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Universidad Nacional del Litoral

Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales 


 

SEMINARIO 
 
Docente:

Liliana López de Lemos 


 
Estudiante:

Juan Pablo Magnin 


 
Tema: 

Ciudadanía, espacio público y morfología urbana.


Una vista a los obstáculos en la construcción de la ciudadanía,
en la Santa Fe actual. 
Índice General 
 
Resumen                                                                                 Pagina   3 
1.  La construcción de la ciudadanía                                   Pagina   4 
2.  La ciudadanía en Argentina                                           Pagina   6 
3. La ciudadanía en el espacio urbano                                 Pagina   8 
4. La construcción del espacio público en Santa Fe           Pagina   10 
5. Pobreza, marginalidad y fragmentación                         Pagina   13 
6. Conclusiones                                                                      Pagina   18 
7. Referencias Bibliograficas                                                 Pagina   20 
Ciudadanía, espacio público y morfología urbana.
Una vista a los obstáculos en la construcción de la ciudadanía,
en la Santa Fe actual. 
 
 
 
 
 
Resumen
 
El presente trabajo parte del análisis de una definición clásica de la condición de
ciudadanía, enumera los obstáculos que el desarrollo de la misma ha tenido (y tiene) en la
Argentina y pretende identificar y describir algunos de los ámbitos de construcción de la
ciudadanía a lo largo del tiempo en la ciudad de Santa Fe, en búsqueda del espacio público,
y de su situación actual, frente a las transformaciones socioeconómicas generadas por las
políticas neoliberales, en donde la aparente construcción de nuevas centralidades-periferias
urbanas, la aparición de ghetos, y la agudización de la lógica fragmentaria en la morfología
de la ciudad, lo ponen en jaque como ámbito de la construcción de ciudadanía.  
 
 
 
1.  La construcción de la ciudadanía. 
El ciudadano, principal actor político de la sociedad moderna, irrumpe como tal hacia fines
del siglo XVIII, producto de transformaciones filosóficas, políticas y económicas
producidas en Europa, que continuarán hasta entrado el siglo XX, y que modelarán
progresivamente el concepto de ciudadanía, ampliando sus contenidos. Para el análisis de
este, siguiendo a Marshall, distinguimos tres diferentes aspectos contenidos, históricamente
dados en la condición de ciudadanía: la civil, la política y la social. (Marshall, 1965) 
El origen de la ciudadanía, desde una perspectiva filosófica, se nutre de aquellas corrientes
de pensamiento que a partir del renacimiento, fundan una cosmovisión basada en
concepciones totalmente seculares del hombre, y le otorgan a este en virtud de su condición
de individuo libremente motivado por sus propios intereses, la facultad de gozar de
derechos y asumir obligaciones, tanto frente al poder del Estado como frente (contra) el
resto de los individuos. 
La liberación de la voluntad humana de la sumisión a la escolástica medieval, y la búsqueda
del hombre en un estado primigenio, donde la libertad es un derecho natural” e innato,  rige
en esta etapa, a las preocupaciones de aquellos pensadores que buscan dar a la organización
social y al Estado un fundamento racional. 
En la preocupación por la garantía de la libertad individual, frente a un orden político, legal
y social racionalmente justo, se ensaya la teoría del contrato: Es necesario encontrar una
forma de asociación que defienda y proteja, con toda la fuerza común, la persona y los
bienes de cada asociado, y por lo cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca mas que a
si mismo... dice Rousseau en El Contrato Social. Por medio del contrato, cada individuo
transfiere sus derechos naturales a la sociedad, y esta se los devuelve en forma de derechos
civiles, quedando de este modo cada uno subordinado, no ningún otro individuo, sino a la
volonté genérale, que se convierte en el soberano (Brehier, 1944). 
Nace de este modo la ciudadanía civil, caracterizada por la garantía de los derechos que
hacen a la libertad individual, como el derecho de propiedad, la libertad de pensamiento y
expresión, de culto, de asociación, y de acceso a la justicia. 
Estas transformaciones, que participan en la aparición del Estado nación y del capitalismo,
son las que producen la ruptura del orden medieval, el cual  se hallaba asentado en la
sujeción a lazos de tierra y sangre, o más precisamente en la autoridad política basada en el
control del recurso económico principal, transmitido a través de la herencia; y como
consecuencia del acaecimiento de las dos grandes revoluciones de la modernidad: la
revolución francesa y la revolución industrial (Hobsbawn, 1999), la participación directa en
los asuntos públicos es progresivamente ampliada hacia todos los sectores, inclusive
aquellos ubicados en posición de dependencia económica, extendiéndose gradualmente el
reconocimiento de los derechos políticos a la totalidad de la población adulta
(Bendix,1974), ampliándose el contenido de ciudadanía civil al de ciudadanía política, a
partir de la universalización del sufragio. 
Asociadas al surgimiento de estas instituciones fundamentales del la modernidad como
Estado nación y el capitalismo, la ciudadanía política y las clases sociales, aparecen como
categorías antagónicas, fundamentalmente hacia la segunda mitad del siglo XIX, donde el
internacionalismo de los partidos clasistas inspirados en el marxismo denuncian la
conformación burguesa del concepto de ciudadanía. 
La ciudadanía, en la que se define una condición de igualdad entre los miembros de un
cuerpo social, respecto de los derechos y deberes de estos, entra en conflicto con el
principio de desigualdad de las clases, por lo que se trata de principios antagónicos que
comienzan a ser resueltos solo cuando, a partir de la primera posguerra, en la ideología
económica del Estado nación se comienzan a operar una serie de transformaciones, que
derivaran en el Estado de bienestar. 
La mejora sustantiva de las condiciones del empleo asalariado, sumada a las instituciones
aportadas por el Estado de bienestar, sentaron las bases para la constitución de una
ciudadanía social, que comprende todo rango que va desde el derecho a un modesto
bienestar económico y de seguridad al derecho a participar en la plenitud de la herencia
social y vivir la vida de un ser civilizado de acuerdo a los estandares prevalecientes en la
sociedad”  (Marshall, 1965).  
Con la intervención del Estado de bienestar en el campo económico y social, que permitió
una activa redistribución del ingreso, la identidad económica de clase se combina con la
identidad política de la ciudadanía, consolidándose de este modo las relaciones sociales
dentro del capitalismo, dando mayores sustentos a los marcos institucionales de la
democracia representativa, institucionalizándose de algún modo, el conflicto de clases
dentro del sistema. 
2.  La ciudadanía en Argentina 
En la mayor parte de los países de América Latina, y Argentina no fue excepción, la
construcción de la ciudadanía fue (y es) un proceso que no solo se desarrollo de forma
tardía respecto de los países centrales, fundamentalmente europeos, sino que en general, los
distintos tipos de ciudadanía, civil, política y social, se presentaron diacrónicamente
respecto el modelo antes planteado.  
Durante la etapa de construcción y consolidación del Estado nacional argentino, después de
la culminación de las guerras civiles, fue lograda la ciudadanía civil de los habitantes en  la
medida de que el Estado fue capaz de garantizar la vigencia de las libertades individuales
constitucionalmente consagradas. En cambio, la efectiva construcción de la ciudadanía
política fue por mucho tiempo vedada, en virtud de la consolidación de un orden
oligárquico, liberal conservador, que mantuvo el poder político en manos de distintos
círculos de las clases dominantes, fundamentalmente vinculadas a la actividad ganadero
exportadora de la provincia de Buenos Aires, del mismo modo que las oligarquías locales
controlaban el espacio de decisiones públicas en los Estados provinciales.  
La construcción de la ciudadanía política es posible, luego de una larga lucha de los
sectores populares, y lograda para estos con la concreción del  sufragio universal, a nivel
nacional a partir de 1916. Proceso este que fuera consolidado con la incorporación de la
mujer recién en 1951. 
Simultanea a la construcción de la ciudadanía política, la que fuera muchas veces
interrumpida en su desarrollo por rupturas del orden institucional, fue desarrollándose en
Argentina la ciudadanía social, desde mediados de la década del 20 y más decididamente a
partir de que cobrase mayor importancia la intervención del Estado en la economía, después
de la crisis mundial de 1929. Ambas dimensiones de la ciudadanía se desenvolvieron
conjuntamente, alcanzando la segunda uno de los mas importantes desarrollos de toda
América latina, encontrándose las clases trabajadoras argentinas en una situación similar a
las de Europa occidental, para principios de la década de 1970. 
Con el golpe de estado ocurrido en 1976, ninguna de las dimensiones que hemos
considerado sobre la ciudadanía permanecerán del mismo modo que se encontraban, ni
durante la vigencia del régimen autoritario, ni aún después. Los aberrantes crímenes
cometidos masivamente por la dictadura pusieron nuevamente en consideración a la
concepción de ciudadanía en su aspecto mas elemental, el de los derechos civiles, que junto
a la reconstrucción del ejercicio regular de los derechos políticos, jamás logrados
totalmente si se quiere, en la historia nacional, constituyeron el eje del debate y la acción
pública en la década de 1980.
Las modificaciones políticas, culturales y económicas, que produjo la dictadura tendrán un
impacto a largo plazo, donde la condición de ciudadano se debió ir redefiniendo a medida
que la democracia fue avanzando en las secuelas que esta había dejado. Pero es sobre estas
últimas, las consecuencias económicas, donde probablemente la dictadura tuviera el mas
fuere efecto de  resonancia. 
Los efectos devastadores que tuvieron a nivel nacional sobre la distribución del ingreso, la
perdida de salario real de la población, y los importantes aumentos de la desocupación, la
subocupación y la pobreza, que provocaron las políticas económicas de corte neoliberal que
llevo a cabo la dictadura, han sido desarrolladas (Nochteff, 1995) y exceden el objeto del
presente trabajo.  
Pero en la consideración de sus impactos, fundamentalmente luego de la profundización de
este tipo de políticas de desimplicación estatal selectiva” en los ’90 (Fernández,2003),
resultan centrales para comprender como la exclusión social por estas generadas, agudiza
(cuando no produce) la marginación de importantes sectores, que dejan entre otras cosas de
participar de los atributos de la ciudadanía, contribuyendo al fenómeno de fragmentación
urbana y a la pérdida del espacio público. 
 
3. La ciudadanía en el espacio urbano 
Así como en las ciudades del renacimiento, definitivamente no todos sus habitantes podrían
ser considerados burgueses, en las ciudades de la Grecia de Pericles, no todos los que
habitaban en ellas tenían el estatus de ciudadano. Aun así es indudable, que el ámbito de
expresión y construcción por antonomasia de la ciudadanía (sin considerar por esto a las
poblaciones no urbanas como apólidas) es la ciudad, y esto se expresa en la fisonomía
urbana y en los espacios que están destinados a la construcción de lo público. 
El espacio urbano, como ámbito de ejercicio de la ciudadanía sufre las mismas
transformaciones que esta, cargando espacios públicos de contenidos antes impensados: La
arquitectura comienza a finales del siglo dieciocho a involucrarse en problemas de
población, salud y la cuestión urbana. Previamente, el arte de construir correspondía a hacer
manifiesto el poder temporal o divino. El palacio, la iglesia y el fuerte eran las grandes
formas arquitectónicas. La arquitectura manifestaba el poder, el soberano, Dios. Su
desarrollo había estado centrado en esos requerimientos. Entonces, a fines del siglo XVIII
aparecen nuevos problemas: se convierte en una cuestión de usar el espacio para fines
económico-políticos (Foucault, 1980). 
Se distingue entonces al espacio urbano moderno del espacio medieval por las diferentes
motivaciones públicas para las que es usado y repensado. Es el espacio donde se ejercen los
derechos de expresión y de circulación de bienes e ideas sin restricciones. La libre
circulación en las calles, las congregaciones políticas en plazas y parques, la alteridad de
individuos de distintas clases sociales en espacios comunes.  El espacio común de la aldea,
se transforma en virtud del ejercicio de la ciudadanía, en espacio público, como un espacio
propio de la edad moderna, que es comprendido como tal por los ciudadanos que
interactúan en el. 
El espacio público moderno es, no solo el ámbito donde se produce el fomento de la
sociabilidad y el encuentro social, sino también donde se manifiesta la expresión del poder
en la sociedad. Es el lugar donde el poder del Estado es ejercido, por oposición a un espacio
privado que, queda en la modernidad, sustraído del control estatal y librado a las voluntades
individuales.  
4. La construcción del espacio público en Santa Fe 
En las ciudades hispanoamericanas que datan de la época colonial, como es el caso de
Santa Fe, la estructura urbana se desarrolla en torno a la plaza mayor, la que constituía tanto
el centro político y social, como el eje referencial para la diagramación de las calles de la
ciudad. La plaza operaba como el núcleo de la vida social, rodeada de los edificios más
importantes de la sociedad colonial: el cabildo y la catedral, y por lo tanto, la posición
social de cada uno de los habitantes estaba proporcionalmente determinada por la distancia
de su casa respecto de la plaza principal, generándose una gradiente social del centro a la
periferia, estableciéndose la población en anillos urbanos, de acuerdo a su posición social. 
La estructura urbana de la ciudad mantendrá la fisonomía colonial durante toda la etapa de
organización nacional hasta fines del siglo XIX (fig. 1). Será entonces cuando en alguna
medida gracias a un insipiente proceso de industrialización, que comience a dar forma a
una nueva clase obrera en la ciudad aldeana (Macor,Piazzesi, 2001) y fundamentalmente
cuando el desarrollo portuario, el advenimiento del ferrocarril, principal motor del
crecimiento lineal y la presencia inmigratoria europea, produzcan una reestructuración del
modelo urbano de la ciudad.  
Figura 1: Santa Fe en 1887.

Fuente: Collado, A.,Bertuzzi M. L. Santa Fe 1880-1940. Cartografía histórica y expansión del trazado” 
Documento de trabajo Nº4, S.F., UNL, 1995.  

La importación de algunas modas urbanísticas europeas, como el Boulevard, en torno al


cual se aglomeraron las nuevas casas de las clases altas, y la aparición de  barrios de
extracción obrero inmigratoria en torno al puerto y el ferrocarril, fueron modificando el
principio de organización del espacio, orientándose este a estructuras más lineales respecto
de la célula colonial. 
Es en esta etapa donde aparecen en la ciudad nuevos espacios de construcción de la
ciudadanía: cafés, áreas comerciales estables, cines y teatros; y donde espacios ya
existentes se refuncionalizan y adquieren nuevos contenidos. Como clásicos ejemplos de
esta redefinición de espacios existentes en esta etapa,  se encuentran en los mercados que, a
diferencia de lo que ocurría en el mercado de la aldea colonial, ubicado en las orillas de la
ciudad, estos ocupan los centros geográficos y sociales de los nuevos barrios proletarios,
como es el caso de los mercados Norte y Progreso, en las zonas de mayor expansión
demográfica, fundamentalmente inmigrante, a principios del siglo XX. (Macor,Piazzesi,
2001) 
Estos dos esquemas de configuración urbana de la ciudad, el sectorial-lineal y el
crecimiento celular continuaron vigentes, y rigieron el crecimiento de la ciudad,
combinándose y funcionando, aunque en distinta forma de como lo hicieran en etapas
anteriores de desarrollo, aun después de que los procesos de industrialización por
sustitución de importaciones, y de migraciones rurales, modificaran la estructura
poblacional de la ciudad desde la década de 1930 en adelante. 
Desde mediados de la década de 1970, la ciudad se han visto afectada por las negativas
transformaciones socioeconómicas operadas a nivel nacional.  El progresivo decaimiento
de la actividad industrial y portuaria, redujeron el ritmo de crecimiento de la ciudad.  
También el papel importante que la intervención directa del Estado en la configuración
urbana había tomado en esta etapa, fundamentalmente a partir de la construcción de
grandes planes de viviendas, inspirados muchas veces en concepciones populistas o
autoritarias,  se transformara después, hacia la década de 1990, en fuente de verdaderos
problemas de política pública, constituyéndose como verdaderos ámbitos prototípicos de la
degradación de la urbanidad. 
Sumados a las consecuencias sociales de las políticas económicas, las reformas
estructurales de los años 90 que tenían por objetivo la desimplicación selectiva del Estado
mediante privatizaciones de empresas públicas, que entre otras generaron la desaparición
del ferrocarril,  redujeron en gran medida la capacidad del Estado en participar del espacio
público. 
La morfología de la ciudad comenzará a sufrir los impactos de la degradación de las
condiciones sociales, se vera influenciada por las lógicas fragmentarias que imponen la
ampliación de la brecha entre ricos y pobres, y por la expansión de la marginalidad.     
 
5. Pobreza, marginalidad y fragmentación  
 
Como resultado de las políticas neoliberales antes mencionadas, todos los indicadores
sociales a nivel nacional habían sensiblemente desmejorado ya a comienzo de la década de
1990, siendo los sectores de menores recursos de la población los más afectados.  
La perdida de salario real para 1993 era de un 50,9% respecto de 1975, y la distribución del
ingreso a nivel nacional se había modificado para el mismo año con respecto a 1974 de la
siguiente manera: el 10 % más rico percibió el 34,8% del ingreso, un 28,9% más que en
1974, El 60% de la población correspondiente al sector medio había reducido su
participación en un 11,2%, mientras que el 30% más pobre recibió solo el 9% del ingreso,
un 27,4% menos que en 1974. (Nochteff, 1995) 
Durante los 90, la situación observada para los sectores de menores recursos no mejoró, a
lo que resta sumarle el aumento en los niveles de desocupación, que para la década tomo en
la ciudad, proporciones importantes:   

Evolución de la tasa de desocupación


abierta del aglomerado Santa Fe.

          1990                                 11,1

          1991                                 11,2

          1992                                 12,3


          1993                                 14,9

          1994                                 15,4

          1995                                 20,6

          1996                                 16,7

          1997                                 16,2

          1998                                 13,5

          1999                                 13,4


 
Fuente: INDEC-IPEC, Encuesta Permanente de Hogares 

A lo que cabe señalar que, luego del pico registrado en 1995, uno de los factores de peso en
la atemperación del índice de desocupación, se debe a la incidencia de la implementación
de planes sociales, cuyos beneficiarios se consideran ocupados, pero los montos que
perciben en función de estos no permitirían por si solos sacar al beneficiario de la línea de
indigencia. Respecto de estos, a la fecha en la ciudad de Santa Fe, existen 38000* planes de
esta naturaleza. 
La mayor parte de los fenómenos, que identificamos como negativos a la construcción de
espacios propicios al desarrollo de la ciudadanía según el marco teórico desarrollado supra,
encuentran su explicación en los incrementos de la pobreza extrema, por estar en mayor o
menor medida vinculados a problemáticas que producen la fragmentación urbana, como el
aumento de la inseguridad (fig. 2) o el deterioro de los servicios públicos. 
Figura 2. Fuente: Ministerio de Gobierno S.F. 

En materia de seguridad el área metropolitana de Santa Fe, exhibe las tasas de criminalidad
comparada más elevadas de toda la provincia, superando ampliamente al área metropolitana
de Rosario para todos los años, y manifiesta una tendencia  ascendente respecto de la media
provincial. 
Con respecto a los servicios públicos, es en el caso del transporte público de pasajeros
donde existen mejores posibilidades de mensurar el deterioro. Siendo la perdida de flujo de
pasajeros transportados tanto causas directas de la situación económica, como la  perdida de
empleo, como causas indirectas, como la aparición de competencias informales en el
sistema (como el fenómeno de los remisse) que sirvieron a sectores de desocupados que
contaban con algún capital, establecerse como cuantapropistas en una actividad que rayaba
la ilegalidad, y que por la magnitud del fenómeno y la capacidad de presión de estos grupos
organizados, el Estado se vio en la necesidad de reconocerlos y  de regular la actividad.  

  Transporte urbano de pasajeros.


Cantidad de Pasajeros transportados
   
      Período        Municipio Santa Fe
   
       1987               73.130.598

       1988               68.262.184

       1989               63.056.670

       1990               60.469.043

       1991               66.919.519

       1992               65.170.689

       1993               62.457.706

       1994               70.346.577

       1995               54.656.636

       1996               49.217.977

       1997               42.484.864

       1998               43.356.812

Fuente: Dirección de Transporte. Municipalidad de Santa Fe.  


 
Fuertemente empobrecidos, empujados hacia adentro de sus casas a causa del aumento del
delito, y desalentados de la búsqueda de mejoras en sus ingresos, a causa de los niveles
ascendentes en la desocupación, los habitantes de importantes áreas de la ciudad
comenzaron a quedar excluidos del resto de la misma.  
La escasa inversión pública en infraestructura sobre las áreas marginales, la nula inversión
privada producto de la caída en la demanda inmobiliaria, naturalmente concentrada en las
zonas céntricas que aglutinan no solo ya la totalidad de los servicios sino mayores
márgenes de seguridad, sumado al deterioro del transporte público, contribuyeron al
circuito de empobrecimiento de estas áreas y a la marginación los sectores en ellas
radicados, en los que, pueden observarse, en algunos casos, las características de
conformación de ghetos urbanos.  
Los ghetos constituyen formaciones socioespaciales restringidas en un área determinada
con algún grado de uniformidad cultural, donde sus miembros, generan identidades muchas
veces como respuesta a una tipificación negativa por parte del resto de la sociedad. De
donde aparecen dos elementos importantes en el análisis del funcionamiento de los ghetos
que operan negativamente a la hora de construir elementos comunes a los miembros de una
sociedad: por un lado, los estigmas asociados a la residencia en un espacio de estas
características; y por otro, la creciente informalización económica necesariamente generada
dentro de estos espacios, que tiene  como una de sus más importantes salidas -si no la
principal- en el delito. 
Otro resultado de la informalización económica resulta en  el trabajo ambulante,
normalmente  criminalizado y culpabilizado por la degradación de los espacios que ocupa
ilegalmente. Es este, uno de los problemas que más frecuentemente encuentra el área
céntrica de la ciudad, la cual al igual que quienes ejercen el empleo ambulante, se encuentra
en la esfera de la supervivencia, como uno de los pocos espacios públicos que pervive a
pesar del aumento visible de la marginalidad.  
Los sectores económicamente dominantes han logrado resolver el problema a partir de la
exclusión del resto de los actores sociales del uso de ciertos espacios, a través de la
construcción de ámbitos en donde persiste la idea del espacio público como lugar de
encuentro social y construcción de ciudadanía, pero restringida sólo a ciertos segmentos de
la sociedad. De este modo aparecen concebidos espacios publico-privados, como los
shopings, los barrios cerrados, las torres jardín, y otros lugares donde el espacio se
encuentra montado escenográficamente, y se proyecta una idea de seguridad y confort. Si el
espacio público moderno es el ámbito donde se manifiesta y expresa el poder del Estado, es
en este espacio seudo-público post-moderno, donde más descarnadamente se manifiesta el
lenguaje del poder privado, que garantiza el mantenimiento de los indeseables fuera de
estos nuevos espacios de sociabilidad.
El mismo Estado se ve cooptado por las lógicas urbanísticas de las clases dominantes,
direccionando sus políticas urbanas hacia planificaciones estratégicas, que buscan
posicionar a la ciudad como más competitiva y seductora, recreando espacios comerciales y
turísticos atractivos a grandes inversores (es el caso de la estación del ferrocarril Belgrano,
y el destino probable del área portuaria). Este es un fenómeno común en los actuales planes
de reposicionamiento de áreas urbanas en América latina, como lo manifiesta Rosa Moura
respecto de la experiencia de Curitiba: la planificación estratégica (...) posee un innegable
poder de convencimiento, pero no incorpora a la fragmentación y la desigualdad acentuadas
por el proceso de globalización. Selectiva en la elección de interlocutores y restrictiva en la
definición de prioridades, esa forma de planificación instaura un proceso fundamentalmente
desmovilizador de las fuerzas populares y del ejercicio de la ciudadanía, constituyéndose
como una práctica que niega la ciudad como espacio de construcción política y social,
reduciéndola a locus de las inversiones. (Moura, 2003) 
 
6. Conclusiones.   
Desde las perspectivas que se desarrollaron en el trabajo sobre las nociones de ciudadanía,
queda preguntarse ante el fenómeno de la marginalidad, cual o cuales son las dimensiones
de ciudadanía que más claramente son afectadas, en una dinámica que tiende a transformar
a sectores involuntariamente excluidos de los ámbitos tanto económicos como geográficos
de construcción de ciudadanía, en sectores que agudizan a las lógicas fragmentarias que los
marginan, tornándolos anticiudadanos. 
Cuales son las políticas de Estado que permitan romper el circuito retroalimentario que
produce estas lógicas, y que permita generar a articulaciones entre la ciudad formal, esa que
obedece a formas de desarrollo que funcionan insertos dentro de los canales legales,
planificados y regulados por un urbanismo de orientación moderna y la ciudad informal, la
que se caracteriza por una ocupación indiscriminada del suelo, falta de títulos de propiedad
y de lineamientos oficiales, ausencia de equipamientos y servicios públicos, y por viviendas
deficientes. 
Seguramente estas serán las políticas que en un mismo sentido, eviten la acción de los
otros  anticiudadanos, que alientan a la fragmentación del espacio público a partir de su
privatización, y de la modificación de su función de intercambio y construcción de una
ciudadanía es sentido moderno, por otro cuyo paradigma esta centrado en el consumo el
control y la seguridad. 

Referencias Bibliograficas 
Bendix, R.; Estado Nacional y Ciudadanía, Amorrortu, Bs. As., 1974.  
Brehier, E.; Historia de la filosofía, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1944. 
Fernández, V. R.;  
Foucault, M.;  Power Knowledge: Selected interviews and Writings 1972–1977. Pantheon
Books, N.Y. 1980 
Hobsbawm, E.; La era de la Revolución, 1789-1848, Crítica, Bs. As, 1999. 
Janoschka, M.; El nuevo modelo de la ciudad latinoamericana: fragmentación y
privatización, Revista  EURE  n.85 Santiago de Chile, 2002 
Marshall, T. H.; Class, Citicenship and social developmend, Anchor Books, N. Y., 1965. 
Moura, R.; Inversiones urbanas en el contexto de la competitividad y globalización: los
eventos en Curitiba, Revista EURE, Nº , Santiago de Chile, 2003. 
Nochteff, H. ; Los senderos perdidos del desarrollo. Elite económica y restricciones al
desarrollo en la Argentina, En Aspiazu, D.; Nochteff, H.; (eds) El desarrollo ausente.
Restricciones al desarrollo, Neoconservadorismo y elite económica en la Argentina,
FLACSO, Tesis, Grupo Ed. Norma, Bs. As., 1995. 

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