Está en la página 1de 226

Teresa Céspedes Belda

T eresa Céspedes Belda, nació en Ciudad Real. Es maestra de educación especial,


jubilada. Desarrolló su actividad docente en el Centro Público de Educación Es-
pecial “Puerta de Santa María “de la misma localidad.
Muy aficionada a la literatura, en la presente novela nos relata la vida azarosa, y
cubierta de gloria, de Alonso de Céspedes Guzmán: capitán de los tercios españo-
les, nacido en Ciudad Real en mil quinientos dieciocho, conocido como “El Hércules
Manchego” o “el valiente Céspedes”. Al mismo tiempo, la autora hace una recreación
histórica y a la vez emocionada de la Ciudad-Real del siglo XVI.
Sin Alonso de Céspedes no se hubiera ganado la batalla de Múhlberg contra los
protestantes, como así se lo reconoció Carlos V. Así mismo, nuestro héroe combatió
bajo las órdenes del duque de Alba en la toma de Ingolstad, y puso la bandera imperial
en el torreón de Mansflet, conquistando todas las ciudades a las orillas del Danubio
a los luteranos. Combatió en las guerras de Italia contra Francisco I de Francia. Bajo
las órdenes de D. Juan de Austria, luchó en la rebelión de los moriscos en las Alpuja-
rras. Era tal su fuerza hercúlea que peleo contra un tigre dándole muerte, no solo eso,
montado en su caballo y agarrándose a una viga era capaz de levantar a éste del suelo,
con la sola fuerza de sus piernas. Esta obra es un homenaje al glorioso manchego al
que insignes escritores han dedicado sus páginas, entre ellos Lope de Vega y Agustín
Moreto.

TODO POR EL EMPERADOR

Todo por el emperador


Teresa Céspedes Belda
Todo por el
emperador

Teresa Céspedes Belda


A Gonzalo Gómez-Ullate Alvear
Y Gonzalo Gómez-Ullate Céspedes.
Porque sin ellos, mi vida habría sido en vano.
Mi madre sabía cien oraciones…
En este profundo valle entre montañas.
Mientras agonizo, la amapola ríe.
Entre los huesos de los muertos, el cardo canta.
Y mi madre sabía cien oraciones...
Lugar sólo del viento.
Casas sin tejados, no hay puertas ni ventanas.
Niños sin enterrar, y el romero baila.
Y mi madre sabía cien oraciones...
Sitio solo del aire.
Mientras se agolpan y chocan las nubes.
Habla el rayo…y mi vida calla.
© Teresa Céspedes Belda

Depósito Legal: CR-149-2016

Realización: Optima Diseño e impresión


Pol. Industrial Larache, c/ Tomelloso 18
13005 Ciudad Real

Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial


sin nombrar la procedencia.
PRÓLOGO

Yo…Alonso de Céspedes, el Sansón, el valiente, el


Hércules, esta noche de primavera miro la luna, y donde ayer
veía a una mujer con enaguas de azucena y blusón de plata,
hoy veo la cara amarillenta de un viejo, que me está esperando
en el infinito azul.
Presiento que esta noche será la última. La luna, espejo
todavía sin imagen, me espera.
He salido a tomar el aire a este huerto abandonado. Un
sudor frío me recorre el cuerpo, por primera vez en mi vida me
araña la angustia, porque estoy perdido. Mi padre decía –“Un
soldado del rey nunca tiene miedo, y si lo tiene, porque es
humano, no lo aparenta” – Mas no es miedo lo que siento, ya
no sé contra quién lucho, los míos no son del todo los míos.
Todo es confusión, y lucha por el poder.
–Mas ¿Qué es esa sombra que se mueve entre los
olivos?–
–Soy Marien una morisca conversa, os he oído,
pensabais en voz alta. Me he jugado la vida por veros señor.
No debéis tener esos pensamientos ¡Por Dios que sois toda mi
esperanza! Aquí nos matamos unos a otros por la espalda, los
míos me detestan y los vuestros son mis enemigos. Voy a ser
deportada como todos los moriscos. ¡Ayudadme! Cuando todo
termine quiero que me llevéis a vuestra tierra– dijo Marién
angustiada.

9
–¿Quién os dice que yo no voy a mataros? o lo que es
peor venderos como esclava, como hacen los distintos bandos
que aquí existen con las personas que cogen prisioneras–
afirmé receloso
–No señor, vos no vais a hacer eso, porque sois un
hombre íntegro y bondadoso, metido en un infierno del cual yo
deseo ardientemente que salgáis, porque dependo de vos, y
además porque os merecéis la paz.
–Marien, me recordáis a mi primer amor. Yo tenía
trece años, nunca le dirigí la palabra, la veía de lejos cuando
entraba en la puerta de la iglesia de San Pedro.
Y no hay día que no sueñe con ella.
–Hoy sé que me van a traicionar. Se van a pasar de
bando los mercenarios, y no me ayudaran algunos de los míos,
han bebido envidia en el manantial del odio, y en esa misma
fuente, tratan de calmar su sed de poder insaciable.
Ese líquido les está regando, hasta las partes más
recónditas de su cuerpo–
–No volveré Marien, no volveré nunca más a Ciudad
Real–
–Ciudad Real. ¡Qué bonito nombre señor! ¿Cómo es?–
dijo Marien interesada.
–El fuego imita sus atardeceres, cuando el cielo se llena
de rescoldos, cae la noche como un goterón de tinta en un
pergamino en blanco, y el viento ulula por la puerta de Toledo.
Allí el aire es seco y caliente, abraza nuestros cuerpos,
y nos extrae todo atisbo de humedad, como si fuese una
amante en el último día de nuestra existencia.
Todas las calles dan a una plaza y en ella está mi cofre,
y dentro de él, la cabeza de un ganso, una pila de agua bendita,

10
una reja, el arnés de un caballo, mi espada “La valenciana” y
una flor.
Allí la gente es ingeniosa, y ahoga sus penas con
chanzas y un jarro de vino soñador–
–Pero contadme señor ¿cómo empezó todo?–
–Espero no aburriros, no cansaros con mi historia.
–Marien, en esta noche se me pasa toda mi existencia
por la cabeza, daría mi vida por no morir, y siento el deseo de
recordar y de despedirme melancólicamente del vivir. Si vos
no lo impedís, con ese puñal que escondéis bajo vuestros
velos– dije entristecido.
–Señor, en estos tiempos, no nos podemos fiar de
nadie. Mi vida está en vuestras manos–
Marien os deseo que no muráis por armas y así mismo
también espero, no mataros de hastío.

11
Capítulo I. Mi nacimiento

Cuando el Autor del Génesis, quiso estrenar su


tragicomedia “la pareja sin ombligo” eligió como decorado un
cielo azul. Ese mismo escenario lo utilizó para la
representación de teatro que iba a tener lugar en Ciudad Real,
y no es que este Autor sea ahorrativo, es que sencillamente
necesitaba un cielo paradisíaco, y esos abundan en esta ciudad.
Yo vi la luz de la vida en el año del Señor, de mil
quinientos y dieciocho, mi madre Catalina Guzmán puso todo
su esfuerzo en ello, quería imitar a la corte, no obstante había
llegado a sus oídos que la reina Juana I de Castilla, paría
tomando una jarrita de vino con miel y leyendo el libro
“Rimado de palacio” del canciller Ayala, cuando la insigne
dama llevaba diecisiete páginas, ni una más ni una menos,
aspiraba fuertemente el aire y expulsándolo con gran
violencia, salía un príncipe al mundo, luego cortaba el cordón
umbilical con los dientes, apartaba al canciller Ayala de su
seno, y amamantaba al infante.
Mi madre la imitó en todo, menos en la lectura, ya que
no sabía leer ni escribir, aunque si rezar, presumía de saber al
menos cien oraciones, una para cada santo y remedio. Esta vez
ella rezó a la Virgen de la Asunción, virgen del buen parto,
cuando iba por la mitad hizo lo mismo que la reina Juana. Mi
madre procedía de linajuda familia y en todo quería imitar a su
majestad, y como además tenía una dentadura preciosa, no

13
había cordón umbilical que se le resistiera, y así, me vi yo en
el mundo.
Fui bautizado en la Iglesia de San Pedro, vivíamos muy
cerca y mi familia consideraba a esta iglesia como su casa, ya
que eran muy piadosos y buenos cristianos. Este templo fue
construido por los caballeros Velarde, Céspedes y Treviño de
Ciudad Real, éste Céspedes era antepasado nuestro, y siempre
mi familia ayudó a sufragar los gastos de su construcción, que
no fueron pocos, ya que tuvo muchos problemas de
cimentación y se hundía.
Fue una auténtica “roba siestas”, y verdadero
quebradero de cabeza para todos los que tuvieron que ver con
ella, y así terminó con ese aspecto de fortaleza, baja estatura
en la nave central respecto a las laterales y gruesos
contrafuertes en el lado norte.
Era la iglesia más hermosa de Ciudad Real y estaba
bajo la advocación de San Pedro y San Pablo.
Mi madre quedó en la casa, ya que fui bautizado al día
siguiente de mi nacimiento.
Mi padre Juan de Céspedes era un hidalgo1
combatiente en todas las contiendas que se produjeron en su
tiempo. Corcel de guerra, lanza siempre fuera del ristre y
espíritu vencedor, eran sus principales pasiones. Y esta vez,
vivía uno de los pocos periodos de paz que tuvo en su vida.
Así que acompañado de los padrinos y familiares me llevo a la
pila bautismal, que estaba fuera de la iglesia, ya que yo, al no
ser cristiano todavía, no podía entrar en el templo sin bautizar.

1
Registrado en el censo de la parroquia de S. Pedro de 1530 nº236

14
Él estaba orgulloso de mí y le dijo al cura. –Mirad que
niño más robusto traigo a cristianar– La madrina me sujetó, y
el cura fue echando sobre mi cabeza agua bendita.
–Yo os bautizo Alonso, en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo. En ese momento hice un
movimiento brusco, y metí toda la cabeza en la pila, sin que la
madrina lo pudiera evitar.
Yo, chorreando de bendición, no lloré, y ahí supo mi
padre que yo, de ahora en adelante no me acobardaría por nada
de todo lo que me pudiera surgir en la vida.
Lo que si era para acobardarse era la legión de
pordioseros2 que nos esperaba en la puerta, una muchedumbre
rojiza, eran los verdaderos hombres de barro. Los pobres se
mimetizaban con la tierra roja de Calatrava eran un puro
gemido lastimero; tullidos y niños hambrientos que esperaban
anhelantes porque había un bautizo, y era costumbre repartir
unas monedas entre los necesitados. Una dama de mi familia
tuvo la ocurrencia de tirar al suelo un puñado de dulces, y allí
se tiraron los pobres a los pies de la incauta tirándola al suelo.
Empezaron a llover los golpes de tal manera, que tuvimos que
regresar sobre nuestros propios pasos y salir por otra puerta,
eso sí, yo ya era un caballero cristiano con todo lo que ello
significaba.

2
Villegas Díaz. Constata la presencia de un nº elevado de pobres en
“Pobreza y beneficencia en Ciudad Real” pp.121- 123

15
Capitulo II. De cómo llaman la atención mis
fuerzas entre mis paisanos

Era un día color imaginación de ciego. Yo estaba


tumbado en el patio de mi casa mirando el cielo, veía
gigantescos caballos de plata, que se disponían a luchar,
cuando se aproximaban, cambiaban de forma y rehuían la
batalla, se convertían en gordinflones grises, con rebordes de
oro hasta que detrás de ellos salía el sol, me cansé de tanta
ensoñación y me puse a jugar con dos de mis primas, en mi
casa vivíamos dos familias3, yo tenía seis años y ellas unos
pocos más.
Allí ya empecé yo a comprender, que si quieres tener
buen trato con las mujeres, lo mejor es dejarse llevar, sobre
todo con mis primas, que como buenas manchegas eran
potentes. Empezamos a jugar a que yo era su hijito, yo
pensaba que me iban a cuidar, a mimar, a darme esos besos
que atruenan los oídos y dejan media cara a punto de entrar en
la boca de la besadora asesina, y que a mi tanto me gustaban,
les llamábamos besos de arroba.
He de decir que yo era muy fuerte, pero al mismo
tiempo muy cariñoso. Pero no, todo el tiempo iban dándome
pescozones y diciéndome que las tenía que obedecer en todo lo

3
“No resulta infrecuente en Ciudad Real el hecho de que en una misma
casa aparezcan viviendo varias familias” como destaca Villegas Diaz “Sobre
el urbanismo en Ciudad Real en la edad media”.

17
que ellas me mandasen y que si no, me castigarían con grandes
palizas y azotes. Yo aguantaba porque desde que nací, a mí me
habían enseñado que pegar a las mujeres es de cobardes, y yo
soy un valiente.
Salimos del patio, atravesamos otro que se llamaba “el
de la cueva”, porque tenía una que llegaba hasta la muralla,
luego salimos a las cuadras, los gallineros, y fuimos al huerto.
Me llevaban de la mano todo el rato y si me quería soltar, ¡un
pescozón! El santo Job a mi lado resultó ser un canalla, en
fin… quité las mariquitas a las alcachofas, se las puse en sus
manos para que las hicieran volar, también quité bichitos
negros a las habas…
Había un perro muy fiero que estaba permanentemente
atado como el que va a galeras; solo lo soltaban por la noche, y
al día siguiente aparecían en el huerto algunos gatos muertos,
los que dejaba la gente sin cazar, ya que estos consolaban el
estómago de la mayoría de la población, casi estuvieron a
punto de extinguirse para regocijo de las ratas y ratones que
corrían mejor suerte. Yo jugaba con mis primas, perdón,
obedecía a mis primas, cuando “Turco” que así se llamaba el
perro empezó a ladrar y ladrar, yo me acerqué por detrás y le
di con mi puño de niño de seis años en la cabeza, y le dije –
“Cállate, asustas a mis primas”– y el perro cayó al suelo
sumergido en un profundo sueño, del cual se despertó a las
cuatro horas.
Ricarda la criada, salió gritando. –¡Alonso! ¡María, es
la hora de comer! Yo iba corriendo porque tenía buen apetito–
¿Qué vamos a comer hoy Ricarda?
–Hoy vamos a comer lentejas, si quieres las comes y si
no las dejas. –Eso sí que no, que tengo mucho hambre–.

18
Por la tarde, a primera hora iba a mi casa el dómine, un
bachiller venido muy a menos, que sabía latín. Tenía ese
hombre una nariz tal, que cuando estornudaba corría el riesgo
de apuñalarse, los ojos hundidos a ambos lados de ese paredón
nasal, y la boca como un sumidero profundo que de vez en
cuando dejaba asomar un diente temeroso de ser engullido, así
era la necesidad que pasaba el sabio. Venía a enseñar a leer a
mis primos, yo era pequeño para esos menesteres, y me iba a
jugar a la calle con los demás muchachos, algunos eran
mayores que yo y se entretenían en cazar pajaritos. Había
muchos porque había una legión de mosquitos, y los gorriones,
vencejos, golondrinas y demás avecillas no daban abasto con
tanto festín, y nosotros a su vez hacíamos lo mismo con ellos.
Era la rueda de la vida y la distracción más importante cuando
llegaba el atardecer. Los árboles eran muy generosos y lo
mismo se desprendían de un olor embriagador de galán de
noche, como de decenas de pajaritos que caían al suelo sin
sentir.
En los días sucesivos me cruzaba al huerto con mis
hermanos, y yo noté que “Turco” el perro, no era el mismo
conmigo. Yo me acercaba al animal y este lloraba, me miraba
con unos ojos que parecía que se le iban a caer al suelo.
En uno de esos días de primavera, en los que el corazón
pide la independencia del cuerpo. Sí; todo el mundo va con
los ojos dormilones, pasos lentos y modorros, brazos caídos,
así el corazón no puede más y pide la libertad. Bueno pues ese
día rezongaban mi hermana, y mis primas por el patio
haciendo como que ayudaban a la criada a sacudir la ropa,
cuando un ganso muy bravo al que no le afectaba la estación
del año, y tenía todo su ser hecho un cuerpo, se les tiró y
picoteó de manera salvaje. Ricarda le daba con el palo pero él

19
no soltaba, le dieron más palos que a un aro cuesta arriba y el
no cejaba. Llegué yo, le agarré por el cuello, y me quedé con
la cabeza en la mano.
Al día siguiente, ya no se hablaba de otra cosa en los
mentideros de Ciudad Real. “El chico de Céspedes con seis
años le ha retorcido el pescuezo a un ganso y lo ha dejado en
el sitio”.
Yo me gané un buen rapapolvo por haber matado al
ganso, ya que lo tuvieron que guisar y comer sin ser Navidad,
y en esos días la carne era un sueño en la imaginación de las
gentes.
Ese día de unidad en cuerpo y alma para el ganso y
para mí, vieron mis padres y los que me rodeaban, que yo no
tenía control de mis propias fuerzas, que estas eran muchas, y
que a mí no me afectaba la primavera.

20
Capitulo III. Mi padre marcha de explorador a
las Indias. Algunos mozalbetes de Miguelturra
pajaritean.

Entre los muchos manchegos que fueron a las Indias,


ocupó un destacado lugar mi padre el capitán Juan de
Céspedes, que antes había luchado en Villalar contra los
comuneros. En seguida, partió para las tierras vírgenes de las
Indias a las órdenes primero del Adelantado Rodrigo de
Bastidas, después con Pedro Fernández de Lugo y ya
definitivamente con el gran conquistador Gonzalo Ximénez de
Quesada. Mi padre fue un héroe sin par, ganó ascensos y fue
hombre de confianza, y lugarteniente preferido en las jornadas
heroicas de la exploración y conquista del Nuevo Reino de
Granada4.
Mi madre nos contaba que los indios chibchas y
muiscas, con sus castas y subcastas de guatabitas y caquecios,
hunzas y tames, panches y tundamas, ofrecían a mi padre y sus
compañeros tenaz resistencia, además la naturaleza era muy
hostil: selvas espesas, calores enervantes (de eso sí sabía),
fríos andinos , ríos caudalosos, nevadas montañas, precipicios
inmensos, sabanas y estepas de rala vegetación, insectos,
fieras, fiebres y los tormentos del hambre y de la sed, más…
¿Qué era eso para aquél titán?.

4
Pérez Fernández, Francisco “EFEMERIDES MANCHEGAS” Editorial A.P.
Ciudad Real 1971

21
Yo era muy pequeño cuando él se marchó, nos
quedamos mis hermanos Juan, María y yo con mi madre que
aunque era una mujer muy fuerte y le dijo a su marido antes de
marchar –Juan, en todas partes está Dios– andaba muy llorosa
por aquellos días de mil quinientos veinticinco, porque sabía
que pasarían años y no pocos hasta que lo volviera a ver, y era
una adivinanza saber si no iba a perder la vida en esa aventura.
Acompañábamos a mi madre a misa en esos primeros
días de duelo. Los pordioseros se sentaban en la puerta del sol
de la iglesia de San Pedro para calentarse. La noche los reunía
al mismo tiempo que las estrellas en el atrio de la iglesia, lo
único que tenían en común era su miseria, pasaban el día
insultándose unos a otros, se lanzaban tierra cuando se les
acababan las piedras, todo por ocupar un lugar que ellos creían
que era mejor, algunas veces se revolcaban por los suelos y
hasta se mordían.
Mi madre nos daba a nosotros un poco de pan para que
le diéramos a nuestros pobres de cabecera.
Un día “la Podrida” que era mi favorita se acercó a mi
oído y me dijo –“Dios te lo pague niño forzudo. Llegará un día
en el que tú serás un gran hombre, valiente y hermoso, y
cuando eso llegue yo podré decir que te he conocido” –.
En la puerta de la iglesia había un letrero que nadie
miraba, porque no sabíamos leer, eso se solucionaba saliendo
un fraile lego que gritaba una prohibición. – “Se prohíbe hacer
tratos de ganado y jugar al latrumculi (juego de ladrón)5. Sobre
todo durante el sermón, consagración y comunión. La verdad
es que había mucha afición, los suelos estaban llenos de
cuadriculas y cada uno llevaba sus fichas que eran piedras

5
Juego parecido a las tres en raya.

22
planas de rio. El fraile gritaba en vano porque la gente hacía lo
que quería. La iglesia era un sitio de encuentro, allí los
jóvenes podían ver a sus enamoradas salir o entrar, y aunque
las mujeres y los hombres se colocaban en sitios diferentes,
siempre se podía tratar de conseguir y soñar, con algún
encuentro furtivo. La iglesia era el mejor lugar, tanto que una
vez dijo el cura.
–Mucho venís a misa y a fe mía que no sois hombres
de tanta devoción–, pero no era lugar para un niño como yo,
que no tenía edad de amores ni me gustaba ese juego tan
pasivo del latrimculi, ni tampoco los tratos, en cuanto podía
me escabullía y me iba con los chicos a jugar.
Nos íbamos a las murallas, que se estaban cayendo a
trozos. No eran sino queso mordido por un gran ratón, el ratón
de llevarse los adobes para arreglar las casas6. También se
utilizaban como vivienda de ancianos, viudas y pobres sin
clasificar. El ratón de la miseria, el abandono, las
inundaciones, y que siempre había antes otras bocas que tapar.
Estábamos jugando entre los boquetes de la muralla,
cuando de pronto olimos a trigo y a algo más. Oímos cómo se
pespunteaban pasos seguidos e inseguros. Vimos a los
acarreadores de sacos con la cabeza hundida, comba la cintura,
los pies descalzos, y entre las bolsas de los carros unos
rufianes de Miguelturra que se habían colado.
Los de Miguelturra y Ciudad Real teníamos enemistad
desde hace siglos, porque ellos eran de la orden de Calatrava y
nosotros realengos. Hay una sentencia de mil trescientos
treinta y nueve de Alfonso XI7sobre la rivalidad entre

6
Sobre el estado de decadencia de la muralla ya desde finales del siglo XV.
VILLEGAS DIAZ.
7
Efemérides Manchegas. Francisco Pérez Fernández.

23
Miguelturra y Ciudad Real. Recomienda que cada uno viva en
su sitio, y que los de Miguelturra que se hayan ido a vivir a
Ciudad Real vuelvan a su pueblo en el plazo de cincuenta días,
y que si no, pierdan lo suyo, y lo mismo para los de Ciudad
Real que hubieran osado hacer lo mismo.
Aunque pasara el tiempo, la rivalidad era muy fuerte, y
ya se sabe que la memoria para los rencores es infinita.
Uno de los mozalbetes gritó – “culipardos cobardes” –
y pongo a Dios por testigo que eso no se le puede decir a uno
de mi villa, ya que hace valiente y furioso al santo Job de los
manchegos, convirtiéndole en una fiera no conocida por el
hombre, desde la aparición del mismo sobre la Tierra. He de
decir que ese mote que tenemos los de Ciudad Real y que yo
no voy a repetir, se debe a que el uniforme de los soldados
realengos era de color tierra, y aunque nosotros no somos de
lavar mucho la ropa, esa parte a la que alude nuestro mote
quedaba parda del rozamiento, ya que se podían quitar los
calzones y no lavarse el resto, con lo cual esa zona quedaba de
color más claro.
El caso es que se organizó una drea memorable, yo me
tuve que controlar recordando los consejos de mi santa madre,
pero ya aspeado y aburrido quise poner fin a la situación y
quitármelos de encima, para lo cual no se me ocurrió otra cosa
que agarrarlos y lanzarlos por los aires, cayendo algunos a lo
alto de la muralla, y otros incluso al otro lado cuando la parte
era más baja.
–¡Ah, ah… que nos mata ese hi… de puta! –
Alguno quedó en lo alto de la muralla y tuvieron que
bajarlo a trompicones. Después de tanta pelea nos fuimos a
refrescar a la laguna que está cerca de la puerta de Toledo, sin
mojarnos mucho, porque lavarse en demasía es de moriscos, y

24
ya se sabe que el agua es la fuente de todas las miasmas y
malas enfermedades, tanto si se toma por fuera como por
dentro.
Allí vino el castigo divino. No hay que menospreciar
al enemigo pequeño, porque por cientos pueden vencer al
mismísimo Alejandro el grande. Miles de mosquitos se
enredaron conmigo me cerraron un ojo, y yo casi me mato a
mí mismo de los grandes golpes que me daba tratando de
acabar con ellos.
Cuando llegué a mi casa tuve que aguantar el
rapapolvo de mi madre, que me recordó todas mis fechorías
desde que los romanos estuvieron en España, aunque se le
pasó, cuando fue a los pocos días a la plaza mayor donde se
celebraba el mercado y oyó a un ciego una copla cantar:

Oigan señores lo que aconteció


En Ciudad Real.
Cómo sin pico, ni alas, ni plumas
Céspedes el niño forzudo
Hizo a los miguelturrados volar.

–¡Qué divertido señor! y cuantas fuerzas teníais ya de


pequeño, pero continuad con vuestra vida, veo que os hace
bien, os encuentro más animoso y yo estoy más alegre–
–Os lo agradezco, Marien.

25
Capitulo IV. De cómo fui por primera y única vez
vencido por un embozado

Era una de esas tardes cansina y aburrida, hasta las


hormigas estaban sin trabajar haciendo causa común con las
cigarras. Una tarde comprada a un chamarilero. Sí, la
naturaleza lleva siglos y siglos haciendo tardes, y de vez en
cuando se cansa, y las compra ya hechas.
Yo venía del campo de adiestrarme y medirme en
armas, cuando al llegar a Ciruela, oigo a dos carreteros de la
Roda y San Clemente, que se habían apostado y perdido,
tirando a la barra con una mujer. Empezaron fanfarrones y
salieron trasquilados ya que la dama les ganó la mula y el
carro, aun así siguieron peleando y perdiendo, y hasta
terminaron con la promesa de dar en Cuaresma pasas y
naranjas de balde a toda su gente8.
Hablaron también de un tal Diego de Almagro que
andaba muy enamorado de la dama, y no encontrando mejor
forma para acercarse a ella, la retó a tirar o a luchar, ella eligió
luchar y ganó buenas monedas.
Llegué a mi casa malhumorado y no dando crédito a lo
que escuché en Ciruela. Una dama no puede vencer por la
fuerza a un hombre, eso sí que va contra las leyes de la
naturaleza, por muy cansada que ésta se encontrara esa tarde
de hacer su trabajo.

8
De la comedia “ El valiente Céspedes” de Lope de Vega.

27
Mi hermana María y la criada Inés, estaban muy
alegres y engentadas, y me recibieron cariñosas, dulces como
la miel y suaves como la seda, yo pensé; tienen algo que
ocultar o algo quieren conseguir de mí, porque se deshacen en
halagos y a fe mía que ellas no son mujeres de tal condición.
Ya el culmen fue cuando me dieron para cenar mi comida
favorita ¿qué misterio ocultaban? Nosotros siempre
cenábamos gachas, y ellas aparecieron con huevos, tocino y
sesos, más yo no me dejé impresionar, y les dije lo que había
oído en Ciruela. Ellas lo negaron todo, y dijeron que era
imposible que una mujer pudiera hacer eso.
Pelear y tirar a la barra no cabía en cabeza humana y
mucho menos vencer a dos carreteros. Pero ellas cuando lo
decían, lo hacían riendo y bromeaban mucho sobre mis
fuerzas, tanto, que la cena, que estaba muy buena, se me
convirtió en las entrañas en “duelos y quebrantos”, que así se
llama desde entonces el revoltillo.
No queriendo dar más importancia al hecho, y
pensando más en mi pronta marcha a la guerra de Italia, me fui
a tomar una jarra de vino con mis amigos y vecinos a la
posada que había en la plaza mayor. Yo notaba que
cuchicheaban a mis espaldas, pero no le di importancia. Estaba
ya un poco cocido por el vino al que me convidó mi vecino
Bastián Hidalgo,9que estaba orgulloso de mí y de mi futuro
como soldado del emperador y estando así, yo también le
invité, él me correspondió, al final salí de la venta con una
nube en los ojos, la lengua borrascosa y ya definitivamente
una tormenta en las entrañas.

9
Padrón de San Pedro 1.530

28
Estaba empeñado en recitar una poesía, cuando de
detrás de las columnas salió un embozado con un palo y me
sacudió en la espalda, yo agarré otro palo pero era ágil como
un gamo, parecía tener alas en los pies y de pronto me vi solo
en mitad de la plaza.
La noche estaba de riguroso luto, ni siquiera la luna
quería asomarse por no aliviar con su claridad aquel momento.
Yo algo mareado y confuso no veía a nadie y corría por los
soportales. El silencio era como el que tuvo el primer hombre
que vino al mundo antes de tener compañera.
Yo me dije –No pasa nada– y con la lengua que me
pesaba media arroba, me empeñe en recitar mi poesía, ni un
solo verso pude decir, me llovieron tal cantidad de palos, que
desde entonces siento compasión por las mantas, yo no sabía
ni por donde me entraban, como loco anduve buscando al
embozado pero otra vez desapareció. De súbito cayeron unas
varillas de hierro por unas escaleras y me dije. –¡Ya te tengo!–
Y al acercarme a donde procedía el ruido, me dieron tal palo
en las costillas que me crujieron como la quilla de un barco,
alguna me rompieron. Cuando me incliné por el dolor sentí
una gran patada en el trasero que me tiró de boca, como pude
me levanté del suelo y me fui confuso y aspeado a mi casa,
con mucho miedo de que me vieran los vecinos, profesé
conmigo mismo un voto de silencio, temeroso de perder mi
fama.
Yo, el forzudo, el Hércules, con el rabo entre las
piernas, cuando llegue a mi casa me dolían tanto las costillas,
que no podía ni respirar ni dormir, maldiciendo a ese Sansón
cobarde que la cara no dio .
Dije que me había caído, y me pusieron un emplasto de
romero masticado y sal, que ya se sabe” con aceite, vino, sal y

29
romero la botica tengo”. Mi hermana quería cuidar de mi con
mucha chanza, decía que tenía los humores revueltos, primero
la sangre que por eso estaba tan inquieto, y me prohibía el
vino, luego la bilis amarilla para quitarme la cólera y me decía
–Nada de comida húmeda, y luego eso sí,” mucho pan y poco
queso, que eso es de los hombres con seso”.
Yo no quería hablar del episodio, porque no quería
delatar que un desconocido me había dado tal paliza.
Hasta que un día, mi hermana se acercó a mí y me dijo
–He sido yo hermano, que las fuerzas nos vienen de familia y
si quieres te lo voy a demostrar– y haciendo un pulso entre los
dos, vi con sorpresa que me costó ganar.
Me hizo prometer que desde ese momento en adelante,
ella iba a cuidar de sí misma, y que yo no tenía que
entrometerme, ni en sus amores ni en su vida, a cambio ella
juró que no se lo diría a nadie, ni siquiera a mi hermano Juan
nuestro hermano menor.

30
Capítulo V. De como marchamos a las guerras de
Italia, a las órdenes del Capitán general don
Fernando Álvarez de Toledo (Duque de Alba)

Era la primera vez que yo iba a la guerra y nada


menos que a Italia, iba a Milán, yo no sabía ni que existiera
ese lugar. Eran mis primeros servicios militares10, no sabía
muy bien cuál era la causa de la lucha. Yo sólo pensaba en
combatir por Dios y por el rey, como antes lo hicieran mi
padre y mis abuelos.
Se dijo una misa por nosotros en la iglesia de S. Pedro,
para que obtuviésemos la victoria al servicio del emperador, y
a poder ser no perdiésemos la vida.
La noche antes de partir, yo no podía dormir, todo mi
cuerpo era como una ballesta a punto de ser disparada, mis
nervios como las cuerdas de un laúd, tensas a punto de ser
tañidas para interpretar la mejor melodía de valentía y fuerza
que yo pudiera ofrecer. Mi madre me dijo lo mismo que le
había dicho años antes a mi padre antes de partir –Hijo, en
todas partes está Dios– y se puso a rezar con las tripas y con
todos los órganos de su cuerpo la oración al Cristo de las
batallas, que siempre ha acompañado a los ejércitos desde los
tiempos de los reyes católicos, abuelos del emperador.
Mi hermano Juan se quedó con ella muy a su pesar,
pues estaba ansioso por ir a la guerra, pero en aquella ocasión

10
Manchegos ilustres en la época de Cervantes. JOSE SANZ DIAZ 1962.

31
se decidió que con un Céspedes era bastante, además él era
casi un niño.
El banderín de enganche estaba en Ciudad Real, y allí
iban llegando todos los manchegos enaltecidos, con deseo de
participar en aquella campaña, que les iba a reportar gloria e
ingresos.

Vinieron los ballesteros de Calatrava, piqueros,


arcabuceros y todos juntos partimos desde la puerta de Toledo,
camino de la ciudad imperial donde nos esperaba el resto del
tercio, para ir a Barcelona y de ahí hasta Milán nuestro destino
glorioso con el duque de Alba.
Al salir de Ciudad Real sentí una emoción inmensa,
motivada por mi impaciencia por demostrar mi brillantez en el
ejercicio de las armas, y al mismo tiempo por la imagen que se
me ofrecía a la vista, campos de terciopelo verde hasta el
horizonte azul. Ese año no hubo sequía, llovió bien y el
campo dio las gracias.
Mi criado Beltrán andaba preocupado por su
adiestramiento, yo me reía de él. Cuando ya habíamos
recorrido cinco leguas a la altura de Malagón, hicimos un alto
en el camino. Íbamos equipados con peto y espaldar,
armadura en brazos, almófar, morrión, faldón, guarda de
rodillas, carrillera y zapato herrado, y aquello era liviano,
pensando en la gloria que íbamos a alcanzar.
–¡Voto al sol!– Decía Beltrán –que no puedo esperar –
Yo le decía –No has de decir ¡voto al sol! Mira que
estamos a mediodía y eso en la Mancha es mucho votar.
Además eso es voto de villano, y se puede presumir que te

32
saqué de la azada. Aunque vas como mi criado, mi camarada
has de ser, mira que yo no he de tener otra defensa a mi lado11.
–Quiero que aprendas a tomar la espada– a lo que
respondió Beltrán.
–Lo que es pegar, pegar, salga como saliere nadie
como yo lo hará, pero la espada no la aprendí.
–Beltrán ¡saca la espada! Con aire. Veo que no saldrás
mal hombre de armas.
–Si te tiento, mete el pie izquierdo y el brazo y tira al
rostro ¡Con menos ira! –Con menos ira no sé– decía mi
escudero.
–Beltrán la espada con uñas arriba es fuerza, saca por
debajo, al pecho estocada y pie derecho, sacando el cuerpo
también, tira a derribar la espada.
–Mirad Beltrán otros que os enseñen. Nunca vuestras
armas se empeñen en saber por dónde van, tirad a diestro y o a
siniestro ya que Dios, fuerza os dio. –Dije yo algo
desesperado.
–Mirad ahí viene Ortuño, pelead con él que tampoco
está ducho, que siempre en la barba del ruin prueba la mano el
barbero.
Beltrán le dio tal mandoble, que lo dejó maltrecho ya
antes de empezar.
Continuamos el camino y acampamos en Orgaz. Salió
a recibirnos el conde don Álvaro Pérez de Guzmán y
Mendoza, que estaba muy reforzado por el emperador, tras la
derrota comunera. Los habitantes del lugar le declararon
traidor a la causa, y Carlos I le hizo pasar de señor a conde
después de dar un gran escarmiento a la zona. Orgaz y Mora

11
“ El valiente Céspedes” Lope de Vega

33
fueron sometidas, y el señor conde andaba a sus anchas.12 ¡Y
tan a sus anchas! Nos lanzó una arenga en medio de la plaza
que duró más que la invasión de los moros. Entre otras muchas
cosas, nos habló de la batalla de Bicoca, y cómo nuestras
tropas imperiales consiguieron tres mil muertos entre los
suizos, y solo una baja de los nuestros, gracias a nuestra gran
estrategia y valentía sin par en el antiguo Milanesado.
–Allí, allí donde ahora vais, allí nuestro ejército se
enfrentó a Francia y a la República de Venecia, nuestro
glorioso ejército al mando de Próspero Colonna consiguió una
aplastante victoria, gracias a nuestra táctica y a los valientes
arcabuceros españoles.
Soldados somos señores de la guerra, al servicio del
emperador, su católica majestad, no somos asesinos, ni
vándalos. Todavía viste de luto nuestro césar por las víctimas
del “Sacco de Roma”, donde las tropas imperiales, cinco años
después de la victoria de Bicoca, masacraron en las escalinatas
de la basílica de San Pedro, a casi toda la guardia suiza.
Su Santidad Clemente VII, pudo escapar a través del
passetto que une el Vaticano con el castillo de Santa Ángelo
No podemos caer en el pillaje, ni destrozar monasterios
sólo porque no sean nuestros, ni arrasar a la población, ni
robar obras de arte. Menos mal que el Espíritu Santo iluminó
al Santo Padre, y pagó los cuatrocientos mil ducados que por
Él pedíamos de rescate y así pudo salvar la vida. Desde
entonces el Papa y la Iglesia están de nuestro lado y todo
gracias a la intervención divina. Así todo está en su sitio, y no
en el lado equivocado de los Pirineos.

12
Recuerdo de un viaje por España GARCIA FERNANDEZ 1.862

34
Sin ir más lejos, gracias a la providencia aquí al lado
nuestro, los vecinos de Mora que antes eran comuneros,
pasaron a ser del emperador, ya que gracias a la intervención
de la divina, comprendieron después de ser masacrados en su
iglesia, que debían de cambiar de bando. La providencia hizo
que tocaran las campanas, los soldados supieron así que
estaban refugiados y no desaparecidos del pueblo y
procedieron a su conversión. ¡Pero no, nosotros no somos
salvajes! Somos soldados al servicio de Carlos.
Allí empezamos Beltrán y yo junto con otros soldados
a aficionarnos a las apuestas, haciéndose muy animadas las
sesiones, según tuvieran las arengas o los sermones una
duración determinada. Así ganábamos unos u otros, a mí, un
“pater” me hizo ganar dinero, y tan picado estaba yo en el
tema que llegué a pedirle en confesión que el sermón se
alargara. Él no veía motivo de porqué tenía que hablar tanto, y
traté de convencerle de que sus sermones eran muy
importantes para mantener la moral de las tropas.
Él me manifestó que más de dos horas y media, ya no
sabía de qué hablar y yo le sugerí –Mirad reverendo padre,
cómo la mayoría procedemos del campo quedaría bien hablar
de la agricultura en los tiempos de Isaac y Jacob, y sí había
nabos, o qué se cultivaba en aquellos tiempos anteriores a
nuestro Señor Jesucristo, eso nos haría sentir muy cercanos a
las Sagradas Escrituras–
Yo no sé si le llegué a convencer del todo, pero el
sermón se me prometía de casi tres horas, aposté todo lo que
tenía por él ¡Iba a ser el sermón más largo de la historia!, pero
cuando todos estábamos pendientes de que se produjera…
Apareció el cura ronco total y sin un hilo de voz, hablaba por
señas, lo que nos hizo caer en la bancarrota, nadie se atrevió a

35
reírse delante de mí, porque otra de las cosas a las que me
dedicaba era a ganar peleas con todo aquel que me lo
propusiera, y siempre salían volando por los aires.
Pero volvamos a los momentos después de la arenga de
don Álvaro Pérez de Guzmán.
Dormimos al raso y allí descubrí un mal que tenía mi
criado Beltrán, se levantaba y andaba por todo el campamento
con los brazos estirados hacía adelante como para no chocarse
con nada, y así se fue a orinar a una tienda. Él, que siempre lo
hacía en medio del campo. Di gracias al cielo porque nadie se
dio cuenta, si no, lo hubieran matado allí mismo, porque los
tercios no aguantan bromas de ningún tipo, después de eso se
puso a gritar diciendo que el Papa estaba metido en un gran
saco y había que liberarle.
–A vos sí que os vamos a meter en un saco, como no os
calléis– gritaban algunos soldados. Al día siguiente Beltrán no
se acordaba de nada, pero no hubo perdón y lo mandaron a la
porra.13
Continuamos nuestra marcha cada vez más ligera, lo
que era normalmente siete leguas por jornada, había que
aumentarlo a diez, porque éramos los temidos tercios del
duque de Alba, y nosotros nos jactábamos de ello ansiosos por
llegar al terreno de combate y medir nuestras fuerzas contra
esos franceses. Gente que no sé por qué oscura razón, habla
con la nariz, y ponen la boca como si fuera el ano de una
gallina.

13
El soldado que marcaba el paso de la Infantería, llevaba una barra que
terminaba en una porra, cuando cesaba la marcha hincaba la porra en el
suelo y ese era el sitio donde tenían que permanecer los arrestados. De
ahí mandar a la porra a alguien.

36
Cuando íbamos llegando casi a Barcelona,
encontramos en el camino gran cantidad de ahorcados que
pendían de los arboles como fardos, algunos llevaban mucho
tiempo dado el grado de descomposición que presentaban, eso
sí todos estaban sin ojos y sin labios y a algunos les faltaban
los pies. Supimos que eran bandoleros que habían ajusticiado y
dejado ahí para dar un escarmiento. Nos fuimos adentrando en
el campo pero no lo suficiente, ya que el olor de mortecina era
muy potente, acampamos al lado de un molino de agua
cubierto de hiedra y madreselva. Era un entorno como sacado
de una poesía bucólica, con su corriente de agua, y las riberas
llenas de flores, un lugar que invitaba al amor entre los
pastores, y a escasos metros, el horror. Igual que la vida
misma.
Con grandes deseos de descansar, nos acomodamos al
raso Beltrán y yo. Empecé vigilándole porque todas las noches
salía de imaginaria, pero era tal mi cansancio que caí
profundamente dormido y no le pude controlar. Se fue a la
tienda de los capitanes, agarró un pergamino y se marchó lejos
del molino donde había una arboleda, allí de cada árbol
pendía un ahorcado. Éstos se balanceaban en sus cuerdas por
culpa de los empujones que les daba Beltrán, hasta que uno
cayó, y asustó a los que lo vieron. Nadie se atrevía a acercarse,
porque los valientes tercios tenían miedo de los muertos. Pero
Beltrán seguía – Leed, leed– y señalaba el pergamino con el
dedo índice de la mano derecha.
De súbito, salió de entre las matas un criado que se
había acercado picado por la curiosidad, quería ver a los
soldados y sobre todo le había llamado la atención, ver a uno
de ellos, increpando a los ahorcados.

37
De repente Beltrán sacó unas fuerzas inusitadas y
agarró al mozo y le dijo –Leed, leed– y este le respondió en
lengua catalana.
–Mare de Deu. I tu què em donarás soldat?–14
(Conocido es que estos lugareños no hacen
absolutamente nada de balde, aunque se vean en necesidad
extrema).
–¡Un espadazo!–
–Está boig, boig15.
–Leed, u os mato– El pobre catalán, acordándose de lo
que oía a través de las ventanas, cuando el “domine” enseñaba
a leer a los hijos de su señor, empezó a dar grandes gritos, – la
m con la a ma, la m con la e me, mientras Beltrán le señalaba
con el dedo índice en el pergamino.
Llegaron los soldados, cogieron a Beltrán y el capitán
lo volvió a mandar a la “porra”. Y así pasó gran parte del
viaje, debido a su mal de andar por ahí dormido, y sin
acordarse de nada de lo que hacía, al día siguiente.
Al fin llegamos a Barcelona ¡Qué ciudad! Aunque
había pasado por seis pestes sucesivas, una de ellas negra, y se
había reducido su población. En aquellos días era una ciudad
bulliciosa, todas las tropas nos habíamos concentrado allí. La
actividad se limitaba al ámbito del Mediterráneo, allí se
construían barcos para la guerra sobre todo para las
expediciones a Italia.
Su riqueza aumentó, porque estaba en la ruta de los
metales preciosos que venían de América. Iban de Sevilla a
Génova pasando por Barcelona.

14
Madre de Dios ¿.Y tú que me darás soldado?
15
Boig significa loco en catalán.

38
Una vez acomodados, fuimos a pedirle a Dios que nos
ayudara en nuestro objeto –Llegar, ver y vencer–
Con la llegada de las tropas, el tránsito por las calles
era tumultuoso y caminando un día por la rambla, pude ver
asomada a la ventana a la mujer más bella, que yo nunca había
visto, me interesé por ella tanto, que ocupaba todo mi
pensamiento. Ya ni me acordaba de la guerra, ni de para que
estaba yo en esa ciudad. Le dije a mi criado Beltrán que
preguntara por ella, su nombre, sus costumbres…Pasaba el
tiempo y ya casi nos teníamos que marchar. Yo ganaba dinero
peleando contra los más forzudos de los soldados, tanto creció
mi fama que se organizó una pelea en la plaza del
ayuntamiento, en la que yo solo, tenía que pelear contra diez
hombres, a los que dejé maltrechos en media hora. Mi nombre
corría por las calles y yo, sin saber el suyo. ¡Ay la bella de la
ventana! Si yo pudiera saber algo de vos, sólo alguna cosa.
Yo rezaba y le pedía a Dios que me la pusiera en mi
camino y así fue. Una mañana, ¡Qué mañana! Cuando ya
faltaba poco para partir porque las tropas se habían
aprovisionado, fuimos a la iglesia de Santa María del Mar que
estaba recién construida, y allí rodeada de gentío apareció mi
ángel, quiso coger agua bendita para santiguarse, y no
alcanzaba a la pila. Yo arrebatado de emoción me hice paso
entre la gente, arranqué la pila de cuajo, y dejando un boquete
en el suelo se la acerqué a mi dama y le ofrecí el agua
bendecida, una vez que la tomó, volví a colocar la pila en su
sitio y le dije.
–Si me miráis a los ojos, tendréis un hombre para toda
la vida–

39
A lo que ella sin mirarme, con una voz ronca, como la
de un descargador del puerto que tuviera la garganta rota por
el mal vino, me contesto.
–Fora d’aquí, animal no em posis mes en ridicul–16.
Yo la dejé estar y me enfrié como un lagarto en el mes
de Enero.
Una vez más, la vida me enseñó que las apariencias
engañan.

16
Fuera de aquí animal no me pongas más en ridículo.

40
Capítulo VI. De cómo participé en la batalla más
maravillosamente confusa de todos los tiempos

–¡Qué gran día para estar vivos!– Llegamos por fin a


un territorio cercano al Piamonte y vimos con sorpresa que
parte de nosotros fuimos destinados bajo el mando de
Fernando de Ávalos17, que era italiano-español.
El ejército iba a estar formado por italianos, alemanes y
españoles lo que hacía muy difícil el entendimiento entre
nosotros, sobre todo a la hora de construir el campamento y en
toda la organización de las acciones bélicas.
Pero es sorprendente los grandes beneficios que aporta
el vino en favor de las relaciones humanas, era maravilloso ver
cómo personas que no se conocen de nada y que tienen distinta
lengua, comienzan con hostilidad y terminan abrazándose unos
a otros y hasta cantando una canción.
Así, Beltrán andaba por ahí tratando de embaucar a
unos y a otros, con nuestras apuestas sobre las arengas y hasta
los alemanes que más que hablar parece que ladran,
entendieron muy bien el procedimiento. Nosotros no
necesitábamos que nos dijeran nada, somos los tercios y
peleamos por el emperador y aunque se nos retrasen en la
paga, no la reclamamos hasta después de la batalla18, así que,

17
Memorias Cronológicas., Carrillo 1.620
18
Los tercios españoles Historia de España. Marqués de Lozoya.

41
¿Por qué no ganar unas monedas? Ya que tenemos que sufrir
las arengas.
Nos concentraron antes de la construcción del
campamento y Francisco de Ávalos nos dijo en italiano y
medio español.
–En la célebre reunión del Colegio de cardenales y de
todos los embajadores de la cristiandad en presencia del
pontífice, el emperador que se expresó en español, se quejó de
los agravios del rey de Francia, ne capite? Y para evitar daños
de guerra “adonde padecen ordinariamente los que no tienen
culpa” propuso que la cuestión se decidiese en combate
singular entre ambos soberanos, ne capite? Y desafió a
Francia, cómo y de la manera que a Francisco I le pareciera,
con las armas que le plazca, en una isla, en un puente, a bordo
de una galera amarrada en un rio ne capite?.
Nunca semejantes combates llegaron a celebrarse y el
discurso de Carlos era una declaración de guerra. (Grandes
vítores, suben las apuestas).
Pero como eso no se iba a realizar. Aquí estamos
nosotros para llevar a cabo los deseos del emperador, ne
capite?
Ya Carlos hace dos años propuso resolver el problema
mediante la boda de su hija María con el hijo de Francisco, la
pareja heredaría Países Bajos, Borgoña tras la muerte del
emperador, Francisco debía de cesar en sus reclamaciones
sobre el ducado de Milán y Saboya, las negociaciones no
llegaron a un acuerdo ne capite?.
Y ahora este mismo año Francisco se alía con los
otomanos en contra de Carlos y de la cristiandad.
Misteriosamente muere Rincón el embajador francés
en la corte otomana y responsabilizan al emperador. Y…

42
Francisco nos declara la guerra ne capite? Y aquí estamos en
este maravilloso mes de Abril en el precioso campo de
Ceresole d’Alba en la región del Piamonte–.Seguía y seguía…
hablando.
Aquel día llenamos los bolsillos. Algunos incautos no
sabían lo que era un italiano en uso de la palabra, y
desplumamos a los alemanes que no daban crédito de cómo
una persona puede hablar tanto y tan rápido, ni que decir tiene
que desde ese día a Ávalos le llamábamos “el ne capite”19.
Después de aquello había que construir el campamento,
y nos pusieron bajo las órdenes de un alemán maniático del
orden y muy indeciso. Primero eligió el terreno, un leve
declive de una colina de manera que el lado anterior del campo
se correspondiera con el punto más bajo del declive, cuando ya
estaba decidido dijo– Mejor a los pies de la colina–.
–No, mejor que frente al campo tengamos un
terraplén–No me gusta– Allí veo un curso de agua, esto nos va
a hacer más difícil un ataque por sorpresa.
La verdad es que ya estábamos deseando que nos
dieran un susto.
Nuestro campamento tenía forma de rectángulo, para
fortificarlo se excavó un foso que rodeaba todo el campo y se
levantó con la tierra extraída.
Lo primero era designar la tienda de “ne capite”, tenía
que ser de sesenta metros de lado, luego las tiendas del
comandante y lateralmente las tiendas de oficiales,
suboficiales y refugio para los caballos.

19
Ne capite, significa lo comprendéis en español.

43
Ante la tienda del general estaba el altar de campaña, al
margen del rectángulo estaban los alojamientos de los
soldados, jinetes y tropas auxiliares.
El alemán cuyo nombre no llegué nunca a aprender, era
tan maniático que hizo poner un número a cada tronco, y hasta
las astillas que hacían de cuña tenían numeración, y allí nos
tienen con los soldados que la mayoría no sabían leer ni
escribir, estupefactos cuando les pedían traer la astilla treinta y
tres o si no, mejor la cuarenta y cuatro.
Entre el terraplén y las tierras pasaba una vía muy
ancha, que aseguraba la libertad de movimientos de las tropas
y un espacio entre los soldados y los arcabuces enemigos. Al
fondo del campo se hallaba el alojamiento del intendente.
(Amistad que había que cuidar), allí estaba el grueso de la
impedimenta y también las máquinas de guerra.
En este caso, cómo el enemigo estaba muy cerca, era
necesario tomar muchas precauciones, tanto en la construcción
endiablada del campamento, como luego durante el
acuartelamiento de las tropas.
Nuestros destacamentos de caballería despejaban el
terreno circundante en todas direcciones, mientras los soldados
trabajaban incansablemente en la construcción del terraplén.
Beltrán que era un hombre de acción se quejaba de
tanta albañilería, pero como era muy alcahuete conoció a gente
muy interesante, entre otros a Gonzalo el espía, un tipo que era
de Ocaña, sordo mudo de nacimiento, vivía como un rey
gracias a sus amoríos. Tenía mucho éxito con las mujeres y
realizaba servicios de espionaje para el ejército imperial.
Era un espía muy curioso, aunque no pronunció ni una
sola palabra en toda la vida. Resultaba un prodigio verle contar
historias por medio de gestos; y verle era igual que oírle, con

44
la ventaja a favor de que ni hacia ruido al contar, ni para contar
necesitaba silencio a su alrededor. Así nos podía relatar
historias en medio de un melodrama entre el capitán y los
soldados o en medio de una arenga o sermón del pater. No
parecía buena condición para uno que se tiene que enterar de
muchos secretos, ser sordo, pero él lo hacía. En cierta ocasión
estaba con su amante Margot la de Albí, y ella le decía muy
apasionada– Siento en mi pecho un incendio, mi amor por vos
es puro fuego que me quema las entrañas–¿eh?– Que mi amor
por vos es puro fuego–¿eh?–Fuego, fuego, mi amor por vos es
puro fuego–Y Gonzalo se puso a gesticular como un poseso –
Y todos los de la cabaña gritaron –¡Fuego! con lo que se
organizó tal barullo, que salió toda la gente corriendo hacia el
rio a por agua y él pudo escabullirse de una situación que se
presentaba muy complicada.
Nunca comprendí como siendo tan sordo, las mujeres
bebían los vientos por él, según me dijo Beltrán es que él
jamás las interrumpía cuando ellas hablaban, y así a ellas,
nunca les faltaba conversación consigo mismas.
Beltrán y yo conocimos también a Diego Chirino, a
Juan Vela de la Bolea de Uceda y al que fue también un gran
amigo Fernando Zapata que era de Madrid y estaba deseando
volver para casarse con su amada Elena20. Hombres valientes y
fuertes, de apariencia todo lo agraciada que un hombre puede
tener, manejaban muy bien la espada y terminamos siendo
muy buenos amigos.
Nosotros seguíamos con nuestras apuestas. Iba yo a
galope cuando se me ocurrió viendo un gran tronco de árbol, la
idea de subir al caballo con solo el esfuerzo de mis piernas por

20
Manchegos famosos en los tiempos de Cervantes .JOSE SANZ DIAZ 1966

45
los aires, y mantenerlo suspendido por unos minutos. Allí le
hice yo ganar dinero a Diego Chirino, Fernando Zapata y a
Gonzalo el espía.
Esto me hizo ser famoso en el campamento, y entre las
cabañas que se establecieron alrededor de él.
Pero cuando más se afianzó nuestra amistad, fue una
noche que formábamos parte del mismo escuadrón de
exploración, una parte se ponía en la puerta, y se escalonaban
centinelas a lo largo de todo el terraplén.
La noche era de seis de la tarde a seis de la mañana, se
dividía en cuatro periodos de tres horas cada uno (vigilia). El
relevo de centinelas era avisado por trompeteros, la inspección
de la guardia era severísima.
Cuando de súbito, entre la maleza aparecieron unos
encapuchados que bajaban de los árboles. De repente apareció
Gonzalo que arrancó medio prado y me lo ofreció, y yo, que
además de tener mucha fuerza no soy nada tonto comprendí
que me quería decir ¡Céspedes! Y desapareció en la oscuridad
llevándose consigo la hierba.
Juan Vela de la Bolea y yo empezamos a mandobles
con ellos, con mucho cuidado los hacíamos volar por los aires,
y atrapamos a dos que informaron a Avalos de la ubicación de
su campamento y del número aproximado de sus compañeros.
Luego supimos que Gonzalo desmintió todo lo que dijeron
estos franceses, él los observó, y vio como hacían
movimientos extraños con las manos y los ojos. No estaban
diciendo la verdad.
Nuestro espía se entrevistó con Avalos, hizo gestos con
dos dedos en horizontal y ondulantes que subían y bajaban,
que por lo visto significaban– por el monte corren las
sardinas– lo cual quería decir– mentira, sí señor, eso quería

46
decir ¡mentira!–porque ya se sabe que esos peces, no van por
el monte. Después Gonzalo continuó con Avalos. Éste terminó
también haciendo gestos, y… le vimos cómo se llevaba las
manos a la cabeza con desesperación. Y ya Gonzalo informó
de lo que sabía.
Debo reconocer que los procedimientos de
comunicación con Gonzalo eran un poco enrevesados y alguna
vez desesperantes, pero resultaba entretenido en este periodo
de guerra, en el que las batallas eran concertadas de antemano
y no se atacaba sino que se esperaba el día y la hora y cabían
pocas sorpresas. Era como el que va a que le vea un físico.
Aunque, eso sí, había mucha animación alrededor de los
campamentos.
Los soldados después de una larga jornada, cubiertos
de sudor y polvo con las ropas y armas en desorden, se
recomponían y salían al exterior, donde milagrosamente se
acababa el silencio verde, y se llenaba de campesinos, que ya
han llevado al establo a sus bueyes, las ovejas y los cerdos; un
gentío que ni en los mejores días de feria. ¿Quiénes son? Son
los traficantes que van siempre detrás de un ejército.
Cabañas de comida, ropa, elementos para limpiar las
armas, medicinas para curar pequeñas y grandes heridas y
enfermedades, golosinas y ¿Cómo no?– las cabañas de
diversión. Había unas que tenían dos cipreses pintados en la
puerta, eso significaba comida y bebida, la mejor era la del
“Viruela”. Este hombre no tenía la cara muy lisa, pero si buen
vino y asado. Y luego estaban las cabañas que tenían tres
cipreses pintados en la puerta en las que se ofrecía comida,
bebida y buena compañía, de estas últimas era muy fiel
nuestro amigo Gonzalo el espía, que por gestos era capaz de
hacer perder la cabeza a todas las italianas que allí trabajaban.

47
Yo era muy admirado por una tal Cuaresma, debo
reconocer que tenía un nombre poco apropiado para su oficio.
Ella quedó encaprichada de mí, porque me veía pelear y le
maravillaban mis grandes fuerzas, me acosaba constantemente,
pero tenía un problema le olía el aliento a cuatro tiros de
arcabuz y tenía una piel tan áspera, que una vez que le cogí la
mano casi pierdo las huellas de las yemas de los dedos. Yo
siempre me andaba escondiendo de ella, y mis compañeros se
reían a mis espaldas, porque si se ríen delante de mí, los crujo
como cáscara de nuez.
Hasta que por fin llegó el día. El cielo era como una
gran flor de cardo, era el momento en el que el sol y la luna
rivalizan por estar en el infinito azul. Era el día de la batalla,
nuestro capitán seguía las instrucciones de Avalos, con una
meticulosidad que rondaba la locura.
–¡Formación! frente de cincuenta hombres con una
profundidad de ocho filas–
–El espacio entre una fila y otra un metro y medio,
entre hombre y hombre un metro, espacio suficiente para
marchar sin chocar unos con otros, pero no para manejar la
espada, ni la pica.
El tercio se formaba en batalla de dos maneras
distintas, según hubiese de conducir una acción ofensiva o
resistir manteniéndose a la defensiva.
Nuestro capitán nos dijo–Vamos a la ofensiva, así que
dos líneas, con cinco bloques para cada línea–
O mejor tres líneas con cinco bloques por cada línea. O
mejor cinco líneas con tres bloques–Claro que teniendo en
cuenta la naturaleza del terreno– Vamos a formar sobre una
línea con forma circular, que en realidad es una escuadra que
para eso estamos en campo abierto, así se protegen todas las

48
partes, necesitamos un espacio interno de cien a ciento veinte
metros–Esto parece muy defensivo y nosotros vamos a atacar,
haremos lo que haría el Duque de Alba si estuviera aquí.
–Tercios formados uno al lado del otro, cada uno sobre
tres líneas e iréis al asalto alternativamente, de manera que los
primeros de la primera fila cuando se agoten, se puedan retirar
para reponerse en los espacios de los de la segunda fila que
pasará a atacar y así sucesivamente–ne capite?.
Las unidades de caballería cada uno de doce
escuadrones de treinta y dos jinetes, a ambas alas del ejército,
así protegeremos los movimientos del flanco enemigo, y poder
lanzarse mejor a la persecución. Ne capite?–
Juan Vela de la Bolea me decía–, Bloques, líneas, doy
gracias por ser de caballería, que parece ser lo más claro–
Fernando Zapata prorrumpió en carcajadas.
–A ver, la infantería ligera al lado de la caballería. –––
Los ballesteros y los piqueros darán comienzo a la batalla y no
se combatirá de forma dispersa–
El comandante en jefe después de esto y del mareo
consiguiente decidió pasar revista a las tropas, y nos arengó
animándonos a la lucha. Esta vez no hubo apuestas.
Se colocó en el puesto de mando en el ala derecha. Dio
orden a los trompeteros que anunciaran el ataque y gritó– ¡por
el emperador, por el sacro imperio!–
Sólo nosotros gritamos por ¡España! Y Gonzalo el
espía dibujó en el aire una piel de toro e hizo un brindis
imaginario al cielo.
Aquello fue desde el principio una confusión horrible.
Francisco de Borbón el general enemigo francés y Avalos,
terminaron disponiendo las tropas en dos elevaciones
paralelas. El relieve del campo de batalla era muy irregular,

49
después de tanta preparación, los soldados actuaban
individualmente con un heroísmo digno de mejor causa, sin
coordinación ninguna21. El comienzo fueron una serie de
escaramuzas entre los arcabuceros de ambos lados y un inútil
intercambio de artillería.
Avalos ordenó avance general en el centro ¡con lo bien
colocados que estaban los lansquenetes22 imperiales! pues
chocaron con la infantería francesa y suiza, sufriendo
muchísimas pérdidas.
En la zona sur del campo de batalla, la infantería
italiana al servicio del emperador fue hostigada por la
caballería francesa, y tuvo que retirarse tras conocer que las
tropas imperiales habían sido derrotadas al centro. Mientras
tanto al norte, la línea de la infantería francesa se desmoronó.
A esta batalla se la llamó “La gran matanza”.
Un hermoso espectáculo para quien quiera que
estuviese en lugar seguro y sin ocupar, ya que nos enfrentamos
utilizando todas las tretas y estratagemas de la mezquina y
maldita guerra.
Podíamos haber aprovechado que la infantería francesa
estaba deshecha y matar a todos sus capitanes de la línea
frontal, pero nos encontramos que habían sido tan ingeniosos
como nosotros, ya que tras la primera línea de piqueros, habían
situado pistoleros.
Ninguno de los bandos disparó hasta que no estuvimos
tocándonos y entonces hubo una matanza en masa, se
dispararon todas las armas; la fila frontal de ambos lados cayó
abatida.

21
“El arte de la guerra”. .OMAR.
22
Lansquenetes eran mercenarios alemanes famosos por su ferocidad
indisciplina y avidez por el botín, que combatieron con los tercios.

50
La columna imperial dio media vuelta y se retiró a su
posición inicial.
¡Nos habían vencido! Mi primera batalla y hemos sido
vencidos, yo sentía una rabia inmensa, pero mi buen
compañero Beltrán me recordó, que era un buen día para estar
vivos.
Yo nunca había visto matar en masa así a la gente, que
moría desmembrada en lagunas de sangre, los gritos eran
aterradores, brazos, piernas, cabezas volaban por la pólvora y
yo lejos de acobardarme o de impresionarme me crecía y
andaba dando mandobles y reventándole la cabeza a los
enemigos. Llegó un momento en el que había tal confusión
que no nos distinguíamos unos de otros.
Los de caballería estábamos bajando la maldita colina
cuando nos dieron orden de retirada, yo me negaba a ello.
Estaba loco.
Nos habían vencido. Los que se dedican a contar
muertos dijeron que hubo doble número de bajas de los
nuestros, que de los suyos.
Cabalgamos sin tregua hacia las montañas, mi pobre
corcel estaba herido, en mis ojos permanecía el color rojo, en
mis oídos el ruido de la pólvora y los gritos en todas las
lenguas de la gente, un olor a mortecina a metálico a muerte
me impregnaba todo el cuerpo, todo yo era una masa de barro,
sudor y sangre. Y mi madre sabía cien oraciones… Así fuimos
sin sentido Diego Chirino, Bolea, Fernando Zapata y yo, mi
caballo ya no pudo aguantar más y cayó al suelo, no podíamos
hacer nada por él. Estábamos perdidos, agotados, nos
tumbamos debajo de un árbol frondoso y dormimos durante un
día y una noche seguidos. Cuando de pronto, alguien nos
zarandeó.

51
Yo cogí mi “valenciana” mi fiel compañera que todavía
estaba ensangrentada, pero enseguida decliné mi actitud, al ver
un carromato de gitanos y entre ellos vestido con un pañuelo
en la cabeza y un aro en una oreja a Gonzalo el espía y a
Cuaresma, mi pesadilla.
–Qué suerte, encontrar a los viejos compañeros cuando
se les necesitan, mas continuad con vuestro relato, estoy muy
interesada en escucharos. –Dijo Marién
–Marién gracias por escucharme, esta noche necesito
verter todo lo vivido. El tiempo se me ha escapado entre los
dedos y se me ha derramado en el suelo. Ahora contando todo
lo que me ha ocurrido, parece como si lo pudiera recoger de la
tierra.

52
Capítulo VII. De cómo viajamos hasta Bonzano.
Atravesamos los Alpes Dolomitas y llegamos a
Baviera. Reunión con el Duque de Alba.

– ¡Hágase tu voluntad, Dios mío!– exclamé, y todas


mis facultades estaban alertas. La alegría nos desbordaba.
Es admirable cómo se exaltan las emociones en
tiempos de guerra, del amor más apasionado, al odio más
profundo y salvaje.
Nos subimos en uno de los carromatos, yo había
perdido mi corcel y agradecí al que parecía el jefe de los
gitanos que nos hubiera acogido, pero estos hablaban una
lengua muy extraña, luego me enteré que era ladino, y ya nos
dolían todos los músculos de la cara y el cuerpo con lo de la
comunicación. Gonzalo sordomudo y los gitanos hablaban
ladino, era cómico vernos, todo por señas, era para volverse
loco.
Llevaban consigo un oso que llevaba un aro en el
hocico iba dentro de una jaula y en sus actuaciones tocaba la
pandereta, también llevaban unos perritos que se ponían a dos
patas y bailaban al corro cuando el oso hacía su actuación. Un
hombre jugaba con fuego y sacaba monedas de todas partes.
Había cuatro mujeres que cantaban canciones que siempre
terminaban en un “io, io, io,iooooo”.
Aquello me fascinó y alegre me puse a cantar con mis
compañeros.

53
“Cuando el sol lanza sus primeros rayos
Sobre la tierra en calma,
La colina y el bosque,
El valle y la montaña
Despiertan y cantan…
¡Qué alegría inunda el corazón!
Si yo tuviera alas para volar por el inmenso cielo,
Despejado y azul, de la mañna.”
Todos cantamos, menos Fernando Zapata, que se puso
melancólico recordando a su amada Elena.
Me sorprendió, que había unas cortinas en uno de los
carromatos que no se descorrían en toda la jornada y que
cuando me acercaba a ellas, los gitanos me lo impedían
amablemente. No le di importancia y decidí colaborar con
ellos en el espectáculo, así que me puse manos a la obra, les
dije con gestos que se sentaran todos en un banco, y yo los
subía por los aires y les hacía girar una vuelta, eso les gustó
mucho, y deslizando el dedo pulgar de la mano derecha sobre
el índice varias veces, me hicieron entender que ese acto les
haría ganar mucho dinero.
Nosotros seguíamos nuestro camino. En nuestra
dirección se alzaban ante nuestros ojos, ásperas montañas
surcadas de barrancos grises, en los que la oscuridad reinaba
desde hacía largo tiempo, y cuanto más avanzábamos, más
salvaje y solitaria se hacía la comarca. La luna se mostró
detrás de las nubes, proyectando de súbito entre los árboles y
las rocas una luz tan clara que uno se estremecía de la belleza
ante tal espectáculo.
No podíamos avanzar sino lentamente por los estrechos
barrancos pedregosos, y el rodar monótono y continuo del
carromato, al repercutir contra las paredes de los roquedos,

54
resonaba a lo lejos en el silencio de la noche, como si
entrásemos bajo la bóveda de una vasta caverna, Sólo las
cascadas, por desgracia invisibles, murmuraban sin cesar en el
fondo de los bosques, y los mochuelos chillaban sin tregua en
la lejanía:
–Ven a mí –Ven a mí –Ven a mí–
Los gitanos, en un claro muy angosto pararon los
carromatos para pasar la noche, encendieron unas hogueras
para asar unos conejos que habían cazado por el camino. Yo
estaba sentado en el suelo cuando un rayito de luz me hirió en
los ojos, eran unos espejitos que adornaban la cabellera
trenzada de una mujer. Su perfil de virgen adolescente se
recortaba en el claro de luna.
Aquella noche me fue imposible conciliar el sueño. –
¿Quién sería aquella mujer?
Beltrán que era muy alcahuete y se enteraba de todo,
me dijo al día siguiente que era la hija del patriarca de los
gitanos, y que la conducían a Trento donde iba a casarse con
un comerciante de sedas muy rico.
El valle lo mismo que mi corazón amaneció cubierto de
niebla, como si todo estuviera cubierto por un velo gris,
nuestros compañeros tampoco estaban muy animados,
necesitaban llegar a algún pueblo para ganar algo de dinero y
abastecerse.
A lo lejos apareció una aldea, acampamos a una legua
del lugar porque los gitanos no pueden instalarse en los
pueblos, como tampoco pueden enterrarse en las iglesias.
No tuvimos buenos augurios, porque apenas vimos
basura de las caballerías, no había mierda, que es lo que se
desean los cómicos antes de actuar, esa ausencia era señal de
que no había feria ni tránsito de personas.

55
Los ladinos estaban muy desanimados. Gonzalo, Diego
Chirino, Bolea, Zapata y yo, nos ofrecimos a hacer una visita
al pueblo e inspeccionar lo que había.
Antes de salir, un rayo de luz volvió a herir mis ojos y
esta vez pude ver a su autora. Tenía el cabello trigueño lleno
de trenzas, que se hacía con cintas de todos los colores y una
peina de cristal en lo alto de la cabeza, eso era lo que me
deslumbraba, sus ojos eran gotas de ámbar en una almendra
rodeada de hilos de terciopelo negro, su nariz era perfecta y su
boca era muy bizcochable, besable, amable, agradable,
deseable…
Quedé con el corazón galopando sin control,
escalofríos me recorrían todo el cuerpo. Yo la miré y ella bajó
la mirada, cubriendo sus trenzas y su cara con una seda
carmesí.
En este estado de ánimo, Cuaresma me abordó y yo
pensé decirle lo más delicadamente posible, que puede decir
un hombre de Ciudad Real, hidalgo, guerrero, y muy fuerte a
una mujer que no se quiere y que te acosa constantemente.
–Que yo no la quería, que mi corazón estaba en otro
sitio, que se olvidara de mí, que no era posible entre nosotros
ninguna relación, que no había atracción, ni sentimiento, ni
cariño, que no me gustaba su comportamiento, ni el oficio al
que se dedicaba, que nuestro amor era imposible. Resumiendo
le dije, –Uuuuda hermosa ¿Es que no tenéis otro perejil que
mondar? –Andad raudo “troncha peines”–
Cuaresma se me quedó mirando, y empezó a soltar
maldiciones por su boca de tal forma, que hasta los ladinos,
que no entendían español, empezaron a santiguarse con tal
velocidad que casi se desgracian un ojo.

56
Yo me arrepentí, le dije que me comprendiera y le pedí
perdón.
Seguía envuelto en mis pensamientos, pero la acción
hace que se superen todas las melancolías, y nos acercamos al
pueblo. Era muy tenebroso a la niebla se le sumaba el humo de
una hoguera medio apagada. En la entrada del pueblo había
seis calaveras cubiertas de verdín y hasta de musgo. Los
hombres eran negruzcos de mugre, andaban encorvados
mirando al suelo, más de lo que ellos quisieran. Estaban muy
asustados y nuestra presencia les hizo correr y refugiarse en
sus cabañas. Miraban lo que quedaba de nuestros uniformes y
se aterrorizaban.
Volvimos al campamento y contamos lo que habíamos
visto, los ladinos y Cuaresma se fueron a hablar con ellos.
Resultó que habían llegado con anterioridad tropas del Duque
de Alba, o sea las nuestras. Les ofrecieron alimentos, animales
y hasta monedas, con la única condición de que tenían que
delatar a los que fuesen luteranos. Nuestros soldados regalaron
comida y saludaban a todos con amabilidad y les dijeron que
tendrían todo lo que quisieran, si al menos denunciaran a cinco
herejes. Si no lo hacían, los pasarían a todos a cuchillo.
En aquel pueblo se organizó un infierno. Los vecinos
ante el miedo a la muerte, trataban de ponerse de acuerdo en
qué cinco personas podían acusar de luteranismo. Empezaron
a pensar primero en los que les caían mal, luego pasaron a los
ricos porque casi todo el mundo les debía dinero, y así podrían
saldar sus cuentas, luego fueron a los mujeriegos, porque así
descansarían en paz sin vigilar tanto a las mujeres, después se
dedicaron a denunciar a los que eran orgullosos y matones
porque humillaban al resto de la gente. Luego acusaron a los
pobres, porque removían sus conciencias, luego denunciaron a

57
los enfermos, porque cómo les quedaba poco de vida sería una
oferta que les podía salir más barata. Las mujeres acusaron a
sus suegras estas a sus nueras, los hijos a los padres, las
mujeres a los maridos, estos a sus esposas y aquello terminó en
un pueblo lleno de luteranos condenados a muerte.
Nuestras tropas no tuvieron más remedio que pasarlos a
cuchillo, ante tal confesión pública de protestantismo. Sólo
quedaron cuatro enloquecidos que rezaban mecánicamente
“Ave Marías” y le pedían a la Virgen por su vida.
Mi madre, también sabía cien oraciones…
Caminamos hasta el valle de Adigio, rodamos así, por
montes y por valles, día y noche sin detenernos. Yo seguía
tratando de acercarme a la bella de las trenzas y ella me
repudiaba sin piedad, gracias a Beltrán supe que se llamaba
Beatrice, ella pasaba el tiempo haciendo trenzas a sus
compañeras, a sí misma, a cintas de colores. Yo anhelaba que
hiciera conmigo la gran trenza, principio y razón de la vida, la
que se formara con sus piernas entrelazando mi cuerpo, el
culmen de las trenzas.
Permaneció esquiva todo el tiempo, mi amigo Diego
Chirino me aconsejaba que me la quitara de la cabeza, que era
imposible. Ella ni siquiera quería mirarme, no conseguí nunca
la luz de sus ojos.
¡Cómo es la vida! – unas veces nos enamoramos y no
nos corresponden, y otras veces nos quieren y nosotros no
podemos amar.
Nuestro objetivo era llegar a Trento, ciudad más
populosa en la que podrían al fin actuar los ladinos, y yo
colaboraría y sobre todo nos abasteceríamos, luego
continuaríamos hasta Bonzano, para pasar luego el paso de

58
Brennero, y al fin Baviera, donde se reagruparían las tropas al
mando del Duque de Alba.
Cuando ya habíamos recorrido un buen trayecto, vimos
un hermoso vergel, en donde el sol matinal resplandecía tan
alegremente entre los troncos y las copas de los árboles, que
hacía que la hierba fuera una gran alfombra de oro.
No distinguiendo alma viviente en él, nos tumbamos
bajo los manzanos del valle, como domingo que era, el sonido
de las campanas llegaba desde los confines del horizonte, a
través de los campos silenciosos. Vimos a lo lejos campesinos
endomingados, pasaban junto a las praderas y los sotos, y
acudían de todas partes a la iglesia.
Yo exultaba; los pájaros cantaban y mi señora trenzada,
me sonrío. Entonces tuve un sueño: por la magnífica comarca,
que veía a mis pies, mi bella señora trenzada se dirigía hacia
mí: andaba, mejor dicho, volaba lentamente, entre los tañidos
de las campanas, cubierta con largos velos blancos que
flotaban en la aurora.
Después tuve otro sueño: ya no nos encontrábamos en
tierra extranjera, sino en Ciudad Real, atravesando la puerta de
Toledo, pero todo estaba silencioso y desierto, llegamos a mí
querida iglesia de San Pedro. Beatrice estaba conmigo muy
tierna y amable me cogía de la mano y rezaba con devoción,
luego salimos de la iglesia, ella se deshizo una de sus trenzas y
yo desperté de mi sueño, me encontré debajo de los manzanos,
y con la realidad.
Reanudamos el camino, pasamos por el gran lago de
Garda, a lo lejos pudimos ver la gran torre del castillo del
Buonconsiglio, la torre del Águila y conforme nos íbamos
acercando, el puente de San Lorenzo de la ciudad de Trento.

59
Había animación, y sí, los caminos estaban más llenos
de boñigas de animales ¡Por fin! Íbamos a tener suerte. Los
gitanos ladinos que nos acompañaban acamparon a una legua.
Los exploradores nos acercamos a la ciudad,
atravesamos sus puertas sin dificultad y nos encontramos con
un verdadero espectáculo.
Había cabañas de venta ambulante, como yo no había
visto nunca, además estaban las mismas que había al lado de
nuestro campamento en la batalla de Cerisoles. “Viruela”
había cambiado de negocio, vendía reliquias, imágenes de la
Virgen, velas de sebo, oraciones para todos los santos junto
con hierbas que curaban todas las enfermedades.
El olor era muy intenso a incienso y otras hierbas
aromáticas, aquello era un gran hormiguero humano. En cada
esquina, había un predicador rogando a Dios por los buenos
resultados del concilio, y es que en esos días estaba el papa
Paulo III en Trento, decididamente amigo de nuestro
emperador.
Objetivo de la reunión: fijar las fuentes de la fe. Las
Sagradas Escrituras y la tradición23.
Trento tenía una economía muy activa desde los
tiempos del príncipe obispo Bernardo Clesio.
Los obispos eran esperados como agua de mayo por los
comerciantes, por todo lo que arrastraban consigo, aunque
estos se hicieron de rogar, no parecían tener demasiado
entusiasmo, sólo se presentaron treinta y cuatro padres.
Nosotros abandonamos a nuestros compañeros de
viaje, yo con un gran dolor, sentía un agujero en el corazón por
dejar de ver a mi esquiva dama trenzada.

23
Concilio de Trento. Enciclopedia Larousse

60
Era necesario que estuviéramos cuanto antes en
Bonzano, fuimos a la casa de postas, cogimos sendos caballos
y emprendimos viaje.
Íbamos cabalgando los cuatro, cuando un jinete salió
bruscamente de entre la maleza, cruzó el camino a rienda
suelta a dos pasos de nuestros caballos y desapareció bien
pronto en dirección contraria a nosotros hacia los bosques. Era
un pequeño jorobado montado en un caballo blanco, el mismo
que en la casa de postas me perseguía con su cara de águila.
Rompió en carcajadas, Gonzalo a la vista de la loca carrera se
encogió de hombros, mi inquietud se fue disipando pues al
poco rato aparecieron unas luces, que cada vez se iban
haciendo mayores y más vivas, pasamos por fin delante de
algunas chozas ahumadas adheridas a las peñas. Como la
noche era calurosa, las puertas estaban abiertas de par en par, y
yo pude ver en el interior de las habitaciones más alumbradas,
un revoltijo de pobres diablos acurrucados como sombras
negras, en torno al fuego del hogar. Pero nosotros volamos
como un ruido de trueno en la noche silenciosa, subimos una
cuesta guijarrosa que trepaba por una alta montaña, tan pronto
los grandes árboles y las malezas disimulaban completamente
el camino, como un claro súbito permitía abarcar de una
mirada todo el firmamento, y en la llanura un silencioso
circulo de colinas, bosques y valles.
No fue preciso recorrer aun una hora, cuando pudimos
alcanzar al fin, un alto de la cuesta.
La puerta del castillo Tirol en Bolzano. Entramos por
una ancha torre redonda, cuyos altos se desplomaban ya.
Diego hizo chasquear su látigo y una bandada de
cornejas asustadas, salió bruscamente de todos los huecos y

61
grietas, con grandes gritos surcaron el aire en todos los
sentidos.
Entramos y las herraduras de los caballos arrancaron
chispas del pavimento de piedra, ladró un perrazo y así
entramos en el patio de honor del castillo.
Un corpulento anciano salió a recibirnos con una
lucerna de aceite, era un criado de los condes de Tirol,
parientes del emperador, que había dado órdenes de acoger a
todos los soldados imperiales supervivientes de la batalla de
Cerisoles, en su camino hacía Baviera.
El anciano nos lanzó bajo sus espesas cejas una mirada
torva, que a Gonzalo el espía muy acostumbrado a observar,
no le gustó nada, sus modales eran exquisitos nos dio el brazo
ayudándonos a descabalgar y nos condujo hacia una enorme
puerta. Allí había una mujer muy vieja, pero en otro tiempo
hermosa, llevaba una camisola y vestido negros y una toca
igual, de la que caía una larga punta sobre la nariz. Llevaba
apoyado sobre una de sus caderas un gran manojo de llaves, y
sobre el otro lado un candelabro encendido.
Nos dijo que había sido criada en España, atendiendo a
Maximiliano bisnieto del abuelo del emperador, que se educó
en nuestro país.
Su español era perfecto, disculpó la ausencia de sus
señores que se encontraban en Baviera en la boda de una
sobrina, boda a la que también asistía nuestro emperador.
Inexplicablemente nos acomodó en estancias
principales del castillo, nosotros éramos solo soldados
imperiales y lo lógico es que nos dieran albergue cerca de las
caballerizas, pero no fue así, y lo celebramos, nos anunció la
hora de la cena en el comedor del castillo y nos rogó que
fuéramos muy puntuales.

62
De pié apoyado en la chimenea del salón nos estaba
esperando el anciano, nos invitó amablemente a sentarnos a la
mesa, y nos comunicó que hoy era el día en el que enterraban a
Lutero, responsable de la desunión del sacro imperio. Los
electores, y príncipes alemanes se habían agarrado como agua
de mayo a sus doctrinas para poder conseguir la independencia
y seguir con su gobierno feudal a espaldas del emperador y de
la iglesia católica. Ésta que todo lo universaliza, y es
herramienta fundamental para gobernar un imperio en el que
no tienen nada en común sus integrantes, ni la lengua, ni las
costumbres, ni las leyes. Sólo la religión y Carlos, son la
argamasa de esta gran construcción.
Nos preguntó sobre Cerisoles y nosotros le hablamos
con sinceridad. Habíamos salvado la vida de milagro. Él nos
dijo – Esta es otra guerra. No es contra Francia, es contra los
príncipes alemanes y su luteranismo–
–Volviendo a Lutero– nos dijo como si fuera una vieja
chismosa
–Hay que ver cómo puede cambiar un hombre, de ser
un espíritu puro, sumergido en la Teología, una persona que
solo era piel y huesos, se ha convertido en un obeso
esclavizado por la comida y la cerveza, tanto es así que ha
muerto víctima de sus excesos–
–Además se manifestó sobre los judíos, de los que
abominaba ferozmente, llegando incluso a desear la hoguera y
el exterminio para todos ellos. Esto ha podido calar en el
pueblo alemán, pero no así en los príncipes y el mismo
emperador que vive gracias a sus banqueros.
Los Fugger siempre fieles a la casa de Habsburgo–
–¿Qué planes tienen para las próximas jornadas?– nos
dijo con displicencia.

63
.Solo sabemos que debemos ir a Baviera–Contestó Juan
de la Bolea.
–Antes deberán pasar por Innsbruck, allí se quiere
construir un cenotafio para el emperador Maximiliano, abuelo
del emperador y quieren rodearlo de esculturas de todos sus
hijos y esposas, también estarán Felipe de Habsburgo y la
reina Juana de Castilla, madre de Carlos–
La cena fue servida, con una vajilla de plata que nos
encandiló, pero solo comimos gachas y nabos cocidos, eso sí,
nos ofreció mucho vino.
–¡Hay que ver como la comida más infame, se puede
convertir en algo, con una fuente de plata!–
Nos sonó todo aquello a pura farsa. Nos retiramos a
descansar, para poder reanudar nuestra jornada al día
siguiente.
Me costaba dormir pensando en mis amores
contrariados y en Ciudad Real, pues ya hacía mucho tiempo
que había salido de mi casa. Cuando de pronto vi, cómo una
pequeña montañita, se deslizaba lentamente frente a la pared
de mi cama, me sorprendió, no sabía lo que era. Y vi, la
sombra de un cuchillo largo y muy fino que se alzaba, me
volví como una fiera, agarré la figura que resultó ser el
jorobado enano que trataba de asesinarme, sin más
miramientos lo defenestré, y fui corriendo a avisar a Diego y
Beltrán. Gonzalo como siempre, había desaparecido.
Rápidamente, nos preparamos para irnos. En la puerta
nos estaban esperando unos hombres armados, eso para
nosotros no era nada, nos repartimos el trabajo y dejamos un
montón de tarea para San Pedro, y otra poca, para los que
tienen que curar heridas.
Nos fuimos de allí, como alma que lleva el diablo.

64
Luego supimos que el anciano era Fernando de
Habsburgo, que aunque había ayudado al emperador en las
guerras de Italia y en algunos episodios de Alemania, no
estaba muy seguro de sus creencias religiosas, y sobre todo,
que sabía que no tenía esperanzas de gobernar bajo las órdenes
del emperador. Y sí, siendo elector entre los luteranos.
Beltrán a esto le llamaba –Es mejor ser cabeza de
ratón, que cola de león–
Otra ocasión en la que aprendimos mis amigos y yo,
que en la guerra la primera víctima es la verdad.

65
Capitulo VIII. De cómo nos unimos a los tercios
del Duque de Alba y tomamos Ingolstad

Era el día en el que el Ser Supremo, decidió inventar el


color gris. Hasta ese momento había hecho ensayos más o
menos acertados, pero ese día lo consiguió, y desde entonces
lo tenemos entre nosotros.
Estábamos casi encima del campamento a orillas del
rio Danubio y no lo veíamos. Ahí, en medio de la bruma
estaban el duque de Alba y sus tercios.
Aquí se mojaba el agua, todo rezumaba, nuestras ropas
estaban chorreando. El vapor que desprendían las caballerías y
sus boñigas se mezclaba con el humo de las últimas hogueras
medio apagadas y con la respiración de los hombres. Se oía
muy cercano el fluir del agua del rio, el chapoteo de los
hombres sobre el barro. Había un olor mezcla de vendas
sucias, excrementos y de acidez de lo que se corrompe, de lo
que se pudre y de lo que se descompone irremediablemente.
Yo me acordé de los días claros y soleados de la
Mancha, con sus cielos limpios, sin una sola nube que se
atreva a romper su inmaculado azul.
Pasamos hasta el centro del campamento, y nos
anunciaron como los valientes capitanes que sobrevivieron en
la batalla de Cerisoles.
Inmediatamente apareció un hombre alto, fuerte, con la
mirada como el filo de una espada. La barba de su fidelidad al
emperador, cubría en parte su cara, arada por los miles de
67
muertos que tenía en su conciencia, por eso debajo de los ojos,
llevaba un velo de luto eterno.
–Soy el duque de Alba y me honra recibiros. En
premio a vuestros servicios. Alonso de Céspedes Guzmán te
hago entrega de un corcel de guerra24 para que lo utilicéis al
servicio del emperador–
–Todo por el Emperador–
–Acomodaos y ya hablaremos de nuestra nueva
empresa. He sido informado de vuestras fuerzas, valentía y
astucia, parecéis el más indicado para llevarla a cabo. Podéis
retiraros– dijo el duque.
Yo agradecí el regalo profundamente, y me marché con
Diego Chirino, Zapata y Beltrán a comentar lo sucedido.
Fuimos a una de las cabañas, que estaba instalada al
lado del campamento, a beber cerveza caliente y comer una
col agría con pan, que aquí lo hacen con forma de lazo.
Dentro de la cabaña estaba ¿Cómo no?– Gonzalo el
espía rodeado de mujeres, este hombre es increíble, al vernos
rompió en grandes carcajadas y alzando los brazos luego los
dejó caer sobre nuestros hombros, todos celebrábamos el
volvernos a ver.
Un tal Pedro de Zúñiga, vestido por completo de negro,
se acercó a nosotros y se presentó como uno de los jesuitas
vascos, que había estado regentando una de las cátedras en la
universidad de Ingolstad, y que había sido expulsado por los
luteranos, después de la muerte de Johann Eck enemigo
acérrimo de Lutero y rector de esta universidad.
Nos dijo que sus compañeros estaban en una abadía
abandonada en el campo, cerca de nuestro campamento, y nos

24
Manchegos ilustres de la época de Cervantes. JOSE SANZ DIAZ.

68
habló de la muralla de Ingolstad y su posible dificultad para
ser atravesada.
Diego Chirino le preguntó por la universidad, y Zúñiga
le habló de su antigüedad, y de cómo no sólo era para filósofos
sino también para estudiantes pobres que querían estudiar artes
liberales. También le habló de cómo el movimiento luterano se
afirmó rápidamente en Ingolstad, pero llegó su gran maestro
Johann Eck gran figura del catolicismo y los expulsó, haciendo
de la universidad un gran bastión de nuestra fe.
Bajo Eck muchos jesuitas fueron nombrados para
puestos clave dentro de la universidad, pero este gran valedor
había muerto hace tres años, y los luteranos se habían vuelto a
hacer con Ingolstad.
Diego Chirino continuaba preguntando por el antiguo
rector Eck y yo estaba un poco aburrido, porque yo soy un
hombre de acción y poco me interesan las filosofías, pero me
quedé escuchando por educación.
Este Zúñiga nos contó, que además de filósofo era un
economista político muy apreciado por los banqueros, ya que
defendió la legalidad del cobro con intereses, gracias a dichos
aciertos obtuvo el patrocinio de los Fugger lo cual escandalizó
a Lutero25.
Sus comentarios sobre Aristóteles se convirtieron en
los libros de estudio de la universidad, no solo de Ingolstad,
sino de Lobaina y Colonia.
–Chirino, nosotros no sabemos quién es ese Aristóteles,
marchemos a limpiar las armas– decía yo aburrido.
Pero no me hizo caso y continuaba preguntando.
–Vamos Alonso, me gusta saber porque peleo–

25
Maestro de la Reforma. OBERMAN.

69
–Pues por el emperador–
–Continúe Zúñiga– dijo interesado.
–A ustedes que son gente de combate, les va a gustar lo
que les voy a contar. Eck y Lutero participaban en luchas
singulares en las distintas universidades.
Primero, fueron muy amigos, pero la rivalidad se
apoderó de ellos. Eck fue considerado un teólogo moderno y
sus comentarios se inspiran en el espíritu científico en el del
“Nuevo aprendizaje”. Defendió la causa del pontificado y
escribió una colección de obras contra los escritos de
Lutero26en cuarenta volúmenes, donde le acusaba de buscar la
anarquía contra la Iglesia.
–A nosotros, eso poco nos importa somos soldados al
servicio del Emperador–decía yo insistente.
–Sosegaos, ellos eran también hombres de acción y se
retaron públicamente en un debate, que duró veintitrés días en
el cual no pararon de hacer esgrima verbal, tratando de
convencer a los árbitros y al público. Debatieron sobre la
supremacía del pontificado, el purgatorio, y la penitencia. Los
jueces no fueron capaces de dar un veredicto, lo repitieron en
Leipzig y los teólogos dieron a Eck como vencedor. Se
odiaban profundamente.
Mi maestro en Ingolstad, intentó persuadir a Federico
III de Sajonia para que quemara en la plaza del mercado en
público, las obras de Lutero y lo consiguió.
Pero he de reconocer que era más considerado
campeón en Roma, que en Alemania. Las universidades de
Lobaina y Colonia eran sin duda incondicionales, pero no así
el resto de las ciudades.

26
“Opera contra Lutherum”.Johann Eck.

70
Tanto Lutero como Eck han muerto en su cama, pero
han sumergido a su tierra en una ola de violencia y de guerras
insoportable. Parece mentira que dos hombres de Dios, hayan
podido convertir a su nación en un infierno.
–Esta es la razón por la que los hombres de negro
estamos en este campamento, somos también soldados al
servicio del emperador–
Le preguntamos sobre la accesibilidad de la muralla y
nos dijo que era inexpugnable. Yo pensé que lo mejor sería
entrar por la puerta.
–¡Vamos compañeros! a la cabaña donde tienen los
materiales, para ponernos de “punta en blanco”27.
La cabaña estaba regentada por un bávaro, muy
corpulento, tenía la cara muy desfigurada por la coz de un
caballo, la nariz completamente aplastada y media cara
hundida, su cuerpo era como un manantial chorreante de
sudor, era muy bueno en su fragua y tal monstruo, tenía una
esposa bellísima que se pasaba el tiempo paseando y
mostrándose como si buscara a algún artista, pintor o escultor
que la inmortalizase.
Después de afilar y engrasar nuestro material, nos
fuimos a descansar. Esa noche Beltrán, no se ató, pues así
dormía desde que tuvo tantos problemas por su continuo
deambular nocturno, y como siempre se fue a correr por ahí y
llegó justo al rio, metió los pies y la humedad hizo que se
despertara. Allí pudo ver al gran maestre de Ingolstad con la
mujer del herrero, el no entendía nada de lo que decían, pero sí
pudo ver que era algo muy cariñoso. Volvió a nuestra tienda y

27
“Ponerse de punta en blanco”.- Significa llevar las armas blancas muy
afiladas y a punto, dagas, espadas etc…

71
nos lo contó y nosotros pensamos, que esa historia nos podría
ayudar a entrar por la puerta.
El día amaneció radiante, después de tanto agua las
plantas estaban de un verde brillante, que iban del color
esmeralda al jade y luego a la malaquita, sin olvidar el verde
de Verona. Un espectáculo para la vista, parecía el paraíso
sobre todo porque a lo lejos pudimos ver como se acercaba
una carreta llena de telas y de mujeres muy hermosas, al
menos a mí, así me lo parecían, eran robustas y llenas de
trenzas muy rubias, debo reconocer que yo tenía debilidad por
ese tipo de peinado.
Vimos cómo se acercaban al Danubio. Gozando de ese
día tan maravilloso iban a lavar las ropas. Diego Chirino y yo
fuimos a bañarnos porque estábamos mugrientos, y era un
buen día del mes de Agosto.
Yo había aprendido a nadar en el rio Po cuando las
campañas de Italia. Una vez siendo niño me caí al rio
Guadiana y salí como pude del trance, pero fue en el
Piamonte donde le encontré la afición, y siempre que podía
nadaba en los ríos.
Este Danubio era muy poderoso y tuvimos cuidado de
no alejarnos de la orilla, así vimos cómo las mujeres lavaban la
ropa entre risas y en medio de ellas, ayudándolas ¿Cómo no?
Gonzalo el espía.
Volvimos al campamento y nos entrevistamos con el
duque de Alba, y le dijimos que según estaba la situación, el
ataque de Ingolstad daba para una escaramuza de unos
cincuenta hombres, precedida eso sí, de una “encamisada”28

28
“Encamisada”. Táctica utilizada por los tercios, el equipo se reduce al
mínimo, solo se llevaba una daga y la espada, algunos soldados llevaban

72
El duque de Alba dijo que lo dejaba todo en nuestras
manos, puesto que era acción que requería muy pocos hombres
y que en caso de fallar, ya atacaría con todos los recursos,
porque a estos de Ingolstad había que darles un escarmiento.
–¿Cómo atravesar la muralla?–
El buen tiempo seguía, y al lado del rio, no sólo se
encontraba el carromato de las lavanderas, también estaba el
carruaje del gran maestre, que había venido a cortejar a la
mujer del herrero cornudo.
Gonzalo se disfrazó de mujer, cosa que hacía morir de
risa a las lavanderas y se puso a conducir el carruaje del gran
maestre. Éste parecía muy divertido, y así se hizo conducir a
Ingolstad, dos de nosotros íbamos pegados atrás.
Después de que las lavanderas hubieran terminado de
comer, empezaron a recoger las ropas. Nosotros estábamos
agazapados entre la maleza y nos metimos entre las sábanas,
sin hacer el más mínimo ruido y allá fuimos con nuestra
camisa blanca, una daga y yo con mi “valenciana”. Era un
tacto agradable y tenso cuando las sábanas nos caían encima, y
así emprendimos la marcha, el camino era pedregoso y yo
tenía las tripas revueltas de tanto traqueteo.
Vi entre los pliegues de la ropa, cómo estábamos
llegando a las puertas de la muralla.
Un soldado de la puerta les dijo.
–Sie können verbingen–29
–Ya estamos dentro–dijo Diego Chirino.
El carro continuó por la calle principal, y nosotros nos
bajamos en una esquina, antes de que parase en casa de una de

arcabuces y mosquetes, como única vestimenta se llevaba la camisa


blanca de ahí el nombre de “Encamisada”.Cyclopedia.
29
“Podéis pasar” en español.

73
las enamoradas de Gonzalo. Permanecimos agazapados entre
un grupo de caballerías, hasta que llegó la noche.
Nos deslizamos hasta la puerta de la muralla. Diego
Chirino era muy hábil con la daga y degolló a tres soldados en
un minuto, yo no quise manchar mis armas con sangre luterana
y estrangulé a los que quedaban, uno en sus últimos suspiros
me dijo –“ScheiBkerl”30– a lo que yo respondí –“Vuestra
madre por si acaso”–
Abrimos el portillo y empezaron a entrar los demás
soldados, entre los que venían algunos hombres de negro, los
jesuitas, para contrarrestar a los hombres de blanco de la
encamisada.
Yo me dirigí a casa del gran maestre, ese que le ponía
los cuernos a mi amigo el herrero. Él sacó su espada, pero yo
le tiré una banqueta, eso hizo que se desestabilizara y que se le
quedara dibujado en la cara el detalle de una de las patas, le
quité la espada sin ninguna dificultad, y le di un bofetoncillo
de nada y escupió ocho dientes. A mí la verdad, no me gusta
utilizar las armas nada más que en campo abierto, en
interiores, prefiero mis manos y mis fuerzas.
Los jesuitas, que conocían muy bien el terreno nos iban
abriendo camino y así, nos pudimos hacer con todos los sitios
más estratégicos, apenas nos costó hacernos con las
autoridades, amparados en nuestra habilidad, en el silencio y
la oscuridad de la noche.
La gente salía de sus casas y nos aplaudía dado que
solo llevaban tres años de luteranos y toda una vida de
católicos. Los niños y algunas mujeres salieron a recibir a los
jesuitas. Los barberos ampliaron el negocio, vendían muchas

30
ScheiBkerl” significa hijo de puta en español.

74
vendas y reparaban los huesos de los herejes, teniendo incluso
que abrir nuevas tiendas. El ejército abandonó el campamento
y se instaló en Ingolstad.
Beltrán que era muy alcahuete se enteró del mal que
aquejaba al duque de Alba y es que tenía un estreñimiento
brutal, este detalle, le alteraba el estado de ánimo, por eso
andaba en esos días como alma que lleva el diablo, esperando
al físico que era luterano y se negaba a darle un remedio.
Beltrán, no hay que olvidarlo era poco suave, y me sugirió
que propusiera el remedio que tenemos en Ciudad Real para
tales menesteres, “julepe de aceite de ricino”, fuimos a una de
las cabañas que había al lado del campamento y nos hicimos
con el brebaje, le propuse al duque para que viera su eficacia,
que lo mejor era que lo tomara primero el físico, éste se
negaba, y el duque dudaba de todo remedio que no fuese
proporcionado por un entendido.
Agarramos al físico hereje y le hicimos beber un buen trago y
aquello fue el desbordamiento del mar Rojo y las inundaciones
del diluvio juntas. Este hecho convenció al duque, bebió un
buen sorbo y aquello también fue bíblico, con lo que el duque
recobró la paz y nosotros los manchegos nos hicimos famosos,
no solo por valientes, astutos, y forzudos sino también por
amansar a las fieras.

75
Capitulo IX. De cómo nos fuimos haciendo con las
ciudades de la cuenca del Danubio

El rey Francisco I de Francia, cayó muy enfermo y no


es de buenos cristianos alegrarse de la muerte de nadie. Pero
éste monarca no había sido buena persona precisamente,
además de atildado en exceso que rayaba en lo ridículo, tenía
una voz atiplada y chillona que le hacía insoportable, y otro
defectillo es que favoreció a los turcos la entrada en el terreno
de la cristiandad. Ayudó de tal manera, a los súbditos de
Soliman el Magnífico, que estos pudieron atronar con sus
cascos la campiña húngara, y casi se hacen con Europa.
No le importaba entregar los territorios católicos al
islam, tal era su odio y rivalidad con el emperador.
Este rey que estaba a punto de morir, no tenía honor
después de tamaña acción. No se podía comprender como dio
carta blanca al turco, el cual entró en Hungría no dejando
títere con cabeza, acabó con veinte mil hombres, y atacó al rey
cuñado de Carlos V.
Bien, pues este rey chillón, se estaba muriendo y todos
los que estaban a su alrededor se preparaban con grandes
crespones, lutos y encajes negros, lo que se llaman pompas
fúnebres.
–Roi Francis meurt31 –
Todo un ejército de plañideras llorando con la nariz.

31
“El rey Francisco se muere” en español.

77
Bueno, pues a la mañana siguiente, el rey se despertaba
como una rosa y decía con su voz de vicetiple.
–Me apetecen unos bollos–
La gente quedaba desilusionada, porque la verdad él,
no tenía grandes afectos, sus familiares le odiaban, sus hijos
con los que apenas había tenido relación, querían heredarle,
quizás solo lo lamentaban los artistas que vivían en la corte,
dado lo aficionado que era a las ciencias y las artes.
Pasaban dos días y otra vez–Roi Francis meurt–
La corte se revolucionó, los criados corrían a toda
velocidad decorando las estancias con crespones negros, los
encajes, los velos, las plañideras nasales. El cardenal estaba
permanentemente a los pies de la cama del rey. Pasó la noche,
todo el mundo expectante. No abría los ojos, definitivamente
el rey se muere.
Bueno, pues no llegaban las doce de mediodía, cuando
abrió los ojos y dijo.
–Me apetece una copa de vino–
Y es que este hombre, se comportaba en la muerte, lo
mismo que en la vida. Sin ninguna formalidad.
Al fin se murió, pero no porque él pusiera nada de su
parte, ni en puntualidad, ni en empeño, sino porque
sencillamente le llegó su hora.
Los turcos misteriosamente entraron en paro biológico,
así nuestro emperador pudo dedicarse en alma y cuerpo a
luchar contra los luteranos.
Nosotros permanecíamos en Ingolstad, y he de
reconocer que aquello parecía el “paraíso torreznal”.
Beltrán adoraba al igual que yo, el cerdo y todos los
guisos que allí se hacían con él, pero el descanso nos duraría
poco.

78
Zúñiga se hizo muy amigo nuestro, así como los demás
jesuitas españoles. Ellos nos informaban, sobre todo a Diego
Chirino, que no perdía palabra de la situación.
Por lo visto tanto el Papa como el emperador,
comprendieron que la universalidad que pretendían darle al
concilio de Trento era imposible.
Los teólogos y los principales protestantes se daban
cuenta de que una asamblea convocada por el Papa, y
defendida y patrocinada por Carlos emperador, que se había
mostrado tan ardiente defensor del catolicismo nunca les sería
favorable.
Al concilio solo fueron los católicos, y los protestantes
publicaron un manifiesto en el que se oponían claramente
contra la asamblea y negaron su legitimidad.
El concilio de Trento, no restauró la rota unidad de la
Iglesia, sirvió eso sí, para reforzar la autoridad del pontífice, se
expuso claramente el dogma, se restableció la disciplina y se
reformaron las costumbres.
La división era inevitable. Era mucho lo que se perdía,
así que había que acudir a la lucha armada, con las armas más
eficaces. La unión pacífica era imposible, ambos bandos
estaban dotados de extraordinario poder combativo y el
emperador por el momento tenía las manos libres, Francia de
luto, tregua con el turco, era el momento oportuno.
Convencido Carlos de que la cuestión sólo por las
armas podía resolverse y en perfecto acuerdo con el papa
Paulo III, acordó declarar y publicar la guerra contra el elector
Juan Federico de Sajonia y el landgrave Felipe de Hesse, que
eran el alma de la liga Esmalcalda y los principales
sostenedores de la reforma.

79
En Ratisbona en una sesión a la cual se le dio gran
solemnidad, en presencia del Rey de romanos, de los
cardenales de Trento y de Augsburgo se declaró.
–Al dicho Juan Federico y Felipe landgrave de Hesse
que se llaman e intitulan duque de Sajonia y de Hesse, como
enemigos y contrarios nuestros y del Sacro Imperio–
Así es como el emperador dio la capitanía general al
duque de Alba y se repartieron coronalias y capitanías entre
príncipes y señores alemanes, italianos y españoles.
–¿Qué pone el papa?– pregunté yo, que por una vez
permanecía atento a las explicaciones.
–El papa se obligaba a mantener a su costa doce mil
infantes y seiscientos caballos por espacio de seis meses, y
concedió al emperador grandes subsidios sobre las rentas
eclesiásticas en España, y a los combatientes todas las
indulgencias de cruzada.32
–Además– nos dijo para animarnos, están solos ya que
ni Francia, ni Venecia y tampoco Inglaterra quieren prestarle
ayuda.
– Bueno– interrumpió uno de los jesuitas. El duque de
Hesse y el duque de Sajonia han entrado en confederación con
el duque de Witemberg, ciudad de Lutero y también con el
duque de Auhalt y son de ellos las ciudades de Augsburgo,
Ulm y Estrasburgo–
–Si, pero como aquí no solo se discute una cuestión
religiosa, sino que también es un problema político hay
muchos príncipes protestantes que apoyan decididamente al
emperador, como por ejemplo Mauricio de Sajonia y Juan

32
Historia de España. Marqués de Lozoya.

80
Alberto de Brandeburgo que tienen grandes promesas del
césar–
Yo les dejé discutiendo, porque él que tiene que pelear
soy yo, y como buen soldado español, nunca sabremos las
razones ocultas de porqué lo hacemos, eso solo lo saben los
poderosos y aun ellos conocerán la verdad en parte, yo solo sé
que yo lo hago “todo por el emperador”.
Yo me fui de la reunión, y Beltrán me anunció que
había llegado a Ingolstad con los soldados italianos, un tal
Ludovico Favoloso. Era un forzudo con modales de damisela,
cuando quería insultar a alguien le llamaba “hijo espuréo” o
también cuando alguien se equivocaba en algo, le decía
“adalid de la estulticia”, hablaba muy bien español, porque su
madre lo era, pero por bien que hablara , yo la mitad de las
veces no le entendía.
Pero lo que sí que entendí, es que ahí, había negocio.
Nuestras apuestas habían decaído mucho, porque no tenía
rivales a mi altura aunque parezca poco humilde el decirlo,
pero por fin había encontrado a mi “Némesis”.
Una tarde preparamos una pelea, y debo reconocer que
él, que era muy corpulento me lanzó por los aires, porque yo
soy fuerte pero soy delgado y no muy alto, la pelea se me
ponía cuesta arriba, gracias a que yo era más ágil, pude darle
un par de bofetones que le hicieron escupir algún diente, eso le
puso furioso, porque era muy presumido y atildado. Cuando
se estaba limpiando, yo aproveché, di un salto y le propiné un
puñetazo en la cabeza que le hizo tambalearse, pero se
recuperó enseguida y me dio tal golpe en el estómago que casi
saca el puño por la espalda. Yo estaba desconcertado, nunca
había encontrado un rival igual, caí al suelo doblado de dolor,
me levanté y otra vez me cayó tal lluvia de golpes, que yo no

81
sabía dónde estaba, junté las dos manos y aprovechando su
propia fuerza que se dirigía hacia mí le di tal golpe que cayó al
suelo medio inconsciente. Estábamos peleando en un pajar, ya
que las peleas estaban prohibidas, y menos luchar con las
manos, eso era una villanía para un tercio33. Fuimos
sorprendidos y nos arrestaron enviándonos a la porra.
Allí Ludovico Favoloso, me estuvo hablando de otros
soldados que luchaban muy bien y que tiraban a la barra. Sí,
unos españoles un tal Diego de Almagro y su escudero, un
joven muy buen luchador, yo le dije– ¡Pero si le conozco!, es
de mi tierra. Aunque yo no conocía que fuera tan bueno.
Este arresto nos tuvo sin participar en la escaramuza de
Neuburg, yo estaba aspeado, porque yo soy un soldado del
emperador y quería encontrar la gloria, no estar arrestado por
una minucia, como decía Ludovico.
Aunque esta contienda era muy fácil para nosotros, ya
que los protestantes no sabían a qué carta quedarse. Por un
lado les repugnaba la idea de romper abiertamente con el
emperador y con la indecisión dejaron pasar los momentos
más favorables. Además de la torpeza del duque de Sajonia y
del landgrave, que cobraron impuestos como nunca antes lo
habían hecho y la población estaba muy descontenta. También
tenemos que reconocer el aumento de soldados pontificios al
mando de Octavio Farnesio y de los tercios flamencos, así que
casi sin combatir, ese otoño el emperador se fue apoderando
de todas las ciudades de la cuenca del Danubio.
Una vez cumplido nuestro arresto, pudimos participar
en la toma de Dilligen, Donawert y Northlingen.

33
Tercios de Flandes. JUAN JIMENEZ MARTIN. 1999

82
Debo reconocer que aquello no tenía emoción y yo,
hasta me permití el lujo de tomar los torreones y poner nuestra
bandera.
Los jefes de la liga se vieron tan apretados, que
hicieron ofertas de paz, que no fueron aceptadas, pues el César
exigía la entrega de personas y bienes.
Era una situación difícil para los rebeldes, adictos al
sistema feudal de toda la vida, pero desentendidos de la
tradición católica y de la jerarquía de la Iglesia.
Supimos que Mauricio de Sajonia, protestante pero
cuya ambición le llevó a tener gran amistad con el emperador,
ocupó con su ayuda, los estados del elector que era su primo y
hubo de ir a recuperarlos con gran parte de su ejército.
Muchas ciudades desamparadas, hubieron de rendirse a
Carlos V. El cual se hizo señor de todo el círculo de Suabia,
Estrasburgo y Frankfurt, la liga estaba deshecha.
La grandeza del emperador estaba principalmente en
que él solo, comprendía la urgencia del peligro que para la
Cristiandad suponía la escisión protestante, ante la amenaza de
los turcos, pero en pleno triunfo, empezaron las tiranteces. El
papa Paulo III receloso de que el poder excesivo de Carlos
pesara demasiado sobre el pontificado y sobre Italia, comenzó
a retirarle su apoyo.
Octavio Farnesio volvió a Italia con las tropas
pontificias, las rentas eclesiásticas fueron suspendidas, como
para alejar toda sospecha de una excesiva intervención del
cesar sobre la Iglesia.
Carlos tuvo que ocuparse de los turcos, que volvieron a
invadir Hungría y eso hizo que el elector de Sajonia y el
landgrave de Hesse animaran su espíritu y se refugiaran en su

83
ciudad de Mühlberg, separado del ejército imperial por el
anchísimo rio Elba.
Nosotros no fuimos licenciados y pasamos el invierno
en blanco, no solo por la nieve, sino porque estuvimos
acuartelados sin guerrear, demasiado frio para mi gusto.
Sólo nos quedamos las tropas españolas, y nos
alojábamos en casa de los lugareños de los sitios conquistados.
La gente nos trataba con miedo y prevención, no comprendían
mucho nuestro trato quizá demasiado familiar o cercano, ellos
permanecían distantes y un poco estupefactos por nuestro buen
humor. Posiblemente el clima frio, hace que las personas
también lo sean.
Seguíamos tirando a la barra para entretenernos y como
es natural, continuábamos con las apuestas.
En la ciudad de Northlingen, coincidimos con Diego de
Almagro, que estaba en la plaza con su escudero. Éste parecía
muy joven y misteriosamente siempre llevaba una venda que
le cubría la cara, sus pasos eran muy ágiles y era muy callado.
La alegría que nos dio era indescriptible, encontrarnos allí con
unos paisanos era motivo de júbilo, sobre todo en ese
momento en el que el aburrimiento estaba ya haciendo mella
no solo en nuestro ánimo, sino en nuestras armas, que llevaban
demasiado tiempo sin utilizar, hasta a mi caballo se le abría la
boca constantemente con los bostezos, porque aunque le
montaba todos los días, él era un corcel de guerra y necesitaba
acción.
Un día organizamos una competición de tirar a la barra
Diego Chirino, su escudero, Diego de Almagro con el suyo, y
yo con Beltrán

84
La cosa estuvo muy reñida, pero fueron perdiendo poco
a poco todos los contrincantes hasta que nos quedamos el
escudero de Diego de Almagro y yo.
Con lo poca cosa que parecía, yo no podía con él y ya
harto me acerqué y de una enganchada le quité la venda que le
cubría el rostro, por ver si era una herida o que se quería
ocultar.
–¡Voto al sol!–
¡Era mi hermana María! Mi primer impulso fue
abrazarla, porque hacía mucho tiempo que había salido de casa
y yo la echaba mucho de menos, pero enseguida la solté. Le
pedí explicaciones a Diego de Almagro, y le dije que iba a
morir allí mismo, por haber deshonrado a mi hermana34.
Ella suplicante me dijo que se habían casado en Ocaña
y que seguía a su marido por todos los frentes de guerra, por
amor y porque ella era una mujer de acción que no se podía
quedar en su casa.
–Pero. ¿En qué cabeza cabe?– ¿Qué iba a pasar si se
enteraban los demás soldados?–
Ellos afirmaron que ya llevaban casi un año de batalla
en batalla y nadie les había descubierto, y que si yo lo había
hecho, era porque María se había acercado a mí para
abrazarme.
–¡Por Dios mi hermana! fugarse de casa detrás de un
hombre. ¡Qué infamia!–
Diego de Almagro me mostró los papeles que
demostraban que eran marido y mujer.
¿Qué podía hacer yo?–

34
Por aquella época no era infrecuente la fuga de mujeres. “La población
de Ciudad Real en los inicios de la Modernidad”. LUISA NAVARRO DE LA
TORRE

85
María de Céspedes Guzmán estaba en Alemania por
seguir el ejercicio de las armas, y si su marido no la puede
dominar, yo tampoco, así que nos callamos todos, guardamos
el secreto y la utilizábamos para los casos más escurridizos.
Aunque no he visto en los días de mi vida, más fuerza,
más valor y más astucia. Bordaba como los ángeles y cocinaba
como la mejor de todas las mujeres.
– ¡Habrase visto!–
–Señor ¡Que valiente es vuestra hermana!, Qué vida
llena de aventuras y viajes, me tenéis embelesada con vuestro
relato–
–Me estoy llenando de alegría Marien, tomaré un
respiro y abusando de vuestra paciencia continuaré con el
relato de mi vida.

86
Capítulo X. De cómo vencimos en la batalla de
Mühlberg

Estábamos acampados a las orillas del rio Elba, ancho


y caudaloso como pocos. Era ya bien entrada la noche cuando
apareció en nuestra tienda el herrero de Ingolstad. Si, aquél
que tenía el rostro y el corazón totalmente hundidos uno por la
coz de un caballo y el otro por la infidelidad de una mujer.
Venía a darme las gracias por dos cosas, una por quitar
de entre los vivos al amante de su esposa y otra por venganza,
ya que había estado haciendo la armadura del mismísimo Juan
Federico de Sajonia, una inmensa mole de grasa con mal
carácter, que necesitó más metal que las campanas de
Ingolstad. Era tal el peso de la gran albóndiga protestante que
los campaneros tuvieron que ayudar para subirlo al caballo,
tirando de cuerdas y arneses. Éste era el gran enemigo de
nuestro emperador y además el mayor engullidor de lomos de
Sajonia que jamás se había visto.
Nuestro herrero cumplió con su deber, era el mejor
artesano del lugar y cuando pretendió cobrar por su trabajo y
los materiales, el de Sajonia además de gordo se hizo el sordo.
Inútiles fueron sus súplicas, sus idas y venidas solicitando que
se le pagara lo que se le debía, solo recibió como respuesta,
que los soldados del “cerdo sajón” le expulsaran a patadas del
campamento.
Decidió vengarse, y después de cruzar el rio por un
sitio secreto, vino a buscarme diciendo que me quería hacer un
87
regalo porque estaba en deuda conmigo, y que ese obsequio
me cubriría de gloria.
Yo le agradecí como pude con cuatro palabras de
alemán que había aprendido de mi estancia por estas tierras y
le dije –¿Cuál es el regalo?–
–La información de cómo cruzar el rio Elba para que se
lo digáis al emperador, y así pueda vencer a Juan Federico de
Sajonia y yo, descansar en paz.
Este tripero se había refugiado en Mühlberg, con la
esperanza de resistir, al estar rodeado por el gran rio,
imposible de cruzar por el emperador.
Inmediatamente solicité audiencia al duque de Alba y
le rogué que me pusiera en contacto con su majestad, ya que
yo tenía la solución para cruzar el rio.
La situación era la siguiente, las tropas de la liga
Smalkalda estaban acampadas a orillas del rio Elba en las
proximidades de la localidad de Mühlberg, habían destruido
los puentes que comunicaban con la otra orilla y se
consideraban protegidos por el caudaloso rio, cuya barrera les
parecía infranqueable. Más no iba a ser así, porque ahí estaba
el factor sorpresa.
Conseguí audiencia con el emperador y ensayando y
repitiéndolo cien veces, porque yo nunca había hablado con
tan regio personaje, nada menos que le dije. –Sacra Augusta y
Católica Majestad: Hoy os representa, mi afecto la lealtad y
obligación con que nací español y vasallo vuestro, orgulloso
de las resoluciones apetecidas por los soldados que tienen la
dicha a avisarme alistado en vuestras invencibles banderas,
yo que soy el menor pido licencia a V.M. para que con nueve
españoles que he elegido, busquemos modo con que nuestro
ejército se conduzca al otro lado del Albis. Barcas tiene el

88
enemigo de que poder fabricar puente para esta facción, y
aunque parexca el arrojo difícil, por los evidentes estorbos
que se ofrecen a mi empresa, tenga presente V.M. que la
osadía fue siempre madre de la buena fortuna y cuando la
suerte me niegue, no me podrá quitar la gloria de haberlo
intentado. Pues en la escuela marcial de vuestras gloriosas
hazañas, aun los más pequeños aspiramos a que no nos ultraje
la negligencia de tan justo servicio.
Poco se pierde señor, en diez vidas, donde sobran
tantas y tan valientes. Sea todo por la honra de nuestra
sagrada religión, por blasón de nuestra patria y para el
crédito de vuestra majestad cesárea.35

El emperador me escuchó complacido y me autorizó


para que llevara a cabo lo que se proponía.
Yo estaba contentísimo, y me parecía que la hazaña
que tenía que realizar era mucho más fácil, que el haber
podido hablar y convencer al emperador.
Por fin llegó el gran día, llevábamos horas formados
esperando a que apareciera Carlos. Era el alba, el sol hería mis
ojos y de pronto empezó a refulgir sus rayos chocando contra
el peto y armadura de aquella figura, devolviéndonos una
imagen como de otro mundo. Todo estaba en mi imaginación.
El emperador era humano, apareció amarillo verdoso por la
ictericia y con un gran ataque de gota.
Tenía los ojos amarillos, caídos, tristísimos, una boca
amarga y una mandíbula que casi se encontraba con la punta
de la nariz. Era sorprendente pensar cómo el hijo de Felipe el
Hermoso y Juana I de Castilla famosa por su hermosura antes

35
Manchegos ilustres en la época de Cervantes. JOSË SANZ DIAZ.

89
de los desvaríos. Fuese una persona tan llena de fealdad física
y de tan grandeza de ánimo y espíritu, su casco con plumas
rojas, le hacía parecer como un animal mitológico con una
misión que cumplir, ser el dueño del mundo.
Yo me sentí más conmovido que en la noche anterior,
en la que estuve tan atribulado por exponer mi propuesta.
Estaba admirado de ver cómo una persona tan enferma
superaba sus miserias, y estaba allí para escribir junto con
nosotros una de las páginas más importantes de la historia.
Allí estaba el emperador en primera línea de combate
motivando y animando a los soldados.
Estábamos por el ejército imperial, diez mil infantes
españoles, procedentes de cuatro tercios, organizados en
banderas, veinte y dos mil lansquenetes alemanes (infantería
pesada) correspondientes a veinte banderas de las ocho
coronalias de Maximiliano de Austria, diez mil infantes de
ciudades alemanas, diez mil infantes flamencos, siete mil
jinetes y quince piezas de artillería.
Por la liga de Juan Federico de Sajonia había un
ejército más numeroso ochenta y cinco mil hombres, y ciento
veinticinco piezas de artillería.
Los dos ejércitos acampados a una y otra orilla del
Elba. Carlos V maniobraba con nosotros en paralelo al rio para
valorar las fuerzas enemigas.
El elector Juan Federico de Sajonia desafía al ejército
imperial, el emperador advierte la maniobra y ordena al duque
de Alba, que marchaba a sus órdenes como jefe directo del
ejército que tomase posiciones frente al enemigo. Mauricio de
Sajonia se incorpora al grueso del ejército imperial, éste es
protestante pero le conviene estar del bando del emperador.
Cada ejército observa desde la otra orilla.

90
Cuando el elector de Sajonia avanza por su orilla hacia
Múhlberg, se siente muy protegido por la anchura del rio y se
confía.
El herrero de Ingolstad nos acompaña hasta un vado,
peligroso pero practicable. Todo el ejército detrás de nuestras
humildes personas.
Yo había elegido entre los diez hombres a mi amigo
Diego Chirino, Juan Vela de la Bolea, Zapata y a Beltrán. Nos
quitamos las ropas, era un amanecer helador y
afortunadamente para nosotros lleno de niebla, nos echamos al
agua en el más absoluto de los silencios, avanzábamos hacia la
otra orilla con las espadas en la boca y los arcabuces en alto,
por fin llegamos a tierra firme, helados de frio pero ardientes
en conseguir el éxito, le dimos tal paliza a los exploradores
que ya no les quedaron ganas de protestar por nada, y se
volvieron católicos en un minuto. Era tal la necesidad que
teníamos de entrar en calor que nuestra fiereza se agigantó, y
esos, sí que quedaron calientes.
Rápidamente nos pusimos en acción, preparamos una
pequeña cabeza de puente para la llegada de más tropas
imperiales en barcas o vadeando el rio, con el agua en el pecho
como habíamos hecho nosotros.
El duque de Alba ordenó que toda la caballería ligera
(húngara, española e italiana) cruzara el vado con un
arcabucero a la grupa.
Seguidamente cruzaron los hombres de armas de
Nápoles y la caballería del conde Mauricio. Con este grupo
cruzó el emperador a caballo, dejando la caballería ligera a los
arcabuceros que habían pasado, se adelantaron en persecución
del enemigo, y mientras el puente continuaba montándose.

91
La vanguardia de la caballería, iba a cargo del duque de
Alba, el emperador y su hermano.
El duque contaba con cuatro escuadrones de caballería.
El primero, del príncipe de Salmora con Antonio de
Toledo llevando cuatrocientos caballos ligeros y cien
arcabuceros a caballo.
El segundo, quinientos caballos húngaros.
El tercero, el duque Mauricio seiscientos hombres de
armas y doscientos herreruelos.
El cuarto, trescientos hombres de armas de Nápoles a
estos se unieron infantes que habían cruzado el rio por su
cuenta y riesgo. El emperador y su hermano mandaban sobre
dos escuadrones, seiscientas lanzas, cuatrocientos herreruelos
y otras seiscientas lanzas y trescientos herreruelos.
Los arcabuceros que pasaron a lomos de los caballos
estaban al mando de Alonso Vivas.
Juan Federico fue sorprendido, al no ser avisado por los
exploradores muertos de la llegada del enemigo a la orilla de
su rio.
Después de tres leguas los protestantes se detuvieron,
entonces el de Sajonia ordenó una carga contra la caballería de
la vanguardia imperial, de manera que rompiéndola tuvieran
tiempo de atrincherarse en un bosque cercano, desde donde
podrían retirarse con mayor seguridad, o guardar posición
fuerte donde combatir.
Tras cruzar un arroyo, los escuadrones de vanguardia
se colocaron en línea, preparándose para dar una carga sobre el
enemigo, los húngaros por la derecha reforzados por los
herreruelos del duque Mauricio ejecutaron la primera carga
después de una descarga de arcabuceros, y tras esto, el duque
de Alba dio la orden de que se tocaran las trompetas en señal

92
de carga general, guiando él mismo los hombres de armas de
Nápoles.
La caballería protestante fue rota y puesta en retirada a
continuación quedó deshecho el escuadrón de infantería, que
estaba en segunda línea.
Lo que ocurrió fue una huida vergonzosa de las tropas
de la liga Smalkalda, cuando quisieron reaccionar, habían
saltado por sorpresa sobre ellos la furia de la infantería
española y de los lansquenetes alemanes.
El duque de Alba y Mauricio de Sajonia (que era
protestante) persiguieron a los protestantes con un
destacamento de arcabuceros.
Carlos V provocó la huida hacia Witemberg y al frente
de la caballería, frenó en seco a la vanguardia enemiga y
entonces el grueso del ejército imperial cargó contra el flanco
de la infantería protestante y la puso a la fuga.
El ejército de la liga Smalkalda fue destruido, y
Federico de Sajonia se refugió con cuatrocientos hombres en
Witemberg. Finalmente, después de una huida vergonzosa en
la que reventó a su caballo debido a su exceso de peso y
onerosa armadura, cayó prisionero.
Todos los príncipes de la liga, excepto Juan Federico,
murieron en la batalla.
Después del combate. Carlos I nos llamó a su presencia
a aquellos primeros que cruzamos el rio a nado y que
conseguimos dar la victoria a los ejércitos imperiales.
El rey nos recompensó con una vestimenta de
terciopelo grana, guarnecida de plata y cien ducados.36

36
Htp/ www militar org/ la batalla de Múhlberg.

93
Diego Chirino, Beltrán y yo no dábamos crédito a lo
que nos estaba ocurriendo, y pensábamos cómo luciríamos con
esos ropajes en la Mancha, nuestra querida tierra tan añorada y
que hacía tanto tiempo que habíamos abandonado.
En fin Lutero había muerto. Alemania caía
completamente bajo el poder imperial de Carlos V.
Parecía que los objetivos imperiales se iban
cumpliendo. Concilio de Trento en marcha, y había muerto el
rey francés, que era una pesadilla.
A Mauricio de Sajonia por su colaboración se le otorgó
el cargo de elector, y en consideración a sus súplicas Juan
Federico de Sajonia fue indultado de la pena de muerte, y fue
entregado al duque de Alba el cual le llevo al castillo de Halle
bajo la guardia de Juan de Guevara y dos banderas de
españoles37Allí le redujeron la dieta y lo agradecieron los
muebles del castillo.
Nosotros estábamos muy contentos. – ¡Qué victoria!– y
todo gracias a nuestra intervención, como así reconoció el
duque de Alba y sobre todo el emperador agradeciéndonoslo
con los regalos. Aquella noche era una fiesta en el
campamento, había sido un éxito, la batalla real empezó a las
once de la mañana y acabó a las siete de la tarde y el número
de bajas de los protestantes fue de dos mil soldados, mientras
que los caídos por nuestro bando fueron sólo veinte.
Al día siguiente se celebró una misa por los soldados
fallecidos y un tedeum en acción de gracias por la gran
victoria contra el hereje.
El duque de Alba nos concentró a parte del ejército que
había luchado en las guerras de Italia, conquista de las
37
Historia de España. Los Austrias mayores y la culminación de un
imperio) FERNANDEZ ALVAREZ.

94
ciudades a orillas del Danubio y sobre todo Mühlberg, y nos
dio la gran noticia de que nos liberaba del servicio hasta nueva
orden, pudiendo así regresar a nuestras haciendas y retomar
nuestras vidas.
Sentí una alegría inmensa de poder volver a Ciudad
Real, cubierto de gloria.
Pasamos tres días más despidiéndonos de los muchos
amigos que allí quedaban, y emprendimos el viaje de vuelta:
Diego Chirino y su escudero, Juan Vela de la Bolea con el
suyo, Fernando Zapata, Diego de Almagro, mi hermana,
Beltrán y yo, amén de las reliquias de dos vírgenes que
habíamos rescatado en Holanda que Juan Vela quería para su
iglesia de Uceda. Todos sanos y salvos después de tantas
aventuras y de haber corrido tantos peligros, volvíamos a
retomar nuestras vidas, regresábamos a nuestras casas,
ansiando volver con los nuestros, en especial Fernando Zapata
que se casaría con su Elena. En el fondo había valido la pena,
porque había sido… todo por el emperador.

95
Capítulo Xl . La boda

Montes que nos son fieles, están de centinelas; ¿Quién


llega en la mañana en calma del extranjero, de Mühlberg por la
campa?– Se preguntan las montañas–Los árboles nos aplauden
con sus ramas, los ríos se ríen a nuestro paso, en nuestro
interior estalla el júbilo. Los pájaros cantan–Ya están aquí, ya
están aquí– el mochuelo boreal no quiere irse a dormir y grita
“Chirino, Chirino”. El urogallo contesta “Céspedes, Céspedes”
y el pito negro y el pito real. “Bolea, Bolea” ”Zapata, Zapata”.
–¡Ya estamos en España!– así gritamos cuando
atravesamos los Pirineos y vimos a los primeros aldeanos que
nos saludaban a la manera de nuestro país. Estamos en casa,
nuestro cielo, nuestro sol, nuestra tierra– ¡España para
siempre!
La gente nos aplaudía y quería albergarnos en sus
casas, ¡tan rápido habían corrido las noticias de nuestro
triunfo! Y es que algunos de los que se habían licenciado con
nosotros, habían llegado antes.
En Aragón mi hermana compró ropa adecuada a su
condición y se convirtió en lo que había sido siempre, una
mujer hermosa.
Diego Chirino, quería que fuéramos a toda costa a su
casa quería presentarnos a su familia, y no tuvimos más
remedio que aceptar su invitación, así llegamos a la vega del
Jarama y nos acercamos a Uceda su pueblo.

97
Todo el mundo estaba en las murallas gritando y
jaleándonos –¡Qué recibimiento!– Después de varios años
fuera de su casa, Diego Chirino y el capitán Bolea volvían
cubiertos de gloria por nuestro arrojo en el rio Elba. Bolea
traía desde Holanda las reliquias que le regalaron los monjes
del monasterio de Santo Tomás, ya que nosotros salvamos al
convento de la quema de los herejes. Allí se guardaban las
calaveras de Santa Úrsula y las once vírgenes, que la
acompañaron en el martirio en la ciudad de Colonia. Bolea
quería esas reliquias para la iglesia de su pueblo Santa María
de la Varga, y a nosotros nos daba reparo viajar con las dos
calaveras, así que todo el viaje le íbamos haciendo bromas,
sobre todo porque eran vírgenes y Bolea era muy mujeriego.
En algún momento del viaje tuvimos que frenar, porque a
punto estuvo de matarnos.
Pasamos al pueblo y ya los ciegos habían hecho coplas,
y contaban nuestra historia en las esquinas de la plaza.
En la puerta de su casa esperaban sus padres muy
emocionados, el abrazo fue inenarrable cualquiera que se
ponga en nuestra situación, lo comprenderá.
Yo fui presentado y me colmaron de honores, hice una
demostración con el caballo en la plaza, agarrándome a una
viga, subí a mi corcel por los aires en vilo solo sujetándolo con
mis piernas, un grupo de jóvenes que estaban asomadas a las
ventanas me aplaudieron, entonces yo agarré una reja que
estaba fija a la pared y la lancé por los aires como si fuera una
guirnalda de flores38.
Todos quedaron sorprendidos de mi fuerza, después de
esto pasamos a la casa de Diego Chirino, éste preguntó por su

38
Manchegos ilustres de la época de Cervantes. JOSÉ SANZ DIAZ.

98
hermana María, y le dijeron que estaba en la capilla rezando,
dando gracias a Dios por su regreso.
Ella había sufrido mucho por la partida de su hermano
a la guerra y había hecho la promesa de que ingresaría en un
convento, si éste volvía con vida.
Al fin salió de sus rezos, y apareció un ángel de quince
años, cubierta por una toca blanca, su rostro quedaba
enmarcado como una medalla, su tez era sonrosada, sus
bellísimos ojos grises proyectaban una imagen entre angelical,
virginal y felina a la vez, su nariz era perfecta y debajo estaba
una guinda en sazón.
–¡Ay Dios mío!– Si debajo de esas tocas tuviera unas
trenzas, yo me volvería loco– ¿Qué me volvería loco?– ¡Ya lo
estoy!–
Hormiguillos y escalofríos me recorrían desde la punta
de los pies hasta la cabeza.
Ella me saludó afablemente y me dio las gracias por la
amistad y cuidado de su hermano.
Yo quedé tan prendado, que apenas me salían las
palabras de la boca, sin embargo los padres dijeron que en un
mes iba a ingresar en un convento cumpliendo con su
promesa.
Las fiestas fueron grandiosas, asado de corderos y
hasta fiesta con vacas. Pero yo no estaba en mí, la bella María
Chirino me había absorbido el seso, no había en mi cabeza ni
un solo minuto de pensamiento que no fuera dedicado a ella.
Yo hablé con Diego su hermano y amigo a muerte, y le
dije lo que me pasaba.
–¿Cómo es posible que esta niña de quince años
pudiese entregar su vida a Dios?– Estando yo, que haría lo
imposible por ella.

99
Decididamente yo no tengo suerte con las mujeres,
todas me rechazan, sino es por una cosa es por otra. Este ángel
porque está comprometida con Dios, y tiene que cumplir una
promesa, pero ¿Cómo voy yo a competir, con tan gran Rival?
Diego me dijo que no había cosa en el mundo que le
diera más alegría que convertirse en cuñado mío. Ahora sí que
seriamos hermanos, pero que él no podía hacer nada, su
hermana era muy devota y solo tenía ojos para Dios.
Yo me informé de la hora a la que ella iba a Misa, y
permanecí detrás de las columnas de la iglesia de Santa María
de la Varga esperando para poder acercarme a ella. María se
fue a encender una vela y yo detrás para poder hablar con ella,
y le dije.
–Señora sois incendiaria, además de dar fuego a las
velas tenéis ardiendo a mi corazón. No seáis tirana y
dedicadme unos minutos, sólo unos minutos que yo pueda
expresaros mi amor.
Ella me respondió– ¿Cómo es posible valiente
Céspedes, capitán que ha recorrido el mundo, que os halláis
podido enamorar de mí en un día? Cuando habéis conocido a
tantas mujeres hermosas por todo el orbe.
–Nunca he estado enamorado de nadie como de vos.
Tened piedad señora, todas mis hazañas habrán sido en vano si
no consigo vuestro corazón.
–Céspedes me temo que yo soy un capricho del
momento, y no quiero ser una de vuestras conquistas, además
estoy prometida a Dios nuestro Señor y Él no quiere que
rompamos nuestro compromiso–
–Señora, Dios es misericordioso y lo comprenderá, es
más, Dios es la suprema bondad y bendecirá nuestro amor–

100
–No insistáis Céspedes, no me turbéis, dejadme por
favor–
Yo estaba desesperado, hablaba con Diego y él me
decía. ¿Qué puedo hacer yo? He hablado con ella, y me ha
dicho que he vuelto a casa sano y salvo gracias a su promesa, y
que ahora le toca a ella pagar su parte del trato.
Yo estaba hundido y Beltrán ya no me aguantaba.
Diego de Almagro y mi hermana partieron para Ciudad Real.
La familia de Diego Chirino al completo les despidieron con
mucho afecto, y yo le rogué a sus padres el poder quedarme
unos días más, su tierra era maravillosa con sus bosques de
chopos, olmos, fresnos y sauces y que aunque estaba deseoso
de volver a Ciudad Real, aquél paraje me había encantado y
quería quedarme un poco más.
¿Qué podía hacer?–Beltrán, que es muy alcahuete, me
informó que el padre Benito de la iglesia de Santa María de la
Varga debía marchar a Guadalajara, porque un familiar suyo
muy próximo estaba muriendo, y que ese era mi momento, mi
gran ocasión.
Yo debía tomar los hábitos del padre Benito, meterme
en un confesionario y sustituirle a la hora de ir a confesar a
María Chirino, que lo hacía una vez por semana justo a las seis
de la mañana.
Le dije que eso no podía ser, que era una locura, un
disparate mayúsculo.
¡Cómo iba yo a burlar el sacramento de la confesión!–
Nosotros qué veníamos de Trento y de defender la religión
católica por toda Europa.
Beltrán me dijo –Mirad señor, en la guerra como en el
amor todo vale, y lo que vos vais a hacer es por amor. Eso la
Iglesia y Dios mismo, lo bendice.

101
–No sé, no sé, Beltrán me parece muy torticero y sobre
todo, si mi amada se entera, ya sí que la pierdo para siempre.
–Señor, si lo hacemos bien, no tiene por qué enterarse y
tú lo celebrarás toda la vida, y si no, nada tienes ahora, nada
pierdes.
A mí me parecía más atrevido, que pasar el rio Elba
con la espada en la boca, pero al final me convenció.
Lo urdimos de la siguiente forma, asistí a la misa de la
tarde, cuando terminó me quedé rezagado y me escondí en un
gran armario que había en la sacristía, por cierto que esa
iglesia estaba llena de marcas y yo soñaba con poner en las
piedras una C y una M. Céspedes y María. Allí pasé toda la
noche, preocupado ansioso porque iba a hablar con ella, y al
mismo tiempo temeroso de que se descubriera mi engaño.
Llegaron las cinco y media, cogí las llaves de la iglesia
y abrí sus puertas. Pasó el campanero sin sospechar nada, hizo
sonar las campanas. Yo temblaba de emoción y de espera
angustiosa, disfrazado de cura me metí en el confesionario,
corriendo muy bien las cortinas, el tiempo pasaba y pasaba y
yo me decía –Vamos María– Venid querida–.
Cuando de repente oí un murmullo de telas y sentí
como se posaba muy dulcemente, como una mariposa, en el
reclinatorio.
Una voz muy tenue y melodiosa dijo–
–Ave María purísima–
–Sin pecado concebida– Decidme hija, cuales son
vuestras atribulaciones– ¿Cuáles vuestras faltas?– (decía yo
con voz meliflua, tratando de imitar lo más posible la voz del
sacerdote).
–Padre he pecado contra el cielo y contra Dios, hice la
promesa de entrar en un convento, si mi hermano volvía sano

102
y salvo, y ahora que así ha sucedido, me encuentro en la
situación de que no quiero hacerlo.
–Pero… ¿Por qué no queréis hacerlo?– ¿Qué os lo
impide?–
–Padre estoy locamente enamorada de un hombre–
–¿Quién es ese hombre que hace que rompáis vuestro
compromiso con Dios?–
–Es Céspedes el amigo de mi hermano– (yo pensé que
me daba un ataque al corazón) pero me sobrepuse y para poder
regalarme más los oídos y quedar más seguro de la
información, le dije.
–A ver hija, ¡Cómo os habéis enamorado de Céspedes!
Solo le conocéis de unos días.
–Padre, él es hermoso de cuerpo y alma, su mirada me
trastorna, su voz me enloquece, su valentía, su hombría, padre
ese hombre me ha vuelto loca–
–Tranquila hija, (dije yo ardiendo con un incendio
inapagable) tranquila. Dios se hará el cargo. Dios es amor,
bendice las uniones entre los hombres y las mujeres que se
quieren y le aman–
–¿Qué otra cosa os turba?–
–Nada padre, solo este ardor de todo mi cuerpo
inflamado de amor por Céspedes, pero debo cumplir con mi
promesa, debo ingresar en el convento, para eso ha vuelto a
casa mi hermano sano y salvo.
–Pero hija, vuestro hermano ha vuelto con vida al igual
que vuestro vecino Bolea, que nadie ha hecho ningún voto por
él, porque se saben defender muy bien, son astutos, valientes y
hombres de armas, es su oficio y lo dominan, pelear hasta el
agotamiento y quedar salvos es su deber–
–Iros tranquila hija–

103
–Deseando estoy de marchar, para poder verle en
secreto, he roto un poco el tapiz, le quito el trocito y por ahí
miro a escondidas. ¡Hasta ahí he llegado padre! Céspedes no
sabe que lo observo y yo suspiro por él todo el día–
–Marchad y cumplid con esta penitencia. Rezad diez
padrenuestros y tratad a Céspedes con dulzura que es un gran
hombre, y después de tanta guerra se lo merece–
–¿Y si Céspedes, no me quiere?–
–Os adora, señora os adora (dije yo, sin acordarme que
estaba haciendo de cura).
–Ella se levantó del confesionario y se puso a rezar en
la iglesia, y eso que tenía prisa por ver a Céspedes.
Aparecieron otras mujeres que querían confesar, yo me vi muy
apurado, pero no podía salir delante de ellas, así que esperé y
confesé a las beatas.
Debo de reconocer que los pecados de la gente son
aburridísimos, y la mayoría dicen los pecados de los demás
para disculpar su falta, y no los propios.
Al fin, al fin pude salir, me cambié de ropa y pude
irme por la puerta de atrás sin ser visto. Y eso que esos días la
iglesia estaba siendo muy visitada, por las reliquias que había
traído el capitán Bolea de Holanda.
Fui corriendo a la casa de los Chirino, y me senté al
lado del famoso tapiz, para observar si estaba quitado el
famoso trocito, y ella me estaba mirando. Después de un rato
vi que era verdad, claro que ella no podía verme y entonces me
puse delante del tapiz, mire fijamente a donde faltaba el trozo,
vi sus ojos grises observándome, yo le aguanté la mirada y ella
rápidamente tapó el agujero.
Hablé con Beltrán, que es muy buen consejero para las
cosas del amor, y me dijo – Lo mejor es ir a la cabeza, hablad

104
con el padre Benito, confesadle vuestras cuitas y rogadle por
Dios que os ayude, ya se sabe que los curas son muy
casamenteros, y muy de que la gente se recoja. Y eso hice, fui
a hablar con el padre Benito, que antes había escuchado en
confesión a María.
El buen hombre dijo– Dos que se aman de esa manera,
no pueden estar separados, y las promesas hechas en
momentos de angustia, se romperán sin querer con tanto ardor.
Los dos podéis ser muy desgraciados.
–Hablad Céspedes a María Chirino, y yo convenceré a
sus padres para que os permitan relacionaros con ella–
Estaba en la sala de su casa y entonces me puse frente
al tapiz, muy cerca del agujero y dije–Yo amo a María Chirino
más que a mi vida, ni un solo pensamiento tengo, que no se lo
dedique a ella. Desde que la he visto no tengo existencia, yo
quisiera saber si María me ama a mí.
Hubo un silencio, y luego oí una voz ahogada por el
tapiz, que decía–María os adora–
Al momento se abrió la puerta lateral y apareció. Yo la
abracé y besé, ella se turbó y se puso encendida como una
amapola.
–Alonso, mis padres no saben nada.
El padre Benito hablará con ellos, y yo les pediré
permiso para casarme con vos– le dije arrobado.
–¿Tan pronto?– No puedo esperar más, sino me
consumiré. Quiero que seáis mi esposa y que vengáis
conmigo a Ciudad Real sin más dilación.
Ella se soltó de mis brazos diciendo– por Dios Alonso
estamos en España, y aquí la mayor virtud que puede tener una
mujer, es el recato–
–Hablad primero con mis padres–

105
Salió de la estancia, dedicándome una sonrisa
deliciosa. Al rato apareció Diego Chirino, loco de contento me
dio un abrazo. Ya lo sabía, María se lo había dicho.
Yo solicité hablar con los padres y ellos me recibieron
muy gustosos, haciéndose acompañar por el padre Benito. Se
acordó que la boda se celebraría dentro de seis días, el
próximo domingo.
Vestí los ropajes grana con bordado de plata que me
había regalado el emperador, Diego Chirino y el capitán Bolea
no lo hicieron, para darme todo el protagonismo a mí. Mi
María iba con un vestido de boda con el que se casaban las
mujeres de su casa, lleno de brocados y sobre todo llevaba un
tocado, que me permitía ver su pelo. ¡Ah su pelo!– ¿llevaría
trenzas?–
Llegó el día de la boda, yo esperaba en el altar con una
ansiedad que me consumía. Por fin apareció, me quedé sin
palabras, su pelo era trigueño con reflejos dorados y una
cascada de rizos enmarcaba el óvalo de su rostro.
Ya no me gustan las trenzas. Yo juego con los anillos
de su pelo que se enroscan en mis dedos, y he de reconocer
que conozco lo que es la felicidad en esta vida, gracias a ella.
La boda fue maravillosa, hubo festejos y yo no quise
hacer ninguna demostración de fuerza, yo sólo tenía ojos para
mi doncella bandolera, que me había robado el corazón.
Al día siguiente, partimos para Ciudad–Real. María se
despidió emocionada de sus padres y hermanos.
El camino fue maravilloso, desandar todos los lugares
que había abandonado hace ya años, los trigos ondeaban con el
viento, igual que los dejé, como si el tiempo no hubiera pasado
por ellos, era primavera.

106
Llegamos a la puerta de Toledo, y los paisanos nos
estaban esperando, porque éramos los vencedores de
Mühlberg, y yo venía casado con una mujer preciosa.
Llevé a María a la iglesia de San Pedro, y allí, yo que
no soy persona de muchos rezos, le di gracias a Dios por tanta
ventura.
–¡Qué enamorado se os ve! Vuestra esposa es una
mujer muy afortunada. Y por lo que contáis de esa iglesia de
Ciudad Real, parece que proporciona felicidad a los hombres–
–Marien, la felicidad depende de nosotros, no de los
sitios donde uno se encuentre. Ya sabéis, mi madre la que
sabía cien oraciones, decía que en todas partes está Dios. Pero
sí, no me olvido, si esto termina bien, os llevaré a la Mancha.

107
Capítulo XII. De cómo Ciudad Real estaba
atemorizado por el más allá

Se colocaba siempre en la puerta del Hospital de San


Blas en la calle Ballesteros. Se cubría con un saco de ceniza,
su polvorienta cara apenas dejaba ver unos ojos enrojecidos de
ira, y una lengua violácea, que salía de vez en cuando de su
carnosa boca.
–El mundo se acaba e iréis todos al infierno, se acerca
el fin, se me ha aparecido un ángel en el brocal del pozo y me
ha dicho; Ve y dile a los de Ciudad Real, que esto es cosa de
un par de semanas. Os conozco muy bien malandrines y sé el
pecado que tenéis cada uno, si entregáis una moneda para San
Blas, acierto con vuestra falta, y os digo el castigo que os
espera, y la manera de remediarlo–
La gente se le iba acercando, bajaban de la calle
Dorada y se concentraban en la esquina, casi enfrente de la
iglesia de San Pedro. Los pobres que permanentemente vivían
en su puerta corrieron a oírle, y él les decía– Vosotros, no, no
tenéis dinero y además bastante infierno lleváis en esta vida.
Dejad paso a los otros, que esos sí que son pecadores, y no
vienen porque se sientan culpables, sino para cotillear las
faltas de los demás y criticarlos–
–Vos, Bastián Cano, carretero, ¡mirad cómo os
conozco!, os pasáis la vida blasfemando y ese es un pecado
muy grande contra Dios nuestro Señor, vais a ir al infierno.

109
Toda la gente que había allí presente decía– Sí, sí, que se vaya
al infierno Bástian, que tiene muy mala boca–
–Allí en el infierno, se os atascará el carro
continuamente, las caballerías no os obedecerán nunca y vos
en lugar de blasfemar, daréis gracias a Dios y pediréis ayuda
amablemente al primer demonio que se os presente, y este no
os hará caso, os maldecirá, y vos eternamente, desatascareis
inútilmente el carro en silencio–
Algunos más compasivos, decían–Pobre–
–Bastián, no habléis tan mal, que mirad la que os
espera y vos tenéis poca paciencia, dadle una moneda a este
hombre y corregíos– Otros en cambio decían– Que se fastidie–
y recordaban las veces que ellos le habían oído decir
blasfemias.
Bastián entregó una moneda, y se quedó sorprendido
de que el ceniciento supiera su nombre y su defecto. Los
demás se fueron animando a ver si se metía con alguien, pero
esta vez dio una regañina a todos en general–Ya sé que todos
vais a misa los domingos, porque si no va el alguacil a
vuestras casas a por vosotros, pero debéis de guardar
compostura, sobre todo en la Comunión y en la Consagración
y no jugar al latrimculi, ni cerrar tratos de ganado mientras el
cura dice el sermón. Porque vais a ir todos al infierno, y allí os
sermonearan eternamente y tendréis que estar atendiendo,
quietos sin pestañear–
–Vos, Martín de Poblete, ya sé que os vais a arar en
domingo, y no se puede trabajar en el día del Señor, vais a ir al
infierno, y vuestra pena será que estaréis eternamente atado a
un árbol, viendo como vuestro huerto se seca y se convierte
en un erial y vos no vais a poder hacer nada para impedirlo, así
que dejad una moneda y no trabajéis más, cuando no debéis.

110
Todo el mundo se sorprendía de lo bien que conocía los
nombres y los vicios de la gente. Aquello se fue animando,
aunque algunos temerosos se fueron por piernas, a los que el
penitente les gritaba–No os marchéis, cobardes que también
tengo para vosotros–
–Vos la de Alonso Chacón, que os lleváis muy mal con
vuestra suegra, y la mujer no puede ni abrir la boca, cuando
vos ya la estáis insultando y faltándole el respeto, vais a ir al
infierno mala harpía, porque encima estáis comiendo de ella y
la tenéis acobardada– Todas las abejas y las avispas os van a
picar eternamente en la lengua, y en todo el cuerpo y todos los
bichos se emplearan con vos y sus picotazos no tendrán fin.
Dejad una moneda y respetad a vuestra suegra u os van a faltar
manos para rascaros, ¡víbora!, que sois una víbora.
Aquello se iba poniendo interesante, unos estaban a
favor y otros en contra, por un lado tenían miedo de que les
dijeran a ellos sus defectos, pero por otro lado sentían la
curiosidad de saber cosas de sus vecinos.
El polvoriento continuaba– A ver los que se dejan
llevar por la gula, que aquí seréis pocos porque estamos todos
muertos de hambre, un perro rabioso os despedazará, y os
arrancará la carne a girones y no dejará nunca de hacerlo–
–Vos, Diego Pérez mercader, que sois un avaricioso,
vais a ir al infierno y allí no tendréis nada, porque los
demonios os pondrán muchos tesoros en las manos, se os
harán unos agujeros tremendos por donde se irán todas las
riquezas y no podréis retener nada en vuestras manos, dejad la
moneda– ¡Dejadla!–He dicho que la dejéis– gritaba el
iluminado.
–No quiero, es mía– decía Diego Pérez, –y me ha
costado mucho trabajo ganarla–

111
–Os vais a condenar–
–Pues me condeno, pero yo la moneda, no la suelto–
decía Pérez
La gente se reía con ganas, y es que la avaricia es un
pecado muy difícil de corregir.
Aquello originó tal revuelo que las autoridades
tuvieron que tomar cartas en el asunto, y le expulsaron de la
ciudad, pero él se instaló pegado a la muralla, la cual se caía a
trozos y la gente la atravesaba sin dificultad, sobre todo por la
parte que iba al camino de Carrión de Calatrava.
Cada vez iba ganando más seguidores, ya que se corría
la voz y se decía que había obrado algunos milagros, uno de
ellos fue que hubo una gran inundación y el “Santo Carrión”,
que así le llamaban, bajó por la calle de las Bestias y llegando
a la fuente del Pilar dijo–Que deje de llover– y en ese mismo
instante, salió el sol y no volvió a llover en meses.
Otro milagro de no menos enjundia, fue que Pérez daba
limosna todos los domingos, cuando iba a misa en la iglesia de
San Pedro, y también en el Hospital de la Santa Hermandad,
donde se mantenía a futuros ajusticiados.
La ciudad recordaba pocos milagros, había uno que se
rememoraba mucho que sucedió en la calle Pedrera Baja, y fue
atribuido a San Vicente Ferrer durante su estancia en Ciudad–
Real en mil cuatrocientos once, y es que estando celebrando,
se quedó en suspenso unos instantes y dijo– Es necesario, que
en este momento socorráis una grande necesidad, y sacando un
lienzo de la manga. Dijo– Seguid este pañuelo y donde pare,
entrad a socorrer lo que halléis–
Voló el pañuelo por la calle Caballeros, llegando hasta
Pedrera y se detuvo en la puerta de la casa de esta calle. Allí se

112
encontraba un desgraciado con cordeles en la mano, se
disponía a ahorcar a su mujer.
Todo el mundo solicitaba al “Santo Carrión”, que
hiciera él también lo del pañuelo, pero éste se negaba
aludiendo que cada uno tiene sus métodos.
Él continuaba dirigiéndose a los presentes, que cada
vez eran más.
–Vos, Nuflo que por vuestra boca no salen nada más
que mentiras, que disfrutáis engañando a la gente, ya nadie os
pregunta nada, porque saben que no les diréis la verdad. Vos
iréis al infierno y allí permaneceréis sumergido hasta la nariz
en excrementos humanos, así no abriréis la boca, embustero.
Soltad vuestra moneda y corregíos–
–Eso es mentira, yo digo siempre la verdad, y siendo
las doce del mediodía. Dijo– Me voy que se me va a echar la
noche encima–
Entonces el “Santo Carrión” bajó muchísimo la voz, de
tal manera que no se le podía entender. La gente se le acercaba
prestando oídos y muchísima atención, cuando de súbito
profirió un gran grito y dijo–¡¡¡ Y ahora vamos con la
lujuriaaa!!!–
La gente salió corriendo despavorida, saltando por
entre las piedras de la muralla a la velocidad del rayo, solo se
quedó allí la vieja Aldonza y su vecina la de Padilla.
–Vaya, ya no nos hemos enterado de quién está con
quién–
Y se fueron a rezarle al “Cristo de los Tarugos”, que
estaba expuesto en un madero lleno de nudos a modo de
pequeñas piñas, que se retiraban según el número de
ejecuciones. Este era otro espectáculo que también entretenía

113
mucho a las ancianas. Aquel día llegaron a levantar hasta
cuatro patíbulos.
El Cristo estaba metido en una hendidura de la pared,
en la cárcel de la Santa Hermandad.
El “Santo Carrión” traía de cabeza a las autoridades
porque la gente se peleaba, se acusaba y se retaban a ir, para
que les dijera las verdades.
Un día Beltrán y yo le seguimos, vimos que pasó a
Turrillo un pueblo abandonado al lado de Carrión de Calatrava
y luego paso a la venta. Cuando estuvo en el patio, empezó a
sacudirse la ceniza y a quitarse los sacos, se lavó en el pilón
resultando ser un hombre joven, se dio la vuelta y… vimos
que era un cura de los que habían estado en San Pedro. Por eso
conocía los nombres de todos los de la parroquia y sus
defectos, porque les había confesado. Había escapado del
convento de San Francisco, que era una cárcel residencia de
clérigos sospechosos y necesitados de meditación, él meditó lo
suyo e ideó esta forma de sacar dinero.
Cuando nos vio dijo–Céspedes, no me delatéis
desapareceré de estas tierras, y no me volveréis a ver más–
–¿Y qué pasa con el dinero?– pregunté yo.
–Tomadlo y llevádselo al párroco. Él sabrá lo que
hacer con él, en cuanto a los pecadores se lo tienen merecido,
y si les hice pasar un buen rato, bien está que paguen por ello.
Ese día me pilló bondadoso he hice lo que me pidió, y
no le volvimos a ver nunca más el pelo.
Por aquellos días, se predicaba en todas las iglesias la
importancia del sacramento de la confesión, y el
arrepentimiento sincero de todos los pecados, en contra
posición a la reforma, y siguiendo las directrices del concilio
de Trento.

114
Apareció en San Pedro el padre Benin, que hacia
sermones como este.
–Juan García, estaba sordo y ciego, también era manco
y una gran joroba le hacía mirar al suelo más de lo que él
quería, no tenía dinero, estaba siempre triste y unas malas
fiebres se cebaron con él, tenía la boca llena de pupas. Su
padre era un gran borracho, su madre una desgraciada y su
mujer le engañaba, (vamos que no había engaño ninguno), que
él lo sabía, con su amigo más fiel. De cuatro hijos que tuvo,
tres, la peste los mató y a un hijito pequeño un caballo le dio
una coz, aun así, él fue a la iglesia a dar gracias a Dios, y un
trozo de cornisa encima le cayó y dijo–Voto a tal– y cómo no
se arrepintió, si no que siguió diciendo votos, se murió y se
condenó. Si Juan García se hubiera arrepentido habría ido al
cielo porque era un buen hombre, de ahí la importancia de la
confesión y el arrepentimiento–
Después de esto un grupo de amigos jóvenes, quisieron
gastarle una broma al padre Benin, y tramaron lo siguiente.
Uno de ellos se haría pasar por moribundo, entonces
los demás llamarían al padre para pedirle la extremaunción, y
en un momento determinado, el enfermo debía saltar de la
cama y decir–Me ha curado el padre Benin, me ha curado–
–¡Milagro, milagro!–
Pues así lo hicieron prepararon la trama, y cuando el
padre Benin se presentó, le dio la extremaunción y se la dio en
el momento oportuno, porque el joven que estaba sano, murió.
Los jóvenes quedaron muy consternados y confesaron
su villanía. Los habitantes de Ciudad–Real no hablaban de otra
cosa, en el mercado y en todos los mentideros, no daban
crédito a lo que había sucedido.

115
En medio de esta situación, la gente estaba atemorizada
y apenas salían por la noche, aunque los enamorados seguían
visitando a sus novias al atardecer. Iban cubiertos por una
manta, y las rondaban hasta que ellas se asomaban a la reja de
la ventana.
Así, iba Beltrán que se había enamorado de una
mancheguita graciosa de la calle de Toledo, cuando apareció
un fantasma de por lo menos dos metros, que llevaba
iluminada la cabeza e iba profiriendo grandes alaridos39. La
poca gente que había en la calle salió corriendo como alma
que lleva el diablo. Algunos mal llegaron a la plaza,
tropezando y cayendo, el terror se quedó a vivir en su
pensamiento, y ya nadie se atrevía a rondar a las novias. Yo le
dije a Beltrán que no era posible, que un hombre que había
atravesado el rio Elba, en las condiciones que nosotros lo
hicimos, con la niebla, el frio y la casi certeza de que íbamos a
perder la vida, pudiera ahora amedrentarse por un fantasma, él
me decía que con las cosas del “más allá” no se podía jugar, y
tampoco con lo que no tenía explicación.
Yo le afirmaba que todo lo tiene, y él me insistía una y
otra vez en que podíamos perder la vida, y no siempre te pilla
recién confesado y arrepentido.
–Aun así, no se puede vivir con miedo y sin ir a visitar
a la novia–le dije con determinación.
Así que le propuse que esa misma noche, íbamos a ir a
la calle de Toledo a hablar con el fantasma y si no nos
contestaba, ya le haríamos entrar en razones, pues llevábamos
muchas batallas y demasiados muertos encima, como para no
poder con esta situación.

39
“Manchegos ilustres de la época de Cervantes”. JOSE SANZ DIAZ.

116
Beltrán aceptó y nos presentamos al atardecer en la
calle de Toledo, yo le dije a María que íbamos a cazar un
fantasma, y ella temerosa se puso a rezar a las ánimas benditas
del purgatorio.
Cuando ya llevábamos un buen rato y casi teníamos
perdida la esperanza de que apareciera, surgió de una esquina
un fantasma enorme con luz en la cabeza y profiriendo grandes
alaridos.
Yo le grité –¿Cómo te llamas?– ¿Qué quieres de
nosotros?– y él solo gritaba y aullaba, así que dije –a por él–,
que fuerzas no nos faltan para tanta sábana y tan poco
conocimiento.
Dio un gran traspié, y casi se nos cae encima, nos
revolcamos por el suelo y salieron unos zancos grandísimos,
los faroles prendieron fuego a las sábanas y tuvimos que
remediar la situación echando tierra, que en la calle Toledo
había mucha, tanta había, que una coplilla de aquellos años
decía–
En la calle Toledo hay mucha tierra
Y mi mujer no puede pasar por encima de ella
Las del moño zorongo, duermen en catre
Para que el moño zorongo no se les desbarate–

A aquella bruja sí que se le desbarató el moño, resultó


ser una pobre loca que disfrutaba asustando a los novios,
porque ella había sufrido mal de amores, y no quería que nadie
los tuviera.
La llevamos a casa, y le exigimos que diera al día
siguiente, una explicación en la plaza del mercado,
protegiéndola porque era una pobre mujer y la gente le quería
pegar una paliza, enseñó el disfraz, y así parece que quedaron

117
sosegados los ánimos de mis paisanos, y se salvó por los pelos
de no ir al Tribunal de la Inquisición por brujería, todo quedó
en una broma.
Ella se marchó de Ciudad–Real. La gente volvió a sus
vidas, y a sus temores por el más allá.

118
Capítulo XIII. De cómo celebramos las fiestas de
la Asunción de la Virgen

Aquélla noche nos acostamos con el ruido de los


grillos, antes habíamos oído a las cigarras, y antes que a ellas a
un búho pequeño. Todos nos anunciaban que el disco solar iba
a prender la tierra, la iba a llenar de una luz cegadora, lo que
hace que las cosas y todo lo que nos rodea tenga un color
especial. Son los colores del verano. Si la primavera es la
primera verdad, el estío es la verdad.
Cuando El Creador dijo –Hágase la luz– seguro que
pensó en un día de verano en Ciudad Real.
Diez meses de invierno y dos de infierno, pero a mí me
gusta este calor seco que se pega al cuerpo como si fuera una
buena amante y extrae de tu ser todo atisbo de humedad.
Estaban las hormigas haciéndose aire unas a otras,
cuando apareció Diego Chirino, mi antiguo compañero de
batalla y cuñado. Nuestra alegría no la puedo describir y
tampoco la sorpresa, aunque María y yo le habíamos invitado
a venir para la fiesta de la Virgen, no nos había dicho con
seguridad que iba a hacerlo. El motivo de su visita además de
querer estar con nosotros, era que se venía a despedir, porque
había decidido marcharse a América a hacer fortuna, decía que
no podía estar esperando a que le llamaran para la próxima
campaña, y que él necesitaba más acción. Yo le dije que a mí
me venían bien los periodos de descanso, porque tenía que
cuidar de mi mayorazgo y las tierras de labor.
119
María se apenó muchísimo, porque sabía que los que se
marchaban a América rara vez volvían, tratando inútilmente de
convencerle, se puso a llorar y se fue a rezar. Ella, también
sabía cien oraciones.
Nosotros decidimos que el tiempo que íbamos a estar
juntos lo teníamos que emplear en divertirnos y pasarlo bien.
El patio de nuestra casa era un sitio fresco y muy
agradable, tenía dos grandes higueras que daban mucha
sombra y una parra con uvas de teta de vaca, a la que solo
importunaban las avispas, ya que María tenia contados todos
los racimos, y no podía faltar ni uno hasta que no llegara su
maduración, alrededor de las tapias había una tupida
madreselva que competía con la hiedra y las flores de pasión,
también había un granado y un lilo, todo ello hacía del patio
un sitio muy fresco en el que la luz pasaba tamizada por entre
las hojas. Teníamos un pozo de agua muy fresca, eso nos
permitía estar casi en la gloria, y pasar gran parte del día allí,
exceptuando las horas de más calor que las pasábamos dentro
de la casa. Chirino, nos contó que el pueblo de Uceda estaba
consternado, porque las reliquias, que había traído el capitán
Bolea de Holanda habían sido robadas de la iglesia de Santa
María de la Varga. María se entristeció mucho.
Era tal el comercio de reliquias que había para dar
prestigio a los monasterios e iglesias, que los robos estaban a
la orden del día, por lo visto Bolea estaba enfurecido, porque
era el regalo que nos habían hecho los monjes por salvarles de
la quema, allá en la ciudad de Groeninga en Holanda. Para
quitar hierro al asunto y no preocupar a María, a Diego se le
ocurrió que podíamos jugar allí a las cartas, ya que se había
traído consigo una baraja germana de cuando estuvimos en
Ingolstad. Tenía las cartas como un tesoro, pues le costó

120
mucho conseguirlas, se las dibujó un artesano, las cuidaba
como oro en paño y nunca mejor dicho porque así traía
envueltos sus naipes.
–Mirad Alonso, las rosas, las campanas, las bellotas y
los escudos, el Karnöfell, el devil, el káiser, el oberstecher, el
unterstecher y el farbenstecher– ¿Qué os parece?–40
–Bien, podíamos jugar al Karnöfell, que tan buenos
ratos nos hizo pasar en Alemania–dijo Chirino.
–Tenemos un inconveniente, sólo sabemos jugar
Beltrán, vos y yo–
–Podíamos enseñar a vuestros vecinos–sugirió Chirino.
–Uno no sabe leer ni escribir, aunque es hidalgo, ahora
que contar sí que sabe el muy zorro, que en cuanto puede te
engaña–
–Voy a presentároslos, les invitaremos a una jarra de
vino y les contáremos nuestras andanzas y nuestra afición al
Karnöfell y a ver si se animan a aprender, recordad que a
nosotros también nos costó, ahora que una vez que
aprendimos, dinero y diversión le sacamos–
Beltrán se acercó a casa de Juan Medina que era
mercader, este era un hombre muy calvo pero con una gran
mata de pelo gris alrededor de su cabeza brillantísima, tenía
ojos azules muy juntos, nariz aguileña y unos dientes casi
horizontales que le hacían tener el labio superior como un
toldo y el labio inferior escondido, eso le hacía hablar sin
poder pronunciar la “r” y la gente de la calle le llamaba “Risas
rotas”. Nunca se lo decían en su cara porque tenía genio,
hablaba sólo diez palabras al día, con lo que a las nueve de la
mañana ya tenía todo dicho. Era de natural triste, parecía que

40
Diccionario Oxford de juegos de cartas .DAVID PARLETT

121
llevara pegados en la frente los papeles del entierro, algunos
días decía –¿Será hoy nuestro último día?– y ya con eso
cumplía con el cupo de palabras que le tocaban para esa
jornada. Era gran negociador, se entendía con la mirada y
sentía un amor profundo y desinteresado por el vino.
A Juan Medina pareció gustarle la idea de ir a nuestra
casa a jugar a las cartas, nunca lo había hecho y tenía
curiosidad, así que aceptó, nunca se negaba a un buen vaso de
cariño.
Beltrán fue también a invitar a Alonso de Nájera, este
era un hidalgo descendiente de los navarros que vinieron a
repoblar la Mancha. Era un hombre grande, corpulento sólo
tenía una ceja, ojos pardos, unas orejas que parecía que iban a
elevarle a los cielos, tenía el labio inferior vuelto hacía abajo y
eso hacía que tuviera que espantarse las moscas muy
abundantes en esta época del año, más de lo que él deseaba.
Vivía en una casa muy pequeña, tanto que cuando su
mujer cortaba cebolla, lloraban los vecinos, por eso pasaba el
día fuera de ella. Era un poco espeso, no sabía leer ni escribir,
no sabía de números pero si contar, era un inocentón. Aceptó
gustoso, porque era amigable y le gustaba conversar con la
gente e incluso solo. También era buen cofrade de la
hermandad del vino.
Llegaron los dos a casa. Diego Chirino los recibió con
gran alborozo, les contó algo de nuestras aventuras en el
ejército, cargando la narración en nuestro paso por el rio Elba,
ellos quedaron muy asombrados. Una vez acomodados en el
patio, sacamos las cartas, afirmaron que nunca habían jugado
con naipes, solo jugaban al latrimculi, pero observaron con
mucha atención lo que les mostrábamos.

122
Juan Medina era un lince y enseguida aprendió–
Vamos a ver le decía a Nájera–El Karnöfell necesita
cuarenta y ocho cartas, jugamos sin ases y se juega de
izquierda a derecha. Valor de las cartas. En el palo de
triunfo mayor primero va el Karnöfell luego el siete
después, el seis después el dos luego el rey, el tres la reina
el cuatro y el cinco–
–No puede ser ¿cómo después del seis va ir el
dos?–
–Son las reglas del juego, en los demás palos que
no son de triunfo van por orden, primero el rey luego la
reina, el karnöfell, y diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco,
cuatro, tres y dos–
–No sé, no sé–decía Nájera.
–Mirad, el que reparte da cinco cartas a cada
jugador una a la vez. La primera de las cartas se coloca
boca arriba encima de la mesa. La carta boca arriba de
menos valor determina el triunfo por esa mano. Una vez
decidido el mismo, la carta se voltea y se siguen
repartiendo las cuatro restantes, una por una, a cada uno
de los jugadores que participan en la partida, en total
cinco a cada uno. En caso de empate se utiliza la primera
carta volteada como palo de triunfo.
El jugador a la izquierda del que reparte, abre la
mano con cualquier carta–
–A mí esto, no me está gustando, porque no me
entero de nada– protestaba Nájera.

123
–No os preocupéis, cuando le cojáis el aire, os
divertirá– insistía Chirino.
–No hay obligación de asistir al palo–decía yo.
–¿Pero qué palo, necesita que yo le asista?– Nájera
desesperado.
–Quiere decir que en caso de tener una carta del
mismo palo, se puede decidir echarla o no, según
convenga a cada uno. El jugador que haya jugado la carta
más alta o el triunfo más alto gana la baza, y comienza
abriendo la siguiente mano.
Los jugadores continúan así hasta que todas las
cartas hayan sido jugadas. El equipo que haya ganado
como mínimo tres de las cinco bazas gana la mano y el
turno de reparto de cartas de izquierda a derecha–

Los miembros de los equipos tienen permitido hablar


sobre el valor de sus manos y de cualquier otra información
que quieran.
Nájera continuaba– ¿Y porque hay cascabeles? .Qué
graciosas estas estampicas, le tienen que gustar mucho a mi
mujer. ¿Y las belloticas? Anda que bonitas las campanitas,
bueno y también las rositas–
–Escuchadme Nájera, vamos a jugar solo para
aprender, y cuando ya aprendamos jugamos en serio–
–Bueno Céspedes, explicádmelo despacito–
–Mirad primero tenemos que ser cuatro por equipos de
dos. En Karnöfell, el mazo es de cuarenta y ocho cartas–
–A ver, a ver que las cuente, una, dos, tres, vaya ya me
he equivocado, vuelvo a empezar. A ver aquí hay diez las voy
a hacer montoncitos. Uno, dos, tres…–

124
–Nájera dejad ya de contar y fiaros de nosotros–
–¡Cómo me voy a fiar, si vamos a jugar! Toda
precaución es poca–
–Pero bueno. ¿Es que no os fiais de nosotros?–dije yo.
–Pues no la verdad, porque ¿qué necesidad tengo yo de
jugar y aprender un juego de germanos? seguramente vosotros
me vais a ganar y perderé la honra, el dinero y encima voy a
quedar como tonto–
–Bueno, bueno se trata de divertirnos y pasar el rato,
nosotros tampoco sabíamos, aprendimos y lo pasábamos bien.
–Bien, bien…Vamos a empezar dijo Diego Chirino.
Coged cada uno una carta, y el que la saque más alta ese
comienza a repartir– Nájera sacó su carta y se subió encima de
la silla, y con el brazo extendido todo lo que podía, decía–Yo,
yo y solo yo, la he sacado más alta–
Nos quedamos estupefactos. Y Juan Medina le dijo –
Nájera, que suerte tenéis en la vida, porque cuando Dios os
hizo tonto os puso cara de tonto, porque si os llega a poner
cara de hombre normal, ahora mismo estabais muerto–
Nájera grito–Tonto, me ha dicho tonto, vamos al huerto
y os revolcaré las entrañas–
–¡Par diez señores!– Tengamos la fiesta en paz, que de
lo que se trataba era de divertirse–
–Pues yo, sí que me voy a divertir cuando me haga un
cinturón con la piel de ese bellaco– siguió Nájera.
–Aceptad, mis disculpas, no os pongáis así– dijo
Medina
Le servimos un vaso de vino y parece que se calmó.
Repartimos cartas y le dije vamos de izquierda a
derecha yo me puse de compañero con él, y Diego Chirino iba
con Juan Medina. Beltrán andaba por ahí de mirón y

125
descompuesto de risa, porque veía como Nájera se iba
guardando las cartas en la camisa, y con una habilidad que no
se esperaba sacaba una a una, y cada vez tenía más.
Formábamos bazas sin parar.
–Céspedes vamos ganando–
Diego Chirino nos dijo–Estáis haciendo trampas. Par
diez que no lo voy a consentir.
–Lo mejor será que no juguemos, porque lo que nos
daba diversión en Alemania, nos va a hacer discutir aquí, y
cuanto más se discute más se aleja uno de la verdad, y de la
amistad– dije yo aspeado.
–Así que guardaros vuestras cartas, llevároslas a
América y enseñad a otros menos maliciosos, con menos
ganas de bronca y más de divertirse–
Quedamos mal encarados y Nájera nos dijo que los
“techer “, nos los metiéramos por donde amargan los pepinos.
Algo tiene la Mancha que pacifica el carácter de las
gentes, si esta escena la hubiéramos vivido en Ingolstad, ahora
mismo Nájera estaría muerto o mal herido, porque allí los
duelos eran muy frecuentes, aunque estaban prohibidos.
Así llegaron las fiestas, y con mucho mejor ánimo
Diego Chirino y yo nos preparamos para lancear al toro. En
tiempos antiguos, en el reinado de los reyes católicos no se
celebraban los toros, porque a Isabel le horrorizaban y
Fernando no tenía esa tradición, pero a nuestro emperador sí
que le gustaban, y los puso otra vez en el mundo, ya que
consideraba que era un buen ejercicio para mantenerse ágil,
cuando no estaba en la guerra, y además le divertían. Cuando
nació su hijo Felipe lanceó un toro y lo brindo a su esposa
Isabel de Portugal.

126
Nosotros íbamos a lancear un toro. Beltrán iba a actuar
en el suelo para ayudarme a mí, y a Juan Chirino le busqué un
mozo, que por aquellos días había salido del calabozo, se
llamaba “Roncha bichos III”. Pertenecía a una larga dinastía
de vaqueros y ganaderos, cuya característica es que tenían los
dientes negros. Siempre había sido un espectáculo ver como
esta familia manejaba su ganado, lo conducía, lo encerraba y
lo sacrificaba a espada en el matadero. Este “Roncha bichos”,
estaba en el calabozo desde los días de la inundación, y lo
habían indultado por ser las fiestas de la Virgen.
El problema que tenía es que se pasaba el día
hablando con Dios, pero claro no lo hacía de forma respetuosa,
miraba al cielo y decía– ¡Manuel!– y le increpaba si algo no le
salía bien.
Podía decirle Jesús, ya que en aquellos tiempos de
todos es sabido, que los judíos conversos bautizaban a sus
hijos con el nombre de Manuel, porque era un nombre del
Antiguo Testamento y también del Nuevo. Con lo que el
nombre no estaba bien visto, así que la blasfemia parecía
mayor.
“Roncha bichos” tenía unas vacas en una cuadra
pegada a la muralla, frente al camino que va a Miguelturra, la
cuadra estaba por debajo del nivel del suelo de su casa y el día
de la inundación se llenó de agua el establo, llegándole a las
vacas a la altura del hocico. El pobre “Roncha bichos” peleaba
por sacar las vacas de aquel lodazal, lleno de excrementos, y
cómo no paraba de llover, mientras bregaba con las vacas
miraba al cielo y gritaba.
–¡Venga Manuel!, no seáis así, echad unas goticas de
agua hombre, a ver si se sienta el polvo–

127
–¡Manuel!….No os cortéis y seguía lanzando una serie
de maldiciones acerca del comportamiento de tan divina
Persona. En eso que pasó un alguacil por su casa y le oyó,
primero se rió pero luego lo denunció por blasfemo, y el
vaquero se contuvo tanto para no insultarlo, que apretando las
mandíbulas se rompió uno de sus negrísimos dientes. Él
mismo se decía.
– ¿Pero dónde se ha visto un” Roncha bichos” de los
“Roncha bichos” de toda la vida, mellado? Él no se lo podía
remediar, y aun estando en el calabozo seguía increpando a
Manuel y decía que estaba rezando, que eso era hablar con
Dios.
Al fin le sacaron a la calle y aceptó ser mozo de Diego
Chirino, por si tenía que distraer al toro, si había que cambiar a
algún caballo herido o cansado o para rescatar al alanceador de
alguna caída.
Aquello era un espectáculo de masas, aunque muy
peligroso, ya que no había protección para el público ni para
nadie, sólo se cerraba las cuatro salidas de la plaza con cuatro
carros. A la iglesia no le gustaban este tipo de celebraciones, y
peroraban algunos curas sobre la moralidad de este acto, sobre
todo preocupados por la vida del torero.
–Oh, bárbaros inhumanos, que pueden a gusto estar
viendo amorcar y matar los toros a sus hermanos, con riesgo
digno de lloro, de al infierno condenarse, muriendo sin
confesarse entre los cuernos del toro–decía el cura de Santiago
desde la casa de los arcos.
La gente no le escuchaba, allí se arremolinaban
chiquillos descalzos y harapientos, con la ilusión de ser alguna
vez peones, ya que lancear al toro sólo estaba reservado a los
caballeros. Así las cosas, salió un toro bravo a la plaza

128
conducido por la dinastía de los “Roncha bichos”. Rostro y
cerviguillo ancho, negro, con una furia y bramidos que
hicieron que todos se pusieran a buen cubierto. Salió Diego
Chirino, y no le pudo lancear, perdió la lanza y el toro
arremetió contra el caballo, el pobre animal estaba en el suelo
con todo el paquete intestinal fuera, allí apareció nuestro peón
blasfemo y dijo–¿Pero es que no vais a poder, con esta oveja?–
Dejádmelo a mí, y se puso con una tela carmesí a jugar con el
toro, la gente aplaudía era un espectáculo nunca visto, pero iba
corriendo de espaldas se tropezó, cayendo con el trapo encima
de la cara. El toro le dio tal golpe, que cuando se pudo levantar
le había salido un bulto en la frente, que parecía el puño de un
labriego. Ante esa situación yo me baje del caballo agarré al
toro de un cuerno, y lo mantuve sujeto, sacando mi espada con
parsimonia le corte la cabeza partiendo al toro en dos.41
La gente quedó maravillada de mi fuerza y algunos
sugirieron que sería mejor no llevarme nunca la contraria. Mi
esposa María Chirino le decía a todo el mundo, que yo era el
más dulce de los hombres y que nada tenía que ver mi fuerza
con mi carácter.
Así se pasaron las fiestas, mi esposa convenció a su
hermano de que no se fuera a América, que allí nada se le
había perdido y que aquí había mucho que guerrear a las
órdenes del emperador, y así le despedimos contentos, con el
deseo de vernos pronto, como así fue.

41
Manchegos ilustres en los tiempos de Cervantes .JOSE SANZ DIAZ

129
Capitulo XIV. La vendimia

Tannn, tannn, tannn, sonaban las campanas del


convento de San Francisco. Parecía que estaban tocando a
tránsitos, cuando siendo todavía noche cerrada, aparecieron
Miguel Lazaleta y una joven llamada Elvira Ruiz, se bajaron
de una mula que aparentaba más cansancio, que el qué tiene un
viejo al que se le han acabado las razones por las que vivir.
Salió a abrirles un fraile lego, y los invitó a pasar.
–El cura les está esperando–dijo con desgana.
–Entonces no hagamos más dilación– contestó
Lazaleta.
–Necesitamos testigos, los frailes podrían serlo–
Miguel Lazaleta era descendiente de los colonos que
vinieron de Navarra a repoblar la Mancha, además de trabajar
sus tierras, se ofrecía a llevar las de los demás en aparcería, y
por eso trabajaba para mi familia.
Era un hombre de unos cincuenta años pasados, de
complexión muy fuerte, tenía la mirada glauca, cabeza
cuadrada y por boca una línea horizontal, rasgos duros, hacía
tiempo que se había quedado viudo y desde entonces andaba
como desaforado buscando compañía.
Elvira era una joven del tipo de las mujeres de esta
tierra, cara y rasgos finos, ojos alegres, sonrisa fácil, poco
busto, caderas anchas y pelo de color trigueño, más un halo de
tristeza velaba su rostro.

131
Tenía dieciséis años y un hijo de once meses, fruto de
un amor desesperado. Un soldado que la enamoró le hizo
perder los sentidos, y un día desapareció. Fue reclamado para
ir a una de las muchas guerras que había abiertas. Él le
prometió amor eterno, pero el tiempo pasó, y dio a luz a un
niño al que puso de nombre Teófilo, el mismo nombre del
padre para no olvidarlo nunca y honrar su memoria, ya que
ella estaba convencida de que había muerto.
Elvira era muy pobre no tenía para mantener a su hijo,
y Lazaleta andaba buscando compañía, así que le propuso
casarse con ella y prohijar a su niño. Ella no quería, pero sus
padres la convencieron de que era lo mejor.
–Mirad casaros con un rico, porque al final se les
termina queriendo igual, y podéis tener mejor vida–le decía su
madre–.
–Eso o morirse de hambre– le decían las vecinas.
La ceremonia empezó– ¿Miguel, queréis a Elvira como
legítima esposa?–
–Si quiero–contestó como el que cierra un trato de
ganado.
–Elvira ¿queréis a Miguel, como legítimo esposo? Los
ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas y dijo entre
sollozos –Si quiero–
Buscando el paño blanco para velarles no lo
encontraron por ninguna parte, y utilizaron el paño negro que
usaban para poner encima del sudario de los muertos, cuando
iban a enterrarse en el suelo de la Iglesia. Aquello no parecía
comenzar con buen augurio, salieron de la iglesia, montaron
en la mula y se fueron para el campo.

132
Lazaleta le dijo –De ahora en adelante vuestra familia
soy yo, y trabajaré vuestro cuerpo, como trabajo la tierra hasta
que me deis fruto. Elvira no respondió.
Ese mismo día comenzó el pregón de la vendimia en la
puerta de las iglesias, y en la plaza del mercado se anunciaba.
–Se hace saber, que se seguirán las ordenanzas de mil
quinientos veinte.
No se puede cosechar la uva tinta y blanca al mismo
tiempo, ya que los vinos tintos tienen necesidad de coger
quince días más temprano que los blancos, para que sean y
tengan buen color, y sean mejores–
Los vendimiadores de tinto tienen que comenzar su
labor el día de la Cruz, y los de blanco el día de San Miguel–
–Sanciones al mal comportamiento de los
vendimiadores–Se hace saber que todo aquél que “entre por
viña ajena” dañe los majuelos del vecino estropeando la uva,
será castigado con una pena de entre dos y tres reales.
Con dos reales también, será castigado el que deje
efectos en viña ajena o animales, que la estropeen mientras
aún no ha sido vendimiada.
El incumplimiento en las fechas para la recogida de los
dos tipos de uva tiene su castigo. Dos mil maravedíes, la
cantidad de la multa se destinará al concejo, y las obras de las
tres iglesias parroquiales junto con el convento de San
Francisco, y a esta multa en metálico se le sumaria la
prohibición de guardar vino en las bodegas.
Para las denuncias hará falta el juramento de dos
testigos, y que parezca verdad en cualquier manera–
–¡Así qué, cuidadito!–añadía el pregonero de su
particular cosecha.

133
El castigo nos parecía muy severo, sobre todo porque
se prestaba a que algunos envidiosos o enemigos se
denunciaran falsamente.
La gente una vez escuchado el pregón se iba a su casa
alegre, porque ya comenzaba el trabajo en el campo, y eso les
proporcionaría la posibilidad de llevar algo de comida a sus
casas.
Yo también estaba alegre, alegre. Fui al campo y en el
horizonte se me apareció un gran tesoro, miles de enormes
perlas verdes y moradas, todas las riquezas de este mundo para
que yo las recoja, las exprima y haga vino. El vino ese puente
entre los dioses y los hombres, desde los tiempos en que
nuestro padre Adán puso los pies sobre la tierra. Estaba yo así
embelesado, cuando apareció Zabaleta, y me informó de cómo
se iban organizando las tareas.
Las mujeres tenían su trozo para vendimiar, no se
mezclaban con los hombres a estas se les pagaba con la
comida, que eran migas y a los hombres se les daba un real.
Se paraba la faena para rezar “el ángelus”, y después
era la comida.
En uno de esos descansos, Elvira pareció ver a lo lejos
a Teófilo, su pasado, presente y eterno amor.
Ella quedó conmocionada–No había muerto–
Había regresado pero no podía acercarse a ella.
Recordó sus antiguas costumbres, y dejó al comienzo del
camino un montón de cuatro piedras una encima de la otra, y
una cruz dibujada en el suelo, en cada uno de los cuadrantes de
la cruz, una letra “T. A. E. S”. Teófilo ama a Elvira siempre.
Ella no sabía ni leer ni escribir. Sólo sabía hacer eso en el
suelo, que le había enseñado a hacer su novio.

134
Se fue a casa a atender a su hijo y a su marido, que la
forzó como hacía casi siempre–Recordadlo Elvira, trabajaré
vuestro cuerpo como la tierra, hasta que me deis fruto. ¡Quitad
de mi vista a ese bastardo!–
La vida para ella era insufrible, pero ahora tenía un
aliciente, ver si Teófilo la seguía amando.
Esperó que llegara la noche, saltó de la cama y salió
por el portillo de atrás que había dejado entreabierto, la luna
era inmensa e iluminaba el campo de una manera escandalosa,
ella tenía pánico de ser descubierta, se sentía como una hiedra
arrancada violentamente de un tapial, y ansiosa buscaba su
arraigo. Se acercó al borde del camino, donde había dejado la
señal, y ahí estaba su amante esperándola como hacía tanto
tiempo, como si no hubiera pasado un solo día.
Él le dijo– Amor mío. ¿Qué habéis hecho? Sois la
esposa de otro hombre. Y vuestro hijo es mío–
–Yo no sabía nada de vos, quedé encinta cuando
marchasteis, no lo supe hasta una semana después de vuestra
partida. ¿Qué podía hacer yo? Nos moríamos de hambre–
–Ahora somos dos seres desesperados–
–Yo os seguiré amando siempre–decía ella.
–Pero eso no puede ser tenéis marido–
–Marido que me maltrata y abusa de mí, como la
mayoría de los hombres de este campo hacen con sus esposas,
pero yo no quiero esa vida.
–Sacadme de este infierno Teófilo, yo no encuentro
solución a esta situación–
–¿Qué ese hombre os da mala vida? Lo estrangularé
con mis propias manos– dijo el amante desesperado.
–Debo obediencia a mi marido, será nuestra perdición–
–¡Ya estamos perdidos!–

135
– Elvira decidme que me queréis–
–¿Lo dudáis? He puesto nuestra señal en el camino y
estoy aquí. Yo os vi esta mañana a lo lejos y he venido
jugándomelo todo, confiando en que vos aparecierais, debo
irme mi marido puede echarme en falta, y eso puede ser
terrible para mí y para nuestro pequeño–
–Elvira tened cuidado–
Se alejó entre las viñas y pasó con mucho sigilo a la
casa. Lazaleta seguía durmiendo, ella se introdujo conte-
niendo la respiración entre las sábanas, y empezó a soñar
cómo sería su vida si pudiera huir con su amor y su hijo.
Viviendo lejos de allí.
Amaneció un día con niebla que se fue disipando
enseguida, como la angustia de los amantes, que consiguieron
adivinarse y verse a lo lejos. La gente trabajaba alegre, cantaba
uno y los demás respondían, luego cantaban todos juntos,
conforme avanzaba la mañana iban disminuyendo los cánticos,
aumentaba el calor y el cansancio. Al fin se oyeron a lo lejos
las campanas del “Angelus”. Interrumpieron la faena se
pusieron a rezar, y después se prepararon para la comida.
Elvira giró la cabeza negativamente con mucho
cuidado, cuando advirtió que Teófilo miraba.
Llegó la noche Lazaleta parecía más bronco que de
costumbre, no quiso las gachas que siempre tomaba y se fue a
la cama. Elvira durmió a su niño y luego se acostó ella, no se
atrevía ni a moverse. Aquella noche estaba muy asustada,
alguno de los vendimiadores habían comentado la presencia de
Teófilo en los campos, y que se difundiera su historia le
aterrorizaba.
Un claro de luna penetró en el dormitorio, iluminando
la pobre estancia. Ella se debatía entre ir al principio del

136
camino o quedarse al lado de su esposo, éste estaba inquieto y
daba vueltas sin parar. No, decididamente no estaba
profundamente dormido, a Elvira le llegó el amanecer en estas
diatribas se levantó, y vuelta a la faena con la ilusión de
volverlo a ver. Empezó a recoger racimos y echarlos en las
cestas, y entre las pámpanas vio a lo lejos la cara de cansancio
y preocupación de Teófilo. Ella lo miró con compasión y pasó
el resto del día tristísima, sintiendo a sus dieciséis años,
fracaso de vida y vida sin solución.
Llegó la noche, y no lo pensó más. Previamente había
dejado la puerta entreabierta y se deslizó en camisa y descalza
por los campos en busca de su Teófilo. Allí estaba él
esperándola en su sitio secreto. Se amaron como un hombre y
una mujer enamorados pueden hacerlo el último día de sus
vidas. Ella volvió al amanecer a su casa, milagrosamente su
marido aún no se había despertado, se refrescó, se aseó y se
preparó para la faena.
Las maledicencias, se iban haciendo insoportables. El
campo estaba muy vigilado, para que se cumplieran las
ordenanzas de la vendimia. La gente estaba ojo avizor así
fueron pasando los días, y una mañana estaba yo hablando con
Lazaleta, cuando vi que se echaba encima una gran carreta
cargada de uva hasta arriba, bajaba cuesta abajo sin control.
Empujé a Lazaleta fuera del camino, y yo quieto, me volví
rápido y agarrando con las dos manos los hocicos de los
animales, les hice recular poderosamente, frenando con las
ancas el carro en seco.42 Todos quedaron maravillados de mi
fuerza, pero se alimentó la sospecha de que había sido
intencionado, con el propósito de asesinar a Zabaleta. Todo se

42
Hombres ilustres en los tiempos de Cervantes. JOSÉ SANZ.

137
desbordó, las mujeres hacían bromas sobre la situación. La
Hermandad persiguió a Teófilo por intentar matarnos. Éste se
vio obligado a huir y desapareció de la faz de la tierra. Elvira
perdió la esperanza, y un desgraciado día agarró a su hijo
contra su pecho, subió al tejado de la iglesia, y se lanzó al
vacío. Ella murió en el acto, pero el niño se salvó
milagrosamente.
Elvira fue envuelta en el mismo paño negro, que sirvió
para velar su boda.
Lazaleta se conmovió profundamente después de estos
acontecimientos, y acogió en su casa a la criatura, con un amor
inusitado, y lo educó con tanto esmero, que terminó siendo
capitán en Flandes, bajo las órdenes de don Juan de Austria.

138
Capitulo XV. De cómo las desgracias, nunca
vienen solas

Estábamos sentados al fuego en una de esas noches de


noviembre que anuncian el invierno, toda la familia reunida,
menos mi hermana que vivía en Almagro.
Mi mujer le pidió a Beltrán, que pocas veces se
separaba de nosotros tal era el afecto que nos tenía, que
contara alguna historia de guerra.
Beltrán comenzó hablando del corsario Barbarroja, de
cómo tenía aterrorizado a todo el mediterráneo y a toda la
cristiandad.
–Mirad, este corsario musulmán es hijo de una cristiana
cautiva y de un alfarero, pero lo cogieron de pequeño unos
corsarios, y se ha convertido en el enemigo número uno de
nuestro emperador, ya que es el jefe de la armada de Soliman
el turco–
–Oración para que el Señor nos libre de las malas
compañías– decía mi madre.
–La del ángel de la guarda– respondía mi mujer.
–Tan angustiado estaba nuestro emperador, que
después de ver cómo había arrasado Mallorca, Menorca, las
costas españolas, y todas las islas del Mediterráneo, que un día
se le ocurrió la idea de “Si no puedes contra tu enemigo, será
mejor que te alíes con él”. Y le propuso aun sabiendo que el
país estaba exhausto de pagar subsidios, darle una gran
fortuna, y nombrarle almirante de la armada, para lo cual se
139
entrevistó con él personalmente. Barbarroja asistió a la cita
que fue en Túnez, y le dijo a nuestro emperador.- De ninguna
manera, yo soy musulmán, y no puedo luchar contra los míos
y a favor de la cristiandad–
–Oración contra los tontos–decía mi madre.
–La del Espíritu Santo, para que los ilumine–afirmaba
mi mujer.
–Bueno pues el emperador lleno de furia ante esta
negativa, consiguió tomar Túnez– proseguía Beltrán.
–Bien hecho, y no me creo que nuestro emperador haya
sido capaz de tamaña villanía. ¡Ofrecerle ser almirante al
turco! Eso es una mentira–decía mi hermano Juan.
–La del Espíritu Santo no parece muy buena, decidme
otra oración para los tontos–pedía mi madre.
–Ya la tengo, la de los Santos Inocentes–respondía mi
mujer.
Mi hermano se estaba enfadando por momentos. Él, no
había tenido todavía su bautismo de armas, y estaba ansioso
por combatir y demostrarle a todos su valentía, su fuerza y su
lealtad al emperador.
–Beltrán, contadnos cómo son algunas tierras lejanas, y
si hay algunas que se parezcan a nuestros pueblos– rogaba mi
mujer, con el ánimo de que se calmara mi hermano, el cual
miraba a mi escudero como si lo quisiera confundir.
–Bueno señora, ahora me viene a la memoria, un relato
que me contaron en Bronzano. Resulta que el abuelo de
nuestro emperador el rey Fernando de Aragón que Dios tenga
en su gloria, conquisto para la corona de España el reino del
Tremecén, que en árabe quiere decir manantiales. Ese reino es
un sitio religioso muy importante para los musulmanes,
además por ahí pasan todas las rutas del comercio, y en su

140
tiempo tenían mucha relación con los nazaríes de Granada.
Todas las construcciones eran parecidas y la llamaban la
ciudad gemela, “la Granada en África”. Los españoles que allí
fueron, así lo atestiguaron. En este reino existen dos sitios
muy famosos, el de la ciudad de Orán y Mazalquivir, y este
enclave era muy frecuentado por mercaderes genoveses y
venecianos que hacían comercio de trueque. Uno de estos
genoveses, sobrino de Cristóbal Colon se enamoró
perdidamente de la hija de Abu-Zeeien, el rey del Tremecen, y
ayudo a éste a salir de la cárcel, dónde había sido puesto por
Barbarroja, quien pensaba asesinarlo al día siguiente en medio
del Zoco, para que lo vieran todos los habitantes del lugar y
escarmentaran, ya que el corsario turco se había hecho con la
ciudad. Bueno pues el genovés sacó a Abu–Zeeien en una
alfombra, y lo tiró por encima de la muralla. Llegó a Oran y
de allí paso a España, para ir a encontrarse con su majestad.
Les dijo a todos que había escapado en una alfombra voladora
del odiado Barbarroja, pero la hija de Abu-Zeeien, lejos de irse
con su amado que era cristiano, se convirtió en esposa del
corsario turco, renegando de su padre y dejando al genovés
corrido.
–Oración para el dolor de cabeza– dijo mi madre.
–La de la Virgen de la Salud– respondió mi esposa.
–¡Cuánto me gustan vuestras historias, Beltrán!–
continuó María.
–Oración para morirse–dijo mi madre.
–La de San José, patrón de la buena muerte– respondió
mi mujer.
Y mi madre cerró los ojos se puso a rezar, y murió. Y
es que mi madre, sabía cien oraciones, y tenía una para cada
ocasión.

141
Al día siguiente vino mi hermana de Almagro, y
dispusimos el entierro de nuestra madre en la iglesia de San
Pedro.
La avisadora, anunció a todos los conocidos de lo que
había sucedido, vinieron los curas de la parroquia y le dieron
los santos oleos. El cadáver quedó dispuesto en el portal de la
casa y las gentes fueron viniendo. Se llenó la estancia de
vecinos, parientes, amigos y conocidos. Según la costumbre
vinieron las plañideras, que gritaban y lloraban de manera
poco convincente, también vestimos a tres pobres, para que
acompañaran al cadáver a la iglesia como cabezaleros.
Estuvimos velándola durante dos días, y atendiendo a la gente
que nos acompañaba, en ese largo tiempo hubo unas mujeres
que se aburrían y… ¿Cómo no?– aparecieron las apuestas.
–Ya veréis, como la mayoría de la gente cuando pase a
dar la cabezada dirá –“No somos nadie”– decía una de las
vecinas.
–No, yo creo que no– ¿Qué no?–
–¿Que os apostáis?– Un trozo de mostillo.
Mirad ahí viene una –“No somos nadie”. ¿Quién lo iba
a decir?– dijo una incauta.
–¡Bien!, una a mi favor– decía triunfante la vecina
ganadora.
Estaban en estas lides, cuando las sorprendió mi
hermana, y las echó de la casa sin que les diera tiempo de
levantarse de las sillas, con los asientos y todo se encontraron
en la calle. Y es que nosotros no perdemos la fuerza, ni en los
momentos más trágicos de nuestra vida.
Acompañamos a nuestra madre hasta la iglesia de San
Pedro, donde fue enterrada. Envuelta en el sudario que había
estado guardando para la ocasión, durante toda su vida.

142
Abrieron la losa y un olor a muerte, se extendió por el templo,
el incienso palió un poco el momento. El suelo de la iglesia
estaba lleno de cadáveres, y siempre que había un entierro se
producía esa situación.
–Adiós madre, que Dios nuestro Señor os ponga en el
sitio que tiene reservado para los manchegos, así no echareis
de menos nada bueno de la tierra, y podréis gozar
eternamente–dije yo para mis adentros, muy emocionado.
Las campanas sonaron a tránsitos, y se le dijeron cien
misas a ella, que sabía cien oraciones.
Nuestro hogar era muy lúgubre, el duelo nos atenazaba
y un día estando en esta situación, llegó el correo.
Era una carta de Don Martín Alonso de Córdoba y
Velasco primer conde de Alcaudete, convocando a mi
hermano y a otros más, a que se unieran a las banderas del
Gobernador de Orán, Mazalquivir y reino del Tremecén, que
habían sido tomados por el sobrino de Abu–Zeeien con el
apoyo de Barbarroja. Éste era queridísimo en el sur de
España, porque ayudaba a transportar musulmanes mudéjares
al norte de África. La expulsión de los árabes, no se había
terminado con la toma de Granada, los moriscos andaban
sublevados por todas partes, y favoreciendo al corsario turco
en todo lo que podían, porque odiaban a España.
Mi hermano se puso muy contento, al fin iba a poder
combatir por el emperador, sacamos el uniforme del arcón, él
era de mi misma altura y complexión, estuvo paseando por el
portal, con la armadura y su morrión, presumiendo delante de
todos nosotros de gallardía y donosura. Yo estaba un poco
triste, no solo el fallecimiento de nuestra madre ayudaba a eso,
pensaba que se iban a enfrentar a una lucha muy desigual,
pero alejé esos pensamientos y animé a mi hermano a que

143
como todos los de nuestra familia, pusiera su fuerza, su
valentía y su buen entrenamiento, al servicio del emperador.
Mucha gente de Ciudad–Real salió a despedirlos, se
fueron por la puerta de Granada. Les deseamos toda la suerte
del mundo, que volvieran con la victoria y dándole una buena
lección, a ese Barbarroja.
Antes de entrar en Despeñaperros se les unieron las
tropas que venían de Toledo, cruzaron el paso con no poca
dificultad, sufriendo emboscadas de moriscos sublevados que
habían envenenado los pozos, para que no pudieran surtirse de
agua en la expedición. Al fin llegaron al mar, embarcándose
en una época del año que lo hacía muy desaconsejable, porque
las tormentas en el Mediterráneo en este tiempo son famosas.
Perdieron algunas naves y llegaron a Orán exhaustos,
pero eso les duró diez minutos, porque es mundialmente
conocida” la furia española” de los tercios.
Lucharon en Orán denodadamente casi casa por casa, y
expulsaron de allí al visir que había puesto Barbarroja. Fueron
avanzando hacia Mazalquivir y vieron con asombro que casi
no ofrecían resistencia. Estuvieron muy contenidos siguiendo
los consejos del conde de Alcaudete, de no hacer demasiado
daño a la población civil, hasta que llegaron cerca de la
ciudad fuerte de Mostagán alzada a una ladera que asomaba al
mar mediterráneo.
Eran las tropas, doce mil infantes y ochocientos
caballeros cristianos contra setenta mil guerreros, y en los
bordes del desierto, les estaban esperando mil combatientes.
Los benimerines a camello, perfectamente armados con
arcabuces y pistolas, había hasta una batería de cañones en el
fuerte, que paradójicamente había sido construido por los
españoles, y más de quinientos hombres negros de por debajo

144
del Sahara, que eran sanguinarios y habilísimos con el alfanje
y el puñal.
La lucha fue despiadada, los nuestros dieron una
muestra de valor y de coraje que quedará en el recuerdo de
todos. Los seguidores de Mahoma estaban bien parapetados, y
los cristianos tuvieron que iniciar la batalla, aquello parecía el
apocalipsis. Los cuerpos ensangrentados de los animales, se
confundían con los miembros arrancados de los combatientes,
el rojo teñía las arenas, el calor y el hedor eran insoportables,
y los gritos de los musulmanes invocando a Alá,
enloquecedores.
El general D. Martin Alonso de Córdoba y Velasco,
murió de un tiro de arcabuz que le alcanzó en el corazón. Mi
hermano luchó como un dios del Olimpo y necesitaron más de
treinta hombres para reducirlo, al verlo tan bravo, los mismos
árabes pensaron que era el Cid redivivo y les llenó de
admiración y de asombro, le cogieron prisionero, y murió al
poco de ser encarcelado por sus grandes heridas.
Considerando estos hechos tan heroicos escribió de él.
Don Juan de la Portilla Duque.

“Al sepulcro de Céspedes”.

Descanse el rayo, de virtud manchega,


Luz de los suyos, a rebeldes trueno,
Y al estrago concurran sarracenos,
Alpha Pelayo, y Céspedes omega´
Ten por espejo aqueste mármol, llega,
Compondrás para forma lo terreno
En un portento de verdadero lleno,
Con quién se enfrenta toda ficción griega.

145
Mira esa espada del ardiente acero
Forjada en fragua o yunque de su mano
Que adora el Norte, pues tembló primero
Sirva de ejemplo y templo al castellano
Que el tiempo justo sí, no lisonjero
Le dio la Historia trono soberano.

Esta composición solo demuestra la admiración que


despertó su valentía. Descansad en paz hermano.
–Cuánto lo siento señor, ¡vuestro único hermano!, la
vida es un serón de penas, con el que tenemos que cargar todos
los días de nuestra existencia. No debemos dejar que nuestra
espalda se curve tanto, y que no podamos con ellas–
–Bien lo sé, Marien. Debemos fortalecernos para
poderlas llevar, más continuemos.

146
Capitulo XVI. La abdicación del emperador
Carlos I

Aquel día, el aire aireaba al aire, sonaron las campanas


como a arrebato y todos fuimos a nuestras parroquias, porque
nos iban a anunciar que nuestro emperador dejaba el trono en
manos de su hijo Felipe. La incertidumbre y el desconcierto
reinaban en todos nosotros. Nunca un rey había hecho eso.
¿Qué pasaba? Hasta ese momento todos los monarcas habían
muerto reinando, ninguno había abandonado la corona antes
de la muerte.
Pasamos a la iglesia temerosos, y los rumores corrían
cómo las aguas en una pendiente, el silencio se hizo
inmediatamente, cuando el cura en el púlpito, comenzó a
hablar–
–Es un mal terrible e inhumano el que se ha apoderado
de su majestad, tomándole todo el cuerpo, sin dejarle por dañar
parte alguna, desde la cabeza a la planta del pie. Encogiéndole
los nervios con dolores intolerables; pasa por los poros el mal
humor, penetra los huesos hasta calar los tuétanos o meollos,
convierte las coyunturas en piedra; la carne se vuelve tierra,
tiene el cuerpo de todas maneras debilitado, sin fuerzas ni
caudal; tiene los pies y las manos como con fuertes prisiones
ligados, los dolores continuos le atraviesan el alma, y así es su
vida un largo y crudo martirio–
–Que sepáis que no es una deserción, es que no puede
más, y deja el imperio en manos de su hijo Felipe II. Se retira a
147
un monasterio en Yuste para buscar la paz, él, que ha sido un
hombre de guerra, necesita sosiego para su espíritu–
Salimos de la iglesia atónitos–. Aquí pasa algo decía
Sancho Corrales–.Dejar el poder así como así, un hombre tan
ambicioso como nuestro emperador, y con el trabajo que le ha
costado conseguirlo, a ver si lo han encarcelado cómo le pasó
a la reina Juana–
–Eso es que se lo quieren quitar de en medio–decía la
gente.
La de Padilla afirmaba –¡Con los tesoros que tiene, y
no puede quitarse los dolores! Eso es porque esos físicos que
tiene no conocen el julepe de romero, y si es verdad que come
tanto, pues que lo purguen con un buen trago de aceite de
ricino, y lo dejan más limpio que la patena–
Aquella noche, cada uno pensaba en qué iba a pasar, en
cómo iban a cambiar sus vidas, y en si el hijo del emperador,
Felipe II, iba a cumplir las promesas que él nos hizo a algunos
combatientes. En la posada de la plaza, todo eran
confabulaciones y a Hernán Bravo que era muy exaltado, se le
ocurrió la idea de que había que ir a liberarle, o al menos
enterarse de primera mano, si era verdad lo que nos estaban
diciendo. Yo dije que conmigo no contaran, que eso era una
locura, su majestad estaba muy enfermo, y esa era la causa de
su retiro y no otra.
–Comprendemos Céspedes, que vos ya habéis visto
mucho mundo y no queréis moveros de vuestra casa, pero
nosotros no hemos ido nunca de aventuras, y esta ocasión la
pintan calva, para dejar de ver por unos días a mi suegra y a
su hija, que es mi mujer–
–¡Al rescate del emperador!– gritaron cuatro que
estaban un poco borrachos.

148
Yo me fui a mi casa y no quise saber nada, pero al día
siguiente vinieron a verme un montón de mujeres diciendo que
sus maridos habían desaparecido, con el pretexto de salvar al
emperador, y que ¿cómo no había ido yo? el valiente capitán
al servicio de Carlos.
Yo les dije que volvieran a sus casas, que sus maridos
no tardarían en volver y que a lo mejor tenían razón, y volvían
cubiertos de gloria por salvar de un encierro a tan insigne
personaje.
Los días fueron pasando y los hombres no regresaban.
La Hermandad salió a buscarlos por los caminos; encontraron
a dos medio desnudos, que habían sido atacados por
maleantes, y de los demás nunca más se supo. Estos que
regresaron a casa confesaron que su idea era marchar para
América, y las mujeres manchegas que son muy potentes, les
enseñaron un nuevo mundo sin necesidad de moverse de su
casa.
La gente con el cambio pareció revolverse, y
ocurrieron asesinatos en esas semanas más frecuentes de lo
habitual, quizás por lo de “A rio revuelto, ganancia de
pescadores”.
Uno muy famoso y que trascendió, fue el que cometió
un judío converso que estaba locamente enamorado de la hija
del inquisidor local Hernán Gómez del Rel, pero ésta no le
correspondía, es más, estaba prometida a otro joven de la
ciudad.
Una noche el viento era fortísimo, huracanado, el
enamorado volvía del corral de comedias “El coliseo” de la
calle del Jaspe, y se dirigía a rondar a su prometida que vivía
en la calle de la Azucena, detrás de la parroquia de Santa
María. Hacía poco que habían instalado una lámpara, para

149
iluminar a la Virgen, y hasta esa luz se apagó a causa del
terrible viento. Completamente a oscuras toda la ciudad, el
asesino aprovechó la ocasión y la emprendió a cuchilladas con
el joven, éste grito y fue escuchado por el inquisidor que salió
en su auxilio, pero ya era tarde, el joven había muerto.
Todo el mundo pudo comprobar que nada había
cambiado. Se le aplicó la justicia, como si gobernara el
emperador, y el judío converso fue asaeteado en los campos de
Peralbillo, lugar de ejecución de la Santa Hermandad, como
era la costumbre.
Se fueron serenando los ánimos porque todos vimos,
que con este cambio todo seguía igual, y que seguían
paralizadas las promesas que se nos hicieron al terminar las
hazañas.
Así estábamos algunos capitanes y familiares de
víctimas gloriosas, a mí se me prometieron tierras en
Socuéllamos que nunca vi, y los que pertenecían al ejercito de
“Continos” que eran cien hombres en continua defensa del
Imperio, veían peligrar su situación, y tenían miedo de ser
sustituidos por otros de mayor agrado de Felipe II. Tal era el
caso de Antonio Luna quinto señor de Fuentidueña, que temía
la reforma del grupo de los continos, y que se crearan nuevas
compañías.
Así las cosas, estaba yo en mi casa cuando apareció el
correo, lo traía “El campana” le llamaban así porque era tan
tontín, tan tontín, que no había quien le aguantara, dada la sin
sustancia de todo lo que decía, pero hacia muy bien los
recados y así se ganaba la vida.
A nosotros nos trajo una alegría, resulta que mi
pariente Bernardino Cárdenas, nos invitaba a pasar la navidad
en su casa de Ocaña. Mi familia tenía propiedades allí y nos

150
convenía ir a dar una vuelta. Además de nosotros estarían mi
cuñado Diego Chirino, su esposa y Antonio Luna y su familia,
antiguos compañeros de batallas. Mi primo Cárdenas, nos
prometía presentarnos a un mediador, que nos facilitaría una
entrevista con su majestad Felipe II, aprovechando sus
frecuentes viajes a Aranjuez para cazar.
Todos queríamos conocer al nuevo monarca, y para no
mentir, recordarle o darle a conocer, si no lo sabía, las
promesas que nos había hecho su padre a los combatientes.
Cuando partimos para Ocaña había una niebla
imperforable. Mi mujer dudaba de si ese viaje era conveniente,
pero yo le decía que era fundamental para nuestro futuro,
además iba a ver a su querido hermano Diego Chirino, salvado
por los pelos de irse a una aventura americana. Eso parece que
la animó, pero el viaje fue un infierno de barro helado,
patinaban los caballos, nos faltaban mantas para arropar a los
animales, y nosotros estábamos ateridos de frio.
Así llegamos a una venta en Puerto lapice, la lumbre
era maravillosa y nos dieron unas sopas de ajo que resucitaron
nuestro ánimo. Allí estaban un poco mohínos, porque la hija
del mesonero se pasaba la vida desmayada. Hacía poco que se
había muerto un tío suyo y el finado se pasaba la muerte
apareciéndose.
En una de las ocasiones estábamos sentados al fuego,
porque no había otro sitio donde se pudiera estar.
Pasó por delante de nosotros y… se desvaneció. La
levantamos del suelo y la depositamos en el poyo que había
junto al fuego, y con una voz como de ultratumba decía–El tío
me dice que hasta que no me case con Martín, no se va a dejar
de aparecer, y no podrá descansar su alma, si esto no sucede
así–

151
–Pero hija, Martin es pobre y no os conviene–
–Ahh,ahh el tío se retuerce en su tumba, su alma no
descansará–
Yo viendo que se estaba riendo de su familia, la cogí
por los aires y la subí por encima de mis hombros y le dije–
–Que sea la última vez, que a vos se os aparece vuestro
tío, ¡vamos que no me entere yo! Mirad que os dejo caer al
suelo, desmayada como estáis no notareis ningún daño–
Inmediatamente empezó a gritar –¡Soltadme, bruto! me
vais a matar. Prometo que ya no se me aparece el tío–
Todos estallaron en carcajadas, menos su madre que le
dio una somanta de palos, por burlarse de todos.
Continuamos viaje y por fin llegamos a Ocaña. Allí
nos estaban esperando todos, el encuentro fue muy alegre. Las
mujeres no paraban de hablar y nosotros estábamos alegres y
alborozados, cómo hacía tiempo que yo no estaba, dados los
recientes acontecimientos.
El único que todavía no había llegado era el mediador,
que se hizo de rogar, por fin apareció al día siguiente, se
llamaba Álvaro de Mendoza era muy agradable, muy educado,
de modales no propios de un hombre de armas. Mi primo
Cárdenas lo presentó, cómo un hombre muy bien relacionado
y con muchos contactos en la corte.
A mí no me causó buena impresión cuando le vi, sobre
todo cuando dijo abiertamente– ¡Oh cartas de recomendación!
Es un hastío en estos tiempos, a medida que voy cumpliendo
años, veo más claramente que la mitad de las molestias de este
condenado mundo de los Austrias, son causadas por la manera
ligera y despreocupada con que algunos individuos, escriben
cartas de presentación, y las dan a otros individuos para que
estos a su vez se las entreguen a unos terceros.

152
Es una de aquellas cosas que le hacen desear a uno
retroceder a la edad de piedra, quiero decir, que si un tipo en
aquellos tiempos quería dar a alguien una carta de
recomendación, tenía que pasar cerca de un mes grabándola en
una piedra de considerable tamaño, y cabía la posibilidad de
que el otro tipo se hartara tanto de arrastrarla por el mundo
bajo el ardiente sol, o la pertinaz lluvia, o quizás la nieve, el
granizo o la niebla, que al cabo de un rato la abandonara.
Más en estos tiempos de mudanza, no encuentra la
gente nada más fácil, que escribir y mandar cartas de
recomendación–
Una vez que terminó con este discurso, estornudó muy
contenidamente y se limpió con un pañuelito de encaje. Debo
confesar que a mí me dieron ganas de darle un bofetón, pero
me contuve pensando en que a lo mejor podía ser útil, aunque
no a mí, tampoco quería desairar a mi primo Cárdenas.
Por la mañana salimos a cazar. Una vez terminada la
jornada el mediador se puso a hablar con Diego Chirino, y le
propuso ir a medias en el negocio de las colmenas que éste
tenía en Uceda, a cambio de refrescarle la memoria a Felipe II
sobre nuestras hazañas.
Mi cuñado no entendía muy bien, ¿porque eso le tenía
que costar dinero? Tan sólo queríamos saludar a nuestro nuevo
rey. No contento con eso le propuso a Antonio Luna otro
negocio de ganado en Fuentidueña. A mí me vio con el hacha
dispuesto a cortar leña, habiendo criados que pudieran hacerlo,
y no sé qué se le infundió, que no se acercó a mí en todo el día.
Llego la noche y la cena fue esplendida, cordero asado
regado con un muy buen vino de la tierra.
Estábamos muy alegres recordando viejos tiempos,
cuando Álvaro de Mendoza, el mediador, se puso a cantar con

153
una voz como si fuera una doncella a la que le hubieran dado
un susto, sus grititos chirriantes me pusieron los nervios de
punta, y Diego Chirino que me conoce muy bien, me dijo–
Céspedes.¿ a que no eres capaz de levantar esta mesa de
grueso nogal, alrededor de la que estamos sentados todos, y
levantarla de una sola pata y a pulso, a una regular altura, sin
volcar botellas, ni derramar una sola gota de vino y de los
licores que hay servidos en las copas?43
Yo no necesité que me dijeran más, y agarrando la
mesa por una pata la elevé por encima de mis hombros con el
alborozo y los aplausos de todos.
Aquella noche me fui a la cama con la triste impresión
de que mis fuerzas, solo servían para divertir a los demás. Mi
esposa que me conoce adivinó mi pesadumbre, y me animó
diciendo que pronto se reconocerían mis servicios, y seria
nuevamente llamado por el rey.
Se acabó la Navidad, y para despedirme de las hijas de
mi primo Cárdenas que estaban en la balconada, subido en mi
poderoso caballo me agarré a una reja, y levanté media vara a
la bestia con las piernas, dejando asombrados a todos los
curiosos que me contemplaban, incluido el mediador que dijo–
¡Qué barbaridad!–
Mi esposa afirmó– Sí, que sois fuerte. El rey no os
puede hacer de menos.
Volvimos a Ciudad Real alegres, por haber estado con
la familia, pero un poco pesarosos por no haber conseguido
nuestro objeto.
Por el camino nos encontramos una caravana de
moriscos de Granada, que iban destinados a Talavera de la

43
“Manchegos ilustres en la época de Cervantes” José Sanz Díaz.

154
Reina. Preguntamos a los que los conducían, que a qué se
debía ese trasiego de personas por todo el país, y nos
contestaron –Son buenos cristianos y Granada no es buen sitio
para ellos–
–¡Cómo, si es su tierra!– argüí yo.
–Son órdenes de su majestad– contestaron los guías.

155
Capitulo XVII. De cómo reaccionan los conversos
ante una misma situación

Era un domingo muy ventoso, salimos antes de las seis


de la mañana de nuestra casa. Fuimos a la misa de la iglesia de
San Pedro, la puerta del templo estaba abarrotada de gente, y
el viento revolvía los cabellos de los que iban sin cubrir, que
eran casi todos, porque no había sombrero ni toca que
permaneciera en su sitio, las faldas de las mujeres parecían
banderas, y ellas con denostado esfuerzo impedían que se
izasen, para desencanto de algún que otro malintencionado.
Los pobres limpiándose los mocos y las lágrimas con
sus andrajosas mangas, también querían entrar en la iglesia,
porque habían oído algo de reparto de tierras gratuitamente.
–Céspedes, igual acabo de terrateniente– decía la hija
de “la Podrida” en medio de grandes carcajadas.
Cuando termino la misa todo el mundo dijo –“Deo
Graaatia”– Entonces el cura leyó un manuscrito que decía.
–Su majestad el rey, donará a todo cristiano viejo que
se asiente en tierras de moriscos, casa y tierras de labor, su
misión será llevar el cristianismo y las buenas costumbres a
esos lugares. Ya no se pueden soportar los comportamientos
de los moriscos. Su majestad el emperador, fue tolerante y
benévolo con ellos, pagaron religiosamente44 ochenta mil

44
“Pagar religiosamente” significa pagar por seguir con las antiguas
costumbres.

157
ducados para la corona y pudieron seguir con sus zambras, su
lengua y su manera de vestir, pero ahora no son seguros los
caminos. En la costa no puede habitar nadie a menos de diez
leguas, por el miedo a ser secuestrado por los piratas
musulmanes del Mediterráneo, patrocinados por “el Turco”.
Los terrenos están incultos, como sigamos así perderemos
Granada que tanto esfuerzo nos costó conquistar, y no
honraremos la memoria de los reyes católicos–
La gente salía de la iglesia hecha un mar de dudas, por
un lado se animaban pensando que iban a mejorar su situación.
Aquí las cosechas habían sido muy malas y todavía quedaban
restos de la inundación.
La mayoría no tenían ninguna posesión, y por otro
lado si sus hijos se criaban aquí, se verían privados de sus
brazos para el trabajo del campo, además la manutención de
los mismos corría de su cuenta. No parecía un negocio que les
convenciera.
Algunos fueron a hablar con el alcalde y éste les dijo–
Las tierras de Granada son muy fértiles. Se instalaran doce
familias en cada pueblo, y se procurará que sean del mismo
sitio de España para estar más arropados, además, los hijos no
os ayudaran, pero si lo harán los moriscos que vais a tener a
vuestro servicio, a los cuales tendréis la obligación de
adoctrinar.
Tengo noticias de que muchas familias gallegas de
cristianos viejos, ya se han instalado en las Alpujarras, y les va
bien–
La gente de La Mancha, sobre todo si es modesta, no es
amiga de aventuras, otra cosa sería los que tienen algo de
fortuna, esos son de desbordante imaginación.

158
En un lugar en el que sólo existe el horizonte, el cielo
y la tierra. El hombre tiene horror al vacío y tiende a llenarlo
con personajes, historias y aventuras. Ya se sabe que no hay
mejor vivencia, que la que no se ha tenido.
En este caso de Ciudad Real, sólo se animaron dos
familias, movidas más por la aventura que por la necesidad.
Lucas Sendeño que siempre había sido muy emprendedor, con
su esposa y tres hijos, y Alejo González que traía un pleito
muy grande con su suegra y toda la familia de su mujer, y
quiso poner tierra de por medio.
Aquello fue una novedad muy grande y la gente salió a
despedirlos. Se llevaron a los hijos varones Antonio y Lucas
para que les ayudaran a instalarse en el pueblo de Órgiva.
Allí pasaron varias semanas, y luego regresaron a
Ciudad Real los hijos, y dos muchachos moriscos, con los que
habían hecho gran amistad durante su estancia en Granada.
Los habían entregado sus padres cristianizados, que
procedían de Tesalónica con el propósito de que emprendieran
una nueva vida, lejos del conflicto que se avecinaba. Con el
compromiso de que adoptaran nuestros usos y costumbres.
Estuvieron con unos vecinos que se habían
comprometido a ello. José León y su familia, eso si todos
mantenidos por Lucas Sendeño, que desde entonces pasó a
llamarse “el Granadino “.
Ya nos llamó la atención, que uno de ellos venia
vestido escrupulosamente como uno de nosotros. Se hacía
llamar insistentemente Nuño, cuando su nombre real era
Mohamed, la gente para marcar las diferencias, además de no
llamarle como él quería, le llamaba “Mohamed, el moro” cosa
que le irritaba sobre manera.

159
Este Nuño, siempre que tenía un rato libre, que eran
pocos, porque se mataba a trabajar, se pasaba el tiempo en la
iglesia rezando, y asistiendo a todos los oficios que le eran
posibles. El sacerdote confió tanto en él, que le nombró su
monaguillo principal, ganándose la enemistad de los demás
muchachos que vieron como los relegaban a un segundo
puesto. Pero él era más piadoso que nadie, le gustaba el tocino
más que a nadie, y se lavaba más bien poco, porque según él,
lavarse demasiado era cosa de moriscos y no de buenos
cristianos.
Esto no habría tenido mayor importancia, si no fuera
porque se convirtió en un inquisidor. Cuando estaban en el
campo trabajando, recriminaba a los demás labriegos si no
rezaban con devoción” el Ángelus”. Afeaba la conducta a su
familia adoptiva si algún día, bendecían la mesa con desgana.
Llevaba un control exageradísimo sobre las personas
que asistían o no, a los oficios, y era la sombra del cura
preguntándole constantemente sobre pasajes de la Biblia, sobre
todo le intrigaban mucho esos tesalonicenses, como su familia,
que recibían tantas cartas.
En Cuaresma, había que ver el rigor con el que él, se
tomaba todos los preceptos, congeniaba mucho con el mayor
de los hermanos Antonio Sendeño, que era muy piadoso. Los
dos protagonizaban unos ayunos excesivos y se cubrían la
cabeza con ceniza, sus tutores tuvieron que llamarles la
atención, porque ponían en evidencia a todo el mundo.
En cambio el otro muchacho morisco, no terminaba de
adaptarse a nuestras costumbres, si veía tocino vomitaba,
evitaba ir a la iglesia, sólo iba al templo los domingos y
porque tenía que ir todo el mundo, que ya se encargaba el
alguacil de ir casa por casa reclutando al remiso. Siempre que

160
veía agua, no paraba de hacerse abluciones, apenas hablaba,
sólo murmuraba en el dialecto árabe que tienen los moriscos
de Granada. Era tan desgraciado, como lo son los pájaros que
sufren de vértigo.
Muy trabajador y discreto, la gente no se preocupaba
de él, pasando desapercibido.
En cambio Nuño “Mohamed el moro” como le llamaba la
gente. Era muy inquietante, porque se había convertido en un
delator infatigable de todas las conductas de sus vecinos, ante
los miembros de la Inquisición.
Al principio, no le hacían caso, porque era morisco,
pero poco a poco fue ganándose la confianza del Tribunal por
su conducta intachable, y más de un vecino se vio en apuros
por sus delaciones.
Era una noche de madrugada, ya hacía tiempo que
habían cerrado la posada de la plaza, cuando el alguacil
horrorizado encontró el cadáver de José León a pocos metros
de la puerta. Si, era el vecino que acogía a los hijos de
Sendeño y a los moriscos, y presentaba un corte profundo en la
garganta.
Aquello fue un escándalo. La gente no tardó en acusar
al muchacho morisco que de ninguna manera se adaptaba a
nuestras costumbres. La Hermandad fue a por él y le
encerraron en el calabozo.
El muchacho gritaba y lloraba, afirmando que él no
había sido. Los días pasaban y se acercaba la hora de ajusticiar
al morisco. El mismo día en el que le iban a llevar a Peralbillo
lugar de ejecución, para ser asaeteado por la Santa
Hermandad, sucedió algo horrible e insólito.
El párroco, y su monaguillo “Mohamed el moro”
fueron al amanecer a la iglesia de San Pedro para celebrar la

161
primera misa. Los pobres se desperezaban ateridos de frio,
entraron en el templo buscando algo de calor, y todos al
unísono profirieron un grito de terror.
En un charco de sangre humeante, estaba un cura joven
con un tajo tan profundo en la garganta que le dejaba al
descubierto el hueso. Al lado del cadáver, sobre las losas de
enterramiento estaban unos signos escritos en árabe, que solo
Nuño “Mohamed el moro” sabía descifrar, pero que en lugar
de hacerlo, hizo la señal de la cruz y se puso a rezar en voz alta
“el padrenuestro”, con un fervor angustioso, y entre sollozos.
¿Quién podía ser? El morisco que estaba en el calabozo
a punto de ser ajusticiado, no tenía forma material de ejecutar
ese crimen.
La Santa Hermandad sostenía que de ese asesinato no
era responsable, pero sí, del otro, que cada muerto era
independiente, aunque los dos tuvieran el mismo tajo en el
cuello, y la misma forma de morir.
Este último era religioso, era un cura, y había signos
escritos en árabe en las losas. La Hermandad no quiso soltar su
culpable por nada del mundo, porque eso suponía volver a
empezar con las averiguaciones, y ellos querían ir, muerto a
muerto.
El barrio de la morería se convirtió en un hormiguero al
que le hubieran arrojado vinagre y sal en una de sus bocas, la
gente huía al campo temerosa.
Ellos eran cristianos conversos, les había costado
mucho el reconocimiento del resto de la población, y ahora
todos eran sospechosos del asesinato del cura y de José León.
El asesinato de este último, lo pagó el pobre morisco,
porque ya estaba todo preparado para su ejecución, y era
urgente e inminente el dar un escarmiento.

162
Algunos empezaron a pensar, que tanta devoción y
entrega a la religión católica por parte de Nuño “Mohamed el
moro”, no era normal. Él era morisco de Granada, muy
interesado en los tesalonicense porque sus padres venían de
Tesalónica, muy cristianizados desde antiguo, aunque fueran
árabes de raza.
Ya San Pablo les escribía cartas, pero hasta el párroco
empezó a sospechar de él. El cadáver que descubrieron aún
estaba humeante, muy caliente.
Nuño era muy madrugador, podía haber entrado por la
puerta de la sacristía, como hacia algunas veces y no ser visto
por los pordioseros, que están siempre en la puerta principal, o
en la del perdón frente a la cárcel de la Hermandad.
–La naturaleza es la naturaleza y uno siempre tiende a
lo suyo– reflexionaba el párroco.
Mientras tanto, Nuño permanecía en continua oración y
ayuno, cosa que no le sirvió de nada, porque fue detenido por
la Santa Hermandad.
Denunciado, por antiguos acusados suyos de no ser
muy observantes con los preceptos cristianos.
Se la tenían guardada. Y ese día cumplidamente se
vengaron.
Así, llegó el domingo el día de nuestro Señor, y todos
fuimos a la iglesia a santificar la fiesta.
Llevábamos nuestras mejores ropas, ocupamos todos
los huecos del templo, había que hacer un acto de desagravio,
porque en ese lugar sagrado, se había cometido un crimen.
Todo el mundo estaba en silencio, tan en silencio que
se podía oír el crepitar del fuego en las velas de sebo. El
sacerdote estaba ayudado a decir misa por el único monaguillo
que quedaba Antonio Sandeño, piadoso por demás. Llegó la

163
hora de la Consagración, y cuando el párroco estaba alzando la
Sagrada Forma, el joven Sendeño con un gran puñal, se
abalanzó sobre el sacerdote tratando de matarle.
El párroco se resistió, y recibió un corte en el brazo.
Yo subí como un rayo los escalones hasta el altar, y le di un
puñetazo al muchacho que cayó rodando por las escaleras. Se
incorporó, y con el puñal en alto volvió a subir, y ya le
esperaba yo con mis puños, porque en la iglesia no se puede
entrar con armas.
Más no nos atacó, y subiéndose encima del altar se
acuchillo a sí mismo, lanzando un grito desgarrador “Alá, es
grande”.
La gente no podía entender lo que estaba viendo –Pero
si éste es uno de los nuestros, hijo de Sendeño, cristiano viejo
de toda la vida–
Nuño fue puesto en libertad. Su hermano morisco
desgraciado desde el mismo momento de su nacimiento por su
infelicidad, como es natural no volvió a la vida. ¡Pobre pájaro
con vértigos!
Todo volvió a su rutina, y cuando volvimos a la iglesia
a hacer otro acto de desagravio, por los sucesos tan horrorosos
allí vividos, la hija de la “Podrida” le estaba diciendo a los
suyos– Menos mal, que no me fui a Granada a ser
terrateniente, porque si no aquí. No quedaba ni uno de
vosotros–
–Y digo yo, si ya tenemos una religión ¿Por qué morir
por otra? Si al final todos vamos a lo mismo.- decía la
pordiosera cargada de razón.
–Ya ves Marien, que entre los pobres de la iglesia de
San Pedro, no prosperaba el fanatismo–

164
Capitulo XVIII. Nace mi primer hijo, y me llama
el rey Felipe II

¡Qué gran día para estar vivos! –Hoy cuatro de Abril de


mil quinientos cincuenta y ocho, he sido padre de un niño muy
robusto. Mi mujer a primera hora de la mañana, me dijo–No
sólo tú eres valiente y fuerte Alonso, pariré este hijo, sin que
nadie pueda oír ni un solo quejido de mi boca– Ha pasado el
día, y a las doce de la noche, ha venido al mundo Gabriel de
Céspedes y Chirino. Cuando me lo entregaron lo elevé al cielo
y di gracias a Dios por ese regalo y le pedí ayuda para
educarlo, y hacer de él un hombre digno de haber recibido el
don de la vida.
–¡María Chirino de Artieda el día que os vi por primera
vez y el día de hoy, son los más venturosos de mi vida!– le
dije enrollando mis dedos en sus rizos.
Todos los parientes vinieron a visitarnos, mi hermana y
su marido viajaron desde Almagro, quedándose mi hermana
unos días para cuidar a mi esposa.
–¿A que no sabéis una cosa?– dijo mi hermana
haciéndose la interesante– Resulta que se ha muerto Elvira
Maldonado, y ha venido a su entierro su hijo Nicolás, que es el
barbero del emperador allí en su encierro de Yuste. Y le ha
contado a mi marido, que Carlos I está muy triste, sólo piensa
en su muerte, tal es así, que se pasa el día contemplando un
lienzo de más de ocho metros que le ha pintado un tal Tiziano.
Dice Nicolás el barbero, que en el cuadro aparecen envueltos
165
en sudarios, suplicantes y contemplativos ante la Trinidad Él,
su esposa Isabel de Portugal, su hijo Felipe II, su hija Juana de
Austria, María reina consorte de Hungría y Leonor reina de
Francia y Portugal. El rey decidió llevarse el cuadro al
monasterio de Yuste, para pasar sus últimos momentos en esta
vida contemplándolo, y orando.
–Su majestad, debe estar muy triste– afirmé.
–Y no solo eso– continuó mi hermana– Nicolás el
barbero ha presenciado ya sus funerales. Los ha celebrado en
vida, tenía ahorrados dos mil ducados y los ha empleado en
eso. Mandó comprar cortinajes negros y multitud de velones, y
recientemente se han celebrado esas misas de difuntos, con
asistencia del propio emperador, que permaneció absorto
contemplando su ataúd vacío, también ordenó decir misas por
la emperatriz y sus padres.
Y es que la salvación eterna es la mayor preocupación
en sus últimos días. Y tanto teme por la salvación de su alma,
que en un codicilo ha mandado además, que se oficien treinta
mil misas en su memoria, diez mil más que las que les dijeron
a su abuela Isabel la Católica.
Todos los días andan con el ataúd para arriba y para
abajo, porque lo guarda por la noche debajo de la cama, lo
mismo que hacía su abuelo el emperador Maximiliano, y luego
por el día lo llevan a la capilla para los actos fúnebres.
En fin que en ese monasterio, según me ha dicho
Nicolás el barbero, andan todo el día, riendo muy bajito.
Porque no hay nada que le haga más gracia al ser
humano que la prohibición de reír, y las situaciones
relacionadas con los entierros–

166
–Si eso es verdad, porque nos pasaba a nosotros igual
cuando estábamos en la guerra, es la forma de escapar a los
rigores de la muerte, que tienen algunos hombres–
Pasaron dos semanas, y mi hermana se fue con sus
chismes a Almagro. Ese mismo día vino “el campanas” y me
trajo una carta en la que se me comunicaba que había llegado a
oídos de Felipe II nuestras acciones en Holanda, Alemania,
Italia y reino del Tremecen, y que quería conocerme en
persona, y hablar conmigo de asuntos que me concernían.
Yo me puse muy alegre. El nuevo rey contaba
conmigo, mi esposa me animó a emprender el viaje a la corte
de forma inmediata, para que su majestad supiera que yo
estaba a su completa disposición, y al mismo tiempo
recordarle la promesa de mis tierras en Socuéllamos.
Preparé mis ropas, puse mis armas de punta en blanco
y me hice acompañar por mi buen escudero Beltrán. Mis
amigos y familiares salieron a despedirnos al camino.
Deseándonos suerte en nuestra empresa, que estos asuntos de
despacho son más importantes y duros que los de las armas.
A menos de una legua de llegar a Daimiel, vimos a una
fila de hombres que iban con sacos de ceniza sobre la cabeza y
pegándose con una verga. Beltrán me dijo– En este pueblo
están locos, y además tiene fama de estar lleno de brujas–
Pues hemos de ir a la venta, ya es de noche– dije yo.
Llegamos a la posada, al lado de la iglesia que estaban
terminando de construir, allí dejamos los caballos y nos
atendió un hombre con cara de preocupación.
–Pasen vuesas mercedes, que por si tuviéramos poco,
ahora han vuelto los reconciliados–
–¿Quiénes son esos?– preguntamos nosotros.

167
–Vuesas mercedes ¿de dónde son?– No parecen ser del
Santo Oficio, más me parecen del ejercicio de las armas.
–Mucho preguntáis mesonero. Dadnos algo de cena, y
aposento para esta noche, mañana partiremos al amanecer–
Pero Beltrán que es muy alcahuete, no se pudo
contener y le preguntó por los hombres que nos habíamos
encontrado en el camino, con el saco de ceniza y la flagelación
que se aplicaban– Esas criaturas, son lo mejor de todo lo que
le pasa a este pueblo. Esos son sesenta moriscos, de entre los
más de cuatrocientos que hay en Daimiel, ojo que yo soy
cristiano viejo, y en mis venas no hay ni una sola gota de
sangre judía, ni mora– dijo el mesonero.
–Pero bueno, ¿qué le pasa a esos moriscos?– increpó
Beltrán
–Que fueron condenados por falsos conversos, no
murió ninguno después del juicio de la Inquisición, pero
fueron condenados a cárcel perpetua, y ahora les han
conmutado la pena por penitencias espirituales, sobre todo a
los más influyentes, y ahí van dándose zurriagazos por los
caminos, para choteo de los mozalbetes, que les tiran piedras y
hasta excrementos y ellos dan gracias a Dios, que es para
dárselas, porque han estado al borde de la muerte. Pero eso no
es nada comparado con la brujería, ahora se llevan a juzgar a
Apolonia “la forastera”, que ha sido moza en este mesón
durante varios años, y yo estoy preocupado, porque le tengo
algo más que aprecio–
–Algo habrá hecho– contesté yo cansado.
–La culpa de todo la tuvo “la Juana Ruiz”, que se las
llevaba a “Las Tablas” a seguir un antiguo rito de una tal diosa
Diana. Era muy antiguo y ella lo había visto hacer de chica, y
hacían pócimas, ungüentos y, y… ha sido nuestra perdición–

168
–Pero bueno, que trajín traen en este pueblo con las
religiones, por si no tuviéramos poco con los musulmanes, los
judíos ahora la diosa Diana, ¿No tenéis bastante con la
católica?– argüía Beltrán.
–Juana Ruiz es una vieja de sesenta años, madre de
siete hijos, que ahora no saben dónde meterse y la mitad se
han ido del pueblo. La acusaron las malas lenguas, de salir
volando por la noche del tubo de la chimenea, ¡así como si
pudiera la mujer caber por ahí!, y de hacer pactos con el
diablo. Los vecinos le cogieron miedo no querían cruzarse
con ella y evitaban cualquier contacto. Ella fabricaba
ungüentos para curar a los niños, que no sé qué pasa en este
pueblo que se mueren muchísimos y con los emplastos de esta
mujer, se seguían muriendo igual. Empezaron a acusarla de la
muerte de los críos y hasta de la de las embarazadas, y de las
que se morían de parto. Uno se cayó de una mula se dio con
una piedra en la cabeza, todo el mundo se lo achacaba a Juana
Ruiz. Una de las acusaciones que le hicieron fue que se
postraba semidesnuda en las lápidas de los muertos en la
iglesia, y que robaba los huesos de los mismos a la luz de un
candil, como si esa mujer tuviera fuerza para quitar las losas, ¡
que se necesitan dos hombres con ganchos!, para poderlas
arrancar. Así continuaron las acusaciones. Una cosa que sí que
hicieron, y yo creo que eso fue su perdición, fue el ir a ver el
cuerpo de “Josito el apocado” que se ahorcó la criatura. Fue la
única decisión que tomó en su vida, y por los resultados ya se
vio que no acertó. Bueno, pues estas cogieron pelo del
cadáver, y hasta un trozo de la cuerda mortal porque lo
necesitaban para sus pócimas y conjuros. Gracias al obispo de
Cuenca que estaba en el tribunal de la Inquisición. Don Lope
Barrientos que dijo–

169
–Qué cosa es esto que dicen, que hay mujeres que se
llaman brujas, que dicen y creen que de noche andan con
Diana, dehesa de los paganos, cabalgando con bestias y
andando y pasando por tierras y lugares y que pueden dañar a
las criaturas. Todo eso es falto de juicio–
Y así Juana Ruiz se salvó de la hoguera, aunque no de
que le dieran la patada en el pilón, pero ahora ¿Qué va a pasar
con Ana Díaz, Isabel de la Higuera y sobre todo con Apolonia
“la forastera”?–
–Pues lo que va a pasar, es que las van a tomar por
locas, que es lo que son, y no va a suceder nada–dijo Beltrán
muy cargado de razón.
Cenamos “duelos y quebrantos” y nos fuimos a la
cama. Al amanecer se presentó un alguacil con Beltrán, que se
había pasado la noche andando por el pueblo en camisa
buscando a las brujas, y pidiéndoles un conjuro para su mal. Y
es que no se termina de acostumbrar, a atarse a la cama para
dormir, sobre todo cuando está fuera de su casa.
Salimos inmediatamente después, deseándole al
mesonero que todo se solucionara, nos despedimos de los
penitentes que ya iban por los caminos, y hasta se
sorprendieron de que los tratáramos como a personas, tal era la
situación en la que se encontraban.
–Hay que ver, a lo que pueden llegar las gentes,
buscando explicación a las cosas que les suceden–Pensaba en
alto Beltrán.
Al fin llegamos a Ocaña a casa de mi primo Bernardino
de Cárdenas, y como habíamos salido con tiempo nos ofreció
quedarnos un par de días en su casa, sobre todo porque se le
había muerto una hijita con diez días de vida, y estaban con la
celebración. Según había costumbre se invitaba a familiares y

170
vecinos a comer y beber, porque como había sido bautizada
iba al cielo, y sobre todo que había conseguido la gloria, sin
tener que pasar por este valle de lágrimas que es la vida. Hubo
hasta baile y todo el mundo decía que había sido una suerte,
pero su madre lloraba desconsoladamente en un rincón.
Bernardino la miraba y decía–Válame Dios mujer, que no
tiene remedio, y ¡que le podía esperar a nuestra hija!, jugar
cuando fuera pequeña, corretear por los campos en primavera,
ser buena cristiana, y a lo mejor como era hermosa enamorarse
de algún buen hombre y casarse con él, tendría hijos a los que
criaría, y cuidaría de su casa con desvelos y así pasaría una
vida de primaveras, veranos, otoños e inviernos, hasta que le
llegara su hora, y Dios nuestro Señor se la llevara consigo.
Bueno– decía entrecortadamente–Pues todo ese trabajo se ha
ahorrado y ya está en el cielo–
Su mujer lloraba con más fuerza ahora, porque
Bernardino tratando de consolarla, le había descubierto que su
hija había perdido la vida, que es lo único que sabemos que
tenemos.
La comida y el baile continuaba y mi primo me saco de
aquella tragicomedia, y me llevó a dar un paseo por el campo.
Allí me estuvo contando que tenían un monasterio nuevo de
dominicos de la orden de predicadores de Santo Domingo, y
que había estado visitándolos el clavero Fernando Fernández
de Córdoba y Mendoza del convento de Almagro. El convento
por lo visto se ha hecho en terrenos donados en parte, por la
reina Juana I de Castilla y según mi primo contaban ya con
varias reliquias, y me dijo–Si queréis mañana asistimos al
sermón de apertura del monasterio–
–Bien– dije yo, no muy animado.

171
A las ocho de la mañana, estábamos Bernardino
Cárdenas, Beltrán y yo en el convento. Apareció un fraile
dominico con una voz como si estuviera metido en una tinaja,
se subió al púlpito y empezó–
–Hoy día de Santa Úrsula, santa entre las santas, virgen
entre las vírgenes. Ella se convirtió al cristianismo,
prometiendo guardar la virginidad. Fue pretendida por un
príncipe bretón llamado Ereo, pero a Úrsula se le apareció un
ángel en sueños y le dijo que tenía que peregrinar a Roma, y
así lograr la consagración de sus votos. En Roma fue recibida
por el papa Siricio, que la bendijo y consagró sus votos de
virginidad perpetua, para dedicarse a la divulgación del
evangelio de Cristo.
Al regresar a Germania fue sorprendida en Colonia por
el ataque de los hunos, y el rey Atila de este pueblo, que tiene
fama de no ser muy suave se enamoró de ella, pero la joven se
resistió, y junto a ella once doncellas que se negaron a
entregarse a los hunos, fueron martirizadas y a Úrsula la
atravesó una flecha. Bueno pues nosotros no tenemos la
reliquia de esta Santa, pero si tenemos las reliquias de dos de
estas doncellas que la acompañaron al martirio, luego
pasaremos a visitarlas para su veneración. Son dos calaveras
que vinieron de Holanda salvadas de la quema de los
monasterios alemanes por los herejes protestantes, y
transportadas por nuestros heroicos tercios a la católica y
soleada España.
Beltrán y yo, nos quedamos de piedra, eran las
calaveras que había traído el capitán Bolea todo el tiempo
desde que salvamos al monasterio de Santo Tomás en la
ciudad de Groeninga en Holanda, y son precisamente las que

172
habían sido robadas de la iglesia de Santa María la Varga de
Uceda en Guadalajara.
Para cerciorarnos bien, pedimos verlas de cerca y
¡claro que eran esas! Pedí inmediatamente hablar con el prior.
Éste era un hombre con el pelo muy ralo, tenía tonsura, y
alrededor de ella estaba lleno de mataduras como los borricos.
Su aspecto era de ser víctima de una mala enfermedad todo en
él era de color amarillo, piel amarilla, ojos amarillos, voz
meliflua y amarilla. Apareció en la instancia y nos dijo–
Queridos hermanos, ¿A qué se debe el honor de vuestra visita?
–Mirad padre, mi primo Alonso de Céspedes, afirma
que las reliquias de las vírgenes compañeras de Santa Úrsula
en el martirio, fueron traídas de Groeninga en Holanda por el
capitán Juan Vela de la Bolea de Uceda, y lo sabe muy bien,
porque él luchó y ayudó en la defensa del monasterio de Santo
Tomás, que es dónde se encontraban, y fueron salvadas del
fuego que provocaron los protestantes con el objetivo de
destruir todas las imágenes, y reliquias que se encontraban a su
paso.
–Nosotros, no las tenemos de mala fe– respondió el
prior.
–Pues ¿Cómo han llegado aquí? Dijimos mi primo y yo
al mismo tiempo.
–Veréis, ante la próxima apertura de este monasterio,
nosotros estábamos interesados en tener algunas reliquias, para
que le dieran prestigio y ¿por qué no decirlo?, así aumentarían
las limosnas. Así que fuimos a ver al gran mercader de
reliquias que hay en este momento, un hombre que estuvo en
Trento, y que hoy por hoy, posee el mayor surtido de reliquias
que se pueda imaginar, ya que ha seguido los grandes expolios
que han hecho los herejes en iglesias y monasterios por toda

173
Europa. Es un buen hombre nos ofreció dos calaveras por el
precio de una sola, y afirmó que son milagrosísimas, claro
que…no para los protestantes, que tan poco las estiman.
–¿Ese hombre tiene la cara llena de viruelas?–pregunté
yo, como un iluminado.
–¿Cómo lo sabéis?– preguntó el prior intrigadísimo.
–Le conozco, desde las campañas de Italia, ¿Me
podríais decir, donde le puedo encontrar?
–Casualmente, hoy partía para la corte, donde piensa
surtir a iglesias y monasterios–
–Muchas gracias, padre– dije yo aliviado.
Salimos del convento, y le dije a mi primo Cárdenas–
Debo partir de inmediato, ese truhan estará en el camino y
necesito esclarecer el robo de las reliquias de Uceda.
Salimos presurosos Beltrán y yo, no llevábamos
cabalgadas tres leguas, cuando nos encontramos con un
carruaje de maderas brillantes con refuerzos de metal, dentro
iba un hombre vestido completamente de negro, con una
gorguera blanquísima, nos saludó con la mano enguantada y
encima del guante un anillo negro. Nosotros le hicimos señas
para que parase el carruaje, ordenó al cochero que lo hiciera,
no de muy buen grado.
Él nos reconoció enseguida, lo noté en su rostro, pero
no quiso decir nada. Nosotros como es natural le recono-
ceríamos entre un millar porque su cara era un cráter
–¿Vais a la corte, Señor? Preguntamos con cortesía–Si
así lo hacéis, vamos en el mismo camino–
–Si en efecto, voy a la corte–dijo “el Viruelas”
–Si queréis podemos ir juntos, así se hará más ameno el
viaje– dije yo amablemente.

174
–Haced como gustéis– Dijo, porque no le quedaba más
remedio me conocía, y sabía cómo las gasto. Le di las riendas
de mi caballo a Beltrán y me subí a su carruaje, y ya sin
modales caballerescos le dije.
–Decidme, ¿de dónde habéis sacado las reliquias de las
vírgenes que hay en el convento de Ocaña?–
–Os aseguro, que no sé de qué me habláis–replicaba “el
Viruelas”.
–¡Hablad bellaco! U os convierto a vos en una reliquia
y no precisamente virgen.-dije yo, un poco más inquieto.
–Un hombre vino un día y me las ofreció por un buen
precio, diciendo que eran auténticas y que las habían traído de
Colonia–
–Decidme quién era ese hombre u os mato aquí mismo,
nadie os echaría de menos con tanto asaltante de caminos que
hay por esta zona, ¡Vamos!– dije yo amablemente.
–Un hombre de la iglesia de Santa María de la Varga
de Uceda–
–¿Quién era ese hombre acaso era el sacristán?–
pregunté
–No lo sé señor, quería el dinero rápido lo estaba
esperando una mujer–
–Sabéis más de lo que decís, llevadme inmediatamente
junto a ese hombre o moriréis– dije clavándole la punta de mi
puñal en el cuello, eso sí, con educación.
–¡Alto, alto!– gritó Beltrán. Ese es el hombre que
buscáis. El cochero empezó a correr por entre la maleza, pero
Beltrán le dio alcance enseguida, y cual sería nuestra sorpresa
cuando vimos, que tras el pañuelo que le cubría el rostro
estaba ¡El padre Benito!

175
–Pero, ¿qué explicación puede tener esto? .Así que ese
era el viaje que teníais que hacer a Guadalajara a visitar a un
familiar enfermo–
–Y bien que os vino, para suplantarme y oír en
confesión a medio pueblo de Uceda, y conseguir a vuestra
esposa– me contesto el padre Benito.
–Debéis devolver las reliquias a su parroquia. El
capitán Juan Vela de la Bolea, no tiene por qué enterarse. Id al
prior del convento de Ocaña, decidle en confesión vuestro
pecado, devolvedle el dinero y él os devolverá las reliquias, a
cambio podéis ofrecerles otras más milagrosas y un poco más
baratas, así vuestro secreto morirá con vos.
Regresaron a Ocaña, nosotros seguimos nuestro
camino hacía la corte, unos meses más tarde mi esposa llena
de alborozo me dijo– las reliquias de mi pueblo han aparecido
prodigiosamente, y la explicación que han dado es que habían
hecho el milagro de marcharse misteriosamente a otros sitios,
donde los milagros hacían más falta, y una vez cumplido con
su trabajo han vuelto a su casa.
Otra preocupación que tienen, y a la que no dan
explicación es la desaparición del padre Benito, aquel joven y
santo párroco que nos casó. Creen que a lo mejor se lo han
llevado los iluministas y lo tienen retenido para hacerlo
miembro de su secta, pues ya hace mucho tiempo que
desapareció–
–Sí, querida esposa– le contesté. El padre Benito era
muy propenso a la iluminación.
Ya podéis observar Marien cómo los cristianos viejos,
no son tan estrictos con sus creencias, como os hacen creer y
comercian con el más allá, para tener mejor vida en la más acá.

176
Capitulo XIX. De cómo pasamos unos días en
Madrid en espera de ser recibidos por el rey

La llegada a Madrid fue un poco embarazosa.


Entramos en la villa a galope, y se nos cruzó por delante un
carro cargado con sacos de harina, lo que hizo que nuestros
caballos se espantaran, y se volcaran los mismos. El paisano
dueño de la mercancía era un hombre muy bravucón de escasa
estatura. Yo no sé cómo siendo tan pequeño se jugaba la vida
así ¡Con tanta provocación! Tenía la cara congestionada de
tanto cruzar por el puente que une a los dioses con los
hombres, beber vino, en romance paladino. En medio de ese
abotargamiento reinaba una sola ceja poblada como un cepillo,
ojos saltones llenos de niebla, la boca parecía un teclado de
órgano de iglesia, todo eso rodeado de una maraña de patillas
que le llegaban casi al hombro.
Sin mediar palabra, sacó un puñal y nos amenazó con
que nos iba a matar. Nosotros le dijimos que no debía cruzar el
carro en medio de la calle, a lo que él nos respondió– no se
puede ir por la calle a galope–
–Ya, pero si vos no hubieseis atravesado el carro, éste
no se habría volcado.-dije yo, cargado de razón.
–Y si vos ¡maldita sea! No hubieseis entrado a galope
esto no habría pasado.-dijo el de las patillas.
–¡Hubiese pasado igual porque el carro estaba
atravesado! – dije yo.
–¡Voto al sol! Que os haré picadillo– gritó el bravucón.
177
–Picadillo ¿de qué?–pregunté.
–Picadillo de idiota para los cerdos–volvió a increpar el
madrileño.
–Templaos Céspedes, que ese desgraciado no tiene ni
medio bofetoncillo– decía Beltrán.
–Dejad el puñal, y retirar lo que habéis dicho–le
ordené.
–Retirar ¿Qué? No me hagáis reír que me estropeo–
dijo el provocador.
Avanzó con el puñal, y yo no tuve más remedio que
darle con el pie, el arma salió por los aires volando y yo le
volví a decir–Dejadlo estar, y retirad lo que habéis dicho–
–Yo sí que os voy a retirar a vos de la calle, y así podré
poner el carro donde quiera–dijo retador.
Avanzó hacía mí con el puño levantado, y yo sin más le
di tal bofetón, que se le cayeron tres o cuatro dientes. La
verdad con la ofuscación no los conté, y luego hice mi
especialidad, lo cogí por las piernas y lo lance por los aires
yendo a parar encima de otro carro, que llevaba una carga de
barriles de vino. Él, que se vio volar gritaba– ¡Qué me va a
matar esa mala bestia, ese hi de puta! ¡Ayudadme!– A lo que,
los que estaban por allí contestaron– Apañároslas vos solo, y
no os metáis en líos de los que luego vos nos sabéis
desenrollaros.
Así las cosas continuamos nuestro camino, no sin
escuchar un murmullo inquietante detrás de nosotros.
De súbito oímos– ¡Despejad el camino! Viene un
cargamento peligroso–
Nos hicimos a un lado, porque ya estábamos hartos de
complicaciones, cuando vimos aparecer ante nuestros ojos el
espectáculo más colorido que yo nunca había visto. Resulta

178
que, del país de los hombres negros, venia un séquito para
ofrecerle un regalo a Felipe II como muestra de buena
voluntad.
Lo encabezaban seis hombres oscuros, del color del
grillo, su pelo era una maraña de lana recién pasada por los
cardadores, iban vestidos con sedas venecianas, y es que según
dijeron unos que estaban al lado nuestro, ya en mil quinientos
quince un tal León el africano decía que los tejidos venecianos
se vendían en Tombuctú, ya que ellos que tenían mucho oro,
cambiaban este metal en polvo, tíbar, que es como se llama en
realidad, por sal. Esta vestimenta lujosa la combinaban con
trozos de piel de tigre, o al menos eso decían los que estaban
a nuestro lado, porque yo no he visto a ese animal en mi vida.
Detrás de estos seis, venían unos veinte con estandartes
llenos de plumas, y después unos treinta tocando grandes
tambores, estos venían vestidos sólo con unos pequeñísimos
calzones de piel de animales, andaban todos descalzos, sin
importarle los guijarros que había por doquier. Les seguía un
gran carromato cubierto con seda negra. El ruido de los
tambores no atenuaba los rugidos que de ese carromato salían.
Y por último, venía una carroza tirada por veinte hombres que
a ella iban uncidos, y encima un negrísimo hombre de muy
corta estatura envuelto en oro y con un rostro muy severo, a
los pies llevaba un mono sobre el que descansaba un pie,
detrás de la carroza iban incontables hombres vestidos de
blanco que murmuraban una salmodia.
Los de al lado nuestro que parecían saberlo todo
dijeron que traían un tigre como regalo para el rey, y ellos se
preguntaban que dónde lo iban a meter, y para que iba a querer
Felipe II ese animal.

179
Continuamos nuestro camino después de contemplar
ese desfile, y llegamos a la plaza mayor dónde buscamos
posada. Para desgracia nuestra, porque estábamos cansados del
viaje y de las peripecias del mismo, no encontrábamos
acomodo. Todo estaba lleno, mucha gente había ido a ver el
espectáculo de los negros, y además eran días de feria.
Después de peregrinar por todo Madrid encontramos un sitio,
que no era de nuestro agrado, pero en algún sitio teníamos que
dormir.
Era un gran corralón, dónde vivían varias familias, una
de estas familias tenía posada, y podíamos dejar los caballos
en el patio. Cansados como estábamos decidimos quedarnos
allí, hasta encontrar algo mejor.
–Marién, voy a relataros una por una, cada una de las
familias que allí vivían, no he encontrado en mis años de
guerra y de viajar por el mundo, nadie tan abyecto. Increíble
nos parecía lo que estábamos viviendo–
–Contad señor, que en esta vida cualquier cosa es
posible–
En la primera vivienda, conforme se entraba a la
izquierda vivían un matrimonio con su hijita, ésta era
retrasada, tenía la mitad de la cara y casi toda la cabeza
quemada, sus ojos eran como los de un pez que se hubiera
bebido todo el mar, una nariz que parecía un hociquito, y lo
peor de todo, la trataban como a un perro. Llevaba una correa
al cuello y estaba siempre a cuatro patas, tanto es así que tenía
grandes callos en las rodillas y en las palmas de las manos,
porque con ellas se desplazaba, bebía y comía de una escudilla
que le ponían en el suelo, sin ayudarse de las manos, igual que
un animal. Y de eso vivía el matrimonio, porque la llevaban
todos los días a la plaza, el padre le decía– ¡Ladra!– Y ella

180
ladraba –¡Más fuerte!– le decía, y la pobre niña se quedaba
ronca con los ladridos. La hacían saltar por encima de una
banqueta, y si no podía o lo hacía mal su padre tiraba de la
correa, hasta casi ahogarla.
La mujer era la muerte en vida, tenía el lado izquierdo
de la cara lleno de cicatrices, porque este salvaje cuando yacía
con ella, lo hacía pinchándola con la punta de un cuchillo en el
cuello, y al menor movimiento el arma se hundía en sus carnes
siempre por cicatrizar. Un día de los que todavía estábamos
allí, la mujer se armó de valor, y mientras dormía ese malvado
le aplastó el cráneo con una piedra, se ensaño de tal manera,
que no le podían reconocer, tal era el amasijo en el que
convirtió su rostro. Vinieron los alguaciles a por ella, yo salí
en su defensa, y le juré a esa mujer que lo primero que yo iba a
hacer en cuanto me recibiera el rey era interceder por ella,
antes que ninguno de los asuntos que me habían llevado a la
corte. La niña fue recogida por una buena mujer y empezó
poco a poco a ponerse de pie, y a alimentarse como las
personas. Ya no ladraba, nadie se lo pedía sólo decía –curo,
oche, curo, oche– Está oscuro y es de noche, espero que a
estas alturas pueda decir –Hace sol, es de día–
Bueno, pues en la vivienda que había conforme se
entraba a mano derecha vivía una viuda con cinco hijas, sólo
una era del difunto. Yo no sé cómo se las había arreglado con
los curas de las partidas de bautismo, pues todas tenían el
apellido del marido, y así éste estaría retorciéndose en su
tumba que hasta después de muerto fue cornudo. La madre las
obligaba a prostituirse, porque decía que no todo el trabajo lo
iba a hacer ella. El problema es que la mayor tenía doce años
y había hombres abyectos que se las quitaban de las manos, yo
le dije que eso era una inmoralidad y que la iba a denunciar.

181
Ella me dijo que no había ley que le impidiera hacer eso, y que
más inmoral era morirse de hambre, así que mientras estuve
allí y yo lo podía ver, todo el que se acercaba, tenía que
vérselas conmigo. Di bastante trabajo al barbero arreglando
dientes y costillas y yo les exigía si querían conservar la vida
que me dieran las monedas que le tenían previsto dar a la
viuda, con lo que a los pocos días se corrió la voz, y ya nadie
se acercaba a forzar a las niñas. La viuda me odiaba, y eso que
yo le daba todo el dinero, pero aquello tuvo un fin. Yo no
podía consentir ese comportamiento, sabiéndolo y estando en
la misma corrala.
En la vivienda del fondo vivía un hombre viejo,
encorvado, consumido por el paso del tiempo, su rostro
parecía un campo arado por bueyes, no tenía ni un solo diente,
la separación de la cabeza con el resto del cuerpo era el
mismísimo tajo de Ronda, andaba permanentemente
limpiándose el moquillo con un andrajo que daba asco de
verlo. Bien, pues este deshecho de hombre, que parecía que la
tierra lo estaba llamando, y él poco se estaba resistiendo a la
invitación. Vivía con una joven de unos veinte años, de piel
blanquísima, pelo como el azabache, ojos almendrados y boca
como el granate, era esbelta y grácil sobre manera, tanto, que
Beltrán no le quitaba los ojos de encima , y yo a los míos no
los mandaba a pasear.
Bueno, la pareja tenía cuatro niños muy pequeños,
apenas se llevaban un año de diferencia, no podíamos
comprender como ese fúnebre cadavérico difunto, podía tener
a su lado a una mujer tan hermosa, y no era por el dinero,
como suele ser en estos casos y tan frecuente en estos tiempos,
ya que los hombres jóvenes mueren en la guerra, y las jóvenes

182
tienen que buscar refugio en hombres ancianos, para poder
comer y llevar una existencia digamos ¿digna?
Eran pobres como ratas, ella limpiaba en casa de unos
señores, y él se dedicaba a la mendicidad en la puerta de la
iglesia de San Martín, ya que ahi tenía su puesto ganado por
antigüedad, y por méritos acreditados durante toda su vida ante
los otros pordioseros.
Un día venía yo del Alcázar tratando inútilmente de
que me recibiera Felipe II, casi con el propósito de volverme a
Ciudad Real, y al borde de obviar la carta que me había
enviado su majestad, expresando su deseo de verme. Y es que
lo mismo que me la había enviado a mí, se la había enviado a
muchos capitanes, entre ellos a Antonio Luna, que temía su
permanencia en los continos45 y me daba las mañanas en las
que esperábamos inútilmente en un pasillo, y es que yo soy un
hombre de armas, de acción, no valgo para estar con
escribanos y rodeado de petimetres. Bueno pues con ese mal
humor volvía yo a la corrala cuando me dijo Beltrán
–Son padre e hija–
–¿Qué?– contesté yo, sin dejar de pensar en lo mío.
–Que la pareja del viejo y la joven son padre e hija y
tienen en esa vivienda su madriguera, por lo visto la mujer no
está con él contra su voluntad porque piensa que como su
padre, nadie la va a amar en su vida, además que ya conoce
sus costumbres y sus gustos porque lo conoce de siempre,
vamos desde que nació, y pocas sorpresas se puede llevar,
aunque según tengo entendido la moza teme que se vaya con
otras mujeres, porque según ella es muy cariñoso y todas
quieren estar con él.

45
Militares fijos al servicio de la Corona.

183
–Yo me voy a volver loco, yo no entiendo esta ciudad y
los dislates que en ella se producen sin que la autoridad medie.
Aquí todo el mundo es consentidor y pareciese que la
inquisición tuviese en esta ciudad menos trabajo que en el
resto de los pueblos de España, que cómo son menos y todos
se conocen andan a la gresca, claro que estos casos no atentan
contra la fe católica, no son moriscos, no son judíos, no son
protestantes, sólo son unos pervertidos.
Debo decir también que en medio de este cenagal,
había familias decentes que convivían con la mayor
normalidad. Yo le decía a Beltrán que buscase acomodo en
otro sitio cuanto antes, pero él me decía que eran pocos los
días que nos quedaban de estar allí, que pronto nos iba a
recibir su majestad y que además la patrona del corralón hacia
muy buenos guisos, y que adonde íbamos a comer mejor.
Era una de esas mañanas en las que la esperanza había
sustituido a las llaves. Sí, se había perdido esta virtud primero,
ya no era la última en extraviarse. Con ese ánimo fui al
Alcázar, cuando me encontré allí, con Gonzalo el espía, fui
inmediatamente a saludarle y éste me retiró el saludo
diciéndome –Perdón señor, creo que me confundís con otra
persona–
Yo no daba crédito a lo que me estaba sucediendo,
ahora resulta que hablaba y oía, yo volví a insistir y le dije–
Pero Gonzalo es que no me reconocéis, hemos luchado juntos
en el Milanesado, estuvimos en Trento, acordaros por Dios, de
la encamisada de Ingolstad , pero ¿Qué me está pasando?.
¡Sois vos Gonzalo!
–Conteneos, señor, yo no tengo el gusto de conoceros,
nadie nos presentó y de seguir así, creo que voy a declinar el
hecho de hacerlo, me estáis importunando–

184
–Gonzalo por Dios, sois vos– decía yo mientras le
seguía a un despacho lleno de papeles escritos con una letra
pequeñísima.
–Se acabó mi paciencia, llamaré a la guardia enseguida
si no os marcháis– dijo enfadado.
–Está bien ya me retiro y perdonad si os he
importunado– dije contrariado.
Regresé al sitio habitual de espera, y comenté con
Antonio Luna, (que estaba como yo, siempre deseando el
milagro de ser recibido), lo que me había ocurrido, y me dijo
que el hombre que yo tomaba por Gonzalo el espía, en mis
correrías por toda Europa, no era en absoluto sordo mudo, era
el primer secretario para asuntos de política exterior de su
majestad Felipe II. Y que su nombre era Gonzalo Gómez de
Alvear mano derecha del rey.
Yo no quise insistir, pero para mí que era el mismísimo
Gonzalo compañero de tantas y tantas batallas y correrías.
Ese día fue día de encuentros y topé en uno de los
pasillos del Alcázar, con mi viejo compañero Fernando
Zapata, menos mal que éste sí me reconoció, y se llenó de una
alegría extraordinaria al verme.
Preguntó por mi familia, por Diego Chirino mi cuñado,
por mi intrépida hermana y su marido de Almagro, fue un
encuentro lleno de alegría recordando los viejos tiempos y un
poco ¿Por qué no decirlo? De añoranza por volver al campo de
batalla.
Le conté intrigado lo que me había pasado con
Gonzalo, y supuse que él frecuentando el Alcázar lo conocería,
me dijo con toda la naturalidad del mundo, que claro que lo
veía todos los días, pero no a nuestro común amigo, sino a su
hermano gemelo, que éste no era sordo mudo, y que había

185
prosperado mucho en la corte. Del otro “Gonzalo” no había
vuelto a saber nada.
Yo pregunté intrigado– ¿cómo es que los dos se llaman
igual?– y Fernando Zapata con la mayor naturalidad me dijo
¿Acaso creísteis, alguna vez que ese era su verdadero
nombre?– pero guardad el secreto, nadie debe saber que el
secretario para asuntos de política exterior de Felipe II, tiene
un hermano espía.
Así las cosas yo le pregunté por su vida, y me dijo que
se había casado con el amor de su vida, la famosa Elena de la
que tantas noches, él nos había hablado cuando estábamos en
campaña, y hasta una vez la comparó con la hermosa ladina de
las trenzas, de nuestra aventura en Trento. Me dijo que era
feliz, aunque yo atisbé un halo de tristeza en su rostro. Con
respecto a la carrera de las armas estaba exultante, su majestad
el rey, le había incorporado al nuevo cuerpo de continos que se
estaba creando, y esperaba partir pronto para Flandes a las
órdenes del Duque de Alba.
Yo le hablé de mi situación, que había sido llamado por
el rey, pero que éste no me recibía y que así sucedía con
muchos capitanes de los tercios, con los que allí me
encontraba a menudo, todos esperando la misma cosa.
También le hablé de mi albergue bochornoso en Madrid, y él
me dijo–No voy a consentir que estéis ni un solo día más en
ese lugar, debéis alojaros en mi casa, ésta es muy grande, y
cómo es para poco tiempo no causareis molestia– Yo le dije–
Tendréis que consultarlo con vuestra esposa. No me voy a
presentar de súbito en vuestro hogar–
A lo que él me respondió.- mañana mismo tendréis la
respuesta. Ya veréis recordaremos viejos tiempos y os
enseñaré algunos sitios de la villa.- Yo me fui animado de

186
encontrarme con viejos amigos, y al día siguiente apareció
Fernando Zapata muy contento–Coged vuestras cosas y venid
a instalaros a mi casa hay habitaciones de sobra, mandaré un
cochero a por vos, es la casa de las siete chimeneas, no tiene
ninguna pérdida–

187
Capitulo XX. Nos instalamos en la casa de las siete
chimeneas

Ya había regresado de mi cotidiana espera ante la


puerta del secretario del rey, cuando un carruaje se presentó
ante la puerta de la corrala.
–Me envía mi señor don Francisco Zapata para que os
conduzca a su casa– dijo un hombre vestido de uniforme, con
una severidad en el rostro, como si estuviera frente al patíbulo.
–Mi escudero Beltrán, nos seguirá con los caballos, el
equipaje está aquí, podéis recogerlo–dije yo, observando que
nos miraba, como si fuéramos el bicho más insignificante de la
tierra.
–¿Por dónde queréis que os lleve, señor?–dijo con
sorna.
–Por el camino más largo, fatigoso y con más baches
que encontréis– dije yo sonriendo.
Y dicho y hecho, nos llevó hacia las afueras de la
ciudad. Empezó a subir y bajar desmontes con riesgo de
romper los ejes, y de que se saliera una rueda del carruaje,
hasta atravesó un arroyuelo, aquello nos llevó toda la tarde.
Beltrán seguía detrás con los caballos sin entender nada.
–¿Vais bien señor?– preguntó con retranca.
–Muy bien– contesté yo igualmente.
–Lo que más me gusta de vos es que cumplís fielmente
mis órdenes–
–Eso siempre lo haré, señor–
189
Entonces aprovechando que íbamos a pasar por un gran
charco, me abalancé sobre él, le di un empujón y lo lancé al
agua.
–Mañana a las seis de la mañana, os quiero ver en el
charco en la misma posición en la que estáis ahora, si no lo
hacéis, os hare andar por el camino que hemos recorrido, ¡a
gatas! Eso os enseñará a no ser tan bravucón–
Ya estábamos divisando la casona de los Altos del
Barquillo, conocida como la casa de las siete chimeneas. Me
dirigí hacía ella y Beltrán atónito por lo ocurrido, iba detrás de
mí.
–Alonso, ya tenemos un enemigo en esta casa, hasta
que marchemos de ella–dijo mi escudero.
–Te equivocas Beltrán, de ahora en adelante nos
respetará, porque un bravucón solo entiende con la fuerza.
Llegamos a la puerta, un farol devolvía su luz,
chocando contra las fauces de un león de metal del que pendía
una argolla, la levanté con fuerza y el sonido se hizo sentir en
toda la casa.
–Pasen señores, el señor les está esperando–dijo un
criado con respeto, cosa inusual en esa villa, donde tan
altanero parece el servicio y las gentes en general.
Pasé a un gran comedor. Fernando Zapata me estaba
esperando muy sonriente, le conté el incidente con el cochero
y no le extrañó, dijo que estaba impuesto por su esposa a la
que era muy fiel, él había tratado de despedirle en más de una
ocasión pero no pudo hacerlo, dadas las súplicas de su mujer.
Mandó a un criado a que fuera a buscarla, pero no
apareció, dijo que estaba muy cansada y que tenía grandes
dolores, que le impedían cenar con nosotros y que iba a
permanecer en el lecho.

190
Beltrán ya había acomodado a los caballos y se instaló
con el personal de servicio.
–Vivís con largueza– le dije a Fernando Zapata.
–Veréis no todo es la soldada de capitán de los tercios,
mi esposa es dama de la hermana del rey. Doña María de
Austria, la que hace de regente en ausencia de su padre el
emperador, y ahora de su hermano. Aunque el rey rara vez se
aleja de la corte, sólo lo hizo cuando se casó con la reina de
Inglaterra, ahora no hay quién lo aparte de Madrid– dijo con
cierto tonillo.
–Y Dios quiera que así sea, que tiene que recibirnos a
todos los que lo estamos esperando–dije yo, con cierta
preocupación.
–No os preocupéis pronto lo hará, pero pasemos a
cenar dijo con amabilidad.
Debo confesar que la mesa era espléndida, estaba
cubierta por un mantel de encaje de Brujas, los platos eran de
una porcelana finísima adornados con un filo de oro alrededor,
los cubiertos de plata y las copas eran de cristal veneciano, en
los extremos había dos grandes candelabros que iluminaban la
estancia, dándole a ésta una coloración anaranjada y neblinosa.
–Pardiez.¿Queréis impresionarme?– Le dije a Fernando
Zapata.
–No, sólo quiero ser un buen anfitrión y en esta noche,
especialmente esta noche, en la que me siento muy solo–
–¿Cómo que os sentís solo? Estamos juntos como en
los viejos tiempos, tenéis a vuestra esposa– dije yo tratando de
animarle.
–El que comercia es comerciante, el que viaja es
viajante, el que ama es amante y el que guisa ¿es guisante? Se
han roto los collares de perlas verdes y se han mezclado con el

191
naranja, el morado. La naturaleza juega con los verdes y se
divierte, así, vamos a tomar una menestra. ”Ministrare” que
significa servir, yo quiero serviros Céspedes amigo, con la
confianza, de que aunque yo soy anfitrión, vos no me vais a
traicionar–
–Creo que habéis bebido demasiado vino– dije yo
intrigado.
–Veréis en la antigua Grecia, Anfitrión se dedicaba a
sus menesteres, mientras Zeus el dios de dioses yacía con su
esposa Alemena. Yo soy anfitrión.
–Por Dios Fernando dejaros de cuentos y vamos a
disfrutar de la cena, que tanto me recuerda a nuestras
aventuras por Milán y Trento ¡Qué tiempos aquellos!–
Estábamos hablando, cuando a lo lejos se oyó el ruido
de un carruaje y caballos a paso lento, hubo un momento de
silencio, y yo inmediatamente reanudé la conversación.
–¡Que aroma desprenden estas perdices! Eso sí, que no
lo comíamos en Milán. A vos se os caerán muchas perlas
verdes, pero como la comida española no hay nada,
disfrutemos de ella–
–Sois como un bálsamo, para mi corazón atribulado–
dijo Fernando Zapata
–Yo creo, que no os está sentando bien el vino ¡comed!
Llenad el estómago y todo lo veréis de distinta manera–
–Gracias amigo– contestó y continuamos
animadamente. Yo le contaba peripecias de Ciudad Real y él
se reía con ganas, así pasamos la noche. A la mañana siguiente
fui como siempre al Alcázar volví animado porque me dijo el
secretario, que lo mío iba por buen camino, que pronto me
recibirían, y que tenía que tener en cuenta que Felipe II regía
un imperio desde Madrid, todo a base de correos, y debía

192
llevar una contabilidad minuciosísima, aunque eso sí,
estábamos en bancarrota, precisamente por eso, era más difícil
la cosa.
A mí no me parecieron las escusas de siempre, y quise
creer que esto iba por buen camino.
Llegué a la casa de las siete chimeneas a la hora de
comer, la esposa de Fernando Zapata aún no se había
levantado del lecho, yo todavía no la conocía y cuando aparecí
por el comedor, mi amigo le estaba dando la orden a una
criada para que fuera a despertar a su señora, porque tenía que
atender a un invitado, al poco rato pude escuchar voces
femeninas de protesta, no le di importancia cuando pasados
unos minutos apareció sin arreglar, Elena Zapata.
¡Cuánta razón tenía! Era parecidísima a Beatrice, la
mujer ladina del camino de Milán a Trento, cabello lleno de
trenzas sueltas de color trigueño, almendras de ámbar rodeadas
de hilos finísimos de terciopelo negro, nariz perfecta y boca
deseable, ahora me explico el desasosiego que tenía Fernando
por volver a España y casarse con su amada.
Me presentó como su querido compañero de batallas,
ella apenas hizo una mueca con el labio superior y me invitó a
sentarme para la comida. Fernando le pregunto, si no iba a
arreglarse para estar con nosotros, y ella respondió, que si tan
amigo suyo era, estábamos en confianza y no merecía la pena.
Elena Zapata era muy hermosa, pero muy soberbia e
iracunda, compadecí a mi amigo. En la mesa era un dispendio,
mordisqueaba las riquísimas viandas y las arrojaba a los perros
que la rodeaban, estaba vestida con una gran bata, bajo la cual
se adivinaba el camisón, e iba cubierta de joyas en exceso
llamativas. Fernando estaba apurado por su comportamiento
exagerado y arrogante, mi amigo me propuso ir a dar un paseo

193
a caballo por el campo. Yo acepté inmediatamente, porque el
ambiente era irrespirable.
Cuando regresamos, Beltrán que es muy alcahuete, me
dijo – Ha venido a visitar a la señora un caballero de negro, y
le han recibido con mucho sigilo.
– ¿Qué importancia tiene eso? Beltrán, a ver si uno no
va a poder recibir visitas en su casa.
Pasamos a la cena y aquí nuestra amiga estaba
esplendorosa, llevaba un vestido rojo de brocados en oro, su
pelo iba recogido bajo un tocado de terciopelo y perlas,
parecía la dama de un cuadro. Yo le hice notar su hermosura a
lo que ella me contestó –¿Qué queréis Céspedes? Soy una
dama de la hermana del rey–
Estuvo muy amable y me dijo que tenía que aprovechar
el tiempo, ya que me iba a ir muy pronto de Madrid. Ella
sabía de muy buena tinta que enseguida iba a ser recibido por
el rey, y entonces tendría que abandonarlos.
De súbito, Fernando Zapata lanzó una mirada de fuego
hacia un colgante que llevaba su esposa al cuello, pero no dijo
absolutamente nada. Ella se adelantó a sus pensamientos, y le
dijo –Todas las damas reales, tienen a sus maridos que les
hacen costosísimos regalos dada su dignidad, como ese no es
mi caso, doña María de Austria se hace cargo de mi situación,
y me lo ha regalado para que no desentone con el resto de las
demás damas de la corte– Fernando enrojeció de ira, pero no
dijo absolutamente nada. La comida continúo de forma muy
incisiva, tanto Fernando Zapata como su esposa parecían
contrincantes de distintos bandos lanzándose venablos
envenenados, yo abandoné la mesa en cuanto pude, y lamenté
la situación en la que se encontraba mi amigo. ¿Dónde
quedaría aquel día? En el que las campanas de San Martin

194
sonaban a boda, y en las que el propio rey les regalo las arras,
siete monedas de oro. Parece que les hubiera regalado, una por
cada vicio. Gula, avaricia, lujuria, pereza, envidia, soberbia y
sobre todo ira, que salían humeantes por cada una de las siete
chimeneas de la casa.
Era una mañana, en la que si no fuera por la creencia
de que vamos a morir, y eso siempre es peor, no daban ganas
de vivirla. ¡Tan lleno de hastío me encontraba! Cuando de
repente apareció Beltrán y me dijo– Céspedes ¿Sabéis lo que
me ocurrió anoche?–
–No, pero seguro que me lo vais a contar– contesté yo,
sin ganas.
Ya sabéis que yo tengo un problema cuando duermo, y
es que voy por ahí deambulando sin despertarme–
–Sí, ya lo creo que conozco el problema, y no pocos
disgustos nos ha costado, por eso os recomendé que os atarais
al lecho–
–Bueno, pues anoche estaba tan cansado que no lo
hice, me olvidé y aparecí dormido en el carruaje del cochero,
ése tan amable y solícito que os trajo a esta bendita casa, que
casi prefiero la corrala–
– ¡Basta! Beltrán id al meollo del asunto–increpé yo
con impaciencia.
–Apareció la señora embozada, toda cubierta, aunque
yo la reconocí por su agudo tono de voz, cuando le dijo al
cochero–Rápido no os demoréis, llevadme al lugar de
siempre–
El cochero se dio cuenta de mi presencia y me echó–
¡Fuera de aquí bellaco!– me dijo con muchísima dulzura.
Inmediatamente cogí un caballo y les seguí, no era difícil, iban
despacio e inexplicablemente había gente en la calle a esas

195
horas, llegamos al Alcázar, yo descabalgué, me oculté como
pude y oí a un lacayo decir–Pasad señora, el rey ya hace
tiempo que os espera–
Señor ¿Para qué puede necesitar su majestad el rey, a
una mujer casada a las doce de la noche?
–Posiblemente para conjugar el futuro imperfecto–
–¡Que decís!– No os entiendo.
–Es lo único de gramática que sé, lo aprendí en Ciudad
Real y desde que estoy con Fernando Zapata se me ha pegado
esta forma enrevesada de hablar. Él se pasa el día hablando de
los dioses del olimpo–dije yo, pensativo.
–Como no nos vayamos pronto de aquí, lo vamos a
lamentar, vamos a dejar de ser nosotros mismos–dijo Beltrán
con semblante de preocupación.
Al día siguiente, Fernando Zapata me comunicaba que
en breve iba a combatir en Flandes a las órdenes del duque de
Alba, y que yo iba a ser recibido por el rey de inmediato.
–Marién, mi amigo murió en su destino de guerra,
gentes que le vieron dijeron que se dejó matar, cosa que yo
dudo porque era un gran guerrero, en cuanto a Elena Zapata su
esposa, simplemente desapareció, nunca se supo nada de ella,
las gentes del lugar, muy dadas a los rumores y a las
maledicencias, dicen que de noche ven por entre las siete
chimeneas a una mujer vestida con velos blancos, corre por el
tejado, y luego se despeña volando por la ciudad hasta llegar al
Alcázar, donde suplicante, llama a su majestad el rey.
Éste, tan ocupado en gobernar un imperio desde un
despacho, hundido entre montones de legajos, difícilmente
puede atender a los mortales, más que imposible, lo tienen los
espíritus.

196
Capitulo XXI. Encuentro con el hijo del rey, la
hazaña del tigre

Aquella mañana salí para el Alcázar, y noté como el


batir de las alas de miles de polillas en las entrañas, presentí
que algo extraordinario iba a ocurrir.
Hacia unos días, me habían contado ciertas historias
del príncipe Carlos hijo del rey, yo no pasé a creerlas del todo,
los cortesanos le consentían todo lo que hacía, dada su
personalidad y su situación. Unos conocidos me anunciaron–
Procurad que no os vea, porque os puede poner en un
compromiso–
Me relataron que a Antonio Luna, le obligó a subirse a
una de las torres del Alcázar, y luego dijo que debía bajarse de
ella por la parte exterior, ante tamaña locura el capitán se
negó, y anduvo confabulando en contra de él. Ahora se ve casi
con un pie fuera de los continos a los que ha pertenecido toda
su vida.
Por lo visto el príncipe se crió fuera de sus padres, su
madre murió a los cuatro días de nacer él, quedando bajo la
custodia de sus tías. Hubo una plaga de malaria que asoló la
corte y a él le afectó de lleno, tenía un desarrollo anómalo de
las piernas y la columna vertebral, a todo eso se sumó que tuvo
una caída del caballo cuando perseguía a una cortesana, le
dieron por muerto. Los frailes le llevaron la reliquia de los
huesos de San Diego de Alcalá depositándolos a los pies de la
cama, y además de eso le hicieron una trepanación, causándole
197
daños cerebrales irreparables, su temperamento era impulsivo
y violento. Contaban de él, que era tan perverso, que cuando
era pequeño antes de la caída del caballo, asaba liebres vivas y
cegaba a los caballos en los establos reales, una vez a los diez
años hizo azotar a una muchacha de la corte, para su sádica
diversión, su majestad el rey pagó compensaciones al padre de
la niña.
Tenía raras costumbres, se habituó a calmar sus
calenturas volcando nieve en el lecho y bebiendo agua muy
fría, lo cual empeoró mucho su salud.
Yo pensé que eran historias de murmuradores y no le di
importancia, hasta que apareció en la larga espera un sirviente
y me dijo –Céspedes, vuestra fama de forzudo, ha llegado a
oídos del príncipe Carlos, que está admirado de vuestra fama y
de vuestra musculatura. El heredero desea conoceros,
seguidme–
–Pero, no puedo moverme de aquí, estoy esperando a
que me reciba el rey– argüí yo, temiéndome lo peor.
–Si queréis que os reciba el rey, no lo conseguiréis
desairando a su hijo–
Seguí al servidor por los salones y pasillos del Alcázar,
pasamos de la parte Sur a la parte Este, donde se encontraban
las dependencias de la reina, aislada por dos grandes patios
rodeados de columnas y allí, estaba el príncipe Carlos, su
rostro era de un blanco azulado, tenía los ojos rodeados de
grandes bolsas, semejantes a los de un sapo, el cuerpo torcido
hacia la izquierda, cómo si se apoyara en un bastón
inexistente, su boca denotaba un infinito hastío, y su mirada
globulosa era la expresión de la maldad.
–Céspedes, tenéis que demostrarme que lo que se dice
de vos, es verdad– me dijo con sorna

198
–Estoy completamente a vuestras órdenes, alteza–
contesté yo con aplomo.
–Casualmente tengo en el otro patio un animalucho,
que el rey del país de los negros, regaló a mi padre y ya me
está molestando con sus rugidos, que no me permiten
concentrarme en mis pensamientos piadosos, y rezos– rió con
sarcasmo.
– ¡Debéis matarlo!– ordenó.
–Es un regalo que han hecho a vuestro augusto padre,
igual no quiere deshacerse del animal– dije yo con la intención
de que se atuviera a razones.
–A mi padre no le interesa para nada ese animal, y
descansará cuando sepa que se lo ha quitado de encima– dijo
imperioso.
Yo que siempre iba armado con mi “valenciana” (la
llamaba así, por que la estrené en Valencia), aunque estaba
hecha en Toledo tenía tres dedos de ancha. Era mi mejor
compañera en todas las batallas, pedí un escudo y me dieron
uno de cuero.
De uno de los pasadizos que daban al patio sacaron un
carromato, venía sin tela negra, y dentro había una bestia. Yo
no había visto otra igual en mi vida. Era la primera vez que yo
veía un tigre, era un gran ejemplar, digno de un regalo al
monarca más poderoso del mundo.
Yo pensé –Mi madre sabía cien oraciones, alguna será
para estos momentos–
La gente se arremolinaba en las arcadas superiores del
patio, aunque eran dependencias de la reina, casi todo el
Alcázar se vació para ver el acontecimiento, fue todo el
mundo, menos el rey, que era la persona que yo buscaba
ardientemente con la mirada.

199
Me puse en el centro del patio y concentré todas mis
fuerzas en la acción. El príncipe dio órdenes de que soltasen a
la fiera, yo la esperaba con la espada desnuda y el escudo de
cuero en la mano siniestra.
El tigre al verse libre pues llevaba demasiado tiempo
enjaulado, se lanzó rugiendo contra mí, deseoso de
despedazarme con sus garras y colmillos.
Le recibí con el escudo, contra el que se estrelló la
fuerza del animal, momento que aproveché raudo para
hundirle a mi enemigo la espada en el costado hasta los
gavilanes. La fiera dio varios saltos y un lastimero rugido,
desplomándose sin vida en un manantial de sangre.
Toda la corte gritaba enfervorizada. ¡Bravo! ¡Bravo!.
¡Viva el valiente Céspedes!
El príncipe Carlos me felicitó entusiasmado, cosa que
yo no esperaba porque parecía que me quería entregar a la
muerte para su diversión.
–¿Y si hubierais errado el golpe con la espada? ¿Qué
hubiera pasado con vos? Preguntó el príncipe.
–Alteza yo confío más que en nada, en las fuerzas de
mis brazos–46.
Se enteró el rey Felipe II de todo lo sucedido, y
reprendió muy duramente a su hijo, diciéndole –No debéis
aventurar otra vez en cosa de tan poca importancia a un
caballero de tanta–
El rey me recibió con todos los honores, me dio el
mando de una escuadra de continos y la promesa de darme la
maestría de la orden de Santiago para el territorio de
Socuéllanos, diciéndome que me la entregaría al final de mi

46
“Manchegos ilustres en la época de Cervantes” ..JOSE ´SANZ DIAZ

200
carrera militar como un buen retiro, y en premio a mis hazañas
en el ejercicio de las armas al servicio del imperio. Yo
aproveché para pedir el indulto, por aquella pobre desgraciada
de la corrala, y el rey lo concedió, sólo por eso mereció la pena
la aventura.
Cuando salía del Alcázar, me encontré con don
Gonzalo Gómez de Alvear, el secretario para asuntos
exteriores del rey, el hermano gemelo de Gonzalo el espía, me
miró con una sonrisa amplía, se llevó el dedo índice a los
labios, luego agitó su mano en forma de adiós y arrancando un
trozo de hierba del suelo, me lo entregó con una sonora
carcajada.
Los poetas de la corte escribieron.

A matar el tigre el valeroso Céspedes

A la inculta palestra el tigre Hircano


Sale feroz, y a un brinco sacudido.
El amago del trueno de un bufido
Quedó vencido el rayo de tu mano.
Fuerza mayor de impulso soberano
Halló en tu diestra el bruto enfurecido
Que entra el moverse y queda rendido
Más fiera te aclamo, te ignoro humano,
Mereces la gloria dignamente,
¡Oh invencible español! que en las esferas
Dilataste tus ínclitos renombres
Que es justo que alumbrado en pira ardiente
Quien fue mudo escarmiento de las fieras
Sea elocuente ejemplo de los hombres47.

47
“Céspedes y el tigre”.-Licenciado Sebastián de Villaviciosa.

201
Al salir del Alcázar respiré aliviado, aquella estancia en
Madrid había sido para mí una pesadilla, pero las noticias
corren como la pólvora, las gentes nos rodeaban lanzando
vítores –¡Dejad pasar al vencedor del tigre!–
Antonio de Luna me dijo–Sois el único que ha salido
indemne y victorioso, de los caprichos de ese loco de don
Carlos. Enhorabuena, ya nos encontraremos en el campo de
batalla–
Beltrán y yo nos fuimos liberados, habíamos
conseguido lo que queríamos y estábamos deseosos de llegar a
Ciudad Real, y esperar las órdenes de su majestad.

202
Capítulo XXII. Nuestra estancia en Toledo

Volvíamos del campo a caballo Beltrán, Nuño y yo, la


fascinación por el colorido en el que estábamos inmersos, nos
hacía estar en silencio, disfrutando del instante mágico de
felicidad que proporciona la belleza.
–Mirad, amapolas, centaureas azules, amarillas y
blancas, verónicas. Parece una alfombra inmensa del reino del
Tremecen, que vamos hollando con la pezuña de nuestros
caballos–
Nuño que era muy racional, contesto– No olvidéis
Beltrán, que aunque hacen que el campo sea bellísimo, son
malas hierbas que infestan las cosechas. Son la ruina para el
labrador.
Mi escudero, que además de un alcahuete, era un
soñador, continúo– Lo mismo que nuestras vidas caen, cae la
tarde; sí, está cayendo la tarde.
A lo que yo le respondí– Dejad que se caiga Beltrán,
lleva siglos haciéndolo no se hará daño, ya tiene costumbre.
Todos lanzamos una carcajada y en estas entramos en
Ciudad Real por la puerta de Santa María. Al llegar a la casa
había un alboroto tremendo. “El Campanas” había traído una
carta del rey Felipe II, y no se atrevían a abrirla hasta que no
llegáramos nosotros, la impaciencia les devoraba.
Mi esposa me estaba esperando en la puerta falsa con la
misiva, y a mí me dio un vuelco el corazón, adivinando de lo
que se trataba.

203
Era ni más ni menos que una citación para ir a combatir
a la guerra de las Alpujarras. Se me instaba a que como
banderín de enganche reclutara tropas, y me presentara en
Toledo para cumplimentar ese requisito indispensable del
registro.
Yo me sentí enaltecido, ¡otra vez en acción! Volver a
sentir la subida de las emociones al punto más alto, ese punto
en el que sabes que te estás jugando la vida. Un error, un
titubeo, una mala fortuna y todo se acabó. Y al mismo tiempo,
esa alegría que se siente cuando después de vencer miles de
peligros, todo acaba, y tú, insignificante mortal estás vivo.
Mas mi esposa me hizo descender de los cielos de Marte, y
como buena diosa que pisa la tierra me hizo una pregunta –¿Se
habrá dado cuenta su majestad, que tenéis cincuenta años? –
– Ya sé que tengo cincuenta años mujer, pero conservo
mis fuerzas, mi coraje y tengo el suficiente arrojo como para ir
a cincuenta Alpujarras, una por cada año de mi vida. Aunque
tampoco ignoro qué voy a la desesperada, los tercios están en
Flandes, donde sabes que acaba de morir mi amigo Fernando
Zapata. Y por otra parte el Mediterráneo está infestado de
piratas musulmanes–
– El imperio me necesita a la desesperada, y así iré yo–
Al banderín de enganche, acudieron a alistarse los más
esforzados varones de Ciudad Real y su comarca, más los
parientes y amigos. Todos se disputaban luchar a mi lado, cosa
que me conmovía.48
Algunos eran muy viejos y querían recordar tiempos
pasados, otros digamos la verdad iban por el botín, y la
promesa de arrebatarle las tierras al infiel. De entre todos ellos

48
Manchegos ilustres en los tiempos de Cervantes. JOSE SANZ DIAZ.

204
escogí a doscientos. Dándole el mando de cien voluntarios a
mi cuñado Diego Chirino de Artieda.
Como las cosas hay que hacerlas bien, y no sabemos
alegrarnos de otra manera, yo invité antes de la partida a todos
a cenar, comimos migas y morcillas asadas en el campo que
había justo al lado del Pilar.
Y allí, yo les lancé una vibrante arenga, no demasiado
larga para que no se lucraran conmigo los de las apuestas.
Les hice que se colocaran mirando hacia la iglesia de
Santa María. Al lado de la misma, está la casa natal de Hernán
Pérez del Pulgar, “el de las hazañas”. El héroe de Alhama, del
Salar, de Guadix, de Salobreña. Dije – ¡Todos esos territorios
están ahora en peligro! – El clavó en la puerta misma de la
Alhama, el cartel que ponía “Ave María”. Y nosotros tenemos
que hacer que eso se vuelva a repetir.
“Quebrar y no doblar” era su lema. Y lo mismo que la
reina Isabel la Católica cuando esperaba noticias del resultado
de la guerra, vio regresar a Hernán Pérez del Pulgar, dijo– Ya
me quito la zozobra, porque Pulgar tan valiente y caballeroso
viene a traerme buenas noticias–
–“Hemos ganado la guerra”– Con soldados como vos
ganaremos siempre–49 dijo la reina Isabel llena de júbilo.
Así quiero yo, que diga de nosotros nuestro rey cuando
terminemos la contienda. Y ahora un ¡Viva el Rey! ¡Viva!–
Contestaron todos entusiasmados, porque lo que no se podía
consentir es que todas las heroicidades de nuestro paisano,
fueran en vano.
Al día siguiente, toda la ciudad fue a despedirnos a la
puerta de Toledo. ¡Cómo me acordaba de la primera vez que

49
“Efemérides Manchegas”. FRANCISCO PEREZ FERNANDEZ

205
salimos por el mismo sitio! Ahora, había más gente
diciéndonos adiós, con el convencimiento de que íbamos a
hacer una cruzada. Yo era mucho más viejo, y tenía la ilusión
de volver a guerrear, aunque un presentimiento hacia que en
mi estómago anidaran los cuervos.
El vuelo negro de las ansias de poder, que están por
encima de conseguir un objetivo común; Sí, el vuelo sombrío
de la avaricia y la soberbia que permite que mueran tantos
inocentes, sin necesidad.
Pero dejemos esos pensamientos. Por fin después de
varias jornadas, en las que fuimos cumplimentados por las
autoridades de todos los sitios por los que pasamos, llegamos a
Toledo.
Era de noche, y las puertas de la ciudad imperial
estaban cerradas, cosa que nos pareció normal dada la hora
que era.
–Abrid somos el ejército que viene a cumplimentar lo
que se le requiere, para partir a las Alpujarras–
El centinela nos responde– No son horas–
–Mirad que venimos de Ciudad Real y ya llevamos
muchas jornadas de camino– Respondí yo con tono severo.
–Por mí como si venís del país de los negros, que no
abro y ya está–
–¿Cómo que no abrís?– dije yo con tono agrio.
Un silencio sepulcral reinó en todo el recinto, yo
después de una prudente espera volví a increpar.
–¡Abrid la puerta a los ejércitos del rey!–
–Como si queréis ser el rey de bastos, que no abro, que
no es mi obligación– respondía el centinela.

206
–Voy a ser el rey de bastos y el de espadas– Y diciendo
esto, arrimé el hombro a la puerta, rompí los cerrojos y levanté
el rastrillo.
Los centinelas tocaron la alarma y se armó un alboroto
tremendo. No le di un bofetón al centinela, porque cumplió
muy bien con su obligación de defender la ciudad, aunque en
este caso, bien sabía que éramos el ejército que va a luchar a
las Alpujarras, pero si le di una reprimenda por el tono tan
altanero que utilizó para hablarnos.
–Pero señor, ¿cómo iba yo a saber que erais tan
fuerte?– dijo el centinela. Yo le respondí –No hacéis bien en
tratar a las personas según sea su fuerza o poder. Hay que
tratar a toda la gente con igual respeto–
Como las cosas de la corte van siempre lentas aun
pasamos varios días en Toledo, hasta que se formalizó todo.
Y… en una tarde en la que salimos de trasnochada, me
encontré a deshora con la guardia de ronda y el alguacil.
Pretendió quitarme la espada, yo me presenté. Le dije–Mirad,
soy el capitán Céspedes, yo soy un hombre de honor, dejadme
en paz–
Yo no sé qué es lo que les pasa a estos de Toledo, son
muy testarudos, el alguacil volvió a insistir.
–Dadme ahora mismo la espada–
–No os puedo dar la espada, y volví a repetir mi
identidad y lo que había venido a hacer, a la ciudad imperial.
–Dadme la espada. ¡Ahora mismo!, ya se ve que sin
ella no sois nadie– dijo el alguacil e intentó desarmarme, y…
en mala hora lo intentó.
No sé qué me pasó, que no me pude reprimir, harto ya
de sus insolencias, lo cogí de las piernas y lo tiré a un tejado y

207
allí lo deje. Todavía se cuenta en la ciudad, que no se pudo
bajar de allí, hasta ser de día.
Por la mañana, se contó el chusco suceso en los
corrillos de Zocodover y vuelta la burra al trigo. Yo que soy
un hombre mayor y ya no me agradan los espectáculos, ni
hacer alarde de mis fuerzas, me vi otra vez pregonado.
Dio en encontrarse allí el marqués de Villena, y me
quiso conocer por el incidente de la puerta de la ciudad y por
lanzar a los hombres por los aires. Se empeñó en que tenía que
hacer una prueba de fuerza y lucha contra un turco gigantesco,
aduciendo que eso iba a enaltecer a las tropas, dado el origen
de mi contrincante.
No me pude negar, así que ahí me tenéis Marien,
luchando contra el turco. Nos emplazó en Zocodover, donde
habían colocado una mesa y dos bancos.
Por una de las esquinas apareció el hijo del cuerno de
oro, colosal, gigantesco, iba vestido con un gran turbante muy
aparatoso de color blanco, recogido con una fíbula en forma de
media luna, llevaba una túnica roja de tela brillante y unas
babuchas muy desgastadas. Llegó invocando a Alá, y yo
internamente me pregunté– ¿Cómo este hombre en Toledo
puede vestirse según su costumbre y tradición, invocar a su
Dios, y nadie le dice nada? Hasta parece protegido del
marqués de Villena, y sin embargo en Granada, se ha
organizado una revuelta tan crudelísima y tan sangrienta por
hacer lo mismo.
Ese hombre turco, parecía que había sido construido
por un cantero después de varios días de fiesta de adoración a
Baco sobre todos los dioses, y lo había edificado sin orden ni
concierto, solo por molestar al propietario.

208
Tenía en la cara dos ventanales negros, con rebordes
pintados del mismo color, corría peligro el que quisiera
asomarse a su interior, debajo unos aliviaderos engrandecidos
por el esfuerzo, de tanto hacer salir y entrar el aire y más abajo
las almenas de un castillo, así de mellado estaba el turco.
El hombre tenía su público, algunos eran de su raza y
otros no, le animaban –Vamos Ismet, hemos apostado por
vos–
Yo tenía a toda mi tropa y a parte de los asistentes
animándome –¡Céspedes, vais a ganar!–
Se acercó a mí, y me hizo una gran reverencia, yo
incliné lentamente la cabeza y empezó la toma de contacto.
Yo medía mis fuerzas, para dejar que se confiara, vi
como su cuello se llenaba de cordones, que aumentaban de
tamaño por el esfuerzo.
Le miré fijamente a los ojos, y me dije interiormente–
Estas perdido–
Apreté y vencí. Quiso repetir la prueba, y el marqués
de Villena que había apostado por mí, también quiso que así se
hiciera. No me anduve con miramientos, y fui a por todas
desde el primer momento.
¡Vencí!. La gente gritaba enfervorizada. Yo le saludé
amistosamente y el me devolvió el saludo apretando la
mandíbula y haciendo crujir los pocos dientes que le
quedaban.
Debo reconocer que me tuve que esforzar para ganarle
y el sudor corría por mi espalda, cosa que casi nunca ocurría
cuando me enfrentaba a una lucha de este tipo.
El marqués de Villena estaba entusiasmado y
abrazándome me dijo –Bien sería que su majestad el rey

209
pudiese derrotar al turco, con la misma facilidad que lo hacéis
vos– Y me hizo un regalo en premio a mi habilidad y fuerza.
Me hice tan popular en la ciudad del Tajo, que
constantemente me buscaban forzudos contra los que
competir, yo me negaba, porque la vez que luche, fue sólo por
agradar al marqués, y yo no soy ninguna atracción de feria.
Al fin se cumplimentó todo y pudimos partir.
Marchando al frente de mi mesnada, todos me vitoreaban. Los
soldados de guardia de la puerta y el alguacil de ronda… no.
Y es que el rencor anida en las almas de algunos. No lo
olvidéis nunca Marien.

210
Capítulo XXIII. Llegamos a Granada y nos
presentamos al marqués de Mondejar

Cuando iba a ser el diluvio universal, se hicieron varias


pruebas para ver si funcionaba. Bueno, pues parecía que era
uno de esos días de ensayo, cuando nosotros llegamos a
Granada, calados hasta los huesos, y maldiciendo al viento,
pasamos cerca del gran fresno célebre por el combate de Muza
y el Gran Maestre de Calatrava, bajo el gobierno del último
rey moro. Adivinamos la Alameda y penetramos en la ciudad
por la puerta Elvira.
Diego Chirino y yo queríamos presentar nuestros
respetos a don Iñigo López de Mendoza y Mendoza, marqués
de Mondejar, alcaide perpetuo de la Alhambra, por herencia y
por méritos. Era pariente de los Chirino y Artieda y como
ellos, de Guadalajara.
Subimos a la Alhambra bajo la terrible lluvia, y cuando
nosotros entrábamos, tuvimos que dejar paso a la comitiva del
clérigo Pedro de Deza, presidente de la audiencia de Granada,
que bajaba como un rayo encendido de furia.
Sabido es que la enemistad entre los dos era a muerte,
ya que el clérigo es el representante del Cardenal Espinosa “El
diablo maléfico de Felipe ll”. Este era enemigo de los
Mendoza desde los tiempos de la batalla de Toro en mil
cuatrocientos setenta y seis, allí en el pueblo de Peleagonzalo,
se declararon la guerra por motivos de poder y eso que las dos
familias guerreaban por la misma empresa.
211
Fuimos recibidos enseguida. Mondejar apenas
guardaba la compostura, era muy celoso de sus privilegios, de
un carácter muy difícil y acostumbrado a ser siempre
obedecido.
–No os pregunto ¿Qué os trae por aquí? Porque
demasiado lo sé, luchar denodadamente para ver si podéis
solucionar este rio de sangre, esta masacre, que ha
desencadenado el maldito Cardenal Espinosa.
El muy bastardo ha venido a amenazarme con que me
va a denunciar a la Inquisición, porque se le ha metido en la
cabeza, que yo he recibido dinero de los moriscos, que de otra
manera, no se comprende mi proceder.
Todos vivíamos en una convivencia razonable desde
los tiempos de mi abuelo el conde de Tendilla, alcaide
perpetuo de la Alhambra, por decisión de la reina Isabel la
Católica en agradecimiento a su comportamiento heroico.
Siempre mi familia ha estado aquí de generación en
generación, y los moriscos pagan sus tributos, con ellos se ha
construido el palacio de Carlos V.
Vamos a perder vasallos y con ellos toda su renta, los
lugares quedaran despoblados y aunque se pueblen con
cristianos viejos, estos vienen sin nada.
Son pobres, porque si no, no dejarían sus tierras ,
perderemos las rentas que nos están proporcionando los
cristianos nuevos.
Pero su majestad influenciado por el cardenal Espinosa,
ha tratado de imponer las viejas leyes anti musulmanas,
prohibiendo los baños públicos, la lengua y los vestidos
moriscos.
He dirigido esta operación militar en contra de mi
voluntad, con acierto he logrado en tres meses la pacificación,

212
combinando mano dura con actitud conciliadora. Pero no, ese”
hijo de perra” ha pedido al rey, que comparta el mando con
Luis Fajardo, el segundo marqués de los Velez, que es un
inepto, y lo único que quiere es ser cardenal en Roma.
Voy a ser relegado de mi cargo, porque vuesas
mercedes, venís bajo el mando de D. Juan de Austria y eso es
lo que pasa aquí, que demasiados cocineros están estropeando
el guiso.
El odio al hermanastro del rey, es lo único que nos une
a Velez y a mí. No aguantamos más sus altiveces.
Siento Chirino y Céspedes que estemos en esta
desunión los altos mandos, espero que en este “sin sentido”
conservéis la vida.
Mañana seré relevado de mi puesto con honores, en
este palacio de la Alhambra que fue gobernado por mi familia
desde que se fue Boabdil, no lloro como él por su pérdida, sí;
por los españoles.
Salimos de la Alhambra descorazonados, pero yo le
dije a Diego Chirino– Somos capitanes al servicio del rey, y no
debemos entrar en las intrigas de poder de la nobleza.
Nosotros vamos a luchar por los intereses del monarca, y eso
es lo que debe hacer el ejército, no perderse en las ambiciones
de los lacayos, ¡siempre a la cabeza! Chirino–
Partimos al amanecer hacia las Alpujarras, y como
siempre después de la tempestad viene la calma, el día
prometía ser de primavera hermosa nos dirigimos a la parte
meridional de Sierra Nevada.
Teníamos noticia de que millares y millares de
moriscos rebeldes, coronaban bien parapetados las crestas de
las sierras, y que los nuestros debían subir a desalojarlos

213
cuesta arriba, pegándose como podían a las arrugas de la
vertiente.
–Mal sitio para nosotros, que estamos acostumbrados al
llano– decía Beltrán algo preocupado.
–¿A vos os preocupa eso? ¿No recordáis que pasamos
los Alpes para ir de Italia a Austria?– le dije yo para animarle.
–Sí; pero de eso hace ya más de veinte años– sentencio
el solemnemente.
–Pues miradnos ahora doscientos manchegos nos
siguen, y conseguiremos la victoria–le dije yo para animarle.
A lo lejos se veía una nube de polvo pegada al camino,
conforme se iba acercando vimos que era un jinete, al llegar a
nuestra altura descabalgó y nos dijo con ansiedad.
–Daros prisa capitán Céspedes, vengo en nombre del
comendador mayor de Castilla. Don Luis de Zúñiga y
Requena. Están en las rocas que miran a Motril por el poniente
y a Almería por el lado contrario, al norte la vega de Granada
y el mar al sur. Necesitamos tropas de refuerzo, la batalla está
indecisa. ¡Ayudadnos!
Picamos espuelas y cuando llegamos, aquello era
infernal, de aquellos monstruosos barrancos, salían
estampidos, ayes y gritos de guerra, por parte de los dos
bandos. Rodaban los guerreros al abismo, confundiéndose en
un abrazo mortal moros y cristianos. Sí, aquello estaba algo
más que indeciso.
Pero llegamos de refresco las tropas españolas a
tiempo. El caballero Gonzalo de Vozmediano de Vélez–
Málaga, el alférez Hernando de Caraveo de Málaga, mi
cuñado Diego Chirino de Artieda y yo, de Ciudad Real.

214
Fuimos los primeros oficiales que plantamos el
pendón de Castilla, bandera del imperio en los más altos riscos
de las Alpujarras.
La batalla fue despiadada y terrible, el ruido era
ensordecedor, disparos, hierros entrechocando y gritos
desgarradores, que iban desde los insultos y blasfemias, hasta
la petición a Dios de ayuda.
Había moriscos santiguándose y cristianos gritando
“Ala es grande”. Así de confuso era todo. El polvo era cegador
y entre la neblina se vislumbraban amasijos de cuerpos
bañados en sangre, un olor nauseabundo invadía el aire y un
sabor acido corroía nuestras bocas y nuestras entrañas.
Murieron dos mil moriscos en esta feroz contienda,
quedaron en nuestro poder más de tres mil personas
musulmanas, entre hombres, mujeres y niños.
Se les cogieron numerosos campamentos, abundancia
de acémilas y ganado, gran cantidad de cereales y un gran
botín de oro y plata constituido por sus fortunas, y por lo que
de las iglesias de la zona habían robado. Que por aquellos días,
no había ni un sólo cura, sacristán o persona dedicada al
catolicismo que no hubiese sido asesinado, y como los
cristianos se refugiaban en los templos, todos estaban
incendiados y nada quedaba de ellos.
Cuatrocientos muertos y cerca de un millar de heridos,
fueron nuestras bajas.
Afortunadamente, Beltrán y Diego Chirino estaban a
salvo.
Pensé que debía ser informado del estado de bajas, el
general Don Juan de Austria que estaba en su campamento
muy cerca de nosotros e inexplicablemente, algunos entre los
que se encontraba don Antonio de Luna, me lo quisieron

215
impedir. Yo dije que el general tenía que conocer la situación,
y que debía ser informado.
–Pero no por vos –dijo el de Luna con altivez–
Oyó la discusión don Juan de Austria, y saliendo de su
tienda de campaña dijo a los suyos.
–Dejad llegar a Céspedes que ha hecho, y no ha
hablado. Yo informaré a su majestad de su celo, su vigilancia,
su valor y su prudencia–
Yo me di, por bien pagado con esas palabras. Más en
ese mismo momento, comprendí que en aquellos riscos
además de los musulmanes, yo tenía otros enemigos.

216
Capítulo XXIV. Soy nombrado por don Juan de
Austria. Comandante militar y gobernador del
presidio y plaza fuerte de Tablate en el valle de
Lerin

En tiempos de guerra, los cargos se reparten muy


fácilmente, lo difícil es mantenerlos en tiempos de paz.
Hace falta mucho, para que a mí me conmueva un
halago, porque soy manchego y viejo. Esas son dos buenas
razones para tener los pies sobre la tierra.
Al lado mío, todo son murmuraciones, me ven como el
héroe de esta guerra. Creen que posiblemente ascienda y les
pueda arrebatar algún honor.
Así es la vida Marien y vos también sabréis mucho de
esto.
Más continuaré con mi relato. Los moriscos, vuestros
hermanos de raza, andaban haciendo algaradas, por todas las
zonas próximas a Tablate.
Y yo, sofocando las revueltas con mi ejército. Apareció
don Antonio de Luna como refuerzo, en las vísperas de
Santiago por el presidio de Tablate, y no hallándome allí, dejo
orden al capitán Juan Díaz de Orea, que en viniendo me dijese
–Que debía ir horas antes del amanecer y enviar dos
compañías de infantería de las tres que tenía, por el camino
derecho de Pinillos. Y que él haría lo mismo con toda su
gente–

217
Yo llegué al poco de marcharse Antonio de Luna con
su ejército de más de tres mil soldados de infantería y ciento
veinte de caballería. Y aunque no tenía orden expresa de D.
Juan de Austria seguí las instrucciones de Antonio de Luna.
Al rayar el alba allí estaba con mis dos compañías de
arcabuceros, llevando como tenientes a Francisco de Arroyo y
Pedro Vilches sobre el pueblo rebelde de Pinillos50.
Pero ¡Oh casualidad! Les habían dado el soplo a los
moriscos de la que se les venía encima y aprovechando las
sombras de la noche, huyeron con sus familias y enseres a los
altos de la sierra, donde se encontraba el ejército rebelde. Así
que, para vuestra tranquilidad Marien. Solo encontramos una
población abandonada.
El general Antonio Luna planeó al ver malogrado
nuestro objetivo, rodear por sorpresa los pueblos moriscos de
Solares y las Albuñuelas en plenas Alpujarras, yendo él por un
lado del monte, y ordenándome a mí que fuese por la otra
parte en dirección a Restabal.
Es decir que Luna caería sobre Solares al mismo
tiempo que yo atacaba a las Albuñuelas.
Nos estábamos despidiendo, cuando al llegar a lo más
alto de una loma, que había entre Restabal y nuestro objetivo,
descubrí a parte del ejército enemigo.
Llegando pues, a lo alto de la sierra que está entre
Restabal y las Albuñuelas. Vi una morisma, que estaba en su
cerro. Y en medio del llano, tenían las mujeres, bagajes y
ganados.
Esto era señal inequívoca de que los de las Albuñuelas
estaban sobre aviso y habían pedido socorro a los rebeldes.

50
“Crónicas de la guerra de Granada” LUIS DE MÁRMOL.

218
Yo arengué a los míos, según tenia costumbre antes de
entrar en combate, y al llegar al pie del cerro donde se
encontraba el enemigo, busqué la ladera más suave e hice,
cómo si intentara quitarles el bagaje y a las familias de los
moriscos. Con lo cual a ver si así, conseguía atraerlos al lugar
que a mí me convenía para librar combate.
¡Lo conseguí! Y entablamos una terrible batalla. Yo
estimulaba a los míos rajando turbantes y cabezas con mi
espada “la valenciana”, se armó tal ruido, tal humareda y
polvo, que ambos combatientes peleábamos a ciegas, hasta que
se desvaneció la nube cegadora y entonces. ¡El horror!
Vi una parva de heridos y muertos por ambas partes de
tal magnitud, que haría enloquecer a cualquiera. Además
muchos moriscos que llevaba conmigo como leales a Felipe II,
se habían pasado de bando y se habían ido con los rebeldes,
junto con algunos malos cristianos. Huyeron los rebeldes
despavoridos y agotados.
Y aquí me tenéis Marien desconcertado y angustiado
por el mañana. Y como Cristo en Getsemaní pidiéndole al
Padre eterno “si pudiera pasar de mí este cáliz”.
–Céspedes lo mismo que dijo Jesús, vos diréis– “mas
no se haga mi voluntad si no la Vuestra”–
–Estoy muy cansado, pero no me quiero retirar sin
conocer vuestra vida, ya que os he prometido llevaros a
Ciudad Real, y veo que sois buena cristiana–
–Nací llamándome María de Córdoba y Valor, soy
hermana de don Hernando de Córdoba y Valor, que luego pasó
a ser llamado Aben Humeya rey de los andaluces y que ayer
fue asesinado–
–Corréis muchísimo peligro. ¡María, cualquiera puede
asesinaros!, los vuestros son más enemigos de vos que los

219
cristianos. ¡Debéis permanecer escondida! Más continuad
¿cómo habéis llegado, a esta situación?
Cómo bien sabéis, cuando se promulgó la pragmática
sanción con todas las prohibiciones para los moriscos
conversos, Francisco Núñez Muley mi abuelo materno y de
noble linaje granadino, se presentó en nombre de todos
nosotros a parlamentar con don Pedro de Deza presidente de la
audiencia de Granada, y no obtuvo respuesta, también
parlamentó con el marqués de Mondejar, que escuchó
atentamente sus palabras, pero no pudo hacer nada. Y llegó el
tizón ardiente en medio de rastrojos secos.
Farax aben farax, el tintorero del Albaicin alma de la
revuelta. Se acordó de mi hermano. Éste acostumbrado a la
vida fácil y sin muchas inquietudes por lo que le pudiera pasar
a sus hermanos de raza, se vio de la noche a la mañana, que
cumplía con todos los requisitos de la profecía. “Un renegado
de linaje real libertará al pueblo” descendiente de los Omeyas,
se vio muy alagado ante la posibilidad de ser rey.
Le vistieron de púrpura, le ciñeron con un turbante a la
manera de tiara y le proclamaron soberano con el nombre de
Aben Humeya.
Mi hermano hizo las antiguas oraciones que apenas
recordamos, sobre cuatro banderas, tendidas hacia las cuatro
partes del mundo y con el rostro hacia oriente. Todos menos
él, vestidos de negro. Se comieron mazapanes, confituras,
roscas, buñuelos y entre dulce y dulce. Juró morir por su ley y
por sus vasallos.
Nombró su justicia mayor a Farax aben Farax, el
tintorero del Albaicín y capitán general, a mi tío Abenjaguar.

220
Subimos a las Alpujarras que consideraron
inexpugnables, y desde allí envió embajadas a los reyes de
Túnez y Argel.
Pero rápidamente comenzaron las intrigas y se iba
debilitando el poder de mi hermano Aben Humeya. Fue
parecido a lo que les pasó a los nazaríes.
Además él que estaba cansado de tan áspera vida en la
sierra, enseguida intentó negociaciones con Don Juan de
Austria. Quería volver a su antigua vida de lujo. Era tan
frívolo que en plena guerra organizó “Los juegos moriscos”.
Los organizó en Purchena, lejos de las Alpujarras, y de donde
debía estar él, con la excusa de mantener fortalecida a la tropa,
y además de eso con el espíritu alegre que proporciona la
competición.
El llevaba a algunos patrocinados. En lucha,
levantamiento de piedra, sostenimiento de ladrillo,
lanzamiento con honda. (En esta especialidad brillaban los
tiradores de Albacete) carreras de velocidad y media legua,
concursos de danza y canto. Estos juegos le tenían muy
ocupado y entretenido en Purchena. Allí escribió varias cartas
dirigidas a Don Juan de Austria y se confío en el alcaide de
Güezar para que se las hiciera llevar, éste no viéndole muy
entregado a la causa le traicionó, haciendo públicas las cartas
que él le había confiado, y estas nunca llegaron a su
destinatario.
Él no tenía la cabeza en la rebelión, aunque ciertas
costumbres islámicas las adoptó enseguida, repudió a su
esposa y se hizo con varias mujeres.
Consumó su ruina, el odio de un morisco principal de
Albacete de Uzijar, llamado Diego Alguacil, a quien mi
hermano. (Muy rápidamente acostumbrado a las prácticas

221
islámicas). Arrebató para su harén, a una viuda muy joven y
hermosa, discreta, que cantaba y tañía muy bien y que él tenía
por amiga.
El despechado de Albacete tramó una conjura, con un
fanático tintorero del Albaicín, llamado Diego López, ahora se
hace llamar Aben Aboo.
Mi hermano supo de la conjura, pero una zambra de su
harén le detuvo una noche más en Laujar y la detención le fue
fatal.
En la madrugada Diego Alguacil y Aben Aboo,
asaltaron su casa y le dieron muerte, yo he podido escapar de
la masacre milagrosamente, y aquí estoy pidiéndoos
misericordia.
Los míos me odian y quieren matarme, los vuestros, si
son buenos cristianos tendrán misericordia y me ayudaran.
¡Qué difícil es ser hombre! Nacer no pide, vivir no
sabe y morir no quiere.
–Más cuidado, alguien se acerca. Es Diego Chirino mi
cuñado– dije yo, con algo de temor.
–¿Pero es que os habéis vuelto loco, Alonso? ¿Qué
hacéis hablando con esta morisca, a estas horas de la noche?
Le habéis perdido el respeto a mi hermana– dijo Chirino muy
enfadado.
Mirad es la hermana de Aben Humeya, que acaba de
ser asesinado por los suyos. Os juro por mi honor, que es una
buena mujer y nada hay entre nosotros. Si algo me pasara os
ruego la llevéis a Ciudad Real, que yo se lo he prometido, allí
podrá empezar una nueva vida. Espero que lejos del horror.
Mientras tanto permanecerá escondida en aquella gruta
que aparece detrás de las higueras, le daremos alimentos para
unas semanas– ¡Por Dios no salgáis de allí!, hasta que uno de

222
los dos vayamos a rescataros– le dije yo, con una sombra de
tristeza en el corazón.
–Gracias a los dos y marchad con Dios. Deseo
ardientemente que volváis sanos y salvos– dijo Marien
emocionada.

223
Capítulo XXV. De cómo se está vivo siempre que
los que te conocieron, te recuerden

En este profundo barranco entre montañas, la tierra está


sembrada de muertos, entre los huesos descarnados, la
amapola ríe, el cardo canta y el romero baila. Es un lugar solo
del viento, el aire airea al aire y mientras se agolpan y chocan
las nubes, un jinete cabalga a lomos de la tristeza, llevando
muy fuertemente cogidas las riendas de la desesperación.
–Marien, soy yo, Diego Chirino, podéis salir de vuestro
escondite, ya todo acabó–
La morisca salió de la gruta y le preguntó –¿Qué ha
pasado?, ¿Dónde está Céspedes? –
Céspedes ha muerto–Contestó Chirino con amargura.
–Cómo es posible un hombre tan fuerte, ¿cómo
ocurrió?–
Más que por combatir al enemigo, le movía castigar a
los traidores, metió espuelas a su alazán y como un rayo entró
por la morisma, rajando cráneos y tajando miembros entre
aquella guerra musulmana del Averno. No le seguían nada más
que veinte soldados leales, robustos cachorros de este león
manchego, que apenas se daban abasto para rematar a los
soldados heridos.
El héroe se multiplicaba, como en la apoteosis triunfal
de un mítico guerrero, como si fuera la encarnación de Marte
en tierra andaluza, pero al Sansón manchego le llegó la hora.
Empezaron a entrar en danza los arcabuces, arma traidora y
225
poco caballeresca51. En la primera rociada le dieron un
escopetazo por el pecho, le atravesó el peto fuerte que llevaba
y le derribó muerto en tierra.
Empezaron a llegar moros por todos los senderos de la
montaña, ávidos de contemplar la muerte del coloso y los
pocos cristianos leales que intentamos recuperar su cadáver,
nos vimos obligados a volver grupas y batirnos en retirada.
Perecieron en la lucha varios soldados, entre ellos su escudero
Beltrán Narváez, muy querido por Céspedes, que no se quiso
retirar de donde cayó su jefe y cuyo cuerpo defendió hasta caer
muerto a cuchilladas. ¡Pobre Beltrán! Al fin descansará sin
andar vagabundeando por los sitios más insospechados.
Parece que Antonio de Luna no pudo socorrer a nuestro
querido amigo, puesto que sus tropas se hallaban en la otra
parte del gran barranco que se hace entre los dos cerros, para
colmo de males, la caballería de Álvaro de Luna, su hijo, que
estaba abajo en el rio, se retiró en desbandada52.
Algunos maledicentes dijeron que D. Antonio de Luna,
no había querido socorrer a Céspedes, porque estaba celoso de
sus méritos, pero no se debe presumir tal crueldad en caballero
cristiano. Creedme Marién, ni aunque lo socorriera, hubiera
llegado a tiempo de poder salvarle la vida–
–Y ¿qué ha pasado con su cadáver?– preguntó Marien
afligida.
–Días después pudo recuperarse por orden expresa del
General don Juan de Austria, que apreciaba al “héroe
manchego”, pues así le llamaba.
Hallándose entre peñascos, fue llevado en procesión a
la iglesia de Restabal, en cuyo altar mayor y al lado del
51
“Crónicas de la guerra de Granada”. LUIS DE MÁRMOL Y CARVAJAL.
52
“Crónicas de la guerra de Granada”. LUIS DE MÁRMOL Y CARVAJAL.

226
Evangelio, fue enterrado–Chirino apretó fuertemente las
mandíbulas, para contener el llanto.
Se le rindieron grandes honores militares y se hizo un
solemne funeral digno de su valor y muerte gloriosa53.
En la parte que le mataron, en la montaña llamada
Guadalaxaras altas, cerca del lugar en el camino que va de
Motril a Granada han colocado un rótulo. “Aquí murió el gran
capitán Alonso de Céspedes el Bravo”.
Y lo que son las cosas, Marien–dijo Chirino
desengañado.
–Dos días antes de morir Céspedes D. Juan de Austria
le propuso a su hermano Felipe II el nombramiento de Maestre
de Campo y Comendador de Socuéllamos en la orden militar y
caballeresca de Santiago. El mismo nombramiento que le
prometió el emperador Carlos V–
–Ahora que todo ha terminado, vengo a cumplir la
promesa que le hice a Céspedes y es la de poneros a salvo y
llevaros a Ciudad Real– dijo Chirino.
A lo que Marién respondió –Siento en el alma romper
vuestro voto, pero no iré a Ciudad Real, ese lugar donde
Céspedes tiene su cofre y la gente es ingeniosa ahogando sus
penas con chanzas y un jarro de vino. Allí, donde las madres
saben cien oraciones, allí, donde el fuego imita sus atardeceres
cuando el cielo se llena de rescoldos; ese lugar donde de súbito
cae la noche como un goterón de tinta en un pergamino en
blanco. Allí, donde el viento ulula por la puerta de Toledo. Ese
lugar donde el aire es seco, caliente, y abraza los cuerpos de
sus gentes extrayendo todo atisbo de humedad, como si fuera
una amante en el último instante de la vida. Allí, yo no puedo

53
Guerra de Granada. MÉNDEZ SILVA.

227
ir, porque no hay beso más dulce que el que no se ha dado, no
hay amor más hermoso que el que no se ha tenido, y no hay
sitio más querido que el que se desea y siempre se sueña.

228
Teresa Céspedes Belda
T eresa Céspedes Belda, nació en Ciudad Real. Es maestra de educación especial,
jubilada. Desarrolló su actividad docente en el Centro Público de Educación Es-
pecial “Puerta de Santa María “de la misma localidad.
Muy aficionada a la literatura, en la presente novela nos relata la vida azarosa, y
cubierta de gloria, de Alonso de Céspedes Guzmán: capitán de los tercios españo-
les, nacido en Ciudad Real en mil quinientos dieciocho, conocido como “El Hércules
Manchego” o “el valiente Céspedes”. Al mismo tiempo, la autora hace una recreación
histórica y a la vez emocionada de la Ciudad-Real del siglo XVI.
Sin Alonso de Céspedes no se hubiera ganado la batalla de Múhlberg contra los
protestantes, como así se lo reconoció Carlos V. Así mismo, nuestro héroe combatió
bajo las órdenes del duque de Alba en la toma de Ingolstad, y puso la bandera imperial
en el torreón de Mansflet, conquistando todas las ciudades a las orillas del Danubio
a los luteranos. Combatió en las guerras de Italia contra Francisco I de Francia. Bajo
las órdenes de D. Juan de Austria, luchó en la rebelión de los moriscos en las Alpuja-
rras. Era tal su fuerza hercúlea que peleo contra un tigre dándole muerte, no solo eso,
montado en su caballo y agarrándose a una viga era capaz de levantar a éste del suelo,
con la sola fuerza de sus piernas. Esta obra es un homenaje al glorioso manchego al
que insignes escritores han dedicado sus páginas, entre ellos Lope de Vega y Agustín
Moreto.

TODO POR EL EMPERADOR

Todo por el emperador


Teresa Céspedes Belda

También podría gustarte