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María la alabanza de gloria que nos conduce a los pies del Divino Salvador del mundo

El amor a María es parte integrante del amor de Jesús, pues no se puede amar al hijo sin amar
a la Madre, por eso, María es, en suma, unida a Cristo y en virtud de la obra redentora de Cristo,
verdadera madre en el orden de la gracia, una Madre que da la vida y que, habiéndola dado acoge
a todos y cada uno de sus hijos con el amor con que acogió al discípulo a quien Jesús amaba,
cuando su Hijo por excelencia se lo confió desde la cruz.
Es en el marco de ésta íntima relación que existe entre Jesús y María, hoy quiero dirigirme a
cada uno de ustedes queridos hermanos, no como quién lo cree saber todo, o como aquel, que
habiendo leído a muchos comparte la síntesis del pensamiento de los grandes escritores, más bien
me dirijo a ustedes, como aquel que cada día en sus luchas, constata como la presencia de Madre,
anima, consuela y fortalece el caminar, ya que, siendo ella, la hija predilecta del Padre, como
alabanza de Gloria, conduce a los pies Jesucristo, el Divino Salvador, pues como dijo San
Marcelino Champagnat: “María no se queda con nada, cuando la servimos, cuando nos
consagramos a ella, nos recibe para entregarnos a Jesús y llenarnos de Jesús”.
La presencia de Nuestra Madre, la Virgen María ha estado presente, desde orígenes de la
Iglesia salvadoreña, siempre en estrecha relación con el misterio de nuestro Señor Jesucristo, el
Divino Salvador, pues cuando el Papa Gregorio XVI erige la diócesis de San Salvador, la cual
comprendía lo que ahora es toda la República, en 1842, nombra a Mons. Jorge Viteri y Ungo
como primer Obispo, el cual, luego de tomar posesión de la sede episcopal, celebra la una
eucaristía en acción de gracias por la nueva diócesis y en ella, hace un gesto que marcó a la
feligresía, pues colocando su mitra y báculo a los pies de la bella imagen de Nuestra Señora del
Rosario, encomendó su episcopado bajo su cuidado y además la nombre segunda patrona de la
República de El Salvador1.
Con dicho patronazgo, Mons. Viteri colocó en manos del pueblo salvadoreño la obligación de
rezar el Santo Rosario pidiendo por el país y sus habitantes; el pueblo celebró con gran alegría
dicho acontecimiento y amor mariano quedó guardado en lo más profundo de su corazón pues,
además, del Santo Patrono El Salvador del Mundo, el pequeño y bello país, sería guardado por su
Madre. En 1913, la Diócesis de San Salvador dio origen a sus primeras dos diócesis sufragáneas,
quedado la Virgen del Rosario como segunda patrona de la nueva Arquidiócesis y las diócesis de
Santa Ana y San Miguel nombraron sus propios patronos según los deseos de sus pobladores.
1
Mons. Luis Chávez y González, Sexta Carta Pastoral: Conmemorando las tres principales festividades del mes
de octubre firmada el 25 de septiembre de 144.
El 25 de noviembre de 1945, es una fecha que no podemos olvidar, como hijos de esta querida
patria salvadoreña, pues la Virgen del Rosario recibió la Coronación Pontificia, por el gran
Arzobispo Mons. Luis Chávez y Gonzáles, quién en su sexta carta pastoral nos relata que:
“Aquella espléndida mañana… la Santísima Virgen del Rosario, ante el Episcopado
Centroamericano, numerosos sacerdotes y una multitud de 150, 000 personas cobijados bajo el
cielo azul e iluminados por un sol refulgente, fue solemnemente ceñida en su frente con
Coronación Pontificia entre sus estruendosos aplausos y vítores delirantes” 2. La emoción vivida
por el pueblo durante toda esa semana fue jubilosa, pues dicha coronación fue en el marco del
Primer Congreso Eucarístico, al cual asistieron todos los Obispos de Centroamérica y además de
tales celebraciones fundaron el SEDAC.
Junto a la devoción de Nuestra Señora del Rosario, la fe del pueblo salvadoreño se ha ido
fortaleciendo con la oración tan sencilla, pero profunda del Santo Rosario. Podemos afirmar que
nuestro pueblo salvadoreño, es un pueblo eminentemente mariano, que desde el Occidente hasta
el Oriente está cobijado bajo el patronazgo de nuestra Madre, pues en Sonsonate se le venera
como Nuestra Señora de Candelaria, es la cofradía de los pobres y sencillos, en Ataco, se celebra
su natividad con una efusiva y colorida procesión de farolitos; en Cojutepeque, se le venera bajo
la advocación de Nuestra Señora de Fátima, santuario que alberga a cientos de peregrinos que
buscan un encuentro con Dios a través de la Madre; y finalmente en Oriente se le venera en
Jucurán como la Virgen de Candelaria, cuya imagen se apareció en las playas del Espino y en
San Miguel se le venera como Nuestra Señora de la Paz, la protectora del pueblo migueleño,
quién realiza la tradicional procesión de la bajada que conmemora el milagro ocurrido en 1787,
que se atribuye a su intercesión.
Hay un dicho popular que dice que no hay ningún santo que no haya sido devoto de la Madre
del cielo y San Óscar Romero, no fue la excepción, en quien “La piedad mariana está ligada a
su amor por el Señor”3, pues cultivó hasta la extenuación la devoción de la Reina de la Paz,
además la promovió, contribuyó para que el 10 de octubre de 1966, fuera constituida Patrona de
la República de El Salvador, por el ahora santo Pablo VI, de la cual el año pasado celebramos el
primer centenario de su coronación pontificia.

2
ÍBIDEM.
3
El Padre Romero, sacerdote al servicio de los pobres, Actas del simposio 27 y 28 de julio de 2017.
El pueblo salvadoreño en María ve a la mujer y madre, y reconoce no sólo la hondura con que
Dios ama, sino también la delicadeza y ternura con que el pueblo es amado por Dios en su
Madre. Nosotros “reconocemos en María un signo privilegiado del amor de Dios” 4. En la fe del
pueblo de Dios nunca falta la plegaria a María, pues sus labios nunca cesan de proclamar,
¡María!, ¡María! ¡Madre, nuestra!
El nombre de María llega directo a nuestro corazón, y en consecuencia suscita devoción,
afecto y amor y éste amor que profesamos a la Reina del cielo es un amor integrante del amor de
Jesús, pues no se puede amar al hijo sin amar a la madre. Por eso, cuando acudimos a ella, lo
hacemos con la certeza de que seremos escuchados, y ella como madre siempre nos llevará a
Jesús e impulsará nuestra intimidad con Él.
San Alfonso María Ligorio, dice “Alegraos y cobrad ánimo lo que gloriáis de ser hijos de
María, no olvidéis que acepta por hijos a todos los que quieren serlo. ¡Ánimo y confianza!
¿Quién temerá perderse, si es amparado y protegido por la Madre de Dios?” 5. Estas palabras
expresan nuestra confianza, que a lo largo de la historia se ha hecho plegaria, pues, esas oraciones
como el sb tuum praesidium, el Acordaos, el Akathistós, la Salve y el Ave María, son una
expresión de amor y gratitud.
Para todo cristiano, pero de modo particular, para nosotros que, siendo parte del pueblo de
Dios, en nuestra vida hemos experimentado el llamado de Dios, debemos de hacer nuestras, éstas
oraciones y con ellas pasar del “Confiar en María” al “Confiarse en María”, es decir ponernos
en las manos de María y entregarnos a ella. Que todos los días de nuestra vida, sean un ¡fiat!
constante, a Cristo, que cada día nos entrega su vida y con ella a su Madre. No tengamos miedo
de ser devotos de la Reina del cielo, de expresar con nuestra vida que somos consagrados a ella,
pues con dice San Luis María Monfort: “La perfecta consagración a María, consiste en una
entrega total a la Santísima Virgen, para pertenecer por medio de ella, totalmente a Jesucristo” 6,
en suma, debemos de dejar de pertenecer a nosotros mismos, para ser totalmente de María y
poder exclamar con toda el alma ¡totus tuus ego sum!.
María, es la hija fidelísima del Padre, que toda su vida fue una alabanza de gloria, que
nosotros, también luchemos por ser fieles, que además de confiar en ella, también la imitemos,
ella es nuestro recurso ordinario, pues como dijo un santo: “El principio del camino, que tiene
4
ESCRIBÁ DE BALAGUER, J. “Es Cristo que pasa”, n.142, Madrid, 2004.
5
S. ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, Las glorias de María, cap. 1; Madrid, España, 1977, pp. 62-63.
6
S. LUIS MARÍA GRIGNION DE MONFORT, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, parte
III, capítulo I, n. 121, p. 326.
por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima”, pues con
ella contemplaremos e imitaremos locos de amor todos y cada uno de los instantes de Cristo
Jesús.
Que sea María Santísima, la primera discípula de Jesús, quién muestre con su fe lo que
reclama el seguimiento de Cristo, que nos ayude a luchar por ser fieles, que con nuestra vida,
junto con ella, podamos ser una alabanza de Gloria a Dios.
¡¡¡María, tú eres la Madre de la fe, tú eres la luz en mi sendero, te pido, que me sostengas en
sí, al Señor!!!

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