáticas. Sus virtudes son llevadas con tan poca gracia,
que aun su manifestación esquina a su poseedor con los
que lo tratan y aun con los que convive.
Las virtudes, igual que la belleza, son destellos de
Dios; pero destellos en charquitos de bdrro. La ignoran-
cia, los vicios, el gran relieve de fango que ensucia el
charco impide que los reflejos de luz lleguen a los ojos de
quienes los contemplan. Otras veces, son las gafas ahu-
madas del que mira las que hacen parecer feo o antipáti-
co al que dirigen la mirada.
En el cielo no hay gafas ahumadas. En el cielo no hay
ignorancia ni vicios. En el cielo todos son agradables,
simpáticos y guapos.
El purgatorio es una especie de tocador donde se atil-
dan las almas los cuerpos, de rechazo- para que el
-y
rostro de cada uno refleje su alma, y el alma asimile y
proyecte el destello de la belleza infinita de Dios.
Y en el caso de que la operación requiera bisturi y
cauterio en vez de agua y jabón, es el purgatorio la clinica
de cirugía estética que deja nuevo al paciente.
Pecados veniales, reato de los ya perdonados, defec-
tos morales y espirituales, todo queda en la clínica antes
2l
de penetrar la persona en el cielo. ¿Podemos ayud ar a
nuestros difuntos en eslas operaciones?

I-tt.t stíi'agios

Nuestros difuntos están ya --como siempre estuvie-


ron-- rlelante de Dios, y allí le conocen,, no a trar,és de
lo que dicen los lirios, los montes, el grano de trigo, Ia
mar'. sino escuchando su rnisma voz pronunciada por el
Corclero. Jesús, el Cordero, es encarnación y es reden-
cirin. En la encarnación brilla la intimidad divina: Trini-
dad. poder. sabiduría y amor divinos. En la redención
están nuestros difuntos, con sus pecados y con el derro-
clie de gracias de. su Dios, creador y salvador.
Nosolros, aqui en la tierra, ponemos en movimiento
el caudal de gracias que Jesucristo acumuló, porque El
nos ha dicho: "Pedid y recibiréis".
Nueslras peticiones de ahora
-a modo de sufragio-
se volalilizan para ascender al Padre en forma de'incien-
so, y allí se condensan en forma de lluvia graciosa que
pudo ya entonces, cu¿rndo nuestros difuntos vivían, ro-
ciar sus pensamientos, su córazón y su conducta. Y tales
gracias pudieron ser salud, alegría, atención y ñdelidad a
las inspiraciones del E,spíritu, fuerza para resistlr a las
tentaciones )/ gusto para las cosas divinas. En fin,, camino
de salvación.
Estalnos rronvcncidos --pues creemos en las palabras
cle Jesucristo-- cle que muchos están en el cielo gracias a
las oraciones 1, al apostolado de otros. La eternidad divi-
rra hace que nuestros sufragios de ahora ha-van producido
sus frutos años antes de ser ofrecidos.
Nuestras oraciones por los difuntos no se perderán,
dadas ia inmensa bondad de Dios y la palabra de Jesu-
cristo. Nuestras oraciones son poirres y de su perfume
puede ser que nos aprovechemos nosotros lnás que nues-
tros di{bntos. Por eso, es normal que qr,Jeranlos fundir
nuestras súplicas con la súplica de cristo en la cruz.

Etr culto de los san(os

Es lít'ito v pr()vechosr¡ venerar a los santos del cielo e


int'ocar s'u üúercesiótt (doctrina de fe) É-s lícitr¡ .1t prot,echo-
so venerur las reliquias ! las intrigene,s de las senlos (doc-
trina de fe) (concilio de Trento: nz. 9g4). La expresión
práctica de esta fe ha sido ia celebración tJe las festivida-
des de los santos desde los primeros siglos.
La sagrada Escritura no conoce formalmente el culto
e invocación a los santos, pero nos ofrece las bases sotrre
Ias cuales se fue desarrollando la doctrina y la práclica de
la Iglesia. La legirimidad del culto a lcrs santos se deduce
del culto tributado a los ángeles, del qr.rc hallamos testi-
monios claros )'a en el Antiguo Testamento.
Segirn el libro de Tobil y el Apocaripsis, los ángeles y
los sanlos del cielo presentan a Dios las oraciones cie loi
santos dc la tierra (Tob l2,lz; Ap 5,8), esto es, interce-
den por nosotros estando conlo están inmersos en la cari-
dad que nunca pasa ( I cor 13,8). Del hecho de que ellos
interceden se sigue la licitucl de su invocación.
IlistóricAmente, el culto a los santos aparece prinrera-
mente bajo la forma de culto a los nrárlires. En las ins-
cripciones sepulcrales paleocristianas se inr,oca l'recuen-
temente a los márlires para que intercedan por los vivos
1' difuntos.

/J
El culto

Todo culto religioso va enderezado a Dios. Al dar


gracias a nuestros bienhechores del cielo gloriñcamos al
Padre celestial, QUe generosamente nos los concedió. Ma-
nifestarnos agradecidos a la Virgen María, con muchísi-
mo amor mejor ocasión para el superlativo!-, es
lo que -¡qué
llamamos culto de hiperdulía. Hiperdulía es el
superlativo del culto de dulía con que podemos honrar a
los ángeles o a los santos. Ni idolafría, ni superstición
connota el culto a la Virgen, a los ángeles o a los santos.

A la Virgen

Las oraciones dirigidas a la Virgen están compuestas


son eco- por palabras divinas dictadas al arcángel y
-o
por él a María,la voz del concilio de Efeso de
Dios-, y el'engarce de la súplica para la cita -Madre
trascenden-
tal: ahora y en la hora de nuestra muerte.
La Virgen del Evangelio recogió
-sin acabar
tenderlas- las palabras de su Hijo, perdido
de en-
y hallado en
el templo: misterio trinitario y misión mesiánica. Las
guardó en su corazón y las paladeó con reflexión amoro-
sa. Bello ejemplo de cómo escuchar a Dios o de cómo
leer las Escrituras: recogimiento, reflexión, atnor, pala-
deo espiritual. En el cielo, a nuestras "salves", agradecida
a Dios, responderá: si bienaventurada me llaman no es
sino porque el Altísimo puso los ojos en mi pequeñez. Es
decir' la oración dirigida a la Madre de Dios, al llegar a
ella,, se enriquece de amor y gratitud, y rompe en alabanza
que magnifica la magnificencia de Dios.
Por mucho que levante la voz el pueblo y por grandes
muestras de amor mariano que manifieste, mayores son

24
los elogios de ia liturgia mariana donde Isaías, Ezequiel,
Proverbios, Judit y el cantar de los cantares se convier-
ten en cantores de tan excelsa criatura. En la piedad po-
pular, la Iglesia quiere que sus hijos vayan a la Virgen del
cielo a través de la virgen de los altares. Por eso abarca
todas las ef,rgies y sus leyendas, porque cada una de ellas
habla de la Madre de Dios y de sus misterios, y muestra
cómo va haciéndose aldeana en cada aldea y abogada en
cada grem io.

A los angeles

Dios creó a los ángeles antes que al hombre. Nos ha-


blan muchas veces de ellos las Escrituras, pero nos dicen
poco: que son espíritu, que son ministros de Dios, que
son su corte celeste. Los católicos, además de la devoción
litúrgica, tenemos devoción popular a los ángeles que con
nombre propio aparecen en la Biblia y a los ángeles de la
guarda.
Como Dios, cuando quiere, hace ministros y recade-
ros suyos poética del Salterio- a los ra-
-en expresión
yos y al viento, cuando le place se comunica directamen-
te con los hombres o se vale de los ángeles para ayudarles
o hablarles.
Los ángeles anunciaron a María y a José la encarna-
ción. Y a los pastores, el nacimiento de Jesús. Intervie-
nen en la huida a Egipto. Sirven a Jesús de azafatas en el
desierto. Le asisten en Getsemaní y en el sepulcro.
En el prefacio de la misa se une la Iglesia a ellos,
como en el "Gloria in excelsis". Y en el "Súplices Te
rogamus" del canon romano pedimos que la ofrenda di-
vina sea trasladada de nuestro altar al altar sublime rjel
trono de Dios por un ángel.

25
A los sunlo,v

La Iglesia, al invocar a los santos. lo hace consciente


de la pecaminosidad de sus miembros. Sólo los santos del
cielo pueden pronunciar la clración como pura gloriflca-
ción de Dios. En la invocación a los santos, ni está ex-
cluido ni está olvidado Jesucristo. Tal oración tiene el
sentido de que rezamos en comunidad con ellos a Cristo,
de que ellos se unen a nuestra oración, para que sea ava-
lada por un amor perfecto. La perfecta comunión de los
santos con Cristo da a su oración una fuerza especial que
nosotros no tenemos. Por eso podemos poner más con-
fianza en la oración que ellos elevan a Dios que en la
nuestra propia, hecha sólo por nosotros. Los santos no
sustituyen a Cristo, sino que le dejan brillar con pleno
esplendor por su mediación.

El culto relativo de las imagenes

Tanto e[ culto relativo a las imágenes como la icono-


clasia hunden sus raíces doctrinales en [a misma Sagrada
Escritura. La ley mosaica prohibía toda imagen cúltica
en fundición o en talla (Ex 20,4). Dios, según el profeta
Isaías, es "un Dios verdaderamente escondidoT (45,15);
y, según San Juar1, "3 Dios nadie le ha visto jamás: el
Unigénito Hijo, el que está en el seno del Padre mirándo-
le cara acara, El es quien nos lo dio a conocer" (Jn t,l8).
Dios eS, pues, irrepresentable. Ni siquiera la teología
puede describir a Dios conceptualmente sin poner los
necesarios correctivos.
El momento negativo de la teología, en cuanto con-
ciencia de la inadecuación intelectual al objeto represen-
tado, está presente en la casi totaliclad de los teólogos
26
cristianos. Las excepciones son raras. Se puede decir
también que un rnomento negativo entra en el canon del
arte sagrado, donde la inadecuación de los meeiios de
expresión artística,, deliberadamente señalada en el es-
quematismo de la iconografía oriental, corresponde a la
docta ignorancia de los teólogos.
En ese sentido, la prohibición veterotestamentaria de
erigir imágenes cúlticas ha quedado suprimida, en parte,
por el hecho de que la imagen, "el Icono del Dios invisi-
ble" (Col l,l 5) se hizo hombre y habitó entre nosotros.
Lo que quiere decir que ese momento negativo no puede
concluir con la supresión del pensamiento teológico sin
constituir un atentado contra el hecho central del cristia-
nismo. [,a encarnación del Verbo hizo posible a un mis-
mo tiempo la iconografía y la teología.
Justificada doctrinalmente la veneración relativa de
las imágenes, pertenece después a la prudencia pastoral
la regulación práctica de su función pedagógica y cúltica.
El segundo concilio ecuménico de Nicea declaró que era
laudable erigir venerables y santas imágenes de Cristo, de
la Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, y tribu-
tarles veneración obsequiosa (Dz. 302). El concilio de
Trento renovó esta declaración, diciendo que "el honor
que se tributa a las imágenes se refiere a los modelcls que
ellas representan" (Dz. 986).

21
CONCLUSION

Unos textos del concilio Vaticano II


"Así pues, hasta cuando el Señor venga revestido de
majestad y acompañado de todos sus ángeles (cf.Mt
25,31 ), y, destruida la muerte, le sean sometidas todas las
cosas (cf. I Cor 15,26), algunos entre sus discípulos pere-
grinan en la tierra; y otros, ya difuntos, se purifican;
mientras otros son glorificados, contemplando claramen-
te al mismo Dios,, Uno y Trino, tal cual es; mas todos,
aunque en grado y formas distintas, estamos unidos en
fraterna caridad y cantamos el mismo himno de gloria a
nuestro Dios. Porque todos los que son de Cristo y tienen
su Espíritu crecen juntos y en El se unen entre sí, forman-
do una sola Iglesia (cf. Ef 4,16). Por lo tanto, la unión de
los peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz
de Cristo' de ninguna manera se interrumpe, antes bien,
según la constante fe de la lglesia, se fortalece con la
comunicación de los bienes espirituales. Por lo mismo
que los bienaventurados están más íntimamente unidos
a Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en
la santidad, ennoblecen el culto que ella misma ofrece a
Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su
más dilatada edificación" (cf. I Cor 12,12-21) (LG 49).
"La lglesia de los peregrinos, desde los primeros tiem-
pos del cristianismo, tuvo perfecto conocimiento de esta
comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, y así
conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos y
ofreció sufragios por ellos, porque santo y saludable es el
28
pensamiento de orar por los difuntos para que queden
libres de sus pecados (2 ,l/'ac 12,46). Siempre creyó la
Iglesia que los apóstoles y los mártires de Cristo, por ha-
ber dado un supremo testimonio de fe y de amor con el
derramamiento de su sangre, nos están íntimamente uni-
dos: a ellos, junto con la bienaventurada Virgen María y
los santos ángeles, profesó peculiar vcitcración e irnploró
piadosamente el auxilio de su intcrcesión. A éstos luego
se unieron también aquellos otros que habían imitado
más de cerca la virginidad y la pobÍeza de Cristo, y, en
ñn' otros cuyo preclaro ejercicio de virtudes cristianas y
cuyos divinos carismas los hacían recomendables a la
piadosa devoción e imitación de los fieles" (LG 50).
"Nuestra unión con la lglesia celestial se realiza en
forma nobilísima, especialmente cuando en la sagrada
liturgia,, en la cual la virtud del Espíritu Santo obra sobre
nosotros por los signos sacramentales, celebramos juntos,
con fraterna alegría, la alabanza de la divina Majestad, y
todos los redimidos por la sangre de Cristo, de toda tri-
bu' lengua, pueblo y nación (cf. Ap 5,,9), congregados en
una misma Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de
alabanza al Dios Uno y Trino. Al celebrar, pues, el sacri-
ficio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de
la Iglesia celestial en una misma comunión, venerando la
memoria, en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen'
María, del bienaventurado San José y de los bienaventu-
rados apóstoles, mártires y santos todos (canon rom.
misa)" (LG 50).

29
IIVDICE

Prig.s.
a
Introducción . . J
Los dones divinos 5
El don de la Palabra de Dios ... 6
El don de su cuerpo y sangre l
El don del Espíritu 9
La comunión de bienes r0
fli.storia v .\enf ido de la lórmulq ... t2
Las primeras menciones . t2
Lo que quieren decir l3
La oracitin dt' intercesión t5
El sentido de la oración . . l5
Modelos de intercesión l8
Nlsltros t, los di/únt0s . . l8
Lágrimas por nuestros difuntos . r9
El purgatorio . . 2l
Los sufragios . . 22
1t
El culto de los santo.r
El culto 24
A la Virgen 24
A los ángeles 25
A los santos 26
El culto relativo de las imágenes 26

Conclusión 28
Linos tc.yÍos del u¡nt'ilio L'atit'ano II 28
I] LTI MO S C T]AD E RIV O S P U B LI CAD O S

56. El medio ambiente, por L. Lleó de la Viña.


51. El creyente ante la ciencia, por M. M.u Carreira.
58. I)iscursos a los obispos españoles, por Juan Pablo IL
59. El patrimonio cultural de la lglesia en España, por Mons. l). Igua-
cen Borau.
60. Las parábolas de Jesús, por L. López de las Heras.
6l . ¿SÍ o no al aborto?, por Mons. J. Gea Escolano.
62^ Parejas rotas, por J. A. de Sobrino.
63. Televisión y familia, por R. Gómez Pérez.
64. El derecho a nacer, por Mons. J. Delicado Baeza.
65. Tesis de Marx, tesis sobre Marx, por C. Valverde.
66. MarÍa, signo y compromiso, por M. G. del Manzano.
61. Creo en el perdón de los pecados, por L. de Echeverría.
68. La familia, escuela de creyentes, por A. Albarracín Teulón.
69. El Evangelio del trabajo, por Mons. J. M.a Guix Ferreres.
70. Mensaje a la juventud, por J. L. Larrabe.
7l. María y la reconciliación, por Mons. E. Yanes.
72. Evangelio y cultura, por A. Ortega.
73. Orientaciones educativas sobre el amor humano, por la Sagrada
Congregación para la Educación Católica.
74. El apostolado seglar, por Mons. A. Dorado Soto.
15. La manipulación genética, por N. Blázquez.
16. Los Diez Mandamientos, por P. Alastrué.
11. La protección del menor, por F. Cubells Salas.
18. Vida más allá de la muerte, por C. Pozo.
79. Creo en el Espíritu Santo, por J. Esquerda Bifet.
80. Instrucción sobre algunos aspectos de la <Teología de la libera-
ción>>, por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.
81. El hambre en el mundo, por E. García Díaz.
82. La eutanasia, por J. Gafb.
83. La enseñanza de Ia religión, por J. Iribarren.
tl4. La moralidad de las guerras modernas, por G. Higuera.
85. Prcscncia de la Trinidad en el hombre, por A. Guerra.
86. Las Iglesias dc España en la evangelización de América, por
J. Capmany.
87. EI domingo, día del Señor, por J. López Martín.
88. Iglesia y reino de Dios, por A. Bandera.
89. Pascua: camino de la luz, por J. L. Marlin Descalzo.
90. Se encarnó de María, la Virgen, por J. Galot.
91. lil sacramento de la confirmación, por M. Peinado Muñoz.
92. l,a comunión de los santos, por A. Vilaplana Molina.

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