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Adolfo Gilly Ensayos Colección Nexos.
Adolfo Gilly Ensayos Colección Nexos.
1. INTRODUCCIÓN: PILSEN
Los nuevos dirigentes, una vez que el levantamiento inicial que los
llevó al poder se ha calmado, como sucede normalmente -la gente no
puede permanecer siempre movilizada dejando a un lado las
exigencias de la vida cotidiana- están obligados a legitimar su poder y
sus objetivos. La primera legitimación, por supuesto, está en el origen
de ese poder, en la revolución misma como movimiento popular. Pero
luego tienen que tomar en cuenta y enfrentar a aquellos otros
elementos profundamente arraigados en la psicología colectiva que
han recibido en herencia- y sin esa herencia ninguna nación existiría-,
si es que aspiran a una aceptación y legitimación más permanentes del
nuevo orden revolucionario.
3. CIENCIA Y POLÍTICA
Pero, por otra parte, debemos ver que la historia misma ha cambiado
su status -si puedo usar esta palabra- en la mente del pueblo. La
historia, para el pueblo mexicano existía como un vago relato de los
orígenes nacionales: la Colonia, la Independencia, la Reforma, y luego
un largo período de más de cuarenta años en que los cambios políticos
casi habían desaparecido, y con ellos la noción de historia como una
realidad viviente para el pueblo. En un sentido aún más amplio, bien
podemos decir que para una gran parte de ese pueblo mexicano la
historia no existía en absoluto, en tanto su vida campesina, en los
pueblos y aldeas, había permanecido prácticamente sin cambiar
durante decenios y decenios y, en sus profundidades, durante siglos.
Como lo muestra John Womack en Zapata y la revolución mexicana,
como desde otro ángulo lo confirma Friedrich Katz en La guerra
secreta en México, para muchos la revolución comenzó como un
alzamiento contra los cambios de la historia: la defensa o la
recuperación de las tierras de los pueblos mediante la restauración de
los derechos concedidos por los títulos virreinales en el sur, el
restablecimiento de las desaparecidas colonias militares en el norte. La
historia, que era entonces la penetración acelerada de las relaciones
capitalistas en la belle époque mexicana del porfiriato, estaba
arrasando con vidas y costumbres de los campesinos, y éstos se
metieron en la revolución, iniciada por los de arriba, sublevados desde
abajo contra esa historia que los destruía.
Esa historia compartida y vivida por todos tenía, al mismo tiempo, las
condiciones para convertirse muy rápido en un discurso fundador, un
discurso sobre los orígenes -como dice Francois Furet de la revolución
francesa-, un signo de identidad al alcance de todos y una
confirmación, útil para los nuevos dueños del poder, de la restablecida
comunidad ilusoria entre los de abajo y los de arriba -los mismos
aquéllos, renovados éstos- bajo la protección de los símbolos
nacionales. El trabajo del historiador, bajo ese mito y con ese signo, se
convirtió rápidamente en el México postrevolucionario en la tarea
altamente politizada de elaborar y enriquecer ese discurso.
Dos presiones sociales convergieron hacia este fin: por un lado, las
necesidades de legitimación de los nuevos dirigentes y gobernantes:
por el otro, las exigencias de una identidad colectiva en el pueblo
pobre que había entrado en los nuevos campos de la historia abiertos
por la revolución. Gobernantes y gobernados, dominadores y
dominados, los de arriba y los de abajo, volvieron a encontrar un
origen común, es decir, una base nacional común. Lo que la revolución
había destruído, la postrevolución comenzó a reconstruir sobre nuevos
fundamentos. Y la historia y sus historiadores fueron llamados a
ponerse al servicio de esta tarea, política y religiosa al mismo tiempo.
Pero la revolución mexicana no era historia todavía: era crónica,
polémica, periodismo, documentos secretos, chismes, novelas,
cuentos. No era todavía historia politizada, era política pura. De este
modo, los principales fundadores de los estudios históricos
postrevolucionarios en México fueron participantes ellos mismos, como
José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán o Mariano Azuela, para
mencionar sólo tres figuras sobresalientes entre los escritores,
cronistas y memorialistas de ese tiempo. Ya entonces podemos
encontrar entre esas figuras algunos norteamericanos, de los cuales el
mayor es, por supuesto, John Reed.
Todos estos que digo, y otros que por ignorancia o por olvido no digo,
han significado un enriquecimiento, poco usual en el caso de otros
países, para la historiografía del México revolucionario y
postrevolucionario. Provenientes de diferentes formaciones teóricas y
métodos de investigación e interpretación, ellos han brindado un
inesperado apoyo objetivo a la tendencia ya existente en los estudios
históricos de la revolución mexicana hacia su autonomía del poder
estatal y de sus requerimientos de política inmediata, hacia una real y
necesaria ruptura entre el oficio de historiador y los hechos y
demandas del poder establecido.
8. PELIGROS
El peligro reside en una visión empirista del trabajo del historiador, que
reaccionando contra la exageración o la tendenciosidad de
interpretaciones apriorísticas insuficientemente contrastadas con los
datos y los hechos, reniegue de todo método interpretativo y asuma
así, sin decirlo y tal vez sin saberlo, su propio sesgo interpretativo, el
del objetivismo empírico que cree ciegamente en la acumulación de los
datos que le parecen relevantes y oculta o no ve el criterio previo que
guía su propia selección y su propio ordenamiento de esos mismos
datos que recoge y usa.
05/01/2010
Las transfiguraciones del nacionalismo mexicano (MARZO 1995 -
DESHORAS).
Adolfo Gilly.
México: identidad y cultura nacional es el título de un libro colectivo
editado por la Universidad Autónoma Metropolitana. Impreso en un
gran formato inusual de 21 por 32 centímetros, es fácil de leer pero
difícil de acomodar en los anaqueles. Ocho son sus autores.(1) De
ellos, al menos seis constatan, de un modo u otro, la existencia o la
latencia de una crisis del nacionalismo mexicano: Gruzinski, Lafaye,
Monsiváis, del Val, Gabayet y Bartra. El volumen es el resultado de un
coloquio realizado en la UAM Xochimilco en marzo de 1992, coordinado
por Jacques Gabayel. Tres años después, podemos decir que esa crisis
está entre nosotros en su real magnitud, haciendo verdad varias de las
anticipaciones o premoniciones de los autores.
Vivimos hoy una crisis de la forma del Estado mexicano(2) y, con ella,
de su ideología fundante, el nacionalismo propio de la Revolución
Mexicana. En realidad, desde hace tiempo era más perceptible la crisis
de la ideología que la de la forma del Estado. Sin embargo, incapaz
como se reveló este Estado de engendrar una ideología unificadora
diferente, se ha mostrado que la crisis de la ideología anunciaba y
preludiaba la otra, la más profunda, la arrasadora crisis de la forma
estatal y de sus relaciones interiores.
Lafaye insiste en aquella idea sobre la cual trabajó sin cesar Guillermo
Bonfil en sus últimos años:(6) la expulsión de los indios del término
"mexicanos", la confiscación de su nombre, mexicanos, por un
nacionalismo
que los excluye:
Todo esto conlleva a que los mexicanos se queden, por cierto tiempo
todavía, "con la X en la frente", la X de la incógnita.
¿De qué modo se aplica la identidad, que debe ser fijeza, a los
requerimientos del cambio permanente? ¿Cuál es el meollo de la
"Identidad": la historia patria, la Constitución de la República, las leyes,
la religión, el sentido de pertenencia a la nación, la lengua, las
tradiciones regionales, los hábitos sexuales, las costumbres utópicas,
los usos gastronómicos? ¿Cuál es la "Identidad Nacional" de los
indígenas? ¿Pueden serlo mismo la "Identidad" de los empresarios y la
de los campesinos? ¿Hay Identidad o hay identidades? ¿Cómo
intervienen en el concepto las clases sociales y los elementos étnicos?
¿Hasta qué punto es verdadera la "Identidad" que promulgan los mass
media? Si la Identidad es un producto histórico, ¿incluye también las
derrotas, los sentimientos de cabal insuficiencia, las frustraciones?
¿Hay una Identidad negativa y otra positiva? (...)
Esta crisis podría describirse, también, como una ruptura entre las
identidades culturales de los mexicanos y el Estado mexicano tal como
éste todavía subsiste. ¿Entraña esta ruptura una fragmentación o una
disolución del nacionalismo mexicano? Me atrevería a decir que, por el
contrario, anuncia dos procesos paralelos y tan interdependientes
entre sí que la salida de uno determinará la del otro, y viceversa.
Por otro lado, creo que vivimos una recuperación del nacionalismo
mexicano bajo formas diferentes, una reelaboración del nacionalismo
como cultura pero esta vez distanciado de la actual forma de Estado.
Bajo las poderosas influencias de la fragmentación, la
trasnacionalización, la interpenetración con otras culturas, el
nacionalismo no se destruye o desaparece, ni tampoco las culturas de
esta nación. Desaparece, en parte, su anterior forma tranquilizadora
como ideología garantista del Estado benefactor, como religión
universal de la Providencia-Estado. Pero entonces se fragmenta y se
convierte en el culto común de los diversos fragmentos de la
comunidad estatal en crisis, aunque ese culto haya dejado de
reconocerse en una forma institucional única para todos, y esos
fragmentos lo practiquen en la mutua hosquedad de rituales
diferentes.
Otros, a quienes tal vez la misma "ciencia" les llegó por la vía sintética
de Marta Harnecker (o de su mentor primero al cual hoy todos niegan,
aquel cuyo nombre es el Impronunciable), ahora se refugian en la
cultura política del nacionalismo revolucionario. Pero no en su versión
rústica, vigorosa y original del cardenismo de los años treinta, sino en
la del echeverrismo de los años setenta.
Perdido entre los escombros del muro maldito lo que aún quedaba de
sus símbolos, sus ideales y sus valores, esas corrientes toman ahora
los que encuentran a su alcance en el tianguis sobre ruedas de la
política: el nacionalismo patriotero, por ejemplo. Los destinos
divergentes y sin embargo paralelos de esa izquierda que no sabe
quién es porque se niega a considerar su propio pasado, lejos de ser
una de las posibles premisas de cualquier salida de la actual crisis, son
apenas uno de sus múltiples síntomas.
Dos. Por fuertes que parezcan las influencias externas y las tendencias
a la trasnacionalización y la globalización, el nacionalismo mexicano, en
los sentidos en que lo definió entre otros Jacques Lafaye en sus obras
clásicas,(10) está viviendo una de sus grandes transfiguraciones, que
va mucho más allá de las formas partidarias estatales de este último
medio siglo: el PRI y el PAN, pilares políticos complementarios de la
forma de Estado hoy en ruinas. (El PRI, desde su origen en el
alemanismo, siempre necesitó de la existencia del PAN como planta
epífita y encubridora. O, en otras palabras, la sustitución-subsunción-
supresión del sinarquismo por el PAN a inicios de los años cuarenta fue
la otra cara de un proceso similar y paralelo en la trasformación del
PMR en PRI y en los "charrazos" sindicales que la complementaron.)
NOTAS
(1) Serge Gruzinski, Jacques Lafaye, Carlos Monsiváis, Francisco Piñón,
Roger Bartra, Judil Bokser, Jacques Cabayet y José del Val, México:
identidad y cultura nacional, Universidad Autónoma Metropolitana,
Xochimilco, 1994, 106 páginas.
(2) Ver, al respecto, Rhina Roux, "México: crisis de la forma de
Estado", Viento del Sur, México, junio 1994, no. 2; y Adolfo Gilly y
Rhina Roux, "México: la crisis estatal prolongada", Viento del Sur,
México, diciembre 1994, no. 3.
(3) Roger Bartra, "La venganza de la Malinche: hacia una identidad
postnacional", pp. 61-68.
(4) Jacques Laraye, "Prolegómenos a todo estudio por venir de la
identidad nacional mexicana", pp. 25-34.
(5) No es sólo retórica -y si lo es, lo es en búsqueda de fibras
persistentes- el lenguaje del Comité Clandestino Revolucionario
Indígena-Comandancia General del EZLN en sus comunicados iniciales:
"Los más viejos de los viejos de nuestros pueblos nos hablaron
palabras que venían de muy lejos, de cuando nuestras vidas no eran,
de cuando nuestra voz era callada. Y caminaba la verdad en las
palabras de los más viejos de los viejos de nuestros pueblos. Y
aprendimos en su palabra de los más viejos de los viejos que la larga
noche de dolor de nuestras gentes venía de las manos y palabras de
los poderosos. (...) Pero la verdad que seguía los pasos de la palabra
de los más viejos de los viejos de nuestros pueblos no era sólo de
dolor y muerte. En su palabra de los más viejos de los viejos venía
también la esperanza para nuestra historia".
(La Jornada, México, febrero 22, 1994).
(7) Carlos Monsiváis, "Identidad nacional. Los agrado y lo profano", pp.
37-43.
(8) José del Val, "La identidad nacional mexicana hacia el tercer
milenio", pp. 103-106: Vivimos indudablemente la época de la
convulsión de las identidades". (...) "La identidad es una resultante
compleja de situaciones históricas y valoraciones subjetivas, no es un
dato inequívoco y
comprobable."
(9) Jacques Gabayet, "La aparente inocencia de la historia", pp. 87-99.
(10) Jacques Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la
conciencia racional en México, Fondo de Cultura Económica, México,
1977. Jacques Lafaye, Mesías, cruzadas, utopías, Fondo de Cultura
Económica, México, 1984.
(11) Judit Bokser, "La identidad nacional: unidad y alteridad", pp. 71-
84, señala por ejemplo las resistencias dentro de ese nacionalismo
hacia la aceptación sin reservas de la inmigración judía.
01/11/2009
Un mito que se transfigura.
Adolfo Gilly.
El Estado no es una cosa o una institución suprema, sino apenas uno
de los subproductos de la historia. El Estado es un proceso relacional
entre seres humanos conformado en el tiempo largo y sujeto a
sucesivas y no previstas mutaciones. Esto nos dicen varios autores,
entre ellos Rhina Roux en El príncipe mexicano, Philip Corrigan y Derek
Sayer en El gran arco: La formación del Estado inglés como revolución
cultural y, por supuesto, toda la escuela que desciende de Antonio
Gramsci.
Una revolución es una ruptura violenta de esa relación por parte de los
subalternos. Es, en otras palabras, una insubordinación.
Tal vez como indagación, tal vez como conjuro, convocó entonces a
nombre del Archivo General de la Nación a un encuentro de
historiadores y escritores en algún lugar de Baja California, para que
respondieran a la pregunta: Historia, ¿para qué? Fueron 11 los
participantes: Alejandra Moreno Toscano, Carlos Pereyra, Luis Villoro,
Luis González, José Joaquín Blanco, Enrique Florescano, Arnaldo
Córdova, Héctor Aguilar Camín, Carlos Monsiváis, Adolfo Gilly y
Guillermo Bonfil Batalla.
¿Qué fue de aquellos 11 nombres: Alejandra, los dos Carlos, los dos
Luises, José Joaquín, Enrique, Arnaldo, Héctor, Adolfo y Guillermo?
Ese viento boreal arreció desde los años noventa, en esta nueva Bella
Época de la Riqueza, el Progreso, la Violencia, el Despojo y la
Desdicha. Allá por 1995 hice una cabaña en {nexos}. Fue la sección
“Deshoras”, cuyo nombre me prestó Julio Cortázar. Se me fueron
juntando allí mes tras mes otros amigos: Octavio Paz, André Breton,
Alejandra Pizarnik, Jorge Luis Borges, Mario Payeras, Michel Pablo,
Ernest Mandel, Giovanni Battista Piranesi, Marguerite Yourcenar, y
hasta vino a asomarse Juan Gelman, tucán extremista, garza de la
calle Junín, martín pescador, gorrión raspado, paloma de la razón
portátil, calandria filológica, el que llevaba al hombro la mañana.
Duró menos de un año. Creo que el mismo viento se la llevó. Con sus
pedazos armé entonces un libro, que en 2001 publicó Cal y Arena. Se
llama {Pasiones cardinales}. Cada tanto lo abro y leo alguna página,
cuestión de recordar a los viejos amigos con un vaso de vino. {{n}}
* Qué ha sido de mis amigos / Que tan de cerca hube tenido / Y tanto
amado / Ahora están todos dispersos / El viento, creo, se los llevó / El
amor ha muerto / Eran amigos que viento arrastra / Y al soplar ante mi
puerta / Se los llevó. (Si el lector quiere escuchar el poema en las
voces de Leo Ferré o de Nana Mouskouri, puede encontrarlo buscando
“Rutebeuf ” en Youtube.).
01/09/2001
Lázaro Cárdenas.
Luis González y González, Adolfo Gilly, Soledad Loaeza.
LÁZARO CÁRDENAS
MIRAR HACIA LA GENTE Desde su juventud, desde sus cuadernos a
los 16 años, Lázaro Cárdenas pensaba y soñaba con la historia
mexicana, vivía en la historia mexicana y ya escribía: cuando sea
grande, algo grande voy a hacer. Mucho de lo que fue Cárdenas o el
pueblo mexicano en los años treinta, en los años fulgurantes y oscuros
de este siglo, mucho de eso ha moldeado lo que sigue siendo hoy el
pueblo mexicano. El gobierno de Lázaro Cárdenas no fue una
dictadura, fue un gobierno que repartió la tierra, que hizo ejidos y
escuelas, que miró hacia la gente, como dijo Don Daniel Cosío Villegas
Fue una época en la que se condensó el gran desorden de la
revolución y una época extremadamente creadora, no digo del alma
mexicana, el alma mexicana viene de muy lejos, condensadora de
grandes constantes del alma de los mexicanos.
Cárdenas fue uno de los grandes hombres del siglo XX y lo digo como
puedo decir quién fue De Gaulle en la Francia de su tiempo. Los
mexicanos y las mexicanas que cambiaron al México de los años
treinta fueron heroicos, todos estaban allí, en el corazón de una
efervescencia increíble. Lo que me duele es que eso que pasó y se
organizó quedara subordinado al Estado convertido en corporativismo.
Adolfo Gilly
Soledad Loaeza
UN HOMBRE DE IDEAS
Adolfo Gilly
CARDENAS Y LA DEMOCRACIA
Soledad Loaeza n
UN HOMBRE PRAGMÁTICO
En la otra Belle Epoque, la reacción del lujo contra las revueltas era
tratar como criminal toda miseria que no se doblara al temor y a la
beneficencia. El siglo XX entero fue la feroz respuesta. No es diferente
la actitud del insolente lujo de esta segunda bella época.
"Para Marx las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal
vez las cosas sean diferentes. Tal vez las revoluciones sean la forma en
que la humanidad, que viaja en ese tren, jala el freno de emergencia",
escribía Walter Benjamín.
Lo que estamos viviendo también puede ser visto como una nueva
fase histórica del despojo universal de los bienes comunes, de la
privatización de lo que era de todos, de la redistribución mundial de la
renta de la tierra y del plusvalor del trabajo vivo. O, en términos más
abstractos, estamos ante una nueva y mucho más concentrada forma
de la dominación del trabajo pasado y cristalizado en instrumentos
de producción y en conocimiento subsumido al capital sobre el
trabajo presente y vivo, sobre esta sustancia que constituye la vida de
nosotros, los seres humanos dispersos por el mundo.
Creo, desde hace tiempo, que lo que estamos viviendo es una crisis de
la forma de Estado, crisis cuyo inicio algunos remontan a 1968 y otros
al terremoto de 1985 o al año 1988, cuando en la elección presidencial
triunfó Cuauhtémoc Cárdenas y, mediante el fraude electoral
electrónico lo que Cárdenas entonces llamó un golpe de Estado
técnico, el gobierno de Miguel de la Madrid entregó la Presidencia de
la República a Carlos Salinas de Gortari.
Como siempre, los hechos deberán probarlo. Por eso creo que en esta
ciudad se juega en buena parte la posibilidad de que resulten viables y
factibles una alternativa republicana y una nueva legitimidad, lo que
esos analistas llaman una "transición a la democracia", o que la
descomposición del régimen pueda tomar formas todavía más turbias y
autoritarias.
¿Por qué esa rebelión, que ya lleva cuatro años, obtuvo tal respuesta
en el país? Obviamente, porque sus demandas respondían a las
urgencias que sentía la mayoría de la población, aunque esta población
no quería la guerra y el EZLN y sus bases de apoyo se habían alzado
en armas. Pero, si recordamos el inicio del movimiento en 1994,
después de la sorpresa inicial a pocos les pareció anormal que los
rebeldes se hubieran alzado en armas. Pareció sorprendente e insólito,
pero no anormal.
Llamo a esto una cultura mexicana de la rebelión (lo cual nada tiene
que ver, por cierto, con la idea de una rebelión cultural). Esta cultura
nacional hace que, a diferencia de Estados Unidos o de cualquier país
de Europa occidental en este siglo, una rebelión que ocupa una parte
del territorio no resulte insólita, no sale de normas consuetudinarias
que todos conservan en su memoria.
Esta condición, que todo ser humano lleva consigo como marca y
distingo de su condición humana, es lo que los indígenas en rebeldía
invocaron. ¿Por qué es tan importante esta interpelación en México?
Porque el régimen autoritario, paternalista y corporativo se basa en
relaciones que niegan o lesionan esa dignidad. Para que en México
tengamos ciudadanos y no súbditos la primera condición es que se
cumpla la ley y se respete la dignidad del ser humano. Ni lo uno ni lo
otro suceden en una sociedad jerárquica y profundamente desigual,
que niega en los hechos las normas democráticas que reconoce en el
derecho. La negación de la dignidad es del tamaño del abismo que
corre entre hecho y derecho.
Son partes que se sostienen entre sí, lo cual contrasta con la opinión
común de que Chiapas ha sido siempre atrasado y no ha conocido la
Revolución Mexicana, mientras Bartra sostiene que la revolución se
construyó también con estos equilibrios regionales...
Sí, creo que tiene razón: esto también es la Revolución Mexicana.
Ultima cuestión, sobre las luces y las sombras. En mi ensayo digo que
con los indígenas de Chiapas se sublevó también el mundo encantado.
El subtítulo del libro es Ensayo sobre la rebelión del mundo encantado.
Esa rebelión no es sólo chiapaneca. Es una resistencia universal de la
mayor parte de la humanidad contra el uso del pensamiento moderno
y de la Ilustración como propiedad exclusiva de los que mandan y
como instrumentos para la dominación. Esa humanidad quiere acceder
a ese pensamiento, a sus capacidades, poderes y maravillas, pero no a
costa de la destrucción despiadada de su antiguo mundo. Quiere la
modernidad, pero no quiere que ésta se constituya a costa del
exterminio de los saberes y los valores de la sociedad agraria en cuyo
imaginario vive todavía, no lo olvidemos, la gran mayoría de los seres
humanos, como lo recuerdan, entre otros, cada domingo los ritos
cristianos.