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Rapaport contrasta la visión Berkeleyana del hombre con la Cartesiana. Desde el punto de vista
de Berkeley el mundo exterior es creación de la imaginación del individuo. El hombre es
independiente del medio y dependiente de las fuerzas e imágenes que residen en su interior: no
puede suponer un mundo exterior independientemente de estas fuerzas internas. En cambio, no
necesita llegar a un acuerdo con el mundo fuera, ya que este mundo está creado por fuerzas
inherentes al hombre, éste se encuentra a priori en armonía con él. Mientras que en el mundo
Cartesiano, el hombre nace como una pizarra limpia donde se escribe la experiencia. No existen
fuerzas e imágenes en el individuo que las producidas por los choques con el mundo exterior.
En este mundo cartesiano, el hombre es dependiente del medio en que vive, y está en armonía
con él. A la vez es independiente, autónomo de fuerzas internas que no existen en esta
concepción.
Aunque el comportamiento del hombre está determinado por fuerzas impulsivas que se originan
en él, no está totalmente a su disposición ya que tiene una cierta independencia de ellas. Este
autor hace referencia a esta independencia como la autonomía del yo con respecto al Ello. El
hombre no solo puede interponer la demora y la reflexión entre las llamadas del instinto y la
acción, modificando y posponiendo la descarga del impulso, sino que puede modificar, posponer
su reacción a estímulos exteriores. Rapaport refiere a esta independencia del comportamiento
hacia el estímulo exterior como la autonomía del yo con respecto a la realidad exterior. Como el
yo no es completamente independiente ni del Ello ni de la realidad exterior, siempre se habla de
autonomía relativa.
Aunque el concepto de la autonomía relativa del yo con respecto al Ello, dio un nuevo valor
al concepto del Ello en la teoría psicoanalítica, no exceptuó la teoría del Ello ni tampoco la alteró
radicalmente. La teoría de la autonomía relativa del Yo respecto a su medio no elimina ni la
teoría de la autonomía del Yo respecto al Ello, ni la teoría del Ello. De hecho, muestras teóricas
del Ello, del Yo en general y del Yo autónomo en particular, pueden considerarse bajo nuevos
aspectos, y algunas de las lagunas que existen en nuestro conocimiento podrían llenarse
desarrollando la teoría de la autonomía relativa del Yo, respecto al medio que lo rodea.
Garantías de autonomía relativa que tiene el Yo respecto del Ello. Esta autonomía está
garantizada por los aparatos del Yo para su autonomía primaria y secundaria. No se va a
suponer que el Yo se origina en el Ello, sino que ambos se originan por diferenciación a partir de
una matriz común indiferenciada, en la cual ya se encuentran presentes los aparatos que van a
ser para el Yo instrumentos de orientación, del tanteo de la realidad y de la acción. Estos son
denominados aparatos de autonomía primaria, sirven para la satisfacción de los impulsos y
entran al conflicto como factores del Yo independientes. Son el aparato de la memoria, los
aparatos perceptores, el aparato motor.
Las garantías primarias de autonomía del Yo respecto al Ello, parecen ser los mismos aparatos
que garantizan la adaptabilidad del organismo a su medio.
Los aparatos de autonomía secundaria se forman ya sea a partir de modalidades del instinto, al
desarraigarse éstas de sus orígenes instintivos, o bien a partir de estructuras defensivas
formadas en el proceso de la solución del conflicto, al sufrir las mismas un “cambio de función” y
volverse aparatos que sirven para la adaptación. Los aparatos de autonomía secundaria no son
innatos sino que se forman por la experiencia. Esta segunda garantía de la autonomía del Yo
incluye relación con la realidad.
Garantías de la autonomía del Yo con respecto al medio ambiente que los rodea el hecho
de que la psicología académica reconoce que el hombre no es un perceptor pasivo como
tampoco una hoja en blanco, sobre la cual se puedan escribir las experiencias sin restricciones,
implica un concepto de autonomía, pero la falta de un concepto explícito de autonomía fue y
sigue siendo un gran tropiezo. La teoría de Descartes puede prescindir de un concepto de
autonomía con respecto al medio ambiente, y las observaciones psicoanalíticas han contradicho
la validez de esa teoría, las observaciones demuestran la permanencia de formas patológicas de
comportamiento, en oposición a los requerimientos y condiciones del medio ambiente. Las
observaciones y teoría psicoanalíticas, indican que los impulsos instintivos son los agentes
causales y garantías finales de la sobrevivencia de formas de comportamiento que son
revocadas por el medio ambiente.
Para ser evidente que las organizaciones cognitivas, los intereses del Yo, los valores y los
ideales, la identidad del yo y las influencias del Superyó (todos autónomos de los impulsos)
toman, asimismo, parte como causa en la persistencia de muchas formas de comportamiento.
Sin embargo, ya que la autonomía de estas es secundaria, se puede considerar que son
sólo garantías proximales de la autonomía del Yo con respecto al medio. El hecho de que los
impulsos, que en su tensión máxima pueden esclavizar el individuo al medio, pueden ser las
garantías finales de su autonomía con respecto a este medio.
El conjunto de impulsos que se tiene el hombre, por su constitución, parece ser la garantía final
(primaria) de la autonomía del Yo dentro de su medio ambiente, es decir, su defensa contra la
esclavitud del proceso estimulo-respuesta. Pero también esta autonomía tiene garantías
proximales (secundarias) que son las estructuras en un nivel superior del Yo y del Superyó, así
como las motivaciones pertinentes a ellas. La autonomía del Yo respecto al medio ambiente es
solo relativa, tal como hemos visto que lo es respecto al Ello.
Como las garantías finales de la autonomía del Yo respecto al Ello son los instrumentos e
relación con la realidad dados al hombre por su constitución, las garantías finales de la
autonomía del Yo respecto al medio ambiente son los impulsos que también posee por
constitución
Condiciones que interfieren en cada una de ellas y con ambas. Este autor plantea tres
ejemplos que van a ilustrar las condiciones en las cuales la autonomía del Yo con respecto al
Ello resulta disminuida. Primero hay periodos de desarrollo en los cuales los impulsos se
intensifican y amenazan esta autonomía del Yo. En la pubertad los impulsos intensificados
interfieren a tal extremo con la autonomía del Yo que este los combate con la intelectualización,
ya que parece ser esta capaz de enfrentarse a la realidad, así como los instrumentos de la
memoria y pensamiento lo son contra las instrucciones del Ello. La subjetividad el adolescente,
su rebeldía contra el medio y su tendencia al aislamiento, indican la intensificación de las
fuerzas del Ello en la pubertad y la disminución de la autonomía del Yo. El segundo ejemplo es
aquel que realizó Lilly en un tanque de agua, en donde estaba oscuro y a prueba de ruidos, en
el cual el sujeto flotaba libre de estímulos gravitatorios, de movimiento. Allí se observó que la
privación de estímulos también es una condicion que puede poner obstáculos a la autonomía.
El tercer ejemplo es el estado hipnotico. Una técnica para inducir la hipnosis es hacer que el
sujeto se concentre en algo y de esta manera reducir el efecto de otros estímulos exteriores. El
hipnotista impide que se preste atención a estos estímulos produciendo un golpeteo continuo.
Estas medidas no solo impiden el efecto de los estímulos sino también el pensamiento
organizado, lógico y dirigido hacia la realidad. Así se bloquean las fuentes de señales, tanto
exteriores como interiores, que ayudan en la orientación hacia la realidad y protegen la
autonomía del Yo. El resultado es un estado regresivo en el cual las barreras contracatéxicas
que diferencian los procesos del Yo y del Ello se hacen fluidas, desaparece el sentido de la
voluntad.
La suposición de que las estructuras del Yo son estables (los controles y defensas) y sólo se
alteran por desórdenes importantes, se justifica por la continuidad que ofrecen esta estructura a
cualquier intervención terapéutica. El mismo concepto de estructura implica que los cambios son
lentos en comparación a los procesos de acumulación y descarga de tención de los impulsos.
Sin embargo, los experimentos de Lilly sugieren que estas estructuras dependen, para su
estabilidad de los estímulos, o necesitan el estímulo como alimento para su mantenimiento.
Cuando no encuentran este alimento de estímulos, puede disminuir la eficiencia de estas
estructuras para gobernar los impulsos del Yo, perdiendo el Yo algo de su autonomía.
Hay ciertas estructuras que dependen de su alimento, como por ejemplo las que forman la base
del Superyó consciente. El superyó es una estructura persistente, pero parece ser que sus
partes conscientes necesitan del alimento de los estímulos. Faltando este alimento se vuelve
propenso a la transacción y a la corrupción y cuanto mayores son éstos, tanto más exigente el
Superyó inconsciente: el sentimiento inconsciente de culpa. La consciencia parece necesitar el
alimento provisto por un medio ambiente tradicional y estable en el cual el individuo nace, crece,
y termina su vida.
Tanto como pasa con las garantías de autonomía respecto al Ello, tampoco las garantías finales
ni proximales de autonomía respecto al medio son absolutos. Ambas autonomías requieren de
estímulos exteriores, impulsivos o de los dos, de una intensidad específica para su
mantenimiento.
Relaciones entre las dos autonomías del Yo en los estados hipnóticos resultan disminuidas
tanto la autonomía con respecto al Ello como la autonomía respecto al medio. Para aclarar esta
relación el autor considera aspectos de los desórdenes compulsivos y obsesivos. Uno de los
conocimientos de las condiciones obsesivo-compulsivas es una mayor elaboración del proceso
secundario. Esta elaboración tiene dos aspectos: por una parte, facilita los medios para las
defensas de intelectualización y aislamiento; por otro lado hace posible la observación
intensificada y el análisis lógico como substitutos de las señales afectivas y de idea que son los
reguladores naturales del juicio y la decisión, ya que son suprimidas por las defensas obsesivo-
compulsivas.
Por ejemplo, la privación de estímulos como autonomía aumentada. No es que la autonomía del
Yo respecto al medio llegue a su máximo, sino más bien que el Yo tiene que conformarse con
un medio que no posee el suficiente alimento de estímulos para sus estructuras, la privación de
estímulos da una manera de probar los límites de la autonomía del Yo con respecto al medio.
La autonomía del Yo respeto al Ello puede ser disminuida, bien sea cuando aumenta
excesivamente su obligada dependencia del medio, o bien cuando el apoyo de este medio
decrece en forma considerable. Asimismo, la autonomía del Yo respecto al medio puede resultar
disminuida cuando se vuelve excesiva, ya sea su dependencia o su independencia del Ello. Ya
que estas autonomías son relativas, nunca se llega a sus extremos.
Conclusión el organismo está dotado de la evolución con aparatos que lo preparan para el
contacto con el medio que lo rodea, pero su comportamiento no es esclavo de este medio
ambiente, ya que también está dotado con impulsos que nacen de su organización y son las
garantías finales contra la esclavización a los estímulos. A su vez, el comportamiento del
organismo no solo la expresión de fuerzas internas, ya que los mismos aparatos por medio de
los cuales está en contacto con el medio ambiente, son las garanticas finales contra la
esclavización a los impulsos. Estas autonomías también tienen garantías proximales, en
estructuras intrapsiquicas. El equilibrio de estos factores que se gobiernan mutuamente no
dependen de la acción fortuita de unos sobre otros, sino que está dirigido por las leyes de la
secuencia epigenética, designada como el desarrollo del Yo autónomo.
El estudio de los conflictos psíquicos en general surgió que las fuerzas opuestas en las
situaciones conflictuales típicas no se ordenaban al azar, sino más bien en grupos que poseían
una cohesión u organización interna. Estas impresiones se vieron estimuladas por un tema que
desempeñó un papel considerable en la psiquiatría francesa entre los años 1880 y 1890: el de la
personalidad múltiple. Las irrupciones intermitentes observadas en estos casos sustentaron la
idea de que también otras manifestaciones menos dramáticas d enfermedad mental podían
comprenderse “considerando al hombre dividido, contra si mismo”
El primer enfoque que Freud hizo de esta división fueron guiados por la escuela de la fisiología
alemana de su tiempo y por el pensamiento evolucionista del darwinismo. Bajo estas influencias
surgió sus primeras formulaciones sobre la naturaleza del “aparato psíquico”
Las funciones del ello se centralizan en las necesidades básicas del hombre y de sus
exigencias de gratificación. Estas necesidades están arraigadas en los impulsos instintivos y en
sus vicisitudes. Las funciones del ellos se caracterizan por la gran movilidad de las cargas de las
tendencias instintivas y sus representaciones mentales. Sus manifestaciones son la
condensación, el desplazamiento y el uso de símbolos.
Las funciones del yo se centralizan en la relación con la realidad. En este sentido hablamos
del yo como de un órgano específico de equilibrio. Regula el aparato de motilidad y percepción;
efectúa la prueba de las cualidades de la situación presenta, es decir de la “realidad presente” y
prevé las cualidades de las situaciones futuras. El yo media entre estas cualidades y
necesidades y las exigencias de las otras organizaciones psíquicas.
Las funciones del superyó se centralizan en las exigencias morales. Las manifestaciones
esenciales del superyó son la autocrítica, a veces exaltada hasta estimular el autocastigo y la
génesis de los ideales.
Al adoptar como criterio decisivo para la definición de los sistemas psíquicos a las funciones
ejercidas en los procesos mentales, Freud se valió de la fisiología como modelo en la formación
de los conceptos. Sin embargo, esto no implica correlación alguna entre los sistemas y
organizaciones fisiológicas o grupos de órganos determinados, aunque Freud consideraba esta
correlación como la aspiración final de la investigación psicológica.
Freud sostiene que el yo se presente a si mismo ante el superyó como objeto amoroso. Esta
metáfora expresa las relaciones de estas dos organizaciones psíquicas comparándolas con una
relación amorosa entre individuos, de los cuales uno es el amante y el otro el amado. Pero la
frase expresa un importante hallazgo clínico: el amor a si mismo puede fácilmente, y lo hace en
ciertas condiciones, sustituir al amor de otra persona. En esta formulación el amor a si mismo
indica que la aprobación de “uno mismo” por el superyó se refiere a “uno mismo” en el lugar de
otra persona.
Este autor sustituye la palabra “yo” de los textos de Freud por “uno mismo” (“self”). Lo hace
porque el yo es definido como parte de la personalidad y porque el uso que Freud hace de la
primera es ambiguo. Emplea la palabra “yo” refiriéndose a una organización psíquica y asimismo
a la totalidad de la persona.
Siempre que en psicoanálisis se usen conceptos biológicos, nos enfrentamos con uno de los
tres casos. Primero, el de la equiparación inmediata: un fenómeno biológico o fisiológico y se
usan términos corrientes en estas ciencias. En segundo lugar, se puede adoptar un término,
pero cambiar su significado por el contexto en el cual se lo usa, pudiéndosele agregar nuevas
aceptaciones. En tercer lugar, los términos biológicos pueden usarse en un contexto diferente.
Su definición se toma del contexto antiguo, ya que los requerimientos del nuevo son similares a
aquellos en los cuales se originó.
“Uno mismo” y el ambiente si bien el autor de este texto no desea establecer líneas
cronológicas, resume algunas de las etapas del desarrollo del niño que conducen a la formación
del yo y representan parcialmente las funciones más precoces. La primera de estas etapas se
refiere a la capacidad del niño para distinguir entre sí mismo y el mundo que lo rodea. En el
nacimiento las circunstancias ambientales cambian con brusquedad; el organismo ya no crece
totalmente al abrigo de las perturbaciones externas y comparativamente no tiene la gratificación
plena de todas sus necesidades básicas. El elemento esencial del nuevo ambiente es la madre
del niño; ella determina las características físicas del medio, suministrando amparo, cuidados y
alimentos.
La naturaleza biológica del niño y la naturaleza de su ambiente, explican el que sus primeras
reacciones se relacionen con la satisfacción y privación deparadas por la madre. Freud supone
que mientras se gratifiquen todas las necesidades el niño tiende a vivenciar la fuente de
satisfacción como parte de sí mismo; la privación parcial es probablemente una condición
esencial en la capacidad del niño para distinguir entre sí mismo y el objeto. Por ejemplo, la
relación del niño con el pecho que lo alimenta o sus substitutos.
La privación es una condición necesaria, pero sin duda no suficiente, para el establecimiento de
la distinción entre si mismo y el objeto. El proceso de distinción tiene un aspecto cognoscitivo o
perceptivo; depende así de la maduración del niño. Además, el psicoanálisis trabaja con la
hipnosis de otra condición necesaria, la que se refiere a la distribución de la energía psíquica.
Freud supuso que en el recién nacido la energía psíquica se concentra sobre su narcicismo
primario (“mismidad”). Cuando se afirma que un objeto del mundo externo se vivencia como
parte de uno mismo, significamos que el objeto comparte su catexis narcisistica. Cuando se
habla de una distinción entre uno mismo y el objeto externo, se supone que el objeto que se
vivencia como independiente de uno mismo ha retenido catexis a pesar de la separación, se
infiere que la catexis narcisistica primaria se ha transformado en catexis objetal.
Las modificaciones de maduración que se producen durante la segunda mitad del primer año
dan al niño mayor control de su propio cuerpo y lo capacitan parcialmente para dominar los
objetos inanimados de su espacio vital. En cada una de estas operaciones desempeña su papel
cierta clase de previsión de los acontecimientos futuros. Tales operaciones representan una
función central del yo; aquella que posibilita el pasaje del principio del placer al principio de
realidad. Los dos principios reguladores del funcionamiento mental expresan dos tendencias del
hombre. El uno procura la gratificación inmediata e incondicional de las demandas; el otro
acepta las limitaciones de la realidad, posponiendo la gratificación a fin de hacerla más segura.
Algunas influencias en la formación del yo el desarrollo del yo se verifica en conjunto con el
de las relaciones objetales del niño. Entre los factores que amenazan a las relaciones de objeto
y ponen por lo tanto en peligro la estabilidad de las funciones del yo en el niño, se considera la
ambivalencia. Las teorías sobre el origen de la ambivalencia son en parte idénticas a la
relacionadas con el origen de la agresión. Freud en 1930 consideraba la posibilidad de que la
ambivalencia se origine como una protección necesaria del individuo contra los impulsos
destructivos confinados en la mismidad. Su externalización sería entonces un prerrequisito de la
supervivencia.
Se puede decir que la ambivalencia del niño hacia sus primeros objetos amorosos corresponde
a su posición dentro de la continuidad que va de la satisfacción a la privación. Todas las
relaciones humanas estarían de acuerdo con esta sugestión, tenidas por las circunstancias de
que las primeras relaciones amorosas del niño se establecieron en una época en que aquello a
quienes el niño amaba, eran los que le dispensaban satisfacción y privación.
Las privaciones son inevitables en la primera infancia, porque la intensidad creciente de las
exigencias del niño que llora esperando a la madre, es experimentada como una privación; en
este nivel las privaciones son incentivos esenciales para la diferenciación entre el mundo y uno
mismo. En una etapa ulterior, cuando el niño aprende a intercambiar la satisfacción inmediata
por la futura, está expuesto de nuevo a experiencias de privación, una de las cuales es un
prerrequisito para la formación del mundo del pensamiento y el desarrollo ulterior de su yo. El
niño posterga sus exigencias a fin de obedecer a los requerimientos de la madre. Es casi
indudable que cuanto más seguro esté el niño de que la satisfacción seguirá a la postergación
de las demandas, más fácilmente tolerará la privación. No se puede ignorar que cada una de las
demandas básicas del niño cuya satisfacción se pospone, contiene impulsos libidinales y
agresivos.
El niño no sólo experimenta privación cuando se le niega alguna de sus exigencias (alimento,
cuidado o atención) sino también cuando el adulto interfiere algunas de sus actividades
espontaneas, ya sirvan estas a la gratificación de un impulso o a la solución de un problema.
La tendencia del niño a las explosiones agresivas cuando experimenta restricciones puede
modificarse fácilmente por la conducta del adulto que restringe: las restricciones amistosas
tienen a reducir las respuestas agresivas. La mejor manera de distraer a un niño es la atención
amorosa. La catexis dirigida hacia la acción se transforma así en catexis objetal. La importancia
de este tipo de problemas es considerable, dado que la sucesión de restricción de las
actividades espontaneas y la disminución de los impulsos agresivos en el niño afectan a
numerosas situaciones de aprendizaje.
Al cabo del primer año, en las primeras etapas de la evolución del yo, el niño ya ha establecido
relaciones objetales duradera; su vinculación puede sobrevivir a la privación y la energía libidinal
dirigida hacia el objeto amoroso ha sido parcialmente transformada en energía libidinal de
impulsos reprimidos, que pasan a ser catexis permanentes.
Habitualmente el niño alcanza la etapa fálica de su desarrollo sexual en el tercero o cuarto año.
Las manifestaciones en el comportamiento de la catexis y del interés por la zona genital son
múltiples; la frecuencia más elevada de masturbación genital, el mayor deseo de contacto físico
con otros, particularmente con miembros del sexo opuesto, y la predominancia de las tendencias
al exhibicionismo fálico. El lazo entre las fantasías de relaciones sexuales con los objetos
incestuosos y las fantasías de ser privado de tales actividades o castigado por las mismas (por
la castración o sus equivalentes).
La reacción del medio ante la manifestación de las exigencias del niño durante la fase fálica, no
es menos decisiva que la reacción ante sus impulsos anteriores. en relación con las tendencias
incestuosas en este periodo, la privación es lo regular. La reacción del niño frente a esta nueva
experiencia de privación es lo regular. La reacción del niño frente a esta nueva experiencia de
privación puede, por regla general, no aislarse claramente de sus experiencias anteriores de
satisfacción y privación. La intensidad de esta reacción a la privación, se encuentra en ese
periodo parcialmente bajo la influencia del pasado.
Durante el periodo de latencia puede observarse una regulación gradual de las funciones del
superyó. Durante toda la latencia, el niño se ha identificado con numerosos modelos: maestros,
amigos, policías y con todo el conjunto de imágenes que le proporciona su cultura. Pero durante
la adolescencia las identificaciones adquieren nueva fuerza, se hacen más compulsivas y la
necesidad de apoyo exterior es mayor.
Alrededor de 1890, Freud hablaba de un Yo, en un sentido que prefigura los nuevos desarrollos
de la psicología del yo. Uno de los acontecimientos más señalados en la historia de la psicología
es el de que las investigaciones de Freud sobre el ello precedieron a su abordamiento de la
psicología estructural.
El término “yo”, se usa con frecuencia en un sentido ambiguo, incluso entre los psicoanalistas.
Para definirlo negativamente en tres aspectos, como opuestos a otros conceptos del yo se dirá
que el “yo” psicoanalíticamente no es sinónimo de “personalidad”, ni de “individuo” y tampoco
coincide con el “sujeto” en oposición el “objeto” de la experiencia, y que no es de ningún modo
solo el “saber” o el “sentimiento” del propio ser. En el análisis del yo es un concepto de un orden
enteramente diferente. Es una subestructura de la personalidad y se define por sus funciones.
Algunas d las funciones mas importantes entre ellas es que Freud habia destacado siempre las
que se centran en torno a la relación con la realidad: la relación con el mundo exterior es
excesiva para el yo. El yo organiza y controla la movilidad y la percepción, la percepción del
mundo exterior, pero probablemente también del sí mismo; también sirve como una barrera
protectora contra los estímulos externos excesivos y, en un sentido diferente contra los
estímulos internos. El yo comprueba la realidad. También son funciones del yo la acción, a
diferencia de la simple descarga motora, y el pensamiento, que de acuerdo con Freud (1911) es
una acción de tanteo con pequeñas cantidades de energía psíquica. En ambas va implícito un
elemento de inhibición, de demora de la descarga. En este sentido aspectos del yo pueden ser
descripto como actividades de rodeo; fomentan una forma más específica y segura de ajuste,
introduciendo un factor de independencia creciente del impacto inmediato del estímulo presente.
En esta tendencia hacia lo que se puede denominar interiorización, se incluye también la señal
de peligro, además de otras funciones que pueden describirse como pertenecientes a la
naturaleza de la anticipación. Anna Freud habla en 1936 de una enemisdad primaria del yo vis-
a-vis de los impulsos instintivos; y la función del yo, estudiada mas extensamente en el análisis,
a saber, la defensa, es una expresión especifica de su naturaleza inhibitoria. Otra serie de
funciones que se atribuyen al yo es lo que se denomina el carácter de una persona. Y todavía
otra, que se puede distinguir son las tendencias coordinadoras o integradoras, conocidas como
la función sintética. Con los factores diferenciadores, se puede incluir estas tendencias en el
concepto de una función organizadora; ellas representan un nivel de la autorregulación mental
en el hombre. Mientras hablamos de los aspectos de la realidad del yo, o de su naturaleza
inhibitoria u organizadora, nos percatamos del hecho de que sus actividades específicas pueden
expresar y en realidad expresan muchas de las características al mismo tiempo.
En sus comienzos la psicología del yo de Freud fue mal interpretada por muchos analistas y no
analistas, considerándola como un divorcio de sus ideas originales sobre el fundamento
biológico del psicoanálisis. En realidad, está más cerca de la verdad lo contrario: en ciertos
aspectos es más bien una aproximación. La continuidad con la biología fue establecida
primeramente en el análisis mediante el estudio de los impulsos instintivos. Pero la psicología
del yo, al investigar más estrechamente, no sólo las capacidades adaptativas del yo, sino
también sus funciones “sintéticas”, integradoras” u “organizadoras” ha extendido la esfera en
que puede algún día resultar posible reunir conceptualmente lo analítico con lo fisiológico.
Hay un enfoque del desarrollo del yo que ha sido un tanto descuidado en la teoria psicoanalítica.
Algunos aspectos del desarrollo temprano del to aparecen bajo la luz diferente si nos
familiarizamos con el pensamiento de que el to puede ser algo más que un subproducto de
desarrollo de la influencia de la realidad sobre los impulsos instintivos; de que el yo tiene un
origen en parte independiente, además de esas influencias formativas que ningún analista
querría subestimar; y de que se puede hablar de un factor autónomo en el desarrollo del yo del
mismo modo que vemos en los impulsos instintivos agentes autónomos del desarrollo. Esto no
quiere decir que el yo, como un sistema psíquico definido, sea innato, sino más bien acentúa el
punto de que el desarrollo de este sistema se rastrea no sólo hasta el impacto de la realidad y
de los impulsos instintivos, sino igualmente hasta el grupo de factores que no pueden ser
identificados con ninguno de aquellos. Esta afirmación implica también que no todos los factores
del desarrollo mental existentes al nacer pueden considerarse como parte del ello. Se esta tan
habituado a pensar en términos de “el ello es más antiguo que el yo”. Esta ultimo hipótesis
también tiene un aspecto que se refiere a la filogénesis. En tanto el yo como el ello se han
desarrollado, como productos de diferenciación, fuera del modelo del instinto animal. Partiendo
de acá no solo se ha desarrollado el “órgano” especial de adaptación del hombre, el yo, sino
también el ello; y el enajenamiento con la realidad, tan característico del ello humano, es un
resultado de esta diferenciación, pero de ningún modo una continuación directa de lo que
sabemos acerca de los instintos de los animales inferiores
Se llega a ver el desarrollo del to como una resultante de tres grupos de factores: las
características hereditarias del yo (y sus interacciones), las influencias de los impulsos
instintivos y las influencias de la realidad exterior. Con respecto al desarrollo y al crecimiento de
las caracteristicas autónomas del yo, podemos dar por supuesto que se produjeron como
resultado de la experiencia, pero en parte también de la maduración, paralelo al supuesto mas
familiar en el análisis de que los procesos de maduración intervienen en el desarrollo de los
impulsos sexuales, y de un modo diferente también en el desarrollo de la agresión.
Freud ha subrayado con insistencia la importancia del yo corporal, en el desarrollo del yo. Esto
indica la influencia de la imagen corporal, en la diferenciación del yo del mundo de objetos; pero
también apunta al hecho de que las funciones de esos órganos que establecen el contacto con
el mundo externo vienen gradualmente a quedar bajo el control del yo. La manera en que el niño
pequeño va conociendo su propio cuerpo y sus funciones ha sido descrita como un proceso
similar al de la identificación.
A través de los que denomina “cambio de función” lo que empezó en una situación de
conflicto, puede secundariamente convertirse en parte de la esfera no conflictiva. Muchos
propósitos, actitudes, intereses y estructuras del yo se han originado de esta manera. Lo que se
desarrolló como resultado de la defensa contra un impulso instintivo puede acabar en una
función más o menos independiente y más o menos estructurada. Puede llegar a encargarse de
diferentes funciones, como el ajuste, la organización. Un ejemplo: toda formación caracterial
reactiva, originada en la defensa contra los impulsos, gradualmente se hará cargo de una gran
cantidad de otras funciones en la estructura del yo. Debido a que conocemos que el resultado
de este desarrollo puede ser bastante estable, y hasta irreversible en muchas situaciones
normales, podemos denominar autónomas a tales funciones, si bien de un modo secundario.
Hay varios puntos relacioneado con el origen de los mecanismos de defensa que aun no hemos
llegado a comprender. Algunos elementos, de acuerdo con Freud pueden ser heredados pero él
no ve en la herencia el único factor destacado para su elección o para su desarrollo. Parece
supones que estos mecanismos no se originan como defensas en el sentido en que se utiliza
este término una vez que el yo se ha desarrollado como un sistema definible. Tales mecanismos
pueden originarse en otras zonas, y en algunos casos estos procesos primitivos pueden haber
desempeñado funciones diversas, antes de que sean utilizados secundariamente para lo que en
el análisis llamamos defensas. El problema estriba en seguir las conexiones genéticas entre
esas funciones primordiales y los mecanismos de defensa del yo. Algunos de estos pueden ser
modelados siguiendo alguna forma de conducta instintiva; la introyección. También pensamos
en cómo el yo puede usar en la defensa características de los procesos primarios, como en el
desplazamiento. Pero no abarcan todos los mecanismos de defensa. Ana Freud denomino la
enemistad primaria del yo contra los impulsos y puede ser una base genética de acciones
defensivas posteriores contra ellas. Freud en 1926 trazó un paralelo entre el mecanismo de
aislamiento y el proceso normal de la atención. Por otra parte, Freud señalo a menudo la
analogía entre las acciones de defensa frente a los impulsos, y los medios por los cuales el yo
evita los peligros desde fuera, esto es, la fuga y el combate.
Por otro lado, Hartmann señala las afirmaciones freudianas concernientes a lo que él llama la
barrera protectora contra los estímulos, es su posible relación con el posterior desarrollo del yo.
Glover en 1947 afirma que no se puede reducir el concepto de mecanismo a elementos mas
simples. Sin embargo, se debe postular ciertas tendencias innatas, transmitidas a través del ello,
que llevan al desarrollo de mecanismos. Puede ser que los medios con lo cuales los niños tratan
con los estímulos sean posteriormente utilizados por el yo de un modo activo. Hartmann
considera este uso activo, para sus propios propósitos, de formas primordiales de reacción, una
característica bastante general del yo desarrollado. Propone esta hipótesis de una correlación
genética entre las diferencias individuales en los factores primarios de este género y los
mecanismos de defensa posteriores.
Freud llegó a formular la tesis de que el yo trabaja con libido desexualizada. Se sugirió que es
razonable ampliar esta hipótesis para incluir, además de la energía desexualizada, también la
energía desagresivizada, en el aspecto energético de las funciones del yo. Tanto la energia
agresiva como la sexual pueden ser neutralizadas y en ambos casos este proceso de
neutralización tiene lugar por mediación del yo. Supone Hartmann que estas energías
neutralizadas están más próximas unas de otras que las energías estrictamente instintivas de
los dos impulsos. Tanto las consideraciones teóricas como las clínicas hablan en favor de dar
por supuesto que hay gradaciones en la neutralización de tales energías; es decir, no todas
ellas son neutras en el mismo grado. Debemos distinguirlas de acuerdo con su mayor o menor
proximidad a la energía impulsiva, lo que significa de acuerdo con que retengan o no aún, y en
qué amplitud, características de sexualidad (libidino-objetal o narcisista) o de agresión (dirigida
al objeto o al si-mismo).
Ser capaz de neutralizar cantidades considerables de energía instintiva puede muy bien ser una
indicación de la fuerza del yo. También menciona, Hartmann, el hecho clínicamente bien
establecido de que la capacidad del yo para la neutralización depende en parte del grado en
que una catexia más instintiva sea investida en el si-mismo. El grado de neutralización es otro
punto que hay que tomar en consideración si se va a describir de un modo adecuado la
transición del estado “narcisista” del yo a su funcionamiento posterior sintónico con la realidad.
Un ejemplo del campo del narcisismo es “la retirada de la libido de la realidad” en términos de
sus efectos sobre las funciones del to, ver claramente si la parte de las catexias del si-mismo
resultantes localizadas en el to está todavía próxima a la sexualidad o ha sufrido un proceso de
naturalización. Un acrecentamiento de las catexias neutralizadas del to no es probable que
origine fenómenos patológicos; pero estar estancadas con energía instintiva insuficientemente
neutralizada puede tener este efecto. Es este respecto la capacidad del yo para la neutralización
se torna importante y, en el caso del desarrollo patológico, el grado en que esta capacidad haya
sido interferida como consecuencia de la regresión del yo.
La contracatexia usa ampliamente una de las condiciones de energía agresiva más o menos
neutralizada, mencionada antes, la cual conserva todavía algunas características del impulso
original. No parece improbable que semejantes formas de energía contribuyan a la contracatexia
hasta cuando el impulso rechazado no sea de naturaleza agresiva.
Otra de la hipótesis de Freud apunta a la posibilidad de que la disposición al conflicto puede ser
seguida hasta la intervención de la agresión libre. Freud da ejemplos de conflictos instintivos,
más bien que de conflictos estructurales. Esta disposición al conflicto, que sigue hasta la
agresión, entraría en juego independientemente de la naturaleza del impulso contra el cual la
defensa se dirige. La hipótesis de Hartmann de que la contracatexia se alimenta de energía
agresiva neutralizada puede basarse en las ideas de Freud, si se supone, para el caso del
conflicto entre el yo y los impulsos, que la energía agresiva está destinada al servicio de los
actos defensivos del yo. Esta hipótesis resulta más consecuente tanto con lo que conocemos
hoy acerca del yo como con el pensamiento de Freud en los últimos tiempos.
Es evidente que los intereses del yo están muchas veces enraizados en tendencias del ello (en
particular cuando esto queda establecido por el análisis). No obstante, esta conexión genética
muchas veces no es reversible, salvo en condiciones especiales (por medio del análisis, en los
sueños, en la neurosis). Los intereses del yo no siguen las leyes del ello, sino las del yo.
Trabajan con energía neutralizada y pueden, como ocurre frecuentemente, por ejemplo, con el
“egoísmo”, contraponer esa energía a la satisfacción de los impulsos instintivos.
Diversas tendencias del ello pueden contribuir a la formación de un interés específico del yo,
pero también la misma tendencia del ello puede contribuir a la formación de varios intereses.
También se hallan determinados por el superyó, por diferentes zonas de funciones del yo, por
otros intereses del yo, por una relación de la persona con la realidad, por sus modos de pensar,
o por sus capacidades sintéticas, y el yo es en cierta medida capaz de lograr un compromiso
donde los elementos instintivos se usan para los propios fines de aquel. La fuente de la energía
neutralizada con la cual los intereses del yo operan no parce estar limitada a la energía de los
esfuerzos instintivos fuera de los cuales o contra los cuales se han desarrollado, sino que
pueden hallarse a su disposición otra energía neutralizada.
Tanto el yo como el ello se las puede describir como conflictos intrasistemicos y de tal modo
distinguirlas de aquellos otros conflictos mejor conocidos que podemos designar
como intersistemicos. Las correlaciones y los conflictos intrasistemicos en el yo apenas han
sido estudiados debidamente. Uno de los casos en cuestión es, la relación que existe entre la
defensa y las funciones autónomas. Al considerar el problema de la comunicación o la falta de
comunicación entre diversas zonas del yo, Hartmann cita la afirmación de Freud de que las
defensas están separadas del yo. Hay muchos contrastes en el yo: desde sus comienzos, este
tiene la tendencia de oponerse a los impulsos, pero una de sus principales funciones es también
la de facilitarles su satisfacción; es un lugar donde se adquiere la institución, pero también la
racionalización; suscita el conocimiento objetivo de la realidad, pero, al mismo tiempo, por medio
de la identificación y el ajuste social, entra en posesión, durante el curso de su desarrollo, de los
prejuicios convencionales del medio ambiente; persigue sus finalidades independientes. Las
funciones del yo tienen en verdad determinadas características generales que las distinguen de
las funciones del ello. Aun no nos hemos habituados a considerar al yo desde el punto de vista
intrasistemico. Se dice de el “yo” que es racional, realista o un integrador, cuando en realidad
esas características son solo de una o de otra de sus funciones.
El acceso intrasistematico se torna esencial si se desea esclarecer conceptos tales como “el
dominio del yo”, “el control del yo” o “la fuerza del yo”. Todos estos términos son ambiguos a
menos que se añada una consideración diferencial de las funciones del yo.
La fortaleza o debilidad del yo se debe a muchos factores que pertenecen al ello o al superyó, y
se ha señalado que obedecen al grado en que el yo sea o no invadido por los otros sistemas.
La defensa que lleva al agotamiento de la fuerza del yo se determina no solo por la fuerza del
impulso en cuestión y por las defensas de las fronteras del yo, sino también por los suministros
que la región interna puede poner a su disposición. Todas las definiciones de la fuerza del yo
resultarán insatisfactorias en tanto que tomen sólo en cuenta la relación con los otros sistemas
mentales, ignorando los factores intrasistemicos. Cualquier definición ha de incluir, como
elementos esenciales, las funciones autónomas del yo, su interdependencia y jerarquía
estructural y, especialmente, si son capaces, y hasta qué punto de resistir el daño mediante los
procesos de la defensa. Esto es uno de los elementos principales cuando se habla de la fuerza
del yo
La adaptación capitulo 2
El psicoanálisis permite discernir aquello procesos que generan un estado de adaptación entre
el individuo y su ambiente, así como también investigar las relaciones entre los recursos
preexistentes del estado de adaptabilidad humana y esos procesos de adaptación esta
asegurada, tanto en sus aspectos más groseros como en los más delicados, por una parte por la
dotación primaria del hombre y la maduración de sus aparatos, y por la otra por aquellas
acciones reguladas por el yo que contrarrestan las alteraciones del medio y mejoran las
relaciones de la persona con él.
Los animales cambian su ambiente en forma activa y con algún propósito. No obstante, hay una
amplia gama de adaptaciones aloplasticas que solo están al alcance del hombre
Pueden involucrarse dos procesos: las acciones humanas adaptan el ambiente a las funciones
humanas, y después el ser humano se adapta al ambiente que él ayudó a crear. Aprender a
actuar aloplásticamente es una de las principales tareas del desarrollo humano; sin embargo, la
acción aloplástica en realidad no es siempre adaptativa, y la acción autoplástica no siempre
carece de valor para la adaptación. Es una función superior del yo la que decide si una acción
aloplastica o autoplástica resulta o no adecuada para una situación dada.
La diferencia entre el animal y el hombre son relativas. Freud realizo un aporte a las respuestas
cuando enumeró los tres factores sobresalientes que “desempeñan un papel en la causación de
las neurosis y han creado las condiciones en las cuales las fuerzas de la mente son enfrentadas
entre sí”: la prolongada indefensión y dependencia del niño, el periodo de latencia y el hecho de
que el yo deba tratar ciertos impulsos instintivos como peligros. Freud caracterizó a uno de tales
factores como biológico, a otro como filogenético y al tercero como psicológico.
Tiene una importancia que la prolongada indefensión del niño esté relacionada con el hecho de
que el hombre adquiere por la vía del aprendizaje una parte esencial de sus procesos
adaptativos. Aunque el recién nacido no está privado de toda “dotación instintiva”, ni de un
equipo innato adicional que en gran parte sólo madura más tarde, subsiste el hecho de que, en
comparación con otros animales, la “dotación instintiva” que el recién nacido tiene lista para
su uso es extremadamente pobre. En su prolongada indefensión el niño depende de la familia,
es decir de una estructura social que cumple también funciones “biológicas”.
Los procesos de adaptación son influidos tanto por la constitución como por el ambiente externo,
y más directamente determinado por la fase ontogénica del organismo. Este factor histórico-
evolutivo del proceso de adaptación ha sido subrayado por el psicoanálisis.
La expresión “base reaccional histórica” parece ser aplicable. El hombre no armoniza con su
ambiente empezando desde cero en cada generación, su relación con el ambiente está
asegurada por una evolución humana, especialmente por la influencia de la tradición y la
supervivencia de las obras de la humanidad.
En este texto el autor se pregunta ¿Cuál es la estructura del mundo externo a la que se adapta
el organismo humano? Las primeras relaciones sociales del niño son asimismo decisivas para
el mantenimiento de su equilibrio biológico. Por esta razón las primeras relaciones objetales del
hombre constituyen en principal interés del psicoanálisis. La tarea del hombre de adaptarse al
hombre está presente desde el inicio mismo de la vida. Además, el hombre se adapta a un
ambiente que en parte no, pero en parte si, ya ha sido moldeado por otros y por el mismo. El
hombre no solo se adapta a la comunidad, sino que también participa activamente en la
creación de las condiciones a las cuales debe adaptarse. El ambiente del hombre es moldeado
cada vez más por el hombre mismo. La adaptación crucial del hombre es la adaptación a la
estructura social y debe colaborar en su construcción. Esta adaptación puede ser vista en varios
de sus aspectos y desde diversos ángulos, la estructura de la sociedad, el proceso de la división
del trabajo, y el lugar social del individuo codeterminan la posibilidad de adaptación y también
regulan la elaboración de los impulsos instintivos y el desarrollo del yo. La estructura de la
sociedad decide qué formas de conducta contarán con las mayores probabilidades adaptativas.
La estructura social determina, las probabilidades adaptativas de una forma particular de
conducta, utilizando la expresión complacencia social, acuñada por analogía con
“complacencia somática”. La complacencia social es una forma especial de “complacencia”
ambientas que se desprende implícitamente del concepto de adaptación. Esta complacencia
social desempeña un papel no sólo en el desarrollo de la neurosis, la psicopatía, sino tambien
en el desarrollo normal, en la organización social más temprana del ambiente del niño. Se
produce un caso especial de complacencia social cuando la sociedad corrige una perturbación
de la adaptación: las propensiones individuales que equivalen a trastornos de la adaptación en
un grupo o lugar social pueden cumplir una función socialmente esencial en otro. Se pasa por
alto que el grado de gratificación de las necesidades y en particular las posibilidades que le
ofrecen al desarrollo un orden social determinado pueden no tener influencias paralelas en el
niño y el adulto.
Por adaptación no entendemos sólo la sumisión pasiva a las metas de la sociedad, sino también
la colaboración activa basada en ellas, y el esfuerzo por cambiarlas.
Dos formas de adaptación que con frecuencia difieren considerablemente en sus premisas y
consecuencias. Una de ellas es la adaptación progresiva y otra la adaptación regresiva. La
expresión adaptación progresiva se explica por si mis, es una adaptación cuya dirección
coincide con el desarrollo. Pero hay adaptaciones que transitan la senda de la regresión. No
solo hace referencia a las raíces genéticas de la conducta, incluso de la conducta adaptada y
racional, son irracionales, sino por sobre todo a aquellas realizaciones bien adaptadas de
personas sanas que para su logro requieren de un rodeo a través de la regresión.
El bebe recién nacido no es totalmente una criatura de impulsos, posee aparatos innatos que
realizan adecuadamente una parte de las funciones que, después de la diferenciación entre el
yo y el ello, le atribuimos al yo. Hay un estado de adaptabilidad previo a que se inicien los
procesos intencionales de adaptación.
El desarrollo del yo es una diferenciación en la cual los factores reguladores primitivos son
progresivamente reemplazados o complementados por regulaciones yoicas más eficaces. Lo
que originalmente estuvo anclado en los instintos puede ulteriormente ser ejecutado por el yo y
a su servicio, aunque desde el curso del desarrollo del yo y el ello surgirán nuevas regulaciones.
La diferenciación progresa por nuevos aparatos que reemplazan en un nivel superior funciones
originalmente realizadas por medios más primitivos.
Los procesos de defensa pueden servir simultáneamente tanto al control de los impulsos
instintos como a la adaptación al mundo externo. El yo efectúa simultáneamente la adaptación,
la inhibición y la síntesis.
El desarrollo estructural del individuo también le sirve a la adaptación. Esto es cierto por
definición con respecto a la diferenciación del yo y del ello, pero también vale para las
identificaciones que constituyen el superyó, donde resulta particularmente clara la relación entre
lo que es un logro y lo que es una perturbación en la adaptación. Rado opta por hablar de un
“impulso de conciencia”, en este texto se subraya que tal “impulso” posee también una función
adaptativa. El superyó no es solamente antitético del to y ello, también es en alguna medida un
prototipo ideal de ese estado hacia el cual tienden todos los esfuerzos del yo, una conciliación
de sus múltiples alianzas; además es el resultado de una adaptación y contribuye a la síntesis.
No obstante, el desarrollo estructural también acrecienta la labilidad del aparato mental, y por lo
tanto se esperan fenómenos de desdiferenciacion temporarios. A su vez las diferenciaciones
en el yo también crean condiciones específicas para la adaptación; las formas de adaptación
dependen, entre otras cosas, del nivel mental y de la riqueza de la extensión y diferenciación del
mundo interior, esta diferenciación dentro del yo conduce a una adaptación y una síntesis
optima solamente si el to es fuerte y puede disponer de ella libremente; no obstante, la
diferenciación desempeña un papel independiente entre los procesos de adaptación. La
diferenciación es contrarrestada por una tendencia aun mundo cerrado que puede ser expresión
o de la función sintética o bien de una regresión ya sea a etapas más tempranas de la
armonización en el desarrollo, o a un sentimiento de ser uno con el objeto, o a un estado
narcisista primario. Incluso esta tendencia regresiva, en ciertas condiciones, puede estar al
servicio de la adaptación.
La diferenciación, junto con la síntesis, debe reconocerse como una importante función del yo.
La conferencia de Spitz sobre diferenciación e integración es importante, ya que de alguna
manera vinculamos la función sintética del yo con la libido, resulta plausible dar por sentada una
relación análoga entre diferenciación y destrucción, en particular desde las inferencias que hizo
Freud acerca del papel de la agresión libre en la vida mental.
La terapia psicoanalítica puede cambiar las bases de ese orden jerárquico induciendo una
nueva división del trabajo; por ejemplo, el yo puede asumir tareas previamente realizadas por
otras instancias. La estabilidad y eficacia de una persona son decisivamente influidas por la
coordinación propositiva y por el orden jerárquico de las funciones dentro del yo, y no sólo por la
plasticidad o fuerza del impulso instintivo, y por la tolerancia a la tensión, en cuyos términos
suele definirse la fuerza del yo. Es totalmente coherente con estas consideraciones hablar de la
primacia de la regulación por la inteligencia.