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Los movimientos feministas y de mujeres a lo largo de la historia han sido claves para el
reconocimiento y la expansión de derechos sociales, políticos y económicos de las mismas
(Femenías, 2009; Paxton, 2008) trayendo consigo la importancia de introducir la diferencia
de género en la construcción del Estado (MacKinnon, 1989). El desafío principal que dichos
movimiento han buscado abordar concierne a la conquista y garantía de derechos para las
mujeres en iguales condiciones que sus pares hombres (Jaquette, 2001). Y es que “sin
mujeres no hay democracia” (Freidenberg, 2015).
Si se toma conciencia de cómo como la lógica patriarcal ha permeado la realidad social, se
puede caer en cuenta la medida en que el papel de las personas en la sociedad ha sido
influenciado históricamente a partir de las diferencias de género y las relaciones por dichas
diferencia establecidas (MacKinnon, 1985).
El contrato sexual es el primer obstáculo que se identifica para la incorporación de la mujer
en política, en calidad igualitaria a sus pares hombres. Dicho acuerdo (tácito) hace
referencia a cómo el espacio público ha sido validado para ser ocupado por el hombre,
mientras que a la mujer se la confinaba a ocupar el espacio privado (Pateman, 1988).
Es por ello que toda actividad realizada por la mujer que le signifique un aumento de
visibilidad pública es, juzgado de forma negativa, lo que evidencia que las instituciones
tienen también género (Waylen, 2014).
La progresiva y mayor atención a las diferencias de género, tanto en materia de
participación y representación de mujeres como en el abordaje de la política en sí misma, ha
permitido dar cuenta del carácter político del género. Por ello se entiende que “las
trayectorias de los movimientos de mujeres y la vitalidad de las organizaciones de mujeres
son importantes indicadores de qué tan bien las instituciones democráticas funcionan en sus
bases” (Jaquette, 2001:113).
En Chile, Elena Caffarena fue emblema y caracterización del movimiento sufragista, quien
a través del MEMCH logró promover la necesidad de garantizar el voto de la mujer para las
elecciones municipales de 1934 y posteriormente para las elecciones parlamentarias y
presidenciales de 1949. De forma sucesiva en el país, los movimientos feministas han sido
grandes motores para el progreso de la mujer, como se pudo observar durante la dictadura
con sus demandas por el avance de la democracia y la igualdad, bajo el lema “democracia
en el país, en la casa y en la cama” (Kirkwood, 1987; Valdés, 2000).
Al día de hoy es factible identificar el proceso gradual y progresivo en el derribo de los
obstáculos que las mujeres han encontrado en Chile para acceder en calidad igualitaria a
puestos de participación y toma de decisión en comparación con sus pares hombres, hasta
llegar hoy día a la aprobación de un proceso constituyente para la elaboración

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