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Cuadernillo Didáctico Primaria
Cuadernillo Didáctico Primaria
¿Cómo lo haremos?
Metodología de trabajo
Orientaciones didácticas para el profesorado
Índice de cuentos
Desde el ámbito escolar y desde el currículum se debe poder facilitar a niños y niñas
cómo analizar los conflictos del mundo actual a partir del conocimiento de la
interdependencia del mundo en el que vivimos. El concepto legal de “ciudada-
nía” actualmente resulta claramente restrictivo e insuficiente para hace frente a las
exigencias cívicas y sociales que caracterizan el orden social vigente; el fenómeno
de la globalización, la paridad de género, la progresiva multiculturalidad, la crisis del
Estado del Bienestar, las desigualdades Norte Sur, etc.
La educación para una ciudadanía global recoge todos los elementos de la educa-
ción en valores y todos aquellos contenidos que promueven unos niveles cognitivos,
emocionales y éticos de la educación integrados en lo que se ha dado en llamar una
educación integral.
La educación para una ciudadanía global puede ayudar a que se consiga este obje-
tivo. Es un reto para la educación del futuro y para los educadores y las educadoras
de hoy.
Y esto es, precisamente, lo que deseamos con este material didáctico, dar las herra-
mientas necesarias para que nuestros niños y niñas transformen esta sociedad en
una más justa, sostenible y solidaria.
● Relaciones de poder irracionales, que están en la estructura social para mantener el des-
equilibrio entre hombres y mujeres.
● Análisis de los factores sociales y culturales que están afectando a los cambios climáticos
conocidos en la actualidad.
● Relaciones entre consumo y deterioro del medio ambiente.
● Alternativas existentes para la sostenibilidad del medio ambiente
DIVERSIDAD CULTURAL
Para desarrollar ese concepto de ciudadanía global planteamos un trabajo que inci-
da en un mayor conocimiento de las culturas y sociedades que conforman nuestro
planeta, equilibrando aquellas más cercanas, con otras más desconocidas y lejanas.
Este factor de lejanía no evita que podamos observar todos los elementos que nos
unen, ya que en un mundo globalizado e interdependiente, las relaciones son inevi-
tables.
Como uno de los aspectos más cercanos a nuestra realidad cotidiana queremos
incidir también en el fenómeno de las migraciones, aportando una visión positiva e
histórica. Esto implica hablar de nuestra sociedad como receptora de personas in-
migrantes, pero en la que también en el pasado tuvimos que emigrar a otras tierras
buscando unas mejores oportunidades de vida.
En nuestro país las leyes y normas penalizan la discriminación por razón de sexo
pero todavía es necesario trabajar por un cambio profundo en nuestros valores e
ideas que permiten que se mantengan las desigualdades.
Si esto ocurre en nuestro país, no es difícil imaginarse que todavía en 23 países del
(3)
mundo existen leyes que discriminan específicamente a las mujeres .
Desde la educación podemos hacer mucho para promover una igualdad de género
(4)
real, visibilizando las razones por las que la pobreza tiene rostro de mujer :
· Mujer y pobreza: el 70% de las personas que viven en la pobreza son mujeres:
es lo que llamamos la feminización de la pobreza.
En este bloque temático partimos del concepto de sostenibilidad ambiental para de-
sarrollar prácticas justas con el medio ambiente. La sostenibilidad ambiental la po-
demos definir como:
· Vivir conforme a la capacidad que tiene el Medio Ambiente para asumir nuestras
actividades y nuestro consumo.
· No consumir más de lo que la Tierra puede asumir.
· Vivir en armonía con el medio ambiente.
REDUCIR: reducir nuestro consumo (agua, luz, objetos) implica utilizar menos recur-
sos naturales limitados y no sobreexplotar el planeta. Implica plantearnos la necesi-
dad de cada acto de consumo.
RECHAZAR: hay algunos objetos que debemos rechazar desde el primer momento
por sus consecuencias negativas, como el papel no reciclado, los objetos muy plas-
tificados, pinturas tóxicas, etc.
REPARAR: todo lo que podamos reparar mejor será, puesto que nos evitará comprar
nuevos productos, cuando aún se pueden aprovechar los que tenemos.
RECICLAR: debe ser la última solución ante un residuo, antes de reciclar debemos
procurar reutilizarlo, repararlo, etc.
De esta forma los principios a los que hacemos mención son el aprendizaje cons-
tructivista, el ludoaprendizaje, el trabajo colaborativo, la perspectiva globalizadora,
aprendizaje significativo y el lenguaje oral como medio para aprender.
Por otro lado el ludoaprendizaje permite que el juego tenga un claro sentido educa-
tivo, dirigiendo los juegos planteados hacia la consecución de los objetivos que se
pretenden en la unidad. El ofrecimiento de esta metodología de trabajo en edades
tempranas es claro, pues lo lúdico adquiere categoría de educación, sobre todo si to-
mamos los juegos figurados, o aquellos que simulan situaciones reales y le permiten
a las chicas y chicos experimentar situaciones reales en entornos muy controlados.
Por último la narración, que es escogida para este proceso educativo pues el lengua-
je verbal se encuentra en la base de todo aprendizaje. Las primeras transmisiones
de conocimiento en la infancia se hacen por medio del lenguaje verbal y no verbal,
siendo también la principal herramienta de las familias, en todo el mundo, para for-
mar a sus hijos e hijas.
La gente, muy asustada, corrió las cortinas o cerró sus ventanas. Al poco rato, siguie-
ron con sus preparativos de la cena de Navidad. Nadie se atrevió a llamar a la policía.
Los asaltantes se marcharon tan tranquilos y con grandes risotadas.
La carne, roja de vergüenza y enfado, hizo sus maletas para Argentina y las bana-
nas para Guatemala, Colombia y Nicaragua. El maíz y las patatas se repartieron por
todos los países de Latinoamérica, donde habían nacido sus tatarabuelos. Naranjas,
limones y mandarinas se fueron a Extremo Oriente, de donde los habían traído los
árabes hace siglos. Los eucaliptos regresaron a Australia y los cipreses a Persia;
los tomates a Perú, las berenjenas a la India, los pimientos a Guayana y el maíz a
México. El arroz, la alubia, el melocotonero, el tabaco... regresaron para siempre a
sus lugares de origen... Y así, poco a poco, cada cosa se marchó a su país de naci-
miento. La tienda se iba quedando casi vacía...
La gente del barrio volvió a asomarse a sus ventanas al sentir tanto movimiento en
la calle de aquellos extranjeros que se marchaban tan enfadados. Se reían de ellos y
se encogían de hombros diciendo: “¡Bueno, que se vayan!... Aquí tenemos de sobra
y nuestras fábricas producen de todo”...
Dispuestas a no quedarse sin la cena navideña, muchas familias cogieron sus co-
ches para ir a algún restaurante que quedase abierto, pero... ¡no había gasolina en
sus depósitos ni en las estaciones de servicio!... El petróleo se fue a Venezuela, a
Irak y al Golfo Pérsico. Además, los coches habían quedado hechos una birria: el
caucho de las ruedas también se había ido a su país y las carrocerías parecían de
chicle, pues el aluminio, el hierro, el plástico, etc. ya no estaban tampoco.
¡Vaya Navidad!... Casi desesperados, con mucha hambre y aburridos, unos conecta-
ron el ordenador para pasar el tiempo con un video-juego; otros marcaron mensajes
en sus teléfonos móviles. Pero tampoco pudieron hacerlo: nadie sabía que tales
mecanismos funcionan con un mineral llamado coltán, que fue el primero en irse al
Congo, de donde lo habían traído recientemente. Además, estos utensilios tan mo-
dernos ya habían reservado billete para Japón, Taiwán y Tailandia.
Y colorín colorado, ¡ qué bien que las cosas y las personas de distintos lugares del
mundo se hayan mezclado !
Cerca de mi colegio también hay carreteras, aunque son de tierra, y cuando llueve
parece que vivimos en un pueblo de barro. Barro por aquí y barro por allá. Hasta el
suelo de las clases se llena de barro.
En este colegio-hogar hay niños y niñas de muchas partes de la selva, por lo que
se habla muchos idiomas. El mío es el Ashaninca y también hablo perfectamente el
español.
Yo, junto a 200 niños y niñas, vivimos en una casita pegada al colegio. Nos cuidan
las profesoras, y nos tratan muy bien. ¡Ellas saben que echamos mucho de menos
a nuestras familias!. Yo no tengo padres, pero tengo unos abuelos que me quieren
mucho. ¡Qué pena que donde viven ellos no haya escuelas para mí!.
¿Qué cómo vestimos en mi colegio? ¿Os acordáis que aquí se hablaban muchos
idiomas porque somos de distinta parte de la selva? Pues igual pasa con la ropa
que llevamos. Nuestro colegio está muy chulo porque nuestra directora quiere que
sigamos vistiendo como lo hacíamos en nuestras aldeas. Yo visto con una túnica
naranja adornada con cáscaras de caracol. En la selva hay unos polvos que sirven
para teñir la ropa. Y los caparazones de caracol me los cosió mi abuela antes de
venirme a vivir a la escuela-hogar porque aunque esté lejos de ella le gusta verme
bien guapa.
¿Os he contado que estoy muy contenta en mi colegio? Ahora tengo muchos ami-
gos y amigas. Pero aún me pongo triste cuando me acuerdo de mis primeros días
aquí. Yo no conocía a nadie. Me costaba mucho hacer amistades nuevas. Además,
cuando salía al recreo había niños y niñas que hablaban otros idiomas y vestían muy
diferente a mí y en ocasiones me sentía un poco extraña. No entendía porqué me
miraban de una forma tan rara.
Todo eso cambió el día que, durante un recreo, una niña de 11 años me preguntó si
podía hacer un cuento para ella. Un cuento… ¿yo? Pero si yo no soy cuentista - le
dije-, y ella se rió a carcajadas. Ya lo sé, me dijo aquella niña de pelo negro. El cuento
es para publicarlo en la revista del colegio, y se llamará “La magia verde”.
Me sorprendió mucho que aquella niña de 11 años supiera tantas cosas sobre el lu-
gar donde había nacido yo. Y era así porque ella también, de pequeñita, había vivido
allí. Era también ¡ashaninca! ¡No sabéis la alegría que me dió!
Fue entonces fue cuando acepté su propuesta para escribir un cuento sobre el lugar
donde las dos habíamos nacido, un lugar con magia verde. Sería una buena opor-
tunidad para dar a conocer nuestra cultura ashaninca a los demás niños y niñas del
colegio. Además, me iba a servir para no sentirme tan sola, y no olvidar que siempre
tenía un lugar donde regresar junto a mi abuelo y mi abuela.
Por suerte, las vacaciones de Navidad llegaron pronto, y con ella la hora de volver a
casa a descansar del colegio. Pero no todos los niños y niñas tenían un lugar donde
pasar las vacaciones, y debían quedarse en el colegio. Esto es lo que a mi nueva
amiga le pasaba, ella no tenía familia a la que visitar, así que decidí contárselo a mis
abuelos y ellos accedieron encantados a que me acompañara durante estas fiestas.
Además, podríamos aprovechar para que mi abuela nos contara viejas historias so-
bre plantas que ayudaban a curar enfermedades, sobre las propiedades de la tierra
para hacer pinturas, sobre piedras y ríos mágicos…un millón de historias que nos
servirían para terminar un bonito cuento.
Ah, por cierto, no os olvidéis pegar mi sello en el mapa, porque será la forma de se-
guir recordando a los ashaninkas y a vuestra nueva amiga Tatiana.
A la madre de Manuela, que se repitiera la misma historia todas las mañanas y sobre
todo esa desgana que tenía su hija para estudiar, le estaba empezando a preocupar.
Un buen día, a la vuelta del colegio, Manuela se encontró colgada en el salón una
bandera con una franja verde y otra roja con una inmensa rueda de carro en el
centro. Manuela que era muy curiosa corrió a buscar a su madre para preguntarle
por aquella bandera, pero rápidamente su madre, la descolgó tranquilamente de la
pared, la dobló y la guardó sin darle más explicaciones. Al día siguiente, la madre de
Manuela, volvió a colocar la bandera un poco antes de que su hija regresara del cole
y cuando ésta entró por la puerta volvió a correr detrás de su madre para preguntarle
qué significaba aquella bandera. Pero su madre, una vez más sin decirle nada a la
niña, la descolgó, la dobló con esmero y la guardó.
Durante varios días se estuvo repitiendo esta situación, y la madre nunca le daba
explicaciones a Manuela, hasta que un día la niña no pudo más con su curiosidad y
empezó a buscar en todos los libros de la casa alguna foto o dibujo de esa curiosa
bandera.
Día tras día fue rebuscando en los libros, leyendo y encontrando diferentes historias
que cada vez le entusiasmaban más, hasta que un día: ¡por fin! ¡por fin! ¡la encontré!
¡la encontré! ¡Yuuuupi!
Manuela había encontrado en un libro muy bonito un dibujo con la bandera que su
madre había estado colgando todos los días en la pared del salón. La madre al es-
cuchar esos gritos de alegría se imaginó lo ocurrido y la observó sin que ella se diera
cuenta. Manuela parecía muy interesada mientras leía en un libro una pequeña his-
toria que había junto al dibujo de la bandera con la Rueda de carro en el centro…
“Érase una vez un gran pueblo llamado Rom, donde las personas calés (gitanas)
hablaban el caló (lengua propia). Algunos dicen que nacieron en Egipto, otros que
vienen de Pakistán e India. Pero la verdad es un misterio, sobre todo porque la cultu-
ra gitana ha sido siempre ágrafa, que quiere decir que no ha conservado por escrito
sus tradiciones.
Manuela estaba comprendiendo que el carro que aparecía en esa bandera, era el
mismo carro que utilizaban sus antepasados para viajar de un lado a otro. Un carro
que servía para buscarse la vida como vendedores ambulantes. Pero quería saber
más sobre su significado.
Y entre tantos libros, Manuela encontró también algunas cartas que su abuela le es-
cribió a su madre hace ya muchos años, antes de que naciera Manuela.
“Hija, he tenido que trabajar mucho para que fueras a la escuela. Siempre he
creído que mis 5 hijos debían aprender a leer y escribir. Pero no era fácil en
aquel tiempo, porque algunos familiares no estaban de acuerdo con que estu-
diáramos. Pero yo les respondía que mis hijas tenían que estudiar, para que
algún día, fueran personas que pudieran ayudar a su pueblo, a la comunidad
gitana”
A Manuela le sorprendió mucho que hubiera personas que no quisieran que las niñas
gitanas fueran al colegio, y que hasta hacía muy poquito tiempo las mujeres se casa-
ban y tenían hijos mucho más jóvenes que ahora. Y por eso, aún hoy, solo 2 de cada
100 personas gitanas como la madre de Manuela tenían carrera universitaria.
Ahora Manuela entendía porqué su madre ponía tanto empeño en levantarla cada
día para ir al colegio.
Desde aquel día, Manuela se levantó con alegría cada día para ir al colegio y estu-
diar, bueno, de vez en cuando para hacer reír a su madre se hacía la remolona y se
volvía a la cama para hacerse de nuevo la dormida. Pero lo importante es que había
comprendido muchas cosas a través de una aparentemente simple rueda de carro.
Y colorían colorado ¡el pueblo gitano a muchos lugares del mundo con su carro ha llegado!
El otro día llegó a mi colegio un chico del Sáhara, que se llama Abdel y que ha venido
a estudiar. Se está quedando con una familia canaria que le ha acogido en su casa.
Abdel nos estuvo contando cómo es su vida en el Sáhara, y es muy diferente a la
nuestra aquí. Me quedé muy sorprendido de todo lo que nos contó y no pude dejar
de pensar en ello todo el día.
“En aquella época, hace no demasiados años, aquí en Canarias pasábamos muchas
necesidades. Las tiendas tenían muy poquitas cosas y encima cada familia teníamos
un librito en el que marcaban lo que podíamos comprar, para repartirlas entre todos
sus habitantes. En casa no había suficiente comida para todos los hermanos y herma-
nas, y como yo era el mayor, en cuanto cumplí los 16 años me fui al Sáhara a trabajar.
Mientras trabajé allí conocí a muchas personas saharahuis, que trabajaban conmi-
go. Tengo muchos amigos y amigas de aquella época, pero ya no viven en el lugar
en que yo viví. Cuando España se fue del Sáhara tuvieron que huir por la guerra, y
ahora viven en medio del desierto muy lejos de su país. Tu nuevo compañero Abdel
debe ser hijo o nieto de una de esas personas que tuvieron que dejar su casa.
Y así fue como mi abuelo me contó su historia. Yo no sabía que también en Canarias,
y en toda España, muchas personas habían tenido que ir a vivir a otro país, porque
aquí también había mucha pobreza. ¡Cómo ha cambiado todo en tan poquito tiempo!
Y colorín colorado, ¡ Conozcamos de donde vienen las personas que están a nuestro
lado!
Os sorprenderá verme así, aquí sentada, en esta silla de tantos colores como pega-
tinas. A mí no me importa porque estoy acostumbrada; a mi familia, a mis amigos y
amigas y al vecindario tampoco, porque siempre me han visto sobre estas dos rue-
das, pero a lo mejor a vosotros y a vosotras os llama la atención.
En casa nos repartimos las tareas domésticas. Un día a la semana nos sentamos
y decidimos qué le corresponde a cada miembro de la familia; si esa semana papá
cocina y plancha, mamá friega los platos y limpia la casa. Cada cual debe de hacer
su propia cama y ordenar su habitación.
Cuando hay que sacar a Lupi a la calle para que haga sus necesidades también nos
turnamos. Mamá a veces nos recuerda:
A mí me divierte sacar a Lupi. ¿Que cómo lo hago? Vivo en una casa con espacios
grandes y puertas anchas para que pueda pasar con la silla. También el ascensor
es amplio, las puertas se abren solas y alcanzo a todos los botones. Además es un
ascensor parlante. Dice:
— Primero, segundo, tercero…— para que las personas ciegas sepan cuándo llegan a
su piso.
Todas las casas deberían ser como la mía, y así las personas con discapacidad po-
drían hacer todo lo que yo hago y depender un poco menos de los demás.
Cuando iba a colgar en el tendal los calzoncillos de papá, se le cayeron de las manos
y fueron a parar sobre la cabeza de una señora que acababa de salir de la peluque-
ría. Papá se puso rojo como un tomate y a Miguel le dio un ataque de risa. No podía
parar de reír. ¡Pobre papá! Tuvo que bajar a la calle y, avergonzado, pedir disculpas
a la señora. Tengo un hermano un poco patoso. Ayer, por ejemplo, tropezó con la
aspiradora mientras mamá la pasaba por la alfombra del salón. No sé qué hizo, se
le enredaron los pies en el cable y ¡plof!, de un tirón arrancó el enchufe. ¡Casi se
electrocuta!
Pero en mi casa no todo es trabajo. Los domingos por la mañana me ducho tranquila-
mente y luego… Ya veo por vuestras caras que otra vez os preguntáis cómo lo hago.
¡Muy fácil! En la bañera tengo colocada una silla de plástico; después de levantarme
y hacer pipí, mamá me sienta en ella y me ducho sola. Al acabar, me visto y salgo con
toda la familia de paseo, incluida Lupi. Solemos ir a la plaza del pueblo, donde hay un
kiosko que vende unos chuches… ¡hum! ¡Qué ricas! A Miguel y a mí nos gustan mucho.
El primer día de clase, Pilar decidió que usarían todo el tiempo para darse a conocer
unas a otras. Ella les iba preguntando a cada una de sus alumnas las razones por las
cuales no sabían ni leer ni escribir. Y ellas le respondieron con este teatrillo improvi-
sado al que llamaron “La educación no se da a todos”:
“Señorita Pilar, para comenzar con nuestro teatro deberá hacer un viaje mágico con
nosotras a nuestra infancia e imaginarse que en vez de 35 años tenemos 6 ó 7 añi-
tos. Piense que estamos rodeadas de montañas llenas de chacritas (granjas), ani-
malitos, casitas de barro, lagunas, árboles por todos lados y un cielo tan azul como
nunca ha visto.
Y el teatro comenzó:
—Mira, Paulina, ya llegaron del pueblo los materiales para construir la escuela, por
fin vamos a aprender a leer y a contar —exclamaba emocionada una niña de unos 7
años llamada Paulina. Y después de varias jornadas de trabajo entre todos los veci-
nos la escuela quedó terminada y llegó el nuevo profesor.
¡Habitas para el profesor, choclito (mazorca tierna de maíz) para el profesor, con su
quesito más!.
—Ahora sí voy a ir a la escuela —se dijo Paulina determinada. —Voy a aprender, voy
a avisarle a mi mamá que quiero ir a la escuela.
Pero la mamá le devuelve una mirada triste y baja la cabeza, entonces interviene el
padre.
—Los dos no pueden irse a la escuela, alguien tiene que pastar las ovejas. Tu herma-
nito es varón así que él tiene que educarse, tú tarde o temprano te vas a casar, vas
a tener tus hijos, te vas a encargar de la casa, no necesitas aprender, pues, sería un
desperdicio; en cambio tu hermanito va a ser el hombre de la casa.
—No hija, ya te dije que no puedes, tienes que cuidar las ovejas.
—No, papá, mejor mándale a mi hermano para que cuide las ovejas.
—Pero hijita...
—Papá, yo quiero ir a la escuela, papá, ¡déjame ir, papá! Así no seré una niña burra!
De forma inesperada, la señorita Pilar interrumpió aquel teatro. Se había emociona-
do tanto al escuchar a esa niña suplicarle a su padre que la dejara ir a la escuela…
No podía entender cómo los del Ministerio de Educación no hicieron nada para que
los niños y niñas de aquel lugar asistieran a la escuela. Y las mujeres se acercaron a
Pilar y le dijeron que sus papás les ocultaban en sus casas para que nadie las viese.
Claro, ahora cuando sus padres visitan a sus hijas les pide perdón porque se arre-
pienten de no haberlas llevado a la escuela. Ellos pensaban que en el campo donde
vivían no hacía falta que una niña estudiase.
—Bueno hijita, sí vas a ir a la escuela, pero también tu hermanito tiene que ir.
—Está bien hijita, vamos a hablar con el profesor, así lo vamos a hacer, los dos van
a ir a la escuela.
Y fue así como la señorita Pilar se despidió de sus alumnas mayores, pensando
que aquel día ella misma había aprendido mucho más que ellas en su primer día de
clase!
¿Qué dónde está Tánger? Pues está en Marruecos, justo abajito de Andalucía. Si
vamos en barco solo se tarda una hora en llegar desde Cádiz.
Seguro que en vuestro colegio o en vuestro barrio también hay alguna persona ma-
rroquí y os puede decir dónde está situado en el mapa.
¿Os he dicho que estoy muy contento? Sí, pero que muy contento, porque tengo una
nueva hermanita. Se llama Aadab, que significa Esperanza. Bonito nombre, ¿ver-
dad? pues lo elegí yo.
Era una mujer embarazada, estaba tan gordita como antes lo estaba mi madre, se
había caído al suelo y se había puesto a gritar porque no la dejaban entrar en el
hospital.
Mi abuelo la cogió, y para tranquilizarla, le preguntó: ¿De dónde viene usted, seño-
ra? Del barrio Beni Makada - contestó ella- de la parte de los caminos de tierra y las
casas de adobe.
¿Qué les has contado? ¿Por qué se ha ido tan contenta? Pregunté a mi abuelo.
Y mi abuelo me explicó que había que luchar y tener esperanza en que las cosas
cambiasen. Y que debía prometerle que estudiaría mucho para que cuando fuese
mayor pudiera hacer algo para que todas las mujeres tengan un hospital al que ir
aunque no tengan dinero. Esa era la esperanza de mi abuelo, y ahora también sería
la mía.
Y así fue como elegimos el nombre de mi hermana Aadab, porque el día que ella
nació yo aprendí lo que significa esperanza.
La madre de Grace es una mujer muy alta, tan alta que puede coger las cosas que
están encima del mueble alto de la cocina, sin tener que usar una escalera. Una vez
Grace se enfadó y tiró al aíre uno de sus lápices, quedándose enganchado en la
rama del árbol que tiene en la puerta de casa. Grace lloraba diciendo:
- ¡¡No puedo cogerlo!!, ahora no puedo terminar las tareas del colegio. Mamáaaaa,
ayuuudameeee.
- No te preocupes hija – le dijo su madre – y con sólo levantar la mano pudo recoger
el enganchado lápiz de Grace.
El padre de Grace es también muy grande, tanto que puede coger los troncos de ma-
dera que se encuentran en lo más alto del pilón destinado a gastarse en la cocina.
Grace tiene muchas amigas y amigos, con los que va al colegio, y con los que juega
algunas tardes. Todos ellos ya saben lo que quieren hacer cuando sean mayores.
Jon quiere dedicarse a la venta de maíz, consiguiendo un puesto en el mercado
local; Arlinda espera encontrar un trabajo como telefonista en una gran ciudad; Do-
mingo dice que de mayor conducirá un camión por todo el país, llevando y trayendo
alimentos; Cadi quiere ser profesora, pues es ella quien le explica a Grace las cosas
del colegio cuando no las entiende; y Maimuna siempre ha querido ser carpintera,
fabricando muebles y sillas.
Sin embargo Grace aún no tiene claro qué va a hacer cuando sea mayor, pues las
ideas de sus amigos y amigas le parecen bien, pero a ella le gustaría ser diferente.
- Mamá – le decía con un sentimiento entre pena y duda - ¿qué puedo ser de mayor?
- Hija no te preocupes aún de eso – le decía su mamá con un sonrisa – serás lo que
quieras cuando lo tengas claro.
- Sí, porque yo quiero ser como tú, cuando sea mayor – dijo Grace con la esperanza
de encontrar en su madre una respuesta a la duda que le había surgido.
A la mañana siguiente, muy muy temprano la mamá de Grace la levantó para que
fuera a conocer dónde trabajaba. Tenían que levantarse tan temprano porque el sitio
a donde iban estaba muy lejos y en la ciudad de Grace muy pocas personas tienen
coche o moto. Así que se calzaron sus zapatos y se fueron andando, durante más
de una hora.
Por el camino Grace miraba con sus grandes ojos la cantidad de cosas llamativas
que iba viendo, feliz de acompañar a su madre al trabajo. Cogida de su mano, le
comentaba…
- Es un Baobad, como el que tenemos en casa pero con muchos más años.
- Y mira, mamá, todo ese campo está lleno de plantas, todas iguales – gritaba nue-
vamente Grace.
El camino fue muy entretenido, pues a Grace se le hizo muy corto. Cuando quiso
darse cuenta, su madre le indicó que ya habían llegado.
El sitio donde trabajaba su madre era grandísimo. En la entrada había una casa de
dos plantas de altura, hecha de madera y con un techo similar al de su casa. Detrás
de la casa había un gran terreno lleno de árboles, junto a otro que tenía trigo, y sabía
que era trigo por que lo habían visto en el camino y su madre se lo había explicado.
Al fondo, a lo lejos, muy lejos, había un objeto que parecía un cohete. Señalándolo
le preguntó a su madre.
Pero eso no es lo único que pudo ver en el trabajo de su madre. Había muchas otras
madres formando un círculo, parecía que estaban hablando entre ellas, y que tenían
un problema, sus caras eran de tristeza. Grace siguió a su madre que se acercó a
todas ellas, y escuchó lo que decían:
- Hoy tenemos que regar los mangos y el maíz – dijo una de aquellas mujeres – lleva
tres días sin llover y la tierra está muy seca.- Y continuaba diciendo – Las que nos
encargamos de la economía tenemos que ver dónde vamos a vender el mes que
viene cuando los frutos estén maduros.
- Mamá entonces ¿tu trabajo cual es? – le preguntó Grace a su madre con voz dudosa.
- Los números no son ninguna planta, son los cálculos que hacemos para saber si
estamos ganando dinero.
Grace miró fijamente a su madre, y lanzó una pregunta que aún hoy retumba en la
cabeza de la mamá de Grace.
- Y,.. mamá, ¿cómo conseguísteis el dinero para tener todas estas plantas? – La
mamá de Grace se sentó, de tal forma que pudiera ver los ojos de Grace muy de
cerca y comenzó explicarle.
- Un día decidí que nuestra familia necesitaba más comida para vivir, éramos muchos
- Mis amigas me contaron que a ellas les había pasado lo mismo y que no sabían
qué hacer. Entonces yo les propuse montar una cooperativa de trabajo – en ese mo-
mento Grace puso la cara más rara del mundo, pues no sabía qué era eso de una
cooperativa. Su madre le explicó.
- Algo parecido – le contestó su madre y continuó – Desde que formamos ese grupo
hasta ahora, las diez mujeres que trabajamos aquí somos dueñas de todo lo que has
visto en este terreno. Cuando llega el momento recogemos los frutos y los vendemos
en el mercado del pueblo.
Después de todo lo que le estuvo contando su madre, Grace jugó por todo el terreno
que era de su madre y sus amigas. Ayudó regar los mangos, a quitar los bichos del
maíz e incluso ayudó a hacer un agujero donde plantaron un gran árbol que dará
naranjas el año que viene.
Al día siguiente Grace fue al colegio muy contenta, había estado en el trabajo de su
madre, había conocido todos los árboles que tiene y había ayudado a la cooperativa
de sus amigas. Grace estaba tan contenta que gritó a todos sus amigos que ya sabía
lo que quería ser de mayor:
- ¡¡Cuando sea mayor quiero ser como mi madre!!, quiero ser agricultora, tener mi
propio campo y vender mis frutos en el mercado del pueblo. Así, cada vez habrá más
mujeres que trabajemos y seamos dueñas de nuestros campos. Y con el dinero que
ganemos podremos construir escuelas y hospitales más cerca de nuestras casas.
¡Eso quiero ser de mayor!
Como Nime es una criatura del bosque, tiene la cualidad de convertirse en cualquier
cosa y viajar por cualquier parte del mundo. Un día se convirtió en agua y viajó desde
el nacimiento del río hasta el mar, donde conoció a montones de peces e insectos
que viven a su alrededor. A veces se convierte en viento, y puede ver desde el cielo
las montañas y los bosques que hay en países muy distintos del mundo.
La verdad es que a Nime le encanta pasar mucho tiempo en el bosque del Amazo-
nas, es la tierra en la que nació y en la que pasa la mayor parte del tiempo. Aunque
es muy mayor, Nime parece aún muy pequeño, si alguna vez vas por un bosque mira
bien porque puedes encontrártelo. Tiene los ojos grandes y del color del cielo, el pelo
como si tuviera una montaña de carbón, mide menos de medio metro, sus manos
son grandes y fuertes y sus orejas son puntiagudas.
Nime lleva tantos años viajando por el mundo que conoce a muchísimos animales,
plantas, insectos, ríos y demás seres de la naturaleza. Tantos amigos y amigas tiene
que para visitarlos tiene que viajar por todas las partes del mundo, estando mucho
tiempo fuera de casa.
Un día, después de estar fuera mucho tiempo, intentó volver a casa, pero se perdió
en el camino de vuelta porque no encontraba el gran árbol en el que vivía. Su casa
estaba cerca de un enorme río, pero ahora sólo veía un pequeño riachuelo que tenía
muy poca agua y con un tono verde sucio. Ese no era el río de Nime.
Su árbol estaba rodeado por cientos y cientos de otros árboles, algunos más gran-
des que el suyo, pero ahora sólo encontraba un bosque con y uno o dos pequeños
arbustos. Ese no era el bosque donde estaba su casa.
En el lugar donde vivía, el aire olía a flores y madera fresca, sin embargo ahora cuan-
do respira nota un intenso olor a quemado. Ya era seguro, o ese no era su bosque o
había cambiado tanto que se encontraba desorientado y perdido.
Ya no sabía qué hacer, por mucho que buscaba no encontraba la secuoya gigante en
la que tenía alojada su casa. Tenía que encontrarla y no podía dejar de buscar. En la
continua búsqueda descubrió que no solo habían desaparecido los árboles y los ríos,
sino que también hacía muchísimo calor, y no era normal en esa época del año. Algo
estaba pasando y Nime tenía que descubrirlo.
Como no tenía nada que perder, cogió sus cosas y comenzó a viajar por todo el mundo,
pero esta vez visitaría no solo los bosques y los ríos sino las ciudades y los pueblos.
En las primeras ciudades que visitó, desde el aire, convertido en viento, pudo ver que
Pero esto no es lo único que vio, ojeó cómo la gente dejaba las luces encendidas
de sus casas cuando nadie estaba en ellas, dejaba abierta la puerta del frigorífico
y ponía el aire acondicionado cuando no lo necesitaban; y pudo observar como las
centrales de electricidad emitían más y más humo.
También oteó en el horizonte cómo entraba y salía mucha agua de las ciudades, pero
ésta no entraba muy limpia y salía muy sucia, llena de detergentes, aceites y suciedad.
Continuó viajando y pudo ver muchas más cosas, pero tuvo un percance, un fuerte
viento le atacó.
Las nubes llenas de agua no le permitían ver nada. El viento lo manejaba como si
fuera una marioneta. Comenzó a dar vueltas y vueltas en el aire.
Ya no sabía dónde estaba. Pensó que iba a morir. Y cuando había perdido toda es-
peranza, el viento se calmó.
Pudo pararse a pensar qué es lo que había sucedido y descubrió que un huracán
le había atrapado, estaba muy cansado y necesitaba dormir un poco. Vio a lo lejos
una pequeña ventana con una diminuta cama a su lado. Sin pensárselo dos veces
se echó y cerró los ojos pensando que todo lo que había visto no era normal, parecía
como si las personas quisieran cambiar el clima.
- Sí, he visto cómo lanzáis humo al cielo, cómo guardáis más cosas de las que necesitáis,
cómo echáis agua sucia a los ríos,... ¡Eso no es habitual en los habitantes de los bos-
ques!. ¿Por qué lo hacéis? ¿no sabéis que hay otras formas de vivir sin perjudicar tanto?
La niña comenzó a escucharlo con detenimiento, Nime estaba contándole cosas que
Pasaron los años y la niña se hizo mayor. Comenzó a poner en marcha las cosas que
Nime le había dicho que ayudarían a solucionar el problema del clima:
Cuando tenía que ir a alguna parte procuraba hacerlo andando o en bici, para no
tener que usar vehículos que usen gasolina.
Cada año, se juntaba con un grupo de personas para plantar árboles en los bosques
cercanos a su ciudad.
En el día a día procuraba gastar menos electricidad, encendía la luz sólo cuando la
necesitaba, usaba bombillas de bajo consumo y cuando quería jugar no encendía la
videoconsola, se iba al parque con sus amigos y amigas.
Aunque ya hacía varios años que Nime había emprendido su viaje en busca de su
hogar, la niña continuaba cuidando del clima e intentaba que también lo hicieran to-
dos sus amigos y amigas. En pocos años, la niña fue implicando a más y más gente
en la tarea que Nime le había encomendado y que era conseguir entre todas y todos
devolver el clima a la normalidad.
Y ocurrió, algunos años después de que Nime conociera a aquella niña preciosa y mu-
chos años después de haber comenzado la búsqueda de su casa, que una mañana
Nime reconociera la copa del árbol donde un día tuvo su casa. Se acercó rápidamen-
te y descubrió que efectivamente su casa nunca había desaparecido, simplemente el
clima había recuperado la normalidad, el río había recuperado su frescura, los árboles
habían vuelto a crecer y el aire volvía a oler a flores y madera fresca. Nime en ese mo-
mento se acordó de su amiga, la que había hecho posible que él volviera a tener su casa.
Había estanterías por todos lados llenas de cosas: comida, juguetes, herramientas,
ropa… Parecía que las cosas no se acababan nunca, están allí para que la gente las
compre y se las lleve, pero las estanterías nunca se vacían. Además, había gente
que cuando llegaba a la caja para pagar se daba cuenta que muchas cosas de las
que llevaba en el carro no las necesitaba. No lo entiendo, era como si el carrito de la
compra estuviese vivo y fuera él mismo el que escogía los productos. A veces veía el
carrito desplazarse para una estantería, y a su dueño tirando para el otro lado. Pero
al final siempre vencía el carro, porque acababa lleno de cosas hasta arriba.
- ¿Por qué no quieres las otras manzanas que tienen mejor pinta, papá? – Le pre-
gunté. Además, justo en cada bandeja había 6 manzanas, el mismo número que él
había cogido.
- ¿Te has fijado en cómo están envueltas esas manzanas? Yo quiero las manzanas,
no el plástico que las envuelve – me dijo Papá.
- ¿Y por qué no quieres el plástico? Entonces, mi Papá, me mostró todas las cosas
que había allí cerca de plástico: carteles, botes, bandejas. ¡Muchas cosas! Y me
dijo:
- Mira, todas las cosas de plástico se hacen con petróleo y mucha agua. El petróleo
es como un aceite negro que sirve para muchas cosas. Por ejemplo, con él se hace
la gasolina de los coches y los aviones. También cuando se quema se consigue la
energía que hace que se enciendan las luces en casa. El problema del petróleo es
que cuando se utiliza contamina mucho al planeta, lanzando mucho humo al aire.
Además, como sólo hay petróleo en unos pocos sitios, muchas veces las personas
- Pues fíjate, hija, cuanto menos plástico utilicemos, menos manchamos el planeta,
gastamos menos agua y evitamos que mucha gente tenga que dejar sus casas.
Mis primos y yo nos quedamos boquiabiertos, pero desde ese día, intentamos hacer
lo que nos dijo mi padre, no comprar cosas envueltas en mucho plástico, e intentar
hacer una lista de la compra antes de ir a la tienda, para que seamos nosotros los
que decidamos qué queremos comprar y no sea el carrito el que tire de nosotros.
Sus padres, sus tíos y sus abuelos, le regalan muchos juguetes en Navidad, en su
cumpleaños, en las vacaciones de verano y en muchas otras ocasiones.
Como saben de su afición, siempre se encuentra entre los regalos algunos balones
muy caros de reglamento, raquetas de tenis, y muchas cosas más. A veces tiene
tantos juguetes que no caben ni en su habitación.
Una tarde, mientras jugaba al fútbol con sus amigos y amigas en un parque que hay
cerca de su casa, empeñaron el balón en la copa del árbol más alto que había por
allí. Estaban decidiendo a qué podrían jugar, y su amiga María tuvo una idea, cons-
truir un juego nuevo.
Al principio, sus amigos se rieron, pero como no había forma de recuperar el balón
empeñado decidieron intentar lo que les había propuesto María. Pero ¿qué podrían
construir?.
A Daniel se le ocurrió que se podrían dividir de dos en dos y quedar en el centro del
parque una hora después. Cada pareja debía conseguir materiales con los que cons-
truir algo, y después decidirían a qué jugar. Y así lo hicieron, comenzaron a recoger
cosas por todo el parque, botellas de plástico de agua, papel de periódico, piedras
pequeñas, bolsas de plástico, ¡habían encontrado hasta un par de botes de suavi-
zante! A Daniel y María les bastó con media hora, porque había tanta basura tirada
por el suelo que no podían recoger más cosas.
Cuando se encontraron en el centro del parque, tal y como habían quedado, cada
pareja soltó todo lo que había recogido, y empezaron a surgir una idea tras otra.
También construyeron una red, uniendo una bolsa con otra y enganchando las últi-
mas entre dos árboles.
Se lo había pasado tan bien aquella tarde jugando con María y sus amigos… Ade-
más, sabía que algún otro niño lo encontraría y jugaría. Ellos ya no necesitaban
juguetes caros para pasárselo bien.
Yo fui con ella, y empezó a sacar ropa y ponerla en una bolsa, después sacó los za-
patos y los metió en otra. Separó los que estaban viejos y estropeados y los que se
me habían quedado pequeños.
- Por favor, mamá, ésos no los cojas que me encantan- Le dijo Angélica a su madre
- Por favor, por favor, aunque no me los pueda poner los quiero conservar, son mis
zapatos preferidos, por favor mamá.
Ella me explicó que había que reciclar para aprovechar de otra manera lo que ya no
nos sirve.
De muy mala gana cedí, claro, pero no olvidaba mis zapatos preferidos. Los echaba
mucho de menos, y cuando abría mi zapatero y su sitio estaba vacío me llenaba de
tristeza pensando que habría sido de mis preciosos zapatos.
Pasaron los meses y llegó el verano, y con él las ansiadas vacaciones. Mis padres
deseaban hacer un viaje solidario y este año como ya tengo 8 años, me llevan con
ellos. Me hacía mucha ilusión porque era la primera vez que iría en avión.
Fuimos a Angola, que está en África. Al principio todo me sorprendía, aquello era una
antigua colonia portuguesa, con recursos naturales (petróleo y diamantes) importan-
tes, pero la verdad es que la mayoría de las personas casi no tenían lo mínimo para
vivir.
En Angola hice muchos amigos y lo pasábamos muy bien. A lo que más nos gustaba
jugar era a “Gato come o rato” (el gato se come al ratón). Al principio no los entendía
pero sonreían siempre, y con sus grandes ojos, que también sonreían, nos entendía-
mos mejor que hablando.
- Ahí, Angélica, ahí están tus zapatos, los que tanto te gustaban.
Me sentí feliz al ver a tantos niños y niñas disfrutando de aquel regalo y aún recuerdo
cómo brillaban sus ojos.
Aquella noche soñé con mis zapatos, ellos me decían que eran felices al ver la ale-
gría que habían llevado a tantos niños, niñas y mayores de este poblado. Yo también
de que mis zapatos hubieran servido para dar alegría a los demás. Les pregunté
cómo había sido la trasformación y me contaron lo siguiente: Primero nos llevaron a
una fábrica y nos separaron por colores, luego nos trituraron en pedacitos pequeños,
con eso hicieron una pasta con la que llenaron unos moldes de zapatos y, cuando
nos sacaron de los moldes ya éramos zapatos nuevos, nos pusieron de dos en dos
dentro de las cajas, después colocaron las cajas en los camiones y así es como em-
pezó el viaje largo y pesado hasta que al fin llegamos aquí, a Angola.
De vuelta a casa, en el avión, conté a mamá el sueño que había tenido la noche an-
terior, y ella me abrazó y me dijo: ¡nunca olvidaremos este viaje, Angélica!
Adriana echa de menos las tardes y fines de semana que pasaba con Juan. Ella
siempre iba en monopatín, y él en bici.
Juan le ha invitado un par de veces a casa a jugar con sus nuevos amigos, pero él
sabe de sobra que Adriana no aceptará porque no le hace gracia pasar toda la tarde
encerrada.
Una mañana, justo antes de terminar el recreo, no pudo aguantarse más y se acercó
a Juan para decirle todo lo que pensaba: que porqué ya no quería ser su amiga, que
si ya no volvería a salir con ella en bici…Pero a Juan parecía darle igual, él se limitó
a estar callado todo el tiempo y a sonreírle.
¡Ya está bien! dijo enfadada Adriana, ¡ahora seré yo la que no quiera ser tu amiga!
Pero tampoco pareció que a su amigo le afectara demasiado perderla.
Después de varios días de no hablarse con Juan, Adriana había decidido dar su bra-
zo a torcer. Era su cumpleaños, y no se imaginaba la fiesta sin su amigo con el que
había compartido muchos cumpleaños. Y decidió enviarle la invitación por medio de
una amiga.
La fiesta comenzó, y ella echaba en falta a su amigo Juan, pero el caso es que su
amiga, a la que le dio la invitación para él, tampoco estaba allí. Decidió llamarla por
teléfono a su casa y la madre le dijo que llevaba desde el viernes enferma, y que por
eso no había asistido al cumpleaños, y que no había podido entregarle la invitación
a Juan. Y justo cuando terminó de hablar por teléfono, Juan estaba entrando por la
puerta del salón. ¡Estaba allí! ¡Su amigo había decidido ir a su fiesta y ni siquiera
había recibido la invitación!
Juan se quedó muy sorprendido cuando su amiga lo abrazó, pensó que nunca antes
se habían abrazado, simplemente sabían que podían contar el uno con el otro. Juan
se puso rojo como un tomate, pero más se sonrojó Adriana cuando su amigo le dio
su regalo de cumpleaños.
Era… ¡una bicicleta! Juan le había estado ocultando todo este tiempo a Adriana que
Además, Juan, que había conocido todo lo que significa una tienda de comercio jus-
to, le dijo a Adriana que durante el verano podrían ir allí y participar en los talleres de
cuentacuentos para conocer mejor de dónde vienen los productos que allí se venden
y conocer la situación de los países donde viven las personas que los fabrican. Y
después, podrían pasear juntos en bici y seguir siendo los mejores amigos, ¡como
siempre!
Y colorín colorado, ¡Juan y Adriana a la tienda de comercio justo en bici van volan-
do!
Yo no sabía que había lugares donde se plantan verduras y frutas tan cerca de la
ciudad, tan llena de coches y ruido.
En aquel huerto había una mujer, Teresa, que es la que planta las semillas, riega las
plantas y recoge la verdura y la fruta cuando ya está madura.
Teresa nos contó que ella lleva mucho tiempo viviendo allí y trabajando en su huerto.
Le da mucha pena que se construyan tantos edificios alrededor, encima de los huer-
tos de sus vecinos. Pero ella cree que en la ciudad también debe haber hueco para
los huertos y la agricultura.
Dice que si no un día nos vamos a olvidar de cómo crecen las cosas que nos come-
mos. Como unos niños y niñas que un día le dijeron que pensaban que los tomates
crecían en los supermercados. ¿Te lo puedes creer?.
Teresa cocina su propia verdura, la de temporada, que es la que crece en cada épo-
ca del año. Y la que le sobra la vende en el vecindario. A la gente le gusta comprarle
la verdura a Teresa porque así le ayudan a mantener su huerto verde entre tanto
edificio gris.
También porque está muy rica y sabe diferente a la que se compran muy empaque-
tadas en el supermercado.
Teresa recibía ofertas de algunas empresas que quieren comprarle su huerto para
construir un centro comercial y unas casas. Ella no quiere venderlo, y las vecinas y
vecinos tampoco, así que se han unido para defender el huerto. Teresa se enorgulle-
ce de poder contar con otras personas que creen como ella que sería muy triste que
en las ciudades solo hubiese edificios y carreteras, y que ya no puedan saborear más
sus exquisitas frutas y verduras.
Ahora, además de sembrar, recoger y vender lo que produce su huerto, Teresa re-
cibe a los niños y niñas de todos los colegios de alrededor para conocer de cerca
cómo funciona un huerto. Y a ella le encanta que la visiten todos los días y puedan
descubrir cómo los tomates no crecen en los supermercados.
Era un día especialmente caluroso y las tiendas estaban muy llenas. La gente entra-
ba y salía de los comercios con bolsas llenas de camisetas, pantalones, zapatos…
Las rebajas habían llegado a la ciudad y la gente se había vuelto como loca com-
prando cosas, sin pensar si les hacía falta.
De repente, vieron a un gato en la calle que les miraba fijamente. María avisó a su
hermano Pablo y le dijo: - ¿a que no eres capaz de coger a ese gato?-.
Sus padres, muy ocupados en las compras, no se dieron cuenta de que se habían
ido. María y Pablo persiguieron al gato hasta que el animal se metió en una pequeña
tienda en la cual no había nadie comprando.
Entraron en aquella tienda y vieron que estaba vacía. Sólo había unas gafas negras
con una inscripción que decía “las gafas de la verdad”.
Los niños cogieron las gafas y salieron corriendo de aquella tienda. Fueron directa-
mente a buscar a sus padres que estaban en un comercio de ropa.
Con las gafas puestas miró a su alrededor, justo a la estantería de las camisetas. De
repente se formó la imagen de un campo lleno de árboles que se había convertido
en un campo de algodón donde había gente muy triste trabajando.
Después, vio una fila de camiones que transportaban esas camisetas a la ciudad
donde ella vivía y que echaban un humo muy negro y maloliente que ennegrecía el
cielo. Esos camiones viajaban mucho porque venían de muy lejos.
María se quitó las gafas y le dijo a Pablo “he visto cosas horribles, no me gustan esas
gafas”.
Asustado, Pablo se quitó las gafas y le dijo a María “yo también he visto cosas que
no me han gustado nada”.
De repente, un viejecito con una sonrisa amable se acercó a ellos. En sus brazos
llevaba aquel gato que les había guiado a la tienda.
- No os asustéis- les dijo -Lo que habéis visto es de donde vienen las cosas que
compráis y a donde van a parar luego.
Los niños estaban muy sorprendidos. El viejecito les dijo: - ¿queréis ver un sitio don-
de no ocurre nada de esto? -
Callejeando, les llevó a una tienda que era muy diferente de las otras, todos los
muebles parecían que habían venido de muy diferentes sitios. Allí había un chico
agradable que vestido con un chándal, les sonrió.
En esta tienda no vendemos nada –les dijo Emilio-. Todas las cosas que veis aquí
son de gente que ya no las quiere. Por ejemplo, este pantalón se le quedó pequeño a
un chico que vino por aquí, este libro lo trajo una chica que se lo había leído muchas
veces y quería que alguien lo pudiera disfrutar igual que ella…
Así evitamos convertir en basura todas estas cosas que pueden servirle a otras per-
sonas. Además, cuando queremos algo, en vez de comprar uno nuevo podemos
utilizar aquellas cosas que otras personas ya no necesitan.
En este lugar podéis coger lo que necesitáis, sin tener que pagar por ello, y podéis
dejar todo aquello que ya no usáis.
Muy contentos, Pablo y María decidieron que iban a participar. Al día siguiente se
lo contaron a sus padres y llevaron la ropa que María y Pablo utilizaban de bebés y
Las gafas de la verdad quedaron en aquella tienda para siempre. ¡¡Qué fantástico
sería si existieran muchos sitios como aquel! Así todos podríamos evitar comprar
tantas cosas nuevas que no hacen falta, no hacer tanta basura que tanto molesta a
la naturaleza.
Otra ama de casa salió zumbando y regresó con un pedazo de carne que el extraño,
tras aceptarlo cortésmente, introdujo en el puchero. Cuando volvió a probar el caldo,
puso los ojos en blanco y dijo: ¡Ah, que sabroso!.
Una de las vecinas fue corriendo hasta su casa y volvió con una cesta llena de cebo-
llas y zanahorias. Después de introducir las verduras en el puchero, el extraño probó
nuevamente el guiso y, con voz alzada, gritó: ¡la sal! Aquí la tiene, le dijo la dueña de
la casa. A continuación dio orden: “Platos para todo el mundo”. La gente se apresuró
a ir a sus casas en busca de platos. Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas.
Y colorín colorado, ¡la sopa estaba riquísima porque todo el pueblo ha colaborado!
Cuento Popular
Cuéntame un cuento en el que comprenda que el ser tiene más valor que el
tener, y yo seré.
Cuéntame otro cuento y despertaré, asumiré poco a poco que el mundo tam-
bién forma parte de mí, y yo de él. “