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Cuando Jesús fue interrogado acerca del mandamiento más importante de la Ley,
respondió: “Amarás al Señor tu Dios” (Mr. 12:30; Dt. 6:5). Pero Él añadió un segundo
mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mr. 12:31; Lv. 19:18).
Deuteronomio nos habla del amor al prójimo más necesitado, especialmente el extranjero
(Dt. 10:19). A menudo, se une al extranjero con el huérfano y con la viuda (Dt. 10:18;
14:29; 16:11, 14; 24:17, 19-21; 26:12-13; 27:19).
“Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no
endurezcáis más vuestra cerviz” (Deuteronomio 10:16)
Mientras Dios escribía la Ley en tablas de piedra, los
israelitas la estaban transgrediendo haciéndose un ídolo de
oro (Dt. 9:11-12).
Como habían roto el Pacto, Moisés rompió las tablas escritas
por Dios. No obstante, Dios les perdonó y ordenó a Moisés
que preparase nuevas tablas, perdonándoles y dándoles una
nueva oportunidad (Dt. 10:1-2).
Pero ellos serían incapaces de mantenerse leales al Pacto si
confiaban solo en señales externas (como la circuncisión
física).
Necesitaban una circuncisión del corazón (Dt. 10:16).
Entonces podrían cumplir la orden: “Amaréis, pues, al
extranjero” (Dt. 10:19).
“que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al
extranjero dándole pan y vestido” (Deuteronomio 10:18)
Deuteronomio 10:17-18 muestra las razones por las cuales debemos amar al extranjero:
Porque Dios es Dios de dioses y Señor de señores