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La descripción más antigua de las espadas de Damasco data del año 540 de
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nuestra era, pero pueden haber estado en uso mucho antes, incluso en la
época de Alejandro Magno (ca. 323 A. C.). El propio acero estaba hecho en la
India, en donde se denominaba wootz. Pero fue en época de Domiciano
cuando el acero se instaló en Damasco (capital de Siria), junto con un gran
número de importantes espaderos que ayudaron a hacer de la ciudad un
centro comercial importante. Esa importancia de Damasco provocó la creación
de un procedimiento de obtención de acero duro y no quebradizo que tubo su
origen en la India Septentrional. El cual, alcanzó una gran importancia y
reconocimiento en Damasco llegando a nombrarse "acero damasquino" o
"acero adamascado", dándole estos nombres al acero tratado de igual forma a
este.
Siempre hubo relación entre los espaderos toledanos y los de Damasco. Pero
eran momentos de necesidad de hallar una mejora de la calidad de las
espadas, así que los espaderos toledanos investigaron la composición del acero
damasquino, sus superficies veteadas con preciosas irisaciones formadas por
toda la gamma de grises y su facultad de fuerte sin quebrarse ni doblarse.
Estas cualidades del acero servirían de punto de partida para la forja de la hoja
de la espada toledana con "alma de hierro".
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Proceso de forja del acero de Damasco con el que se fabrican los mejores
cuchillos españoles.
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Cuchillos Muela con el puño de cuerno de ciervo y la hoja de acero de Damasco.
Estas espadas toledanas fueron exportadas a todas partes. Pero lo que mayor
interés despertaba en aquel mercado internacional de caballeros de capa y
espada, era una buena hoja toledana que llevara bien visible su marca. Por
esta razón fue grande el número de espaderos europeos que adquirían las
hojas de Toledo para adaptarlas a sus guarniciones, o que enviaban aquí sus
cazoletas y gavilanes para que fueran montadas con hojas toledanas. En
Toledo eran muchos los espaderos que tenían punzón con el que marcaban su
producción respondiendo con ello de la calidad de su obra, y muchas veces,
además de punzonar con su marca, grababan su nombre en las hojas
prestigiando con ello a la espada y a su poseedor.
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