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NEUROTEOLOGÍA BÍBLICA
UNA AYUDA INTEGRAL
Es por eso que creemos que el psicólogo cristiano puede ayudar mejor
que otros profesionales. Su capacitación puede ser completa. Analicemos esta
tríada:
Lo material puede ser el cuerpo, el dinero, la casa, el trabajo, la
salud física, los estudios y miles de variantes que incluyen cosas o
elementos tangibles.
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Los otros son por supuesto, las demás personas cercanas o lejanas.
Lo que hicieron, lo que viven, lo que dijeron, lo que sufren o hacen
sufrir. Los vínculos que relata el consultante y la percepción del
significado de la o las otras personas.
Lo existencial. Quién soy, qué deseo, la vida, la muerte, la
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esperanza, los sueños . Dios, la filosofía, las creencias, la oración,
la fe, lo trascendente, el futuro. La vergüenza, la culpa, el odio, el
miedo y todas esas emociones y sentimientos que definen su diario
vivir.
Cada vez que una persona sufre de un apremio en alguna de estas tres
áreas, inevitablemente afectará el resto. El psicólogo cristiano debería
comprender y buscar con el paciente el origen del conflicto en alguna de estas
tres áreas, independientemente del tiempo donde haya surgido. Así partiendo
de una de estas áreas observar las conductas y consecuencias.
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Viktor Frank dijo que “no elegimos las circunstancias, pero sí elegimos
cómo reaccionamos frente a ellas”.
Un proceso mental resulta en una acción de nuestra personalidad. La
palabra que dice en la Carta a los Filipenses 4,8 (NTV): “Por lo demás,
hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo
puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si
algo digno de alabanza, en esto pensad”. Esta es la base de nuestro carácter.
El deseo nace en el pensamiento y éste se traduce en el lenguaje, en el
discurso, en la manera de hablar, puesto que de lo que hay en nuestro cerebro
(corazón) habla nuestra boca. Pero no queda en lo que decimos sino que, si
somos personas coherentes, actuaremos de acuerdo a lo que predicamos. Así
que nuestras acciones y nuestras conductas tienen una base muy profunda.
Estas conductas se hacen con la práctica un modo de ser, un modo de actuar.
Por esta razón, los que más nos conocen pueden presuponer lo que vamos a
hacer o lo que vamos a decir. Cuando esto ocurre es que ya es un hábito,
conducta de uso común, rutinario, una costumbre. Pero aún no queda allí sino
que nuestras rutinas habituales forman nuestra experiencia y definen al fin
nuestro carácter.
De modo que la mente concentra los deseos más profundos, pero es
Nuevas fórmulas
Desde hace años en las iglesias de Argentina realizo cursos, talleres y
ministraciones sobre temas de Sanidad Interior. Los nombres que yo he
titulado son variados: “Higiene Mental”, “Alineación y Balanceo de P-
neumatikòs”, “Profilaxis de las Decisiones Espirituales”, ”Exfoliación
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Espiritual”, ”(VTV) Verificación Técnica Vincular”, ”Limpieza de Impurezas
y otras Yerbas”, entre muchos otros. La idea es captar la atención de los
creyentes hacia la salud espiritual.
Jeremías 30.12, 13, 17 es uno de los pasajes que pueden utilizarse para la
Sanidad Interior. Un método profesional será basarlo en las etapas de la vida
de los ciclos vitales de Erik Erickson en su Teoría del Desarrollo Psicosocial,
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de la misma manera puede adaptarse con las teorías del desarrollo familiar.
También podemos utilizar los pasajes de Isaías 61,1 (y siguientes) y Lucas
4,18 (y siguientes).
El Profesional Cristiano
El Psicólogo Cristiano desarrolla su profesión con la base de su fe y de
la doctrina bíblica. Su vida espiritual cristiana es personal y prioritaria.
La psicología es su profesión con el fin primero de servir a Dios a través
del acompañamiento a un prójimo, cristiano o no. La ética y la moral que lo
rigen son cristianas, de acuerdo a mandamientos y preceptos bíblico-
espirituales basados en el amor a Dios y al prójimo. El Psicólogo Cristiano no
juzga ni imparte modos de fe ni de prácticas, no dirige la vida de otros.
El Psicólogo Cristiano no es un consejero ni un pastor. El Psicólogo
Cristiano presenta a Dios en oración a sus pacientes y sus conflictos. Busca la
dirección y guía del Espíritu Santo para ser útil en la relación vincular,
transferencial y en la entrevista con el otro.
El Psicólogo Cristiano dignifica su persona y a sus colegas cobrando
honorarios acordes a su servicio, experiencia y calidad profesional. El
Psicólogo Cristiano tiene tiempos de reflexión, oración y meditación
personal. El Psicólogo Cristiano cuenta con la ayuda, el apoyo y la oración de
un supervisor profesional cristiano, con una red profesional de consulta
confidencial.
El Psicólogo Cristiano se mantiene actualizado de las novedades tanto en
psicología como en la visión y el mover de Dios en su medio, en su ciudad,
en su país.
El Psicólogo Cristiano no necesariamente tiene que “trabajar”, servir, en
la iglesia con su profesión. No debe esperarse que el Psicólogo Cristiano
tenga un consultorio en la iglesia a la que pertenece. Tampoco que tenga un
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“cargo” especial por ser profesional. No debemos confundir capacitación,
talento, vocación profesional y laboral con un don dado por Dios. Muchas
veces estas cosas no se conjugan. Del mismo modo errado, podría suponerse
que un docente debiera ser maestro en la iglesia.
Los principios cristianos son su estilo de vida. La verdad, la
autenticidad, la congruencia, la libertad, la aceptación, la fe, la compasión, la
misericordia, la bondad, el amor constituyen su fundamento moral. El
Psicólogo Cristiano cultiva los dones y el fruto del Espíritu Santo.
Si el Psicólogo Cristiano atendiera a hermanos de la misma
congregación, evitará la contienda o competencia con el paciente evitando
roles superpuestos o de autoridad. Debe evadir la sociedad (sobre todo
financiera) dentro o fuera de la congregación con su paciente. El Psicólogo
Cristiano evita que el paciente se confunda frente al servicio, tanto en el dar
como en recibir.
El Psicólogo Cristiano no incluye en su práctica ejemplos ni nombres de
otros cristianos. El Psicólogo Cristiano mantiene la confidencialidad en todo
momento y con mucho cuidado, aún evitará “confesar” a los pastores las
conductas de sus pacientes.
La Psicología Cristiana es una nueva manera de ver y utilizar la
profesión. La Psicología Cristiana se distingue de toda otra psicología por
este “plus” de base de fe, de basamento en la escritura bíblica. Un extra no
como agregado posterior sino como inclusión prioritaria.
No se trata de hacer “uso” de la fe cuando ya el psicólogo no sabe a qué
recurso apelar. No se trata de “tirarle” el problema a Dios cuando el
profesional o el paciente no ven una solución. Desde el principio del vínculo,
el Psicólogo Cristiano debe tener en mente que Dios siempre tiene una salida
o un porqué, una voluntad específica para ese problema.
Asimismo, el Psicólogo Cristiano alimenta su propio espíritu positivo y
tiene una mirada compasiva y empática hacia el dolor, la angustia y el
padecimiento de sus pacientes. Como todo cristiano tiene tiempos de
reflexión, oración y meditación personal.
Cultiva los principios de decencia orden y calidad de vida, al tiempo que
es explícito en el marco de referencia de su práctica profesional (1ª. Corintios
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14,40).
Un Poder Superior
Las personas civilizadas viven bajo autoridad. Es posible que en lejanas
tribus o reinados autoritarios haya entes (personas, estatuas, animales o
coronas) que portan el título de autoridad máxima. Pero no en nuestro medio.
La autoridad es siempre delegada.
Podemos decir que el presidente de una nación es la máxima autoridad
pero existen otros poderes. Incluso democráticamente el presidente recibe la
autoridad del pueblo.
El semáforo es una autoridad que imparte una ley, las barreras del
ferrocarril imponen un límite protector, las vallas guían un camino.
Cumplimos con la autoridad, a veces so pena de aceptarla.
Por tanto, quien viene a la consulta será una persona a quien es fácil
mostrar que existen autoridades que rigen nuestra vida.
Para el Psicólogo Cristiano, la idea de un Ser Superior (Dios) lo pone en
la correcta perspectiva tanto en su vida como en su profesión. Dios, la Biblia,
la Iglesia, son autoridades trascendentes. Su sujeción es limitante y
protectora. La ética y los valores cristianos son su guía. Los consultantes no
son “suyos”, no son su propiedad.
El Psicólogo Cristiano es una autoridad para el paciente (en especial para
el cristiano). Las diferentes escuelas de psicología enseñan la autoridad de
diferentes maneras. Para la escuela Centrada en la Persona (Carl Rogers), el
paciente tiene la autoridad y es el terapeuta quien lo acompaña. Para Los
conductistas (B. F. Skinner), es el terapeuta quien sabe y debe conducir el
proceso de la terapia. Generalmente, al psicólogo (también en otras
profesiones como maestro, médico, etcétera) se le atribuye un saber superior
que se extiende más allá de su conocimiento sobre su área de competencia.
Los líderes cristianos, pastores, directores o ministros de área en las
iglesias tienen una autoridad delegada que ejercen o deberían ejercer al
servicio del crecimiento de la obra de Dios en general y de sus hermanos
“más pequeños” en particular.
Cómo integrar la espiritualidad a la consulta
Salvación
Para comenzar a hablar de la Salvación primero repasamos algunas de
sus definiciones: Solución de un problema grave o liberación de un peligro,
de una amenaza, de una situación difícil, entre otras.
La salvación es la liberación de un peligro o un sufrimiento. Salvar es
liberar o proteger. La palabra contiene la idea de victoria, salud, o
preservación. Algunas veces, la Biblia usa las palabras “salvo” o “salvación”
para referirse a algo temporal, liberación física, como la liberación de Pablo
de la prisión (Filipenses1:19).
Con más frecuencia, la palabra salvación se refiere a una eterna
liberación espiritual. Jesús iguala el ser salvo con la entrada al reino de Dios
(Mateo 19:24-25). La palabra “salvación” viene de la raíz hebrea Yasha. Esta
raíz hebrea significa “el ser espacioso”. De esa misma raíz hebrea salen las
palabras liberación, emancipación, preservación, protección y seguridad.
Hablar de la salvación puede resultar ameno o complejo según el
entendimiento personal de su significado. Para cada religión, por ejemplo la
cristiana, el efecto de la salvación puede implicar, alcanzar la vida eterna, ser
libre de la carga del pecado, pasar de muerte espiritual a vida y se alcanza por
gracia. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios.” (Efesios 2:8-9).Otras proponen llevar una
vida pura, lograr méritos a través de la adoración, mencionar repeticiones de
fe en la figura de un dios y no les interesa alcanzar la vida eterna.
Por otra parte, los musulmanes alcanzan la salvación por las obras “Para
aquellos que creen y hacen obras de justicia Alá ha prometido perdón y una
magnífica recompensa;” (Surah 5:9) “Y Él responde a aquellos que creen y
hacen buenas obras, y les da más de Su favor; y (como para) los infieles, ellos
a. Pertenencia a un grupo
b. Posesión de un marco ético de referencia
c. Obtención de respuestas a las preguntas existenciales
d. Reducción de la angustia existencial y trascender a la muerte
e. Adquisición de apoyo (fuerza existencial)
f. Necesidad de cambiar las cosas
De esta manera la creencia religiosa no es un fin en sí misma, sino tan
solo un medio para cubrir falencias o vacíos emocionales. Lo que guía al
sujeto no es el amor a la deidad, sino lo que esta brinda. Es decir es un
vínculo conformado por un interés que puede ser consciente o no consciente.
2. Obsesiones rituales
El sujeto se ve atado y compelido a realizar una serie de ritos con el fin
de alcanzar cierto grado de paz/sosiego con el fin de disipar la angustia y
menguar la ansiedad. Generalmente son muy legalistas y sienten que el
incumplimiento de una norma, estatuto o código moral es un acto
imperdonable. Enfatizan el castigo por sobre el perdón, y les cuesta ser
flexibles con sí mismos y con su prójimo. En grados avanzados terminan
restringiendo su vida de manera significativa por los rituales, haciéndose
estos más complejos y trayendo mayor malestar al sujeto, como a sus afectos
cercanos.
3. Histrionismos litúrgicos
Podemos definir el histrionismo como una manifestación del trastorno
histriónico de la personalidad. Este se caracteriza por emociones
superficiales, fingidas y exageradas. Realizan actos llamativos para captar la
atención de los pares y lograr ser el centro. No sienten verdaderamente lo que
dicen o hacen, sino que es una cuestión de imagen. No debe confundirse con
la hipocresía o el “doble-animo” sino que el objetivo es que las miradas sean
puestas en el sujeto. Esto se realiza siempre con un grado de consciencia,
“Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una
vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros
como ofrenda y sacrificio fragante para Dios”.
—Efesios 5:21-22 (NVI)
¿Qué hace que un matrimonio, y luego una familia, sean un espacio de
salud, crecimiento, alegrías y bendición? ¿Qué hace que a pesar de las
pruebas inevitables, las crisis esperadas o inesperadas, los sufrimientos
propios de la vida y demás circunstancias una familia no se desarme?
Teorías psicológicas acerca de la familia, hay muchas y diversas.
Abordaremos parte de algunas de ellas en este capítulo, que pretende no ser
más que una primera orientación para seguir estudiando estos temas tan
complejos y desafiantes. Por supuesto, como creyentes sabemos que hay un
ingrediente esencial para entender y vivenciar este regalo divino que es la
familia: que la misma, -es decir, cada uno de sus integrantes-, esté basada en
la roca que es Jesucristo.
Comencemos definiendo “familia”
El primer problema que tenemos es definir el concepto de Familia ya
que la idea socialmente aceptada de “familia” ha ido variando a lo largo del
tiempo y de la cultura.
Es decir, la noción de familia se construye en relación al momento
histórico y al grupo cultural en el cual existe. Así, por ejemplo, hemos
asistido a lo largo del tiempo a distintas configuraciones familiares como ser
la familia numerosa, la poligamia, “familia tipo”, familia monoparental,
familia ensamblada, parejas que deciden activamente no tener descendencia,
la llamada familia homoparental.
Por supuesto que el término “familia” también se extiende al vínculo
donde las personas aprenden a proteger y son cuidadas, más allá incluso de
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sus relaciones de parentesco. Pero aquí nos restringiremos más bien al
concepto tradicional de familia.
La familia además atravesará diversas etapas del ciclo de vida, de
acuerdo a las vivencias y experiencias de cada momento (pareja sin hijos,
pareja con hijos pequeños, con hijos adolescentes, nido vacío, viudez, por
ejemplo) y deberá ser flexible para transitar cada etapa exitosamente. La
rigidez en las normas, reglas, comunicación, forma de protección a sus
miembros, entre otras cuestiones, la tornará sintomática y disfuncional.
Para pensar en una familia tenemos que referirnos primero al concepto
de matrimonio. Si bien hoy el matrimonio es una institución desprestigiada
por la opinión y moral de los medios masivos de comunicación, entendemos
que desde la perspectiva bíblica, el mismo es la base de la familia. No
desconocemos que muchas parejas deciden convivir sin pasar por la
regulación legal, y si bien es un tema que en sí mismo abarcaría un capítulo
aparte, nos parece adecuado entender sus motivos y, lejos de emitir un juicio
condenador o rechazante, creemos que debería existir una pastoral que
acompañe a dichas parejas y nos ayude a entender el porqué de esa decisión
que muchas veces pre asumimos como “falta de deseo de comprometerse”,
pero que quizás tenga otras razones para cada pareja en particular. Animar a
la pareja a asumir un compromiso total (incluyendo el aspecto legal) del uno
para el otro puede ser un camino sumamente enriquecedor y desafiante tanto
para ellos como para el consejero.
Pero volviendo a nuestra idea anterior, hablaremos de matrimonio como
la institución que da origen a la familia, consistiendo ésta en una
organización donde hay esposo, esposa y luego niños nacidos de esa relación.
Esta familia se vincula por razones legales, económicas, religiosas, sexuales y
se amalgama por razones afectivas como lo son el amor, el respeto, el deseo,
la amistad profunda, la mutua pertenencia.
Agreguemos algunas definiciones
Los lazos
Los lazos pueden tener dos raíces:
la afinidad a partir del desarrollo de un vínculo afectivo
(como sucede por ejemplo con el matrimonio, la adopción, o
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la familia de la fe)
consanguinidad (por ejemplo entre padres e hijos,).
En toda familia existen diversos grados de parentesco, razón por la cual
no todos sus integrantes mantienen el mismo tipo de relación o cercanía, ni
las mismas responsabilidades o derechos, ya que sus roles también varían.
Otra forma sencilla pero clara de comprender la organización familiar es
teniendo en cuenta:
la familia de origen, aquella en la que nacimos.
la familia nuclear, que incluye a la madre, al padre y a los
hijos en común.
la familia extensa, que incluye abuelos, tíos, primos, cuñados,
etc.
Pertenencia e individuación
Una familia funcional brindará a sus miembros un sentido de
pertenencia. Es decir, un nombre y apellido con el cual identificarse, una
clara filiación al grupo, sensación de protección, de cuidado, de seguridad, de
unidad, de amalgama.
Pero el sentido de pertenencia debe acompañarse por otro movimiento
afectivo que es el de permitir la individuación. Es decir, reconocer y valorar
las diferencias aunque pertenezcamos al mismo núcleo. Diferencias en
capacidades, vocaciones, estilos personales, gustos, anhelos, características
de personalidad, ideas políticas, religiosas, deportivas, artísticas, etc.
El sentido de pertenencia e individuación no deben ir nunca uno en
detrimento del otro, sino unificarse con equilibrio para favorecer el desarrollo
saludable de los miembros de la familia.
Herencia
No podemos olvidar que la familia no es solamente la conformación en
el aquí y el ahora, sino que está inevitablemente atravesada por la herencia
genética y cultural de las generaciones anteriores, (con sus costumbres,
valores, tradiciones, formas de resolver conflictos, trato interpersonal, etc.)
que en distinta medida marcarán el rumbo de la familia actual. ¡Qué bueno
cuando heredamos costumbres saludables y qué bueno también que podemos
modificar aquellas cosas que nos resultan inadecuadas o aun nocivas de
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nuestra herencia cultural!
Propiedades de una familia.
Desde la Teoría General de los Sistemas, base de la terapia familiar,
se entiende que la familia es un sistema. Es decir, es un conjunto de
elementos relacionados entre sí con inevitable interdependencia, que se
modifican mutuamente, en permanente cambio y evolución, y que tienden a
mantener un equilibrio (este equilibrio puede o no ser saludable).
Sistemas: formados por elementos (en este caso, los miembros del
grupo), que interactúan mutuamente siguiendo ciertas reglas explícitas y
tácitas.
Subsistemas: son recortes teóricos definidos por el observador en base a
género, jerarquía, edades, roles, etc. Son las partes en que se “divide” un
sistema: ejemplo, subsistema parental, subsistema fraterno, subsistema de
mujeres de la familia, subsistema filial, etc. Hay muchas formas de delinear
los subsistemas; para que resulten útil a la mirada del consejero deben
seleccionarse en base a la relevancia que tengan de acuerdo a la problemática
planteada. Así si se trata de una familia claramente matriarcal, quizás
convenga pensar en el subsistema femenino; si el problema es en la relación
de padres con los hijos, delinearemos el subsistema parental y filial, y así con
cada caso.
Alianzas: son uniones de dos o más miembros del sistema a favor de un
tercero. Por ejemplo, los padres se unen en favor de la crianza de su hijo.
Coaliciones: son uniones de dos o más miembros del sistema en contra
de un tercero, en general siendo de subsistemas diferentes. Por ejemplo, una
abuela que a sabiendas desautoriza a su hijo permitiendo al nieto bajo su
cuidado aquello que el padre le prohibió expresamente antes de salir de la
casa.
Homeostasis: consiste en la capacidad de mantener una condición
interna estable compensando los cambios en su entorno mediante el
intercambio regulado de materia y energía con el exterior. Es decir, es la
tendencia a mantener el equilibrio o statu quo poniendo en marcha todos los
mecanismos necesarios para lograrlo. Para entenderlo, imaginemos una
madre dependiente de su hijo ya joven adulto. Este hijo empieza a salir, estar
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menos horas en la vivienda, se va de vacaciones sin su familia, empieza a
noviar… y la madre, quien inconscientemente necesita a su hijo como sostén
emocional y proyecto de vida, buscará mecanismos para volver al estado
anterior y así mantener el equilibrio. Una posibilidad es que enferme y haga a
su hijo responsable de cuidarla, teniendo éste así que posponer o anular sus
proyectos de independencia. No queremos afirmar que la madre tenga
necesariamente intenciones maliciosas, sino que son mecanismos de los
sistemas que sienten amenazas frente al cambio.
Este feedback negativo –negativo en tanto no permite el cambio-
acarreará síntomas, en este caso en el hijo (depresión, ansiedad, insomnio,
irritabilidad, por ejemplo).
Como la familia es una totalidad, nunca una simple suma de sus partes,
podríamos como consejeros ayudar a esta madre a generar un proyecto vital
independientemente de su hijo. Ella se sentirá mejor y él ya no estará
enredado con aquellas cosas que le impedían el crecimiento normal.
En este punto es muy importante reconocer que las familias somos
organismos dinámicos, cambiantes, nunca estáticos. Pasamos por distintas
etapas de vida, tanto como seres individuales como siendo un sistema
familiar. Necesitamos lograr nuevos equilibrios, superadores de los
equilibrios previos, para seguir creciendo sanamente. Lo que funciona muy
bien en una familia con niños pequeños, ya no servirá de la misma forma
cuando esos niños se trasformen en adolescentes. Las formas de
comunicación, de negociación, los permisos y responsabilidades otorgados,
las libertades personales, las formas de mostrar cariño, las formas de
reprensión o llamar la atención, las formas de contener, de animar, de hacer
reír, deben evolucionar, calibrar, ajustarse a la nueva etapa para que
realmente funcione bien. De lo contrario, se generará en el o los miembros de
la familia un sufrimiento innecesario que conllevará la aparición de
sintomatología de distinto tipo.
Covariancia: Es la propiedad de las familias que nos recuerda que
cuando un elemento varía, todos los demás se verán afectados también y esto
llevará a la modificación de todo el sistema.
Paciente Identificado: es el miembro en quien la familia deposita el
problema, adjudicándole exclusivamente a él la situación conflictiva. En
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general se acompaña de rótulos negativos como “niño problema”, “padre
ausente”, “madre sobreprotectora”, “antisocial”, “vago, no estudia”, “tonto,
poco inteligente”, “histérica”, etc.
Es fundamental recordar que la familia es una totalidad. No es la mera
suma de sus miembros, sino una estructura nueva, diferente y mayor.
Funciona como un organismo y lo que le sucede a uno, afectará al resto, se
den cuenta o no.
La familia en La Biblia
Un poco de historia
Siguiendo los lineamientos del Jorge Maldonado en su libro
“Fundamentos bíblico teológicos del matrimonio y la familia”, veamos cómo
funcionaban ambas instituciones en los tiempos del AT y NT.
Algunas características del matrimonio y la familia en la época del
Antiguo Testamento:
Era claramente patriarcal
Existía la poligamia (los patriarcas del AT en esto tomaron las
costumbres de los pueblos vecinos)
Incluía a las esposas, las concubinas, todos los hijos, las nueras,
nietos, esclavos y sus hijos y todos los que estaban bajo la
protección del patriarca de la familia.
Abarcaba también a quienes a sí mismos se denominaban hermanos
(clan, tribu, pueblo)
La fertilidad y consecuente paternidad/maternidad era fundamental,
considerada una prueba de la bendición de Dios. Y su ausencia, un
castigo.
Por ellos, las mujeres tenían valor por su fertilidad y su dote. La
esterilidad, vergonzosa siempre, jamás se adjudicaba al hombre.
Religión y familia eran parte de un mismo tejido, ya que el padre
era también el sacerdote de la familia.
Los hijos eran circuncidados a los ocho días de haber nacido, como
señal de ser incorporados al pacto.
A pesar de este panorama, notamos que muchos textos bíblicos
mencionan al hombre y mujer en primer plano y conjuntamente.
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En Génesis 1 vemos que los dos –hombre y mujer- son hechos a imagen
y semejanza de Dios, ambos reciben el mandato de procrear y ambos reciben
el mandato de señorear sobre la creación. En Éxodo 20:12, el mandato es
honrar a ambos (“Honra a tu padre y a tu madre”). Obviamente la mujer de
Proverbios 31 es un ejemplo exaltado de la mujer que logra un balance en sus
roles: se ocupa de su esposo (que confía plenamente en ella), de sus hijos y
de su casa, cose, abriga. Y también trabaja fuera de la casa en roles que en
primera instancia nos parecerían masculinos por definición cultural: es una
hábil comerciante que hace funcionar muy bien su negocio, compra terrenos,
planta viñedos, hace y vende ropa. Sabe muy bien lo que pasa en su
comunidad, por eso puede ser hábil en los negocios, sino también registrar
que hay pobres a su alrededor y extiende su mano para ayudarlo. El texto la
define como una mujer con fuerza y dignidad, con sabiduría y amor.
En el Nuevo Testamento:
Jesús afirmó la importancia de la institución familiar, de muchas y
variadas maneras: nació en el seno de una familia, tuvo padres,
hermanos, hermanas. Muchos milagros fueron muestra de su interés
y preocupación por la familia (recordemos cuando resucitó al hijo
de la viuda de Naín, al hermano de María y Marta, curó a la suegra
de Pedro, al hijo de Jairo, convirtió el agua en vino en la
celebración de un matrimonio, por citar algunos ejemplos)
Cuando los discípulos le piden “enséñanos a orar”, les enseña a
llamar a Dios “Padre Nuestro” y a través de distintos ejemplos, nos
vuelve a señalar el amor de Dios con parábolas familiares (el dueño
del viñedo que manda a su amado hijo, el padre que anhela el
retorno del hijo pródigo, entre otros).
En Mt 15.3-6 y Mr. 7.10-13 señala claramente el imperativo de
honrar al padre y a la madre por sobre las obligaciones cúlticas.
En una cultura donde el hombre tenía derecho unilateral al repudio
a la mujer justificando el hecho casi por cualquier causa y podía
darle carta de divorcio. Al echarla de la casa quedaban los hijos con
el padre. Jesús restableció la igualdad de derechos matrimoniales
tanto para el hombre como para la mujer, y en una clara afirmación
contracultural negó el derecho al repudio y la poligamia (Mt 19.3-8,
Mr 10.2-9)
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El nacimiento de un niño era considerado bendición de Dios, sin
embargo, los niños no tenían el status privilegiado de hoy día y
significaba no tener derechos. Pero nuevamente la actitud de Jesús
supera las costumbres y derrota la desigualdad; la actitud de Jesús
hacia los niños nos muestra su alto valor como miembros del Reino
de los Cielos (Mr. 10.13-16)
Luego de la ascensión de Jesús y en los tiempos apostólicos, vemos que
a los líderes, diáconos, ancianos, pastores se los reconocía en parte por el
buen funcionamiento de su familia. Una fuente de valioso testimonio a los no
cristianos eran las sanas y ordenadas relaciones familiares de los creyentes.
Las cartas apostólicas muchas veces se despiden refiriéndose no sólo a
nombres, sino a hogares y familias (como Priscila y Aquila, Filólogo y Julia,
Nereo y su hermana, entre otros).
Como dice Maldonado: “… el vocabulario que el NT usa para referirse a
la relación de los redimidos proviene de las relaciones familiares. Por creer
en Jesucristo somos hechos hijos del Padre celestial (Juan 1:11-13). Al ser
parte de la Iglesia estamos en la comunidad de hermanos, en la cual Cristo es
el ´primogénito entre muchos hermanos” (Ro. 8:29). Una evidencia de
pertenecer a la familia de Dios (Efesios 2:19; Gá. 6:10) es la demostración
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del amor en la comunidad de hermanos (1ª.Juan 3:14-16).
El Matrimonio
Permítanme, siguiendo los lineamientos compartidos por John Stott en
su libro “Toda la Biblia en un año”, compartir la definición Bíblica del
matrimonio. En Marcos 10:7-9, las palabras de Jesús dicen así:
“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su
esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo. Así que ya no son dos, sino
uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.”
(Marcos 10:7-9, NVI). Resumiendo podemos decir que:
a. Es heterosexual.
Vemos las referencias claras donde el hombre se une a su mujer, así
como su padre y su madre estaban unidos.
b. Implica compromiso.
c. “Se unirá a su esposa”. El divorcio está permitido en dos
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situaciones definidas. “Más al principio no fue así”, afirma Jesús en
Mateo 19.8.
d. Es monógamo.
e. Las expresiones HOMBRE y MUJER están en singular.
f. Es público.
g. Dice Stott que la expresión “dejará a su padre y a su madre” refiere
a una ocasión social pública. La familia, los amigos, la sociedad
tienen conocimiento de lo que está pasando.
h. Es físico “Serán una sola carne”.
La unión sexual es un elemento constitutivo y esencial al matrimonio.
En Génesis 2:25, Adán y Eva “Estaban ambos desnudos y no se
avergonzaban”
Todo matrimonio de inicia con dos personas que traen modelos
familiares propios adquiridos durante la crianza, por introyección, que son
vividos por cada uno como normales y naturales, pero que deben ahora
refundirse y transformarse en un modelo nuevo, mutuo y saludable. Podrán
tomar cosas de cada modelo propio, pero sin duda deberán reformular reglas,
formas de interacción, límites, etc. en un modelo nuevo que les sea adecuado
a su nuevo matrimonio.
No podemos desconocer que el matrimonio está compuesto por dos
individuos, que tienen sus deficiencias e inmadureces. Habrá que observar,
para auspiciar el funcionamiento de ese matrimonio, cuánta madurez personal
y cuánta flexibilidad para la adaptación y el cambio hay en cada uno para
afrontar este nuevo camino juntos.
Y también podemos preguntarnos como consejeros qué los motiva a
unirse: ¿motivaciones de déficit como sólo la atracción física, un estatus de
“estar casado” o “estar en pareja”, la presión familiar, eclesiástica o social,
las necesidades económicas? ¿O motivaciones de crecimiento?
El matrimonio saludable
No hay pareja perfecta. El matrimonio puede ser considerado como un
milagro, donde dos seres humanos con egoísmo, diferencias, falencias y
limitaciones, trabajan arduamente para dar lo mejor de sí, con amor, respeto,
entrega y pasión. Y aunque no alcancemos la perfección, Dios diseñó
instrucciones claras y alcanzables para la construcción de un matrimonio que
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con amor logra ser duradero y firme.
Quiero compartir la excelente definición de René Padilla, quien escribe
que el matrimonio es “la relación conyugal en que un hombre y una mujer se
unen permanentemente –hasta que la muerte los separe- por medio de un
pacto de amor-entrega para convivir y servir a Dios y al prójimo. Su unión es
sellada por el acto sexual, legalizada formalmente, reconocida socialmente, y
nutrida y celebrada comunitariamente en la iglesia.”
Todo pacto es un compromiso. Recuerdo una mujer que me dijo un día,
en relación a su matrimonio que estaba comenzando a vislumbrar una crisis
“Y bueno, en última instancia me separo y listo”. Ese “y listo” obviamente es
ficticio, las consecuencias físicas, emocionales, sociales, económicas
sumadas al duelo por la separación es un proceso largo y doloroso. Pero más
allá de esto, la noción de “pacto” estaba dañada, el pacto matrimonial es un
compromiso tanto del hombre como de la mujer y es permanente abarcando
los diversos aspectos de la vida y en sus diversas etapas, con bonanzas y con
crisis.
Este compromiso se sostiene en el amor y la entrega mutua.
El amor se basa en una amistad, es decir, en el profundo respeto y
aprecio por el otro, que comparten intimidad emocional, intelectual,
recreativa, espiritual, y luego física única y exclusiva.
Como toda amistad, esta debe actualizarse. El terapeuta de pareja John
Gottman habla de “actualizar los mapas del amor”. El advierte que cada uno
debe tener un mapa para comprender el territorio del otro. Comprender qué lo
conmueve, alegra, preocupa, en definitiva, conocer quién es el otro. Pero no
podemos pretender tener el mapa una vez y para siempre, y entonces suponer
que el territorio no cambia. Debemos actualizarlo, comprender que las
personas cambiamos, cambian nuestras necesidades y gustos, cambia lo que
nos da risa y lo que nos hace entristecer. Cambia lo que nos desafía y lo que
nos asusta. Conocer al otro implica haberlo conocido ayer y conocerlo hoy.
La relación hombre-mujer
Leamos en Efesios 5:21-33:
Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a
sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer,
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así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su
Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las
casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así
como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a
fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha
ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también
los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que
ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia
carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto
dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos
serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de
Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su
mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.
Nos puede costar mucho aceptar la palabra sumisión porque la cultura
nos habla de liberación, de ser uno mismo, de no vivir en base a las
expectativas o mandatos del otro. La sumisión pareciera que nos desvaloriza,
que nos reduce. Aquí la Palabra, que sabemos que es viva y eficaz, pareciera
indicar lo contrario. Dios no se equivoca, ¿entonces?
Comencemos mirando el ejemplo de Jesús: Él se sujetó a la voluntad de
su Padre en todo.
“He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que
me ha enviado” (Juan 6:38)
“Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me ha enviado, y llevar
a cabo su obra” (Juan 4:34)
“No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22.:42; Mateo 26:42).
Jesús y el Padre fueron Uno, iguales pero diferentes.
En 1ª Pedro 3:1 leemos (NVI): Así mismo, esposas, sométanse a sus
esposos, de modo que si algunos de ellos no creen en la palabra, puedan ser
ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras, al
observar su conducta íntegra y respetuosa.
El concepto de sumisión se encuentra frecuentemente en la Biblia. Pero
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la sumisión no se refiere al aplastamiento de uno por el otro. A no poder
opinar. A tener que realizar sin pensar ni discriminar lo que al hombre se le
antoja. Tampoco a que nuestra personalidad, deseos, gustos, vocación, etc.
tenga que ser anulada.
La sumisión es vista como un servicio a Dios, como una sumisión en
primera instancia a Él. La palabra griega para “someterse/sujetarse”, es
“jupotásso”, que significa, “subordinar”, “obedecer”. La Biblia hace una
exhortación a las mujeres a seguir el liderazgo de sus maridos de forma libre,
elegida, voluntaria.
La exhortación de Pedro es a la mujer, para que se sujete de forma
activa; es la mujer la que escoge colocarse a sí misma bajo el liderazgo de su
marido (que también tiene intensas responsabilidades hacia ella, como
veremos en un momento). No es una fuerza que ejerce el hombre sobre la
mujer, sino algo que la mujer concede al hombre en pro del equilibrio de la
estructura familiar. Ningún cuerpo con dos cabezas puede funcionar bien.
Es muy interesante, aunque la frase está destinada a la mujer, también es
para el varón cuando Pedro (1:6) sigue diciendo en relación con las mujeres:
“viven sin ningún temor”. Es decir, la sumisión bien entendida no infunde
temor ni registra sensación de amenaza o pérdida.
Dios nos ha creado iguales: Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo
creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó (Génesis 1:27). Tenemos
diferentes roles para el buen funcionamiento de la estructura familiar.
Y para finalizar, recordemos que la sumisión no es una exhortación
exclusiva para la rama femenina, sino para todos los creyentes.
Debemos:
Someternos a Dios:
Santiago 4:7: “Someteos, pues, a Dios...”
Someternos unos a otros:
Efesios 5:21: “Someteos unos a otros en el temor de Dios.”
Someternos a las autoridades:
Romanos 13:1: “Sométase toda persona a las autoridades
superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que
hay, por Dios han sido establecidas.”
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Los hombres y las mujeres somos iguales y diferentes, por supuesto.
Iguales en cuanto a ser valiosa creación de Dios, con acceso a Él libremente a
través de Jesucristo, iguales en nuestros derechos inherentes como seres
humanos. Pero claramente somos diferentes, en el aspecto biológico,
emocional y en los roles que podemos tomar.
En Col. 3:19 leemos las indicaciones para el varón: “Esposos, amen a
sus esposas y no sean duros con ellas”. Si nos preguntáramos a qué se refiere
Pablo con amar, lo aclaramos con su carta a los efesios, capítulo 5, del
versículo 25 al 33: “Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la
iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con
agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia
radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e
intachable. Así mismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio
cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie ha odiado
jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo
hace con la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. “Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a
ser un solo cuerpo”. Esto es un misterio profundo; yo me refiero a Cristo y a
la iglesia. En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su esposa como a
sí mismo, y que la esposa respete a su esposo.
Amar a la esposa como Cristo amó a la iglesia, implica dejar la posición
superior, hacerse semejante, y dar la vida por ella.
Entonces, somos iguales y diferentes, decíamos más arriba. Los roles en
una pareja deben estar basados tanto en la complementariedad (diferencias)
como en la simetría (igualdad); ambas formas de vinculación son necesarias.
Así, por ejemplo, las parejas saludables pueden relacionarse
simétricamente en su forma de opinar, decidir, compartir, vincularse, ganar
dinero. Y a la vez se pueden complementar en otros aspectos (por ejemplo,
trabajar dentro y fuera de la casa, manejo de las responsabilidades hogareñas,
etc.)
La simetría y la complementariedad tienen riesgos. La simetría nos
puede llevar a la llamada “escalada asimétrica”, donde cada uno al tener la
misma posibilidad de intervenir, termina transformando el diálogo en una
pulseada a ser ganada.
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La complementariedad por su parte, corre el riesgo de rigidizarse y no
permitir crecimiento individual ni cambios necesarios.
Justamente porque los roles pueden ser intercambiables muchas veces,
no es saludable rigidizarlos.
Es decir, los roles deben ser variables y flexibles: no son perpetuos, por
ejemplo, el hombre se ocupa de la casa y los niños mientras la mujer sale a
trabajar porque él está desempleado.
El trato con los Hijos
Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo. “Honra a
tu padre y a tu madre —que es el primer mandamiento con promesa— para
que te vaya bien y disfrutes de una larga vida en la tierra.”
Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la
disciplina e instrucción del Señor. Efesios 6:1-4
Los principios generales se enmarcan dentro de un contexto. Los hijos
deben obedecer a sus padres cuando son pequeños, adolescentes, cuando aún
están bajo la órbita saludable de su cuidado y responsabilidad. Hablamos
obviamente de padres que no dan indicaciones arbitrarias ni dañinas, sino
enfocadas a la salud integral de sus hijos, siempre guiadas en base a la edad
de sus hijos, y a los sentidos de pertenencia y de individuación que
mencionábamos al inicio. En este contexto, los padres no pueden esperar una
“obediencia ciega” de sus hijos a cualquier normativa. La obediencia se
indica en relación a criterios a ser seguidos porque son justos, protectivos (de
protector), nutritivos, “según la disciplina e instrucción del Señor”.
¿Qué significa honrar a los padres?
La Real Academia Española, define “honrar” como “Respetar a alguien.
Dar honra. Enaltecer o premiar el mérito de alguien.”
Honrar implica no avergonzar a los padres. Tratarlos con estima y
respeto. Demostrar aprecio y ser hijos amorosos, comprometidos, y que lo
que hagamos lleve honor a su nombre.
Los padres tienen una tarea enorme, criar a los hijos según lo indica el
Señor. Hasta ahí podría haber llegado el mandato, pero Pablo aclara algo
antes aún: “No hagan enojar a sus hijos”. Y cabe preguntarnos a qué se
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refiere este concepto. Propongo a continuación algunos lineamientos y
seguramente el lector podrá agregar otros.
Falta de armonía conyugal: las peleas y discusiones que se
producen delante de los hijos son una fuente es estrés y ansiedad
altamente nociva. Los conflictos, críticas, discusiones, pueden ser
llevadas a cabo en privado. No me refiero a desavenencias
pequeñas que pueden conversarse charlando en un sillón o en la
mesa de la cocina, sino a aquellas cosas que los adultos deben
resolver entre sí y en las cuales los hijos no tienen por qué
participar.
La disciplina ejercida siempre con enojo: solemos vivir estresados
por la vida cotidiana y puede ser fácil “estallar” con enojo al
corregir a un hijo. Antes de ejercer el reto, detengámonos un
momento a pensar. Detengámonos a pensar cuánto amamos a
nuestro hijo y cómo, a su edad, nos gustaría que nos dijeran las
cosas. Intentemos calmar nuestro enojo antes de corregirlo. La
corrección no puede depender de nuestro estado emocional o físico.
Que la corrección no sea un momento para sacar nuestra frustración
fuera de nosotros sino para ayudar al otro a modificar aquello que
queremos señalar como equivocado.
La disciplina sin sentido: la disciplina es útil cuando corrige, no
cuando simplemente castiga. Que la corrección aplicada ayude al
hijo a compensar el daño que hizo, a revisar cómo puede revertir la
situación que generó (por ejemplo, pidiendo perdón, ayudando al
que dañó, reparando lo que rompió).
La disciplina sin consistencia: el patrón de lo que está bien o mal no
puede cambiar según el ánimo del adulto. El niño no puede ser
reprendido un día por algo que al otro día es festejado (ejemplos: el
uso de insultos según delante de quien sean dichos; o que se lo
castiga porque le pegó a su hermano pero no se lo amonesta porque
le pega a un niño en la plaza).
La inconsistencia en la conducta parental: cuando se lo reprende al
hijo por aquello que, sin embargo, sus padres hacen. (por ejemplo:
decir una mentira)
Nunca o raramente encontrar virtudes en el hijo: qué fácil nos
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resulta señalar errores, pero cuán necesario es también alentar a
nuestro hijo cuando corrige su error, o simplemente cuando
encontramos una ocasión para halagarlo, para destacar sus
cualidades, sus buenas características. Darle aliento por ser quien es
y por cómo es. ¡No perdamos ocasión de alentarlo y halagarlo!
Humillarlos: Nunca jamás la humillación de un hijo es buena, ni en
público ni en privado. Busquemos el momento y el lugar para
corregirlos con equilibrio, sin causar daños innecesarios.
Compararlos con otros: Dios nos hizo únicos y originales. No
necesitamos intentar que nuestros hijos sean fotocopias de otros.
Alentemos sus virtudes, ayudémoslos a desarrollar sus
potencialidades, facilitemos el camino para que cambien o maduren
lo que deben modificar, a su ritmo, con sus características, sin
esperar que sean como otros.
El castigo físico: En lo personal, estoy en contra del castigo físico.
No lo creo necesario. ¿Un adulto pegándole a un niño? No me
gusta. Es un acto de humillación innecesario. Somos adultos y se
supone que tenemos recursos intelectuales, emocionales y
espirituales para no agredir el cuerpo del otro. Y si sientes que no lo
tienes, entonces pide ayuda para desarrollarlos. El maravilloso
Salmo 23, habla de la vara. Seguro podrás recordar lo que dice,
¿no? “Tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. Que nuestra
corrección infunda aliento, y no inflija dolor corporal.
Las Estructuras Familiares
Las familias tienen formas de organización diferentes. Una forma de
comprender su organización y funcionamiento es a través del Modelo
Estructural, es decir, aquel que se focaliza en las fronteras e intercambios del
sistema familiar.
¿Qué es una estructura? Según Salvador Minuchin, es el conjunto
invisible de demandas funcionales que organizan de modos en que
interactúan los miembros de la familia.
Comencemos con el concepto de frontera. Todo sistema familiar posee
límites hacia el afuera (es decir, hacia lo extra-familiar, como por ejemplo:
escuela, trabajo, vecindad, familia extendida, club, medios masivos,
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participación en otros grupos, etc.). Y también marca fronteras o límites entre
sus miembros (por ejemplo, límites entre el subsistema parental y filial; entre
el subsistema formado por abuelos y el subsistema formado por los nietos,
etc.). Subsistemas formados por: generación, género, interés, función, etc.
Estas fronteras o límites pueden ser claros, difusos o rígidos
Cada individuo pertenece a diferentes subsistemas. Por ejemplo un
hombre pertenece al subsistema parental y matrimonial a la vez, siendo padre
y esposo.
La claridad de los límites constituye un parámetro útil para la evaluación
del funcionamiento familiar.
Cuando los límites son difusos, los roles, las jerarquías, y las funciones
de cada miembros se entremezclan o intercambian. Así, un hijo pequeño
puede volverse el sostén emocional de una madre inmadura emocionalmente
(cuando debería ser al revés). O un hijo se ocupa como si fuera el padre de su
hermano. O los abuelos ocupan el lugar que deberían ocupar los padres, a
cualquier nivel: afectivo, económico, etc.
Cuando hablamos de jerarquía nos referimos a la diferenciación de roles
de padres e hijos y de fronteras entre generaciones. En una familia sana, las
jerarquías son claras, y los límites o fronteras son francos y saludables,
permitiendo un intercambio funcional entre sus miembros.
Cuando las fronteras se vuelven rígidas hacia el afuera, el intercambio
del sistema familiar con otras áreas dela vida extra familiar mengua
notablemente. Sus miembros no están habilitados o no se les permite
interactuar demasiado con otros, que son vistos como peligrosos por no ser
del sistema familiar. Así nos encontramos con situaciones de
sobreprotección, de sobre-involucramiento, de sobre-exigencias sobre sus
miembros, con poca posibilidad de intercambio franco con otros sistemas que
nutren a nivel emocional, social, intelectual, espiritual, etc. Por ejemplo,
cuando a los hijos o a alguno de los cónyuges no se les permite asistir a
fiestas, encuentros, salidas, clubes, asistencia psicológica o escolar, etc.
Claramente no nos referimos a la protección atenta y sana que un padre debe
tener para con los hijos, poniendo límites a situaciones de riesgo, sino a un
sobre-involucramiento en la vida de los hijos (o pareja) donde se reduce al
mínimo el intercambio con otros ámbitos.
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Cuando las fronteras son rígidas hacia el interior del sistema familiar,
hay poca comunicación y contacto afectivo entre sus miembros. Se posee
poca información acerca de lo que le sucede al otro, su estado emocional, su
vida actual, cambios, sufrimientos, necesidades, etc., favoreciendo el sentido
de individuación de un modo exagerado y en detrimento del sentido de
pertenencia grupal y afectiva.
En el otro extremo tenemos las fronteras lábiles, difusas, casi
desdibujadas. Cuando esto sucede hacia el exterior, la vida familiar se ve
invadida. Así se deteriora la intimidad familiar porque por ejemplo, las
actividades pastorales, eclesiales, profesionales, laborales, políticas,
deportivas, artísticas, etc. de sus miembros permea de forma sistemática la
cotidianeidad de la familia, no pudiendo ésta generar y sostener espacios de
intimidad, privacía, tiempo para conversar en quietud, etc. Podríamos pensar
también en fronteras difusas cuando la televisión está permanentemente
encendida, o cuando sentados en la mesa para compartir el momento de la
comida o merienda, está el celular captando nuestra atención. Así, son
distintas formas en que el afuera, se aprovecha de una frontera desdibujada, e
invade lo que podría ser un buen momento de comunicación familiar para sus
miembros.
Cuando las fronteras son difusas ya no hacia el afuera, sino hacia la vida
intrafamiliar, las personas se invaden entre sí permanentemente. No hay
conciencia –o si la hay, se le resta importancia y no se la respeta- de la
individualidad de cada uno. Así por ejemplo, podemos asistir a situaciones
como: tomar decisiones por el otro (y me refiero a otro con capacidad de
decidir, no a un niño ni a alguien con dificultades cognitivas), leer correos
ajenos, contar los problemas personales a un miembro de menor edad
cronológica y emocional para que ayude a resolverlos, homogeneizar las
diferencias, dar a conocer información que se ha pedido que se mantenga en
reserva, tender a tener que pensar todos de la misma forma, etc.
Con fronteras difusas, es sencillo que aparezcan las coaliciones: dos
miembros de un sistema, en general de jerarquías diferentes, se unen en
contra de un tercero. Por ejemplo, un padre prohíbe algo a un hijo, y el otro
progenitor, secretamente, le da permiso para hacerlo.
El lector ya se dará cuenta que las fronteras rígidas hacia el afuera
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tienden a complementarse con fronteras difusas hacia el adentro y viceversa.
Las fronteras sanas son aquellas que permiten a sus miembros crecer y
dialogar en familia, mientras la claridad de los roles de cada uno es
mantenida de forma funcional; y a la vez se le facilita la interacción con otros
sistemas extra familiares que lo nutren a distintos niveles para su crecimiento
y desarrollo integral.
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El Divorcio
Si el plan de Dios para el hombre incluye a la familia, entonces el
divorcio es un intruso.
Como seres humanos pecadores, nadie está exento de la posibilidad
de fracasar en una relación conyugal, por eso y por todo lo que Jesús nos
enseña, tenemos que posicionarnos frente a las personas en crisis, en proceso
de divorcio o ya divorciadas en una actitud de amor, solidaridad, asistencia y
aprecio. El enjuiciar sólo agrega dolor a una situación de por sí ya muy
dolorosa. Cualquier divorcio es difícil y angustiante para los dos miembros
de la pareja. No importa quién lo pida y por qué lo haga.
Aún para la persona que lo pide como liberación porque ha sido víctima
de violencia física o emocional, es un proceso que deja huellas profundas. Y
somos llamados a asistir al dolido.
La Palabra de Dios es clara en cuanto a su voluntad en relación con la
indisolubilidad del matrimonio, como leemos en Marcos 10.9-12; Mt 19.5-6.
Por supuesto, entendemos estas palabras de Jesús como un principio,
como un deber moral que no deber ser roto, pero que, lamentablemente,
puede serlo. Como creyentes entendemos que la indisolubilidad del
matrimonio es la declaración de la voluntad de Dios, es el ideal (alcanzable)
de lo que Dios quiere de la pareja.
Ahora bien, hombres y mujeres somos seres caídos. El pecado hace que
la unión matrimonial nunca sea perfecta. Muchos entonces fracasan en
sostener sanamente esta unión conyugal.
Vamos a la fuente en Mt 19.9: Jesús permite el divorcio en caso de
adulterio. Jesús señala la realidad del divorcio como resultado de la
infidelidad. Tan íntima e importante es la relación sexual, tal huella física y
Neuroteología
La Neuroteología busca explicar lo procesos espirituales que están
implicados en las redes neuronales en el cerebro y en el cuerpo todo.
Asimismo, comprender qué neuronas y zonas del cerebro y del cuerpo son
afectadas en personas religiosas que tienen prácticas espirituales.
La Neuroteología, es también llamada bioteología o neurociencia
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espiritual . Según el punto de vista sea naturalista, médico o con un enfoque
religioso- espiritual.
La Neuroteología se define como la búsqueda en el cerebro de los
fundamentos de la fe y de la actitud religiosa. Ambos elementos son
subjetivos pero con un correlato físico en el sujeto, en especial en los lóbulos
frontal y parietal que son su objeto de estudio por haber demostrado mayor