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Los Verdaderos Adoradores
Los Verdaderos Adoradores
adorarán al Padre
en espíritu y en verdad”
Sabemos que el hombre es la creatura más noble del universo creado, “la única criatura en la
tierra a la que Dios ha amado por sí misma”[2]; las demás criaturas han sido creadas para el
hombre, para que le ayuden a alcanzar su fin, pero el hombre es el único llamado a participar,
por el conocimiento y el amor, en la vida íntima de Dios.
Si prestamos atención a la historia del pueblo elegido, cuando Dios quiso sacarlos de Egipto y
dispuso todo para hacerlo, debemos notar cuáles fueron las intenciones del mismo Dios para
con ellos. Generalmente nos quedamos con la idea de la tierra prometida, de la liberación y
conquista de un lugar terreno. Sin embargo, si nos adentramos en los textos de la escritura
podemos notar que Dios le dice a Moisés que debe guiar a su pueblo y sacarlo de Egipto para
que vaya al desierto a rendirle culto, es decir, para que lo puedan adorar: “Yo estaré contigo y
ésta será la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a
Dios en este monte.” Es decir que el pueblo elegido debe ser liberado y debe heredar una
tierra, pero la finalidad de esta liberación, que con Jesucristo se manifestará ya más
claramente como la liberación del pecado, es la de rendir culto al Dios viviente, o sea, la de
adorarlo; porque sólo a Dios se adora.
La adoración se define como el acto de reverenciar con sumo honor y respeto a Dios por ser
divino y honrarlo con el culto religioso que le es debido. Distinto de la veneración que es
respetar en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo
que representa o recuerda. De aquí deducimos dos cosas:
1º que a los protestantes que dicen que adoramos imágenes los podemos refutar diciéndoles
que simplemente busquen en un diccionario lo que es adorar y lo que es venerar.
Toda la historia del pueblo elegido, tanto en el antiguo como en el nuevo Testamento, gira en
torno al culto de adoración que se le debe brindar al Dios verdadero.
Cuando la samaritana reconoce a Jesús como profeta[5], lo primero que hace es hablarle
acerca del lugar de adoración. Recordemos que los judíos con los samaritanos no tenían trato,
al punto de que un samaritano no podía beber agua en un vaso de un judío y viceversa, por
eso se sorprende tanto la samaritana de que Jesús le hable y encima le pida de beber; y como
sabemos, la salvación obrada por Jesucristo es universal, se ofrece a todos y por lo tanto no se
queda en resentimientos absurdos.
Pero volvamos al mensaje: el hombre debe rendir adoración al Dios verdadero y Jesucristo en
el centro del diálogo con la samaritana podríamos decir que rompe toda restricción y así
extiende el culto a Dios a todos los hombres de buena voluntad, porque a todos quiere hacer
parte de su iglesia: Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le
adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.
Y aquí llegamos al centro del mensaje de Jesucristo, en el que se nos habla de los verdaderos
adoradores, para distinguirlos de los falsos, como los fariseos. Comentando este versículo dice
el cardenal Gomá que estas palabras de Jesús son la condenación de la manera de practicar la
religión y el culto que tienen muchos cristianos, es decir, que Jesús nos advierte. Por lo tanto
debemos evitar dos errores:
1º) El error de los fariseos: que creían que por cumplir una serie de ritos externos ya estaban
salvados. Este es el error de los cristianos que piensan que porque no matan ni roban y van a
misa y se confiesan una vez al año ya tienen el cielo comprado. Podríamos decir que son los
que practican su fe, pero no viven la fe. Estos son los que se olvidan que cuando uno está
afuera de la iglesia sigue siendo católico, en la casa, en el trabajo, en la calle, etc. éstos son los
católicos que dejan mal a la iglesia.
Tal vez muchos de nosotros hayamos escuchado alguna vez decir: “este va siempre a misa
pero después, es peleador, habla mal de los demás, es rencoroso”, etc.; eso no justifica
ciertamente a alguien para que se aleje de la iglesia, pero lo toman muchos de fe débil o
mediocre como excusa para alejarse. En definitiva este es el error de los que escandalizan con
su doble vida: cumpliendo exteriormente con el culto, pero viviendo después sin querer
parecerse a Cristo en su corazón, evocando la actitud del publicano de la parábola, que se
golpeaba el pecho diciendo todo lo que cumplía, pero dice Jesús que éste no bajó a su casa
justificado.
2º) El error de los que se llenan de devociones pensando que mientras más oraciones y
devociones tenga más se me asegura el cielo: no estamos diciendo que eso esté mal, ¡de
ninguna manera!, de hecho hay devociones que nos las reveló el mismo Dios o la Virgen como
el Sagrado Corazón, el Inmaculado Corazón, el escapulario, el rezo del santo Rosario, etc., sino
que aquí estamos hablando de los que ponen su fe en esas devociones y no en Dios. En otras
palabras, los que las ven como un fin y no como un medio para unirse más a Dios. Hay que ser
devoto, hay que aprovechar la ayuda inmensa que nos brinda la devoción a algún santo,
algunas oraciones, pero siempre pidiendo la gracia de que nos ayuden a crecer en las virtudes
y siempre que nos permitan cumplir bien nuestro deber de estado.
En la religión católica, la verdadera adoración que Dios nos pide y que Él se merece, es la que
supone una vida informada toda en el sentir de Cristo en su Iglesia. Es el cumplimiento de
nuestras obligaciones para con Dios, el prójimo y nosotros mismos, lo cual se realiza cuando
dejamos que Cristo habite en nosotros y realizamos todos nuestros actos conscientes de que
en todos ellos podemos darle gloria a Dios. El cardenal Gomá, que citábamos arriba, tiene una
expresión muy linda, cuando dice que es una manera de vivir que nos hace difundir a nuestro
alrededor el buen olor de Cristo, lo cual se logra cuando aprendemos a adaptar todos nuestros
actos a lo que se llama “el sentido de Cristo”; es lo que san Alberto Hurtado se preguntaba
antes de cualquier obra: ¿qué haría Cristo en mi lugar?, y ¿cómo lo haría?
Desde que vino Jesucristo a la tierra todos nosotros hemos sido llamados a adorar a Dios en
Espíritu y en verdad, porque todos nosotros somos parte de su Iglesia y por lo tanto a todos
nosotros se nos ofrecen constantemente las gracias necesarias para rendir a Dios el culto que
se merece.
Para adorar a Dios en Espíritu y en vedad Dios nos ha dejado un culto riquísimo en su iglesia:
por ejemplo la administración y recepción de los sacramentos; si uno presta atención a los
ritos son un verdadero tesoro espiritual, nos enseñan a rezar, a comprender mejor el plan de
salvación, a unirnos más a Dios; miremos las procesiones a la Virgen y a los santos, o la
elección del vicario de Cristo, la adoración al Santísimo Sacramento, las noches heroicas, los
tiempos litúrgicos, las solemnidades, etc. y principalmente la santa Misa, en que se nos ofrece
el mismo Dios a quien debemos adorar; y aquí está lo central que debemos comprender, que
todo esto sólo lo aprovechamos cuando se prolonga y se hace carne en nuestras vidas.
Adorar a Dios en espíritu y en verdad significa que nuestra vida sea consecuente con la fe que
profesamos, es decir, que seamos consecuentes con Jesucristo y con sus principios.
El verdadero adorador es el que se rige por los principios del Evangelio; quien adora a Dios “en
espíritu y en verdad” es el que ha decidido hacerlo todo por desterrar de su vida el pecado
mortal; es el que va contra la corriente del espíritu mundano porque posee el espíritu de Dios;
es el que se convierte en sal de la tierra y luz del mundo, el que lucha por causa de la justicia,
el pacífico, el limpio de corazón, el perseguido por el nombre de Cristo, etc., en definitiva los
verdaderos adoradores son aquellas almas que aprovechan los medios que Dios nos ha dejado,
que defienden y viven su doctrina y que de esta manera han llegado a abrazar el espíritu de las
bienaventuranzas…
Decía san Hilario: Cuando [Jesús] enseñó que Dios-espíritu debe ser adorado en espíritu,
manifestó la libertad y la ciencia, como también la infinidad de los que habrían de adorarle,
según aquellas palabras del Apóstol: “Donde está el espíritu de Dios, allí está la libertad“; por
eso los verdaderos adoradores son, en definitiva, los que le rinden a Dios el culto que se
merece libres de las ataduras del pecado.
Que María santísima, la primera en adorar a Dios encarnado en su purísimo vientre, nos
conceda la gracia aprender a rendirle culto a Dios con nuestra vida en consonancia con los
principios del Evangelio y así le adoremos realmente en espíritu y en verdad.
[5] Cf. Jn 4, 5-42
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