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Módulo 1 Enseñar en El Nivel Secundario. Lazos y Prácticas.
Módulo 1 Enseñar en El Nivel Secundario. Lazos y Prácticas.
Lazos y
prácticas
MÓDULO 1
La responsabilidad de ser agentes del Estado
“La educación es una prioridad provincial y constituye una política de Estado para
construir una sociedad justa, reafirmar la soberanía e identidad nacional, profundizar el
ejercicio de la ciudadanía democrática y republicana, respetar los derechos humanos y las
libertades fundamentales y fortalecer el desarrollo económico-social sustentable de la
Provincia en la Nación”.
Introducción
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A partir de la obligación que asume el Estado de garantizar el derecho a la
educación secundaria de las y los jóvenes, las prácticas escolares y las formas de
hacer escuela propias de la modernidad requieren ser interpeladas, revisadas,
puestas en discusión. ¿La escuela concebida y preparada para pocos será capaz
de “alojar” a todas y todos? ¿Cuál es nuestra responsabilidad como docentes de la
escuela secundaria en la generación de condiciones de enseñanza que no dejen a
ninguna y ninguno “al desamparo”?
Objetivos
Contenidos
Abriendo el espacio...
Para iniciar esta propuesta, las y los invitamos a mirar una escena de la película
“Noi, el albino”, de director Dagur Kári, que describe la vida cotidiana de un joven
en un pueblo remoto de Islandia; dicho film forma parte del Archivo Fílmico
Pedagógico.
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Para ver entre todos y todas
Noi, el albino
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La educación secundaria en nuestro país se constituyó en sus inicios como espacio
profundamente excluyente de la mayoría de los sujetos que podrían haber
ingresado en ella, convirtiéndose en un nivel elitista al que accedían unos pocos.
Este carácter elitista estaba estrechamente ligado a los propósitos del nivel hacia
fines del siglo XIX que, como plantea Tedesco (1986), eran centralmente políticos:
formar a ese grupo selecto de población que luego accedería a los estudios
superiores en la universidad y llegaría, por medio de ella, a desempeñar funciones
de gobierno.
Así, sólo reservada a los hijos de la élite para formar a la futura clase dirigente, la
escuela secundaria distribuía un conjunto de saberes de carácter eminentemente
humanista y enciclopedista. Las materias de la escuela secundaria abarcaban las
Letras, las Humanidades, las “Ciencias Morales” (Filosofía; Historia y geografía
general, Historia de América y de la República Argentina; Historia sagrada,
antigua, griega y romana) y las Ciencias Exactas (Dussel, 1997). Años más tarde,
las concepciones modernas de las humanidades y las disciplinas científicas irían
ganando terreno, sin que las orientaciones prácticas o productivas lleguen a
alcanzar un lugar de importancia en los contenidos, consolidándose así el perfil de
la escolarización secundaria como “preparatorio” para los estudios universitarios.
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ejercicio de papeles políticos. Otros trabajos han enfatizado que, más allá de que
se tratara de una estrategia de la élite gobernante, la propuesta de reforma
Saavedra Lamas ponía en evidencia cuestiones curriculares que hacían que la
escuela media fuera fuertemente excluyente, más allá de su formal apertura a
todos. Esto explica porqué parte de los sectores medios también apoyaron
inicialmente la reforma aunque fuera una iniciativa de la élite (Dussel, 1997;
Puiggrós, 1993).
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tónica de la educación en aquella época. La aparición en el año 1977 del
documento “Subversión en el ámbito educativo (conozcamos al enemigo)”
constituyó una prueba cabal de que se concebía a las organizaciones estudiantiles
como centros de adoctrinamiento que debían ser denunciados por las y los
docentes. Así, durante la última dictadura militar, el Nivel Secundario fue
explícitamente objeto de la brutal política represiva del terrorismo de Estado, a
partir de secuestros, torturas, desapariciones forzadas de personas. En este
contexto, mientras las teorías reproductivistas en el campo educativo denunciaban
que la escuela presentaba un carácter conservador y cumplía un papel reproductor
del orden social existente, la dictadura cívico/militar/eclesiástica de nuestro país la
concebía como una potencial agencia subversiva, motivando de esta manera la
instalación de un dispositivo persecutorio y de control ideológico (Southwell,
2004).
Los años noventa, marcados por una política neoliberal, dejaron su marca
indeleble en el sistema educativo provincial, y específicamente en el nivel
educativo que nos ocupa. Señalaremos varios elementos que en su modo de
entramar posibilitaron que este proyecto se concretara, profundizando la
desigualdad.
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estudiantes para la continuidad de “cualquier tipo” de estudios y para la
incorporación a un mercado laboral que requería rápidas y flexibles adaptaciones.
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adolescentes y jóvenes como sujetos de derecho y a sus prácticas culturales como
parte constitutiva de las experiencias pedagógicas de la escolaridad para fortalecer
la identidad, la ciudadanía y la preparación para el mundo adulto”.
Sin embargo, los indicadores educativos dan cuenta que aún en la actualidad está
lejos la universalización de la educación secundaria puesto que, como muestra la
historia de nuestro sistema educativo, no basta con las declaraciones de
obligatoriedad o de universalidad del derecho a la educación. Como hemos visto,
el Nivel Secundario en nuestro país –que había nacido formalmente abierto a
todos y todas, sin restricciones visibles para el ingreso y permanencia- incorporó
características, prácticas, contenidos, jerarquía de saberes y rasgos organizativos
que produjeron la exclusión de la mayoría de los sujetos que podrían haber
accedido a ella.
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proporciona una formación integral e igualitaria. Quizás esta dificultad resida en
que “en la educación secundaria, la clasificación de los currículos, el principio de
designación de los profesores por especialidad y la organización del trabajo
docente por horas de clase se enlazaron entre sí de tal modo que hoy conforman
un trípode de hierro, un patrón organizacional que está en la base de buena parte
de las críticas al nivel y que es difícil de modificar” (Terigi, 2008, P 64).
Por ello, es ineludible para el Estado provincial brindar las condiciones para que la
totalidad de las y los jóvenes puedan efectivamente acceder a la escolarización
secundaria completa, y para que esta les proporcione una educación basada en los
principios de igualdad y justicia social, que sustente la formación ciudadana
comprometida con valores éticos y democráticos, los habilite para el desempeño
laboral y social y para la continuidad de estudios en todos los niveles y
modalidades del sistema educativo.
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¿Qué supone, entonces, para las y los docentes asumirse como agentes del
Estado, es decir, responsables del ejercicio del derecho a la educación de las y los
estudiantes?, ¿qué obligaciones éticas y políticas impone?
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educación. Esta es la noción más certera de igualdad, la igualdad en derechos, la
igualdad como principio, tal como expresa Kohan, citando a Rancière:
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La educación implica siempre una dimensión ético-política,
sencillamente porque se trata de un espacio de acciones e
interacciones, cuya identidad intencional es enseñar, y que,
justamente porque se trata de acciones y no de meros
movimientos naturales, pueden alcanzar excelencia moral, o
simplemente dicho, ser buenas (y, naturalmente, también de lo
contrario) y pueden también ser calificadas de justas (y,
naturalmente, también de lo contrario). (Cullen, 2013, p.3)
Enseñar como acto político implica no sólo reconocer el derecho sino tomar las
decisiones que son necesarias para que pueda efectuarse; es hacer que los
proyectos que favorecen la igualdad se materialicen. Cuando el fin es la búsqueda
de mayor justicia social, la tarea de la y el docente debe caracterizarse por el
reconocimiento de las desigualdades para problematizarlas, reconceptualizarlas e
intervenir. La dimensión política de su trabajo exige al equipo comprender las
consecuencias de sus acciones y reconocer que ellas transmiten, movilizan y crean
cultura y, en este sentido, bajo ciertas condiciones pueden favorecer (o no)
procesos de cambios sociales.
Es así que el trabajo docente involucra siempre una tarea intelectual que supera la
posición puramente instrumental y técnica. En rigor, esto se manifiesta cuando
asume la responsabilidad de generar espacios de discusión y reflexión sobre lo
que se enseña, la forma en que lo hace y los propósitos que se persiguen. Asumir
este posicionamiento implica reconocer que sus prácticas cotidianas son acciones
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políticas, porque tienen efectos sobre las y los estudiantes y sobre la trama
institucional.
La experiencia, la posibilidad de que algo nos pase, o nos acontezca, o nos llegue, requiere
un gesto de interrupción, un gesto que es casi imposible en los tiempos que
corren: pararse a pensar, pararse a mirar, pararse a escuchar, pensar más despacio, mirar
más despacio y escuchar más despacio, pararse a sentir, sentir más despacio, demorarse
en los detalles, suspender la opinión, suspender el juicio, suspender la voluntad,
suspender el automatismo de la acción, cultivar la atención y la delicadeza, abrir los ojos y
los oídos, charlar sobre lo que nos pasa, aprender la lentitud, escuchar a los demás,
cultivar el arte del encuentro, callar mucho, tener paciencia, darse tiempo y espacio
(Larrosa, 2002)
El reconocimiento como agentes del Estado de las y los docentes y del sentido
político de sus prácticas invita al planteamiento de un problema central: ¿Qué
prácticas de enseñanza en las escuelas promueven el ejercicio de derechos y
cuáles lo limitan, debilitan o cercenan?
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Para pensar sobre estas definiciones, les proponemos compartir un espacio de
reflexión al que nos convoca la Directora Provincial de Educación Secundaria Dra.
Myriam Southwell, en el marco del IV Congreso de Educación de Almirante Brown
(2020), en el que propone pensar sobre la siguiente idea: “La escuela, siendo
escuela y bajo ciertas condiciones, posibilita la efectuación del derecho a la
educación”.
La escuela como suspensión, como tiempo libre, como tiempo igualitario, con
centralidad en la enseñanza, favorece el cumplimiento del derecho. Se trata de
crear las condiciones que ofrezcan a todas y todas nuestras y nuestros estudiantes
la misma riqueza de esos saberes y el mismo desafío personal y colectivo.
Este contexto particular nos exige rearmar el proyecto de trabajo para construir
una red de conocimientos que posibilite conocer las condiciones de las y los
estudiantes y sus familias, las formas de comunicación, los modos para llegar a
todas y todos, el tipo de intervención más propicio en cada caso, entre muchos
otros. Se trata de organizar la enseñanza para construir propuestas que permitan
a las y los estudiantes continuar siendo parte activa de un colectivo, de una
comunidad, puesto que las tareas, las propuestas de trabajo, el conocimiento,
permiten poner a disposición modos de vinculación y seguir tejiendo tramas y
lazos de aprendizaje.
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En definitiva, la escuela sigue siendo, aún más en este contexto, el espacio público
en donde, a partir de la enseñanza de los saberes que se aprenden en grupo y con
una docente o un docente a cargo, se interviene para construir ciudadanía.
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que se concibe la enseñanza en el contexto más amplio de la institución y del
trabajo colectivo junto a otras y otros. La centralidad de la enseñanza excede las
decisiones y responsabilidades que las y los docentes asumen cuando planifican,
desarrollan y evalúan contenidos curriculares frente a su grupo de estudiantes.
Implica, además y prioritariamente, asumir que lo común dentro de la escuela es
enseñar; luego, reconocer y reconstruir los lugares que cada quien ocupa y por los
que se responsabiliza para favorecer el acceso a más posibilidades y condiciones
para que todas y todos tengan las mejores oportunidades para aprender.
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Actividad: Foro “Polifonía de ideas”
¿Qué ideas las y los han interpelado, les han permitido pensar
su tarea de enseñanza?
Referencias
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Frigerio, G. (2004). De la Gestión al gobierno escolar.
Novedades Educativas.
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Licencia Creative Commons
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