(heb. שמע, “escucha”), una de las oraciones Escucha, Israel: El SEÑOR nuestro Dios es el único SEÑOR más importantes del pueblo de Israel. En estos versículos, Dios se muestra como el único Dios verdadero. Nos pide que le amemos con todo nuestro corazón. No es algo muy difícil, ¿o sí lo es? “Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla” (Deuteronomio 6:1) Las prescripciones divinas debían ser transmitidas de generación en generación, para que “tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo” las guarden (Dt. 6:2). Dios desea que yo las guarde “para que [me] vaya bien” (Dt. 6:3). Y la primera norma que quiere que observe es: amarlo de forma absoluta, por encima del amor a cualquier otra persona u objeto (Dt. 6:5).
Dios usa el posesivo “tu”, no
“vuestro”. No es un mandato genérico, sino personal. Debo amar a MI Dios de todo MI corazón, de toda MI alma, y con todas MIS fuerzas. “para que temas a Jehová tu Dios” (Deuteronomio 6:2) Aún antes de pedirnos que le Efesios 2:1-10 nos muestra cómo amemos, Dios nos pide que le este temor a Dios, por su gracia, temamos. ¿Qué implica temer a Dios? nos lleva a amarlo:
Tener miedo de Él, pues Aunque merecemos el
hemos pecado y merecemos castigo por nuestros pecados, su castigo (Dt. 9:19; Sal. Dios nos perdona y nos da 119:120). vida (v. 1-5).
Admirarle y respetarle por su
Con Su poder nos transforma autoridad, su poder, su y nos hace aptos para justicia y su rectitud (Éx. servirle y amarle (v. 6-10). 14:31; Sal. 47:2; 66:5).
Lo que Dios ha hecho conmigo “en Cristo Jesús” (v. 7) me lleva a
amarlo y a temerlo al mismo tiempo. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1ª de Juan 4:19)
En los discursos registrados en Deuteronomio, Moisés recuerda a los
israelitas que Dios amó a sus padres (4:37; 10:15), y a ellos mismos (7:7-8; 23:5; 33:3), y que por esa razón los rescató de Egipto. También les asegura que seguirá amándolos en el futuro (7:13). Es decir, antes de que Dios les ordene amarlo (Dt. 6:5), antes si quiera de que existieran como nación, Él los había amado y los había rescatado de su esclavitud. La mayor motivación que podemos tener para amar a Dios es que Él nos amó primero, “y se entregó a sí mismo por nosotros” (Ef. 5:2), aún antes de que llegásemos a existir. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15)
El amor a Dios está indisolublemente ligado a la obediencia.
Cuando amamos a Dios y comprendemos lo que Él ha hecho por nosotros, expresamos ese amor guardando sus mandamientos, porque eso es lo que a Él le agrada (Jn. 14:15). ¿CÓMO DEBO AMAR A DIOS? “Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento” (Marcos 12:29-30) Jesús sintetizó los mandamientos citando el Shemá. La base para la obediencia de cualquier mandamiento divino es el amor. Pero no cualquier amor. El amor a Dios ha de impregnar todo nuestro ser: corazón, alma, mente y cuerpo. Este amor es el fruto de conocer íntimamente a Dios, y de tener una relación íntima con Él. En el tiempo del fin, cuando la obediencia sea una prueba de lealtad a Dios (Ap. 12:17; 13:15; 14:1, 4-5), los que amamos así a Dios, preferiremos la muerte a la desobediencia. “Un amor supremo hacia Dios y un amor abnegado hacia nuestros semejantes, es el mejor don que nuestro Padre celestial puede conferirnos. Tal amor no es un impulso, sino un principio divino, un poder permanente […] En el corazón que ha sido renovado por la gracia divina, el amor es el principio dominante de acción. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones, y ennoblece los afectos. Ese amor, cuando uno lo alberga en el alma, endulza la vida, y esparce una influencia ennoblecedora en su derredor” E. G. W. (Los hechos de los apóstoles, pg. 440)