Está en la página 1de 10

La cuestión del amigo, la amistad y el extranjero

Del libro “Acompañamiento Terapéutico en España” (Cap.7), Editorial Grupo 5


ISBN: 978-84-939872-2-0

Autor: Alejandro Chévez

“Tan unidas marcharon nuestras almas, con cariño tan ardiente se amaron y con afección tan
intensa se descubrieron hasta lo más hondo de las entrañas, que no sólo conocía yo su alma
como la mía, sino que mejor hubiera fiado en él que en mí mismo”.
Michel de Montaigne (Francia, 1533-1592), 2003.

“Amigo calificado” (Kuras y Resnizky, 2004) fue una de las denominaciones precedentes a la de
acompañante terapéutico, situación nada casual, dado que surge de la aguda interpretación
del Dr. Eduardo Kalina acerca de uno de los efectos más recurrentes cuando se trabaja en lo
cotidiano. No debemos olvidar que, a diferencia de otros roles profesionales, el acompañante
terapéutico convive con las dificultades del acompañado, dando lugar a afectos propios a este
tipo de relación, que sin embargo, también suelen darse en otros contextos terapéuticos o de
atención social.

Efectivamente el acompañante se presenta en la vida del acompañado como alguien paciente,


comprensivo, que intenta caer bien y conocer las dificultades que padece, y si no padece
ninguna, se conforma con estar junto a él. Difícil no enamorarse de una persona así, más
cuando uno se siente incomprendido, rechazado y lleva una vida solitaria y sin amigos. Lo
verdaderamente asombroso es la sorpresa de los profesionales cuando sucede este tipo de
situaciones esperables.

En la supervisión de equipos, la cuestión de la amistad aparece como un fantasma que


amenaza la profesionalidad de su práctica, profesionalidad que suele ser metáfora, a su vez, de
“seriedad”, “formalidad” y “rigurosidad” de la persona que ejecuta la tarea.

La amistad conlleva, mediante la invasión imaginaria de lo semejante en lo diferente, a una


temida horizontalización de la relación terapéutica que, de la mano de la identificación, lleva a
los profesionales a ocupar lugares diametralmente opuestos, “verticales”, resaltando aquellas
características de la relación que elevan al acompañamiento del terreno llano del vinculo
fraterno. Es así que el profesional para diferenciarse recurre un tercero, que puede ser el
encuadre o el coordinador, para “poner un límite” con el acompañado mediante frases como

1
“soy un profesional”, “estoy para ayudarte”, “vengo aquí a trabajar”, o directamente si actúan
estas consignas, mediante una postura corporal más rígida, la impostura de la voz y el
escrutinio de la mirada que pierde naturalidad y otorgan a la presencia un halo de autoridad.

Silvia Resnizky plantea que “la presencia del acompañante terapéutico está marcada por una
paradójica simultaneidad de proximidad y distanciai. El acompañamiento terapéutico se va
tejiendo en una trama horizontal que alterna su eficacia con la que opera simultáneamente en
sentido vertical. Es un fenómeno en el que es dable observar legalidades múltiples”. (Resnisky
en Bustos y Frank, 2011). Como vemos, horizontal no es simetría. Lo horizontal y lo
heterogéneo pueden ocupar el mismo lugar, que como veremos luego, no niega la violencia
implícita en toda relación terapéutica (por el hecho de ser una relación de poder). No está,
como en el caso de la simetría, en la línea de la ilusoria lógica del semejante, sino en la
delicada instauración de lo diferente.

Esto explica la habitual táctica de recurrir a la Ley para defenderse de la invasión de la


indiferenciación en la relación de acompañamiento.

Hay múltiples experiencias que describen esta situación. Es representativo el caso de una
acompañante que me consultó consternada por el hecho de que un paciente, con quien tenía
gran afinidad, no cesaba en su interés amoroso por ella. En consecuencia, había respondido
con la frase: no puedo ser tu novia, soy tu acompañante terapéutico, obteniendo por respuesta
el enojo y el rechazo del acompañado, poniendo en riesgo su continuidad en el tratamiento.

Es cierto que a veces como acompañantes nos exigimos hacerlo todo bien y, ser capaces de
lidiar con cualquier situación, lo cual es imposible, pero este ejemplo ciertamente no es nada
raro en la práctica cotidiana. La frase no puedo ser tu amor, pero sí tu acompañante encierra
en sí misma una paradoja. Dado que ese espacio yo-no yo, transicional, conlleva una parte de
amor y una parte de sumisión que, llegados a este punto, se vuelve constitutiva de la relación
(¿o también podría decirse sugestión...?).

Sin entrar a detallar las sugestivas particularidades del amor y la sumisión, no es difícil entrever
que amor y sumisión son dos partes de mismo movimiento.

Vemos que en el “amor desdichado, inalcanzable”, que es el que surge en el acompañado


(dado que suponemos que el profesional no responde a sus expectativas, lo cual no siempre es

2
así), “el yo resigna cada vez más todo reclamo, se vuelve más modesto, a la par que el objeto
se hace más grandioso y valioso; al final llega a poseer todo el amor de sí mismo, y la
consecuencia natural es el autosacrificio de este”. En síntesis, “el objeto (de amor) ha ocupado
el lugar del ideal del yo” (Freud, 1995). La fascinación y la sumisión caracterizan este tipo de
vínculo amoroso, pero es una sumisión engañosa, el propio acompañante percibe rápidamente
en sus carnes lo violento de la situación.

Se trata, como veremos luego cuando hablemos de la cuestión del poder, de una subversión de
la violencia constitutiva de toda relación terapéutica (mas allá que esta se desenvuelva en el
ámbito de la clínica, la rehabilitación, el terreno judicial o la educación). Efectivamente el
vínculo entre acompañante y acompañando no queda exento la trama discursiva en la que
se inscribe y, por lo tanto, de la trama de poder que en ella se despliega.

Subversión, en tanto la violencia implícita y frecuentemente negada que acompaña la


aparición del profesional en la escena terapéutica, se invierte volviendo al profesional hacia un
terreno incierto, el del amor, donde es inerme y carece de autoridad, arrastrándolo hacia una
supuesta horizontalización del vínculo, a una supuesta semejanza. Dice Rossi (2011), “el
semejante es aquel cuya imagen guarda determinada simetría; donde aparece una cierta
“igualdad”, tanto como una cierta “identidad, un plano en que se establecen puntos de
comparación, como suele darse en una amistad”. “Identidad” e “igualdad”, son ficciones que
pueden abrir para el acompañante un campo de acción posible, aunque ambiguo y complejo,
sobre todo si se lo considera una evidencia en vez de una virtualidad.

Cuando la Teoría de la Recuperación propone que “el apoyo entre iguales es fundamental para
muchas personas en su proceso de recuperación” (Shepherd, 2008), es evidente que no se
refiere al trato entre profesionales y usuarios, sino más bien a la relación entre los propios
usuarios.

Dicho esto, vemos que la frase no puedo ser tu amor, pero sí tu acompañante, esconde el
último intento de salvaguardar las diferencias en la trinchera del trabajo cuerpo a cuerpo.

No entiendo por esta razón, las referencias a lo fraterno o a lo semejante en el


Acompañamiento Terapéutico, salvo en la medida en que se trata de un señuelo, de un
artificio técnico al servicio de la táctica, dado que “en tanto el acompañante terapéutico se
aleje demasiado de ese lugar de semejanza, se correría el riesgo de perder la posibilidad de

3
instituir con el paciente *…+ ´algún tipo de medida común´” (Pulice, 2011). La instauración de lo
simbólico requiere entonces de un uso cuidadoso de los caminos imaginarios que se nos
brindan para asemejarnos al sujeto.

“El problema de la amistad en el Acompañamiento Terapéutico” se desvela por el hecho de


que no hay ninguna amistad, pero sí hay amigueo, colegueo, incluso podemos confraternizar
con el acompañado sosteniendo un “como si”, una pseudo-amistad, pero no hay amistad. No
podemos negar o forcluír la marca fundante de la relación de acompañamiento: la violencia
fundacional de la institución del dispositivo en la subjetividad del sujeto, una marca que ubica
al acompañante en el lugar del extranjero, del extraño, de la amenaza y del desafío. Muy a
nuestro pesar, debemos asumir e integrar este aspecto en la relación con el acompañado. La
paradoja resultante, volviendo al ejemplo anterior, es si te amo, no puedo ser tu acompañante,
elijo ser tu acompañante a pesar de amarteii, de aquí que frecuentemente la amistad se
presente como un obstáculo facilitador.

El trato de igual a igual se corresponde a una lógica específica de la amistad, a una lógica del
semejante. De esta lógica parten los argumentos desde los cuales se justifican razonamientos
como que “al paciente hay que tratarlo como a uno mismo” o “los usuarios son como
nosotros”, “no hay que tratarlos diferente”, cuestiones que se plantean en los equipos. Al
borrar esa marca diferencial, el profesional queda preso de una conceptualización de amistad
que Montaigne (2003) define con gran precisión: “En la amistad de que yo hablo, las almas se
enlazan y confunden una con otra por modo tan íntimo, que se borra y no hay medio de
reconocer la trama que las une”. Éste es uno de los principales fantasmas del profesional que
trabaja en lo cotidiano. En la medida que se borran todas las diferencias, deja de haber
acompañamiento, “no hay medio para reconocer la trama que une”. A los ojos de Montaigne,
dice Derrida, “no hay don, ni deuda, ni deberes”, no hay un instituido que sostenga desde lo
simbólico la caída libre de la plácida pareja en la trampa de lo imaginario. Ceder ante una
lógica de la amistad (sin tener en cuenta la dimensión de la diferencia) nos impide ver la
violencia que ejercemos sobre el otro y, la amenaza que constituimos en tanto diferentes,
extraños y extranjeros.

El acompañante puede parecer semejante a los ojos de un tercero que se los cruza por la calle,
pero no lo es en la relación. Ceder a la semejanza es ceder en la función.

4
En consecuencia, lograr una distancia óptima requiere incorporar a la ecuación una Lógica del
enemigo. No estoy diciendo que el acompañante terapéutico vaya a ser el enemigo del
acompañado, sino que algo de esta dimensión se halla en juego en cada relación. De la misma
forma, es irreal la amistad, aunque bajo la misma lógica, cabe pensar que algo de la dimensión
de la amistad se pone siempre en juego.

Incluyendo la Lógica del enemigo en la ecuación nos damos cuenta de que no podemos dar por
hecho que seremos recibidos con hospitalidad por el usuario acompañado (o su familia), dado
que toda hospitalidad sin invitación (y aun con ella) se vuelve imposible, pues el acompañante
aparece como un extraño venido de afuera, como una presencia amenazante de lo instituido
que es impuesta desde una instancia de poder externa a la familia, el tratamiento.

La violencia implícita de nuestra llegada es un hecho por todos conocido (seamos conscientes
de ello o no) dado que si no, ¿Cómo se explica lo que llamamos enganche? ¿No es un objetivo
del enganche caerle bien al usuario? ¿Seducirlo? ¿Venderle los beneficios de nuestra
presencia? ¿Del tratamiento?, ¿Acaso a alguien se le ocurriría iniciar un tratamiento con
exigencias, utilizando a discreción la herencia de poder heredada del tercero que nos convoca
(psiquiatra, terapeuta, juez, etc.)? ¿O más bien intentaremos desentendernos de ésta herencia
y mostrarnos comprensivos y negociadores?

Técnicamente comenzar un tratamiento remarcando las diferencias de poder es, a todas luces,
un suicidio metodológico, aunque una vez establecida la relación terapéutica pareciera perder
peso este argumento y, pareciera no ser tan contradictorio recurrir a este recurso, sobre todo
cuando el profesional ve desdibujada su imagen al acercarse a las inmediaciones de la amistad.

La importancia del enganche radica en que intentamos compensar la violencia implícita de


nuestra presencia recurriendo al subterfugio del semejante. Como plantea Derrida (2003):

La invitación conserva el control y recibe en los límites de lo posible; no es, por


consiguiente, pura hospitalidad; economiza la hospitalidad, pertenece todavía al orden
de lo jurídico y de lo político; la visitación, por su parte, exige por el contrario una
hospitalidad pura e incondicional que acoge lo que acontece como im-posible. La única
hospitalidad posible, como pura hospitalidad, debería pues hacer lo imposible.

5
La técnica correcta consistiría, si esto es posible, en hacernos invitar. Debemos evitar exigir una
“hospitalidad incondicional”, dicho en otros términos, debemos aceptar ciertas transgresiones
y rebeliones por parte del acompañado y su entorno. Incluso, a partir de lo que hemos visto,
ahora se entiende por qué deberíamos esperar este tipo de reacciones. De lo contrario
estaríamos exigiéndole una sumisión incondicional, sin derecho a réplicaiii.

También podemos entender, porqué ciertos enganches son más complicados que otros, dado
que cada persona tiene distinta una capacidad de integración (si decidimos hacernos invitar) o
sumisión (si lo exigimos). Por otra parte, éste es un proceso que lleva su tiempo. La mera
presencia extraña del acompañante impone al vínculo que integre esta disonancia. De la
integración resultante, que puede asumir combinaciones muy variadas, dependerán las formas
que vaya asumiendo el vínculo a lo largo del tratamiento.

En el caso de la acompañante a la que solicitan amorosamente se observa esta disociación, la


propuesta en esas condiciones está destinada al fracaso. El acompañado logra establecer al
mismo tiempo un vínculo amoroso y de rechazo con la acompañante. Al mismo tiempo
consigue anular el efecto apaciguador de su presencia volviéndolo perturbador. En el
enamoramiento el vínculo pierde su capacidad de contención y sostén, la relación se vuelve
insostenible para ambos.

Ahora bien, sabiéndonos enemigos podemos optar por la amistad, “en el propio amigo
debemos honrar incluso al enemigo” dice Nietzsche (2004). Tener presente la diferencia, la
condición de enemigo que uno representa tranquiliza, permite acercarse al acompañado
desde otro lugar sin necesidad de esperar ningún reconocimiento, ninguna retribución afectiva
(del tipo “el paciente no me quiere”), se acepta lo que hay y, deja de ser necesario poner una
distancia artificial ya que no se pone distancia de lo que no se teme, de lo que no se (con)
funde.

Es esta dimensión del enemigo la que nos permite sostener el como si de la amistad en un
acompañamiento. Desde esta lógica el acompañante supone una amenaza al status quo del
acompañado, pero también representa un desafío (una posibilidad de cambio). La seducción
de esta figura obtiene su fuerza de la bivalenciaiv de un vínculo que atrae a la vez que rechaza,
el amor y el odio se manifiestan en paralelo.

6
Por lo tanto, a la Lógica del amigo le co-rresponde la Lógica del enemigo. Este par antinómico
marca “el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o
disociación”, y representa la distinción ultima de su dimensión política (Schmitt, 2005).

“Y el hermano se revela: mi enemigo” dice Derrida (1998). Esa dualidad está presente en toda
relación, un ejemplo de esto son los efectos que suceden durante el tiempo de supresión-
rivalidad, uno de los tiempos que, según nos informan Kuras y Resnizky (2011) forma parte del
proceso de constitución del vínculo fraterno. Es un tiempo, dicen las autoras, “de disyunción
fratricida, es “yo o el otro”, al modelo de Caín y Abel, se juega la disputa por el lugar frente al
amor parental” (Resnizky en Frank y Bustos, 2011).

En este tiempo de supresión-rivalidad, mientras es más visible la antinomia amigo-enemigo,


“el acompañante terapéutico es visto como “espía psiquiátrico”, “buchón”, representante del
poder médico al servicio de vigilar y castigar. El clima predominante es de sospecha o
desconfianza. Las ansiedades persecutorias generan conductas tendientes a mantener la
distancia” (Kuras y Resnizky, 2011). En la medida en que predomina el eje supresión-rivalidad
vemos que el acompañante es percibido como un enemigo. Solo posteriormente la función
compensatoria de la amistad, en donde objeto malo y bueno, amigo y enemigo, son integrados
en el vínculo, lo cual sucede de muy diversas formas y con diferentes resultados.

La amistad es una ilusión que se eleva sobre la realidad, diría Nietzsche (2011) una amistad de
estrellas, “creamos, pues, en nuestra amistad de estrellas, aun en el caso de que fuésemos
enemigos sobre la tierra”. Separar el par amigo-enemigo es una decisión que divide lo que está
junto aunque en extremos opuestos, el amigo en las estrellas (seductoras, infinitas), el
enemigo en la tierra. En el cielo las estrellas, en la tierra las espinas…

“¡Amigos míos no hay ningún amigo!” decía Aristóteles a los jóvenes griegos admitidos en su
escuela, donde el par amigo-enemigo constituye y determina sus condiciones de inclusión y de
exclusión –no hay amigo sin enemigo. Ante la Lógica del Semejante que sólo acepta al amigo,
propongo una Lógica del Extranjero v que, basada en la diferencia, incluye al amigo, al
semejante, al prójimo y al enemigo, así como a las diferentes formas que aparecen
relacionadas o disociadas en el vínculo.

El acompañante terapéutico es convocado a desempeñar un papel complejo, el personaje del


extranjero, del invasor, que trae una pregunta, una interrogación al sujeto, a su familia, y a su

7
entorno. Ésta es una de las funciones fundamentales del acompañante terapéutico. El extraño
cuestiona con su presencia, con su mirada y, viene a ocupar un lugar para el cual no ha sido
invitado, en tanto que el anfitrión, no sabe que se volverá rehén de su propia invitación, “es
precisamente el dueño de la casa, el que invita, el anfitrión que invita que se vuelve rehén”.
(Derrida y Dufourmantelle, 2006).

Por lo tanto, en el caso que el acompañado acepte invitarnos (a su casa, a su vida cotidiana), él
mismo se vuelve un rehén de su propia invitación, en tanto no puede controlar los efectos que
la presencia de un extraño pueda producir. En este sentido, nuestra presencia en la casa
siempre es invasiva, siempre constituye en alguna medida un acto violento para el anfitrión.
Según la forma en que se procese esta violencia dependerá el hecho de que nos acojan con
mayor o menor desconfianzavi.

Más allá de la cuestión del semejante y su relación con “la amistad”, nuestro planteo consiste
en centrar la práctica y la reflexión teórica en una Lógica del Extranjero, para construir un
marco referencial que permita crear un escenario imaginario (el vínculo), que admita la
inclusión simbólica de un extraño (el acompañante terapéutico). La vida cotidiana del
acompañado será entonces el lugar a donde el acompañante deberá ser invitado, pero sin la
pretensión de ser aceptado como igual, sino como extranjero, sin ocultar la violencia implícita
y, por lo tanto, la amenaza que su presencia extraña representa, sin olvidar, al fin y al cabo, su
condición de extranjero.

Finalmente podemos decir que la lógica del extranjero es al acompañante terapéutico lo que
la Lógica de la invitación es al acompañado y, en cierta forma, estos lugares no son
excluyentes.

En síntesis:
- “La lógica del la invitación”: sucede “cuando la ip-seidad del en-casa acoge al otro en su
propio horizonte, cuando plantea sus condiciones, pretendiendo saber a quién va a recibir,
esperar e invitar, y cómo, hasta que punto, a quién le es posible invitar” (Derrida, 2003). Nos
permite saber cuáles son las condiciones que necesita el otro para moderar el efecto de
amenaza de nuestra propia presencia, vemos también, la importancia de satisfacer algunas de
las presunciones, es decir, aceptar parcialmente su delirio y el lugar en que nos ubica.

8
- La lógica del extranjero: sucede cada vez que iniciamos una relación terapéutica con otro
siendo convocados por un tercero (Centro de Salud Mental, el terapeuta, el juez, etc.),
permitiendo integrar mediante la antinomia amigo-enemigo, tanto lo fraterno, lo semejante, y
lo prójimo, como también la violencia que implica nuestra presencia, de lo extraño, lo
extranjero, lo diferente, en tanto resulta una amenaza y un desafío. En este sentido, aunque
no resulte políticamente correcto decirlo, no existe bienvenida posible para el extranjero, su
aceptación requiere un arduo trabajo y una gran implicación para las partes.

“El enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo; no hace falta que
se erija en competidor económico, e incuso puede tener ventajas hacer negocios con él.
Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea
existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo”. (Schmitt, 2005).
El acompañante se presenta como un extraño en la vida del sujeto, un enemigo político, que
debe demostrar que negociar con él tiene sus ventajas. Las armas de que dispone son el
afecto, el tacto, la búsqueda de un vínculo positivo y de confianza que le permita finalmente
poder construir junto con el acompañado un escenario sobre el cual poder desarrollar su arte,
su táctica y su estrategia.

- La Lógica del extranjero permite incluir la dimensión del amigo y la dimensión del
enemigo en la relación terapéutica, permitiendo una visión más integradora de lo que
sucede en el vínculo con el acompañado.
- Es fundamental tener en cuenta que en tanto el acompañante es un extraño, alguien
diferente venido de afuera, es un extranjero que representa una amenaza. La función
compensatoria de la ilusión de amistad tiene el objetivo de borrar estas diferencias.
- Las relaciones terapéuticas horizontales de son positivas en tanto admiten las diferencias,
es decir, lo heterogéneo.
- Los Elementos técnicos constitutivos del Acompañamiento terapéutico son el vínculo, la
metodología de lo cotidiana, el trabajo en equipo y el encuadre.

9
i
En esta ecuación, semejante y prójimo, a pesar de las acertadas diferencias que destaca Rossi
(2011) han de ser ubicadas en un lugar próximo en contraposición de lo diferente y lo extraño.
Ambas relaciones, la del semejante/prójimo y la del diferente/extraño quedarían integradas
dentro de un Lógica del extranjero.

ii
O dicho de otra forma, sí soy tu amigo no puedo ser tu at, elijo ser tu at a pesar de ser tu
amigo.

iii
Muchas veces la queja de los equipos al usuario: “no nos abre la puerta”, o a la familia y en
especial a la madre, se producen porque se ignora esta cuestión. El profesional termina por
creerse que viene para ayudar, olvidando la violencia que implica su mera presencia.

iv
Concepto esbozado por Pichon-Rivière (1985) para referirse a una característica del vínculo
esquizoide, que en realidad se comporta como si fueran dos vínculos, estableciendo la persona
dos vínculos por separado una con el objeto bueno, otra con el objeto malo. “En la relación
psicoterápica el paciente suele tener una actitud particular con el analista y una actitud
contraria en el afuera. Por tratarse, pues, de dos objetos diferentes, no debemos hablar de
ambivalencia sino de bivalencia. Porque la ambivalencia es una relación, el vínculo con un
objeto total en que el amor y el odio están dirigidos al mismo objeto, mientras que en la
posición esquizoide el amor y el odio están dirigidos a objetos diferentes. Son objetos diferentes
y partes diferentes del yo que establecen vínculos diferentes en este proceso”.
v
La Lógica del extranjero es genialmente explicada en el recomendable libro de Jacques
Derrida, “La Hospitalidad”.

vi De aquí se desprende también que es importante saber siempre quien nos invita y cuáles
son las condiciones.

10

También podría gustarte