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Payá, Víctor (2017), “A propósito del conocimiento médico y el lenguaje

del cuerpo: apuntes desde la sociología de Richard Sennett” en Núñez, M.


(Coord.) RICHARD SENNETT. CUERPO, TRABAJO ARTESANAL Y CRÍTICA DEL NUEVO
CAPITALISMO, Juan Pablos Editores, Facultad de Estudios Superiores
 
Acatlán, UNAM, México, 65-90.

Este documento es proporcionado al


estudiante con fines educativos, para la
crítica y la investigación respetando la
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de autor.

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A PROPÓSITO DEL CONOCIMIENTO MÉDICO
Y EL LENGUAJE DEL CUERPO:
APUNTES DESDE LA SOCIOLOGÍA
DE RICHARD SENNETT

Víctor A. Payá Porres*

Ser incapaz de expresarse en palabras no significa


ser estúpido; en realidad, lo que podemos decir en
palabras tal vez sea más limitado que lo que podemos
hacer con las cosas. Es posible que el trabajo artesanal
establezca un campo de destreza y de conocimiento
que trasciende las capacidades verbales humanas
para explicarlo; describir con precisión cómo hacer
un nudo corredizo es una tarea que pone a prueba
las capacidades del más profesional de los escritores
(y desde luego supera las mías).

Richard Sennett, El artesano (2009)

INTRODUCCIÓN

Richard Sennett es un sociólogo que aprovecha su preparación


musical y su amplia formación académica en la filosofía, la arqui­
tectura, la historia y las ciencias sociales para reflexionar sobre
problemas políticos derivados de los desajustes en la integración
social, la cooperación, la participación ciudadana, la convivencia ra­
cial, la solidaridad y la identidad laboral. En un mundo donde las
leyes del mercado, la competencia, el cinismo y la fragmentación pa­
recen dominar, todos estos fenómenos adquieren, para el sociólogo
norteamericano, matices diversos, complejos, siempre abiertos a
realidades posibles, lejos del análisis claroscuro. Por momentos pue­

* Doctor en ciencias sociales por la Universidad Nacional Autónoma de


México (UNAM), es profesor de carrera titular C tiempo completo definitivo
en la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán, UNAM, y miembro del
Sistema Nacional de Investigadores (nivel II).

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de afirmarse que Sennett estudia la globalización con cierto opti­


mismo; no como una realidad aplastante sobre la que no podemos
actuar, sino como un escenario potencial que renueva modelos de ac­
tuación de antaño en situaciones cambiantes, novedosas, de forma
que prácticas como la cooperación, la solidaridad y la disposición
ciudadana pueden adquirir nuevos bríos mediante la política pú­-
bli­ca. En el centro está el hombre en tanto efecto de las estructuras
que responden al tiempo y el espacio de una época en la que la
ciudad, su arquitectura, las tradiciones, las formas de organización,
los co­no­cimientos y los saberes son transmitidos por medio de ac­
tuaciones minúsculas. Es el estudio de estas prácticas concretas
lo que le per­mitirá a Sennett afirmar que el ciudadano tiene un mar­
gen importante de libertad para incidir sobre su destino, de poder
activamente actuar en la vida pública. Por eso, su sociología es
eminentemente política y apunta hacia esta preocupación por
recu­perar, desde el quehacer cotidiano, las posibilidades de un ac­
tuar consciente y reflexivo en la toma de decisiones.
La obra de Sennett se distingue por el fino tratamiento que otorga
a problemas de actualidad abrevando de los clásicos, de su ex­
periencia musical, de su mirada fina sobre la realidad social. No hay
rigidez conceptual en sus libros porque utiliza con libertad y perti­
nencia diversas fuentes del conocimiento. Su escritura conduce al
lector por senderos inesperados en una narrativa literaria que no
olvida el dato riguroso, la observación penetrante, los relatos de vi­da.
Cada concepto se transforma en un tema-problema que se renue-
va en su sentido práctico. Un ejemplo de ello es el tratamiento que da
a la cuestión de la identidad en el mundo capitalista, posfordista, ci­
bernético. En obras como El artesano, Juntos y La corrosión del
carácter, la vida política se fundamenta en las posibilidades de socia­
lidad, en los procesos que la fortalecen o la deterioran. En La co-
rrosión del carácter, por ejemplo, se recupera la importancia de la
economía sin caer en una visión simple, mecánica. A pesar de su
prudente distancia con el marxismo —ya que los temas de la des­
igualdad, la explotación, la exclusión y el control social se tratan
prudentemente—, es un libro que resalta la importancia del univer­
so del trabajo en tanto actividad creadora de habilidades con una
mística propia cuando de transformar la naturaleza se trata. El
trabajo es fuente de prestigio y orgullo cuando el cuerpo se impreg­
na de habilidades. No obstante, los nuevos procesos de tra­bajo des­
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truyen la formación de estos saberes, conocimientos y destrezas,


así como las organizaciones y los sindicatos que les otorgaban su
fuerza.1 En su lugar queda otro tipo de saberes estratégicos, efí­me­
ros, cambiantes. La solidez de las identidades se ve carcomida, el
carácter corroído. La concepción de Sennett en torno al trabajo
apunta a la búsqueda de la creatividad, el compromiso, la coopera­
ción y la solidaridad (de ahí su reflexión sobre la vida comunitaria
de los guetos o los monasterios).2 Todo ello sería imposible fuera de
una atmósfera adecuada donde el ritual es más que una forma va­cía,
repetitiva, hueca; antes bien es el encanto de la constancia que
forja el cuerpo y el carácter. Sennett analiza lo que representa el
trabajo en tanto dominio de la materia, de la adquisición de ha­bi­
lidades transformadas en conocimiento tácito y técnicas corpo­
rales donde el cuerpo y la razón se moldean al unísono. Aprender
un oficio puede significar, además, lealtad familiar, dignidad racial,
orgullo vernáculo. Actualmente, todo esto se encuentra en entredi­
cho por un capitalismo que se vale de las nuevas tecnologías aho­
rradoras de fuerza de trabajo, de la programación computarizada
y del valor individualizado que otorga el ordenador. Quien aprende
un oficio hace de la materia su dominio y unidad con su cuerpo
—antropomorfosis la denomina el autor—. El trabajador se debe a
sus herramientas, que son parte y extensión de sí mismo; también se
debe al grupo que enseña a enfrentar las dificultades, a variar los
caminos de solución y creatividad.
Es cierto que apretar los botones de un ordenador con la finali­
dad de fabricar pan puede facilitar mucho el trabajo —sobre todo
para aquellos que nunca han recibido ningún tipo de capacita­
1
Por otra parte, Sennett continúa la tradición marxista en torno a la
importancia del trabajo como unidad de mente y cuerpo. Recordemos una
de las citas más célebres de Marx en El capital, cuando describe el proceso de
trabajo: “Aquí partimos del supuesto del trabajo plasmado ya bajo una for­ma
en la que pertenece exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operacio­
nes que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los
panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un
maestro de obras. Pero hay algo en que el peor maestro de obras aventaja,
desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la cons­
trucción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un
resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero;
es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal” (Marx, 1974: 30-131).
2
Consultar el apartado “Comunidad”, de la obra de Sennett (Sennett,
2012:78 y ss.).
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ción—, pero quien usa las manos para moldear la harina, preparar
el horno y sacar las charolas con las piezas cocidas tiene la satis­
facción y el orgullo de continuar una tradición, es decir, reproducir
un saber mediante los sentidos del cuerpo. Sabe que se hacen las
cosas como antaño, que se aprecia la materia como lo hicieron
nuestros ancestros, que se siente de la misma manera el calor del
horno, se reproduce el olor del pan, su sabor. El cuerpo es una pasta
hecha de experiencia, habilidades y valores que el capitalismo co­
rroe. Sennett estudia las transformaciones de los nuevos procesos
de trabajo que quiebran este saber-hacer en aras de la producti­
vidad, la división de los procesos de trabajo, la velocidad ciberné­
tica o el consumo masivo. Ningún herrero, panadero, carpintero o
cualquier otro artesano cambiará su labor por estar parado frente
a un tablero, moviendo palancas y apretando botones para hacer lo
que antes realizaba con sus propias manos. Como lo demuestra
Sennett, el mundo y sus materiales presentan desafíos e interrogan­
tes que otorgan sentidos profundos a la existencia. Su obra tiene la
virtud de narrar las prácticas de quienes por medio de un proceso
de formación llegan a dominar un campo del conocimiento, cientí­
fico, artístico, deportivo o laboral, que se incorpora como un sistema
de disposiciones en el cuerpo. En sociología se habla de pro­ce­sos de
socialización, de transmisión de patrones de comportamiento, de so­
cialidad, de experiencia encarnada, de hexis o habitus. Cada autor
tiene una manera peculiar de abordar estos temas que se despliegan
en planos o “tipos lógicos” diferentes. Aprender de un contexto para
desenvolverse en otro va más allá de la mímesis o el aprendiza­je por
imitación.3 Incorporar patrones de comportamiento, técnicas corpo­
rales, gestos, formas de hacer y decir constituye procesos so­ciales

3
Gregory Bateson llamó a este proceso deuteroaprendizaje (Bateson,
1998). Uno de sus ensayos más importantes, elaborado con un equipo inter­
disciplinario, tuvo la genialidad de analizar de manera sistémica la comu­
nicación de madres e hijos esquizofrénicos. Destacó un campo emocional
paradójico, de “doble vínculo”, que coaccionaba a los sujetos, que los atrapa­
ba en un espacio emocional sin salida, consecuencia de una serie de mensajes
con sentido diverso, incompatibles, que se emitían en planos diferentes (ana­
lógico y digital, discursivo y metadiscursivo), de tal suerte que el delirio y
ambigüedad del esquizofrénico respondía a un medio también confuso, em­
brollado. En ese sentido, podemos afirmar que Bateson al buscar “la pauta
que conecta” en todos los elementos del sistema familiar, descubrió prác­
ticas de socialización temprana.
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que conforman a todo individuo. Cada cultura tiene respuestas dife­


rentes para lograr la convivencia humana, satisfacer sus necesidades
vitales, enfrentar los conflictos, festejar a sus muertos, solucionar
las diferencias.
Y es aquí donde nos interesa la propuesta de Sennett, que retoma
el tema del hombre creador, el papel del trabajo y la transmisión
de los conocimientos. La narrativa sobre el quehacer humano, de
este saber-hacer, no es fácil —como también lo ha señalado el so­
ciólogo francés Bernard Lahire—, puesto que hay una suerte de
imposibilidad para verbalizar la experiencia, este largo camino
para lograr un oficio, arte o ciencia. Es importante reflexionar sobre
la diversidad de planos de realidad que intervienen cuando se
aprende una destreza. Si le preguntáramos a un médico cirujano,
a un deportista, cómo llegó a ser lo que es, diría simplemente que
practicando. Pero hay una infinidad de variables que intervienen en
el dominio de cualquier arte que rebasan el ámbito propiamente al
que pertenecen. Y es que no únicamente se aprende de la institución
escolar, hospitalaria, deportiva, cultural; también se aprende del
grupo y el barrio, de la familia, de las charlas con los amigos, de los
fracasos y errores. Sennett reflexiona sobre ello cuando introduce
conceptos como el de empatía, cooperación, tempo, dialógica, pre­
hensión, ritualidad, antropomorfosis, y otros más que son utiliza­
dos para renovar la narrativa sociológica. Sin duda la experiencia de
Sennett como músico profesional —obligado a abandonar su ca­
rrera debido a una lesión en la mano— fue central, como él mis­mo
lo relata. El lenguaje musical es más que una técnica que se apren­
de. Llegar a ser músico es un proceso complejo de coordinación
corporal con los otros, de encuentro con el instrumento y el ges-
to, con el lenguaje corporal del grupo; de búsqueda y encuentro con
el tiempo, de resonancia y transversalidad inconsciente y mágica.4

4
El trabajo de Sennett continúa —tal vez involuntariamente— con una
de las inquietudes centrales de la Escuela de Chicago cuando estudia las
trayectorias de los sujetos —“la carrera moral del paciente mental” constituye
uno de los estudios de Erving Goffman (1992) — y así explica problemas
co­mo el del etiquetamiento, la desviación social o las subculturas. La pre­
gunta de “cómo se llega a ser” a la que hemos referido es tratada también por
Howard Becker (2009) —que por cierto, también es músico— en su clásico
libro Outsiders, donde estudia la trayectoria del fumador de marihuana y
del mú­sico de jazz. Y es que ninguna formación profesional, hábito o pa­
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Subrayamos: el abordaje de la obra del sociólogo norteamerica­


no tiene un propósito político relacionado con la participación del
ciudadano en la vida pública; nuestro escrito retoma parte de la obra
y la lleva hacia ese otro campo analítico que se relaciona con la so­
cialización y la transmisión de conocimiento para dar cuenta de la
formación de la identidad del sujeto. En el presente ensayo pre­
tendemos ilustrar lo anterior mediante dos breves apartados: la
vida en el taller y la profesión médica. El primero surge del recuerdo
que conservo de parte de mi juventud en los talleres, esos espacios
en donde se aprende una habilidad, pero también se convive con
los amigos y se bromea; una manera parcial de apropiación de la obra
de Sennett en tanto usuario —la expresión es de Becker— de ésta.
Siempre admiré la habilidad de las manos trabajadoras a la par que
padecía el no poder imitar —de inmediato— su labor, lo que me des­
animaba para seguir un camino similar. El segundo apartado está
relacionado con la profesión médica y es consecuencia de una in­
vestigación en curso dentro de un hospital de urgencias médicas
en el Distrito Federal. En esta parte, comparamos el quirófano con un
taller-escuela, donde aprende el médico igual que el artesano. Lugar
en donde el cuerpo del enfermo, del lesionado, es intervenido para
ser reparado. De esta peculiar relación social entre el cuerpo do­
liente —e inerte— y el cuerpo del médico se aprende y se in­cor­po­ran
los saberes por medio de la orientación y la guía del experto.

UN PARÉNTESIS SOBRE LA IMPLICACIÓN: LA VIDA DEL TALLER

¿Cómo es posible ignorar lo que se hace y lo que se sabe?


¿Cómo pueden desconocerse sin embargo los saberes que se
manejan muy bien en la práctica, en acto? ¿Cómo se puede
ser “inculto” respecto a su propia cultura incorporada? A través
de estas preguntas, lo que se juega es toda una cultura de
la acción, de la reflexividad, del conocimiento y de la práctica.
Bernard Lahire

Mi padre fue herrero de oficio. Aprendió a hacer del hierro puertas,


escaleras, ventanas, mesas, libreros y muchas otras cosas más. El ma­

trón de comportamiento se da de la noche a la mañana; para ello se requiere


aprender, estar en contacto, intercambiar, comunicarse con el otro, impreg­
narse de la vida práctica, conocer el manejo de las situaciones.
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terial llegaba al taller ya elaborado en láminas o en grandes tiras con


formas cuadradas, angulares, redondas, tubulares. Sobre largas me­
sas de trabajo había una serie de herramientas para transfor­mar,
moldear, la dura materia. Nací rodeado de martillos, taladros, pu­
lidores, limas, seguetas y desarmadores. Conocí el funcionamiento
de una forja en donde se calentaba el metal para poder adelgazarlo,
torcerlo, aplanarlo; pequeña herencia del herrero de antaño que
elegía las formas caracoleadas para ornamentar cuadrados, trián­
gulos y círculos y dar así un toque colonial al trabajo. En el taller
se encontraba la máquina de soldadura eléctrica —con su insepa­
rable rollo de cables—, que servía para unir el metal con el metal.
Los grandes tanques de soldadura autógena —que contenían gas y
oxígeno— eran para fusionar otros metales como el estaño o el bron­
ce; también para cortar gruesas placas de acero. La imagen del
soplete es la de una pistola de fuego largo y delgado, de color azula­
do. La flama apunta a una de las orillas de la placa hasta calentar­
la; el cambio de color del hierro gris oscuro a “naranja-rojo” era la
señal para inyectar el oxígeno. El golpe del sonido seco y la mul­
titud de chispas brillantes acompañaban el corte, un corte recto, bri­
llante, limpio.
Uno aprende desde pequeño a qué huele el metal cuando se
impregna en las manos, cuando se calienta o se enfría con agua o
con aceite, cuando se corta o se suelda. El calor cambia el color
—y también el olor— como cuando se agujera una gruesa lámina
con un taladro de base fija. Conforme penetra la broca, las rebabas
brotan en forma de pequeñas espirales de colores por la elevación
de la temperatura. Cada taller es una fuente de olores propia de los
materiales que utiliza: la madera, los solventes, la pintura, el barniz,
la soldadura, el hule, la grasa, los plásticos. Y uno se acostumbra
pronto a distinguir los materiales cuando ingresa al taller de torno,
a la maquiladora de plásticos, al garaje del mecánico. Quien ejerce
un oficio lleva en su cuerpo, en la ropa de labores y principalmen­
te en las manos el olor del taller.5 Muchas veces observé que el

5
Hace unos años trabajé con un pequeño equipo académico en el de­
partamento de archivo del entonces Servicio Médico Forense del Distrito
Federal recopilando información de los expedientes de los suicidas con el
fin de elaborar una investigación sobre la escena del crimen, los testimo­
nios y las cartas póstumas. En la introducción del trabajo escribí lo si­
guiente: “Recorrimos las instalaciones con su extraordinaria tecnología y
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hombre de trabajo consumía alimentos con las manos engrasadas,


pintadas, salpicadas por su labor; no parecía importarle. Tal vez
porque consideraba que no era resultado del descuido o la falta de
higiene, por tanto, tampoco motivo de peligro para su salud. Las
manos del obrero, encallecidas por el trabajo, representan fuerza,
la virilidad de quien se gana el dinero con ellas. Sus cicatrices son
sinónimo de experiencia, de aprendizaje en el dolor.
Frente a la casa donde se encontraba el taller de mi padre había
otros talleres: tapicería, carpintería, maquiladora de plástico, me­
cánica automotriz, embobinado de motores. Aprender cada oficio
es un reto y presenta sus propias dificultades, que saltan de forma
más clara en el aprendiz. El sonido de un taller representa parte de
esa lucha por variar la materia: enderezar un trozo de fierro, doblar
una hoja de lámina, pulir o esmerilar los bordes de soldadura, mon­
tar los engranes de un motor, nivelar la madera. La caja de herra­
mientas es inseparable del trabajador, forma parte de él, como el
maletín del médico o el portafolio del abogado. Los ruidos que emi­
te cuando se busca el instrumento adecuado son parte del ambiente,
de su labor.
Los sentidos se habitúan al taller. Mientras se trabaja se aprende
a empuñar la herramienta, a darle la fuerza y la presión necesa­
rias. Se cuidan el trabajo y el cuerpo. El aprendizaje tiene sus cos­
tos: la descompostura de herramientas, los materiales echados a
perder, las lesiones en el cuerpo. También hay una memoria corpo­
ral de los yerros: la descarga eléctrica, el ardor de la quemadura, el
dolor del golpe o el corte.
El soldador, con un ligero gesto, desliza la careta para cubrirse
la vista de la luz incandescente que provoca la fundición del mate­
rial; bajar la mascarilla a destiempo irrita los ojos o simplemen-
te le impide ver. Las pinzas que portan el electrodo (la barrita de
sol­dadura) deben sostenerse a la distancia correcta del metal, por­
que de lo contrario se quedan pegadas o lo agujeran. Unos milí­
metros de dis­tancia, no más, no menos. A través del oscuro cristal se
ve la pequeña bola de fuego que funde el metal. Se trata de derretir
y moldear. Una buena soldadura no deja huecos —carencias— ni se

su personal especializado. Por el olor impregnado en la ropa, sabíamos qué


doctor (que necesitaba alguna información del archivo) había estado poco
antes en el anfiteatro” (Payá, 2012:14).
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sobrepone —excesos—, sino que crea cordones uniformes, sin fu­


ga. Soldar es una práctica llena de gestos coordinados. Interponer
el cristal negro que filtra la penetrante luz, tomar la pinza, lograr la
distancia de fusión y moldear. Durante el aprendizaje no pocos
se lesionan por falta de coordinación y ritmo: leves quemaduras en
las manos, toques eléctricos, irritación de los ojos. Entre la mano
y el ojo se encuentra la experiencia, vale decir, la observación aten­
ta, la práctica repetida que se va impregnando en el cuerpo.
Siempre me sorprendió cómo las manos hábiles transforman la
materia en formas útiles para la vida. El manejo de maquinaria,
pero sobre todo de las herramientas, me atraía: momentos hipnó­
ticos. Pistones, válvulas, engranes y bandas se mueven incansables
al unísono impulsados por la energía; la máquina contiene el alma
fáustica de la modernidad. Las manos que se valen de un instru­
mento evocan el origen de esa batalla por el dominio de la naturale­za.
Infinidad de veces tomaba la herramienta de un oficial con el fin de
ayudarle. La tarea siempre se veía fácil, pero nunca lo era. Hay tra­
bajadores que mientras cortan, enderezan, serruchan, etc., chiflan
o cantan, disfrutan trabajando. En ocasiones lidian tenazmente
para ensamblar, torcer o moldear un objeto: maldicen, se pelean
con éste, lo conminan a que obedezca, como si tuviera vida propia.6
Un buen trabajo se acaricia, se presume, se chulea. Por mi parte
intentaba cepillar la madera, serruchar un tablón, cortar un vidrio,
enlazar los cables, armar una cerradura. Trataba de repetir lo que
acababa de ver. Las dificultades surgían: la herramienta se atoraba,
el corte no respetaba el trazo, las piezas no encajaban, la segueta se
rompía. Herramienta y materia no fluían, la ductilidad del mate-
rial repentinamente desaparecía. Las herramientas parecían no estar
hechas para mis manos. La materia se ponía en mi contra. En algu­
na ocasión un amigo tapicero clavaba tachuelas con el fin de fijar

6
El artesano, dice Sennett, se integra con sus herramientas y la materia
con los cuales trabaja. Establece un ritmo. Forma una unidad. Para el mú­
sico la trompeta, el saxofón o el chelo son una extensión de su cuerpo, son
parte de éste. Lo mismo podemos decir del bisturí o el endoscopio para los
médicos y el martillo para el herrero. El uso adecuado de cada instrumen­
to, como lo ha demostrado Sennett, depende de la velocidad de la acción
(tempo), por eso no es fácil desplazar el arco y la segueta para cortar el
fierro, grabar figuras detalladas en piedra o en hueso, moldear el vidrio so­
plado, seguir una sinfonía (Sennett, 2009).
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74 VÍCTOR A. PAYÁ PORRES

la tela en un mueble; las extraía de su boca con un delgado martillo


imantado en una de sus extremidades. La parte plana de la tachue­
la quedaba perfectamente acomodada en la base del martillo, de tal
suerte que, con un rápido movimiento de la mano a la boca y de
ésta al mueble, podía introducir de un sólo golpe el pequeño cla-
vo repetidamente, rítmicamente, fijando así el tapiz. Le pedí me
per­mi­tiera intentarlo. Me introduje unas cuantas tachuelas en
la boca y traté de ajustar una de ellas con la lengua en el extremo del
delgado martillo. La operación no fue nada fácil. De la mirada a la
práctica había una distancia que no entendía. Después de todo, pen­
saba, ambos teníamos una boca y dos manos. Pero mi lengua lu­cha­
ba, mien­tras sentía uno que otro piquete. El martillo pasaba más
tiempo del necesario dentro de mi boca. Cuando por fin coloqué la
primera tachuela sobre la base del martillo, no pude incrustar-
la sobre la madera. En cada intento, las tachuelas saltaban o queda­
ban chuecas. Cada oficio adiestra determinadas partes del cuerpo.
En esta secuencia práctica hay una coordinación impecable del
cuerpo (ojos, mano, boca), la herramienta (el martillo, la materia)
y el objeto (la madera, la tela).7
En el oficio se forja la vida, vale decir, se aprende a coordinar los
sentidos y las habilidades del cuerpo. El esmerado análisis de la
coordinación entre la cabeza y la mano realizado por Sennett es un
fino ejemplo de la complejidad de este proceso de conocimiento
que se adquiere en el cuerpo.8 Las manos son el instrumento más
apreciado y las que más riesgo corren. Una vez que hay un dominio
corporal, los instrumentos y el objeto de trabajo forman parte del
cuerpo del artesano, son su extensión. No obstante, a veces la volun­
tad del hombre no es suficiente para lograr la armonía entre todos
los elementos. Las consecuencias pueden ser desastrosas para el no­

7
La boca del tapicero: pequeña bodega de resguardo donde se acomo­
dan las tachuelas y los alfileres. La lengua, adiestrada, acomoda en serie las
tachuelas listas para ser extraídas con el martillo imantado mientras se bebe
agua.
8
“El artesano explora [las] dimensiones de habilidad, compromiso y
juicio de una manera particular. Se centra en la estrecha conexión entre la
mano y la cabeza. Todo buen artesano mantiene un diálogo entre unas
prácticas concretas y el pensamiento; este diálogo evoluciona hasta con­
vertirse en hábitos, los que establecen a su vez un ritmo entre la solución y
el descubrimiento de problemas” (Sennett, 2009:21).
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A PROPÓSITO DEL CONOCIMIENTO MÉDICO Y EL LENGUAJE 75

vel o quien peca de exceso de confianza.9 En el universo del trabajo


eso se traduce en graves accidentes. De ello darán cuenta, sin duda,
los servicios médicos. Existe una subespecialidad médica en cirugía
de manos, porque las manos de quienes trabajan se cortan, se que­
man o aplastan. Más de 75 años tenía mi padre cuando una lámina
se le zafó de entre las manos y le rebanó parte del brazo. Fue el final
de su ocupación como herrero. No obstante su inactividad, conser­
vaba sus herramientas de labor. Una serie de desarmadores de dife­
rentes tamaños y formas colgaba de la pared de su recámara, como
cualquier retrato de familia; bajo su cama yacía su viejo cajón de
lámina con sus herramientas. Recuerdo que, cuando compraba un
martillo, una llave Stillson o cualquier otro ins­trumento, lo con­
templaba entre las manos, igual que se aprecia una buena botella
de vino.
Tal vez por eso un leve sentimiento de indecisión me acompañó
en mis primeros años universitarios —inverso al que predomina en
muchos hijos de trabajadores que actualmente no sienten motivos
profundos para aprender un oficio—, cuando decidí dedicarme a
la vida académica y no a una actividad práctica como la herrería.
Por momentos sentía que las lecturas, la resolución de abstractos
problemas matemáticos o escribir y reescribir en una hoja en blan­
co no podían equipararse a la labor de estos trabajadores que con
sus manos levantaban edificaciones, lograban que los autos funcio­
naran o construían muebles para la comodidad de las personas. El
manejo de pesadas herramientas se trasmutó en el gusto por la tinta
y el papel. Dominar determinado oficio o campo de conocimiento
requiere dedicación, disciplina y esfuerzo. Las cosas no siempre sa­
len bien, y de los fracasos es importante aprender.10 Esto vale para

9
Sennett deja de lado este interesante tema que forma parte de la forma­
ción del habitus una vez que éste tiene cierta consolidación. Para Sennett,
la incorporación y el dominio de las habilidades corporales es base para
entender los procesos de innovación y creatividad (Sennett, 2009). No hay
talento espontáneo, sólo es posible lograrlo una vez que se encarnan los
saberes y las habilidades prácticas. Es entonces cuando la razón vuelve so­
bre sí misma para interrogarse, planear, buscar nuevos caminos.
10
“Toda artesanía se funda en una habilidad desarrollada en alto grado.
De acuerdo con una medida de uso común, para producir un maestro car­
pintero o músico hacen falta diez mil horas de experiencia” (Sennett, 2009:
32-33).
Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando
la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su
reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.
76 VÍCTOR A. PAYÁ PORRES

toda profesión, incluso la de ladrón, como lo demostró el criminólo­


go Edwin Sutherland en su libro Ladrones profesionales.
La academia, por su parte, tampoco está exenta de esfuerzos y
rituales de paso institucionalizados: exámenes, pruebas orales, en­
sayos, exposiciones, etc. La ritualización de la vida académica
siempre está acompañada de otras funciones latentes que “morti­
fican el yo” —para utilizar una expresión de Goffman—. Algunos
profesores exigen protocolos de investigación con determinadas re­
glas científicas, aunque muy pocos enseñan cómo se lleva a cabo este
quehacer. En ciencias sociales hay una variedad de caminos para
investigar, para llevar a cabo esta descripción densa de la que habla­
ba Geertz. Unos investigadores se valen de gráficos y estadísticas,
otros de modelos teóricos, y algunos más toman como fundamento
la narrativa, el testimonio, la entrevista a profundidad. Cada inves­
tigador establece su propia estrategia, que muchas veces no depende
enteramente de su voluntad, sino de la forma de exponer los mate­
riales, de localizar las fuentes, de comparar la información, etcétera.
En las facultades de ciencias sociales el ritual del examen, la for­
malidad del ensayo y la burocratización de los proyectos dicen
demasiado de una zona de penumbra sobre estos saberes prácti-
cos que no se logran transmitir, verbalizar, mostrar del todo o que
simplemente se desconocen. Sennett es una puerta de entrada
para enriquecer los temas sobre las trayectorias y, entre ellas, la del
sociólogo como artesano; sus textos permiten romper el rígido for­
malismo (que cumple con las encomiendas institucionales) para
inscribirse en una lógica del descubrimiento de la realidad social.

NOTAS SOBRE LA TRANSMISIÓN DEL CONOCIMIENTO MÉDICO:


EXPERIENCIA DENTRO DE UN HOSPITAL DE URGENCIAS MÉDICAS

Actualmente no estamos muy dispuestos a pensar


en el tiempo rutinario como una conquista, pero dadas
las tensiones, los periodos de auge y las depresiones
del capitalismo industrial, a menudo fue así [...]. La rutina
puede degradar, pero también puede proteger; puede
descomponer el trabajo, pero también componer una vida.
Richard Sennett, La corrosión del carácter

Sin duda, en la formación y el aprendizaje médico está presente


una vida social, institucional y grupal. Se trata de analizar el con­
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A PROPÓSITO DEL CONOCIMIENTO MÉDICO Y EL LENGUAJE 77

cepto de artesanía junto con el de trayectoria social. Este paso


implica el reconocimiento de aquellos detalles que constituyen los
procesos de transmisión de patrones de comportamiento y habili­
dades especiales, incluso de determinada forma de ser, necesaria
para cada especialidad (medicina familiar, cirujano, internista, pa­
tólogo, etc.). Conceptos tales como: transmisión, socialidad, im­
pregnación, deuteroaprendizaje, socialización, que proceden de
corpora teóricos diversos, deben utilizarse dinámicamente, es decir,
se tienen que contrastar, evaluar, definir de acuerdo con el momento
social. El comportamiento se moldea desde que se nace. Cognición
y juego, símbolo y actividad práctica constituyen el tema de la psi­
cología infantil. Cuando Bernard Lahire propugna por una socio­
logía psicológica, apunta precisamente al estudio de estos procesos
de socialización temprana tan importantes para la comprensión de
la acción social. Sólo así las teorías adquieren razón de ser y senti­
do sociológico.11 Todo concepto debe problematizarse si se quiere
evitar partir de definiciones monocromáticas; por ejemplo, si defi­
nimos el concepto de identidad únicamente a partir de un atributo
teórico o empírico. La identidad de un individuo, grupo o movi­
miento social es algo más complejo, dinámico (en donde intervienen
variables como la tradición, el espacio, los valores e intereses), que se
resiste al significado unitario, coherente, positivo. Es cierto que,
por una parte, los conceptos significan y otorgan sentido a la reali­
dad, pero, por otra, son interrogantes que buscan su especificidad
histórica. Lo atractivo de la obra de Richard Sennett es que durante
el desarrollo de sus ideas restituye el planteamiento original de los
autores, explora sus conceptos y los enriquece gracias a su mirada

11
En efecto, las teorías son para ser utilizadas, analizadas y puestas a
prue­ba para explicar los hechos sociales. Los marcos teóricos fijos, que
han contribuido a una academia acartonada fuera de toda lógica del des­
cubrimiento, son inoperantes por la simple razón de que la realidad entrela­
za movimientos y temporalidades diversas que no se encuentran en un
mismo plano lógico (religiosidad, economía, política, cultura, tradición, ins­
titucionalidad, etc.). Acotar un tema significa necesariamente problema­ti­
zarlo desde un cierto ángulo analítico e integrar aquellas otras dimensiones
de realidad que lo enriquezcan. Durante el trabajo de investigación siempre
se produce una valoración de los límites y alcances de la teoría. Se trata de
evitar la imposición apriorística de contenidos o significados desde una sola
disci­plina. Parafraseando a Wright Mills, sin artesanía intelectual no hay
imaginación sociológica.
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78 VÍCTOR A. PAYÁ PORRES

antropológica. Recordemos que la escuela de Chicago fue pio­ne-


ra en temas como el de la criminalidad y el de la desviación social,
pensados desde la “carrera moral” (social) del sujeto, la interacción
situada o las subculturas de la violencia. Es importante retomar
este uso crítico de las categorías sociológicas para describir una rea­
lidad que se transforma constantemente.
La profesión médica es el interés de este apartado.12 Es una pro­
fesión que adquiere su carácter, su habilidad y su prestigio a costa
del cuerpo del enfermo y también del cuerpo inerte en tanto obje-
to de conocimiento. Prácticas como la autopsia proporcionan a la
medicina una verdad biológica y por ende jurídica, legal, sobre
la vida y la muerte. El objeto-material con el que aprende un médico
y trabaja durante toda su vida también moldea su propio cuerpo.
Es sobre la carne del otro que se adquiere e incorpora un conoci­
miento en la propia carne. De ese cuerpo dañado, enfermo, inerte, se
perfeccionan los conocimientos de anatomía, biología, etc. Con el
propio cuerpo, el médico ensaya técnicas de intervención, aprende
a agarrar un escalpelo, a escuchar a través del estetoscopio, a mi­
rar una radiografía.
En el sistema privado de salud los residentes —médicos que
aprenden una especialidad— casi no intervienen, mientras que su­
cede todo lo contrario en los hospitales públicos. Una primera ex­
plicación de esta diferencia es por el amplio número de pacientes
que se atiende en estos últimos. La demanda de los hospitales de
salud pública de urgencias médicas —o “de sangre”, como se les
conoce en el medio— proviene de una población de escasos re­
cursos, personas abandonadas, drogadictas, en situación de ca­

12
El apartado es preliminar y responde a una investigación que se lleva
a cabo dentro de un hospital de urgencias médicas en la Ciudad de México;
éste forma parte del sistema de salud del Gobierno del Distrito Federal, por
lo que atiende, en general, a las personas más desprotegidas de la socie­
dad. En palabras de un jefe de servicio, al hospital llegan los pacientes que
son el subterráneo de la sociedad: indigentes o personas en situación de ca­
lle, individuos abandonados, ancianos graves, adictos, trabajadores sin se­
guridad social, prisioneros. En el hospital hay un promedio de 40 personas
fallecidas al mes y de tres que llegan en “estado cadáver”; diez a la semana
ingresan por herida de arma de fuego e instrumentos punzocortantes. Es
co­mún ver circular en el interior del hospital no sólo al personal médico y
paramédico, sino también a diversos cuerpos policiacos (policía auxiliar, po­
li­cía federal, custodios).
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A PROPÓSITO DEL CONOCIMIENTO MÉDICO Y EL LENGUAJE 79

lle.13 La cantidad y la variedad de pacientes que ingresan en esta­


do grave convierten a estos lugares en escuelas de alta intensidad
práctica.

Nota del diario de campo

Llego al hospital, 7:30 a.m. Me dirijo al Servicio de Ortopedia, don­


de el médico en jefe me citó para ingresar al quirófano con el fin de
observar una intervención de fractura de pelvis y fotografiar el tra­
bajo del equipo médico. El paciente es un trabajador que coloca
canceles de aluminio; mientras caminaba sobre un techo inesta­
ble cayó de una altura de siete metros. Me dirijo al área de quiró­
fanos. Me cambio de ropa y me coloco la pijama quirúrgica en los
vesti­do­res. El gorro, las botas de tela y el cubrebocas me los pro­
por­cionan en el acceso de entrada. Las botas se colocan en el um­
bral, entre una zona y otra, encima de los zapatos. Se coloca una
bota pri­mero y se pasa esa pierna al área de quirófanos, y luego se
hace lo mismo con la otra extremidad. El área de quirófanos es un
amplio cua­dra­do. En el centro, en un cuadro menor, está el área de
re­cuperación, don­de hay camas y personal técnico frente a las
computadoras. En el perímetro, los quirófanos forman bloques uno
al lado del otro. Me dirijo al quirófano ocho. No se encuentra nadie.
Observo la camilla metálica con manivelas, encima de la plancha,
colchonetas negras. En la base, tres botes forrados con bolsas de
plástico para los deshechos. En una esquina hay una máquina con
monitores de diversos tamaños. En las paredes, variedad de contac­
tos que alimentan a todos los aparatos. Minutos después llegará un
médico residente —anestesiólogo— para enchufar cables y prepa­
rar los medicamentos que se utilizarán. En una pared lateral se
encuentra una mesa con bolsas de papel, gasas y sobres con diver­
sos contenidos; en otra pared hay dos bancos fijos y tres mesas
metálicas con ruedas. Una es rectangular, más larga, y tiene un pe­
queño barandal sobre la superficie; poco después un estudiante de
enfermería colocará ahí varios paquetes sellados que contienen los
13
Antiguamente los hospitales de urgencias médicas eran llamados
hospitales de sangre. No faltaba razón para ello. Acuchillados, baleados, que­
­mados, politraumatizados, mutilados, etc., llegan en estado crítico. La vida
pende del reloj. Por eso se dice que el médico de estas áreas debe tener ca­
rácter para no dudar, que no le tiemble la mano.
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80 VÍCTOR A. PAYÁ PORRES

instrumentos, de conformidad con el tipo de operación que se tie­


ne programada.14 Cada instrumento ocupará un lugar exacto sobre
la tela esterilizada. La enfermera instrumentista es la encargada de
revisar que el trabajo esté bien realizado y también de “cerrar” el área
de intervención quirúrgica (durante la operación, guiará al estu­
diante en el pase de utensilios y en su limpieza, así como la de todos
aquellos materiales y medicamentos que necesiten los cirujanos).
Se registran todos los materiales para evitar cualquier extravío; las
compresas, que sirven para secar las lesiones, también se cuentan con
otra finalidad: la de contabilizar la pérdida de sangre. Sobre el te­
cho del quirófano cuelgan tres grandes lámparas móviles. En una
de las paredes está una pantalla que se utiliza para colocar las radio­
grafías que estarán expuestas durante todo el tiempo que dure la
operación. Un reloj de pared señala que son las 8 de la mañana con
12 minutos.
En una cama rodante, el camillero llega con el paciente; los mé­
dicos lo acompañan. En un rápido movimiento —acompañado por
quejas y gestos de dolor—, se pasa al paciente a la plancha del qui­
rófano. Prevalece el sonido de los instrumentos que se extraen de
las bolsas y son colocados sobre las mesas (forradas con sábanas
de color azul).15 El cuerpo es preparado, esterilizado, manipulado. El

14
Uno de los paquetes contiene una etiqueta que dice: “hemiartroplas­
tía”, y enumera el instrumental siguiente: “1 charola de mayo de acero in­
oxidable; 1 botador de cadera; 1 elevador Murphy; 1 martillo mediano con
cabeza desmontable de acero inoxidable y teflón; 1 impactador con te­flón;
2 fresas (rimas) femorales; 2 sep. de Hibbis; 2 sep. de Bennet; 4 sep. de Hot­
man, grandes y medianos; 2 sep. de Blount c/2 ganchos (micaelas); 2 sepa­
radores de Richardson, 2 y 3 ganchos; 1 cucharilla de Brown # 7; 1 cali­bra­dor
de Jamnson o Bernier sin tornillo; 1 gubia doble articulación recta; 1 osteo­
tomo de 20 mm”. Otro paquete está etiquetado para “Cirugía menor”, y
enlista una serie de pinzas Kelly y Rochester curvas y rectas, otra charola
de acero inoxidable, separadores Barabeuf, pinzas estandart, bisturís del
número 3 y 4, un riñón. Observamos de paso que los nombres de algunos
instrumentos se deben a sus inventores, de forma que en esas charolas se
encuentra una historia acumulada de innovaciones, perfeccionamiento y
adecuaciones de las herramientas que serán utilizadas para cada tipo de
ope­ración.
15
Algunos paquetes contienen doble bolsa, de tal suerte que la enfermera
quirúrgica rompe la primera para que el médico tome el paquete y rompa
la segunda bolsa, y agarre el instrumento esterilizado. Las mesas se colo­
can a un costado del paciente. Nadie puede tocarlas. Hay un protocolo para
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A PROPÓSITO DEL CONOCIMIENTO MÉDICO Y EL LENGUAJE 81

anestesiólogo debe conocer los hábitos del paciente para calcular


la reacción de los medicamentos, por eso pregunta si fuma, toma al­
cohol o consume alguna droga.16 Su función es mantenerlo con
vida durante el tiempo de la operación, de ahí que sistemáticamente
debe monitorear los signos vitales.
El cirujano en jefe deja a dos estudiantes junto a la entrada. De­
be­rán permanecer quietos, hasta que se les indique. El movimiento
dentro del quirófano es cada vez más intenso. Predomina el silen­
cio. Todo el mundo sabe qué hacer. El médico responsable coordina
el desempeño del equipo de trabajo. El paciente queda sobre su lado
lateral izquierdo. El cambio de postura es acompa­ña­do nuevamen­
te de quejas y palabras de aliento por parte de los médicos: “pegue la
barba en el pecho”, “trate de hacerse conchita”, “el dolor va a pasar
pronto”.
El anestesiólogo cubre el cuerpo con tela, dejando únicamente
libre a la vista la pequeña área de forma cuadrada donde se aplica
la anestesia. No hay contacto con el rostro del paciente, que queda
bajo las sábanas, como si estuviera en una estrecha tienda de cam­
paña. Mientras se preparan los medicamentos, el médico hace pre­
guntas a su residente, lo examina. Sucede igual con los estudian­tes
a cargo de la enfermera quirúrgica: los encamina a la par que los fis­
caliza. El quirófano es un taller-escuela que posibilita la refle­xión
mientras se actúa. El grupo divide funciones precisas; no obstante,
todos observan y escuchan el trabajo de todos. El regaño de uno es
el de todos.
Se cubre el cuerpo y se despeja el área de intervención. Dos
médicos observan la radiografía, señalan la imagen, la comentan,
acuerdan la manera en que abrirán el cuerpo, las posibles conse­
cuencias.17 Uno de los cirujanos realiza la incisión, otro seca el área

el lavado de manos; después del secado, se colocan un antiséptico y los


guantes de látex. Es común que los médicos sean auxiliados para la colo­
cación de los guantes, la sujeción de agujetas de las pijamas quirúrgicas,
etcétera.
16
   Comenta un anestesiólogo que el adicto metaboliza (“consume”) más
rápido los medicamentos, a diferencia de una persona que no ingiere dro­
gas y que tarda mucho más en sacarlos de su cuerpo, cuestión que se tie­ne
que calcular.
17
El médico me comenta que tiene una fractura mayor de pelvis, que la
operación que se va a realizar se lleva a cabo en muy pocos hospitales debi­do
a su complejidad. “Es una lesión mayor que no queremos ver en la calle
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82 VÍCTOR A. PAYÁ PORRES

con compresas y uno más separa con ganchos metálicos los múscu­
los. Las manos del cirujano abren, cauterizan, secan, exponen el
área del cuerpo dañada hasta dejar a la vista el hueso fracturado. Los
instrumentos circulan, se limpian, se les acomoda; los anestesió­lo­
gos ajustan alguna válvula, regulan las bolsas de suero con medica­
mentos, cuentan las gasas empapadas en sangre. A los estudiantes
de medicina se les permite acercarse y observar. Los de­dos se intro­
ducen, tocan, oscilan, sienten, “ven” el tipo la fractura, reconocen
la gravedad del daño. Se invita a otro médico a que pal­pe la zona,
se platica con él para concordar en el diagnóstico. Se de­ci­de enton­
ces cómo colocar las placas y los tornillos de acero. Un cirujano toma
un taladro y penetra el hueso; se le dice que tenga cuidado, que con­
trole la broca, porque puede lesionar algún tejido. La placa tiene
forma de un pequeño cinturón de acero, con agujeros. Se fija per­
pendicularmente a la línea de la fractura. El tornillo es demasiado
corto, se tiene que quitar y colocar uno más largo, “más vale que
sobre una cuerda y no que el tornillo se suelte”, comen­ta el cirujano.
Conforme el tornillo se va enroscando, la placa de acero nivela la
pelvis fracturada. Sonrisas de triunfo. La zona ya está reparada. Hay
que cerrarla. Se necesita abrir otra zona. Hay otra fractura. Se ad­
vierte del riesgo, pues se puede de dañar el nervio ciático, cortar una
arteria, lo que complicaría sobremanera la operación. Hay sangre
disponible.
Es común observar a cada segmento médico haciendo su labor,
como si fuera independiente del resto. Se conversa en pequeños gru­
pos, se ríe un par de personas, otros se desplazan en silencio.18 Una

nunca. Se aprende a resolverla operando. La otra forma es practicando con


cadáveres. También contamos con un esqueleto que se llama Juan (sabe­
mos que fue un paciente que donó su cuerpo para la escuela) donde prac­
ticamos la colocación de placas. También hay plásticos para practicar,
aunque no tienen la misma consistencia”. Me muestra las placas de acero
que se colocarán en la pelvis. “Ahora [en] la radiografía digitalizada —se es­
canea cada dos milímetros— puede realizarse las partes óseas en vaciado.
Ésta es una lesión grave que se lleva tres litros de sangre, si no hay lesión
vascular o de vísceras, después de la columna, ésta es una de las lesiones
más graves”.
18
El médico responsable se define como el director de orquesta. Él
es quien decide el orden de participación de acuerdo con el sistema de je­
rarquías. Supervisa desde las primeras prácticas médicas, que van aumentan­
do, como es natural, de complejidad. Corrige sobre la marcha el trabajo de
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A PROPÓSITO DEL CONOCIMIENTO MÉDICO Y EL LENGUAJE 83

vez iniciada la intervención, se reconocen momentos de mayor


gravedad. El ambiente del quirófano, entonces, adquiere cierta so­
lemni­dad, predomina el silencio. El ritmo del tiempo y el de los
movimientos no son totalmente controlados por los médicos, sino
por el cuerpo del paciente, por sus lesiones, que son las que dictan
el quehacer ante el ineludible imprevisto. Instantes que fijan la
mirada, que autorizan la acción quirúrgica, que prohíben dar mar­
cha atrás. Únicamente se escucha el bip-bip-bip del aparato que
marca los signos vitales.
El cirujano se acerca y me comenta: se aprende siempre de la
violencia social. Hoy se tratan lesiones que antaño no se veían: por
ejemplo, heridos con balas expansivas de alto calibre. Y subraya:
“desgraciadamente, los aprendizajes y avances mayores de la me­
dicina han derivado de los daños a las personas que dejan todas la
guerras”.

REFLEXIONES FINALES

En el taller o en el laboratorio, la palabra hablada parece


más eficaz que las instrucciones escritas [...]. Mostrar,
no explicar, es lo que se hace en los talleres cuando el
maestro demuestra el procedimiento adecuado mediante
la acción: su exposición se convierte en guía.
Richard Sennett, El artesano

La práctica, a diferencia de la lectura, permite participar con to-


dos los sentidos. Así como el ciego aprende a leer y ver con las
manos, las manos del médico, al tocar el tumor, la herida, la frac­
tura, también logran “ver” el tipo de anomalía. El adiestramiento
de las manos es continuo: saber empuñar los instrumentos, manipu­
larlos o tocar la fractura mientras se mira la radiografía forman

los médicos residentes, orienta, explica. Sucede lo mismo con el médico


anes­tesiólogo y la jefa de enfermeras, que tienen también personal a su car­
go. El cuerpo del paciente se transforma en objeto de enseñanza continua.
La manera de colocarlo, de invadirlo con tubos, de leer sus signos vitales, de
abrirlo, etc. Hay un orden en el espacio, en la colocación de las mesas de ins­
trumentación, de las lámparas, de lavarse, vestirse, tomar las herramien­
tas quirúrgicas, de circular dentro del espacio.
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84 VÍCTOR A. PAYÁ PORRES

parte de la educación médica. Un médico cirujano endoscopista


comenta que, si bien es importante nombrar las partes que confor­
man el instrumento, esto no es suficiente: hay que manipularlo, lim­
piarlo, girar sus perillas, apretar los botones, para “familiari­zar­se”.
El aprendiz tiene que mirar con atención cómo lo introduce el
especialista al paciente. Todo ello acompañado de las imáge-
nes del monitor, de la palabra del médico que nombra tejidos, con­
trastes, posibles lesiones. Luego, le permitirá agarrarlo “a cuatro
ma­nos”, prin­cipalmente en el momento que lo extrae. Así, el novel
va reconociendo las sensaciones que provoca en las manos el ins­
trumento dentro del cuerpo del enfermo. En otro momento la inter­
vención se hará conjunta, hasta que se logre la confianza suficiente
para que lo haga por cuenta propia.
El saber médico abreva del cuerpo doliente del otro. Para que se
transmita el conocimiento —de cuerpo a cuerpo— se debe hacer a
un lado el sufrimiento y considerar al dolor únicamente como parte
del síntoma. Todo ello en aras del control, la eficacia y la objeti­
vidad en el aprendizaje médico. La cantidad de pacientes que re­­
cibe un hospital de salud pública permite ver más situaciones
crí­ticas que los hospitales privados, lo que no es trivial en térmi-
nos de experiencia y conocimiento, ante la complejidad del cuerpo
humano.19
El aprendizaje médico puede dividirse en dos fases bien delimi­
tadas. La primera obedece a la enseñanza universitaria en la fa­
cultad, en donde el saber del médico se conforma en la relación
asimétrica entre el profesor y el alumno en el interior del aula.20
Dentro del aula, la relación educativa está mediada por la lectura
y la evaluación a través de los exámenes y la participación en clase.
El alumno realiza su servicio social y su internado dentro de un

19
En los hospitales de salud pública el tipo de pacientes (necesitados de
ayuda, graves, desamparados socialmente) facilita la intervención del edu­
cando médico, a quien, bajo la supervisión del más experimentado, se le
per­mite intervenir, cuestión que difícilmente podrá verse en los hospitales
privados, en donde los familiares y pacientes exigen la presencia del médi­
co especialista.
20
Al estudiante de medicina, a diferencia, por ejemplo, del de ciencias
sociales, se le recrimina ir de cabello largo o con ropa de mezclilla; a las mu­
jeres no se les permite asistir con las uñas pintadas. La disciplina inicia con
la misma glosa corporal.
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A PROPÓSITO DEL CONOCIMIENTO MÉDICO Y EL LENGUAJE 85

hospital rotando entre los diversos servicios y especialidades mé­


dicas (medicina interna, unidad de cuidados intensivos, urgencias,
ortopedia, cirugía, etc.), con la finalidad de que, en el futuro, esto
lo ayude a tener mejores orientación y selección. Hay una diferen­
cia radical entre el médico clínico y aquel formado dentro del marco
hospitalario, ya que el aprendizaje más importante se lleva a cabo
dentro del quirófano, ese taller-escuela en donde se repara el cuer­
po dañado.21
Rodney M. Coe, en su Sociología de la medicina, considera que
la profesionalización del médico pasa por la organización del hos­
pital desde el momento en que ahí se concentran la tecnología y el
instrumental adecuado para curar a una persona. La organización
del hospital depende de hojas de ingreso, de revisiones y auscul­
taciones continuas, de análisis de laboratorios, rayos X, etc., que
van conformando el expediente del paciente y su evolución, de forma
que se va precisando el diagnóstico clínico. Sobre el conocimiento y
la experiencia es común escuchar dentro del hospital que el tipo de
especialidad va ligado a la formación del carácter. Adquirir una ha­
bilidad tiene muchas connotaciones. Hay un prestigio social de la
profesión y, dentro de ésta, una contienda sutil, pero firme, entre
las especialidades. Un médico debe saber de qué madera está hecho
para enfrentar determinadas emergencias. Las primeras manipula­
ciones de los estudiantes de medicina con el cuerpo ajeno se hacen
con cadáveres, el patólogo ha decidido trabajar con éstos; su lucha
es por evitar que se deterioren las “piezas”, necesita preservarlas, “fi­
jarlas”, con el fin de analizarlas en el microscopio y encontrar las
anomalías. Los frascos con líquidos de colores turbios, amarillen­
tos, verdosos, azulados o ennegrecidos presagian los órganos y te­
jidos que contienen. El microscopio forma parte de su ambiente de
trabajo.22 Se reconoce la importancia de la especialidad, aunque

21
El paso de alumno a médico se lleva a cabo por un examen profesio­
nal de conocimientos dentro de un ambiente escolar. El paso a médico
residente, si bien sigue estando avalado por la academia (la UNAM), lo eva­
lúa la institución receptora, así como el paso de un nivel de residencia a
otra. El Examen Nacional de Residencias Médicas es la primera barrera
que superar. Una vez aprobado el examen, las autoridades y los jefes de ser­
vicio del hospital decidirán, previa entrevista, quién es admitido o no.
22
La autopsia —se repite en el universo de la medicina— es central
para el avance del conocimiento. En algunos hospitales, cuando un pa­
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86 VÍCTOR A. PAYÁ PORRES

entre colegas se bromea: el patólogo “sabe mucho pero llega siem­


pre tarde”.
Por su parte, quien está en el servicio de terapia intensiva, en el
servicio de urgencias o en el de cirugía se enfrenta invariablemente
a situaciones críticas. La reacción debe ser inmediata. El médico
interviene con rapidez; el tiempo para una meditación prolongada
coloca al paciente en peligro. Debe, no obstante, decidir un escena­
rio de intervención entre otros posibles minimizando riesgos, todo
ello en pocos minutos. Esto no sería posible sin el conocimiento
tácito que explica este “saber-hacer”. La imagen del cirujano se
asocia con el bisturí, y el estrés forma parte de su labor. No depende
de horario o reloj alguno. Igual trabaja en el día que por la noche.
A diferencia del cirujano, el médico internista otorga un valor muy
importante a la clínica diagnóstica, con el apoyo de los análisis de
laboratorio. La principal función de medicina interna es la de esta­
bilizar a los pacientes con hipertensión arterial, niveles de azúcar
elevados, cardiopatías, etc. Ningún paciente puede ser operado en
esas condiciones. Un internista, dicen en broma los otros especia­
listas, “sabe mucho, pero no cura a nadie”.23
El taller del médico es el quirófano, así como el taller del boxea­
dor es el gimnasio. En cada uno de estos lugares se fabrica algo o a
alguien. Loïc Wacquant (2004) equipara el gimnasio de box a un san­
tuario, puesto que ahí existe una serie de normas, jerarquías, dis­
ciplinas, saberes y enseñanzas que establecen un orden ritual de

ciente muere y no se saben las causas —a pesar de agotar el diagnóstico


clínico—, el patólogo tiene la facultad de “cerrar el caso”, lo que significa que
éste será discutido en sesión médica. La autopsia clausura toda conjetura
y avanza sobre la verdad biológica de la muerte, por eso es considerada el
juez supremo que dicta la última sentencia sobre la enfermedad.
23
La broma cumple diversas funciones sociales. Puede ser una manera
ambigua, alusiva, de agredir o enfrentar a otra persona, de advertencia. Tam­
bién puede destrabar una situación conflictiva o tensa. Las bromas entre
las especialidades médicas se comparten y aceptan entre colegas que se
caricaturizan. Por ejemplo, debido a que el ortopedista trabaja con herra­
mientas como taladro, desarmadores, clavos, placas y materiales como el ye­
so se le refiere como el albañil. Al cirujano general se le califica de tripero; al
endoscopista, como tubero, etc. Naturalmente, cada especialista defiende
la importancia de su labor, bromeando con la del otro, aunque en momen­
tos de intervención grave se reconocen los conocimientos y la dependencia
del colega.
Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando
la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su
reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.
A PROPÓSITO DEL CONOCIMIENTO MÉDICO Y EL LENGUAJE 87

interacción grupal.24 Vimos que el quirófano es un espacio equipa­


do tecnológicamente en donde actúa un grupo de médicos bajo el
mando del especialista. Igual que el taller, tiene la finalidad de repa­
rar o mejorar aquello que no funciona o no es del agrado del cliente.
A diferencia de éste, al quirófano se puede llegar de manera involun­
taria, por algún accidente de la vida. Ambos lugares son espacios de
interacción social donde participan activamente los sentidos. Hay
una división técnica del trabajo que facilita la cooperación colectiva.
La interacción está regulada por protocolos establecidos, como
el uso de pijamas quirúrgicas, el lavado de manos, el acomodo de
los guantes látex, el ordenamiento de los instrumentos, el empa­
quetado de los materiales, la posición de los aparatos, el conteo y
el ordenamiento de los materiales, la preparación del paciente, etc.
Comenta Richard Sennett:

[...] cósmico o insignificante, el ritual parece ser una conducta


que proviene de fuera de nosotros que nos libera de tomar con­
ciencia de nosotros mismos, pues nos concentramos en cumplir
correctamente con el ritual. Pero si el ritual se limitara a dictarnos
la conducta, si no fuera un santuario de nuestra propia creación, el
rito sería una fuerza estática, y los rituales no son comporta­
mientos congelados (Sennett, 2012:130).

Para Sennett, el ritual equilibra las competencias y las solidari­


dades (recordemos su interés en mejorar la vida pública mediante
la participación ciudadana) destacando tres componentes, a saber:
a) su intensidad (que depende de la repetición), fundamental para
que se transforme en hábito; b) su sentido metafórico, que convier­
te las prácticas y los objetos en símbolos (y les otorga un plus de
sentido), y c) su expresión dramática, que se relaciona con la so­
lemnidad y la actuación (Sennett, 2012:132-138).
Los rituales ordenan el tiempo/espacio y lo diferencian al instru­
mentar una serie de prohibiciones y preceptos. Dentro del espacio
hospitalario, estos tres componentes caminan juntos. Por ejemplo,
el uso de los colores. Existen protocolos de actuación médica que

24
Si existe algún tipo de violencia entre las cuerdas, ésta tiene una ra­
zón de ser, a diferencia de muchas otras que no la tienen, como las que se
viven en los barrios. No hay castigo ni violencia arbitraria allí donde se atri­
buye un sentido a una práctica regulada.
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88 VÍCTOR A. PAYÁ PORRES

están en función de los códigos establecidos en el nivel internacional:


prioridad I, es el código rojo, establece que el paciente llega en es­
tado crítico con pronóstico desfavorable y requiere atención inme­
diata; prioridad II, es el código amarillo, el paciente llega delicado
o grave y puede esperar un tiempo mínimo para su atención; prio-
ridad III, es el código verde, que considera al paciente con lesiones
mínimas (puede esperar el tiempo que sea necesario y puede ser
tratado como paciente externo); prioridad IV, es el código negro, el
individuo llega en estado cadáver. Los códigos y sus colores son im­
portantes, porque regulan las actuaciones de conformidad con linea­
mientos establecidos; hay otros códigos de actuación, relacionados
con el tipo de emergencia —y de paciente—, que determinan el
equipo de especialistas que interviene; por ejemplo, el “código ma­
ter”, que refiere a mujeres embarazadas en riesgo de morir, o el
“código trauma”, que se ocupa de pacientes politraumatizados.25
Otros protocolos se refieren a la presentación y la higiene: vestimen­
ta, corte de pelo o de uñas, forma correcta del lavado de manos o de
cambio de ropa, etc. Existe un sistema de rotación de turnos entre
los médicos residentes denominado guardias.26
El tiempo de vida es un tema que cruzará toda la vida del resi­
dente dentro del hospital. Lewis Coser considera que una institución
se define como voraz en la medida en que pide una adhesión que pasa

25
Los colores tienen aún más funciones. Dividen al hospital en tres zo­
nas: negra, gris y blanca. La primera responde a cubículos y consultorios
(espacios cerrados); la segunda, a las zonas de circulación y transición, y la
tercera compete a los quirófanos. Un médico no debe estar con pijama qui­
rúrgica en la primera o la segunda zonas. Las batas que usan el personal
médico y el paramédico también se distinguen por el tipo y color. Las ba­
tas verdes y cortas distinguen a la trabajadora social de los médicos, que las
usan blancas y más largas. Las enfermeras usan batas blancas, pero más cor­
tas, y es mediante la cofia que se porta en la cabeza que se establecen las
jerarquías en este segmento. De la misma forma, el tipo de basura y el de­
secho hospitalario están clasificados, de acuerdo con su peligrosidad, por
los colores.
26
En los procesos de intercambio ritual se reconocen las diferencias, se
establecen las jerarquías y las relaciones de cooperación y poder. En el
toma y daca de la vida se transmite el espíritu de grupo. En la variedad de
intercambios, observa el sociólogo estadounidense, se establecen modelos
de comunidad, de trabajo en equipo, de comunicación dialógica que van a
contracorriente del conflicto, la competencia desleal, el egoísmo o la com­
paración odiosa (véase Sennett, 2012:108 y ss.).
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A PROPÓSITO DEL CONOCIMIENTO MÉDICO Y EL LENGUAJE 89

por encima de la vida familiar (Coser, 1978:102). De ahí que el celi­


bato en los monasterios sea una condición esencial para contar con
la lealtad del internado. Los viejos partidos políticos de naturaleza
marxista, según Coser, plantean la misma disyuntiva donde la fideli­
dad y la camaradería tienen prioridad sobre las lealtades familiares
más cercanas. Un hospital de enseñanza y residencia mé­dica devora
el tiempo del educando y se apodera de la economía personal del re­
sidente, de la que ya hablaba Goffman en Internados. Es­ta situación,
ideológicamente, se sustenta en la formación del ca­rácter médico
que debe responder en cualquier lugar y tiempo. Es el principal ritual
de ordalía que establece una relación asimétrica y doblega cual­quier
resistencia por parte del médico en formación. Más que en una exi­
gencia de trabajo, se trata de una exigencia dis­ciplinaria, una dispo­
sición sobre el cuerpo al que sistemáticamente se le roba el sueño.27
Cualquier médico que hace una especialidad sabe que sólo puede
aprender estando en el lugar de los hechos y no atrás de una vieja
máquina de escribir, encerrado en un minúsculo cuarto. Para eso
se va al hospital, para aprender. Primero viendo, después sustitu­
yendo en pequeñas labores al médico adscrito, sosteniendo alguna
pinza, secando el exceso de sangre, realizando alguna sutura. Siem­
pre bajo la supervisión. La repetición y el tiempo hacen el resto.

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Coser, Lewis, Las instituciones voraces, México, Fondo de Cultura
Económica, 1978.

27
Los residentes duermen poco porque están sometidos a un sistema de
rotación de horarios que no les permite recuperarse del todo. El horario
de 48 horas de trabajo por 24 de descanso es habitual. Quedarse a hacer
guardia implica laborar continuamente, sin descanso (o sólo por breves pau­
sas). Los médicos pueden salir de la guardia nocturna, pero no se retiran
inmediatamente a su casa para descansar: siguen laborando unas horas más;
a eso se le llama posguardia.
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