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Alejandro Dolina – Horacio Quiroga
https://www.tiempoar.com.ar/cultura/los-cuentos-de-la-
selva-de-horacio-quiroga-cumplen-sus-primeros-100-
anos/
https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar:8443/bitstream/handle/1
1185/4401/RU060_04_A002.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Cuentos de la selva – Análisis
https://www.mendoza.edu.ar/wp-
content/uploads/2020/04/Cuentos-de-la-selva.pdf
Cuentos de la selva - Libro
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Vida de Quiroga – El almohadón de plumas (narrado por Víctor
Laplace)
https://www.youtube.com/watch?v=4AzZSWshEu8
Historia clínica – Quiroga parte 1
https://www.youtube.com/watch?v=tJTT4UFnSYM&t=677s
Historia clínica - Quiroga parte 2
Cuentos de amor de locura y de muerte,
de Horacio Quiroga
Escritor uruguayo (31 diciembre 1878 – 19 febrero 1937), considerado uno de los
mayores cuentistas latinoamericanos.
En los Cuentos de amor de locura y de muerte, Horacio Quiroga mira con atención
lo más brutal de la naturaleza y del alma humana, con un resultado literario por
momentos escalofriante. Estos relatos muestran un retrato crudo de las asperezas
de la vida, especialmente cuando la existencia es llevada al límite de la
supervivencia; ofrecen también una aguda percepción de las emociones y del
entorno agreste; una profunda exploración de la conciencia.
“Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad no ya sus almas, sino el
instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse.
Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de
los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro.
Animábanse sólo al comer o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se
reían entonces, echando fuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial.
Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa…” (La gallina degollada)
Horacio Quiroga fue un escritor de su tiempo. Eslabón entre el siglo XIX y el XX,
sus relatos fueron precursores de varias corrientes que se consolidarían años
después en América Latina, como la literatura fantástica, la sobrenatural y la
psicológica. Su pluma contribuyó a modelar ese vasto universo que poco a poco
adquiriría personalidad propia hasta ser finalmente bautizado como literatura
latinoamericana.
Con la influencia temprana de Edgar Alan Poe (de quien retomó el misterio y el
estilo narrativo), Antón Chéjov (el toque de ironía), Rudyard Kipling (la
ambientación selvática), Guy de Maupassant (el patetismo), así como de Fiodor
Dostoievski y Rubén Darío, Quiroga emprendió una alucinante incursión en lo
sobrenatural a través de personajes que se adentran en regiones inhóspitas del
medio natural o del alma humana.
“El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó
adelante, y al volverse, con un juramento, vio una yararacusú que, arrollada sobre
sí misma, esperaba otro ataque […] Bueno, esto se pone feo -murmuró mirando su
pie, lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo la
carne desbordaba como una monstruosa morcilla” (A la deriva).
Publicado en 1917, Cuentos de amor de locura y de muerte rompía con los
remanentes literarios decimonónicos para instalarse en un atroz realismo literario,
tan atroz como el capitalismo periférico y salvaje de América Latina basado en la
extracción de materias primas en las condiciones más extremas.
El historiador en literatura Seymour Menton, señala que entre las dos guerras
mundiales surgió en Latinoamérica el criollismo, una literatura con tema y estilo
netamente americano. Menton considera que Horacio Quiroga es una figura clave
en el origen de este movimiento. “La Primera Guerra Mundial destruyó la ilusión de
los modernistas de que Europa representaba la cultura frente a la barbarie
americana. La intervención armada y económica de los Estados Unidos en
Latinoamérica contribuyó a despertar la conciencia nacional de los jóvenes
literatos. Los criollistas ubicaban sus novelas y sus cuentos en las zonas rurales,
donde vivían los representantes más auténticos de la nación”. Y agrega Menton:
En la primera etapa del criollismo, 1915-1929, predomina el tema de civilización
contra barbarie en zonas rurales.
La reflexión del autor acerca del relato corto lo llevó a publicar en 1925 el Manual
del perfecto cuentista, donde señalaba: “En un cuento bien logrado, las tres
primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas”. Asimismo,
recomendaba evitar el barroquismo y otros excesos estilísticos: “Un cuento es una
novela depurada de ripios”. Y algo nada difícil para su carácter solitario y huraño:
“No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia”.
Aún en vida, el otrora considerado como un escritor vanguardista, fue
menospreciado por los jóvenes escritores. Jorge Luis Borges dijo, lapidario:
“Quiroga volvió a escribir los cuentos que Kipling ya había escrito mejor”. Tendrían
que pasar varias décadas para que otra vanguardia revalorara su obra: la
generación del Boom latinoamericano.
Juan Carlos Onetti fue implacable con los críticos: “Paridos a consecuencia de un
cruce misteriosamente fértil entre dos viejas prostitutas llamadas envidia y
ambición, decenas de enanitos declararon perimido el arte de Quiroga. Era
necesario que los cuentos del maestro se hicieran a un lado en la historia literaria
para dar paso a los que ellos, los nuevos y novísimos, pergeñaban para deleite
propio y de la pretendida elite en que flotaban”. Sin dudarlo, afirmó: “Todos los
cuentos de Quiroga, cualquiera sea su tema, están construidos de manera
impecable […] son cuentos tremendos escritos sin tremendismo” (“Hijo y padre de
la selva”, El País, 20 febrero 1987).
Asimismo, Julio Cortázar en sus Diez consejos para escribir un cuento cita a
Quiroga, en una de sus recomendaciones medulares: que el cuento debe ser un
mundo propio.
Enrique Anderson Imbert, en Historia de la Literatura Hispanoamericana, refiere
acerca de Quiroga: “Era un autor de compleja espiritualidad, refinado en su cultura,
con una mórbida organización nerviosa. Su visión de la selva era la de un ojo
excepcionalmente educado. Los tonos de sus cuentos son variados, sin embargo,
una buena antología se inclinaría hacia sus cuentos crueles, en los que describe la
enfermedad, la muerte, el fracaso, la alucinación, el miedo a lo sobrenatural, el
alcoholismo […] La suma de sus cuentos revela un cuentista de primera fila en
nuestra literatura”.
El historiador Seymour Menton afirma que Horacio Quiroga es “una figura cumbre
de la cuentística hispanoamericana. Se le puede considerar como padre de una de
las tendencias principales del siglo XX: el criollismo. Además, su cuento El hombre
muerto (1920) es, tal vez, el primer ejemplo hispanoamericano del realismo
mágico” (El Cuento Hispanoamericano).
Horacio Quiroga
(1879-1937)
II
III
IV
VI
VII
IX
Los cuentos que lo ejemplifican son los que conceden a Quiroga su honda vigencia
literaria. Este relato del año 1907 (o sea, de los comienzos de Quiroga en la difícil
disciplina del cuento breve), siendo como es un logro de primera magnitud, anticipa
frutos más sazonados en que el horror confiere al relato su más entrañable
significado.
"Nuestro primer cigarro" recrea con gran frescura y vigor un momento de la
niñez de Quiroga y de su vida familiar. Por ello, vale no sólo literariamente sino
también como significativo documento biográfico y psicológico. En esta evocación
de la infancia predomina el tono humorístico, pero se deja entrever —como lo ha
señalado sagazmente Rodríguez Monegal— la ansiedad del niño huérfano de padre
y que ha sufrido otra pérdida afectiva: la de la madre, cuyo segundo matrimonio él
debió de haberlo vivido como un abandono.
Cierra el volumen "La meningitis y su sombra", un singular y romántico idilio
entre el protagonista narrador y una joven de la aristocracia porteña que, en el
delirio de la enfermedad, le declara su amor. Por su extensión y estructura —al
igual que la pieza que abre el libro— es un relato más que un cuento. En algunas de
estas narraciones urbanas perduran rasgos modernistas o decadentes.
Los cuentos de monte constituyen, sin duda, la revelación del volumen. Allí está ya
de cuerpo entero el narrador auténtico y original El grupo se inicia con "A la
deriva", su primer cuento misionero —apareció en la revista Fray Mocho en 1912—
y uno de los más acabados que escribió. El tema es la desigual lucha del hombre
contra la naturaleza. Está realizado con notable economía y precisión. Por su
concentración e intensidad constituye un verdadero modelo de estructura
cuentística.
https://ciudadseva.com/texto/el-almohadon-de-plumas/
https://www.youtube.com/watch?v=lGIkUWv1THc
ARGUMENTO:
PERSONAJES
TIEMPO Y ESPACIO.
“En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante,
había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún
vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que
llegaba su marido.”
LENGUAJE.
El autor utiliza un lenguaje culto con escasos recursos literarios. Los
personajes también emplean un lenguaje de acuerdo con su condición
social. Utiliza expresiones no propias del castellano como “tuvo un
ataque de influenza”, refiriéndose a la gripe o el término bandó para
referirse a que la criada se hechó las manos a la cabeza.
“A la deriva” – Quiroga
https://ciudadseva.com/texto/a-la-deriva/
El tema central de este cuento es la lucha del hombre por sobrevivir, la agonía. Esta
palabra proviene de la griega “agón” que significa lucha. Esta lucha desesperada por
ganarle a la muerte unos instantes más de vida, por no entregarse aunque todas las
circunstancias estén así dadas. La naturaleza, marco de este cuento, no será otra
que el verdugo y la tumba de un hombre, que nada puede hacer en su soledad
contra la muerte. La naturaleza será su discreto enterrador.
El título “A la deriva” nos muestra esta soledad de ese hombre indefenso, sin un
rumbo cierto, entregado a las circunstancias fortuitas que le toque vivir. El hombre
del cuento, Paulino, estará a la deriva, no sólo en su muerte, sino también en su
vida, ya que antes de que la víbora lo pique, podría decirse que está muerto en vida.
Nada lo sostenía vivo. Su relación con su mujer y con el compadre Alves no existe, y
debe recurrir a un pasado muy lejano para tratar de aferrarse a la vida que se va. El
personaje se encuentra muerto socialmente y quizás hasta muy profundamente en
su interior antes de morir físicamente. Este es una impronta común en los textos de
Quiroga. En muchos cuentos sus personajes están muertos antes de que la muerte
física llegue, basta recordar “El almohadón de plumas”.
El texto comienza con una repetición al comienzo de cada párrafo: “El hombre”. Si
esto fuera una poesía podríamos decir que es una anáfora (repetición al principio de
cada verso). Pero no lo es. Esta repetición deja entrever la fragilidad de lo humano.
El hombre ante las circunstancias es frágil, su mundo puede destruirse en un
instante, y muy lejos queda la idea de inmortalidad con la que vive siempre. Está
indefenso y es sólo un hombre, como podría ser cualquiera de nosotros.
Estas “gotitas” serán retiradas para mostrar los “dos puntitos violetas”. Otra vez el
uso del diminutivo deja a Paulino y al lector ante la sorpresa, cómo algo tan
pequeño puede hacer tanto daño, y aún, cuánto daño puede hacer. Paulino lo sabe,
pero una cosa es saberlo racionalmente y otra es vivirlo. El veneno no espera e
invade todo el pie, y la acción de Paulino es una solución precaria. Su salvación no
está eso sino en la ayuda social que pueda conseguir, y el lugar que logre alcanzar
antes de la muerte.
Las grafopeyas de la herida van creciendo. De aquellos “dos puntitos” se pasa a una
sensación de “tirante abultamiento” y al dolor físico que se materializa con una
comparación “dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían
irradiado”. Esta materialización del dolor hace pensar en lo sorpresivo, lo
inesperado, lo rápido que resulta ese dolor que pretende inmovilizar al personaje
sin lograrlo. La materialización del dolor ahora pasa a una materialización de la
sed, algo que se siente, pero aquí se asocia al metal por lo frío (“una metálica
sequedad de garganta”) y también caliente (“sed quemante”), lo que proporciona
una antítesis. En esta contradicción vivirá Paulino sus últimas horas.
La última etapa de estos “puntitos violetas” es la hinchazón del pie. Parecía que la
pierna fuera a explotar por lo tensa y delgada que estaba la piel. Todo el panorama
se vuelve monstruoso, y no hay más remedio que buscar ayuda, con las últimas
fuerzas que le quedan. Piensa en su mujer, y es aquí que comenzamos a ver que su
muerte era una consecuencia inevitable de su vida. Aunque el hecho que la haya
provocado hubiera sido fortuito.
Segunda parte
La animación de la sed “la sed lo devoraba” nos hace pensar en que los síntomas del
veneno están tomando la vida. El veneno, símbolo de la muerte, adquiere la vida
que Paulino pierde.
El diálogo con Dorotea revela la relación entre ellos. Este diálogo recién nos da a
conocer el nombre de los personajes, algo que hasta el momento ha sido oculto al
lector. Los nombres singularizan, le dan una identidad que había sido negada. No
es cualquier hombre el que muere. Es un hombre que trata a su mujer no como tal,
sino como una sirvienta. No confía en ella para conseguir ayuda, no espera de ella
una ayuda real. Pide caña, pero no le dice nunca lo que realmente le sucede ni por
qué la pide. Esto nos muestra que no confía en ella para poder ayudarlo, tal vez para
llevarlo a Tacurú Pucú. Dorotea es una mujer, obedece. La relación entre ellos está
marcada por la incomunicación en la pareja, otro de los temas más queridos en la
narrativa de Quiroga.
La voz de Paulino “ruge” como la de un animal en agonía, pero tal vez como
siempre lo ha hecho con ella, ya que a ella no le asombra. Rápidamente cumple con
su deseo de traerle caña que él no siente como tal. Paulino necesita ver la
damajuana para creerle a su mujer y aceptar su situación, “bueno, esto se pone feo”.
El veneno ha llegado a alterar sus sentidos, aquello que nos conecta con la vida. Así
que aquellos puntitos pasaron al dolor, y ahora a los sentidos que se confunden. A
partir de este momento lo que pase en el cuento se envolverá en una ola de
confusión y delirio.
Una nueva comparación (“la carne desbordaba como una monstruosa morcilla”)
nos presenta la situación cada vez más apremiante. Ahora la imagen es
“monstruosa”, y hasta abyecta si la asociamos a la pierna de un hombre. Paulino ha
querido negar su situación, pero esto se hace cada vez más difícil con una imagen
así, luego de haber descubierto que ya no siente el sabor de una bebida tan fuerte
como la caña.
Todos los síntomas del hombre a causa del veneno se agudizan, lo quiebran. Ya no
son puntadas como relámpagos, sino “continuos relampagueos” de dolor, como si la
tormenta de la muerte se avecinara a pasos agigantados. Estos dolores suben por el
cuerpo, ya no son en el tobillo, ahora son en la “ingle”. Lo mismo pasa con la sed,
ahora es “atroz sequedad”, y el calor aumenta también. Esto termina dándole al
hombre una señal de su situación, ya no puede seguir en pie, vomita apoyado a la
rueda cuando intenta incorporarse. No hay posibilidad de seguir adelante, sin
embargo Paulino “pretendió incorporarse”. La lucha comienza cuando el personaje
se da cuenta, cuando hace su “anagnórisis”, ahora sólo queda pelear físicamente, y
si no se puede así, lo hará mentalmente.
Recobra fuerzas de esa decisión y consigue subir a la canoa, pensando en una nueva
alternativa, llegar a Tacurú Pucú, el lugar que simboliza la posibilidad de salvación.
El poblado donde podrían socorrerlo. Ahora tenemos una nueva pista de este
hombre, vive lejos de un centro poblado, tal vez una elección hecha hace mucho
tiempo, lo que nos muestra el aislamiento en que se encuentra. El personaje ha
elegido separarse del mundo social, alejarse de todo, por lo tanto a decidido darle la
espalda al mundo, y aunque no sabemos la razón, podemos intuir que es una nueva
forma de muerte. Nada de lo humano le interesa, hay algo dentro de él que estaba
ya muerto. Y ahora quiere recuperarlo sólo porque se encuentra frente a la muerte,
como la única posibilidad de vida. Lo social es su posibilidad de sobrevivir, y esto
pertenece a un pasado. Es como si el personaje buscara recuperarlo para así
recuperar su vida.
“El hombre con sombría energía”. Esta expresión nos muestra un anticipo de la
muerte. La palabra “sombría” refiere a lo negativo, a la lucha triste, angustiante que
vive el hombre que trata de incorporarse a pesar de sus dolencias físicas, pero estas
le recuerdan su condición de hombre frágil, un nuevo vómito, pero esta vez de
sangre son la señal de una lucha perdida de antemano. Paulino mira el sol y
descubre que el día se está acabando, igual que su vida. Este recurso literario
llamado paralelismo psicocósmico muestra la identificación del día con la vida. La
vida se acaba, el día muere. Pero con una diferencia sustancial. El día volverá a
nacer, el sol volverá a salir, el hombre no volverá a vivir. Así la naturaleza termina
siendo infinitamente superior a la vida del hombre. La naturaleza empieza a ser un
personaje más en este cuento. Acompañará al hombre solitario y será el único
testigo de esta lucha.
La pierna ahora está deforme y el veneno, implacable como la muerte, sube sin dar
tregua haciéndole pensar la necesidad de pedir ayuda para llegar a Tacurú Pucú. La
expresión “grandes manchas lívidas” anuncia la muerte asociándolo con el color
blanco. Nada es más blanco (“lívido”) que la muerte, porque el blanco es la ausencia
de color, y por lo tanto de vida.
Alves vive en la costa brasileña, al otro lado del río y aún así está disgustado con
Paulino. No llega por sus propios medios, llega porque el río se lo permite. Está a la
deriva, aunque aún no lo sabe y sigue luchando.
Le grita, pero Alves no contesta a la súplica de Paulino. Como habíamos visto, todo
es confuso, el narrador siempre toma el punto de vista del protagonista, y los
sentidos de este último están trastocados, por lo tanto nunca tendremos certeza si
realmente gritó o creyó gritar. Tampoco sabremos si Alves escuchó o no, si estaba o
no, si lo deja morir tal vez por un rencor profundo. Lo cierto es que no hay
respuesta ante una súplica angustiante que hace Paulino y que nos muestra que
sabe que el resentimiento puede ser grande.
La respuesta es “el silencio de la selva” que vuelve a ser un anuncio del final, el
silencio de la muerte. La selva parece recordarle que no hay nada, que ha perdido
todo, ayuda a la “anagnórisis” de Paulino.
No hay más remedio que seguir luchando. Vuelve a su canoa y por primera vez
aparece en el texto la referencia al título: la corriente “la llevó velozmente a la
deriva”. Su vida ahora depende de ese río y de la naturaleza. El final está dicho de
antemano aunque el lector quisiera no creerlo, igual que el protagonista.
Tercera parte
A medida que empieza a sentirse bien, el hombre se aferra a los recuerdos, como
forma de recuperar su vida, su pasado, en un clima onírico (de sueño). El dolor
físico deja paso a este aspecto que nos dará una idea de su vida anterior, sin que
sepamos cuál es ese motivo por el que se aisló del mundo. Lo onírico se mezcla con
una vida social que alguna vez tuvo, el compadre Gaona, su ex patrón mister
Dougald. Había trabajado en un obraje. Ahora era un marginal del mundo.
El río hace girar la canoa, sin hacerla avanzar, y ese mareo le permite al hombre
sentirse cómodo con su actividad mental, “cada vez mejor”, él también está
revolviendo, dando vueltas sobre su vida, su existencia. La naturaleza lo acompaña,
a pesar de que fue agresivo el paisaje en algún momento para mostrarle su fin,
ahora, en su delirio, es un paisaje que le ofrece compañía y hasta consideración. Le
regala lo mejor que tiene.
En la desesperación de recuperación de su pasado, empieza un obsesión por
recuperar el tiempo exacto de las cosas, algo que tal vez sea banal, pero
imprescindible para que la muerte no lo lleve sin seguir luchando, con lo único que
es posible hacerlo en estos momentos: sus recuerdos precisos. Cada vez va
buscando la perfección, la exactitud, “tres años” no es exactamente preciso, “dos
años y nueve meses”, tal vez, pero no es suficiente, y así va buscando la respuesta
que le satisfaga.
Esto se va intercalando con la cruda realidad “sintió que estaba helado hasta el
pecho”, la muerte se acerca y por más precisión que busque nada podrá hacer frente
a la realidad.
Pero el hombre no deja de luchar, y ahora una nueva idea de precisión sobre el
tiempo se posa en su cabeza: cuándo conoció a Lorenzo Cubilla, un viernes santo o
un jueves. Esta referencia podría llevarnos a pensar en el simbolismo de estos dos
días. El viernes santo es cuando Cristo muere, y el jueves cuando sufre toda su
agonía. El hombre elige el jueves, porque tal vez en ese día Cristo aún no estaba
muerto, como si su lucha personal, la de Paulino fuera hasta el último instante.
Confirma que lo conoció un jueves, como si no quisiera darle nunca a la muerte la
posibilidad de ganarle la partida.
Pero aún cuando él intenta ganar esta lucha desde el pensamiento, el narrador
intercala estos delirios con acciones físicas: “el hombre estiró lentamente los dedos
de la mano” como una señal de una vida que se escapa. Tal vez tenía los dedos
apretados para que esto no sucediera, como señal de esa lucha hasta último
momento. Y una vez que logra la precisión del tiempo, el narrador termina el
cuento constatando lo que ya nos había sugerido desde el principio “cesó de
respirar”.
La lucha del hombre por mantenerse vivo, aún cuando es segura su muerte, se ve
hasta el último instante, como una actitud porfiada por continuar viviendo, con ese
deseo infinito de aferrarse a la vida, aún cuando en su vida él haya elegido alejarse
del mundo. Un hombre puede vivir toda la vida queriendo morir, pero no va a dejar
de luchar cuando la muerte real venga